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DOS: Juro esto por los dioses antiguos y los nuevos


ADVERTENCIA DE CONTENIDO:

Este capitulo contiene escenas un poquito fuertes,

si eres sensible a temas como el acoso,

 recuerden que esta historia esta ambientada 

en una época medieval,

Se recomienda guardar discreción.



"El caos no es un foso. El caos es una escalera. Muchos que intentan escalarla fracasan y nunca pueden volver a intentarlo. Caen y se rompen. A algunos se les da la oportunidad de subir, pero se niegan. Se aferran al reino, a los dioses, o al amor. Solo la escalera es real."


—¿Tercer general? —pregunté, sosteniendo un pesado libro de historia entre las manos mientras mordía una galleta.

Mi pie descalzo chapoteaba perezosamente en la superficie cristalina del estanque. La fría sensación en mi piel era un alivio tras un largo día en las cocinas. Me había sentado en una de las gruesas ramas del árbol que estaban mas cerca del agua.

—Lord "no me acuerdo" —comentó la rubia, jugando con una hoja rojiza mientras terminaba su propia galleta.

—Aeris...

Ella soltó un largo suspiro.

—Lord "no me acuerdo" hará que tu institutriz te azote con una vara por no responderle adecuadamente.

—Podrías ir tú y dar la prueba en mi lugar —me miró esperanzada —. Nadie se dará cuenta.

—No. Imposible.

En otras circunstancias, tal vez, pero ahora mismo sería una locura cambiar de lugares, había devuelto la capa de Anya a su lugar, pero la abnegada  me había pillado cubierta de cal y empezó a sospechar, además el invierno estaba a la vuelta de la esquina y nunca había suficientes sirvientes para preparar todo lo que el duque y el castillo requerían.

Aeris hizo una mueca y suspiró, resignada.

—Lord Winterfell, de Northeim, jinete de Veludora, el último con ese nombre y señor de las tormentas —soltó un suspiro exasperado—. ¿Por qué tengo que aprenderme esto?

—Porque eres la doncella, y parte de la nobleza.

—Sí, la doncella... una que nunca saldrá de estos mugrosos muros de roca y dedicará hasta el fin de sus días a los rosarios y su velo — bajo del árbol de un saltito y tomó sus zapatos. —¿Por qué necesito aprender sobre un país que me detesta?

Escuché sus palabras en silencio, notando la frustración en cada una de ellas. La observé mientras empezaba a caminar sobre la hierba, y cerré el libro antes de bajar para acompañarla.

En medio de las vastas extensiones del terreno del castillo del duque, había un estanque escondido. Era mi lugar seguro, pero en los últimos días había sentido que Aeris necesitaba esa misma sensación de refugio.

La duquesa, Wisteria, su madre, estaba muy delicada de salud.

Me daba pena. A diferencia del imbécil de su esposo, la señora Wisteria siempre había sido amable conmigo, incluso sabiendo de mis pecas. Quizás era la única persona en todo Elarión que no las consideraba un símbolo de impureza.

Aeris había visto muy poco a su madre en los últimos ocho meses, a pesar de vivir bajo el mismo techo. Según las sagradas escrituras, aquella que fuera la doncella de Asher debía permanecer casta, pura y lejos de cualquier situación que pudiera "mal influenciar" sus pensamientos.

Pero, claro, eso no la había detenido. Desde que supimos que la duquesa estaba encinta, habíamos estado cambiando de lugar con la ayuda de Kieran.

Soportando los malos tratos de su padre, de la secta y de las otras damas de la corte, Aeris había desarrollado una vena de rebeldía. El hecho de que debía mantenerse alejada de su madre —el único ser compasivo que la amaba sin importar que su cabellera presagiara la ruina para la casa Velarion— solo alimentaba su frustración. Y yo, por supuesto, la apoyaba.

—Mira este lugar —dijo, acomodándose el velo para cubrir su rostro—, no importa cómo se vea, sigue siendo una jaula. Siempre he sentido que nací con un propósito mayor, ¿sabes? Como si Dios me hubiera enviado para algo grande, para tener una vida plena y emocionante.

—Entonces, ¿por qué te hizo mujer? —bromeé.

Se le escapó una risa, incrédula y divertida a partes iguales.

—Supongo que Asher quiso jugarme una broma.

Ya nos acercábamos a los límites del jardín del castillo, donde comenzaba un pequeño pero tupido bosquecillo de jacarandás, que camuflaba las murallas internas que separaban el recinto del resto de la ciudad.

—Tiene un sentido del humor un tanto retorcido —dije, calzándome los zapatos al divisar a los primeros guardias cerca de los pasillos.

—Más bien oscuro. Ya es bastante malo ser primogénita y mujer, pero aun así decidió enviarme con este cabello...

Se rió, pero esta vez no había humor en su risa.

—Tal vez... quería que el mundo viera algo hermoso —teorice en voz baja, separándome de su lado.

Un ser impío no podía estar cerca de la doncella; esas eran las reglas.

—O tal vez quería un cambio —Kieran había estado esperando en silencio cerca de uno de los inmensos árboles—. Ha pasado mucho tiempo desde que un niño de la nobleza nació con ese rasgo tan peculiar.

Las jacarandás, que debían medir más de quince metros, llenaban Harenhall con sus vistosas flores de color lavanda y forma de trompeta, que florecían todo el año. Solo en los meses más fríos, cuando la nieve amenazaba, las hojas caían al suelo, tapizándolo hasta transformarlo en un mar morado.

Me gustaban, no solo por su belleza, sino porque podía extraer color de sus flores para usar en mis pequeñas pinturas.

—¿Un cambio? —repitió Aeris, girando el rostro hacia él.

Un viento fresco sopló a través del jardín, removiendo las muchas hojas caídas por el otoño y levantando los bordes del velo de la doncella.

—Asher es sabio con sus elecciones. Si te ha enviado así y has sobrevivido hasta ahora, a pesar de todo lo que se dice, debe ser por alguna razón —continuó Kieran. Su expresión era serena, pero en su mirada había algo más, una chispa de determinación.

Me detuve frente a la masa de enredaderas que reptaban por los enrejados de madera entrelazada, que marcaban el paso hacia la zona central del jardín.

—No bromees, los hombres preferirían ver el mundo consumido en llamas antes que permitir que una mujer gobierne —comentó Aeris, reanudando su camino—. Además, no es gobernar lo que deseo.

Nos detuvimos frente a una gran fuente, presidida por una estatua de mármol y piedra caliza que representaba a una Doncella con velo. El agua caía sin cesar del cántaro que sujetaba, y su sonido me recordaba a las olas rompiendo contra la costa.

Una miríada de monedas centelleaba en el fondo del agua, ofrendas a los dioses con la esperanza de que concedieran los deseos de quien las arrojaba.

Levanté los ojos hacia el cielo, que se oscurecía rápidamente, y luego miré hacia adelante. Kieran se colocó detrás de nosotras.

—Llegamos a tiempo. — Comentó Kieran.

Las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba unos instantes.

—Esta noche, sí — respondió Aeris

Pasaron solo unos momentos,  el sol aceptó su derrota ante la luna y los últimos rayos abandonaron las enredaderas. Cientos de capullos desperdigados temblaron y, poco a poco, se abrieron, revelando lustrosos pétalos del color de la luna llena.

Magnolias de floración nocturna.

Cerré los ojos y aspiré su aroma ligeramente dulzón. Su fragancia era más intensa al abrirse, y lo sería otra vez al amanecer.

—¿Qué es lo que deseas? —me atreví a preguntar, aprovechando la oportunidad.

Busqué en los bolsillos de mi delantal hasta que encontré una moneda y se la pasé.

—No creerás en serio que esto cumple deseos —me susurró, incrédula, al notar que un guardia rondaba cerca—. Los dioses tienen mejores cosas que hacer que escuchar este tipo de peticiones.

—¿Ah, sí? Menciona una —la desafié.

Aeris jugó con la moneda entre sus dedos luego de tomarla, pero cuando los segundos de silencio se tornaron en minutos, chasqueó la lengua, frustrada. No pudo encontrar respuesta. A las puertas de una guerra con dos naciones, con los prejuicios del mundo sobre nuestros hombros y su ascenso en la capital cada vez más cerca, no parecía que los dioses estuvieran haciendo mucho por ayudarnos.

—Según las normas de la iglesia y no sé qué más, a mí no me concederán nada por ser algo impío. Pero tú eres la doncella, casi una santa —le dediqué una pequeña sonrisa—. Nadie está más cerca de Asher, tal vez a ti sí te escuchen. Pide tu deseo.

En menos de un mes, Aeris tendría que viajar a la capital para recibir la aprobación del obispo y la secta, aceptándola como la doncella a los ojos del rey.

Y se quedaría allá... recluida en un claustro junto a los altos cardenales de la secta para dedicar su vida a la fe y yo ni nadie podríamos volver a verla. Pensar en eso hacía que una incómoda sensación se formara en mi estómago, como bolas de hielo frías y pesadas, calándome hasta los huesos.

La doncella suspiró y finalmente habló:

—Yo quiero volar contigo sobre un dragón, ver las maravillas más allá del mar Asmodeen, y que comamos pastel en paz sin tener que ocultarnos de miradas que nos juzguen por nuestro aspecto.

Aeris me tomó de la mano y tiró de mí para acercarme.

—Rápido, pide algo tú también. No creo que a Asher le importen tus pecas —me susurró con complicidad.

—¿Qué...?

—Ningún "qué" —giró su rostro hacia mí, y aunque aún llevaba el velo, sentí la intensidad de su mirada—. A los ojos de Dios, todos somos iguales, ¿no? Tienes derecho a pedir un deseo también.

¿Qué se supone que pida?

Tenía deseos, como cualquier otra persona, claro, pero expresarlos en voz alta... jamás. Era casi un sacrilegio, lo más cercano a invitar a un demonio a misa.

Comprar mi libertad era lo único que se me ocurría, pero para eso no necesitaba un deseo, solo paciencia y un par de años más de servicio. Luego podría marcharme del palacio y decidir qué hacer con el resto de mis días.

Me mordí el labio inferior, indecisa.

—No sé qué se supone que pida —confesé.

—Cualquier cosa, no sé, riqueza, salud, amor... o algo asombroso, que te haga feliz.

Fijé la mirada en la estatua de la doncella, rodeada de las bellas flores blancas, pero mis ojos se desviaron hacia una figura oscura que surcaba los cielos, desdibujándose entre la penumbra del cielo nocturno.

—¿Un dragón? —pensé en voz alta, siguiendo la sombra con la mirada.

Aeris soltó mi mano.

—Y dale a Reinhart un dragón, por favor. El más grandioso que tengas —dijo, lanzando la moneda a la fuente.

—¡No!, espera...

La moneda se hundió en el agua fría.

—¿Yo para qué quiero un dragón?

Aeris se encogió de hombros. Le señalé a la bestia que estaba por descender, y ella lo entendió todo. Ambas nos reímos por lo bajo; en medio de la confusión habíamos hecho una petición de lo mas ridícula.

¿Yo? Una plebeya considerada un ser impuro y atada por una deuda con Velarion que parecía no acabar nunca ¿con un dragón?

Creo que seria mas probable que se congelara el infierno a que eso pase.

Aunque, al final, estaba bien así. Los dioses no solían cumplir deseos mágicamente, solo porque sí.

⋆༺𓆩⚔𓆪༻⋆

Durante el día, el Gran Salón, donde se celebraban las reuniones del consejo semanales y las grandes festividades, era una de las habitaciones más impresionantes de todo el castillo de Valerion.

Una hilera de ventanas, más altas que la mayoría de las casas de la ciudad y espaciadas cada seis metros, permitía que el brillante y cálido sol bañara los suelos y paredes de piedra pulida. Desde allí, se podían admirar los jardines a la izquierda y los templos de la secta a la derecha.

El poblado de Harenhall se veía especialmente hermoso al amanecer.

Gruesos tapices rojos colgaban entre las ventanas, tan largos como ellas, con el escudo real dorado bordado en el centro de cada estandarte, mostrando una quimera atravesada por una lanza: el emblema de Caesar Daelmont, el libertador de Elarion.

Una serie de columnas negras, decoradas con motas doradas y plateadas, recorría la sala. Flores de jazmín blancas y moradas trepaban desde urnas plateadas, llenando el aire con su dulce aroma, como a tierra mojada.

El techo pintado a mano era la atracción más grande del Gran Salón. Todos los dioses observaban desde lo alto: Asher y sus discípulos, representados con una maestría que dejaba sin aliento.

Según la historia del palacio, tomó casi cinco años terminar esas magníficas ilustraciones. A veces, cuando el sueño me esquivaba, solía escabullirme aquí para admirar las obras mientras el resto del mundo dormía. Podría quedarme observando el techo durante horas.

Pero ahora debía comportarme. Hombros atrás, espalda recta y barbilla en alto.

—¿Estás bien? — Kieran inclinó la cabeza y mantuvo la voz lo bastante baja como para que solo yo lo oyera.

Giré ligeramente la cabeza hacia la izquierda y asentí con la mayor gracia posible, imitando los movimientos de Aeris.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque llevas retorciéndote como si tuvieras arañas dentro del vestido desde el principio de todo esto —respondió.

¿Arañas en el vestido?

Si tuviera arañas en el vestido, no me retorciera; chillaría histérica, me arrancaría toda la ropa y, de ser posible, hasta la piel, para quemarlas en alguna hoguera, sin importar quién pudiese verme.

No estaba segura de qué me producía tanto nerviosismo. Bueno, sí lo sabía, pero no era la primera vez que intercambiaba lugares con Aeris. Llevar un velo siempre tenía sus ventajas, pero jamás había pasado tanto tiempo fingiendo ser la doncella.

Kieran había ido muy temprano a las cocinas, llevando un saco con él. Le dijo a la ama de llaves que necesitaba que yo limpiara las liebres que habían encontrado los cazadores.

Por supuesto, la mujer no dudó en enviarme a hacer el trabajo desagradable. Pero cuando estuvimos fuera del alcance de los fisgones, Kieran me condujo hacia una de las oscuras salitas entre las puertas y prácticamente me arrastró a toda prisa dentro del estrecho espacio. La única fuente de luz era un pequeño candelabro sobre un diván de gruesos almohadones. Nunca supe el propósito de esas salitas medio escondidas, pero en más de una ocasión me había visto atrapada en ellas.

Abrió el saco y reveló que lo que había dentro eran las ropas y el velo de la doncella, no liebres. Casi me suplicó que suplantara a Aeris, ya que ella había decidido ir con su madre desde el alba sin saber que hoy se celebraba una de las reuniones del Consejo.

Aspiré una pequeña bocanada de aire y aparté la vista de los jardines para mirar hacia la cabecera del salón. Los miembros de la corte, incluido Lord Martel, capitán de la guardia, estaban sentados junto al duque en el estrado. Detrás de ellos, varias damas y lores aún esperaban su turno.

La larga hilera de guardias reales, con los hombros cubiertos por capas rojas y el escudo Daelmont, vigilaban la sala. Comerciantes, hombres de negocios, aldeanos y peones abarrotaban el lugar, todos con alguna petición o queja para la Corte, o buscando ganarse el favor de "su excelencia" ,el duque.

Muchos de los presentes me miraban boquiabiertos por el asombro. Supuse que para algunos era la primera vez que veían a la doncella tan de cerca, y me daba pena ajena, porque no sabían que era una impostora. Tenían el aspecto de estar en presencia de algún dios, me lanzaban miradas curiosas; otros parecían rezar o hacerme reverencias.

Dioses, si tenía que seguir con esta farsa un segundo más, me quitaría una de las zapatillas y se la lanzaría a la cara al duque.

Llevábamos casi dos horas en este sitio. Me pregunté si a Valerion no le dolería el trasero tanto como a mí me dolían los pies y la espalda por estar de pie.

Probablemente no. El infeliz se veía demasiado cómodo. Pero no era su comodidad, ni el hecho de suplantar a la doncella, tampoco la multitud o el dolor en los pies lo que me ponía los nervios de punta.

Era Hawks.

Me sudaban las palmas de las manos, estaba entre dos columnas con los brazos cruzados delante de su ancho pecho, su altura y los músculos de sus brazos resaltaban aun mas con la túnica del uniforme de Emberwing, igual que hace un par de días en su llegada, no había ninguna medio sonrisa burlona en su rostro y sus facciones bien hubiesen podido considerarse severas de no ser por los rebeldes mechones de pelo negro azabache que caían por su frente, suavizando su expresión.

Hawks tenía los ojos levantados hacia el estrado, hacia donde yo estaba, había estado perforándome hasta el alma con la mirada desde que apareció en el salón, incluso detrás del velo, hubiese podido jurar que nuestras miradas se encontraron.

Me había ajustado tanto como podía el corsé en mi desespero para verme tan esbelta como Aeris, que el aire entraba con dificultad a mis pulmones, el hecho de que mi corazón estuviera aporreando contra mi pecho por el intenso escrutinio de ese tipo no ayudaba en lo absoluto.

Mis manos se abrían y cerraban por voluntad propia buscando una manera de mantenerme en calma y liberar un poco de mi tensión.

Kieran me puso sutilmente una mano en la espalda, casi advirtiendo que me desmayaría en cualquier momento.

—Solo un poco más — me susurro, preocupado.

Gaspar, uno de los secretarios del duque, llamó mi atención al nombrar a los siguientes en hablar.

—El señor y la señora Digory han solicitado decir unas palabras, su excelencia.

Vestidos con ropa simple pero limpia, una pareja salió de detrás de un grupo de personas que esperaba hacia el final de la sala. El marido había pasado el brazo alrededor de los hombros de su esposa, más bajita, y la mantenía cerca de su lado. Con el pelo retirado de un rostro palidísimo, la mujer no llevaba joyas pero sujetaba un pequeño fardo bien envuelto entre los brazos. El fardo se removió cuando se acercaron al estrado, y unos diminutos brazos y piernas estiraron la pálida manta azul. El matrimonio tenía los ojos clavados en el suelo, las cabezas gachas. No levantaron la vista, no hasta que el duque les dio permiso para hacerlo.

—Podéis hablar —les indicó, el duque.

Lancé una mirada a la larga fila de ciudadanos que aún esperaba su turno y lo supe.

Yo amaba a Aeris como la hermana que nunca tuve, pero muy en el fondo de mi corazón, desee que retiraran su postre favorito del menú el día de mañana por hacerme pasar por esto, sin haberme avisado antes.

—Mi señor, su excelencia — el señor Digory inclinó la cabeza en señal de respeto.

Los señores Digory procedían de un pueblo que delimitaba Althoria con las tierras frías: Mildren.

Lo que empezó como un pequeño pedido para que controlaran los paseos que daba Velaris por los pastizales llenos de ganado de dicha ciudad poco a poco se fue convirtiendo en una acalorada discusión.

El duque fue muy claro, no se puede controlar un dragón en temas de alimentación.

Los dragones comen casi lo que sea, irónicamente la mayoría del tiempo no lo hacen por hambre, si no por simple curiosidad, son animales extremadamente inteligentes y curiosos, pero muy temperamentales y extremadamente orgullosos.

Hubiera tomado un rumbo diferente si Aldric Valerion al menos hubiese tenido la consideración de compensar monetariamente a la pequeña familia por las pérdidas provocadas por el dragón de la duquesa, pero poco parecía importarle la petición de una pobre familia de las afueras.

Por supuesto...

Me quedó un regusto amargo en el fondo de la garganta cuando vi como algunos de los guardias sacaban a rastras al señor Digory junto con su esposa e hijos.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, en cuanto noté que Hawks miraba la escena con la mandíbula fuertemente apretada, la indignación hacía poco por ocultarse tras su máscara de indiferencia.

Una pequeña semilla de respeto hacia él se instaló en mi pecho, pues si era lo suficientemente empático para sentirse mal por una pareja humilde, no podría ser igual que el duque, el círculo que lo rodeaba o los otros jinetes que había conocido durante mis años en este castillo.

La sala cayó en un denso silencio, solo interrumpida por el susurro de papeles y el murmullo bajo de los lores discutiendo entre sí.

—No creo que fuera Velaris — murmuró Kieran a mi lado muy bajo y casi sin mover los labios.

Más que consciente de las miradas que tenía clavadas sobre mi agache ligeramente la cabeza para poder hablar también.

—¿No crees que un dragón se comiera un ganado de ovejas entero? — pregunte incrédula en voz igual de baja.

—No,  solo digo que el dragón de Wisteria ha estado en las catacumbas del coliseo recluido desde hace días...Velaris no ha estado comiendo demasiado.

Estuve a punto de preguntarle qué sospechas tenía, por un momento pensé en el aviso de los fenrirs en las fronteras, Mildren estaba demasiado cerca de las tierras frías, y cuando digo demasiado cerca me refiero a que a ese pueblo solo lo separaba de las tierras frias una de las paredes de Lazarus.

Pensar que fenrirs hambrientos devoraron el ganado no era tan descabellado teniendo en cuenta lo que había escuchado en el Ardem hace algunos días.

De repente, la puerta principal de la sala se abrió de golpe, con un chirrido inquietante, haciendo que todos volteen a ver en su dirección.

Era un hombre, o lo que quedaba de él.

Su ropa, hecha jirones, colgaba de su cuerpo como si fuera a desmoronarse en cualquier momento, estaba cubierto de barro seco, la piel de su rostro estaba pálida, sus labios tan agrietados que en algunas partes estaban ensangrentados, temblaban al abrirse como si el hombre tratase de hablar pero no encontrará su voz.

—Lo han despertado... — murmuró con una voz que parecía una mezcla de terror y locura — lo han despertado...

El aire en la sala se volvió espeso, un silencio siniestro cayó sobre todos, el hombre se revolvía entre los guardias y se sujetaba la cabeza con fuerza como si le doliera de una manera insoportable al tiempo que seguía murmurando, parecía totalmente ajeno al lugar en donde se encontraba o quien lo veía.

—Algo siniestro viene por nosotros...— su voz subía y bajaba de manera intermitente — vamos a morir...vamos a morir...

Los lores, normalmente imperturbables, intercambiaban miradas nerviosas, incluso el duque se irguió en su asiento, frunciendo el ceño.

El hombre avanzaba con pasos inseguros pero resueltos hacia el centro de la sala, la gente a su alrededor se apartaba como si el extraño tuviese alguna enfermedad contagiosa.

Sus ojos, desorbitados eran de un negro inquietante, sin brillo alguno, como si algo dentro de el estuviese roto...o quizá como si hubiera perdido la chispa  de la vida que todos llevamos dentro.

Se me entrecorta la respiración cuando aquellos ojos ominosos, con una mezcla de ira y desesperación, se clavaron en mí y luego en el duque como dagas.

Kieran de inmediato posó su mano en el mango de la espada y me puso detrás de él mientras adopta una postura defensiva, note que su calma habitual en su expresión había sido reemplazada por una creciente incertidumbre, si no lo conociera diría que hasta estaba asustado.

El rostro del hombre se contrajo con una furia que parecía ajena al agotamiento de su cuerpo, y su voz estalló con la fuerza de un trueno.

—¡Tú! —gritó, señalando al duque con un dedo huesudo y tembloroso—. ¡Tú has traído la maldición sobre nosotros! ¡Es tu ambición la que ha despertado a la sombra en las tierras frías!

La acusación cayó como un cubo de agua fría en la sala, algunos lores se levantaron de sus asientos, sorprendidos por la osadía del extraño.

Los guardias del salón, hasta ese momento inmóviles, avanzaron con cautela, preparados para intervenir. Pero el hombre no se detuvo.

—¡Nos ha condenado a todos! —continuó, su voz quebrándose en un aullido—. ¡Tus expediciones, las malditas expediciones de la guardia nocturna, más allá del muro, han roto el sello! ¡Has despertado lo que jamás debió ser tocado!

Sus labios agrietados escupían cada palabra como si fuera veneno.

El duque se irguió en su trono, con una mezcla de indignación y una sutil sombra de inquietud que apenas se podía detectar, su voz resonó grave, cortante:

—¡Guarden silencio! ¿De qué estás hablando, hombre? No tengo tiempo para delirios.

—¡No es un delirio! —rugió el extraño, tratando de liberarse del agarre de los guardias que ahora lo sujetaban—. ¡Es real! ¡Está viniendo, y cuando llegue, no habrá refugio en todo el reino! ¡Todo será devorado, empezando por ti!

Observe la escena con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, había algo en las palabras de aquel extraño que me helaba la sangre, algo más allá de la locura que parecía consumirlo.

Aun cuando fue apresado y reducido contra el suelo por la guardia, gritaba con verdadera desesperación:

"No quiero morir"

Mientras el hombre era arrastrado fuera de la sala, su último grito resonó como una advertencia imposible de ignorar:

—¡La sombra ya está aquí! ¡Y no hay nada que puedas hacer para detenerla, duque Valerion! ¡Tú lo comenzaste!


⋆༺𓆩⚔𓆪༻⋆


Nos dirigimos al salón de banquetes, tomando una ruta más larga pero desde ahí, podíamos salir al vestíbulo y podríamos perder a los curiosos para poder hacer el cambio con Aeris, aun sentía un peso incómodo en el fondo de mi estómago, tuve que sacudir la cabeza para quitarme la imagen de aquel hombre siniestro y sus palabras de la mente.

—¿Todo bien? — preguntó Kieran mientras caminaba vigilante a mi lado, su expresión estaba ensombrecida.

Hice un leve asentimiento mientras apretaba el paso, el maldito corsé me estaba asfixiando.

Cada paso que daba hacía eco en las paredes de piedra, sentía el frío del otoño filtrarse a través de los ventanales, el vestido era todo largas mangas, diminutas cuentas y un corpiño que casi me llegaba al cuello.

La tela era demasiado fina y delicada como para poder llevar la daga pegada al muslo, me sentía más que desnuda, me sentía vulnerable, en cuanto recuperara mi uniforme usual el arma volvería a su sitio enseguida.

Habíamos conseguido llegar a mitad de la larga mesa del comedor cuando una de las muchas puertas a ambos lados se abrió a nuestra espalda.

—Doncella.

Como una oleada violenta, mi piel se erizó ante el peligro. Reconocí esa voz al instante y sentí repugnancia, solo quería seguir andando, fingir que de repente había quedado sorda.

Pero Kieran se había parado.

Si seguía andando, la cosa no acabaría bien para mí, ni para él, ni para Aeris.

Carajo. Carajo. Carajo.

¿Qué hago?

Estar suplantando a Aeris ya es suficientemente arriesgado, pero...tener que lidiar con ese cerdo...

Respiré hondo y me giré para mirar a lord Dorian Martel. No vi lo que estaba segura que veía la mayoría de la gente: el honorable capitán de la guardia de este castillo. Vi a un prepotente que adoraba abusar de su posición en el poder, un hombre cruel que hacía mucho que había olvidado lo que era ser honorable...

Era peor que Valerion.

¿Por qué?

Simple, a diferencia del duque, que parecía despreciarme sin motivo, sabía muy bien por qué lord Martel encontraba semejante placer en acosarme.

Una risa.

Si, una risa.

Hacía un año ya desde que alguien le había ganado a lord Martel en una partida de cartas, tras la cual el lord, de manera muy descortés, había acusado a su contrincante de hacer trampas. Yo, que era probable que no hubiese debido de estar presente durante la partida, me reí. Sobre todo porque al lord se le daba fatal el póker.

Y a partir de ese momento, el lord había hecho todo lo posible por irritarme siempre que se le presentaba la ocasión. Y la cosa solo empeoró pues ahora el lord empezó a... ayudar al duque con sus lecciones.

La situación era crítica, estaba vestida como Aeris, yo, un ser impío que tenía prohibida la cercanía a la doncella, haciéndome pasar por la virgen inmaculada devota a Asher

Crucé las manos y no dije nada mientras se dirigía hacia mí, sus largas piernas enfundadas en unos ceñidos pantalones negros, la acostumbrada túnica de combate y su larguísima y pesada capa de piel que caía sobre sus hombros anchos haciéndolo ver aun mas grande.

—Me sorprende verte aquí, merodeando por el castillo ¿no se supone que está prohibido?

La amenaza velada en su pregunta hizo que un escalofrío recorría mi espalda.

—La señorita Aeris solo está dando un paseo —repuso Kieran en tono neutro manteniendo la fachada tranquila —. Como se le permite hacer.

Los ojos de Martel como esquirlas de obsidiana se clavaron en el guardia.

—No te lo he preguntado a ti.

Su mirada era inquietante e insondable, se volvió hacia mí, no podía hablar, si lo hacía lo sabría y estaría aún más jodida.

—¿Vas a dar un paseo, querida? —Un lado de los labios del lord se elevo un poco mientras arrastraba la última palabra con un tono meloso —. ¿No deberías estar en el atril con las hermanas de la secta?, es lo que haces siempre a esta hora del día.

Era cierto, como la doncella Aeris debería estar haciendo eso pero la susodicha no estaba presente.

Era inquietante que el lord supiera del horario de ella incluso antes de que lo mencionara.

Asentí.

—Debemos irnos — señaló Kieran —. Como bien sabe, la señorita debe dirigirse a cumplir con sus deberes, no debe entretenerse.

No lo demostraba pero sabía que Kieran estaba inquieto y yo, como la doncella, no podía hacer demasiado, no cuando lord Martel iba por ahí haciendo lo que se le diera la gana con el permiso del duque.

—La servidumbre debe ser respetuosa. Deseo hablar con la doncella y estoy seguro — hizo una pausa dejando que la tensión creciera en el ambiente mientras me observaba fijamente —de que el duque se sentiría muy molesto si supiera que no está dispuesta a hacerlo.

Mi columna se enderezó cuando una oleada de ira me barrió por dentro, tan deprisa que quise tener la daga ceñida en mi muslo como siempre.

En cierto modo, la reacción me sorprendió. ¿Qué hubiera hecho con ella de no haberme reprimido? ¿Apuñalarlo? ¿Sacarle un ojo? Casi suelto una carcajada.

Aunque nada de aquello tenía gracia.

La sutil amenaza de hablar con el duque había surtido su efecto.

El lord nos había arrinconado a Kieran y a mi, por supuesto, le encantaba dejar a todo el mundo sin opciones, siempre buscaba los momentos propicios para amenazar a otros con su posición privilegiada.

Si piensa que soy la doncella no me hará nada...

Me dije a mi misma, manteniendo una tensa sonrisa fingida, al tiempo que cuadraba los hombros.

Una expresión de suficiencia se desplegó por las facciones de lord Martel y sentí unas ganas tremendas de darle una patada en la cara.

—Ven. —Alargó un brazo y lo pasó alrededor de mis hombros—. Quiero hablar contigo en privado.

Kieran dio un paso al frente...

Le lancé una mirada de reojo para que se tranquilicé, fingiendo que no pasaba nada aunque en realidad sí que pasaba. Lo miré a través del velo y recé para que percibiera mi angustia y estuviese atento a nuestra conversación.

Apretó la mandíbula mientras miraba al lord y pude ver que no estaba en absoluto contento acerca de esto, pero hizo un escueto gesto de asentimiento.

—Estaré aquí mismo. — dijo lo suficientemente alto para que Martel lo escuchara y no se atreviera a intentar nada.

—Claro que sí —repuso el lord con un deje burlón.

Me hizo girar hacia la izquierda y casi provocó que a una sirvienta se le cayera la cesta que llevaba.

El lord no pareció darse cuenta y siguió adelante, todas mis esperanzas de que fuese a hablar conmigo a unos pasos de distancia se borraron de un plumazo cuando me condujo hacia una de las oscuras salitas entre las puertas.

Debí haberlo sabido.

Es un hijo de puta muy listo.

El lord apartó una gruesa cortina de color burdeos y prácticamente me obligó a entrar en el, di un paso atrás, un poco sorprendida por que el lord me lo permitiera y no tratara de agarrarme del brazo con rudeza para que me acerque.

Me observó y la sonrisa volvió a sus labios cuando me situé cerca de una de las cortinas, aunque el bloqueaba la única salida. Se sentó en el diván, estiró las piernas y cruzó los brazos delante del pecho.

Con el corazón martillando dentro de mí, me mantuve en silencio, repitiéndome una y otra vez que el creía que era la doncella como todos y no intentaría nada.

—Realmente no paras de entretenerme, mira que vestirte con las ropas de Aeris — su tono era burlón pero podía ver el veneno en su mirada — ya puedes dejar de fingir, Reinhard.

Mierda.

—¿Cómo...

—¿Cómo lo sé? — me interrumpió con su tan adorado tono de suficiencia — basta una mirada, un buen conocedor podría notar la diferencia entre la esbelta Aeris y una mujer con cuerpo tan pecaminoso como las pecas que lleva encima.

La forma en que me recorrió el cuerpo con la mirada hizo que deseara arrancarme la piel por el asco.

—¿Qué pasaría si mi buen amigo, el duque de este castillo se enterara de que estabas suplantando a la santísima doncella? —preguntó el lord. Su cuerpo parecía suelto y relajado, pero sabía que no debía confiarme. Las apariencias podían ser muy engañosas —. ¿Deberá informarle sobre semejante osadía? —continuó—. Me encantan sus lecciones.

La repugnancia era como una mala hierba arraigándose en mi interior. Por supuesto que le gustaban las lecciones del duque.

—No estoy segura de lo que haría.

Mandarme a la horca o a quemarme, carajo si que sabía lo que me harían y disfrutaba amenazarme con ello siempre.

—Quizás merezca la pena descubrirlo —caviló pensativo—. Al menos para mí.

—No quisiera disgustar al duque — hable finalmente cerrando las manos puños con fuerza a mis costados. Las pestañas del lord aletearon.

—Estoy seguro de que no — sonrió brillantemente mientras me hacia una seña con la mano — levántate el velo, déjame ver esa desagradable cara tuya.

Un repentino dolor punzante irradió de donde mis uñas se clavaron en las palmas de mis manos, pero no me convenia desobedecerlo...no cuando estaba sola, lentamente desabroche las cadenitas que sostenían el velo sobre mi cabeza y pase la tela hacia atrás, destapando mi cara.

—¿De qué quería hablarme? — Aun si lo intentaba y quería sonar calmada, mi voz salió áspera.

—No has formulado bien tu pregunta.

Hice todo lo posible por mantener la compostura, pero resulta que por mucho que me esfuerce, me salían subtítulos en la cara.

Y dichos subtítulos tenían la marca de un odio intenso, casi incandescente.

No sabía por qué disfrutaba tanto el lord hostigándome, por qué encontraba tal placer en hacerme sentir incómoda, pero ha sido así durante los últimos meses, desde que se entero que la doncella dejaría el castillo.

—¿De qué quería hablarme, lord Martel?

El asomo de una sonrisa fría apareció en sus labios.

—He pensado que hacía algún tiempo que no te veía, te he echado de menos pequeña Reinhard.

Lo dudaba mucho.

—Mi lord, debo seguir mi camin..—Contuve la respiración cuando se levantó de golpe. Un segundo estaba arrellanado sobre el diván y al siguiente había caminado a grandes zancadas hasta quedar justo delante de mí.

Me aprete contra el muro a mi espalda tratando de poner la máxima distancia posible entre yo y ese desgraciado casi como si se tratara de memoria muscular, solo podía pensar en que diablos haría esta vez, ¿golpearme? ¿insultarme? ¿Llevarme con el duque?...¿algo peor?

—Me siento insultado —dijo haciendo un falso mohín de pena—. ¿Te digo que te he echado de menos y tu única respuesta es que tienes que marcharte? Me has herido.

Había pronunciado esas palabras como amenaza. Estaba asqueada, odiaba tenerlo cerca a él tanto como al duque.

Lo odio. Lo odio. Lo odio.

—No ha sido mi intención —logré decir.

—¿Estás segura? —me preguntó, y sentí que sus dedos tomaban mi mandíbula—. Me da la clara sensación de que esa era precisamente tu intención.

—No lo era. —Me incliné hacia atrás... Cerró los dedos en torno a mi barbilla e impidió que moviera la cabeza, y la levantó para que lo viera a los ojos..

—Deberías tratar de ser más convincente si quieres que lo crea.

—Siento mucho no ser tan convincente como debería. —Me costó un gran esfuerzo mantener la voz firme—. Pero no debería estar tocándome.

El lord sonrió mientras deslizaba el pulgar por mi labio inferior. Sentí como si miles de insectos diminutos correteaban por mi piel, note como su mirada se deslizaba por el atuendo que llevaba y luego volvía a mi cara.

—¿Y eso por qué? —El lord sabía muy bien por qué.

—Porque estoy sucia, nací como un ser impío, no debería manchar sus manos tocando algo que los dioses han rechazado —dije de todos modos, repitiendo las líneas que el duque decía sin descanso cada vez que me azotaba.

—Eso es correcto, muy bien dicho, aun si conoces tu lugar y sabes lo sucia que estas, vas paseándote por ahí, fingiendo ser la doncella — Siguió deslizando el dedo por mi barbilla, esta vez con más fuerza limpiando el maquillaje que cubría mis pecas en esa zona. — Me temo que has sido muy traviesa en esta ocasión, Reinhard, una cosa es ser alguien despreciable desde el nacimiento y otra muy diferente querer ganarte la pena de muerte por jugar a los disfraces.

La palma de mi mano prácticamente ardía con la necesidad de sentir el mango de la daga contra ella, pero no la tenía en mi poder.

Maldito vestido, no tenía medio para defenderme.

Todos mis músculos se tensaron, como si estuviera preparada para cometer un crimen de odio.

Su mano se deslizó sin cuidado primero por mi cuello, desabotono los primeros botones del vestido y luego bajó más hacia mi clavícula, parecía encontrar divertido ir quitando la pintura que cubría las pequeñas imperfecciones en mi piel.

Un escalofrío bajó por mi columna mientras reprimía el deseo de enfrentarme a él de darle un manotazo para que dejara de tocarme, de gritar por ayuda, cualquier cosa...pero no era capaz de hacerlo, ¿Qué cambiaria si lo hiciera? 

No podría vivir con la humillacion de que alguien mas se enterara de las aficiones de est hijo de puta a hacer lo que se le diera la gana.

Y las consecuencias no merecerían la pena.

No dejaba de decirme eso a mi misma mientras sus dedos se deslizaban hacia abajo por el centro del apretado corpiño que tenía el vestido abriendo uno a uno los botones de este.

—De esto es lo que hablo — murmuró con voz melosa, mirando la zona de mi escote — Aeris, no creció tan bien como tu en esta zona — jugó con una de las cintas del corpiño que apretaban firmemente lo voluptuoso de mi pecho.

Hubiera querido apuñalar esas manos largas y sucias que tenía, pero no podía y no solo era por el miedo al castigo que vendría después.

Si revelaba de lo que era capaz, el duque se enteraría de que alguien me había entrenado, y dudaba de que fuese a necesitar mucha lógica para determinar que Kieran había sido el responsable, apenas habían sido unas cuantas lecciones para que pudiera usar la daga en contra de este tipo de hombre, pero el castigo que le darían por haberse involucrado conmigo podría ser mortal, acabaría condenándolo a muerte junto conmigo.

Cuando sentí como tiraba del cordón que mantenía cerrado el corsé, supe que aun así todo tenía un límite.

Le di un manotazo para alejarlo.

Lord Martel ladeó la cabeza, luego se rio en voz baja.

Se me despertó el instinto e hice ademán de ir hacia la salida, pero no fui bastante rápida, me agarró de la cadera y me hizo girar.

No tuve ni un segundo para reaccionar cuando su brazo se cerró en torno a mi cintura y me atrajo hacia él. Su otra mano volvió a donde estaba, entre mis pechos. El contacto de su cuerpo contra el mío, esa sensación, me provocó una oleada de asco que me hacia desear arrancarme la piel.

No se había sentido así con Hawks, no tuve nauseas, no quise gritarle, o chillar para que me suelte, pero con el Lord era otra historia.

—¿Recuerdas tu última lección? —Noté su aliento gélido contra la piel de mis mejillas—. No hiciste ni un ruido y sé que debió de doler. —Su brazo se apretó aún más en torno a mi cintura, aun con mis limitados conocimientos en el tema supe muy bien lo que era aquel bulto que estaba presionándose contra mí vientre —. Reconozco que me has impresionado, siendo tan devota a tus pequeños amigos, haciendo tanto para protegerlos, es adorable.

—Me alegro mucho de saberlo —dije entre dientes.

—Ah, ahí está —murmuró—. Ahí está ese tono tan impropio de la criada. El mismo que te ha metido en problemas una o dos veces... o una docena. Me preguntaba cuándo aparecería. Estoy seguro de que también recuerdas lo que pasó la última vez que lo usaste ¿no?

Por supuesto que recordaba eso.

Mi temperamento se había apoderado de mí. Le contesté al duque y él me golpeó con tal fuerza que perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, me sentía como si me hubiese atropellado un caballo.

Pasé varios días con la sensación de tener gripe. Supongo que tenía una ligera conmoción cerebral.

—Quizás iré a contárselo al duque yo mismo —caviló—. Le diré lo irrespetuosa que has sido y como has estado suplantando a la doncella bajo sus narices.

La furia bulló en mi sangre mientras miraba las piedras grises de la pared.

—Suélteme, lord Martel.

—No lo has pedido con la amabilidad suficiente. —Sus caderas presionaron contra mí y mi piel se sonrojó de la rabia—. No has dicho "por favor".

No iba a decir "por favor" de ninguna de las maneras. Me daban igual las consecuencias, ya había tenido suficiente. No era su maldito juguete. Ni una de las mujeres que querían acostarse con el para ganarse su favor.

Varios gritos resonaron desde afuera y sorprendieron al lord lo suficiente como para que aflojara su agarre. Me liberé de sus manos y me giré para encararme con él, mi pecho estaba resollando mientras apretaba la tela del vestido cubriendo la piel expuesta que había dejado.

El lord masculló algo entre dientes cuando oímos gritos de nuevo, esta vez más cerca, agudos y cargados de terror, apartó las cortinas de mal modo y salió hecho un basilisco por la interrupción.

Aproveché la distracción para escabullirme detrás de la cortina, corrí en dirección opuesta, hacia donde había prometido estar Kieran.

Mis pulmones amenazaban con hiperventilarse, sentía las primeras lágrimas correr por mis mejillas, mientras me cubría la cara de vuelta con el velo y me acomodaba el vestido.

Justo cuando doblaba la esquina, me di de sopetón con alguien que venía caminando en la misma dirección, una gran mano me tomó del brazo para estabilizarme, sacudí la cabeza aturdida por el golpe

—Gracias — susurre

Levanté la vista... luego la levanté un poco más.

Oh, no.

Me quedé paralizada. La sorpresa más absoluta se apoderó de mí y anuló mi sentido común cuando vi su cara.

Hawks

¿Qué diablos hacía él aquí?

—¿Se encuentra bien, doncella? — preguntó en tono neutral con una expresión inescrutable.

Viéndome incapaz de hablar por el shock solo asentí, y me sequé rápidamente las mejillas, disipando cualquier rastro de llanto que pudiese haber quedado

Me aparté dispuesta a retomar mi camino pero su mano me detuvo por la muñeca, obligándome a detenerme de golpe.

El impacto del contacto, hizo que mi corazón diera un vuelco violento y gire bruscamente, alarmada.

¿Ahora que? ¿Por que todo el mundo me retiene?

Los ojos del pelinegro se entrecerraron, como si tratara de descifrar un enigma, no dijo nada por un momento, solo me observo, como si estuviera viendo hasta mis pecados.

—Curioso — murmuró y su mirada se deslizó sobre mí como si buscara indicios de algo en particular.

¿Las pecas?

Las pecas.

Carajo.

¡Las pecas!

Sonreí débilmente, intentando despejar la tensión, maldiciendo internamente si es que se podía aún más el nombre de Lord Martel por haberme limpiado el maquillaje que las cubría.

Baje la vista, esperando que el velo me hubiese cubierto lo suficiente para no darle ninguna pista..

El destello en sus ojos sugería que no me dejaría ir hasta encontrar ese "algo" que buscaba su mirada. Sin embargo, tras un breve silencio, asintió lentamente para él mismo, como si decidiera dejar el tema por el momento y aflojando el agarre de mi muñeca.

—Quizás..

Kieran apareció de repente interrumpiendo lo que sea que el jinete estuviera a punto de decir, el caballero parecía haber corrido un largo tramo aunque estaba segura de que el salón donde había estado esperando no estaba demasiado lejos.

—Hawks, date prisa — lo apremio, lanzándole una mirada significativa a mi aspecto.

Quise que me tragara la tierra ahí mismo.


⋆༺𓆩⚔𓆪༻⋆


Caminé rápidamente en dirección a la biblioteca, Kieran se había dirigido a los aposentos de la duquesa en la dirección contraria, para alertar a Aeris de que ya no tenía más tiempo y había vuelto a desaparecer llevándose a Hawks con el, pues al parecer Velaris estaba fuera de control.

El eco de unas voces lejanas me hizo contener el aliento, creo que ya estaba hasta rezando para que mis rodillas no me traicionaran por mi ansiedad y me hicieran caer.

La biblioteca estaba cerca, si todo salía bien, ella y su madre ya habrían tenido su momento, y si lord Martel había ido a contarle al duque sobre mi pequeño cambio con la rubia, bueno....sería la última vez que vería la luz del sol.

Apenas si abrí ligeramente las gruesas puertas de roble de la sala para entrar con el mayor de los cuidados.

A lo largo de una de las paredes, enormes ventanas con vitrales dejaban entrar la luz del sol de la tarde, filtrada en tonos rojizos y azules, proyectando patrones sobre el suelo de piedra.

El techo alto se perdía en la penumbra, donde enormes vigas de madera se entrecruzaban como las costillas de una bestia gigante, sosteniendo el peso de generaciones de saberes acumulados. Del centro colgaba una araña de hierro forjado, cuyas velas titilaban tenuemente, lanzando sombras temblorosas sobre las mesas de lectura.

El aire olía a cuero viejo, cera de velas y a ese particular aroma de pergamino antiguo, que me encantaba

Cerré despacio tras de mí, asegurándome de que fuera seguro y de que no hubiera ningún intruso que pudiera entorpecer las cosas. Me precipité a toda prisa hacia la zona apartada, la sección restringida que a la doncella y a mí más de una vez nos había servido como vestidor durante nuestros cambios.

Aeris ya estaba ahí, esperándome con mi uniforme y el cabello bien oculto bajo una cofia.

—Voy a matarte —le susurré, levantándome el velo.

Había vivido un infierno, no una, ni dos, sino tres veces en el mismo día, un asesinato estaría mas que justificado ¿no?

Aeris me sonrió con fingida inocencia, y rápidamente nos dirigimos a la parte más oscura y polvorienta de esos estantes; no debíamos perder tiempo.

—Te juro que fue por un buen motivo —se defendió mientras empezaba a desabotonar el vestido a toda prisa.

—Más te vale, porque estuve a punto de morir asfixiada durante la reunión del consejo —mis manos temblaban mientras desabotonaba la parte delantera del vestuario que llevaba, aun podía sentir el fantasma de las asquerosas manos de Martel sobre mi.

—¿Alguna novedad?

—¿Además de los problemas cotidianos de Harenhall y las quejas de sus habitantes? —Solté un largo suspiro de alivio al aflojar el corsé. — Un extraño llegó a gritarle a tu padre que nos había condenado.

—Nada de otro mundo — murmuro de vuelta al tiempo que se quitaba el delantal. —Kieran dijo que Martel te había pedido acompañarlo, ¿estas bien?

—Si —  respondí de forma casi automática, jamás le hablaría a ella precisamente de lo que hacia ese viejo verde — ¿Qué le pasa a todo el mundo? ¿Por qué hacían tanto alboroto? — Desvié el tema

— Velaris está un poco inquieto, los jinetes fueron a calmarlo.

Escuchar el nombre del dragón me trajo recuerdos de la reunión y se me erizo la piel por la manera tan siniestra en que había terminado.

De repente, las puertas se abrieron de golpe, haciéndonos pegar un saltito por el susto; casi sentí que se me salía el corazón del pecho.

Tomé rápidamente a Aeris de la mano y nos encogimos detrás de una de las estanterías, asegurándome de que la sombra nos cubriera por completo. Aún no habíamos cambiado de ropa; ni siquiera debíamos estar allí. Esa zona de la biblioteca estaba en la lista de "cosas que la doncella tiene prohibidas", pero no había forma de escapar ahora. Solo podíamos escuchar y rezar para que no nos descubrieran.

Dos hombres entraron, y sus pasos resonaron en el suelo de piedra. Llevaban la cota del duque, un escudo oscuro con un león en su pecho. Los reconocí: Gaspar, el secretario de antes, y el otro, un miembro de la corte que había estado presente en el consejo. Sus voces, aunque bajas, llevaban la urgencia de algo grave, y a pesar de la penumbra, pude ver la tensión en sus rostros mientras se acercaban a uno de los estantes cercanos.

Parecía que no éramos las únicas ocultándonos de algo.

—La enfermedad del duque no está mejorando —dijo el más alto, con una voz ronca y cargada de preocupación—. Ni siquiera la cauterización está siendo efectiva.

—¿Y el dragón? —preguntó el hombre más bajo, con ojos afilados. Gaspar parecía buscar una solución a un problema imposible.

—El dragón está muriendo, Gaspar —respondió el más alto, su voz aún más grave—. No tenemos tiempo. Si el heredero no nace pronto, será un desastre.

Aeris apretó las manos en puños al escucharlos, y tomé su mano para darle apoyo. No podía creer que se reunieran de esta manera para cuchichear a espaldas del duque.

Bueno, la verdad es que sí. Con frecuencia, la nobleza tiende a hacer este tipo de cosas. La corona y todo lo que la rodea están llenos de hipocresía, máscaras de falsedad en personas que solo buscan el beneficio propio sobre cualquier otra cosa.

—No nos queda más remedio —se frotó los ojos con cansancio Gaspar—. Haremos un contrato de sangre. Encontraremos a un jinete joven, alguien inexperto que no sepa lo que está aceptando. Lo vincularemos al dragón y lo enviaremos... como un sacrificio. Soldados mueren a diario; nadie notará el cambio. Será un golpe contundente contra Daemon.

Sentí que el corazón se me detenía. Aeris apretó mi mano, y nuestras miradas se cruzaron en silencio mientras tragaba grueso para deshacer el nudo en mi garganta.

¿Un contrato de sangre?

La unión mágica entre un jinete y su dragón, una conexión más fuerte que cualquier vínculo mortal.

Pero hacerlo con un dragón moribundo... eso era una sentencia de muerte para quien quiera que fuera elegido.

—¿Un sacrificio? —El otro hombre pareció dudar por un momento, pero luego asintió de acuerdo—. Como kamikazes, podría ayudarnos a romper la muralla de Dravonia.

Me mordí el labio para no hacer ningún ruido; me repugnaba. Estaban hablando de sacrificar a alguien como si fuera un peón en un tablero de ajedrez.

—Exactamente, Patrick —habló Gaspar, con una frialdad que me recorrió hasta los huesos—. El dragón puede estar al borde de la muerte, pero aún tiene fuego en su interior. Y si el jinete muere con él, al menos causaremos el caos suficiente como para ganar algo de tiempo.

Un joven, probablemente un muchacho de alguna familia noble lejana, recibiría el puesto de jinete solo para ser usado como una bomba.

Justo cuando Patrick estaba a punto de hablar nuevamente, el sonido abrupto de la puerta de la biblioteca abriéndose interrumpió su murmullo.

Un joven sirviente apareció, jadeando como si hubiera corrido por todo el castillo para llegar hasta allí. Su rostro estaba pálido y sudoroso.

—Mis señores —dijo, con la voz entrecortada—, la duquesa... ¡ha entrado en labor!

El silencio cayó sobre los dos hombres como un manto pesado. Gaspar, frunció el ceño, pero no fue la preocupación lo que vi en sus ojos, sino algo más frío, más calculador y eso hizo que se me revolviera el estomago.

—¿Ahora? —preguntó en un susurro, como si la noticia le incomodara más que cualquier otra cosa.

—Sí, mi señor —contestó el sirviente, bajando la cabeza. Sus manos temblaban al entrelazarse nerviosamente frente a él—. Las parteras ya están con ella, pero es un parto complicado... Dicen que la situación es crítica.

—Esto no es el momento para más complicaciones —murmuró Gaspar, con una mezcla de frustración y urgencia. Se giró hacia el sirviente—. Mantennos informados, y que nadie más se entere de la gravedad del asunto.

El joven asintió rápidamente y desapareció, tan rápido como había llegado.

Los dos hombres se quedaron en silencio unos instantes, como si evaluaran sus opciones, y luego siguieron el mismo camino que el sirviente, desapareciendo.

Más tarde me enteré de que Aeris había tomado la decisión apresurada de que cambiáramos de lugar porque había ido a ver a Velaris esa mañana y noto que el dragón se veía débil.

Un contrato de sangre entre un jinete y su dragón, puede ser la bendición y la ruina de quienes lo aceptan, si el jinete muere, el dragón se debilita paulatinamente hasta morir a menos que haga otro contrato.

Que las campanas suenen en la fría niebla,
y las velas ardientes en la oscuridad silenciosa.
Un alma se va, y el viento la lleva,
al reino lejano donde el dolor no miente.

En mármol y oro su memoria quedará,
pero en tierra y ceniza su cuerpo reposará.
Juro esto por los dioses antiguos y los nuevos,
que en sus manos descansan, más allá de los ruegos.

Que su viaje sea suave y sus sombras ligeras,
y encuentre en la muerte lo que en vida no fuera.

Siempre odie ese cántico.

Mientras las hermanas silenciosas , de la secta terminan de preparar el cuerpo de Wisteria, solo puedo ver desde la distancia, a la hermosa mujer de cabellos negros vestida con túnicas blancas siendo envuelta por mantas.

Las hermanas que cantan se mueven al compás de las manecillas del reloj mientras repiten el cantico fúnebre y balancean los sahumerios en el aire para purificar el cuerpo de la duquesa.

El aroma a salvia, romero y pino es tan denso que marea, pero es mi última oportunidad de verla, mientras se la llevan, la única oportunidad de despedirme que me queda, aunque sea desde la distancia.

La procesión que acompañaba el sepelio de la duquesa se extendía interminable en un mar de capas, túnicas y vestidos negro, yo solo podía observar, desde el castillo, siendo un ser impío, estaba prohibido que me acerque a tierra santa.

Que estupidez...

Se me forma un nudo en la garganta mientras observo como el dragón de Hawks exhala una llamarada sobre los cuerpos de los fallecidos.

Si, fallecidos, lo dije en plural, Wisteria finalmente había concebido a un varón como tanto había querido el duque, pero falleció un par de horas después de que lo hiciera su madre.

Lo peor del caso no es el suceso, si no el porqué las cosas terminaron así, el castillo es enorme, pero estas paredes parecen tener oídos y cuando eres parte de la servidumbre te enteras de cosas que ni siquiera preguntas.

El bebé venía en una postura extraña, el maestre y la partera no podían girarlo, Wisteria y el heredero estaban en estado crítico, tenían que salvar a uno.

Valerion dio la orden:

—Salven a mi hijo.

No se cuanto de aquel relato sea real, pero, si tengo la certeza de que el duque habría ordenado contra cualquier pronóstico que salvarán al joven heredero.

Si estas eran las consecuencias de sus actos, bien merecido lo tiene...pero...no quería que Aeris sufriera por ello.

No lo merecía.

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