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○ annette alcott ○

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Queridos y atentos lectores:

A prontas de iniciarse la temporada de este año, las calles de Londres ya comienzan a llenarse. Carruajes recorren las calles, en su interior nerviosas debutantes que esperan encontrar un marido y sus madres, desesperadas de atrapar a un buen partido para casar a sus hijas.

Pero lo que su escritora no había anticipado era la llegada de no una, pero dos misteriosas jovencitas que esperan realizar su debut en la sociedad londinense, acompañadas de nada menos que de las mujeres más respetadas y queridas por su majestad la Reina: Lady Danbury y Lady Bennet, la duquesa viuda de Pemberly.

Se trata de las señorita Edwina Sharma, que llegó a Londres en compañía de su madre y su hermana, la señorita Kate Sharma, desde las indias y, aunque la identidad de la segunda joven debutante se mantiene como un misterio incluso para su escritora, puedo informarles que su estadía ha estado auspiciada por tanto su sponsor la duquesa de Pemberley como de su hijo, el duque.

Su majestad la Reina aún no escoge un diamante, ¿será que alguna de estas dos jovencitas tendrá el honor de poseer el título? Esperemos que tome una decisión pronto, ya nos ha mantenido en suspenso demasiado.

Y en caso de que estas noticias no fueses suficiente para dejadlos a ustedes, mis queridos lectores, con la boca abierta, pues esta escritora tiene otra misiva: El vizconde Anthony Bridgerton y el duque Elliot Bennet están, finalmente, en busca de una esposa.

La temporada anterior dejó la vara muy alta y su fiel informante se pregunta: ¿será esta temporada mejor?

Elliot Bennet rió, llamando la atención de las dos mujeres que lo acompañaban en el salón de dibujo. El pelinegro dejó la revista de cotilleos sobre la mesa y levantó la mirada, encontrándose con los ojos curiosos de su madre y su amiga.

—Lady Whistledown —dijo a modo de explicación, poniéndose de pie y llevando la revista para mostrársela a su madre— Nos menciona.

—¿Whistledown? —la duquesa tomó el papel entre sus manos y le echó una ojeada, regresando la mirada a su hijo después— No sé de ninguna familia con ese nombre.

—Ha de ser un seudónimo —habló Annette, tomando la revista de manos de la mujer, comenzando a leer mientras Elliot le resumía a su madre el contenido del texto— Ninguna señorita querría tener una conexión directa con una revista así... Su vida en sociedad se vería afectada, sino destruida —acabó por decir, devolviéndole el papel al duque—.

—Mientras, destruye la de otros —sonrió Elliot, aunque no había un verdadero peso en sus palabras, solo diversión—.

La duquesa sonrió, negando con la cabeza— Hijo, debieras de agradecerle, serás el soltero más codiciado de la temporada. Además —agregó, girándose a mirar a la rubia sentada a su costado— Hay que apreciar el atrevimiento de ser mujer y escribir, sobre todo en esta sociedad.

Annette y Elliot compartieron una sonrisa; la respuesta de la duquesa había sido exactamente lo que se esperaba de ella.

—No podría estar más de acuerdo, Lady Bennet —Annette finalmente dejó la revista sobre la mesa, regresando la vista a la duquesa— Cualquier mujer que busque expresarse a través de las artes es digna de admirar.

La mayor observó a la joven y asintió, sus ojos brillando con un deje de orgullo que siempre podía notarse cuando la viuda compartía espacio con la señorita Alcott. Mirada que jamás había pasado desapercibida para el duque, que podía sentir cosquillas en su estómago cada que veía a su madre y a su amiga juntas.

Pronto Elliot tuvo que regresar a sus responsabilidades, dejando a las dos mujeres solas. Annette tomó el libro que había estado leyendo antes de la conversación y se propuso continuar con su lectura, pero la voz de su sponsor la hizo detenerse.

—Hace una mañana maravillosa —le dijo, una perspicaz sonrisa en su rostro— Me gustaría dar un paseo.

Annette sonrió internamente y asintió, dejando su libro en el brazo del sofá, poniéndose de pie— ¿Una caminata por Hyde Park, quizá? —sugirió, sabiendo perfectamente, por el brillo en los ojos de la mayor, que eso era exactamente lo que quería—.

Le ofreció su brazo, la duquesa llamando al mayordomo para que ordenara preparar un carruaje. Cuando llegaron al frente de la mansión Bennet el chófer las ayudó a subir al carro, cerrando la puerta tras ellas y, pronto, ya estuvieron de camino a destino.

Annette, en contra de lo que se le había enseñado, comenzó a jugar con sus dedos sobre su regazo. La duquesa lo notó, más no dijo nada, ocupándose al mirar las calles por la ventanilla.

La joven hizo lo propio, con nerviosismo. Siempre supo, al aceptar la oferta de Lady Bennet de guiarla en su primera temporada, que se vería obligada a cruzar caminos con los Bridgerton. Después de todo, eran una de las familias más respetadas de la sociedad londinense y, si recordaba bien la información en las cartas de Colin, este era el año en que la joven Eloise se unía a la temporada también, por lo que sería inevitable encontrarse con la familia.

Eso no significaba, sin embargo, que estuviese entusiasmada con el prospecto. No la malinterpreten, Annette adora a los Bridgerton, no por nada aún intercambia cartas con dos de ellos, pero —y es que siempre había un pero— el verlos implicaba ver también a cierto caballero.

Sacudió la cabeza en discomfort, ordenándose tomar una bocanada de aire y soltarla lentamente, deshaciéndose de los pensamientos que la ponían fuera de sí y, antes de poder siquiera respirar profundamente otra vez, el chófer detuvo el carruaje y abrió la puerta, ofreciéndoles la mano para asistirlas al bajar.

Lady Bennet le dió una mirada de aliento antes de descender del carro. La mujer la conocía lo suficientemente bien como para saber qué era lo que la estaba haciendo actuar tan taciturna, sabía —no todo, pero sabía— la poca estima que la joven tenía hacia un miembro del clan Bridgerton, y que la posibilidad de verlo en su primera semana devuelta no era de lo más alentadora.

Las mujeres entrelazaron sus brazos y comenzaron a caminar, la mente de Annette pronto distrayéndose de sus pensamientos previos y ocupándose con admirar la flora del parque, memorizando los colores y texturas para recrearlos con sus pinceles más tarde.

Pasearon en silencio, ambas contentándose con ello. Lo único que rompía el silencio era la brisa, las risas de los niños que jugaban y las voces de las familias que habían decidido salir también, y con quienes a veces se detenían a intercambiar cordialidades.

—Lady Bennet —la duquesa se giró despacio en dirección de la voz que la llamaba, una imperceptible mueca en sus labios que sólo Annette pudo notar.

—Lady Featherington —saludó devuelta entonces, sonriendo cuando tanto la madre como las hijas a su lado hicieron una pequeña reverencia— Que encantadora sorpresa el encontrarme con usted y sus adorables hijas —expresó, para luego añadir en un tono más solemne— Mis más sinceras condolencias.

—Se lo agradezco —le sonrió la matriarca Featherington, sus ojos deteniéndose en la figura de Annette, a quien miró con recelo— ¿Y quién, si me permite preguntar, es esta encantadora jovencita?

—Por supuesto —la oportunidad de presentar a su querida protegida entusiasmó a la duquesa— Lady Featherington, permítame presentarle a la señorita Annette Alcott. Estoy ayudándola esta temporada.

Annette hizo una pequeña reverencia y le dedicó una cordial sonrisa a las mujeres frente a ella, que hicieron lo propio casi de inmediato— Es un placer.

La rubia se fijó en la más baja de las hermanas, una adorable pelirroja de mejillas rosadas que le sonreía especialmente alegre, y fue a ella a quien le regaló la sonrisa más sincera de esa tarde.

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Queridos y atentos lectores:

Su dedicada escritora se ha topado, finalmente, con la respuesta a la pregunta que todos nos hacíamos: ¿quién es, entonces, la protegida de la duquesa viuda de Pemberly? Pues, no se trata de una joven cuyo nombre hayamos oído antes pero, les aseguro, es un nombre que valdrá la pena recordar:

Annette Alcott.

Anthony Bridgerton dejó de leer después de eso, ocultando la revista de cotilleos en cuanto vió a su hermano entrar al salón, deteniéndose a intercambiar un par de palabras con la modista que acababa de mostrarle opciones de telas a Eloise y su madre.

—Hermano —lo saludó, el nombre que acababa de leer quemado en su mente— ¿La modista y tu siguen... Enhebrando la aguja?

—Tal parece que no —respondió de forma abrupta a la pregunta— ¿Ya hallaste esposa o planeas ofender a todas las jóvenes? —le preguntó de vuelta, a modo de venganza.

El mayor sonrió sarcásticamente y se puso de pie, llevándose con él la revista de Lady Whistledown— Diviértete con tus dibujos.

Benedict no necesitaba saber del regreso de Annette, no aún, al menos. Ya tendría tiempo de enterarse esa noche, en el baile de la Reina.

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sean bienvenidos a: a million dreams, una historia de bridgerton

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besos

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