Maratón 3/5:
Afueran habían pocas personas, algunos (como Sarah Carpenter y Peyton Clark) arrinconados contra la pared metiéndose la lengua hasta la garganta y otros (como Camila Duin y Cameron Boyce) solo conversaban como parejas normales y civilizadas. Me acerqué a ellos, quienes sonrieron... hasta que le di un zape a Cameron en toda la frente.
—Aaaaauch —se quejó—. ¡¿Y eso por qué fue?!
—Por andar de paparazzi cuando no te llaman. ¿Alguno de ustedes ha visto a mi novio en una persecución con un oso azul vestido de ramera?
—Esa definitivamente es una pregunta que no te hacen todos los días —murmuró el pecas.
—Ni que lo digas —dijo Camila—. Y sí, se fueron para atrás. Por cierto, ______, feliz cumplea...
No la dejé terminar. Y no es porque sea maleducada ni mucho menos, pero no eres la misma cuando tu hermano quiere matar a tu novio.
Mi vista al dirigirme a un costado de la casa inmediatamente se fue hacia la escalera de emergencia que conectaba con mi habitación. Ahí encontré a Honguitochico, en la cima de la escalera, dando gritos y toques frenéticos a la ventana del dormitorio. Más abajo estaba Diego, batallando consigo mismo para que el disfraz cupiera en el pequeño espacio entre la pared y el barandal, y sin conseguir mucho éxito. En sus manos sacudía amenazadoramente una rama de algún árbol.
—¡Voy a asesinarte! —gritaba, como si Corey no se hubiese dado cuenta ya.
Hice un hueco con las manos alrededor de mi boca.
—¡Hey, Honguitochico! —exclamé.
Ambos, osa y humano, voltearon. Le hice señas a este último y por suerte entendió, y lo mejor fue que lo hizo primero que Diego, así que para cuando descubrió lo que pretendía, Corey ya había saltado de la escalera y venía corriendo hacia mí. Su cara pedía indicaciones.
—No preguntes, sólo corre.
—¡EH! —gritó Diego.
Por un segundo creí que vendría en nuestra búsqueda, y eso seguro era lo que iba a hacer, pero desgraciadamente (para él) se quedó atorado en la escalera. Tomé a Corey de su manga y lo jalé conmigo.
—Andado.
Mi hermano seguía con sus chillidos.
—¡_____, vuelve acá! No trates de salvarle el trasero que no tiene, ¡VOY A COSERLE EL CULO!
Corey hizo una mueca de dolor y asco a la vez. Yo rodé los ojos y halé de nuevo. Juntos corrimos hasta salir del patio de la casa. La música, risas y los gritos de Diego dejaron de escucharse cuando doblamos una esquina, pero aun así no dejamos de avanzar. Pensaba que en cualquier momento la osa prostituta azul le saltaría encima con hilo y aguja para cometer lo prometido, y por eso no me sentí segura hasta que estuvimos a dos o tres calles lejos de la fiesta.
Me senté en la acera, jadeando. Honguitochico también lo hizo.
—Eso... estuvo intenso.
Lo miré. Tenía el cabello alborotado pegado a la frente y los lentes torcidos. Se los acomodé con la mano... luego le di un zape.
—¡Hey! ¡¿Y ahora qué hice?!
—No lo sé, sólo sentí que era el momento justo —encogí los hombros—. Por cierto, ¿por qué le gritabas a la ventana?
—No le gritaba a la ventana, ¡le gritaba a Sabrina! ¡La muy rubia teñida no me quiso abrir!
—Sabrina es rubia natu... Espera. ¿Qué carajos hacía ella en mi habitación?
—Esa boca, Sarcastichica —rodé los ojos—. Y no sé. Cuando toqué ella estaba hablando con Bradley en plan... ya sabes... azucaraditos.
Tuve que hacer esfuerzos para no parecer sorprendida. Esa zorra rubia teñida no tiene pudor alguno.
—Menos mal te pidió un condón —mascullé.
Negó con la cabeza, riendo. Yo miré la carretera, soltaría como el corazón de Katherine (te amo) y oscura como Amir (a ti no... mentira, si lo hago). Las únicas luces provenían de las casas del vecindario y el único sonido era de las respiraciones agitadas de mi novio y yo, que se iban calmando poco a poco.
—Bien, luego de todo esto... ¿Cuál es el plan? No creo que podamos volver a la fiesta.
—Ni yo. Aunque si te soy sincera, no quería hacer un alboroto por mi cumpleaños. Eso iba a dejarlo para los dieciocho.
—¿Y por qué lo hiciste?
Hice una pausa, pensando. Luego alcé los hombros.
—Antonella quería hacerlo. Y... no lo sé, creo que acepté porque mamá no está y es la primera vez que paso un cumpleaños sin ella.
—Te entiendo; el primer cumpleaños sin mamá me vi algo mal. Por suerte Rowan estaba ahí para hacerme olvidar de todo llenándome la cara con glaseado de vainilla. Un buen exfoliante, te lo recomiendo.
Me eché a reír. Corey pasó su brazo alrededor de mi cintura y me acercó a él.
—¿Y la llamaste? —preguntó.
Asentí, recostando mi cabeza en su hombro.
—Esta mañana. Me deseó feliz cumpleaños y lloró porque yo me estaba poniendo grande y ella vieja.
—Típico.
—La está pasando bien. Dice que Miami tiene playas bonitas.
—¿Siguen con el teatro de que es un viaje de negocios?
—¿Tú qué crees? Todo el mundo sabe la verdad, pero ellos mantienen su palabra. Por supuesto hice insinuaciones de que podían volver con un anillo de matrimonio y hermanito nuevo, pero mamá dijo que cerrara la boca. Que ya suficientes bebés con el que va a tener la tía Rosa... Claro, eso es hasta que Froy y yo pinchemos los condones y cambiemos los anticonceptivos por pastillitas de menta.
—De verdad quieren verlos juntos, ¿no?
—No por nada gastamos diez dólares cada uno por las franelas del TeamNerick, Honguitochico.
Corey se echó a reír
—Me recuerdan a mí cuando quise hacerme una camiseta del TeamAmir.
—¿TeamAmir?
—No se lo digas, pero en secreto quería que Mel saliera con él.
—Pensé que querías a su novio de Florida.
Soltó un resoplido.
—¿Simón? Tenía más ego que neuronas, solo pensaba en él. Al cambio Amir... se le notaba a mil kilómetros que estaba enamorado de Melanie.
—Pero claro, como todo mejor amigo le tocó estar en la friendzone.
—Querrás decir en la "negrozone" —corrigió y yo me reí—. Eh, no te burles. El pobre de Amir la estaba pasando mal.
—¿Y crees que no me di cuenta? ¡La vez que intenté ayudarlo me salió conque vomito canciones de Mark Anthony!
Corey encogió los hombros.
—Tiene algo de razón —alcé una ceja—. No me mires así, Sarcastichica. Sabes que siempre ayudas a los demás metiéndote en sus problemas. ¡Y no te estoy llamando entrometida! —Apuntó, en vista de que iba a reclamar—. Lo que intento decir es que lo que haces es bueno porque lo haces de corazón (o lo que tengas ahí dentro)... Y tampoco digas que no porque muy bien puedo enumerarlas. Pero simplemente algunas personas, como Amir, no quieren ser ayudadas.
Ahora fui yo quien resopló.
—Por mí no, pero muy bien que accedió a irse con Katherine a comer pizza.
—Número uno: no accedió, Katherine se lo llevó a la fuerza. Número dos: la cosa no sirvió de mucho, porque en cuanto regresó se puso a mirar fotos de mi prima con cara de «me quiero morir» y número tres: ¿quién le va a decir que no a una pizza?
Lo que decía era cierto: ¿quién carajos negaría una pizza? Además también tenía un poquito de razón en lo de querer ayudar a la gente. Digo, no soy la Madre Teresa de Calcuta versión 2.0 pero mi manera de ser (si, lo admito; soy una entrometida) a veces tiende a llevarme por ese camino. Aunque...
—Pero oye, no me des todo el crédito a mí —le pegué en el hombro complicemente—. Tú también has hecho de las tuyas. ¿O te olvidas de todas las veces que, como ahora, me ayudas aclarándome las cosas con tus explicaciones de niño grande?
Sonrió, algo sonrojado, y se acercó para darme un beso cortito.
—Es un honor hacer que razones —susurró—. Pero no te creas: algunas veces lo hago para sentirme superior a ti en algo.
Fruncí el ceño, confundida.
—Eres superior a mí en muchas cosas, Corey.
—Yo no lo creo.
De un movimiento rápido y ágil se levantó, extendiéndome una mano y todavía sonriendo de manera dulce... aunque triste. Le miré requeté confundida. ¿Qué demonios había querido decir con eso?
—No le des muchas vueltas, Sarcastichica —cortó, adivinando mis pensamientos—. Venga, vamos a caminar, en vista de que ya no podemos ni queremos volver a la fiesta.
Observé su mano y luego a él, sin moverme. Corey suspiró con fingido fastidio y cogió mi muñeca, levantándome de un tirón. Nos quedamos frente a frente por largos segundos, con el silencio de la noche envolviéndonos como un acolchado liviano y relajante y observándonos, yo con curiosidad y él con cortante expectación. No necesito ser mentalista para saber que ha cerrado su taquilla de preguntas acerca del anterior comentario. Me rindo.
—Está bien, caminemos.
Sonrió, satisfecho, pero yo guardo mentalmente sus palabras y las agendo en la sección de «Honguitochico > Temas a tratar posteriormente».
Juntos andamos por las aceras, tomados de manos y en silencio. En el cielo solo estaba la luna, sin estrellas que la acompañasen para iluminar, aunque no hacía falta pues en las calles de esta urbanización habían tantos faroles que prácticamente ni un solo sector estaba a oscuras.
En algún punto del camino Corey revisó la hora en su teléfono: eran apenas las diez.
—No estuvimos mucho tiempo en la fiesta —explicó, al ver mi cara de sorpresa.
—Me voy dando cuenta.
—Y te digo algo: si Diego no hubiese querido asesinarme, igual nos hubiésemos ido de allá.
—¿Si? —inquirí—. ¿Por qué? ¿Tenías algo planeado?
—No —respondió—. Pero quería pasar tiempo a solas contigo desde hace rato.
—Ayer estuvimos a solas —comenté.
A Corey se le formó una sonrisita al recordarlo.
—Cuánta razón tienes, Sarcastichica... pero no hablo de "ese" tiempo a solas.
—¿Y entonces de cuál?
Levantó nuestras manos entrelazadas como si eso fuese toda la explicación que necesitaba.
—Además de hablar, claro —añadió—. ¡Oh, mira! ¡Un parque!
Y de la nada me arrastró al parque público que había al cruzar la calle. Me reír, porque junto con llegar había soltado mi mano e ido corriendo a subirse en la estructura en forma de nave espacial. Me acerqué justo al tiempo en que sacaba la cabeza por una de las ventanillas.
—Todo un joven maduro de diecisiete años, por supuesto —ironicé.
—Cállate y déjame ser feliz —me sacó la lengua y volvió a desaparecer.
A los segundos deslizó su cuerpo por el tobogán soltando un «¡wiii!» que solo duró dos segundos pues era más largo que el propio juego. Se cruzó de brazos, ceñudo.
—Que estafa.
Me reí.
—No sé si te diste cuenta, pero el parque está pensado exclusivamente en los niños —enfaticé la palabra y él bufó.
—Eso es discriminación. ¿Acaso los grandes no tenemos derecho a jugar en el parquecito?
—Yo creo que el corto tobogán responde a tu pregunta, Honguitochico. ¿Por qué no vamos a los columpios?
Se incorporó, con los ánimos repuestos.
—¡Buena idea, Sarcastichica! —y corrió hacia allá.
¿Dónde había quedado el Corey maduro? Nadie tenía idea. Este Honguitochico tiene más facetas que un comediante colombiano... y por eso le amo.
Ya en los columpios, ninguno hizo nada para moverse. Solo estábamos ahí, sentados con mi pierna derecha cruzada con la izquierda suya y con las miradas puestas en ellas. A Honguitochico parecía habérsele drenado lo frenético... otra vez.
—¿Te digo un secreto? —susurró.
Pestañeé, mirándolo con una ceja alzada.
—Dígalo.
—Te amo —e hizo una carita parecida a esta «:3».
Rodé los ojos y le golpeé la cabeza.
—Si serás marica, Corey.
—¡La boca! —Regañó, pero también estaba carcajeándose y, de repente, tomó impulso y cantó—: I want to see you SMILEEEEEE-E-E-EEE.
—¿Y eso por qué? —pregunté, riendo.
—Falta un poco de R5 aquí, cállate y sonríe porque —volvió a tomar impulso—: I want to see you SMILEEEEEEEEE.
Empecé a tener un ataque de epilepsia tal que tuve que agarrarme de las cadenas del columpio para no caerme. Al parecer su momento de quietud era una falsa alarma: ahora gritaba «SMILEEE» a los cuatro vientos y se balanceaba al mismo tiempo. Viéndolo así comencé a creer que se había bebido unas cuantas copitas a mis espaldas y le estaban haciendo efecto. Pero me tenía sin cuidado. Justo ahora me sentía feliz y enérgica.
—¡Déjame alcanzarte y hagamos una competencia! —le grité.
Él dejó de columpiarse y me miró con curiosidad, sus ojos entrecerrados tras las gafas y su respiración acelerada.
—¿Competencia? —preguntó.
—Aja: nos columpiamos y luego saltamos. Quien llegue más lejos, gana.
—¿Y qué pasa con el que gane, Sarcastichica?
Encogí mis hombros, divertida.
—No lo sé, Honguitochico. ¿Hacer lo que sea que el otro le proponga?
—¿Lo que sea? —alzó una ceja.
—Nada que involucre un acto sexual, por supuesto.
—Uy, así qué chiste.
—¡SHAIN! —chillé.
Rió, levantando sus manos en plan «relaja una nalga».
—Era broma, era broma... o no. ¡MENTIRA! ¡Sigue siendo broma, no me pegues! A ver, me parece bien. ¿Tenemos una apuesta? —extendió su mano.
Asentí, estrechándosela. Entonces los dos nos pusimos en marcha, envueltos en un aura palpable de diversión y competidísimo. Era obvio que ambos queríamos ganar.
Comenzamos a balancearnos curiosamente sincronizados. Adelante y atrás, adelante y atrás, primero lento pero después cada vez aumentando más la velocidad y ganando altura (saquen el doble sentido, pervertidas). La brisa nos alborotaba el cabello y a mí me ponía la piel de gallina. Escuché a Corey reír a mi lado. Yo también lo hice, siendo poco a poco consumida por la adrenalina que corría en mis venas, expectante e infantil, curiosa por saber qué pasará cuando deje la estabilidad del columpio y sus cadenas.
Probablemente te estrelles contra el suelo y mueras, me dijo mi consciencia, pero la mandé a joderse. En ese momento no había tiempo para lógica ni sentido común.
—A las tres... —dije yo.
—A las dos... —dijo Corey.
—A la una... ¡YA!
Solté el agarre cuando mi columpio estaba en lo más alto. No titubeé en ese instante, pero no les mentiré: sentí un poquito de miedo al verme volando directo al suelo. No obstante, la caída no fue tan dura como lo pensaba... hasta que Corey me cayó encima a mí.
—Auch —nos quejamos al unísono. Luego, de la nada, empezamos a reír como idiotas.
—Creo que me has dejado sin pechos, Honguitochico —comenté, con lágrimas no sé si de dolor o de la risa.
—Perdón por no calcular bien mi trayectoria —respondió, observándome desde arriba. Sus lentes ya no estaban, pero no dije nada pues se encontraba muy cerca de mí—. ¿Quién ganó? —susurró.
—Bueno, ambos caímos en el mismo sitio, con la diferencia de que yo lo hice primero...
—¡Pero yo caí desde mayor altura! —protestó.
—¡Oh, ¿en serio?! ¡Créeme que ni lo sentí!
Corey puso cara póker, pero la misma se le fue borrando debido a mi sonrisita inocente. Él no tiene armadura contra eso, por lo que se dejó vencer: depositó un beso en mi nariz.
—Tú ganas —suspiró—. ¿Qué quieres hacer, Sarcastichica?
Lo observé detalladamente: desde esta distancia sus ojos azules se veían más grandes y más oscuros, como un océano. Y las pecas en el puente de su nariz brillaban debido al sudor que había empañado su cara. Y sus labios finos... para qué seguir hablando.
—Bésame —pedí.
Corey achinó los ojos.
—¿No y que nada que involucre...?
—¡¿Y acaso te estoy pidiendo que me cojas?! —reí—. Por Dios, Honguitochico. ¡Sólo bésame!
—Oookay, como mande la señori...
Pero no lo dejé terminar: hablaba mucho y actuaba poco, me desespera.
Lo besé, enrollando mis brazos alrededor de su cuello y él usando los suyos para apoyarse. Nuestros labios se movían acompasados, como si fuesen engranajes que encajan a la perfección. Por eso me encanta besarlo: nos entendemos de maravilla. Sabemos qué y qué no hacer, cuando respirar y cuando no.
Es mecánica básica.
Creo que en la única cosa en la que ninguno de los dos se pone de acuerdo, es en cuando pasar. Por eso el beso iba tomando intensidad, necesitado y sediento. Nuestras manos ansiosas por recorrer los mismos caminos de ayer, queriendo saber si serán iguales esta vez o cambiarán a otro rumbo más interesante... igual que nuestros labios.
Solté un suspiro cuando los dedos de Corey rozaron mi pierna.
—Creo... creo que ya es suficiente —murmuré, aunque mi cuerpo decía otra cosa.
Corey jadeaba.
—Si... yo también. No queremos que Diego llegue y nos encuentre así. Podría malinterpretarlo.
Me reí. Claro, como si esto no dejara mucho a la imaginación.
Nos levantamos, sacudiéndonos la arena de nuestras ropas y acomodándolas en aquellos sitios en las que se habían movido. Corey, luego de meterse la camiseta dentro de los pantalones, recorrió con la vista el suelo. Consiguió las gafas no muy lejos de donde habíamos caído.
—¿Qué crees que esté pasando en la fiesta? —preguntó, echándoles un vistazo para después ponérselas.
—Ni idea —admití, peinando con las manos mi cabello—.Espero que Anto haya tranquilizado ya a mi hermano.
—¿Crees que lo logrará?
Lo pensé un segundo.
—Sí lo hará.
Corey sonrió, una combinación de incredulidad y diversión muy sexy.
—¿Debería creerte?
Yo hice lo mismo.
—No.
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