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Capítulo 39.

¿Se acuerdan cuando dije que perder la virginidad no dolía?

Bueno, que se joda mi yo del pasado (o sea, ayer).

YO: ESTA MIERDA DUELE MUCHOOOOOO.

YO: TE ODIO POR HACERME ESTO, MALDITOOOO.

YO: OJALA Y TE MUERAS.

YO: Por cierto, feliz cumpleaños. Te amo.

YO: TE REODIO CON TODA MI MALDITA ALMA.

YO: MI CUERPO VA A EXPLOTAR ¡Y NO DEL MODO BUENO, SI ME ENTIENDES!

YO: Pásala bien esta mañana. Adiós. Besos, te veo ahora.

YO: PARA MATAAAAAAAARTE.

—____, marica, no sea dramática —chistó Anto.

Le di una mirada de advertencia, pero ella es Antonella Morales, por lo que ni pestañeó.

—A mí no me mires así si no quieres tener pleito —levantó su puño. Yo suspiré, rendida—. Bien, así me gusta, que me respeten. Toma, para que no te quejes.

Me arrojó una pastilla, y estaba a punto de lanzarme el vaso de agua también, pero como que se lo pensó dos veces y me lo dio en la mano. Si, sabía decisión, Antonella. Tragué la pastilla y volví a hundir mi cabeza en la almohada para ahogar mis quejidos de perrito adolorido.

—Mira, espero que te haga efecto la medicina porque si para la fiesta continúas así, amiga mía, te juro que lo que menos te va a doler será la vagina. Además, deberías salir y darle la cara a Diego, porque el niño anda loco por felicitarte pero le dije que te sentías mal. Creo que está empezando a sospechar.

—Dentro de un rato saldré, Antonella, deja de fastidiar —murmuré contra la almohada, pero de todas maneras me escuchó, porque me dio una fuerte nalgada.

Maldita perra.

—¡Que me respetes! —rugió—. Por cierto, parce, qué buenas nalgas. Yo te doy.

Rodé los ojos cuando escuché que la puerta se cerraba.

Me dije a mí misma que debía esperar un poco para salir, porque si me levantaba seguramente sentiría dolor de nuevo y no es buena idea que Diego me vea así. A pesar de que quiero matar a Corey por hacerme esto (aunque la culpa no fue totalmente suya), no está en mis planes que sea mi hermano mayor el que lo asesine, sino yo.

Revisé mi celular para pasar el rato. En instagram, la aplicación que más uso, había millones de notificaciones de personas que me felicitaban deseándome un feliz cumpleaños. Le di likes a la mayoría antes de pasar a las felicitaciones de mis amigos. Juro que golpearé a Cameron Mica Boyce cuando lo vea: ¡el desgraciado publicó una foto en la que salí horriblemente graciosa! Era de esa vez que fuimos al parque de Disney, cuando comíamos helados y yo derramé un poquito en mi blusa y la limpiaba. Ni me di cuenta cuando me la tomó. Por otro lado, Froy había subido una fotografía de los dos muy bonita en la que salíamos haciendo bocas de pato en un ensayo de The Rivens. En la descripción decía "Feliz cumpleaños a mi pato-humana-hermana favorita. #PatoGansoCUACK" en español.

Rowan y Sabrina me felicitaron por llamada y por twitter también, mostrando ambas una imagen de Corey y yo abrazados en el final de Girl Meets World. Adoro esa foto y según mis dos mejores amigas gringas, ella nos adoran también.

Por último quedó Corey y sonreí al ver la foto que puso: aquella en la que ambos teníamos puestas sudaderas grises pertenecientes a él, frente al espejo y abrazados. Sabe que es mi fotografía favorita.

Escribió: "No tengo palabras para expresar el giro drástico que ha tenido mi vida luego de conocerte. Gracias por no saber patinar y chocar conmigo aquél día. Tú eres el mejor accidente de mi vida. Te amo, mi Sarcastichica. Feliz cumpleaños".

Awww, qué bello. Adoro a ese hongo.

Y lo odio.

Pero le respondí solo lo primero.

Luego de publicar mis felicitaciones hacia él (con la misma foto), salí de la cama para cambiarme el pijama y después bajar las escaleras hasta la sala, donde Antonella y Froy acomodaban los muebles para hacer más espacio del que ya había. El último al verme se le iluminó el rostro.

—¡Pato! ¡Al fin levantas el trasero de la cama! —Vino corriendo hacia mí y me envolvió en sus brazos—. Bienvenida al club de los de diecisiete años, hermana mía. Ya formas parte de nuestro mundo.

—Gracias... Espera —me detuve y lo miré frunciendo el ceño—. ¿Tú no tenías dieciséis?

Los ojos de Froy se abrieron, confundidos. Luego pareció redactar mejor mi pregunta y su cuerpo se tensó alrededor del mío. ¿Y esto qué?

—Eh... en realidad tengo diecisiete pero ¿quién lleva la cuenta, no? —se rio.

—Pensé que eras menor que todos nosotros —dijo Anto, que ahora estaba sentada en el sofá, prestándonos atención.

—Lo fui hasta abril, cuando cumplí años. El veintisiete, si tengo que especificar.

Hice cálculos mentales: en esos días la pasé con él grabando la película. Lo miré.

—Y... ¿por qué demonios no dijiste nada?

Froy se relamió los labios y sonrió, evidentemente nervioso. Si, Gutiérrez, deberías de sentirte justamente así.

—No me gustan mis cumpleaños —respondió, amablemente cortante—. Miss Perver, ¿compraste coca-cola?

—Mmm, nop.

—¡Bien! Yo me encargo de eso. Adiós, chicas...

—Oh, no, Froy. Tú no te me esca...

Pero si se me escapó.

—¿Por qué no le gustará su cumpleaños? —pregunté—. Es más, ¿a quién no le gusta su cumpleaños?

—A Froy Gutiérrez alias tu Ganso, alias mi papacito, alias Sólo Froy... Wow, este hombre tiene más apodos que una puta de colegio, ¿no?

La miré con cara de «¿Por qué no te callas?» y ella me sonrió inocentemente.

Un segundo después un oso marrón a tamaño real bajaba las escaleras, rascándose el trasero y haciéndome olvidar de toda la cuestión de Ganso y su cumpleaños.

—No he empezado a beber y ya ando viendo cosas —dijo Anto, tallándose los ojos de manera incrédula—. Espera, esto no funciona... _____, ¿también ves al oso?

—También veo al oso.

—¡Feliz cumpleaños, hermanita!

—Y el oso habla como Diego.

—¿Por qué el oso habla como Diego? Ya va, en primer lugar ¿por qué un oso habla?

—No lo sé —me acerqué al oso, recelosa—. Oiga, señor Oso, ¿por qué habla, y aparte, con la voz de mi hermano?

Pero el oso gigante en vez de responder, lo que hizo fue abrazarme, así que me vi envuelta en un saco de dormir hecho de peluche sintético del color de la mierda... por suerte era nada más el color y no el olor.

—¡Este será el primero de muchos cumpleaños que pasaremos juntos, hermanita! —Exclamó el oso—. ¡Eso te lo prometo!

—Señor Oso con la voz de mi hermano —mascullé— está ahogándome.

—Oh, sí, lo siento.

Entonces se quitó la gran cabeza de Oso y la cara sonriente de mi hermano mayor apareció. Antonella y yo lo miramos de arriba abajo, confundidas, pero Diego no parecía reparar en ello.

—¿Te gusta el disfraz? —me preguntó.

—¡¿Le estás montando los cuernos a Miss Hamburguesa?! —chilló Antonella.

Diego la miró raro.

—Claro que no, solo lo renté por el día de hoy para darle una sorpresa en el ático —me señaló—, pero me dieron ganas de bañarme y bajé a buscar una toalla.

Anto miró su reloj y dijo:

—Sip, medio día. Tan puntual como siempre, lindo.

Diego le guiñó un ojo, dedicándole una de sus sonrisas mojabragas. Lo que pasa es que el cuerpo de un oso gordo le restaba puntos a su intento de ser sensual.

—Entonces —hablé, tratando de cambiar el tema a uno que me interesara—. ¿Me enseñas mi sorpresa?

—Claro, solo deja que me dé una ducha.

—¿Te ayudo? —le preguntó Anto.

Diego la miró. —Mejor nos ayudamos.

Ambos se miraron como la luna y el sol de whatsapp, lo que me causó una mueca de asco al imaginarme tal escena... con todo y disfraz de oso.

—Hola, aquí estoy yo, la cumpleañera que no quiere traumarse tan temprano —agité mi mano.

—¿Peerrrdón? —inquirió Antonella significativamente.

Ah, verdad, ahora las no vírgenes como yo no pueden hablar de traumas. Ya veo que esto tiene sus pros y sus contras.

—Nada nada —respondí por fin.

—Bueeeeno —dijo Diego—. Yo me baño y vuelvo. No subas, _____. ¡Ya vengo!

Y tomando una toalla del perchero, subió las escaleras tan rápido como sus patas de oso le permitieron.

—Hay que ver que ese hombre te adora —dijo Anto—. Ayer luego de que Katherine le dijese lo de su presentimiento, no comió, ni bebió, ni se subió a ninguna atracción gracias a su paranoia.

—¿Y tú lo acompañaste? —le pregunté.

Antonella me observó como si hubiese hecho la pregunta más estúpida del globo terráqueo.

—Por supuesto que no. ¿Crees que iba a malgastar el día sentada en una banca, soportando sol, pensando si te cogieron o no, por él? ¡No sí!

—Vaya, eres la novia más dulce del mundo, Antonella.

—En primer lugar, no somos novios. En segundo, eso mismo me dijo él (cambiando el novia por chica) y yo le repetí otra vez que no me echaron azúcar —ella encogió los hombros, como disculpándose—. Pero aquí el punto es que ese parce de allá —señaló las escaleras— te quiere.

—Lo sé —sonreí—. Yo también lo quiero a él... aunque sea un maldito gruñón.

Por alguna extraña razón, mi mejor amiga comenzó a reír.

—¿Qué pasa?

—Me hizo acordar a los Ositos Cariñositos —dijo—. Diego más disfraz de oso es igual a Gruñoncito.

—Pero Gruñoncito es de color azul —murmuré, aunque también me reía.

El rostro de mi amiga se iluminó al oír aquello.

—Eso se arregla fácil —sacó su celular y marcó un numero—. ¿Froy? Escucha, ve y compra veinte tintes de color azul. No preguntes, solo hazlo. Cambio y fuera —colgó y me miró con malicia.

—¿Por qué?

—¿Crees que he olvidado mi venganza? Gracias por la idea, _____. Te amo —y me guiñó un ojo.

Loca.

Dos minutos después bajó Diego el Gruñoncito (admitámoslo, le queda el apodo) y prácticamente me arrastró escalera arriba hasta el ático, tapándome los ojos con sus garras. La cosa es que mi adorado hermano no es el ser más cuidadoso de este mundo, por lo que me iba golpeando las piernas y diciendo «auch, auch, auch» cada vez que subía un escalón.

—Llegamos —lo escuché decir.

—Gracias a Dios, Diego Andrés. Porque te juro que si me hacías subir un paso más, yo...

Y entonces pude abrir los ojos, y todos mis reclamos se quedaron flotando en el vacío.

Lo que había sobre la cama de Froy era el mejor regalo que le podías dar a una chica que cumple diecisiete años...

Una pizza de Domino's.

Claro que no solo estaba eso, pero por el hambre que tenía fue lo primero que capté. Rodeando la pizza había dos globos, un 1 y un 7 de color dorado; uno sujeto a un peluche de oso polar (¡una novia para Buchería!) y el otro a una cajita cuadrada de color rosa. Pegada a la pared de la cama estaba una pancarta que ponía "Feliz cumpleaños, hermanita", rodeado de muchas fotografías de Diego, Froy y yo.

—Eso no es todo —avisó Diego—. Anto, la cabeza de Oso.

—¿Qué por favor qué?

—¡Antonella!

—Si me vas a gritar no te pasaré un carajo.

Diego rodó los ojos y formó una sonrisita más falsa que el bronceado de Donald Trump.

—¿Podrías, por favor, darme la maldita cabeza de oso? —pidió.

—Te dejo pasar la pequeña pizca de sarcasmo —le tendió la cabeza.

—Gracias. Ahora, _____. Prepárate.

Y tras convertirse en un oso por completo, comenzó a cantar, haciendo una estúpida coreografía:

—Oh, tal vez no te vi nacer/ pero me imagino lo gordita que debiste ser/ Oh, no es que estés gorda ahora/ pero si te comes entera la pizza será otra cosa/ Oh, mira que grande ya estás/ pero hablo de años porque pinta de hobbit das/ Oh, lo siento, no es mi intención ofenderte/ pero eres tan bonitamente maldita que dan ganas de comerte/ ¡Te deseo un feliz cumpleaños! Por eso y muchas cosas más/ y espero que a los treinta años, todavía no hayas perdido la virginidad/ ¡Y si Corey se atreve a hacerte algo!/ Voyaabrirloporlamitadysacarletodaslasentrañasparadespuésquemarloestandotodavíaconvidayluegovoyacongelarlasyvenderlasenelmercadonegroadosporunoalpreciomasbaratoqueconsiga... ¡Muchas gracias!

Diego hizo exageradas reverencias y yo en estos momentos no sé si estoy llorando por conmovida o de la risa. Corrí a sus brazos al tiempo en que se quitaba la cabeza de peluche. Mi hermano, disfrazado o no, da los mejores abrazos de oso.

—Te doy un nueve de diez solo porque no sé qué tiene que ver el disfraz de oso con la canción —dijo Froy, que acababa de entrar—. ¡Pero bonita coreografía!

—Yo le doy un siete de diez solo porque la última estrofa no rimó —Anto encogió los hombros—. Aunque te la diegomamaste con el baile de muñequitos animes. Mencantó.

—Gracias —le guiñó un ojo para después bajar su vista hacia mí—. ¿Y a ti? ¿Cuánto me das?

—Mmm —fingí pensar—. ¿Qué te parece un golpe por insultarme, otro por amenazar de muerte a mi novio y un besito por ser el mejor hermano del mundo?

—¡Eh, eh, eh! ¡Ese es mi puesto! —exclamó Froy.

—¿Tú me trajiste algodón de azúcar?

—¿Me lo vas a recordar toda la vida?

—Más o menos, sí —quería añadir que no me había dicho sobre su cumpleaños, pero no lo hice.

Ganso hizo un puchero, lanzándose a los brazos de Antonella para sollozar falsamente.

—Que te sirva de lección, Papacito —ella le sobaba la espalda—. Y más te vale no moquear en mi hombro porque te dejo sin pelotas, ¿entendido?

Froy se separó, haciendo una mueca de dolor. Me reí, negando con la cabeza, y entonces observé a mi Dieguito, por unos segundos recordando como hace pocos meses había llegado a mi casa en plan "Créeme, hermana. Soy tu hermano" y que ahora lo quería tanto como se quiere a una persona que haya crecido contigo.

—El mejor hermano del mundo —murmuré (Froy gimió).

—La mejor hermana del mundo —respondió Diego (Froy volvió a gemir)—. Ya puedes ver lo que te regalé, si quieres.

—Oh, sí. Los demás regalos.

Corrí hasta la cama, echándole primero una mirada para decidirme antes de coger una rebanada de pizza y comérmela como si la vida se me fuese en ello. Oh, Dios.

—Mi boca tiene un orgasmo —comenté.

¿Acaso he dicho eso en voz alta?

—Y no es como si ella supiese lo que se siente —trató de reparar Antonella, ante la mirada de mis hermanos.

Algunos héroes no llevan capa... y no me refiero a Iroman o al Capitán América.

—Bien —dijo Diego, lentamente—. ¿Qué te parece si abres la cajita? —la señaló.

No estoy segura si se la creyó, pero espero que, por lo que decía la letra de la canción, más vale que sí.

Tomé la caja entre mis manos, bajo la atenta mirada de mis dos hermanos y Anto, y la abrí. En su interior había un brazalete de plata que tenía mi nombre grabado. Miré a Diego con una sonrisa.

—Gracias, está hermoso.

—Hermoso está este oso —dijo Froy señalando al peluche—. ¿Entienden? Hermoso-oso. ¡Ja! ¡Juego de palabraaaas! —canturreó.

—¿Puedo golpearlo? —Dijo Anto—. Ni siquiera sé por qué pregunto.

Y se escuchó otro gemido de Ganso.

Me lo maltratan... pero se lo merece por pendejo.

—Es bueno que te haya gustado todo, _____ —Diego sonrió, levantándose—. Y ahora, este que está aquí se va a quitar ese disfraz porque me da picazón en el trasero.

—Hablas como si no llevases nada abajo —Froy rió, pero mi hermano no dijo nada—. Espera, ¿no llevas nada abajo?

—Claro que si —bufó, caminando hacia la puerta.

—¿Deberíamos creerte? —le preguntó Antonella.

Entonces él se detuvo, dio media vuelta y le sonrió.

—No.

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