Prólogo
La proyección que solía tener de él casándose, cuando infante y sobretodo adolescente, distaba kilométricamente de lo presente.
Tampoco podía quejarse mucho, frente a la inutilidad que sería el hacerlo más. Procuraba, en tanto, repetirse unas cuantas premisas, y centrarse en eso, como para que su cerebro las decodificara y entonces no le cupiera el más mínimo reproche siquiera reprimido, y le sirviera como refuerzo moral al evento. La voz del padre, que leía el salmo, le era de fondo. Uno no muy nítido, porque él en su actividad no atendía en oírle.
«El enamoramiento dura en promedio dos años», era una de las frases que se autodecía íntimamente, que alguna vez había leído -por ahí había leído también que podía llegar a durar diez-. Y con ello se decía que sus sentimientos por Kaito deberían incorporarse en neutralidad en poco tiempo. Iba a dejar de quererlo..., lo decía la ciencia. Aun siendo, en otro caso, que sí hubiera podido estar con él. Aunque su esposo fuera él, en lugar del tipo que posaba a su derecha y que no se animaba a mirar. El tiempo le haría dejar de amarlo de todas formas, ¿verdad...?
Enamoramiento. Un mero enamoramiento. Se repetía que lo suyo con el peliazul era así de efímero..., así de superficial... Un romance idílico y pasional, porque le hacía mejor creerlo. Si en verdad lo creyera.
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