
Capítulo 23.
Los de la película se fueron a festejar en un restaurant el final de las grabaciones, pero yo no.
Ni siquiera me despedí de ellos. A penas si tuve tiempo (o la intención) de cambiarme antes de salir a buscar un taxi. Fue tanta mi urgencia por verlo que Anto, leyendo mi actitud, decidió irse a pasar la noche con Sabrina y se llevó a Rowan consigo, dejándome el apartamento solo a mí.
Arrojé mi bolso a algún lugar de la sala y corrí en dirección a mi habitación, lanzándome de golpe a la cama y con la misma velocidad, encendí la lapto, entrando a Skype y buscando con manos temblorosas a Corey. Estaba en línea, y a pesar de mis nervios, no dudé en hacer click en su nombre.
Su rostro soñoliento y con ojeras me sonrió desde la cámara de su teléfono.
—Hola.
Llamenme bipolar, pero eso hizo que la sangre me hirviera.
—¿Hola? —gruñí, acomodándome bruscamente—. ¡¿Hola?! Llevas ignorándome más de dos malditos meses, ¡¿y lo único que me dices es un "hola"?!
Tenía ganas de llorar. En serio. Pero me mordí la lengua para no hacerlo porque mi orgullo y dignidad no querían destruirse más gracias al idiota al otro lado de la pantalla.
Un idiota que ahora estaba sonriendo.
—Hola, Sarcastichica. ¿Como estas?
Lo miré, perpleja.
—A punto de traspasar la pantalla para matarte, Honguitochico. ¿Y tú?
—A punto de matarme yo mismo por lo idiota que he sido estos últimos meses —suspiró, pero todavía estaba sonriendo.
—Entonces hazlo, yo no te lo impediré.
—¿De verdad? ¿No llorarías después?
—¿No llorarías tú si le digo a Olivia que te golpee las pelotas? —le espeté y él se rio, como si le divirtieran mis miradas asesinas.
—Olivia no puede hacerme nada en donde estoy —al ver mi expresión, especificó—: Encerrado en el baño.
—Ah.
Un silencio se extendió. Él solo me observaba, como esperando a que dijera algo más que un simple «Ah». Pero, ¿cómo quería que reaccionara después de lo que había (o lo que no había) hecho? ¿Que lo felicitara y le montara un altar? Pues que se vaya bajando de esa nube, porque lo único que voy a darle cuando lo vea es una buena patada en su inexistente trasero.
—Sarcastichica, yo... —suspiró—. Yo creo que te debo una explicación...
—¿Una? Querrás decir unas cuantas...
—Si, bueno, como sea. El punto es que quiero decirte que lo siento...
—No tanto como cuando degolle a Bucheria...
Él paró de golpe y me miró con auténtico miedo.
—No te atreverías.
—Tienes razón —asentí—. Bucheria no tiene la culpa de los males cometidos por su dueño.
—Pero si tan solo dejaras que te explique de una maldita vez, Sarcastichica, te lo agradecería demasia...
—¡Pues habla, entonces!
—¿Me dejarás? —me miró, yo asentí—. Está bien —respiró hondo y comenzó—. La verdad es que... tenías razón —fruncí el ceño, pero me quedé finalmente callada—. Sophie resultó ser una serpiente fría y calculadora que solo quería envenenarme la mente con mentirar acerca de ti y de Froy para quedarse conmigo...
—¡Lo sabia! —chillé, por alguna razón extraña, aplaudiendo—. ¿Ves? ¡Es que yo soy bruja! ¡Soy una bruja! ¡Soy la motherfucker bru...!
—Si, Bellatrix Lestrange, ya entendimos que eres una bruja. Ahora, ¿cerrarías la boca? —asentí nuevamente como niñita y Corey puso los ojos en blanco—. Qué irónico; yo callandote a ti. ¿Cuando fue que cambiaron los roles? No respondas —atajó, haciéndome reír—. En fin, el otro día estábamos hablando y de repente me besó.
—La mataré.
Él negó con la cabeza, desapareciendo unos segundos de la cámara porque abrió una puerta con la mano que sostenía el teléfono.
—No te mancharás las manos con su sangre, iugh —exclamó cuando volvió a aparecer—. Yo ya la dejé en su lugar por ti, no hace falta que malgastes tu tiempo. La cosa es que ese beso funcionó como encendedor: aclaró mi visión, mi temperamento y mi forma de pensar. Antes estaba seguro de que sentías algo por Froy, pero después de aquello, al mirar tus fotos o vídeos con él me doy cuenta de que lo miras como a Peyton, o a Bradley, o a Carlos. ¿Me entiendes?
«Si, Corey, es lo que te he estado tratando de decir todo este maldito tiempo», pensé, más no lo dije.
—Pienso ahora que me comporté como el estúpido y ridículo más estúpido y ridículo del estúpido y ridículo....
—Si, Corey, ya entendí: Eres estúpido y ridículo. Eso lo supe mucho antes de ser tu novia, no hace falta que me lo recuerdes.
Sonrió de repente, seguramente recordando esos momentos antes de ser novios que habíamos pasado juntos (los cuales fueron extraños, locos y divertidos) y luego sacudió la cabeza, volviendo a la realidad.
—Lo siento por dudar de ti, Sarcastichica —mutisó, sonando totalmente sincero. Yo negué con la cabeza.
—Ya no importa, Honguitochico —le sonreí—. Lo siento yo porque no pude tomar un vuelo directo a Vancouver para tenerte con las riendas bien amarradas.
—Ahora soy un caballo —bufó y yo solté una carcajada que seguro se escuchó en Hawai.
A mis carcajadas las suplantó un silencio para nada tenso. Era uno de esos en los que sólo compartías miradas con el chico que te gusta y en los que podrías estar sumerjida por bastante tiempo. O bueno, no las compartíamos totalmente porque el maldito no dejaba de caminar.
—¿A caso estas en una maratón o qué? —exclamé, ya harta de ver subir y bajar su cabeza.
—Decidí tomar las escaleras —jadeó, recostándose contra una pared—. Mala decisión —afirmó, cerrando los ojos—. Maldita sea, mi colon.
—¿A poco sabes dónde está el colon? —pregunté, Corey abrió un solo ojo.
—¿Qué no era ese el que libertó a África?
Mi cara de estupefacción pudo haberle servido a una de esas páginas de GMW a las que Erick está subscrito.
—El colon es un órgano y Colón fue quien descubrió América, Farkle Minkus —ironicé.
—Oye... que Farkle sea un cerebrito no significa que yo también —replicó.
—¡¿Entonces por qué dices que te duele el colon?!
—¡No lo sé, solo quería algo de qué quejarme, ¿okay?! —chilló.
Negué con la cabeza. Éste Corey necesita ayuda psicológica.
Esperé a que su respiración volviese a la normalidad, pues parecía que había estado subiendo varios piso de alto. Cuando su pecho terminó de subir y bajar rápidamente, se levantó del piso (donde se había dejado caer) y arrastrando algo con una mano, empezó a caminar de nuevo.
—¿Y? —preguntó, con la vista al frente—. ¿Ya se te pasó la molestia?
Hice como si estuviese pensándolo.
—¿Querer asesinarte castrate y aerojar tu salchicha a un estanque con tiburones cuenta como molestia? —inquirí.
De reojo pude ver como hacia una mueca, pero igualmente sonreía.
—No, para nada —dijo, su voz aguda. Yo reí—. Hablo en serio, Sarcastichica. ¿Me perdonas?
—Claro que si —me crucé de brazos—. Adiós a mi dignidad y orgullo, pero si, te perdono.
—Que bien —se detuvo y miró a la cámara, sus ojos entrecerrandose a causa de su gran sonrisa—. Oye, voy a hacer una cosa importante.
—¿Qué? —fruncí el ceño—. ¿Ya te vas?
—Si, es demasiado importante, _____. Adiós.
—¿Qué es más importante que, perdona la arrogancia, yo?
Pero ya era muy tarde. El mal nacido de Corey había colgado.
Bufando, cerré la lapto y, quitándome los zapatos que ni cuenta me di que aún llevaba puestos, salí de la habitación y caminé directo a la cocina. Abrí el refrigerador en busca de algo que comer, pero como todo lo que había lo tenía que preparar (y la pereza me gana siempre la partida), sólo me serví un vaso de jugo. Estaba a punto de beberlo cuando alguien tocó la puerta.
—¿Quién jode tan tarde? —gruñí, dando un vuelta.
Pero me detuve en seco, cayendo en cuentas de que me encontraba sola, era media noche y había estado viendo ayer Investigation Discovery con las chicas, lo que no era de mucha ayuda para la mente en circunstancias como éstas. Otros toques se escucharon. Corrí rápidamente a la alacena, de donde saqué mi ya olvidada ¡Cuchara asesina! y despacito (suave, suavecito) fui caminando de puntillas hacia la puerta.
Con una mano temblorosa la abrí lentamente y antes de siguiera darle la oportunidad al asesino de atacarme, grité algo parecido a «¡Por Espartaaa!», poniendo en alto mi ¡cuchara asesina! y me le arrojé encima al tipo.
Éste profirió un chillido, nos mantuvimos de pies dos segundos y luego caímos con un golpe seco al suelo, yo encima suyo. Mientras intentaba darle con mi ¡cuchara asesina!, él me agarró de las muñecas, sacandomela con un manotazo y de la nada, sin saber cómo demonios ocurrió, me encontraba debajo de él, sus ojos abiertos en una expresión que indicaba «¡¿Te has vuelto loca?!».
—¿Por qué será que no me sorprende? —masculló, soltandome.
Escudriñé su cara un momento antes de darme cuenta que sus ojos eran azules. Sus ojos azules.
—¿Pero...? ¿Que...? ¿Tú...? —pestañeé, incrédula a lo que pasaba—. ¿No deberías estar montando un arce?
Corey se levantó, sacudiéndose el polvo, y luego me ayudó a mí a hacerlo también.
—Pues yo no vi ningún arce allá —bufó, haciendo un puchero—. Fui embaucado.
Lo observé, todavía creyendo que se trataba de otra alucinación mía. Corey estaba con las manos metidas en los bolsillos de su jean negro, vistiendo el suéter gris que pensé que le había robado y unos tenis del mismo color. Su cabello estaba levantado, parecía que se lo había cortado un poco. Me acerqué, con la mano extendida para tocarle una mejilla, ajena a que aquello se veía bastante raro desde cualquier perspectiva, pero eso a mí qué. Si era verdad que estaba ahí, si no se trataba de otro espejismo como el que había tenido durante la escena del baile, tenía que tocarlo. Tenía que sertir su piel, las pecas en su nariz, sus ojos...
—¿Vas a sacarme un moco?
Pestañeé, apartando mi mano como si su rostro quemara.
—¿De qué hablas?
—Parecía que ibas a sacarme un moco, Sarcastichica —repitió, riendo—. ¿Qué planeabas hacer?
—Mm... No sé, verificar que en verdad eres tú —encogí los hombros.
Me miró un momento, landeando ligeramente la cabeza como inspecionándome. Luego sonrió. Acortó el poco espacio que nos separaba y con sus manos rodeó mi cintura y tiró, pegándome a su pecho, frente con frente.
Cerró sus ojos y respiró hondo. Yo copié su acción, de repente su perfume me embriagó toda y casi me vuelve el nudo a la garganta, que había desaparecido hace rato, cuando tomó mi mentón con sus dedos delicadamente, lo alzó y llevó sus labios a los míos.
Y así, de repente, Neverland vuelve a sonar en mi cabeza. Volví a girar por la pista, volví a bailar como si estuviese en un recital de ballet, volví a ser alzada y volví, por fin, a sentir sus labios presionando suavemente contra los míos, llevándome a Nunca Jamás ida y vuelta un millón de veces antes de separarnos.
Al abrir los ojos, el color azul que me devolvía la mirada si eran los que estaba esperando.
Eran los de Corey.
Los de Honguitochico.
—Si eres real —susurré, sonriente.
—¿Y qué era lo que estabas esperando, Sarcastichica? —rió él—. ¿Un príncipe azul?
—No —negué, dándole otro beso, un poco más corto que el anterior—. Lo que esperaba era un hongo azul.
Frunció el ceño, confundido.
—¿De esos que los pitufos usan para sus casas?
Ay, dioses.
—Si, idiota, de esos mismos —rodé los ojos y lo tomé de la mano—. Vamos, recoge mi ¡cuchara asesina! y vayamos al apartamento. Usted y yo tenemos muchas cosas que hablar, señorito Honguitochico.
Él hizo lo que le pedí, en el trayecto recogiendo también su maleta.
—¿Desde cuando me trata de «usted», señorita Sarcastichica? —preguntó en un tono pomposo que me sacó una risa.
—Desde que me dio la gana de tratarlo así, señorito Honguitochico. ¿Tiene algún problema con respecto a eso?
Entramos a nuestro apartamento. Me lancé al sofá mientras que él cerraba la puerta. Cuando me miró, una sonrisa landina estaba presente en su rostro.
—Ninguno, lady Sarcastichica. Ninguno.
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