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Á Paris


Cuando me toma en sus brazos,
Me habla todo bajo
Veo la vida en rosa,
Me dice palabras de amor
Palabras diarias,
Y eso me hace algo
Entró en mi corazón,
Una parte de felicidad
Que conozco la causa,
Es él para mi,
Mí para él en la vida
Me lo dijo, lo juró
Por la vida.
Y en cuanto lo perciba
Entonces siento en mi
Mi corazón que late.   

(La vie en rose - Edith Piaf)

Eran apenas las 12 del día cuando la mayoría de los parisinos salían de sus casas a caminar por las calles, directos a hacer aquello a lo que cada quien se dedicaba a hacer de su vida. Posiblemente la vida en París comenzaba desde muchas horas antes y cobraba color desde que el sol salía, sin embargo, el mundo de M empezaba cuando abría los ojos al mediodía.

Solía pensar que nada existía hasta que ella lo observaba, tal y como lo decía su amado Borges en un poema, pero M se situaba en el centro del todo, porque era su vida y podía verla como se le antojase. Si quería un día ser la chica de sombrero rojo que se paseaba por (inserte cualquier nombre de una calle parisina, ahí seguro estaría M), lo sería. También aquella que compraba el pan todas las tardes, la que cada semana tenía un diferente libro o esa que parecía no tener ninguna labor porque todo el tiempo no hacía nada, esa chica sería M.

Y no es que no estuviera haciendo nada. Continuamente se preguntaba el significado de 'nada' ¿existe realmente? Para M no existía quien pudiese simplemente no hacer nada, porque, aunque se estuviese quieto, había una sola cosa que se seguía realizando sin poder detenerse: vivir.

La señorita M, tenía una labor que podía decirse ante los ojos de los ennuyeux, era 'nada' y que para ella constituía la vida misma. Escribía.

Cualquiera que la viera a los ojos se daría cuenta que M, no era parisina, posiblemente ni europea y sería más oriental. Por eso verla tan tranquila por las calles, cada día con un aire aún más fresco que al ayer, se preguntaban qué era lo que hacía en París.

Entonces decía: estoy escribiendo una novela.

Y todos caían a la comprensión total, porque no existía mejor ciudad que esa para que un escritor se inspirase. Luego de haber leído Rayuela, de su queridísimo Cortázar, M decidió que debía salir de su ambiente aburrido e irse a crear la mejor de sus historias. ¿Qué mejor lugar que la belle Paris?

Luego de nueve meses, lo equivalente a un estado de gestación, la señorita M no tenía nada escrito en su computador tan nuevo que tenía y se sentía tan vacía como si hubiese perdido a un bebé, porque como dije anteriormente, para ella aquello que creaba en palabras era la vida misma.

Salía cada día a las calles con fe renovada de que vería ese algo que le gustaría, eso que le daría la chispa de volver a escribir y se aferraría a ello hasta que sus dedos dejasen de teclear. Por eso salía feliz a pasear, porque llevaba consigo la esperanza de que ese día se convertiría en algo memorable.

Y no ocurrió nada por días, porque como en toda buena historia, lo más largo no era en sí la trama sino el comienzo del principio...hasta que llegó su inusual evento.

La lettre.

"Mi estimada M, como he visto que llevas tanto tiempo por aquí buscando tu propia musa, he decidido convertirme en la tuya. Ve a la estrella de París, es nuestro comienzo.

Señor J"

Apretó el papel contra su pecho emocionada, ¿quién? ¿Quién? Repetía en su cabeza, porque haberla encontrado justo en el lugar donde siempre se sentaba a degustar su baguette, significaba que la observaban con detalle, un admirador tal vez.

En vez de temer, su mente romántica quiso creer que por fin una aventura se abría ante ella como siempre le habían prometido: En París encontrarás el amor.

No tuvo que pensar demasiado, la estrella seguramente sería el hogar del triunfo. Tomó el primer camión que vio pasar a sabiendas de que le llevaría a su destino y así comenzó su pequeña historia. Mirándose en el reflejo de la ventana de ese rojo automóvil, mostraba una preciosa sonrisa, la señorita M amaba el romance y más si estaba destinada a su persona.

Los miles de parisinos inundaban el Arco de Triunfo, le causaba cierta gracia aquel nombre, se pensaba si con sólo pararse debajo de él obtendría lo que tanto buscaba...caminó con paso decidido, contra el asfalto se escuchaba el taconeo de sus botas altas y posiblemente parecía un manchón rojo con ese abrigo que resaltaba su piel. Justo debajo del triunfo, había otro papel, lo recogió con cuidado mirando hacia los lados por si se encontraba con algún sospechoso.

"En el inicio de París, te vi por primera vez, entra a tomar la delicia que calienta el alma.

Señor J"

Chocolate. Eso era, recordaba a la perfección quién le había dicho eso una tarde que probó el mejor chocolate caliente. Se apresuró a caminar hacia allí, manteniendo la diversión en su feliz ser.

Le Chat Noir.

Así se llamaba la cafetería, tan pequeña que apenas si era notada y para M eso era bueno, así no compartía ese paraíso con personas insulsas. Sin embargo, aquel misterioso hombre seguramente conocía el encanto que tenía ese lugar y que posiblemente le tenía el mismo cariño que ella.

—Oh, señorita M, es bonito verla — le saludó la señora K, quien siempre le atendía con una gran sonrisa.

—Bonsoir — saludó alegremente, en el aire se respiraba el aroma del café, tan amargo y dulce al mismo tiempo.

La señora K la llevó hasta la mesa favorita de ella, porque estaba algo apartado del resto y parecía estar en un mundo más alejado. Ahí había otra carta esperándola para que cobrara vida todo ello.

"Deberías volver a escribir en papel, quizá te ayude mi creadora de vida. Te veías hermosa con la pluma y esa boina roja.

Señor J"

Sonrió de inmediato, claro que recordaba esa vez que también llegó a esa cafetería y comenzó a escribir un pequeño poema sobre la belle Paris en una servilleta. La señora K con una sonrisa de complicidad, le sirvió una taza de chocolate y le dejó varias hojas.

"Podrías escribirme cómo deseas conocerme.

Señor J"

Más notas y la señorita M se vería completamente enamorada de un desconocido que le conocía muy bien, pero que ella poco conocía y eso se le hacía injusto. Comenzó a escribir cómo le gustaría conocerlo, porque por mucho tiempo pensó que quizá encontrarse a alguien que supiera quién era Cortázar le haría realmente feliz.

Ver enfrente de ella a otra persona sosteniendo su libro favorito, Rayuela, le satisfacería.

"El encuentro ya lo hemos tenido, señor J, lo que no tengo es un rostro, ¿pero ¿qué es esa insignificancia a lado de cartas? Mejor aun cuando todo mundo envía mensajes...

Señorita M"

Tomó toda su taza caliente y de pronto pensando en la fantasía que era París, en ese espejismo que podía convertirse porque tal vez vagaba en un desierto, la inspiración llegó para quedarse. Estuvo quizá mucho tiempo escribiendo, tachando y volviendo a hacer en la blancura del papel, cuando terminó la señora K le entregó otra carta.

"Es indispensable dormir, despertar al medio día nos quitará tiempo...Te veo en el Passage Verdeau.

Señor J."

Entregó la carta a quien era la intermediara entre los dos y cuando intentó pagar, obtuvo un no, ya lo habían hecho por ella. Regresó a casa a inundarse más en palabras que formarían un nuevo mundo.

***

"Seguro conoces a Edith Piaf, de todas formas, nadie se cansa de su voz.

Señor J"

La señorita M frunció el ceño, ella podría ser la excepción y detestar escuchar lo mismo en Paris...Sonrió, jamás se cansaría de escuchar esa voz, amaba ese romántico lenguaje que salía de esa famosa cantante, podría pasarse horas con la misma canción, La vie in rose.

En esa pequeña tienda de música, podía escuchar cualquier tipo de música clásica, consolidadora de lo que era París ahora. Terminó comprando un álbum de Piaf, muy caro, pero valía la pena. Y cuando se lo dieron, otra carta más, ¿qué clase de hombre era si tenía muchos cómplices en todos lados?

"Me pregunto, si ya será hora de vernos, señorita M...estoy nervioso de no llenar sus expectativas.

Señor J"

Se jactó de ello, no esperaba encontrarse con el David de Miguel Ángel, nada que ver, ella solamente deseaba poder intercambiar alguna palabra con el tan esperado Señor J. Esta vez no le dio la indicación de que fuera a algún lugar, lo cual le extrañó en un principio, revisó nuevamente la última carta de ambos lados, al reverso se encontraba un pequeño dibujo. Una rayuela.

Comprendió pues que quizá debía seguir el ejemplo de la Maga y Oliveira, simplemente caminar por la zona y esperar encontrarse con quien debería ser el señor J. Las dudas le asaltaron, porque al menos sus dos personajes favoritos se conocían muy bien y ella poco sabía del que era su admirador. Supo entonces que probablemente sería él quien daría con su presencia, porque al parecer la conocía muy bien, dejó de pensar, caminó entre tantas personas con su tan famoso gorro rojo.

Preguntándose lo mismo que el señor J, si llenaría sus expectativas cuando intercambiaran algún dialogo o le parecería algo aburrida, fue que se descuidó un poco y pasó justo cuando alguien alzaba su mano, tirando el gorro rojo de su cabeza.

—Ah — dijeron en sorpresa dos personas, miraron la prenda en el suelo y luego se agacharon para recogerla.

Ambas manos se toparon, haciendo que inevitablemente sus ojos hicieran lo mismo. Delante de la señorita M estaba un joven que provenía del mismo lugar que ella, lo supo por sus lindos ojos rasgados que, al momento de sonreír junto a sus labios, le pareció un hombre...que le quitaba el aliento. Luego cayó en cuenta que ya lo había visto...porque él era el hijo de la señora K.

Todo encajó en su cabeza con tan pocas piezas, le ayudó también la forma en la que le veía, lleno de nerviosismo y hasta cierto cariño que desprendía un valioso interés.

Le sonrió.

—Este gorro siempre se le ve muy bien, señorita M — dijo poniéndolo cuidadosamente en su cabeza.

Era el señor J.

Lo que sucedió después, es otra historia, porque como dije, lo más largo en ocurrir en una historia es el comienzo del principio.


¡Hola chicxs! Esta vez les traje un OS muy cortico de Chen, espero les haya gustado tanto como a mí ♥ Me pregunto si debería hacer otra parte :v? 

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