I. El médico
El médico tenía la vista perfecta del cielo nocturno y la neblina a través de la ventana del tren, que se desplazaba a buen ritmo hacia el norte. Sus dedos se abrían y cerraban en un curioso compás sobre su pierna en busca del aire y el tiempo, que se le escapaba entre las manos.
Había escuchado tantas cosas. El primer rumor llegó antes que las noticias de la mañana. Llegó con los susurros entre emocionados y espantados de los habitantes del norte. La plaza del palacio inundada por la sangre de aquellos jóvenes que habían sido candidatos al trono, todos ellos, todas sus cabezas como muñecos rotos en el suelo, bajo una msima hoja. Una reina autoproclamada, cuyos prisioneros no duraban más que sus ejecuciones públicas. Sospechosos eran todos y culpables antes que inocentes. En uma misma copa se vertía vino y veneno, en una misma sonrisa se daba el perdón y se ejecutada una sentencia secreta. Logan había odio mucho de la reina, todo el mundo lo había hecho.
-No se acerque a la ventana. -El hombre que abrió las puertas del comportamiento que el médico tenía solo para él no perdía el tiempo con cortesías.
El médico retrocedió en un movimiento brusco y levantó la vista a su visitante. Las luces amarillas del tren, que se habían encendido al atardecer, iluminaban aquel rostro duro de cabello rojizo y ojos tan oscuros como el exterior.
Las preguntas se reflejaron en los ojos del médico sin llegar a sus labios.
-Estamos a punto de pasar por zona de guerra. Si lo ven por la ventana volamos en pedazos -dijo el hombre, que se sentó frente a él en los sillones color vino-. Las armas que tienen ahora no son como las que conocíamos.
-Lo sé. -La voz de Logan era casi un susurro y una sentencia irrefutable.
¿Acaso no había estado él en esos campos que ahora apagaban? Era un médico. Pero allí ya no lo era. Para el soldado era un diplomático más, de esos qué no saben qué hacen ni de qué hablan cuando se trata de guerras.
-Claro, ustedes reciben todos los informes y lo que se recoge de los ataques -dijo el hombre con una sonrisa de lado. Extendió su mano a Logan en un saludo tardío y basado en ritos de un respeto a medías inexistente-. Vik Zael.
-Logan Foscor - dijo el médico. En el uniforme negro, como un termo, de Vik habían insignias militares en bronce que le llamaban más la atención que su rostro.
Su nombre era una respuesta automática, pero el gesto no lo era, de la misma forma que no lo eran las miradas indiscretas de las personas, perpetuamente en busca de la suya.
Su mano tomó la de Vik por un instante suficiente para que el soldado viera las marcas, como profundas grutas rojas, que se deslizaban y se ocultaban bajo un suéter negro.
-Foscor...no es un apellido usual -comentó Vik, como si aquella no fuera la exacta conversación que Logan tenía con todo el que escuchaba su nombre por primera vez-. ¿De dónde es?
El médico le sonrió con la paciencia que había recolectado con los años y la misma respuesta de siempre.
-Del sur. Mi padre era extranjero. - Y con ello solía acabar ese particular intercambio.
Quiza debería optar por su otro apellido, así se evitará las repetitivas preguntas de extraños que olvidarían su nombre en unas horas.
-No está usando el traje apropiado -advirtió Vik. De hecho nada en su comportamiento era apropiado, pero no había mucho que pudiese corregir-. A su majestad no le agradan los políticos y menos enemigos. Debe ponerse un traje si quiere causar una buena impresión.
-El enemigo de mi enemigo es mi amigo- recitó Logan, poco consciente del camino de sus manos, todavía inquietas, como arañas que se ocultan de los habitantes de una casa-. Pensaba cambiarme luego.
Pero quién era el enemigo y quién el amigo aun no estaba decidido.
-Ya es, como lo pone usted, luego. -Vik tomó del suelo un maletín. La abrió de forma que el otro no viese el interior, pero le entregó una serie de papeles en un estuche de cuero marrón-. Sus documentos. Mire, Logan, voy a ser honesto con usted: todo lo que sabe de la reina, todo lo que haya escuchado... -Vik se inclinó hacia adelante y sus ojos, una vez más, buscaron sin éxito los del doctor-, la realidad es peor. Hágale un favor a su gente y no guarde esperanzas.
Logan, ante todo lo que le advertía aquel hombre, sonrió.
-Me enviaron a mi. No creo que tengan mucha esperanza.
-¿Por qué lo dice?
Pero Logan solo rió como se burla el viento de las olas al pasar. Afuera, las luces de una ciudad en neblina anunciaban su pronta llegada a la estación.
• • •
Las celebraciones del final del otoño relucían en decoraciones ámbar como los ojos maravillados del médico y rojas como las hojas caídas. Al lado de Vik, Logan era un poste más de los que sostenían los faroles encendidos del camino entre la estación y el palacio.
-¿Celebran en el sur? -preguntó Vik, un cigarrillo entre sus dedos y un abrigo negro sobre la camisa de su uniforme.
-Ya no. -La tentativa sonrisa de Logan se desintegró en una pasiva seriedad que a muchos les sugería ideas equivocadas sobre ira.
-¿Ve las luces? Llega en medio de la fiesta de la cosecha. -Vik tomó una calada del cigarrillo y el humo hizo que el médico se alejara de su acompañante-. Intente pasar desapercibido. Su audiencia será esta noche cuando termine la fiesta.
Pasar desapercibido era una de esas cosas que le resultaban difíciles. Sus instrucciones eran extremadamente simples como eran imposibles: recibir ayuda del norte, sin importar cómo. Vik, entonces, era el aliado que mencionó Thalía cuando le entregaron su misión.
-Podría esperar en la ciudad hasta que termine, ¿no? -preguntó Logan con conocimiento de la respuesta.
El camino rodeado de casas, que ascendía una colina, se detenía frente a las puertas de los jardines de un palacio y sus muros. En aquellas puertas metálicas la magia se detallaba en runas cuidadosamente grabadas y las flores que la mantenían estable.
-Sería una falta de respeto. -Vik se detuvo ante las anchas puertas y ellas se abrieron sin que los soldados se movieran de sus puestos.
¿No servía más en el frente que en las paredes blancas y decoraciones doradas de un palacio? Nunca se le habían dado las relaciones y menos las internacionales. Sus manos, incansables, acomodaron la corbata lila y se debatieron entre diversos ritmos tamborileados una mano contra la otra. Hace solo dos días llevaba un traje azul oscuro de médico. Ahora llevaba una camisa rojo sangre y una chaqueta negra que lo apretaba como una serpiente.
La fiesta se extendía hasta los jardines, donde fuentes de luz iluminaban cada flor del otoño. Invitados, como semillas derramadas, caminaban entre los caminos por los que Vik guiaba al médico al interior.
-Quieto, señor Foscor -susurro Vik cuando el pasillo demasiado iluminado y demasiado decorado se hizo visible a través de una segunda puerta, totalmente abierta.
Y como odiaba que le dijeran eso.
-No, gracias -replicó quizá de forma automática, aunque no por ello menos verdadera.
Los invitados parecían materializarse con la luz a medida que avanzaban. El salón de eventos era un enjambre de avispas zumbando con la fiesta.
Dos pisos de altura con ventanales que se extendían desde el suelo hasta los candelabros. Altos, delgados y con diseños florales intrincados. Flores del otoño colgaban junto a luces por todo el salón
Para su suerte, Vik dibujó una sonrisa que, brevemente, llegó a sus ojos. Se detuvo a la entrada del salón y le señaló el final de su travesía conjunta.
-Suerte -dijo antes de desaparecer en el interior, entre hombres y mujeres vestidos con sus trajes, y meseros en uniformes verdes y morados como los colores del norte.
Logan habría jurado que Vik había sido sarcástico, pero de ello no podía estar seguro. Podía, sin embargo, decir con mucha seguridad que la música rebotaba con inmensurable fuerza en los ventanales que daban al jardín y que tantas personas en una habitación, con tantas copas de vino, nunca es una buena idea.
Hace años el sur y el norte habían sido uno, antes de la reina y de las historias sobre ella. Pero nunca habían sido los mismos, ni en cultura ni en ideas. Él era un extranjero allí, lo sabía y lo era, allí y en todas partes. Le era familiar la sensación de observar por un cristal el compás de aquellos bailes conocidos y ajenos, el no saber a dónde moverse. No es que le disgustara bailar, todo lo contrario pero allí no encontraba su compás.
Al otro lado del alargado salón y al pie de la escalera, la reina del norte pasaba desapercibida para Logan. Mantenía una conversación con una mujer de cabello suelto cuyo color recordaba a las calabazas del otoño y su traje verde a la primavera. El vestido de la reina capturaba la luz en pliegos púrpura y detalles broncíneos a juego con la corona. Detrás de ambas los ventanales traían la luz de la luna, que se perdía con la luz dorada de los candelabros.
-¿No deberían saludarte todos tus invitados, Alessia? -preguntó la mujer a la reina; sus azules ojos fijos en la alta figura que, a todas luces, estaba perdida en aquella multitud-.Es como de otro planeta.
Alessia giró la vista al invitado. Su vista no era lo que solía ser, no desde el accidente hace unas semanas, y no regresaría en un tiempo. La distancia le permitió ver una silueta bajo las luces del salón y las flores violetas en las paredes.
-No puedo ver tan lejos, Cass -le recordó con pesar y bebió de su copa.
-Lo olvidé. -Cassandra buscó otra vez al muchacho y lo encontró junto a un arreglo floral-. Joven, quizá demasiado, cabello oscuro, piel como la superficie de la luna, perdido en el mundo y más alto que cualquiera en el salón. Imposible no verlo. Definitivamente no es de aquí pero tiene una invitación en la mano. ¿Qué hace? Tal vez quieras que Cy lo investigue.
-Debe ser el diplomático de Etiola. -El país del sur, país porque ya no eran los mismos y ella se había asegurado de aquello. La luz se reflejó en el borde cristalino de la copa y se sumergió en el oscuro líquido en su interior cuando bebió un sorbo-. No puedo creer que mandaran a alguien tan inepto.
Cass sonrió con indulgencia y los atisbos de la burla.
-Permíteme traerlo. -Y si sus intenciones eran buenas o pie de desastre, eso no lo sabía la reina. Su general podía ser impredecible y, quizá por ello, era perfecta para Cyrus-. Así puedes ver con quien vas a perder el tiempo.
-Bien, pero no lo espantes todavía. Quiero saber a qué vienen esos inútiles de Etiola ahora -Alessia dejó a un lado la copa vacía y paciente esperó al desastre que se avecinaba- y por qué me enviaron a alguien así.
Cass encontró al diplomático con la vista perdida en las decoraciones. La música traía en él un suave movimiento como las ramas llevadas en un baile con la brisa.
-Usted debe ser quien llegaba hoy de Etiola -habló a la espalda de aquel hombre. Aunque debía mirar hacia arriba, Cassandra mantenía la autoridad en su voz-. Claramente.
Logan se giró en busca de quien le hablaba y asintió. Sabía, por experiencia, que tenía la expresión de alguien perdido dentro de un laberinto. La multitud que bailaba, junto con las mesas redondas dispuestas con comida e intrincados manteles turquesa y dorado bien podrían haber formado un laberinto.
-¿No piensa saludar a su majestad? -Lo preguntó de una forma que, incluso para él, era una advertencia.
-No la he visto -admitió sin intención de inventar excusas. Había demasiadas personas con joyas y voces como para distinguir una en particular, incluso si esa era una corona con su reina -. Su corbata es muy bonita.
Cassandra no ocultó la risa. Su corbata, verde esmeralda como el resto del traje, a excepción de la camisa blanca, contenía las siluetas de las hojas del final de otoño. Pero ni los vivos colores distinguían a una persona de otra en una fiesta así.
-Gracias. Escucha, la reina es esa de allí con la corona. Ve, saludala y evita más problemas para ti y tu gente. -Finalmente la intención no era tener dos frentes, de eso Cass estaba segura -. Y bebe algo.
-No me gusta el vino.
-No importa. -Cassandra tomó una de las copas de los meseros y la puso en sus manos. Empezaba a preguntarse a quién habían enviado y que clase de idiotas estaban manejando la resistencia al sur-. Después me lo tomo yo.
Logan alzó la vista a la reina. Sabía a quién buscaba, claro la corona decía mucho, pero a pesar de las fotografías, no habría podido reconocer sus facciones. Tez oscura, como muchos de los invitados; pero sus ojos celeste deseo, casi extraordinario debieron resaltarla. Sus ojos contenían la niebla de la ciudad, como los del médico alojaban al sol.
-¿Cómo tengo que saludar? -Miró la copa en sus manos y formó una mueca con el amargo olor del alcohol.
Cassandra no hizo nada por ocultar su sorpresa. Se giró hacia la reina y sus ojos comunicaron cada pizca de incredulidad. Alessia, sin atinar a distinguir la expresión de su general, se limitó a buscar donde esperar junto a las columnas y entre conversaciones tediosas.
Las fiestas mantienen a un pueblo alegre y a la reina con una reputación soportable.
-Con una reverencia, obvio- dijo empujándolo en dirección opuesta de los escalones que salían del salón a los pisos superiores y donde la luz se fundía en sombras.
Logan encontró su camino entre la gente. Los ruidos adormecían su mente entre decenas de conversaciones y la música de un violín. Se detuvo a unos metros de la reina y, tal como Cassandra le había indicado, hizo una reverencia, en apariencia torpe, que derramó vino en el suelo de mármol.
De haber llegado a tiempo, punto que no había dependido del médico, su presentación habría sido oficial y frente a la mesa de la reina. Pero los trenes tienen horarios y esta versión improvisada de una formalidad se volvía un espectáculo de comedia para un salón que hervía con personas.
-¿No hay un nombre que acompañe al saludo? -Alessia preguntó, tan divertida como Cassandra, que encontró su puesto al lado de la reina.
Con una sonrisa oculta detrás de su copa, se apoyó en la columna. A su lado la reina observó a su invitado con las manos juntas frente a ella. Los nervios del hombre eran delatados por la traición de sus manos. Correcto o no, eso era lo que entendía; porque ante ella había un ser que bien podría haber pertenezco a otra realidad y no solo a otro país.
-Sí -dijo el médico. Tardó más de lo que debía en comprender que debía decirlo, el tiempo suficiente para que la risa se abriera camino en los labios de Casaandra-. Logan, majestad.
Logan, cuya mente no se decidió por un apellido a tiempo para decirlo, opto por dejar las cosas así.
-¿Solo Logan? -inquirió la reina, casi divertida; casi, pues su imagen corría peligro con una sonrisa que no fuera cruel.
Cassandra seguía los movimientos del diplomático: la forma en que sus ojos seguían las luces, y sus manos como el movimiento errante de un músico improvisando sobre un piano. Alessia no podía ver las expresiones del hombre frente a ella, el color de sus ojos o detalle alguno; se contentaba, por tanto, con los movimientos que podía percibir. Había una conclusión posible y era la misma a la que había llegado Cassandra, ocultaba algo.
Logan asintió enderezando su postura. Había oído mucho sobre la reina y los diplomaticos que no regresaban, pero no le gustaba asumir y, de una forma u otra, su fracaso estaba dictado desde que subió al tren. Quizá por eso los nervios eran algo inexistente y la confusión sobre cada aspecto de la misión, absoluta.
Los ojos de Cassandra encontraron los de Cyrus detrás del médico, en una de las mesas de dulces más cercanas. Un movimiento de su mano le indicó que se acercará.
Con inquietud el silencio tomó la sala y se propagó entre los nobles y su curiosidad venenosa. No era una conversación que debiera ser escuchada.
-Bien, Logan. Tenemos una reunión, ¿no es así? Ya conoces a mi general. Ella es la única que tiene cosas que discutir contigo. -Alessia índico con una mano a Cassandra. Una amenaza es lo que era aquel hombre y confiaba en los líderes de su ejército para descifrarlo antes de que su reunión pudiera acabar en aseisianto. ¿De quién? Nadie estaba seguro de eso-. Te presento a Cyrus, él se encarga de lo demás.
«Lo demás» no estaba claro para Logan. Cyrus era alguien que, como Vik, tenía porte militar y esas no eran buenas noticias. Su cabello rubio platino tenía un corte bajo; contrastaba con su piel parecida a la de la reina y sus ojos, de un verde desteñido, que lo observaron a través de hielo. Su mirada lo distrajo de la conversación entre Cassandra y la reina.
-Pensé que sería después de la fiesta. -Lo que para otros sonaba a altanería, para Logan era curiosidad genuina. En definitiva algo había cambiado, algo que quedaba en tinieblas para él.
-Mientras antes mejor, ¿no? - Cassandra dijo con una frialdad que compartía con la noche y las nevadas que estaban por venir-. Deberían mandar soldados, no políticos.
Logan no supo cómo decirle que no era ninguna de las dos, menos ante la risa de Cyrus. Su confusión crecía como los rumores entre los demás invitados. Oía sus murmullos y sentía sobre él decenas de miradas que lo presionaron a aceptar aquel adelanto.
Cyrus le indicó que le siguiera por pasillos poco iluminados en contraste con el salón. Logan agradecía el silencio amortiguado por las heladas paredes de piedra. En la pequeña sala en la que entraron un fuego hacía las veces de fuente de luz detrás de un escritorio. Con el contenido de un frasco Cyrus avivó las llamas. Las estanterías en las paredes y sus curiosidades quedaban, aún así, ocultas en sombras, sombras que a Logan nunca le habían estorbado para ver.
La puerta al cerrarse lo arrancó de los otros frascos y libros que exploraba en las estanterías. En cada uno se repartían plantas, minerales y partes animales, que cualquiera con alguna experiencia reconocería por su uso en la magia.
-¿Qué buscan aquí ? ¿Para qué te envían? -Cassandra lanzó los guantes, verdes como el resto de su traje, sobre la mesa. Recogió su cabello en una coleta y lo miró desde detrás del escritorio-. Porque estaban muy felices cortando comercio con nosotros hace algunos años.
Pero en aquel cuarto solo se escuchó el sonido del fuego y la distante música de un salón que regresaba a su fiesta. Cyrus rodeo a Logan para cruzarse de brazos junto a la general de Leván.
-Estamos perdiendo el tiempo, Cass -susurró el hombre-. Nos mandaron algún tipo de broma.
Cassandra masajeó su cien y suspiró. Cuando la discusión se volvió un susurro indescifrable, Logan dió un paso al frente; sus pisadas se fundieron en el silencio de las sombras.
-Le duele la cabeza -apuntó. Eso era algo que sí podía saber y, sobre todo, decir. Tenía instrucciones-. Perdón, solo puedo hablar con la reina.
Cassandra busco en Cyrus una salida a la estupidez en que los habían enfrascado; debían prepararse para que los ataques terroristas escalaran al norte y perdían el tiempo con esto. Este no podía ser el diplomático Etiola. Por otro lado, Cass no dudaba de posibles segundas intenciones de sus vecinos del sur.
-¿Por qué habría de llamarla? Estamos en medio de una fiesta. Nosotros no somos los que tienen problemas, niño. -Cyrus dijo, a pesar de la desaprobación de Cassandra, que lo pateó bajo la mesa-. Y no corremos riesgos innecesarios.
Logan tenía la mirada fija en el movimiento de las llamas y su hipnotizante vaivén. Tenía instrucciones muy claras. No veía riesgos en una reunión, en un pedido de auxilio.
-Yo sigo órdenes. -Fue la simple respuesta del médico, que se había acercado al escritorio y trazaba en aquel negro mármol siluetas sin sentido recorriendo los detalles en la piedra.
-Mira, no voy a perder el tiempo aquí y no tengo paciencia para arrancarle respuestas. Voy a llamarla. -Cassandra golpeó la mesa con su mirada fija en el jefe de espías y su prometido.
Logan, que conocía a la perfección los rumores de cuartos silenciosos y cadenas, tampoco tenía deseos de que lo torturaran por respuestas que él, con gusto, daría a la reina.
-Cass, podría ser un truco y, aún si no lo fuera, la reina odia estas reuniones -le advirtió Cyrus, mas sólo consiguió que ella se dispusiera a salir-. ¡Cassandra!
-¿Qué va a hacer? El no trae armas, lo revisaron en la estación. Créeme que esta va a interesarle. Están desesperados, y si ellos lo están nosotros deberíamos estar asustados. - Cassandra lanzó la puerta al salir.
El sonido vibró en los cristales. Las manos del médico, por instinto, se alzaron para cubrir sus oídos y cayeron con la misma velocidad. Sus pies, desobedientes, lo llevaron hacia las estanterías y a un frasco cuyo contenido conocía. La magia no se oculta fácil y él era experto en magia medicinal.
-Deja eso antes de que te mates -le advirtió Cyrus desde la silla del escritorio.
-Veneno -dijo Logan sin apartar la vista del contenido de un azul atractivo-. ¿Por qué?
No pudo evitar pensar en aquellos que, en su país, utilizaban armas nunca antes vistas para acabar con la magia, con este tipo de magia y con la suya, porque acabar con una requiere acabar con la otra.
-Para deshacerse de inconvenientes. Te recomiendo que no seas uno y dejes eso donde estaba. -Cyrus se levantó de la silla y arrebató el frasco de las manos del médico.
Logan era más alto, por algunos centímetros si no era más, pero no opuso resistencia cuando Cyrus le indica que se sentará frente al escritorio. En una copa, Cyrus vertió el contenido de una botella de vino que sacó del cajón. Toda la luz se sumergía en los pliegues negros de su traje, similar pero no idéntico al de Vik..
Cyrus le tendió la copa y Logan negó con la cabeza sin mirarlo.
-Es extraño encontrar alguien que no le guste el vino -dijo alguien a su espalda.
Al girarse Logan encontró a la reina. Cassandra, como siempre a su lado, recibió de sus manos la corona de bronce de un diseño orgánico, como el aleatorio crecimiento de las vides. La tela del vestido al deslizarse le recordó a Logan al bosque, al fuego y cosas que no quería recordar.
Había algo en la reina que le resultaba curiosamente familiar, quizá por las veces que su imagen había aparecido en los periódicos. Se preguntó, aunque sabía que no era correcto averiguarlo, si sus rizos rojizos, que tanto contrastaban con el café de su piel, eran teñidos.
-El sabor rara vez me gusta. Y el efecto es desagradable. -Logan se levantó de su asiento al tiempo que la reina se sentaba en la silla que Cyrus había ocupado hasta que Logan empezó a buscar donde no debía.
Alessia dibujó una sonrisa oculta detrás de su mano en un delicado gesto que revelaba los dorados anillos en ella.
-¿Qué clase de hombre es, Logan?
Para sorpresa de Alessia, que esperaba, por su vacía expresión, que fuera difícil hacerlo sonreír, Logan le mostró una sonrisa sincera, de aquellas que confirman una teoría: alguien como él nunca había pisado un frente.
-La mayoría no me contarían dentro de la misma especie.
-¿Por qué enviarían a alguien así?
La sonrisa del diplomático fue peor que los reportes de explosiones como ninguna magia podía crear y cuerpos asesinados por algo distinto a todo lo que se hubiese visto.
-Porque ya estamos perdidos.
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