II. El Acusado
La sonrisa de Cassandra era una de incredulidad, a pesar de que, ni por un instante, dudaba de que Logan estaba diciendo la verdad.
—¿Y qué quieren de nosotros? —preguntó Alessia—. No tienen nada que ofrecer.
—No, majestad, en absoluto. —Logan se balanceaba ligeramente sobre sus pies, sus manos detrás de su espalda en un gesto casi militar —. Nuestros cultivos fueron quemados y ya no tenemos medicina.
Él podía, con seguridad, afirmar aquello porque era jefe de los médicos. Era sorprendentemente estupido mandar a alguien con su cargo a una misión que no daría resultado, pero no estaba en él decidir aquello.
—Esperan ayuda sin nada a cambio. —La reina tamborileó la distante melodía del salón en el mármol de la mesa y una sonrisa como el más frío invierno se dibujó en sus labios—. ¿Qué es esto? Una broma, sin duda.
—No es una broma. —Logan recordó la mesa redonda con generales que no conocía y personas con cargos que nunca pensó conocer. Sus palabras fueron el eco exacto de lo que escuchó—. Una última acción desesperada.
—No tienen nada, ni siquiera pueden prometer algo; ¿sabe cómo se ve esto? —Cassandra se adelantó a la reina con ambas manos sobre la mesa.
—Como una idiotez, y lo es. —Logan había esperado obtener algún tipo de información, algo que pudiera hacer esto menos imposible de lo que ya era. Sin embargo, no le habían dado nada más que una amenaza. Se las arreglaría solo—. Aunque, si me lo permite, majestad: esta guerra es nuestra ahora, ¿cuánto tardará en volverse suya?
Alessia se levantó de la silla y se acercó a aquel hombre. Veneno brilló en sus ojos de aquel azul tan llamativo que, a pesar de todo, Logan no podía mirar.
—¿Es una amenaza?
Logan sacudió la cabeza buscando entre los hechos alguno que sirviese de prueba suficiente.
—Hace un mes atacaron un laboratorio de medicina en el sur de la capital. Hace dos días, una de las estaciones. Todavía no encontramos algunos de los cadáveres. —Su voz eran los ríos pasando a medianoche, un torbellino en calma—. No van a detenerse majestad y, en temas de magia, ustedes tienen mucha.
La reina retrocedió a su asiento, sus manos juntas y su mirada en el extraño invitado frente a ella. No podía negar sus palabras.
—Podríamos defendernos. ¿Por qué usaríamos recursos en ustedes?
Alessia debía pensar en su gente, en el fuego que los mantendría calientes y la seguridad de los suyos cuando aquella plaga llegara a ellos.
—Porque es más fácil ganar una guerra que no está aquí. —Logan, contrario a lo que debería ser sensato, sonrió.
Cyrus veía al diplomático como si se tratara de un paciente psiquiátrico. Por supuesto lo comprendía: mientras la destrucción no llegara a ellos sus recursos se mantendrían y la deuda de Etiola crecería. Pero nada en cómo lo dijo era de acuerdo a un protocolo.
Alessia, por otro lado, imitó su sonrisa con una que era un triunfo para el diplomático.
—¿Qué quieren? —preguntó una vez más.
—Todo lo que puedan darnos.
Era una respuesta tan ridícula como lo era la situación y Cassandra no disimuló la risa.
—Logan, no podemos hacer eso. —Cassandra habló antes de que Cyrus pudiese burlarse del diplomático, título del que empezaba a dudar.
—Envíe un mensaje a su gente. Díganles que estamos dispuestos a negociar. Pregúnteles qué quieren —sugirió la reina—. Hasta entonces, es libre de quedarse en el palacio. Vik le puede decir donde está su habitación.
Logan asintió y, como señal de respeto, inclinó la cabeza. Sin darle la espalda a la reina salió de la habitación al pasillo y de vuelta a la tortuosa fiesta. Quizá podía convencer a Vik de llevarlo ya a su habitación.
Al cerrarse la puerta, Cyrus se inclinó de forma que podía mirar a la reina.
—¿En serio, Alessia? — dijo Cyrus—. Creo que todos sabemos que aquí hay algo raro.
—Obvio, sino no habríamos hecho esto. —Alessia empujó a Cyrus fuera de su camino y se levantó de su silla—. Quiero que averigüen lo que puedan de nuestro invitado.
—Te puedo decir ya que no es político —dijo Cassandra con una sonrisa y tendiéndole la corona.
Alessia le quitó la corona de las manos y sacudió la cabeza con una sonrisa.
—No, pero en algo se les parece: no tiene idea de como es una guerra real.
Cyrus rió y tomó la mano de Cassandra para salir de la sombría oficina por el pasillo. Alzó la mano de su prometida a la luz y sonrió ante la vista del anillo, el oro contra la oscuridad de la habitación.
—No vamos a posponer nuestra boda por una estúpida guerra, ¿o si? —preguntó emprendiendo el camino de regreso a la celebración.
—Obvio no, Cy. Si acaso es una razón para casarse lo antes posible. —Cass besó su mejilla—. Tengo que acompañar a mi cuñada, ya sabes, todo eso de ser su general.
—Voy contigo. Ya sabes, todo eso de ser su hermano menor. —Cyrus sonrió a la risa de Cassandra que se plasmó en una sonrisa a su llegada junto a la reina y su cara de aburrimiento.
• • •
Por la mañana la guerra aún parecía distante. El médico se levantó con una calma que se le hizo extraña. Volver a una rutina perdida resultaba parecido al primer día de un viaje largo.
Descifrar cómo utilizar la ducha, descifrar si lo que tenía la estantería era algún tipo de componente mágico o jabón, le había tomado más tiempo del que estaba dispuesto a admitir. Al menos su ropa seguía siendo la misma y ya no esos ridículos trajes elegantes.
Descifrar era todo lo que podía hacer. Los pasillos eran laberínticos para él, que sin el guardia que lo acompañó la noche anterior estaba totalmente perdido entre idénticas paredes blancas, marcos de madera que daban a balcones cerrados, y frías columnas que parecían perseguirlo, vigilarlo desde sus enredaderas doradas.
—¡Ahí está! —escuchó al fondo del pasillo aunque él no vió a otro allí.
Para ese entonces no sabía qué hora era ni dónde estaba. Se encontraba observando los jardines, sus flores tan abundantes como las columnas y sus fuentes, desde una ventana, a la espera de que alguien apareciera. Aquel alguien, sin embargo, no parecía feliz de encontrarlo allí.
Un guardia en uniforme oscuro se acercó a él y llamó su atención al aclararse la garganta. Harto de esperar, tiró de su brazo para girarlo hacia él.
—Se requiere su presencia en el salón del trono.
Logan tardó unos segundos en mirarlo y otros más en asentir. Siguió al guardia por pasillos y gradas hasta dos puertas dobles de madera abiertas de par en par; su tallado le recordó a la puerta que daba a la plaza del palacio.
El salón estaba iluminado por largos ventanales que daban a los jardines. La alfombra púrpura que decoraba el centro del salón se extendía hacia un asiento de piedra negro, vacío, pues la reina se hallaba frente a una mesa rodeada de soldados. Las columnas de mármol en los laterales se extendieron hasta un techo lejano donde los arcos se juntaban en secreta conferencia, como los oficiales a sus pies.
Aquellas mesas, Logan las conocía bien. En su centro, neblina ocultaba la madera decorada y en ella se reproducían imágenes de tierras lejanas, siempre que en aquel lugar existiera otro cristal como el que hacía las veces de centro de mesa.
—Su majestad, aquí está —anunció el mismo guardia desde la entrada.
Logan dirigió su mirada a la reina que, como los soldados, llevaba uniforme de combate. Ella lo miró como si no pudiera identificarlo y de ello no tenía duda. Era médico, por supuesto sabía reconocer una vista nublada hasta difuminar la realidad.
—Majestad. —Repitió la torpe reverencia de la noche anterior y se atrevió a entrar en el salón.
No había dado un paso cuando los guardias apuntaron ballestas a su pecho, sin duda con dardos certeros y encantados para serlo. Logan retrocedió y se encontró con la puerta cerrada a su espalda. Por instinto, sus manos subieron a cubrir su pecho, sus dedos, inquietos como de costumbre, se movían como las patas de las arañas que, asustadas, corren a esconderse.
—Logan —empezó la reina. Dio la vuelta a la mesa y dio un paso hacia su invitado—, que gusto que ya esté aquí. ¿Está cansado?
Confundido, Logan volvió su mirada hacia los dardos que aún lo marcaban como su objetivo. Un salón tan ampliamente vació y sin espacio para huir.
—Desde hace meses —respondió con la verdad.
—¿Meses que llevan planeando esto? —Por una vez entendió el tono de la reina. Podía escuchar cada pizca de veneno en su voz, las palabras que se fundían en el más puro odio—. Dígame, Logan, después de ofrecerle nuestra ayuda, ¿resolvió pedirle a su gente que nos atacará?
—¿A- Atacar? —Logan sacudió su cabeza. Sus manos pasaban por su cabello tan desesperadas como su mente por comprender.
Detrás de él las puertas se abrieron con un chasquido. Una hoja de metal frío se cerró como serpiente contra el cuello de Logan. Una hoja afilada hasta punzar. Con un respingo, retrocedió y dio contra su captor. El médico se convirtió en parte de la arquitectura, inmovil, expectante. La sorpresa de los demás presentes llegó con el entendimiento de la daga que lo amenazaba.
—Cyrus, primero queremos información —advirtió la reina acercándose a ambos.
Cyrus sonrió con la locura de un hombre que a perdido todo. Sus ojos, atravesados por el fantasma del dolor y las lágrimas secadas a la fuerza, eran el peor de los inviernos.
—Lo siento, majestad, pero una vida se paga con otra vida. En este caso, decenas de vidas por una. —La daga hizo presión contra el cuello de Logan dejando en él una marca rojiza al retirarse—. Pero eso sería piedad ¿no? —La daga cayó al suelo con un estrépito y Logan formó una mueca de dolor. La daga no había parado de repiquetear contra la piedra cuando Cyrus volteó a Logan a la fuerza y lo acorraló contra el muro de piedra; una mano contra su cuello y la otra sosteniendo el frasco que había visto el día anterior—. Abre la boca, imbécil.
La mente de Logan se esforzaba por atar los cabos, atarlos, si no entre sí, por lo menos a algo. Giró la cabeza y apretó los labios para evitar aquel veneno. Cerró los ojos. No quería usar magia, nunca para dañar. Pero ya no podía respirar.
—¡Basta! —Alessia alzó la voz de forma que rebotó en las paredes. Logan se retorció para soltarse o huir o esconderse, lo que pasara antes—. Cyrus, si no puedes controlarte sal de aquí.
—¿Controlarme? El idiota mato a mi prometida —Cyrus miraba a Alessia con un infierno encadenado, pero soltó al médico, que de desplomó como la daga antes que él—. Bien, como quieras. Pero cuando lo condenes yo voy a ser el que lo ejecute.
Alessia no tenía ninguna duda de que su hermano podría asesinar al asesino de su prometida, pero no estaba tan segura de que lo tenían.
Logan hizo lo posible por ponerse en pie. Sus piernas temblaban y la tos no le dejaba enderezarse.
—Yo no…—intentó decir, aunque sólo consiguió toser y caer otra vez.
Logan no podía recordar la última vez que comió algo. Trataba de sostenerse sin fuerza. Hace más de doce horas, menos de veinticuatro. Definitivamente más que las mínimas para soportar esto. Un guardia, quizá harto de él, lo sostuvo en pie hasta que el mismo de Logan se estabilizará lo suficiente.
—No tengo paciencia para esto. —Alessia tomó al doctor por el cuello de su suéter negro, tiro hacia abajo hasta que sus ojos se encontraron con los del acusado.—. Hable ahora o no, su final es el mismo. Pero aún puede cambiar la manera.
Creíble o no, no era la primera vez que se le acusaba de asesianto en masa y que no podía defenderse.
La prometida de Cyrus. Pero solo faltaba una persona en aquella habitación, una que el día anterior llevaba un anillo de compromiso y una sonrisa.
—Cassandra. ¿Dónde…? —dijo tontamente.
—¿Te atreves a pronunciar su nombre, imbécil? — Cyrus gritó desde el otro lado de la sala—. Cobarde. Ella murió defendiendo a su gente. ¿Tú? Estabas aquí dejando que tus terroristas mueran. Acabaron con un lugar sagrado. —Alessia lo sostuvo del brazo para que no atacara a Logan otra vez—.Majestad, déjamelo a mí. Le saco la información que tú quieras y luego lo mato. Todos contentos.
Alessia le dirigió una sola mirada para callarlo. No era difícil ver que eran familia cuando Cyrus se comportaba con tan poca propiedad. La reina buscó la verdad en la mirada sorprendida del hombre que ella sostenía, las palabras en sus labios que no parecían formarse y las lágrimas que, astutamente, ocultaba al ver fijamente al sol que entraba por las ventanas.
No era la persona que esperaba que fuera.
Alessia soltó al diplomático con una expresión entre el asco y la decepción.
—Llévenselo. Denle algo de comer antes de que se desmaye. —Alessia se limpió las manos en su uniforme.
—Majestad —reclamó Cyrus.
—Cyrus, basta. Me voy a encargar yo de esto—. Recordarle que era su reina, la mayor entre los dos y que ella también perdió a una amiga no parecía necesario. Bastaba una mirada.
Un guardia, cuyo rostro Logan no estaba seguro de reconocer, lo llevó con las manos esposadas por eternos pasillos y atentas enredaderas a otra habitación, mucho más pequeña que la anterior. Una diminuta ventana en la parte superior le permitía ver la luz que rebotaba entre las blancas paredes manchadas por los años; por lo demás la habitación estaba vacía.
Logan se sentó en el centro de aquellos dos metros cuadrados. Cerró sus piernas contra su pecho y cubrió su rostro de la luz. Comprender era el antónimo de lo que estaba haciendo. No había matado a nadie, pero eso no parecía importarles. Había estado en su habitación, pero no podía probarlo. Había hecho un voto, cuando se convirtió en médico.
Todo lo que se escuchaba al sur se volvió imágenes en su mente, alimentados por las pesadillas de meses. Cuerpos colgados en calabozos de piedra, de las farolas. Luces vivas quemando los ojos de un prisionero hasta cegarlo. Fuego y en el fuego se quedó su mente ahogada en humo.
Escuchaba su pulso como su respiración, lo sentía en cada parte de su cuerpo como un tambor. Aun así estaba fuera de todo aquello, lejos de un cuerpo controlable y sólido. Su imaginación tenía imágenes de sobra para elegir con cuál ilustrar una masacre.
—Logan — llamó la voz de la reina desde la puerta, quién sabe cuánto tiempo después. Desde la entrada veía cómo se movía aquel visitante, como movido por la brisa—. Si no come no me sirve de nada.
Logan levantó la vista sintiéndose a la deriva en un lago intranquilo y distante de todo lo conocido. Estiró las manos hacia las cerezas naranja colocadas en un tazón púrpura junto a una hogaza de pan.
—Yo no sabía —habló cuando las últimas frutas habían desaparecido con su mareo. No alzó la vista ni la voz—. Envíe un mensaje pero no eso.
Sus manos, desesperadas, trataban de formar las palabras que a él le estaba costando hilar.
—Le creo. A diferencia de Cyrus y de lo que digan los médicos, veo perfectamente y usted no sabía sobre el ataque. Además, interceptamos su mensaje en la frontera. —Parte de ser reina había implicado saber cuando las personas le estaban mintiendo. Logan podía ser dos cosas: un muy buen actor o un libro abierto—. Pero, entenderá que tengo mis dudas. Sea como sea usted trajo el ataque aquí.
—Eso no era…
—Tal vez. Pero eso fue lo que sucedió —interrumpió la reina, apoyada aún en el marco de la puerta. Llevaba el cabello suelto y una mirada que no admitía estupideces—. Deme una prueba de que no fue usted y podré evitar que Cyrus lo asesine.
—No tengo —admitió Logan. Despacio, se puso en pie—. Pero si me deja ver el lugar…
—¿Quiere ver el sitio de una masacre? —se burló la reina, una afilada sonrisa en sus labios pintados de rojo sangre.
Logan, por sobre toda respuesta, asintió. Alessia dió media vuelta y emprendió la salida de aquella cárcel temporal hacia los jardines. Salir era, si cabe, más disruptivo que entrar, pero Logan nunca se había llevado bien con la luz. Fijó su mirada en el suelo y siguió los pasos de la reina a través de arcos de piedra y caminos tan laberínticos como el interior del palacio con sus flores por espias.
—No lleva guaridas —advirtió.
—No los necesito —replicó ella—. No tiene porte de asesino, Logan. ¿Alguna vez ha usado un arma siquiera?
—No, no veo una razón que lo justifique. —Por no hablar de su voto a la vida.
—Los pacifistas son solo personas incapaces de defenderse —discutió Alessia, con un desprecio translúcido por aquella clase.
—Eso sería un cobarde, majestad —corrigió Logan, más intrigado por las flores enredadas en las ramas hasta consumir los troncos que por la conversación.
—¿Y qué, entonces, es pacifista?
—Un idiota, tal vez —sonrió Logan y Alessia no pudo descifrar si era una broma o no.
Lo guió por el jardín a un último arco de piedra cuyas junturas brillaban tenuemente en un verde estridente.
El mal hábito de tirar de las cutículas de sus manos, se hacía presente en la reina conforme se acercaban al portal. Había estado allí aquella mañana, horas después de que Cass partiera con su división. Había estado allí para identificar a los muertos y evaluar los daños.
A diferencia de Cyrus, había observado las columnas destrozadas como ninguna magia podía hacer. Mientras él recogía el cuerpo de su prometida, ella debía ser la reina. Eso no lo habían causado armas comunes.
Se detuvo ante el portal que llevaba a un solo lugar.
—Cruce delante de mí. —Tiró de la mano del diplomático que estaba segura que no era, y lo lanzó a través del vacío.
Logan se halló entre la nieve y con un portal idéntico detrás de él. Portales espejo de cristales espejo. Respiró aquel aire gélido y estiró las manos a la brisa. Cerró los ojos al susurro de las ramas y trató de encontrar un hilo coherente en su mente, que tejía un telar tras otro sin llegar a un final, compitiendo con las arañas que hace poco gobernaban aquellos bosques.
Había tanto que aún quería decir.
Pero hay cosas que no podía hacer. Cómo estar en casa donde lo requerían, donde faltaban médicos.
La reina atravesó el portal. Le indicó que la siguiera por un camino donde rastros de rojo ya marchaban el blanco del invierno.
—Quitaron la mayoría de cuerpos, pero el daño sigue allí —siguió la reina que, al parecer de Logan, hablaba bastante. Le agradaba aquello—. Dígame exactamente qué busca.
—Nosotros usamos magia, pero ellos usan algo distinto: manipulan los elementos comunes y los desarrollan en otras cosas. Crean fuego y ondas destructivas como nunca se han visto, majestad —habló Logan; la oración más larga que la reina había oído de su boca, pronunciada como si recitara un periódico.
—¿Cómo es eso distinto de la magia? Tomar una planta, un mineral y transformarlo en algo más; esa es la base de la magia.
No había tardado en comprender que Cyrus no extraería información torturandolo, pues aquel extraño había caído en el silencio cuando muchos habrían gritado. Sin embargo, parecía dispuesto a hablar si las preguntas eran las correctas.
—Los elementos que usamos tienen en su composición magia, ese es el nombre común. Son propiedades que no se alinean con las demás ni se explican como las demás . No hay explicación aún para dos cristales que siguen conectados a kilómetros de distancia —dijo Logan. Sus manos retorcían algo que le recordó a un elástico. Su mirada permanecía en las copas de los árboles siempre verdes que bordeaban el camino al santuario—. Ellos van más allá a lo que llaman ciencia, usan los componentes básicos.
Había tratado con muchos asesinos. Ella quizás habría calificado como uno y, por ello, podría reconocer fácilmente alguien que tenía sus manos limpias de toda sangre. Sinceramente, temía por la sanidad de aquel muchacho cuando viera la escena.
—Me acaba de decir exactamente lo mismo, Logan. ¿Acaso la magia no es ciencia también? Que usen otros componentes no cambiará la base —discutió la reina.
De su acompañante obtuvo una mínima sonrisa y un encogimiento de hombros.
—En teoría son plantas, minerales y animales distintos, más básicos en composición —explicó—. Pero sí, es lo mismo.
Aunque aquel razonamiento no parecía servir a quienes querían ver la magia destruida. Ya habían destruido a cada persona mágica que quedaba. Pero eso fue hace años. Quizá era solo un mito.
La nieve blanca se perdía entre el negro y el rojo a cada paso. El corazón de la reina, helado y aplastado, se retorcía por salir; lo retenía solo su voluntad. Debía ser la reina que su país necesitaba, alguien que no dudara en hacer lo que se tenía que hacer.
Del santuario quedaban los escombros. Una columna había rodado en pedazos hasta los árboles que rodeaban el claro y que todavía echaban humo. Médicos vestidos de blanco se afanaban en levantar cadáveres y víctimas de entre la ceniza. La entrada de mármol negro, los escombros que quedaban, habian sido un templo, eran ruinas del pasado, de su historia.
—Majestad. Dos supervivientes, ambos nuestros—informó una doctora que llevaba una libreta en las manos—. Los uniformes no son del sur, pero el jefe de espías mencionó que podría ser un engaño.
—¿Es médico o militar, doctora Jyan? —preguntó la reina a la muchacha de cabello oscuro y corto—. Retírese y llame a algún militar que sepa de qué habla y le pueda explicar lo sucedido a mi acompáñate.
—No —pidió Logan aunque sonó más como una orden de lo que esperaba. No quería tener que explicarle a nadie más absolutamente nada—, no hace falta,
Jyan busco una respuesta en la reina y cuando está asintió, la doctora hizo una reverencia y se retiró hacia los otros, que llevaban cuerpos a un lado.
Entre los árboles, las sombras de militares patrullando los alrededores daban la impresión de un bosque perseguido y atormentado por fantasmas, que todo adulto sabe que existen.
—Bien, si no hacen falta, dígame que ve —insistió la reina, impaciente con el niño a su lado que se balanceaba indeciso.
Logan, sin decir palabra, se acercó a las ruinas de las columnas antiguas. El norte siempre había sido más devoto al Dios desconocido y las guerras siempre empiezan destruyendo lo más importante: la esperanza.
—Este tipo de destrucción es la que se ve al sur, majestad. ¿Ve este polvo gris? Le dicen pólvora: huele horrible y levanta humo —explicó Logan, que en sus manos sin guantes sostenía algo de aquel residuo.
—Sus manos. ¿Que es idiota? Se va a congelar. —La reina sacudió la cabeza y con un movimiento de la mano llamó a otro médico—. Y podría ser venenoso.
Logan miró sus manos, lilas del frío, y la cicatriz que con la temperatura parecía cambiar de color a un lila intenso. Lo había olvidado. Tampoco es como si hubiese tenido tiempo de elegir mejor ropa.
Aceptó los guantes del médico. Debería estar con ellos, pensó otra vez.
—No lo es, aunque el humo sí —dijo como si la interrupción no existiera.
El silencio a Alessia le resultaba extraño en un templo que se llenaba de celebraciones y cantos cada semana. Hace horas allí había existido una fiesta por el final del otoño. Canciones a coro se elevaban al cielo, velas se encendían y en ellas se quemaban oraciones escritas en miles de caligrafías distintas con inquietudes distintas. Ahora solo quedaba el viento y las órdenes distantes del cuerpo del ejército.
—Esa no es prueba suficiente, Logan —advirtió la reina, pero él ya no la escuchaba.
Logan tenía las manos apoyadas en el mármol negro. Las sombras que proyectaban los árboles en aquel día nublado le susurraban mil horrores. Cerró los ojos para ocultar su brillo cuando accedió a las memorias guardadas en la oscuridad del templo destruido.
Las sombras sólo ven pesadillas. No era algo que le gustara ver.
Las luces de una celebración brillaron ante sus ojos por el instante antes de que iniciara. El chasquido de aquellas armas y la ola expansiva que consumía todo a su paso. Detrás dejaba neblina y polvo para pintar de rosa los escombros. Los gritos que consumió la oscuridad, desesperados. Los gritos de los niños y el llanto desesperado de las madres. El fuego que consume todo en el frío.
—Bloqueen la salida del templo. Derrumbenlo. Que no quede nada —ordenó alguien oculto en demasiada luz, entre las llamas. —, ni nadie.
El cuerpo del terrorista a su lado cayó al suelo y le siguieron otros. Una herida en el pecho de cada uno, de frente cuando la traición llega desde atrás, ellos seguían órdenes de su oficial camino al fuego y la ceniza de donde vinieron. Somos polvo y ceniza. El humo, como la neblina, se tomaba el bosque un árbol a la vez.
El templo se desmoronó sobre aquellos que seguían rezando en su interior a un Dios que los otros no temían ni temerían. Logan escuchó sus oraciones como el llanto de las almas.
La imagen se difuminó en otro ejército que llegaba al claro.
—Salven a quien puedan —gritó una voz familiar envuelta en un cabello naranja como las llamas a metros de distancia.
La siguiente onda destructiva llegó antes de que pudieran pisar el patio del templo que ya no existía. Polvo rosa sobre la nieve negra.
Logan abrió los ojos al mármol quebrado. Alzo la mano con aquel guante negro que alguien le había prestado y atrapó con la tela una lágrima que no llegó a correr, cansada de las tragedias.
—¿No es suficiente? — preguntó—. ¿Cuántas armas ha visto que hagan esto? ¿No me cree? ¿Por qué no estoy muerto entonces?
—Relájese, Logan . Otro se tomaría sus palabras en serio —le advirtió Alessia—. No puedo convencer a un juzgado con esto.
—Entonces muéstreles las armas que recogieron —insistió
—Así no funciona, Logan.
Logan giró sobre sus pies intentando encontrar algo más lógico de lo que su mente era capaz de encontrar en ese momento.
—¿Por qué atacaríamos un sitio así? El sur no es igual de espiritual, pero durante la última guerra respetamos sus lugares religiosos. —No sabía mucho de política, pero sabía de lógica y esto no era lógico.
—Para inculpar a los teoristas. ¿Se da cuenta del problema ? —La reina se cruzó de brazos. Sus uñas, pintadas el día anterior, a pesar de ser solo mediodía ya eran un desastre. Pero con aquel chico, todavía chico, no se podía ser tan duro. Cass no lo habría sido—. Logan, puedo juntar todo esto con el mensaje que envió en un argumento convincente. Pero a Cyrus no. Le recomiendo no aparecer en su camino hasta que se calme. Mi hermano puede ser emocional.
—A diferencia de usted —comentó Logan, claramente sin pensar, o al menos eso esperaba Alessia.
—Exactamente. Ahora, si puede seguirme, toda su ropa está cubierta de sangre, eso que usted le dice pólvora y empapada. Debe cambiarse para presentarse ante el jurado. —La reina emprendió el camino de regreso.
El médico siguió las pisadas que las botas de la reina dejaban en la nieve. Ajeno a sí mismo, enredaba y desenredaba aquel elástico. Observaba sus manos, las de la reina, la manera en que tiraba de la piel hasta que la sangre se hacía visible imitando los colores de su ambiente.
—Pero no se encuentra bien —aventuró como si la conversación nunca hubiese acabado.
—¿De qué habla ahora? —La reina bufó como si se tratara de una broma de mal gusto.
—Sus manos. —Logan buscó dentro de sus bolsillos un pequeño envase de madera en forma de disco con una inscripción emborronada sobre la tapa —. Aplique sobre las heridas y aunque estén sanas, aplíquelo.
La reina aceptó el frasco con las palabras de Cassandra en su memoria. Ella era la única razón por la que Logan seguía vivo, por lo que le había dicho la noche anterior, y Cass nunca se equivocaba con las personas.
—Es un buen chico, Ale —había dicho mientras se quitaba los adornos del cabello y los dejaba sobre una mesita frente a un espejo enmarcado en cobre. —. Cy puede decir lo que quiera y segurísimo no es un diplomático, pero no es un espía. No lo trates como uno.
—¿Y cómo lo trato entonces? No es exactamente un amigo, Cass —había discutido desde el borde de su cama con su quijada apoyada en sus manos y sus codos sobre sus rodillas.
Una sombra de quien era la miraba desde el lejano espejo, pero la reina prefería ver a su amiga, su general.
—Como el ser humano que es. —Cassandra le sonrió a través de su reflejo que imitaba también la tenue habitación.
—¿Y mi reputación? Este reino se sostiene en ella. —Alessia sacudió la cabeza con media sonrisa que no tenía ninguna sonrisa.
—Bueno, si tienes en cuenta todos los otros idiotas que te han mandado, este es el único en su tipo —bromeó. Vertió un líquido sobre una toalla y con cuidado lo pasó sobre sus ojos. —. Fue amable, es lo que quiero decir, y creo que hay suficiente odio en todas partes en este momento. No te mataría devolverle el favor.
—Para eso estás tú, Cass.
Pero ella ya no estaba para eso, ni para nada más.
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