UNO: Querido lector me gustaría poder decirte que termina bien....
Aquí Herle, reportándose, antes de que inicien esta emocionante aventura,
me apetecía dejarles un regalito
Una playlist completa para que acompañen su lectura:
https://open.spotify.com/playlist/0SrBfwPpAGDHz76SW8xrCN?go=1&sp_cid=ceb3d229cc99212039f3999ebe929a3f&t=2&utm_source=embed_player_p&utm_medium=desktop&nd=1&dlsi=43d37ba51a60448b
Recuerden que si quieren una lectura aun mas inmersiva,
pueden cambiar el color de la pagina
a ese tono beige que tiene vibra de pergamino antiguo y me encanta
Disfruten el viaje
besos de misterio, sangre y un amor letal
Los ama
Su amiga
HerleKing
⋆༺𓆩⚔𓆪༻⋆
Supongo entonces que querrás preguntarme ¿por qué?
La tensión en el aire se siente como una chispa incandescente a punto de caer en un montón de pólvora, el sudor aguijonea una de mis cejas bajo el antifaz oscuro de encaje que actúa como una cortina ocultando mi identidad.
De haber sabido que esta era la "grandiosa sorpresa" que Aeris había estado preparando por días, desde que se enteró como se divertían en el festival de la cosecha fuera del palacio, hubiera considerado mis acciones antes de escalar por los muros del castillo y venir aquí.
Las gruesas paredes de piedra de la taberna Ardem, están adornadas con guirnaldas de hojas secas y flores otoñales, recordando la abundancia que tuvimos este año.
Antorchas parpadean en las paredes, proyectando sombras caprichosas sobre los rostros de los aldeanos y viajeros que llenan el lugar, el techo bajo de vigas de madera oscura está envuelto en el humo que asciende de las velas en los candelabros y las pipas, dándole al aire un aroma denso y terroso, mezclado con el dulzor de la hidromiel y el fuerte olor de la cerveza.
La gente canta, baila, y parece despreocupada mientras bebe, entonces....
¿Por qué?
De todas las putas mesas....
¿Por qué Aeris decidió que debíamos sentarnos con los tipos más aterradores de este maldito lugar?
Lief, Björn y Harald, tres presuntos hermanos que comercian a las afueras con viajeros, que llegan a la ciudad.
Björn ocupa el asiento más cercano a la puerta, con su espalda recta y hombros anchos casi tapando la vista de quienes pasan por fuera, sus grandes manos manipulan las cartas con torpeza, mostrando que este tipo de juegos no es lo suyo, lleva una capa verde oscuro, que bien podría camuflarlo entre los otros ciudadanos.
Lief por su parte es un hombre más pequeño pero robusto y de cabellos negros, cada tanto, acaricia de forma inconsciente la trenza de su barba, un tic nervioso que delata su incomodidad.
Y Harald que, aunque intenta mantener su expresión relajada, mantiene sus ojos escaneando la sala constantemente, como si buscase algo o a alguien, el tintineo de un brazalete de plata en su muñeca resuena cada vez que toma una carta.
A pesar de sus ropas holgadas, y aparentemente cómodas, iban armados hasta los dientes.
Igual que yo.
Escondida entre los pliegues de mi capa y el fino vestido que llevaba debajo, ocultaba una daga, cuyo frío mango jamás terminaba de calentarse contra la piel de mi muslo.
La mesa estaba en medio de un silencio absoluto, que se sentía cada vez más tenso y contrastaba de manera antinatural con el animado ambiente a nuestro alrededor.
Sobre largas mesas de roble, abarrotadas de jarras de barro y platos de comida, la gente conversa a gritos para hacerse oír por encima del bullicio. El jolgorio se mezcla con las risas, las bromas y el tintineo de las jarras brindando.
Los guardias de Lazarus, el gigantesco muro construido con piedra caliza y hierro que protegía la ciudad, habían llegado a la ciudad de Harenhall para disfrutar de un merecido descanso.
Lazarus rodeaba toda Althoria desde que la guerra llamada "la larga noche" acabara hacía casi dos siglos, nunca me había gustado la idea de vivir encerrada en esta jaula, pero, desde que la tensión entre el reino de Althoria y el principado de Dravonia aumento, ahora lo siento un tanto mas reconfortante.
Los medios han enloquecido, continúan haciendo teorías, diciendo que todo es causa del temperamento volátil del joven rey en Dravonia, o sobre un supuesto bien hurtado, algunos piensan que es a causa de una mujer, o tal vez de un dragón.
Lo cierto es que nadie sabe por que de repente las dos naciones parecen querer ir a la guerra.
Unos silbidos y gritos obscenos me sacaron de mi ensimismamiento. Una mujer de rojo estaba sentada sobre el borde de una mesa cercana.
Llevaba un vestido hecho de retales de gasa y raso rojos como las otras trabajadoras del lugar, que apenas le cubría los muslos.
Uno de los hombres agarró la tela de la vaporosa faldita y la mujer le apartó la mano con una sonrisa lasciva, se tumbó sobre la espalda y su cuerpo formó una curva sensual sobre la mesa en la que había estado apoyada.
Sus abundantes rizos negros se derramaron sobre monedas y fichas olvidadas.
—¿Quién quiere ganarme esta noche? —Su voz sonó grave y voluptuosa mientras deslizaba las manos por la cintura del elaborado corsé—. Les aseguro, chicos, que duraré más que cualquier olla de oro.
—¿Y qué pasa si hay un empate? —preguntó uno de los hombres. El elegante corte de su abrigo sugería que era un comerciante próspero o un hombre de negocios.
En Ardem podías encontrarte cualquier cosa.
—Entonces, será una noche mucho más entretenida para mí —dijo ella, mientras deslizaba una mano por su estómago y la bajaba aún más, entre sus...
Dios mio
Con las mejillas arreboladas, aparté la mirada a toda prisa, no es que este fuera precisamente una simple taberna como las otras, las damas de compañía nocturna se movían con una gracia estudiada entre la multitud que inunda la taberna, atraídas por los soldados recién llegados.
Encandilada por la belleza de las calles decoradas con farolillos, guirnaldas coloridas, linternas de calabazas, la gente enmascarada, y la música, me deje arrastrar por esa psicótica proclamada como la doncella de Asher.
¿Qué diablos hace una doncella que debe ser consagrada como una virgen inmaculada en medio de una taberna llena de gente ebria, prostitutas y apuestas?
Turistear ...si, no es ninguna broma, ella solo quería pasear por el Boulevard y de alguna forma, terminamos metidas aquí.
Me sentía fascinada por la manera en que los distintos colores complementaban la piel o el pelo de otras visitantes de la taberna, siendo una simple criada, mis únicas ropas eran el uniforme de servicio, no se me permitía usar nada mas, y con todo mi salario invertido en pagar mi deuda con el señor de estas tierras, no podía comprarme algo distinto.
Las mujeres que venían a visitar este sitio también llevaban antifaces que cubrían la mitad de sus rostros y protegían sus identidades, me pregunté quiénes serían.
¿Esposas osadas a las que habían dejado solas por demasiado tiempo? ¿Mujeres jóvenes que aún no se habían casado, o viudas quizás? ¿Sirvientas o mujeres que trabajaban en la ciudad y habían salido a divertirse? ¿Habría damas y lores entre las mujeres enmascaradas de la mesa y entre la muchedumbre? ¿Habrían ido ahí por las mismas razones que yo?
¿Aburrimiento? ¿Curiosidad?
¿Soledad?
Si ese era el caso, todos eramos iguales en este sitio.
Le lanzó una mirada a mi mazo de cartas una última vez antes de levantar la vista y encontrarme con los ojos azules de mi amiga, se ha vestido de muchacho para pasar inadvertida, tiene su larga cabellera rubia recogida en un moño y oculta bajo una gorra de lana, está sonriendo de oreja a oreja.
Se me forma un nudo en el estómago, se ve tan feliz solo por estar fuera de la presión del castillo que me sabe mal reprenderla.
La vida de la Doncella es solitaria. Jamás la tocarán. Jamás la mirarán. Jamás le hablarán.
Mientras espera al día de su Ascensión, pero la elección nunca ha sido de Aeris.
Y eso me fastidiaba, no podían simplemente elegir como debía pasar el resto de sus días, era alguien dulce, que no lastimaría a nadie, a pesar de los prejuicios de la gente, ella se había ganado el cariño de casi todos los criados en el castillo de su padre.
Su amabilidad y calidez le abrían puertas, allá donde quiera que fuera, así que al menos podía darle esta noche, quería que se sintiera como una chica normal y que disfrutara sin preocuparse de los preparativos para su asencion en la capital o sus deberes.
Regreso la mirada a mis cartas, he jugado suficientes veces este juego con otras criadas para saber que me han repartido una mano espantosa, y no podría ganar.
Obligo a mis músculos a relajarse y poner una expresión serena, tal vez lo estoy pensando demasiado, pero hay algo en estos tres hombres que me da mala vibra, y no, no es porque parezcan tres enormes osos peludos de dudosa higiene.
Sino que no parecen ni de lejos ciudadanos de Althoria.
Tomo una respiración, tengo que hacer un gran esfuerzo para no arrugar la nariz cuando me llega el intenso aroma del tabaco de las otras mesas, no hay forma de sentirse seguro cuando tienes a tres hombres como estos a tu lado.
Siento que podrian matarnos si hacemos algo que los enfad...
—Escalera real — chilla Aeris emocionada poniendo su mazo de cartas sobre la mesa, como un golpe contundente de su aplastante victoria.
Si, nos vamos a morir
Siento un escalofrío al notar como los tres hombres se le quedan viendo, sus rostros estoicos no revelan absolutamente nada de lo que están pensando, pero sea lo que sea, no puede ser bueno.
Querido Asher, que estás en toda tu gloria, sé que he sido una perra la mayor parte de mi vida, que robé unas manzanas y le eché la culpa a un niño que ni conocía. Pero por favor, te suplico que no nos dejes morir esta noche. Ni a mí, ni a mi amiga.
La puerta de la taberna se abrió repentinamente, las siluetas de algunos de los caballeros de la guardia del castillo aparecieron acompañados de Lord Martel.
El capitán de la guardia del castillo, un hombre mayor, de aspecto intimidante, con una barba poblada y una gran cicatriz que le atraviesa el rostro como un zarpazo.
Probablemente se la hizo en alguna batalla con alguna bestia de las tierras frías.
Para una vez que parecía que la suerte estaba de mi lado, y casi hasta grito de emoción por la interrupción dramática, todo se torna más peliagudo.
Si nos descubrían, estaríamos... bueno, metidas en un lío más grande de lo que hubiésemos estado jamás y tendría que enfrentarme a una severa reprimenda.
El tipo de castigo que a Alaric Valerion, el duque de Harenhall, le encantaría impartir.
Y durante el cual, por supuesto, a su mano derecha, lord Dorian Martel, estaría encantado de presenciar.
Apreté los labios en una fina línea cuando una semilla de ira echó raíces en mi interior, mezclada con una pegajosa reminiscencia de asco y vergüenza.
El duque era un ser pestilente de manos demasiado largas que tenía una afición antinatural al castigo.
Le di una suave patada en la espinilla a Aeris bajo la mesa y le hice una seña con los ojos para que viera hacia la puerta en lugar de seguir celebrando su pequeña victoria, teníamos problemas más grandes que los tres tipos rudos que nos acompañaban en la mesa apartada de la taberna.
Casi hasta preferiría morir a mano de ellos en lugar de ser descubierta por Martel, los antifaces y las capas no bastarían para ocultar nuestra identidad, ese hombre parecía sabueso cuando se trataba de reconocer personas.
Como la Doncella, la Elegida, Aeris siempre usaba un velo solía cubrir su rostro y pelo en todo momento, excepto sus labios y la mandíbula inferior.
Pero a mi si que me conocía, Martel sabría de inmediato que algo pasaba.
Aeris abrió los ojos alarmada al reconocer al Lord.
Miré hacia atrás en dirección a la entrada, se me cayó el alma a los pies al ver que se sentaba en una de las mesas frente a la puerta. La única salida.
Los dioses me odiaban.
Afortunadamente aún estaban apartados de nosotras, pero solo era cuestión de tiempo para que nos vieran, fingí demencia y me levanté de la mesa para arrastrar a la rubia lejos de los tres enormes acompañantes que hasta ese momento habíamos tenido, pero Lief, el más bajo y robusto sujetó mi muñeca y me retuvo.
Mi corazón se aceleró, creo que hasta vi mi vida pasar ante mis ojos cuando mi captor habló con voz ronca y gutural.
—¿A dónde creen que van?
Apreté mi mano entrelazada con la de Aeris.
Teníamos un problema...
Los guardias que acompañaban a Martel parecieron notar que uno de los tipos de aspecto bárbaro me había sujetado del brazo, algo capto sus atenciones, no sé si yo o el animal peludo que no me soltaba, pero, empezaron a susurrar entre ellos mientras nos señalaban con la cabeza.
Ok, teníamos dos problemas...
Uno de los guardias le tocó el hombro a Lord Martel que parecía bastante entretenido con un par de señoritas y le señaló en nuestra dirección.
Ni uno, ni dos...teníamos muchos, muchos problemas
Había una mujer detrás de mí, una de las damas que trabajaba para Ardem, la reconocí, no porque hubiese estado del brazo de algún hombre cuando entré, sino porque era absolutamente preciosa.
Tenía el pelo negro azabache, con rizos apretados, y su piel era de un lustroso marrón oscuro.
Puso una mano sobre la del hombre que me sujetaba, vestía como las otras damas de compañía, el mismo vestido de gasa rojo, acompañado de enormes aretes y brazaletes que imitaban al oro y la plata.
—Suelta a mi chica, no puedes tocarla sin pagar antes — le dijo con serenidad ofreciéndole una sonrisa educada al tipo.
El agarre en mi muñeca se suavizó y pude liberar mi mano, Aeris me observó desconcertada, como si pidiera explicaciones, pero ni yo sabía lo que estaba pasando.
La mujer parecía una de las Madame de esta zona a juzgar por su apariencia autoritaria.
Me aparte de los tipos, pero no podía quitarle la mirada de encima a la espalda ancha de Lord Martel, que se estaba girando en nuestra dirección.
—¿Cuánto pides por la morena? — preguntó Björn con el mazo de cartas aun en la mano.
Sentí un escalofrío bajar por mi espalda ante sus palabras.
—Mi chica ya está apartada — declinó la mujer poniéndome una mano en el hombro y empujándome ligeramente lejos de la mesa de manera sutil — pero puede ofrecerles otras maravillosas damas con las mismas características y hacerles un descuento.
La extraña le hizo una seña a un par de chicas de cabellera morena no muy lejos que rápidamente se acercaron a los tipos de aspecto osco, mientras yo y Aeris éramos empujadas al inicio de las escaleras que conducían al segundo piso del edificio.
Inspiré un poco de aire aliviada por haberme liberado de ese hombre, eché un vistazo hacia donde me estaba empujando.
La mujer de rojo que había visto antes acostada sobre la mesa de los jugadores ya no estaba en la mesa, sino en el regazo del comerciante que había preguntado qué pasaría si ganaran dos hombres, el comerciante le susurraba cosas a la mujer mientras hablaba con otro hombre no muy lejos de el, pero una de sus manos se posaba donde se había dirigido la de ella hacía un rato, metida bien hondo entre sus muslos.
Carajo.
Estaban en una esquina apartada junto a las dos únicas puertas accesibles para invitados, una en cada extremo de unas salas interconectadas.
La de la derecha conducía al exterior, la puerta de la izquierda llevaba al piso de arriba, a habitaciones más privadas en las que según había escuchado: ocurrían todo tipo de cosas.
—Espere, hay un error — Aeris se detuvo junto a mi enfrentando a la extraña — ella no es una señorita de compañía, la está confundiendo — le explico tratando de defenderme
—Y me parece que tú no eres un paje— ella nos soltó mostrando una sonrisa divertida en sus labios pintados de carmesí — este no es lugar para ti doncella, está bien ser curiosos, pero es mejor que vuelvas al castillo ahora.
Aeris palideció ante sus palabras, se había dado cuenta de quién era ella, aun cuando había cubierto sus cabellos y enmascarado su rostro.
—¿Cómo lo sabe? — pregunte con cautela poniéndome delante de Aeris para escudarla con mi cuerpo.
—Me parece que tienes problemas aún mayores que preocuparte por cómo me di cuenta de quién es la muchacha que proteges — señaló sutilmente con los ojos a Lord Martel no muy lejos, parecía estar enzarzado en una calurosa charla con los tres tipos de hace un momento — suban y prueben suerte, quizá la tercera habitación a la izquierda, debería estar desocupada a esta hora.
—¿Por qué nos estás ayudando? — pregunte observándola fijamente — ¿no ganarías mas delatándonos? Te ganarías el favor del duque.
La mujer misteriosa me dio una palmadita en el hombro y negó con una pequeña sonrisa.
—Creo firmemente, que todos merecemos vivir como queremos — desvió su mirada hacia Aeris y sonrió con suavidad — al menos una noche, que el altísimo las acompañe y las proteja.
Fue lo ultimo que dijo a modo de despedida y se perdió en la multitud.
No tuve ni tiempo para dudar pues Aeris ya me estaba llevando a donde nos indicaron.
Mis pasos se sienten torpes sobre las tablas del suelo que crujían con cada movimiento, el aire aquí arriba era más espeso que en la primera planta, impregnado de un hedor que me revolvía el estómago, una mezcla de vino barato y algo más... algo dulce y pesado. Trate de no respirar hondo mientras Aeris y yo nos movíamos en silencio, pegadas a las sombras.
—Espera, ¿enloqueciste o qué? — dije en una mezcla de susurro y exasperación tirando de su mano para que se detenga — no puedes confiar así de fácil en los extraños, ¿y si es una trampa?
La penumbra apenas dejaba distinguir lo que había más adelante de tus propias narices, solo la luz tenue de algunas velas en los marcos de las puertas servían como guías en medio del pasillo.
—Cualquier cosa es mejor que dejar que Martel nos atrape en este sitio, no quiero que te metas en problemas por mi deseo de salir del castillo — me respondió en el mismo tono dándome un suave apretón de vuelta.
No iba a negárselo, pero la vida me ha enseñado a ser desconfiada, nadie te tiende una mano sin pedirte algo a cambio...bueno tal vez Aeris, Kieran y la duquesa Wisteria si, pero ellos eran excepciones que rara vez aparecían.
Algo así como un fenómeno único en la naturaleza, o un ingrediente exótico en platos lujosos.
El sonido de camas crujiendo y gemidos ahogados interrumpieron mis cavilaciones, estábamos en el peor sitio posible para ser encontradas.
—Tengo una idea — me dijo juntando sus manos y llevándoselas hacia los labios, con expresión preocupada.
—No quiero — le corte enseguida con la cara roja por la incomodidad que me provocaba escuchar todo el alboroto que armaban las parejas desde las habitaciones — por mucho que te aprecie tengo que decírtelo en caso de que este sea el fin, tus ideas apestan.
— ¿Tienes un mejor plan? — me cuestión poniéndose las manos en las caderas.
No.
Me llevé la mano al puente de la nariz, apenas si podía procesar el problema en el que estábamos metidas.
El sonido de pasos pesados en las escaleras me golpea como una bofetada.
Mi corazón se oprime contra mi pecho cuando reconozco la voz de Lord Martel junto a otros hombres y risas femeninas secundándolos, miro a Aeris con los ojos muy abiertos, sintiendo el pánico subir por mi garganta.
Está cerca, demasiado cerca.
Aeris me agarra del brazo, pero es un gesto breve antes de que lo suelte.
— Tenemos que separarnos — dice con urgencia en un susurro casi imperceptible.
— Dioses, ni lo pienses, y ¿si te pasa algo?
— Tengo la daga que me diste y además es mejor que te encuentren sola, a que te vean en mi compañía, estarás a salvo.
Antes de que pueda decir nada, me lanza una mirada firme y en un segundo desaparece hacia una habitación al final del pasillo.
Tenía razón, pero el pánico me atrapó de lleno, mire alrededor, buscando desesperadamente una salida, cualquier lugar donde esconderme, los pasos estaban casi en la cima de la escalera.
¿En que me había metido?
Detrás de esas puertas podía estar esperándome cualquier cosa, cualquier persona y esa mujer de abajo, no me daba buena espina...
El sonido de una risa masculina llenó el pasillo cuando la puerta de al lado se abrió. Aterrada, me apresuré a entrar en la habitación que tenía delante y cerré la puerta a mis espaldas.
Con el corazón acelerado, miré a mi alrededor.
No había lámparas, solo un candelabro de varios brazos sobre la repisa de una chimenea apagada, delante de la cual había un sofá. Sin necesidad de mirar detrás de mí, sabía que el único otro mueble de la habitación tenía que ser una cama.
Al girarme, busqué con desesperación una ventana, Respire hondo tratando de calmarme pero las manos me temblaban incontrolablemente mientras intentaba quitar el seguro de la ventana.
Tenía que ser rápida, encontrar la salida antes de que alguien...
De repente, escuche el sonido de la puerta del baño abriéndose a mis espaldas.
Capté el aroma de las velas. ¿Canela? Pero había algo más, algo que me recordaba a la madera de pino.
Empecé a darme la vuela mientras maldecía en mi fuero interno.
Un hombre alto, de piel dorada por el sol, su torso desnudo mostraba músculos tensos y bien definidos apareció en medio de una nube de vapor, mientras el agua aún goteaba de su cabello negro, ligeramente ondulado que caía en mechones desordenados sobre sus hombros, estaba vestido únicamente con unos pantalones oscuros y unas botas gastadas.
Su mirada, oscura y profunda, se deslizó por mi cuerpo con una familiaridad que me hizo sentir expuesta.
Nariz alta, pestañas largas y mandíbula afilada, no importaba como se lo viera, era alguien atractivo.
—Vaya — enarco una ceja, mientras me inspeccionaba de pies a cabeza.— esto no lo esperaba.
Se me helo la sangre, esto no estaba bien, sentí un calor subir por mis mejillas mientras retrocedía instintivamente de su imponente presencia, pero su mirada me atrapó como si no hubiera escapatoria posible.
Intenté hablar, pero las palabras no salían
Si Asher es todopoderoso, no podía ser bueno del todo y si era bueno del todo no podía ser todopoderoso.
¿Porque?
¿Porque?
Siete infiernos, alguien debe odiarme con pasión en los cielos, o lo suyo conmigo es muy personal.
—No te esperaba esta noche —dijo el. Me estaba dedicando una medio sonrisa del tipo que no mostraba los dientes, y hacía aparecer un hoyuelo en su mejilla derecha, pero no terminaba de llegar nunca a sus ojos —. Solo han pasado unos días, cariño.
¿Cariño?
Abrí la boca y luego la cerré de golpe al darme cuenta de lo que pasaba. Parpadeé.
¡Creía que era otra persona!
Alguien con quien era obvio que se había encontrado ahí en alguna otra ocasión, bajé la vista hacia mi capa, la prenda que había tomado prestada de Anya, una de las criadas que vivía en el castillo del duque junto conmigo.
Era una prenda bastante peculiar, de tono cerúleo con un ribete de piel blanca, era sencilla pero en cierta forma llamativa, pues la misma Anya la había confeccionado y como esta no había otra capa igual.
¿Creía que era Anya?
Éramos más o menos de la misma altura, y la capa ocultaba la forma de mi cuerpo, que no era tan delgado como el suyo.
Daba igual cuánto ejercicio hiciera, era incapaz de tener la figura esbelta de Aeris o de alguna de las otras damas.
Eche un rápido vistazo a la habitación en busca de alguna otra salida, había una mesita a lado del sofá, con dos copas, parecía que el sujeto no había estado solo antes de que yo llegara.
—Quítate la ropa y acuéstate — ordeno con calma mientras se acercaba a mí.
¿Qué debía hacer? ¿Dar media vuelta y salir corriendo? Eso sería raro. Seguro que le preguntaría a Anya acerca de ello, prefería irme de este sitio sin levantar sospecha, y sin que ella ni nadie se diera cuenta, de mi pequeña aventura con Aeris.
A la luz de las velas, podía ver su cuerpo bien definido y lo ceñidos que eran sus pantalones, cómo abrazaban su cuerpo. Dejaban muy poco a la imaginación.
Y yo tenía una imaginación desbordante, gracias a la frecuente tendencia de las damas de la corte y otras criadas a compartir sus experiencias en exceso y a mi frecuente tendencia a escuchar conversaciones ajenas.
Quise explicarme, pero mis palabras se vieron interrumpidas cuando tropecé contra el marco de la cama y caí de culo sobre el delgado colchón.
El pelinegro se cernió sobre mi, con la seguridad de quien hace esto como un habito, de la misma manera que respiramos sin siquiera pensarlo, parecía que Anya disfrutaba de una estrecha relación con este extraño.
Se me cortó la respiración mientras mi corazón empezaba a aporrear como un martillo contra mis costillas, quede acorralada entre la cama y su cuerpo sin escapatoria posible.
¿Me has seguido? —inquirió.—Tendremos que hablar de eso, ¿no crees? —Noté una extraña amenaza en su voz, una que dejaba traslucir que no estaba demasiado contento con la idea de que Anya lo siguiera—. Aunque parece que no va a ser esta noche, estás extrañamente callada —comentó.
Solo llevaba un camisón fino de algodón bajo mi capa, no se sentía como una barrera real contra los duros y marcados músculos de su cuerpo.
Antes de que pudiera reaccionar, el ladeó la cabeza y sentí el calor de su aliento sobre mis labios, no hubo nada dulce o suave en aquel beso, fue algo duro, abrumador y exigente, todo lo opuesto a lo que había esperado cuando imaginaba un beso.
¿Dónde estaba la dulzura? ¿Y el romanticismo? ¿No se suponía que sentías una conexión especial al besar? ¿Viví engañada todo este tiempo?
Cuando aspiré una brusca bocanada de aire tratando de apartarme, él se aprovechó de aquella abertura y profundizó aún más en su beso. Su lengua tocó la mía y me sobresalté.
Sin previo aviso, interrumpió el beso y levantó la cabeza.
—¿Quién eres?
Actuó demasiado deprisa para que pudiera impedir su movimiento, tiró de mi capucha hacia atrás y dejó al descubierto mi rostro enmascarado. Arqueó las cejas al tiempo que se disipaba la neblina de mis pensamientos.
Tomo uno de los rizos de mi cabellera y jugo con el, despreocupadamente, brillaba de un castaño rojizo opaco a la luz de la vela.
Ladeó la cabeza hacia la izquierda, mientras sus ojos se deslizaban por mi cara medio cubierta por el antifaz.
—Desde luego que no eres quien pensaba que eras —murmuró.
—¿Cómo lo has sabido? —farfullé.
—Porque la última vez que besé a la dueña de esta capa, le faltó un pelo para sorber mi lengua por su garganta.
¿Se suponía que tenía que haber hecho eso?
No sonaba como si fuese algo agradable.
— Se superaron en esta ocasión, me gustan las castañas de ojos expresivos, ¿los propietarios te enviaron?
Bajó la vista hacia mí, me evaluó con la mirada mientras permanecía con medio cuerpo encima del mío.
—¿Eres nueva aquí?
—¿Que?— pregunte sin poder entender, medio atontada todavía por lo anormal de la situación.
—Es simple curiosidad pero...¿Te habían besado alguna vez?
Me puse roja como un tomate.
¿Tan obvio era que no?
—¡Claro que sí!
Un lado de sus labios saltó hacia arriba.
—¿Siempre mientes?
—¡No! —mentí de inmediato.
—Mentirosa —murmuró, en un tono casi juguetón, posando una de sus manos en mi mejilla, deslizó su pulgar por el contorno del antifaz
La vergüenza inundó todo mi ser.
— Yo no soy una dama de compañía— aparte su mano de mi antifaz temiendo que me lo quitara y viera mi cara.
El arqueó una ceja, divertido, se inclinó peligrosamente hacia mi rostro, su aliento rozo la piel de mis mejillas, haciendo que mi piel se erizara.
— ¿No lo eres? — Su sonrisa se ensanchó, atrevida — entonces, ¿debo asumir que eres una ladrona que se ha escabullido aquí para robar mis cosas?
Mi corazón latía a mil por hora. Tenía que salir de ahí, tenía que escapar antes de que las cosas fueran a peor.
Pero él ya estaba sobre mí, y mis manos temblaban tanto que dudaba si podría siquiera llegar a la puerta, y fuera seguro aún estaba Lord Martel y el resto de los guardias que lo acompañaban.
—Siendo así debo darte un castigo apropiado — susurró sobre mis labios y antes de que pudiera hacer algo puso su pierna entre mis muslos para separarlos y acomodarse mejor sobre mi cuerpo.
— Tampoco soy una ladrona — dije un tanto indignada, por lo que estaba insinuando.
Su mirada fija en la mía, no dejaba espacio para el error, parecía seguro de que yo estaba allí por él.
Mi respiración se aceleró. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no me movía? El aire en la habitación se sentía denso, pesado.
—Ni dama de compañía, ni delincuente, eso sí que es una sorpresa.
Una de sus manos se deslizó por mi muslo levantando la tela blanca a su paso, el tacto caliente y calloso sobre mi piel desnuda hizo que un temblor involuntario recorriera mi cuerpo, dio un apretón en la parte superior de mi pierna y la accion hizo que diera un respingo.
—¿Entonces señorita? ¿Debo asumir que eres una admiradora que ha venido a visitarme? — dijo de manera sarcástica
Tenía un ligero acento, un deje casi musical en el tono. No logré identificarlo del todo; claro que solo había estado en la capital y aquí, y no era muy frecuente que la gente hablara conmigo o a mi alrededor si sabía que estaba presente. Por lo que sabía, el acento podía ser de lo más normal.
—Deberías quitarte —le dije, sintiéndome aun mas nerviosa ante su presencia.
—Estoy bastante cómodo donde estoy —se burló.
—Pues yo no.
—¿Me vas a decir quién eres?, ¿Hmm...preciosa?
—No deberías llamarme así.
—Entonces, ¿Cómo debería llamarte? ¿Un nombre, quizás?
—Soy... soy... nadie —le dije.
—¿Nadie? Qué nombre más extraño. ¿Las niñas que se llaman así tienen la costumbre de usar la ropa de otras personas?
—No soy una niña —espeté indignada.
—Eso espero, debes ser lo bastante mayor como para hacerte pasar por otra persona, escabullirte en una habitación ajena, dejar que otros crean que eres una dama de compañía, y que luego...
—De acuerdo, lo entiendo —lo interrumpí antes de que continuará exponiéndome de esa manera.
—Te diré quién soy yo —dijo, tras arquear una ceja—, aunque tengo la sensación de que ya lo sabes. Soy Hawks.
—Hola —lo saludé, y me sentí como una tonta al hacerlo. El hoyuelo de su mejilla derecha se hizo más profundo.
—Esta es la parte en la que me dices tu nombre. —Ni mis labios ni mi lengua se movieron—. Entonces, tendré que seguir llamándote «preciosa».
Esos ojos dorados suyos parecían incluso más brillantes que antes, mientras su dedo trazaba el contorno de mi antifaz, todo el camino hasta donde la cinta de raso desaparecía bajo mi pelo.
—¿Puedo quitarte esto?
—¿Por qué?
Su mano subió por mi costado, y llegaron hasta el listón atado al frente de mi pecho y jugueteo peligrosamente con el nudo entre sus dedos largos, como si disfrutara alargar mi tortura.
—Porque quiero verte.
—Ahora me ves.
—No —dijo, bajando la cabeza hasta que sus labios rozaron mi cuello. — Quiero verte de verdad cuando haga esto sin tu vestido.
Entonces, movió la mano, y la cerró en torno a mi pecho, arrancándome una exclamación ahogada por la sorpresa.
— Vistes ropas muy ligeras, ¿tenías prisa por venir a verme, preciosa? — La mano de Hawks se deslizó por la cara externa de mi muslo derecho hacia donde terminaba la raja del vestido y se detuvo.
Sus ojos se deslizaron hasta la zona de mi escote, donde pecas de color caramelo estaban sutilmente esparcidas por mi piel, sus cejas escalaron por su frente ante el descubrimiento de mi peculiar rasgo, parecía consternado.
Rápidamente cubrí como pude mis pecas, ahora más asustada por lo que él pudiera hacer.
Si me sacaba a rastras vociferando que era un ser impío, tal vez habría preferido que Lord Martel me pillara, en mis prisas por acompañar a Aeris, me descuide y no las cubrí con maquillaje, ahora el, las había visto.
Estoy jodida.
—Ahora sí que estoy intrigado de verdad —murmuró, y el lado derecho de sus labios se curvó hacia arriba. — una pequeña pecosa, eso no se ve todos los días.
El golpeteo de alguien contra la puerta hizo que el extraño levantara la cabeza, algo parecido a un gruñido de frustración reverbero en su pecho.
—Hawks — una voz gruesa lo llamo del otro lado con cierta urgencia — sé que estas ahí, sal, tenemos problemas
— ¿No puedo tener un maldito segundo de paz? — murmuro frunciendo el ceño con hastió
—¿Hawks? — la persona fuera volvió a aporrear la puerta.
—Maldita sea —murmuró. Miró hacia atrás y dijo en voz alta—: Estoy completa y felizmente ocupado en estos momentos, si no es de vida o muerte puede esperar a mañana.
— Es de vida o muerte, deja a tu puta y sal — le ordeno de mala gana — esto es inevitable.
—La única cosa inevitable que veo es cómo vas a acabar con la mano rota si vuelves a aporrear esa puerta una sola vez más. —Le advirtió Hawks.
—Entonces, debo arriesgarme a sufrir una mano rota —contestó el hombre del otro lado — se avistaron Fenrirs en las fronteras con las tierras frías.
Hawks, agacho la cabeza soltando un suspiro irritado, sus labios se movieron como si murmurara algo, pero el sonido fue demasiado bajo para que lo entendiera se levantó de la cama, finalmente liberándome.
— Quédate aquí, — me ordeno, mientras se ponía una camisa negra de lino — volveré pronto — me guiño y su figura desapareció a través de la puerta.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, solté el aire que había estado conteniendo, mis mejillas se arrebolaron y me apresuré a levantarme de la cama para descubrir que tenía las rodillas sorprendentemente débiles.
Sí, claro, esperarlo, mis polainas.
Apenas pude recuperarme del shock inicial abrí la ventana y me escabullí por ahí.
Caí sobre un montón de sacos con cal en la parte trasera de la taberna.
El frío de la noche se siente como un alivio tras el pesado ambiente dentro de aquella habitación, mi corazón aun latía con fuerza, sentía el ardor en mis mejillas y la sensación de sus manos sobre mi cuerpo...curiosamente, no se sintió aterrador.
Caminé a tientas por el callejón junto a la taberna, sumida en la oscuridad. Aeris me esperaba en el extremo que desembocaba hacia la calle principal. Cuando me vio, estalló en carcajadas al ver mi aspecto desastroso, cubierta por completo de una capa de polvo blanco. Parecía una aparición espectral, con motas de cal brillando a la luz de la luna.
Mi cabello fue lo más afectado: los rizos, antes castaños oscuros, ahora se veían tan blancos como los de Aeris.
—Es la última vez que me pides acompañarte a tus patoaventuras —le advertí, tosiendo mientras me sacudía la capa—. Mírame, parezco una cucaracha en panadería.
—¿No te parece emocionante? —replicó Aeris, girándose con una sonrisa contenida—. Fue como una de esas hazañas heroicas de los libros.
—No sé si "emocionante" es la palabra adecuada —dije, resignada a que necesitaría un baño para quitarme todo el polvo.
Aeris soltó una risa suave, incrédula de que hubiéramos logrado escapar bajo las narices de Lord Martel.
—Vamos, Reinhard, fue divertido, admítelo.
Mis pasos son ligeros, casi temerosos, mientras mis dedos se aferran al borde de la capa que me cubre, por todas partes se observa como cierran los locales, la gente corre a sus casas y la guardia se moviliza en dirección opuesta, el festival tan animado hace unos momentos se sumía lentamente en un silencio sepulcral.
Nos dirigimos hacia la parte de la Arboleda más próxima al centro de la ciudad, había sido despejada para crear un parque en el que se celebraban ferias y fiestas, donde la gente solía montar a sus caballos, vender sus productos y salir de paseo o a merendar en los días más cálidos.
La Arboleda se internaba directamente dentro de las murallas del castillo de Valerion. Literalmente.
Muy poca gente se movía por la Arboleda; muchos creían que estaba embrujada por los que habían muerto ahí. ¿O era por los espíritus de los guardias? ¿O eran los espíritus de los animales cazados los que deambulaban entre los árboles?
No estaba segura. Había muchas versiones diferentes. Fuese como fuere, a nosotras nos venía muy bien, porque era fácil salir a hurtadillas de los Jardines de la Duquesa y entrar en la Arboleda sin ser detectados, siempre que mantuviésemos un ojo puesto en las patrullas de guardia. Desde la Arboleda, uno podía ir a cualquier sitio.
—¿Qué crees que pase? — pregunto Aeris
La noche era fría, las hojas marchitas en el suelo crujían bajo nuestros pasos, la luna estaba en lo alto iluminando nuestro camino.
—Fenrirs.
—¿Aquí? ¿en la ciudad? — abrió los ojos como platos.
Entendía su miedo. Esas criaturas eran enormes y peligrosas: lobos de casi tres metros de altura que solo los bárbaros del lejano Northeim podían domesticar. Eran criaturas del norte, demasiado lejos de su hábitat como para que se tratara de una simple coincidencia.
Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar a los tres hermanos con los que había estado jugando a las cartas. ¿Podrían ser espías del norte? Había algo en sus miradas que me hacía dudar, como si supieran más de lo que decían. Tal vez, tras su fachada de despreocupación, se ocultaba una amenaza real. El pensamiento me inquietaba, y no podía dejar de preguntarme si su presencia en la taberna estaba relacionada con los Fenrirs que ahora acechaban en la oscuridad.
—No conozco los detalles, pero creo que están en la frontera — le avisé mientras la ayudaba a impulsarse para alcanzar la cima del muro —. Probablemente ya alertaron al castillo; tienes que regresar de inmediato a tus aposentos.
El castillo del duque Valerion se alzaba ante nosotras, majestuoso silencioso y siniestro, con la luz de la luna reflejándose en sus altos muros de piedra. La noche estaba en calma, solo se escucha el suave susurro del viento que acaricia las hojas de los árboles que bordeaban el jardín.
Aeris avanzaba a mi lado, mirando hacia el interior del palacio, su rostro reflejando la mezcla del temor y entusiasmo que ambas sentimos al regresar sin habernos metido en problemas.
—¿Cómo sabes que hay fenrirs rondando? —pregunto una vez que llegamos a la puerta trasera de las cocinas, el silencio pesaba sobre nosotros como una nube oscura.
Intentamos ser sigilosas, pues desde la distancia, podíamos ver a los guardias haciendo su ronda, su armadura brillada a la luz de la luna mientras vigilaban.
—Digamos que... —me pasé una mano por la nuca, sintiéndome incómoda por el recuerdo del pelinegro—, recibí la información de un halcón que encontré por ahí.
La tensión aumentaba con cada paso; cada sombra que cruzábamos parecía estar llena de ojos que nos observaban. Las pocas antorchas que quedaban encendidas proyectaban sombras tenebrosas a lo largo de los pasillos, bordeados de cuadros, tapices y bustos de antiguos duques de la casa, como si las figuras inanimadas estuvieran también vigilando.
A medida que nos acercábamos a su habitación, nuestras miradas se cruzaban, compartiendo un entendimiento silencioso de que la noche no había terminado y que el verdadero peligro podía estar acechando en cualquier rincón.
—En Althoria no hay halcones —insistió Aeris, su voz apenas un susurro, con un destello de incredulidad en sus ojos.
Las mejillas se me encendieron cuando nuestras miradas se encontraron; sabía que Aeris no dejaría pasar ese detalle.
—¿Halcón? —me hice la desentendida—. Quise decir dragón.
—Pero si a ti te asustan los dragones; no puedes ni acercarte a Velaris, y eso que ella es dócil.
—¿Llamas dócil a esa cosa que carboniza a gente como si nada?
—No me cambies de tema Reinhard.
—Te cuento mañana, ¿sí? —le prometí exasperada mientras hacía guardia al inicio de las escaleras que llevaban a sus aposentos —. Vuelve a tu habitación, si Kieran nos ve aquí a esta hora, nos echara la bronca encima.
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La luz del sol caía suavemente entre las ramas del árbol bajo el cual estaba sentada, el viento movía las hojas, creando sombras danzantes sobre el lienzo que tenía en mis manos creando delicadas flores con hilo de colores turquesa y amarillo, Aeris, estaba recostada en mi regazo, se había rendido hace tiempo en intentar ayudar, tenía los dedos llenos de piquetes hechos por la aguja.
Se había levantado el velo, la piel de la doncella era pura y de un blanco que las otras damas envidiaban, sus facciones delicadas la hacían parecer uno de los ángeles que había visto en pinturas que solo había en libros.
El eco de los pasos retumbaba desde la plaza, el alboroto era tal que incluso atravesaba las gruesas paredes del castillo y llegaba al jardín trasero.
Aunque se oía lejano ahora tenía una idea clara de cómo era que celebraban en la calles y tabernas.
—Siempre me sorprende lo rápido que trabajas — comentó Aeris, sus ojos claros reflejaban la luz del día — Yo apenas había terminado una flor y tú ya tienes un jardín entero.
—Es cuestión de práctica...y paciencia.
Kieran, el guardián de Aeris, se encontraba de pie a unos pasos, apoyado contra el tronco del árbol, su apariencia era seria, como siempre, pero había un aire de relajación en su postura, su figura esbelta, envuelta en una armadura pulida brillaba tenuemente a la luz del sol.
Su mano descansaba sobre el pomo de su espada, aunque era evidente que no veía peligro inmediato.
El sol resaltaba su cabello oscuro, y sus ojos vigilantes recorrían los alrededores, siempre atentos a cualquier amenaza, pero su mirada se suavizaba cada vez que se posaba sobre Aeris, aunque él no lo admitiera a mí no me lo podía ocultar.
—Sereno moreno, lo más peligroso que hay en este jardín son un par de ardillas — me burle por lo bajo mientras enhebraba otro hilo.
El caballero poso su mirada impasible en mí, había intensidad en su mirada, sus ojos eran oscuros y profundos como abismos, pero era solo la impresión inicial pues si te fijabas en ellos podrías encontrar una chispa de calidez y un destello de humor que contrastaba con su expresión estoica
—Es mi deber, señorita. No puedo permitirme relajarme cuando mi misión es proteger a la doncella —contesto con calma — incluso de ardillas.
Aeris soltó una pequeña risa.
—Pero estamos en un lugar tan tranquilo — la rubia se incorporó hasta quedar sentada, su vestido de mangas largas era más sencillo que el de cualquier otra dama de la corte, siempre blanco, sin adornos, mucho menos escotes, era entallado en el torso con botones y cuello alto — me siento culpable de saber que no puedes relajarte nunca, eso no puede ser bueno para tu salud.
Kieran se cruzó de brazos, esbozando una sonrisa apenas perceptible.
— La paz es siempre el preludio del peligro.
Levanté la vista del bordado por un momento y observé el paisaje a mi alrededor. El jardín, lleno de flores fragantes y colores vibrantes, estaba bordeado por las murallas de piedra. Aunque parecía un lugar tranquilo, las palabras de Kieran me hacían consciente de lo frágil que era nuestra tranquilidad.
Las tensiones entre Althoria y el reino vecino no parecía mermar; la guerra era casi inevitable. Me daba escalofríos solo pensar que el conflicto pronto estallaría.
Yo solo quería una vida tranquila alejada de todo este drama, tener una pequeña casa lejos de estas murallas y, si no era demasiado pedir, poder pintar con tizas coloridas en lugar de los carbones que recogía de las chimeneas del castillo al alba.
Quería una vida sencilla, no debía ser lujosa, solo cómoda y silenciosa, sin los prejuicios de la iglesia por mis pecas, sin las presiones de la sociedad y sobre todo sin la presencia de los dos cabrones que me hacían la vida insoportable.
—Cuéntamelo otra vez — pidió Aeris sacándome de mis pensamientos — la historia de aquel huésped misterioso, en Ardem.
—No quiero seguir hablando de eso — le respondí enrojeciendo ante el recuerdo de Hawks — todo fue un malentendido.
—Uno muy afortunado — se rio mientras se abanicaba el rostro con una sonrisita picara
—¡Qué escándalo! —no había podido ni dormir tratando de deshacerme del recuerdo—. Me enviarán a la hoguera si se enteran de que le ando contando cosas tan inapropiadas a la doncella de Asher.
—Escucho cosas peores de las damas de la corte — insistió con la voz tan melosa como la miel.— Nadie va a enterarse
Kieran carraspeo, como si en silencio corrigiera a la doncella.
La rubia rodó los ojos con una pequeña sonrisa burlona en sus labios.
—Bueno, nadie más aparte de nuestro querido Kieran — se acomodó un mechón dorado detrás de la oreja mientras se giraba para mirarme — el caballero Reeves se llevará mis secretos a la tumba.
Ciertamente si tuviera que confiarle mis secretos a alguien la primera opción luego de Aeris sin duda sería el.
Pero una cosa era contarle algo trivial como que a veces nos escabullíamos a la zona restringida de la biblioteca, que nadábamos en el lago oculto en la arboleda, o que a veces cambiábamos de atuendo con Aeris para que pueda visitar a la duquesa y otra muy diferente confesarle que nos habíamos escapado a una taberna, solas en esta crisis, a altas horas de la madrugada.
Su rostro, aunque endurecido por el tiempo y las batallas, conservaba una esencia vibrante y fresca, no recuerdo haberlo visto molesto desde que lo conozco, pero no quería arriesgarme a recibir una reprimenda, pues a diferencia de las demás personas en este sitio a Kieran lo apreciaba como un amigo.
Y se por experiencia que los regaños de aquellos a quienes apreciamos dejan marca en uno de manera agridulce, aunque sea para bien.
Un rugido bajo en el cielo captó mi atención de inmediato.
Mi mirada se fijó en el horizonte, donde dos imponentes siluetas oscuras surcaban las nubes con una majestuosidad que cortaba el aliento. Dragones.
Uno tenía escamas azul eléctrico, mientras que el otro era de un marrón muy oscuro. Se movían sobre nosotros con una imponente presencia, como recordándonos que, incluso en medio de las festividades, el poder del reino siempre estaba presente, vigilando desde las alturas.
Los jinetes habían llegado. Aeris y yo cruzamos miradas; no hacía falta decir nada.
Sabía lo que estaba pensando: la noticia de que fenrirs habían sido avistados seguramente había llegado más lejos de lo esperado.
Pero no podíamos comentar mucho con Kieran cerca.
Ella se levantó alisando su vestido con las manos y acomodándose las pequeñas cadenas que sujetaban el velo sobre su cabeza cubriéndose el rostro para poder ir a ver a que se debía la visita de dos jinetes de la academia Emberwing en las tierras del duque Valerion.
Seguí a la doncella a través de los pasillos del castillo que ahora parecían abarrotados de gente, todo era un verdadero alboroto, la gente iba y venía de un lado transportando cosas, comida, medicina y demás.
—¿Atacaron a alguien? — pregunte en voz baja mientras caminaba a lado de Kieran, notando todo lo que estaban preparando.
El negó con la cabeza en silencio, pero parecía un poco más tenso que de costumbre, no sabía si creerle o no.
Las paredes del castillo estaban adornadas con tapices brillantes y frescos, la luz iba filtrándose como un caleidoscopio entre los vitrales coloridos.
Mientras más nos acercábamos a la parte delantera del palacio, mas bullicioso se escuchaba toda la celebración fuera.
Justo cuando doblábamos una esquina, el paso firme de un grupo de soldados anunció la presencia de alguien importante, sentí una incómoda opresión en mi pecho al ver al duque Valerion escoltado por algunos hombres de la corte, caminaba con su habitual porte altivo.
Su rostro, marcado por arrugas profundas y una constante expresión de desdén, era inconfundible.
Tenía la mandíbula apretada, y sus ojos grises, fríos como el acero, se clavaron primero en Aeris y luego en mí, como si nuestra sola presencia le ofendiera.
Aeris, a mi lado, inclinó ligeramente la cabeza en una señal de respeto, pero no pudo ocultar el leve temblor de sus manos.
La mirada del duque la recorrió con desprecio apenas disimulado. Valerion nunca había ocultado su desagrado por el cabello de la doncella, ni, aunque era su hija, ese era un rasgo considerado una muestra de completa debilidad, que por supuesto no debía pertenecer a una dama de la corte de la casa Valerion.
Su desprecio por aquel rasgo peculiar en estas tierras hizo que la apartara de sus deberes y derechos como noble, obligándola a dedicarse a la fe como único medio de redención y utilidad según el.
Sentí fuertes deseos de interponerme entre su desagradable mirada y Aeris, quería cubrirla del mundo y sus prejuicios, pero el leve ardor en mi espalda por los azotes que recibí hace unas semanas por no conocer mi lugar me refreno de hacerlo.
Desde que tengo memoria, se ha dicho en cada rincón de Elarión que el cabello en tonos claros es un símbolo de mal presagio. A mí me parecía una estupidez. Bajo los rayos del sol, el cabello de Aeris brillaba como hebras de oro y plata; era la cosa más bonita que había visto desde que me vendieron a este lugar.
Tal vez, no le veía nada de malo porque yo misma estoy encadenada a las supersticiones sobre las pecas en mi cuerpo.
Un símbolo de impureza.
El duque entonces dirigió su atención a mí, aunque había hecho un esfuerzo por cubrir esas manchas en mi cuerpo con maquillaje, sentía que los ojos afilados del duque lograban ver a través de la pintura y los polvos sueltos, como si cada una de mis imperfecciones estuviera grabada en su memoria.
El silencio fue cortante, note como Kieran sujetaba con fuerza el mango de su espada y apretaba la mandíbula, sabía que a Valerion no le importaba disimular su aversión hacia mi o a la doncella, y lo que podía ser una simple caminata para observar los dragones se sentía ahora como un campo de batalla invisible, cargado de juicios no pronunciados.
—Espero que no estén aquí para causar distracción alguna, mi lady — dijo Valerion con voz fría y controlada, dirigiéndose vagamente a la doncella.
Aeris presionó los labios, en una fina línea que delataba su tensión, hice una leve reverencia, buscando en mi mente las palabras adecuadas para no ofender más a ese idiota, me mordí el interior de la mejilla para evitar decir cualquier cosa que nos metiera en problemas.
—La doncella solo iba a observar la llegada de los jinetes, y coincidimos en el camino su excelencia. — respondí en voz baja tratando de liberar a mi amiga de aquella incomodidad, o al menos aliviar su carga.
Valerion dejó que el silencio se alargara antes de dar un paso hacia nosotras, todos los músculos de mi cuerpo se tensaron como si esperara el azote de un golpe, pero este nunca llego.
—Tengan cuidado de no interponerse. Este día es de gran importancia, y no tolerare...interrupciones innecesarias —dirigió una mirada desdeñosa en mi dirección — ¿está claro?
Las palabras, cargadas de veneno encubierto, quedaron flotando en el aire mientras el duque seguía su camino, dejándonos atrás con el eco de sus pisadas resonando en la piedra, la advertencia no era para la doncella, si no para mí.
Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo cuando finalmente el duque se perdió de nuestro campo de visión, me llevé una mano corpiño de mi vestido, tratando de recuperar mi calma.
—Reinhard...— empezó Aeris
—Está bien, estoy bien — le corté tomándole la mano con delicadeza y le di un suave apretón para tranquilizarla — me apreté demasiado el corpiño esta mañana es todo.
Ella sabía que estaba mintiendo, pero decidió no decir nada solo me devolvió el apretón en la mano antes de soltarme pues había demasiadas personas cerca y un ser impío como yo, no podía tocar las santas manos de la doncella de Asher.
En Althoria, la fé en Asher era venerada como una virtud entre damas, caballeros y la realeza; no había rincón donde su grandeza no se proclamará con fervor. Sin embargo, a pesar de la benevolencia de su dios, sus fieles rara vez extendían la mano a los necesitados, como si la compasión fuera un lujo reservado para otros.
Mi abuelo solía decir:
Son más santas las manos que ayudan, que las bocas que predican.
Aeris le habría agradado mucho...de estar vivo.
Salimos del castillo y nos distanciamos a un lugar prudente. Los dos dragones habían aterrizado cerca de la entrada; eran colosos majestuosos, cuya presencia bajo la luz del sol era tanto impresionante como aterradora.
El sonido de sus pesados cascos resonaba en la piedra, mientras las imponentes criaturas se movían con una gracia feroz bajo la atenta mirada de los jinetes. Los caballeros que las escoltaban formaban una línea ordenada, como una barrera viviente que separaba a los espectadores de aquellas magníficas bestias.
El dragón de color azul oscuro se encontraba más cerca, su enorme cuerpo brillando bajo el sol, sus escamas destellando como si estuvieran hechas de zafiros pulidos. El otro, de un marrón robusto, se movía con lentitud y firmeza, cada paso resonando con la fuerza de su tamaño.
Estaba hipnotizada ante el espectáculo que tenía frente a mí; las criaturas que mi abuelo tanto había anhelado ver de cerca antes de su muerte estaban allí, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de sus gigantescos cuerpos....desde la seguridad de mi sitio por supuesto, ni loca me acercaría demasiado.
¿Qué tal y se les antoja Reinhard a la parrilla?
No gracias, no quiero ser parte de su menú, las bestias caminaban con seguridad, sin embargo, había algo inquietante en ellos. Ambos dragones parecían nerviosos, moviendo sus cabezas de un lado a otro mientras sus ojos reptilianos escrutaban su entorno con una inteligencia casi palpable.
—Likyri, Brass —escuché la voz de uno de los jinetes, un hombre moreno, de aspecto robusto que acariciaba el costado del dragón como si calmara a un perro o a un caballo asustado.
Los hombres descendieron del lomo de las bestias, sus túnicas negras de vuelo de la Academia Emberwing se ajustaban a sus figuras altas e imponentes, emanando un aura de autoridad y destreza. Cada prenda, marcada con el símbolo de la academia, ondeaba con la brisa, acentuando su postura erguida y orgullosa. Uno de ellos, un hombre de piel bronceada y cabello negro ondulado, dominaba al dragón azul oscuro con una autoridad innata.
Su mirada, dorada y afilada, recorrió la multitud con una calma calculada, deteniéndose brevemente en Aeris y en mí. En ese preciso instante, sentí que el alma se me escapaba al reconocerlo:
—Hawks.
Carajo. Carajo. Carajo.
Su expresión dura contrastaba drásticamente con la que había visto la noche anterior. Apreté los puños, recordándome a mí misma que debía mantener la calma. Al menos había tenido el antifaz; la habitación estaba en penumbras, casi oscura, y él nunca había visto mi cara. No podría reconocerme... ¿verdad?
La gente comenzó a murmurar sobre él, especialmente las damas de la corte, que no perdían de vista al joven jinete de cabello negro.
Las puertas de las murallas se abrieron al son del repicar de las trompetas, anunciando la llegada de alguien más.
El desfile de armaduras brillantes y las banderas ondeando al viento eran caballeros que habían estado en el campo de batalla. Observé la procesión acercarse, pero no eran ellos los que capturaban mi atención; era un carro de guerra que avanzaba lentamente tras ellos, tirado por enormes caballos y, sobre él... un dragón.
Una bestia inmensa, completamente blanca, atada con gruesas cadenas que la envolvían como si fuera una simple mercancía. Sus alas estaban caídas, arrastrándose por el suelo empedrado, y su cuerpo herido goteaba un líquido oscuro que dejaba un rastro tras el carro de guerra que la transportaba.
Los soldados marchaban con orgullo a su alrededor, como si hubieran logrado algo grandioso.
Aeris ahogó un pequeño grito horrorizado.
—Pobre criatura —murmuró, observando con pena al animal atado
—Lo encontraron hace poco en las fronteras de Althoria con las tierras frías —comentó Kieran.
—¿Pero no decían que lo que avistaron eran fenrirs? —pregunté, consternada, incapaz de apartar la mirada del enorme dragón.
Hablé sin pensar, y en ese mismo instante me arrepentí de haberlo dicho en voz alta al notar cómo Kieran fijaba su vista en mí, entornando los ojos con sospecha. Pasó su mirada alternativamente entre Aeris y yo, atando cabos como solo él sabía hacer.
—Ustedes dos —habló con seriedad, pero en un tono lo suficientemente bajo para que solo nosotros lo escucháramos—. ¿No tienen nada que contarme?
Yo y mi bocota.
—No —respondimos al unísono, desviando la mirada hacia el frente.
El pecho del dragón subía y bajaba lentamente, flechas clavadas en el lomo y algunos cortes en sus alas que aún sangraban, sus escamas se veían aún más majestuosas bajo los intensos rayos del sol, el color blanco parecía tornasol en algunas partes.
—Sí había fenrirs, pero cuando la caballería llegó a revisar la zona, los encontraron calcinados — su mirada se ensombreció mientras nos contaba lo sucedido casi en un susurro —. El dragón parecía haber estado durmiendo en medio del bosque nevado y los fenrirs lo despertaron.
—¿Y por qué lo traen aquí? — quise saber —. ¿No debe estar en la academia Emberwing con los otros dragones?
Aeris frunció el ceño y miró hacia el duque, que se acercaba hacia Hawks y el otro jinete.
—Probablemente es por culpa de mi padre —murmuró, bajando la mirada—. Haría lo que sea para asegurarse de que su heredero nazca como él quiere.
No era un secreto para nadie que el duque estaba desesperado por concebir un niño; la fortaleza de un dragón era tal que podía influir incluso en el género de un no nacido.
Observando en silencio, sentí un nudo en el estómago al ver cómo los otros dragones miraban a la bestia blanca y encadenada.
A pesar de lo sorprendente que parecía el dragón, el duque no se veía para nada conforme con su adquisición; veía a esa majestuosa criatura como me veía a mi o a la doncella.
Como si su sola presencia lo ofendiera.
Un silencio tenso cayó sobre los presentes mientras el duque caminaba alrededor de la bestia inmóvil, evaluando su tamaño y rareza. Era mucho más grande que los dragones que los jinetes montaban, y eso hacía que su color pálido fuera aún más desconcertante para los presentes, y por supuesto, también para el duque.
—Un dragón blanco... —murmuró, casi con desprecio —. Hubiera preferido algo más... imponente.
Con un suspiro exasperado, Valerion giró hacia los jinetes.
—Manténganlo con vida — ordenó, su voz firme. — No permitiré que está... decepción se desvanezca antes del nacimiento de mi hijo. Quizás pueda encontrarle algún uso simbólico en esa ocasión.
La mirada de Hawks se endureció ante la indiferencia del duque, pero se mantuvo en su lugar, mas que consciente de su posición; los dos jinetes recién llegados solo asintieron en silencio.
Aeris tenía las manos apretadas en puños, y a pesar de llevar el velo que le cubría el rostro, podía sentir cómo la furia crispaba sus músculos ante el trato que su padre daba a la pobre criatura.
—Si no lo tratan con el respeto que merece, esa tranquilidad que muestra ahora podría convertirse en furia — susurro con amargura, incapaz de soportar más la vista tan lastimera del dragón.
Sin poder contenerse, se dio vuelta y se marchó, dejando tras de sí un aire de indignación palpable.
Aunque la incomodidad era palpable en el aire, yo no podía despegar la vista del ser encadenado a unos metros de mí.
Los párpados del dragón se levantaron pesadamente, incluso su iris era diferente, de un intenso color azul casi violáceo, tenía la mirada perdida.
Me mordí el labio tratando de contener la pena mientras los demás lo señalaban y cuchicheaban con asombro o burla sobre su condición única.
Y ahí, en la posición casi oculta entre la multitud, silenciosamente le hice una pequeña reverencia a la criatura, ofreciéndole una disculpa silenciosa por el trato que le habían dado, el animal pareció haber captado el movimiento o quizá solo lo imagine, pues el dragón volvió a cerrar los ojos lentamente sumiéndose en la inconsciencia.
Aun si lo veía allí, encadenado, no me parecía en lo absoluto que él representara debilidad.
Me parecía otra cosa.
Tragedia.
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