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veintiuno

Los cálidos rayos de sol entrando por el enorme ventanal con vistas al jardín, los niños correteando hacia el comedor conducidos por el suave olor del beicon, una gran mesa de madera llena de frutas, zumos y tostadas... Todo era tan canónicamente perfecto que Valerie comenzaba a sentirse abrumada. Se sentía fuera de lugar, y lo peor de todo es que, en teoría, rodeada de familiares.

—¡Chicos, a desayunar! ¡La tía Valerie se marcha enseguida! —bramó el único hombre de la mesa.

Los Berkowitz eran tres hermanos: Thomas James, Margaret Louise y Valerie Rose. La mediana, Maggie, había encontrado el amor en un país nórdico y llevaba años viviendo en el extranjero, ejerciendo como profesora de primaria. Había viajado a todos los rincones del mundo y siempre parecía tener una excusa para no volver a Estados Unidos -llevaba, al menos, tres Navidades seguidas sin pisar su tierra natal-. Valerie nunca había conocido a un estadounidense que renegara tanto de su patria como su hermana. El mayor, Tommy, era el tópico de hijo perfecto: quarterback en el instituto, ingeniero graduado por Columbia, casado con su primer amor, con una bonita casa en los suburbios... Había sido el primero en celebrar su boda y el primero en "traer la alegría a casa", tal y como dijo la abuela de Valerie.  Los sobrinos de la psicóloga eran dos niños que cumplían todos los criterios para ser diagnosticados con TDAH, pero Valerie prefería callar y no desatar una discusión de pareja. Su cuñada, Alexa, era también otro tópico andante: había dejado su puesto de mánager de ventas en una conocida empresa para dedicarse a sus hijos y al ecoliving. Vivía en un estado zen constante, siempre tenía una sonrisa en el rostro y tenía una página de Instagram con casi setenta mil seguidores donde explicaba cómo practicar "el parentesco amable". En realidad, no era más que un estilo de crianza totalmente permisivo, pero aun así, a pesar de parecer una familia de anuncio, les iba bastante bien.

Valerie se había quedado a dormir en su casa porque era la única con una habitación de invitados lo suficientemente grande como para no asfixiarse. A cambio, tuvo que soportar que sus sobrinos lloriquearan porque querían zumo de piña en lugar de zumo de naranja. Tommy, leyendo el periódico y cumpliendo otro tópico más, riñó a sus hijos sin siquiera despegar la mirada del papel. —Chicos, calmaos.

—¡Yo quiero zumo de naranja!

Entre gritos agudos, negociaciones que rozaban lo absurdo y unas cuantas pataletas, Valerie tomó su café y la tostada de aguacate que le había preparado su cuñada. Estuvo a punto de enviarle un mensaje a su mejor amigo con un típico ''llámame'' para, al menos, tener la excusa de que tenía que marcharse para atender una urgencia. Sin duda, Valerie no estaba preparada para la maternidad y, a su parecer, Thomas tampoco. Llegó a cruzar una mirada con él y tuvo la sensación de que sus ojos, igual de verdes que los de Valerie, estaban pidiendo auxilio.

Casi como si se tratara de una señal del destino, el móvil de la psicóloga vibró mientras sus sobrinos discutían con su madre. 

Levi Braun

Ven a la sala B02 para ensayar la presentación. 

08:30

A las 9.30. 

08:30

Nunca pensó que agradecería tanto tener un mensaje urgente del Doctor Braun. Valerie dio un último bocado a la tostada y se levantó de su asiento, arrastrando la silla por el suelo con un chirrido que llamó la atención de su hermano, cuñada y sobrinos. Alzó levemente su teléfono móvil y lo señaló con el índice. —Tengo que irme. 

—¿Ya? —preguntó Tommy. —¿Necesitas que te lleve?

La pequeña de los Berkowitz sonrió al ver cómo su hermano intentaba hacer lo imposible para huir de una situación de lo más desesperante. —No, voy en taxi. Esta noche hay una especie de recepción, así que volveré tarde. —se acercó a los dos niños y revolvió sus cabellos castaños. —¡Portaos bien y no me esperéis despiertos! 

Agarró su bolso del perchero del que colgaban múltiples abrigos de colores, guardó su portátil en él y buscó sus tacones entre las múltiples zapatillas deportivas de sus sobrinos. Se calzó, exclamó un último adiós y, tras ponerse su abrigo, salió en busca de uno de los infames vehículos amarillos. 

*****

Justo cuando empezó a oír el repiqueteo de unos tacones contra el suelo cada vez más cerca, Levi dejó de tamborilear con sus dedos sobre la mesa ovalada de la sala que había reservado. Se aclaró la garganta con un carraspeo e hizo todo lo posible para no aparentar estar nervioso: se hundió en la silla para adoptar una actitud que reflejara mejor su soberbia, cerró el dossier con anotaciones sobre la presentación y fingió estar algo enfadado.

—Llegas tarde. —fue lo primero que dijo nada más ver a Valerie. Llevaba unos tacones de aguja negros, casi imposibles de lo finos que eran, unos pantalones negros y una blusa blanca. Se había alisado el pelo, y lo único que pudo pensar Levi es que le quedaba mejor ondulado. 

Ella rodó los ojos y se acercó al escritorio para dejar todas sus cosas encima. —Había tráfico. ¡Bienvenido a Nueva York! —exclamó con ironía. Apoyó sus manos en el respaldo de una de las sillas colocadas alrededor de la mesa. —Habíamos acordado que la charla ya estaba ensamblada. 

Levi inspiró profundamente y, con un mando que se encontraba sobre la mesa, encendió una pantalla de televisión donde se proyectó la primera diapositiva de la presentación. —Sí, pero quiero asegurarme de que no vas a meter la pata.

—No me esperaba menos de ti. —Valerie sonrió con sarcasmo y, acto seguido, buscó el guion que había modificado sin que Levi lo supiera entre algunos papeles que estaban en su bolso. —Entonces, imagino que quieres que solo yo ensaye mi parte, ¿no? Como tú eres el gran Doctor Braun, no necesitas ensayos. Es imposible que tú metas la pata. —añadió con inquina. 

El rubio también esbozó una sonrisa, aunque fue una de esas maliciosas, casi despectivas, que tanto sacaban de quicio a Valerie. —Ayer tenías tantas ganas de ser el centro de atención que he querido darte una oportunidad. —hizo un gesto con la mano, invitando a su compañera a iniciar su parte del discurso. —Así que, adelante.

Valerie frunció los labios y dejó los papeles de vuelta a la mesa. —No necesito tu atención, imbécil.

Levi alzó una ceja. —Ah, pensaba que te daría igual. Como ayer estabas tan desesperada por que alguien te hiciera caso...

—Mira, sé que has venido porque eres un maniático del control. Has hecho todo lo posible para subirte a un avión, venir aquí e intentar que tu ego salga más reforzado que nunca, pero esto es un trabajo de los dos. —soltó, claramente molesta. —Por eso he cambiado tu guion de mierda.

—¿Eh?

—¿Sabéis cómo soléis llamar a esto? Terapia de choque. —Valerie lanzó una copia del escrito a Levi, que parecía mitad confuso y mitad cabreado. —Léelo, pero que sepas que no pienso cambiarlo.

El rubio pestañeó varias veces después de alcanzar el nuevo guion de Valerie, que comenzó a pasear por la sala dando pasos lentos y largos, e intentó procesar la información lo más rápido posible. —Espera. —dijo. Finalmente, juntó las cejas y se levantó de su asiento. —¿¡Has cambiado tu guion sin avisarme!?

—¿Ves? Te sientes ansioso cuando no tienes el control de absolutamente todo. —masculló la joven. 

Levi agitó la cabeza. —Valerie- No- —volvió a pestañear y suspiró con intención de calmarse y de ganar tiempo para encontrar la palabra adecuada para expresar su enfado. Y no, no estaba enfadado por el cambio del guion. En realidad, le indignaba que Valerie tuviera razón. Odiaba trabajar en equipo porque sentía que las cosas no iban a salir como él quería. —No puedes hacer numerito tras numerito. ¿Qué narices es esto?

Valerie se molestó aún más por las palabras del médico. Se acercó a él y se quedó a un escaso metro. —¿¡Perdón!? ¡El único que monta numeritos de niño malcriado eres tú! ¡Fíjate en cómo te comportaste delante del puñetero decano! 

Él señaló con el índice a la de cabello negro. —Vas a decir lo que preparamos en nuestro guion.

Muchas de las horas que habían invertido juntos las dedicaron a preparar cuidadosamente el dicho guion. Levi, que por entonces no había comprado los billetes a Nueva York, se encargó de cambiar cada una de las palabras que su compañera escribía. Valerie, que tampoco sabía que el Doctor iba a acudir al Congreso, aceptó los cambios sin rechistar porque tenía claro que modificaría el guion nada más poner un pie en su ciudad. Pero el destino era caprichoso y, sin previo aviso, había hecho que las cosas se torcieran.

—No. Tú di lo que tú quieras, pero yo voy a decir mi guion. —reiteró Valerie.

El dedo de Levi cambió de dirección y apuntó hacia la puerta. —Esto está lleno de médicos. No van a recordar ni una sola palabra de lo que les vas a contar si te pones a hablar como en tus clases. Esto es un ambiente profesional, no una puta guardería. 

—Y si tú hablas como si les estuvieras dando un sermón, les vas a aburrir. Quinientas personas dormidas en la sala, ¡qué divertido!

Levi se mordió el labio inferior y alzó la vista al techo, como solía hacer siempre que buscaba contenerse. Puso los brazos en jarras antes de volver a dirigirse a Valerie. —Me estás sacando de quicio. —dijo, con un tono cómicamente amenazante.

—Genial, tú a mí también. —replicó ella. 

Entre los aspavientos y las quejas, la distancia entre ellos se había reducido sin que se dieran cuenta. Levi se alzaba imponente ante Valerie, pero ella no parecía estar intimidada, ni mucho menos. Miraba fijamente a los ojos amarronados de Levi con el ceño fruncido y los labios curvados en una especie de puchero, enfadada. Él apartó la vista y se dejó caer en una de las sillas de aquella sala de reuniones justo cuando la alarma de su teléfono comenzó a sonar.

—Queda una hora para la presentación. —informó. —Vamos a ensayarlo una vez. Solo te pido que no hagas el ridículo. 

Resignada, Valerie tomó asiento enfrente de él, se retiró unos cuantos mechones de pelo de la cara e inspiró por la nariz. —Lo mismo digo. Espero que no tengas pánico escénico.

—No digas gilipolleces.

—¿Vamos a ensayar o no?

*****

Un auditorio con todos los asientos ocupados, dos grandes focos apuntando al improvisado escenario y una enorme pantalla donde se podía leer los nombres de los ponentes junto al enorme escudo de la Universidad de Harvard. Valerie y Levi aún podían escuchar el murmullo de los asistentes a la primera charla sobre los efectos de la psicoterapia en cardiópatas crónicos cuando les estaban ajustando las petacas de los micrófonos. Era la primera vez que Valerie daba una ponencia así, más similar a una TedTalk que a una presentación preliminar sobre un proyecto científico, así que se encontraba algo nerviosa, nada fuera de lo normal. De reojo, echó un vistazo a Levi: camisa blanca y pantalón negro -un conjunto típico pero que siempre funcionaba-, rostro lampiño y probablemente suave, espalda tensa y mirada inquisitiva; no muy diferente a aquella vez que le vio hablar ante un público entregado durante las evaluaciones al cuerpo docente, pero igualmente diferente. Parecía más serio, quizá más nervioso. Valerie supuso que para él era también la primera vez. Se acercó a él cuando ya tenía preparado el micrófono de solapa, sujeto en el cuello de su camisa. 

Al fin y al cabo, era un trabajo que estaban realizando juntos, y ya habían dejado claro que lo único que querían es que saliera adelante de la mejor forma posible.

—Suerte. —susurró Valerie. 

Levi le dedicó una mirada rápida. —No la necesito. 

Valerie soltó una risilla. —Hmm, ya veremos. 

Una mujer les dio paso y les invitó a salir al escenario. Levi subió primero, y en cuanto puso un pie en sobre la tarima, comenzaron los aplausos. Valerie le siguió de cerca y se quedó justo a su lado, en el centro del escenario. La luz de los focos era tan cegadora que le impedía ver los rostros del público. Aun así, Valerie sonrió de oreja a oreja.

—Bienvenidos y bienvenidas a esta charla sobre los efectos psicoterapéuticos en cardiópatas crónicos. Soy el Doctor Braun, profesor de la Universidad de Harvard, y ella es la profesora Berkowitz, de la Asociación Americana de Psicólogos. Antes de comenzar, me gustaría lanzarles una pregunta: ¿creen que la terapia psicológica puede beneficiar a pacientes que han sufrido infartos...?

Valerie ocultó una sonrisa al ver cómo Levi, fuera de manera consciente o no, gesticulaba y comenzaba la presentación tal y como solía hacer ella. Al parecer, que el archifamoso Doctor Braun se asomara de vez en cuando a las clases de Berkowitz sí le había servido de algo.

La charla continuó sin incidentes. El proyector no se apagó a mitad de la exposición, no hubo que atender emergencias médicas, Valerie no se cayó de sus infinitos tacones y Levi no explotó cuando ella interactuó de más con algún miembro del público. 

Los aplausos y vítores duraron lo mismo que en un festival de cine. La ovación demostraba que, para los estudiantes, era motivador ver a dos profesores tan jóvenes presentando un proyecto tan ambicioso y, para los viejos profesionales, esperanzador. El moderador de la ronda de preguntas apareció al mismo tiempo que lo hicieron dos taburetes altos, y con él volvieron a cesar los aplausos. Levi y Valerie tomaron asiento después de treinta minutos de pie frente a las cámaras y los focos. 

ㅡBien, vamos a comenzar la ronda de preguntas. ㅡanunció el moderador, un hombre de mediana edad que llevaba un llamativo fular de cachemirㅡ Levanten la mano si tienen alguna y los miembros del staff se acercarán con un micrófono.

Valerie se giró hacia Levi cuando vio que más de la mitad de los asistentes tenían algo que preguntar. Normalmente, en aquel tipo de charlas nadie solía levantar la mano, así que no pudo evitar sorprenderse a pesar de que tenía la certeza de que todas las cuestiones eran para el cautivador Doctor Braun.

ㅡComencemos desde la última fila.

ㅡMi pregunta es para la profesora Berkowitz.

Aquella voz femenina y joven sorprendió a Valerie, que volvió la cabeza de golpe hacia el gallinero. ¿De verdad se dirigían a ella? Imposible.

Levi miró a Valerie mientras contestaba la primera pregunta. Y la segunda. Y la tercera. Y la quinta. Y prácticamente el resto. La primera psicóloga ponente en la historia de aquel congreso había conseguido llamar la atención de cientos de asistentes a pesar de presentar un proyecto conjunto con uno de los nombres más sonados de la cardiología actual. Quizá Levi no era tan ensimismante, o puede que ella hubiera flechado al público gracias a su melena azabache y a su sonrisa, o a lo mejor el proyecto realmente era novedoso. Fuera como fuese, y a pesar de no haber ensayado la charla porque médico y psicóloga prefirieron discutir, habían avivado la llama de la curiosidad en el público, y eso era muy buena señal.

Valerie contestó una última pregunta y agradeció con una leve reverencia el interés que habían demostrado los aaiatentes. El moderador cerró la charla recordando el horario del resto de las presentaciones y, mientras sonaban por fin los últimos aplausos, Valerie se giró hacia Levi. Le dedicó una sonrisa orgullosa, diciendo en silencio "¿Has visto eso? He sido yo".

Contra todo pronóstico, él le devolvió la sonrisa. No era una mueca o risilla mlavada, era una sonrisa de verdad. Leve pero genuina. Sincera.  Levi asintió con la cabeza, como admitiendo, por primera vez, la victoria de la psicóloga, como enunciando un "bien hecho".

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Subo este capítulo en la supuesta hora terrorífica (3.11 am) y a 4 horas de despertarme. No pasa nada. Estoy bien 🧍‍♀️🔫

si el capitulo llega a 113 comentarios (ni uno más ni uno menos) en el siguiente hay beso. que comiencen los juegos del hambre 😈 (y no vale comentar cosas sin sentido. Voy a ir contando UNO A UNO los comentarios)

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