Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 38.

Mi cabeza descansaba en el pecho de mi novio, acariciándolo suavemente y disfrutando de su aroma, uno que nunca he podido analizar bien pero que me encanta. Mientras, las manos de Corey me abrazaban, apretujándome más contra sí mismo, sin querer dejarme ir. Bueno, no es como si quisiera. No estábamos dormidos ni mucho menos, solo nos habíamos sumergido en un silencio cómodo, pensando en el hermoso momento que habíamos tenido hace un rato.

—Sarcastichica —me llamó y yo alcé mi rostro para mirarlo, parecía preocupado—. ¿Te duele algo?

Casi muero de ternura. Oh, Honguitochico, ¿de qué máquina de peluches saliste, maldita sea? Me das diabetes, bebé.

—No duele tanto como dicen que dolía —fruncí el ceño—. Esa Rowan es una dramática.

—Lo dices como si no la conocieras —él rio.

—Oye, ¿de dónde sacaste el condón? Ni siquiera vi cuando te lo pusiste.

—¿Bromeas? Yo prácticamente escupo condones, Sarcastichica —exclamó, haciéndome reír—. Lo digo en serio. La gente me tiene tanta desconfianza que vive dándome condones. Tengo tantos que siento que si me corto las venas, derramé preservativos en vez de sangre.

Eso logró sacarme una carcajada que inundó el ático, e inevitablemente él empezó a reír conmigo.

—Bueno, por lo menos su desconfianza ya ha sido justificada —susurré, dibujando círculos en su pecho con mi dedo índice.

Corey besó mi frente. Sabía que estaba sonriendo, solo porque yo lo hacía también.

—Si... y de la mejor forma. ¡Ya podré restregarle a Peyton en su puta cara que no es el único no-virgen del grupo!

—Y yo tendré que calarme los dramas de Sabrina porque no logró ser ella la segunda en perder la virginidad.

Corey y yo nos miramos, diciendo al unísono:

—¡Lo disfrutaremos tanto...! —y nos besamos, para ocultar las sonrisas maliciosas de los dos.

Justo en ese instante, mi teléfono vibró con el típico sonido de que ha llegado un mensaje. Corey lo tomó, pues estaba más cerca, y me lo extendió.

Se trataba de un mensaje de Diego.

DIEGUITO MI HERMANITO: Mire, parcera. Ya vamos en camino para allá; ve haciéndome espacio en tu cama porque hoy la invado, marica. Acá, tu mami sexy Morales.

OH.

POR.

DIOS.

—¡Corey! —chillé, y él se sobresaltó.

—¡¿Qué pasa?!

—¡Esto pasa! —le puse el teléfono en la cara.

Al principio no entendió, pero luego de manera gradual fue abriendo sus ojos hasta ponerlos como platos y ahogó una maldición.

—Bueno —suspiró—. Por lo menos ya no moriré virgen.

Quería golpearlo por ser pendejo en momentos que no tiene que serlo, pero me contuve las ganas.

Luego de mirarle a modo de advertencia, me levanté rápidamente de la cama y recogí mi ropa, regada por todo el suelo, para ponérmela como un rayo. Lo mismo hizo Corey. Las camisetas de Diego y Froy las doblamos para dejarlas en la cómoda al lado de la cama de mi hermanastro. Por suerte no desordenamos nada más que la cama... oh no.

—¿Tú también ves la mancha roja en la cama de Froy? —masculló Corey, con terror.

Asentí lentamente.

—Es el recuerdo de mi virginidad robada —dije, recordando las palabras que mi madre me había dicho en una de sus muchas charlas.

—Primero, no te robé la virginidad; me la diste de manera voluntaria —enumeró Corey con sus dedos—. Segundo, ese no es precisamente un recuerdo que quisiera guardar. Y tercero, si lo ven, me matan. Así de fácil. ¡¿Qué vamos a hacer?!

Dejar que lo maten es una opción cuestionable...

—¡Sarcastichica! —chilló Corey, al leerme el pensamiento.

—Ya, ya. Esto se soluciona fácil. Quita tú el edredón y yo busco uno limpio.

Por suerte, Froy tiene un compartimiento destinado solo a edredones. Dios lo bendiga. Tomé uno parecido al anterior y juntos lo acomodamos. Ese asunto está resuelto.

—¿Qué hago con esto? —preguntó Corey, sosteniendo el edredón sucio.

Lo doblé y guardé en el bolsito de Mickey Mouse de Froy, colgándolo en mi espalda. Lo lavaría luego. Ahora lo importante era terminar de organizar la habitación, como si nada... totalmente intenso y divertido... haya pasado.

—Todo listo —dijo Corey.

Lo miré. Si antes estaba enamorada de él, no pueden imaginarse ahora. De alguna manera, parecía más guapo, más mayor. Más... no lleva camiseta.

—Estás semidesnudo.

—¿Y eso te molesta? —sonrió de lado, coqueto.

Le di un zape.

—A mí no, pero te aseguro que a Diego si —fui a la cómoda de Froy y saqué ella una camiseta amarilla—. Póntela antes de que me dejen sin novio.

—Como la jefa lo ordene.

En el preciso momento en que Corey terminó de cubrirse con la camiseta, la puerta del ático se abrió y por ella entró un muy alarmado Diego, seguido por Antonella, Katherine y Froy.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —gritó mi hermano.

Corey y yo nos miramos, aparentando confusión.

—¿Qué pasa de qué?

Diego avanzó con rapidez hacia mí y me sostuvo por los hombros, con sus ojos clavados fijamente en los míos.

—¡¿Sigues siendo virgen?! —exclamó.

—Eh, sí.

Que Dios me perdone.

—¿Segura?

—Por las nalgas de Corey.

No puedo jurar en nombre de algo no existe, así que no es válido.

—____ del Mar Córdoba...

—Por Dios, hombre, ¡no hicimos nada! —exclamó mi novio, y pienso que esta vez si se lo creyó.

Agradezco a Mich, a las obras de teatro de la escuela y a la Academia, por hacernos tan buenos actores.

—¿Ves? ¡Te lo dije! Eres un maldito exagerado, Ortiz —masculló Anto.

—No es mi culpa que Katherine haya puesto ideas en mi cabeza diciendo que tenía un "presentimiento" de que ellos dos perderían la virginidad hoy —Diego miró a Kathe con reproche.

—Bueno, en realidad no me equivoqué tanto —señaló a Corey—. Está aquí. Les dije que vendría.

—Hola —saludó mi novio con la mano, tratando de ocultar su nerviosismo.

Suspiré, negando con la cabeza y cruzándome de brazos, aparentando decepción.

—Oigan, es normal que no se fíen de Corey. ¿Pero de mí? ¿Es en serio? ¡Creí que eran mis amigos!

—¡Yo si te defendí, Pato!

—¿Me trajiste el algodón de azúcar?

—Eh... no.

—Entonces cállate.

Mi hermano mayor suspiró.

—Lo siento, hermana. Es que... encontrarlos encerrados... con las suposiciones de Katherine...

Le callé con un abrazo, que él me regresó algo pasmado.

—Oye, sé que te preocupas por mí, pero no seas tan paranoico; vas a arrugar esas nalgas temprano. No hicimos nada.

El cuerpo de mi hermano se relajó notablemente, y yo le besé el mentón, pues no llego a su mejilla de lo alto que es. Acarició mi cabello, más tranquilo.

Me voy a ir al infierno con tantas mentiras.

De repente sentí otros brazos rodeándonos, y cuando me giré para ver, Froy estaba pegado a nosotros como una lapa.

—Perdón, es que me sentía excluido —murmuró en respuesta.

—Bueno, lamento arruinar este precioso momento de hermanos, pero yo... este... ya me tengo que ir —dijo Corey.

—Yo lo acompaño —avisé casi de inmediato.

Corey y yo prácticamente corrimos para salir del ático lo antes posible, bajando las escaleras para ir a la otra puerta, hasta que...

—¡Un momento! —Chilló Froy—. ¡Aquí ha pasado algo!

Nos detuvimos, alarmados, y Froy apareció por la segunda puerta sosteniendo un envoltorio de plástico en las manos.

—Comieron galletas, ¡¿y no me guardaron?!

Sentí como si un globo se desinflara en mi interior.

—¿Tú trajiste algodón de azúcar? —preguntó Corey, y Froy negó—. Entonces no repliques.

Y sacándole la lengua infantilmente, terminamos de descender por las escaleras y acompañé a mi novio a la puerta.

Afuera ya era de noche y estaba haciendo un poco de frio. Ambos nos sentamos en la cera, Corey llamó a un taxi y esperamos en silencio un par de minutos, tomados de las manos.

—Sarcastichica, ¿y si nos vamos a un hotel? —soltó rápidamente Corey, como si se lo viniese aguantando desde hace rato.

Por alguna razón extraña me reí.

—Lo siento, pero tengo ese presentimiento en la punta de la lengua que me dice que Antonella y Katherine me están esperando en mi habitación porque no se creyeron ni una sola parte de nuestro teatrito —murmuré, posando mi cabeza en su hombro—. Aunque mañana si podríamos escaparnos para darte un regalito...

—Ya me lo diste hoy.

—¿O sea que ya no tengo que dártelo mañana?

—¡Nononononono! —Corey sacudió la cabeza como un perrito que se seca—. ¡Por mí podrías darme ese regalo cada día del resto de nuestras putas vidas! Pero, lo que estoy diciendo es que lo que pasó fue como un hermo...

—Sí, aja, no tienes por qué ponerte en tu modo romántico empalagoso de nuevo —le interrumpí, haciendo que rodara sus ojos con una sonrisa—. Mira, ahí viene el taxi.

—Estos taxis un día de estos me dejarán en la ruina —bufó, levantándose.

—Consíguete un carro.

—Dile al señor Dain Fogelmanis que su hijo está capacitado para tener uno y luego hablamos, linda —él me guiñó un ojo.

Entonces me tomó entre sus brazos para darme un largo y significativo beso... que fue interrumpido por la bocina del taxi.

—No tengo toda la noche. —gruñó el conductor.

—¿Y eso es problema nuestro? —chisté.

El taxista lo consideró unos segundos.

—No, pero muevan más rápido esas lenguas y así todos estaremos felices.

Cuando mi novio... y el imprudente del taxista se fueron, regresé al interior de mi casita con una sonrisa de estúpida en la boca, la cual no se me borró ni siquiera cuando vi a mis dos mejores amigas colombianas sentadas en mi cama, con expresiones serias y dispuestas a hacerme un interrogatorio en plan CSI: Miami (es mi favorito).

—Ya no soy virgen —dije, con voz cantarina.

Y en vez de hacer lo que sus caras serias dirían que harían (golpearme y reclamarme que por qué fui tan desconsiderada conmigo misma, que soy muy joven, y demás pendejadas), se pusieron a brincar y a chillar en mi cama como niñas de siete años a las que le acaban de decir que Violetta tendrá una cuarta temporada.

—¡Lo sabía! —Exclamó Katherine entre brincos—. ¡Jamás me equivoco!

—¡Yo pensé que jamás lo iban a hacer, parce! —Dijo Anto—. Ya andaba perdiendo las esperanzas, creyendo que lo iban a dejar para el matrimonio.

Entonces las dos detuvieron su ataque fangirl y, sentándose en la cama al mismo tiempo, dijeron:

—Cuéntanos.

—Está bien, aquí va...

—No, espera —Anto levantó un dedo y sacó su teléfono. Tecleó un par de cosas y se lo llevó a su oreja—. ¿Rowan? ¡Rowan! ¡El Condón ha sido usado! ¡Repito: el Condón ha sido usado! ¡Esto no es un simulacro! ¡ESTO NO ES UN SIMULACRO! ¡Díselo a Sabrina! ¡Detalles mañana! ¡Cambio y fuera! —colgó y dejó el teléfono a un lado suyo, sonriendo inocentemente—. Ahora sí, continúa. Pero apúrate que me hago vieja.

—¿Por qué ustedes tenían un código para este momento? —inquirí.

Ellas me observaron como si hubiese preguntado cuanto es dos más dos.

—Porque somos mejores amigas, Duh —dijo Katherine.

—Ahora sí, cuéntanos —apresuró Anto.

Suspiré. ¿Por qué tienen que ser tan metidas? Ah, sí: es porque si yo estuviese en su lugar fuera tres mil veces peor que ellas, así que no me quedó de otra que contarles lo suficiente para que quedaran satisfechas. Aunque es como alimentar a perros: jamás quedan a gusto. Pero entonces las mandé a... digerir defecación de animal, y se callaron. A Katherine la vinieron a buscar y Antonella me contó acerca de cuanto se divirtieron en el muelle después de comprar las cosas para mi fiesta.

—Pero usted no tiene nada de qué quejarse, parce —ella meneó las cejas—. También se divirtió aquí, ¿eh?

—Ya supéralo, Dios mío.

—No puedo, marica. Esto es toda una novedad para mí... todavía ando en shock —cubrió su rostro con las manos, haciéndome poner los ojos en blanco.

—Exagerada.

—Tu madre.

—La tuya.

—Que se llama Yuya.

Las dos explotamos en risas histéricas. No hay nada mejor que tener momentos ramdoms con tu hermana hija de otra fulana a la... media noche.

Bueno, ya mi novio y yo tenemos diecisiete años... y no somos vírgenes.

Toma esa, Peyton. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro