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veintiséis

El plan de Valerie no había salido como esperaba, pero tampoco había ido del todo mal. La visión que los más escépticos tenían de la psicóloga empeoró cuando las voces comenzaron a decir que Berkowitz estaba prometida: si aquello era cierto, además de ser altiva, era también infiel, y eso era algo inadmisible -aunque la mayoría de los profesores fueran unos adúlteros-. Por otra parte, la mentira sirvió para que otros docentes vieran la verdad, y comenzaron a entender que, entre Levi y Valerie, no había más que una simple relación cordial. 

Aun así, lo que realmente importaba no el tipo de vínculo entre ellos, sino su exitosa charla. Valerie se había posicionado como una verdadera profesional, como el as bajo la manga de una Facultad que debía renovarse con urgencia, como el rayo de luz que comenzaba a iluminar un sistema sombrío y rígido. Las felicitaciones y la curiosidad terminaron opacando los rumores de un supuesto romance ardiente; sin duda, era una variable con la que Valerie no contaba. 

La psicóloga revisaba su bandeja de entrada en la consulta 396. Era jueves, las clases habían terminado hace horas y la agenda del Doctor Braun parecía estar vacía... al igual que la sala contigua. Valerie no tenía ni idea de dónde se había ido su compañero, pero, al mirar el reloj de la esquina inferior de la pantalla y al ver que habían pasado horas, supuso que estaba atendiendo alguna urgencia. 

Cuando marcaron las seis, Valerie cerró su portátil y se dispuso a recoger los folios con las entrevistas y los resultados de algunas escalas. Se quedó quieta cuando escuchó dos voces masculinas y pasos rápidos por el pasillo. Despacio, al oír la puerta de la consulta 395 abrirse con fuerza y la voz de Braun, volvió a sentarse. El cardiólogo iba acompañado y, por su tono de voz grave y casi quebrado, supuso que estaba muy, muy enfadado. 

—¿Qué se supone que tenía que hacer? —oyó Valerie. La voz, algo más aguda pero igual de seria que la de Levi, le resultó demasiado familiar. 

—¡Seguir, joder! —exclamó el médico. —¿Qué clase de puto médico deja morir a un paciente en la mesa? 

—¡No se podía hacer nada! ¡Iba a morir en el postoperatorio! —Valerie por fin reconoció aquella voz bramante: era Irvine. —¡Es sádico alargar el sufrimiento de una persona de esa forma! 

Estaban discutiendo tan fuerte que, casi con seguridad, todo el ala de cardiología podía escuchar sus gritos. El asunto parecía serio y, por un instante, Valerie estuvo a punto de intervenir. El impulso de mediar en la pelea se extinguió cuando su yo más racional -o quizá el más primitivo- le hizo ver que no iba a poder interponerse entre ambos sin salir mal parada. Continuó sentada, aunque lista para llamar a seguridad si era necesario. 

—¡Eso es algo que decide el comité ético y la familia! ¡Tu misión es hacer que el paciente viva, punto! 

—¡Es inhumano! 

—No. —cortó tajantemente Levi. —Es tu puto trabajo. Si hay un uno por ciento de posibilidades de que sobreviva, se sigue adelante. Se acabó. 

—¡Iba a fallecer de todas formas! ¡He hecho todo lo que he podido! 

Sus voces se solaparon un instante y Valerie no pudo entender qué estaban diciendo hasta que Braun volvió a hablar: —No vengas con gilipolleces, Zach. ¡Estás libre de toda responsabilidad porque yo soy tu tutor! ¡Era mi paciente! 

Escuchó un par de bramidos más y un golpe fuerte, seguramente de la mano o puño de alguno de los dos contra la madera del escritorio. Acto seguido, un portazo resonó por todo el hospital y se hizo el silencio. 

Valerie se fijó en la hora de nuevo y, con un suspiro, volvió a abrir su portátil. Decidió esperar un tiempo prudencial antes de pasar a la consulta contigua para dejar la bata que Levi siempre le prestaba. 

*****

—Pasa.

La voz del Doctor Braun sonó algo amortiguada e infinitamente más suave. Valerie inspiró y abrió la puerta que conectaba las dos consultas. Había pasado casi una hora desde que escuchó la fuerte discusión y su instinto le decía que no había sido tiempo suficiente para que Levi se calmara, pero aun así entró en la sala. El médico, como de costumbre, miraba con atención la pantalla de su ordenador, dando la espalda a Valerie. Vestía con el uniforme quirúrgico y ni siquiera se había quitado el gorro de tela azul que cubría su pelo. 

Valerie se acercó al armario para guardar la bata. —La semana que viene empiezo las sesiones de intervención. —comentó, mirando de reojo a Levi, que ni siquiera se movió. —Voy a tener que llevarme a los pacientes a un lugar más agradable que este.

Ni siquiera recibió una respuesta, ni un monosílabo ni un simple gruñido. La psicóloga hizo una mueca ante el silencio y se giró hacia su compañero. Levi no parecía estar muy interesado en lo que se estuviera reflejando en la pantalla; simplemente se desplazaba por la página sin siquiera leer el contenido. Valerie notó que estaba algo perdido, sumido en sus pensamientos,  y recordando lo que dijo María, la pediatra, quizá estaba dándole vueltas a la anterior pelea. 

Valerie vio una oportunidad que no quiso desaprovechar. Dio una palmada para llamar la atención de Levi. —¡Eh! ¿Me has oído? La semana que viene empiezo con las sesiones en mi consulta.

El cardiólogo por fin centró su mirada en Valerie. Como de costumbre, se hundió en la silla y miró a la psicóloga con aire indiferente. —¿Y?

—Voy a llevarme a los pacientes a mi propia clínica. —dijo Valerie, colgando la bata en una percha y recuperando su largo abrigo de color azul. —Esa consulta es oscura, —señaló la puerta, situada detrás de ella— la luz es fría y las sillas son incómodas. Necesito que los pacientes encuentren confort, no ganas de marcharse cuanto antes. 

Levi se cruzó de brazos. —Acordamos que todo se iba a realizar aquí, en el hospital. 

—Sé que odias no tener el control sobre todo, —sonrió con algo de maldad, acercándose al escritorio. Valerie tamborileó con sus uñas sobre la mesa un par de veces, irritando a Levi. —pero esto es un trabajo de dos. Ya he sido demasiado flexible contigo. Ahora te toca ceder a ti.

—No lo digo por mí, lo digo porque esto es un proyecto en el que tú no mandas. Y yo tampoco. 

La de melena oscura soltó una risilla. —Oh, venga ya. Te encanta dar órdenes.

—Te olvidas de que el proyecto solo se puede realizar en dependencias universitarias porque está financiado por la propia Universidad. —le recordó Levi— Las sesiones programadas deben hacerse aquí. 

—¿Con la puerta abierta para que no me pierdas de vista? —preguntó ella, sarcástica. —Como no sé hacer mi trabajo...

Levi resopló. —Es tarde. ¿No ha acabado ya tu jornada?

Valerie se puso el abrigo y se lo abrochó. —Sí. Iré a tomarme unas copas y tendré cuidado por si envío un mensaje cuestionable a mis contactos.

Y por fin llegó lo que esperaba, aunque no en el formato que había imaginado: el rubio chasqueó la lengua y miró al techo, harto, y se llevó una mano a la cara. Valerie pensaba que iba a tener una de sus típicas salidas de tono, pero se equivocó. Levi parecía cansado y, en cierta manera, débil. Por fin había encontrado la verdadera brecha por la que colarse. Aunque el orden de los productos no fue el mismo, el resultado no se alteró. 

—Valerie, he tenido un día de mierda. —se sinceró. Sus ojos estaban algo rojos y las ojeras oscuras que enmarcaban sus ojos le dotaban de un aspecto algo enfermizo. —Haz lo que quieras, pero déjame tranquilo.

—Oh. —fue lo único que pudo musitar Valerie, que se sintió algo mal por él. Había metido el dedo en la llaga varias veces y bastante profundo; quizás había llegado demasiado lejos. Tragando el exceso de saliva de su boca, miró a Levi y encontró en su rostro un atisbo de tristeza. —Lo siento. 

—Márchate.

Si hubiera seguido hurgando en la herida, probablemente Levi se habría quebrado. La psicóloga, arrastrada por el deber de su profesión y arrepintiéndose de haber hecho aquellos comentarios, se quedó de pie frente al escritorio. Con voz suave y agradable, le preguntó: 

—¿Necesitas hablar?

Sabía que la respuesta iba a ser un contundente 'no', pero no perdía nada por intentarlo. A lo mejor adivinaba un nuevo dato que le podía ayudar a echar al Doctor Braun de Harvard. O a lo mejor se sentía peor por haberle recordado determinadas cosas. Observó con cuidado y detenimiento a Levi, que no dejó que aquel momento de vulnerabilidad le sobrepasara. El rubio inspiró, se levantó de la silla y agitó la cabeza.

—No. 

Valerie le dedicó una sonrisa algo amarga. —Lo sabía. —murmuró para ella misma. —Hasta mañana. —antes de salir de la consulta 395, se giró y miró por última vez a Levi, apoyado sobre la camilla de la sala y con las manos en los bolsillos de su pantalón verde. —Si no quieres hablar conmigo, al menos hazlo con alguien de confianza. Te vendrá bien desahogarte.

*****

Los alumnos del tercer curso de Medicina parecían más contentos que nunca. Era la primera vez que la profesora Berkowitz veía a sus estudiantes abandonar la clase sonrientes, y eso que después tenían cuatro infernales horas de Patología del Sistema Cardiorrespiratorio. Extrañada y sin llegar a recoger su ordenador portátil de la mesa más cercana a la pizarra, Valerie se acercó a un grupo de alumnas que se sentaba en primera fila.

—¿No tenéis clase con el temido Doctor Braun? —preguntó a las chicas, suponiendo que la felicidad colectiva se debía a que no iban a ver al mayor de sus miedos: Levi. 

Una de las estudiantes negó con la cabeza. —No. El Doctor no podía venir hoy a clase. 

—Entonces podéis disfrutar del fin de semana antes, ¡qué bien! Nos vemos el lunes, chicas. 

¿Braun cancelando una clase? Imposible. Valerie guardó sus cosas en su nuevo bolso, más grande que el anterior e igual de negro que su cabello, y subiendo las escaleras del anfiteatro casi de dos en dos, se marchó directa al único lugar donde podía encontrar respuestas: la sala de profesores. 

Al ser viernes, el ambiente de la conocida sala también estaba bastante animado, cosa que Valerie agradeció, puesto que, si los profesores estaban de buen humor, iba a ser mucho más fácil dirigirse a ellos, incluso a los más rígidos. Aprovechando que la cafetera aún estaba llena, Valerie se acercó a dos mujeres del departamento de Cirugía mientras se servía café. 

—¿Cómo va la mañana? —preguntó, con una sonrisa cordial. 

—Tranquila, la verdad. —contestó una de las profesoras, la de cabello corto y lacio. —¿Vas con prisa, Berkowitz?

—Sí. —dio un pequeño sorbo a su café, sin azúcar, oscuro y algo amargo. —Tengo unas tutorías programadas ahora... Por casualidad, ¿no sabrán algo del Doctor Braun? Tenemos una reunión más tarde, y me parece raro que haya cancelado su clase de las diez. 

La misma mujer pareció sorprenderse. —Oh, ¿no te ha dicho nada? Debe estar con gripe... pero es raro que no vaya a la reunión, la verdad. Es un chico muy responsable.

—Demasiado, diría yo. —comentó la otra profesora. —No te preocupes. Seguro que aparece. 

Valerie sonrió e hizo una pequeña reverencia. —Gracias. Me voy corriendo a las tutorías, ¡mis alumnos me van a matar...!

*****

El viernes lo dejó pasar, el sábado ni siquiera pensó en ello, el domingo comenzó a preocuparse y el lunes, por la noche, Valerie estaba oficialmente intranquila. El Doctor Braun no había dado señales de vida desde el jueves por la tarde, no había acudido a la reunión sobre el proyecto y tampoco había exigido a Valerie nuevos documentos. La extraña calma se volvió agobiante de un día para otro, y la excusa de la gripe no caló en Valerie, que sabía que el motivo de la ausencia de Levi era otro muy distinto. 

Le envió un mensaje que nunca contestó, y fue entonces cuando todas las alarmas de Valerie se encendieron. ¿Y si había sido demasiado insensible con él? ¿Y si había ignorado todas las señales que indicaban que Levi estaba estresado y quemado? Se había saltado toda su ética profesional y había dejado de lado su visión más humana para intentar alejar al cardiólogo de la docencia, pero ¿y si había ido demasiado lejos...?

Valerie dejó su teléfono móvil sobre un pequeño saliente en los mandos de la cinta y se ajustó bien los auriculares antes de subir la velocidad y de ponerse a correr. Ni siquiera el ejercicio le  ayudó a dejar la mente en blanco.

Bennett, que había estado hablando con ella minutos antes de que llegara al gimnasio, tampoco había sido capaz de quitarle la culpa de la cabeza. Según él, Levi podía faltar a las clases y al hospital porque de verdad estaba con gripe, e insistió varias veces en que el médico no era el paciente de la psicóloga. ''¿Te está pagando por las sesiones?'' le preguntó a Valerie por teléfono. Como ella contestó que no, enseguida dijo ''pues no te preocupes más. No eres ni su terapeuta ni su madre. ''. 

Pero aun así, la vocación de ayudar a las personas que había hecho que Valerie escogiera la Psicología en lugar de la Literatura le hizo acercarse a Levi cuando le vio de espaldas en el gimnasio, con una bolsa de deporte al hombro, un chándal gris y el pelo recién seco. 

Llegó a alcanzarle justo antes de que pasara por el torno de salida. Llevaba puestos unos auriculares de diadema, así que Valerie, que ni siquiera se había cambiado, tuvo que tocar su hombro. Levi se giró. No parecía griposo, pero tampoco lucía muy mejorado: barba, ojeras y mirada algo vacía, cansada.

—Hola. —soltó Valerie.

—¿Qué-

La joven psicóloga ni siquiera le dejó preguntar qué narices estaba haciendo: —¿Cómo estás?

Levi frunció el ceño, confuso. —Bien.

—No puedes estar muy bien si has faltado a tus clases, reuniones, tutorías y consultas.

Dejó de juntar las cejas para alzar una. —No sabía que me tenías tan controlado. ¿Quién es el maniático ahora?

A pesar del aire irónico, de su espalda ancha, su figura fornida e imponente y su voz grave, Valerie volvió a encontrar esa brecha. Levi estaba resquebrajándose como un cristal blindado, poco a poco pero constantemente, de una forma que ella no se esperaba. Seguía pareciendo mínimamente vulnerable. Estaba demasiado cansado, y ese cansancio le hacía más débil de lo normal, lo justo para que Valerie pudiera mover ficha.

Porque ella, ante todo, tenía un propósito, y estaba basado, nada más y nada menos, que en uno de los grandes dilemas de la humanidad: si Valerie pudiera salvar mil vidas en lugar de una, lo haría. Y si para eso tenía que sacrificar a un Doctor tan brillante como Levi, también lo haría. Los alumnos llevaban años sufriendo, llorando, resignándose, y Valerie estaba dispuesta a cambiarlo.

Cogió la mano de Levi sin previo aviso y la encerró entre las suyas. —Levi, ante todo soy psicóloga. Sé que hay algo que no va bien. Puedes decírmelo si quieres; no saldrá de aquí. 

El contacto sorprendió al médico, que por un instante disfrutó de la piel cálida de Valerie. Se zafó de ella y paseó su mirada por los altos techos del gimnasio. Suspiró. —Mi trabajo es agotador a veces. Eso es todo. 

Valerie lo notó sentido y, de nuevo, cansado, como si no quisiera continuar con lo que, en teoría, más le apasionaba. Con una especie de mueca, Berkowitz asintió. —Lo entiendo. Es muy duro, lo sé. 

La empatía que estaba demostrando su compañera le hizo sentirse algo mejor. Todo el mundo le decía que era un trabajador impecable, pero cuando sentía que necesitaba hacer un descanso, tenía la sensación de que iba a decepcionar a la gente. Que Valerie reconociera que su trabajo era cansado e incluso cruel en vez de decir algo como ''¡pero no te quejes, si tienes un curro genial!'' fue todo un alivio.

—Pero es lo que hay. —añadió él.

Valerie volvió a agarrar su mano, impidiendo que se fuera. —No, Levi. Debes descansar como el resto de los humanos. No eres un robot, ni un alien, ni una inteligencia artificial. No te vendría mal quitarte un poco de trabajo de encima. Si estás en muchos sitios a la vez, no puedes disfrutar ninguno. Necesitas un descanso.

Tras lo que parecían unas palabras sinceras y un consejo beneficioso, solo se encontraba un cambio de estrategia: si no era por las malas, Valerie tendría que hacer que Levi dejara Harvard por las 'buenas'.

—Estoy bien.

—Me preocupas. —dijo rápidamente Valerie, siendo sus palabras mentira y verdad a la vez. —Podrías hacer menos guardias, por ejemplo, o mandar menos trabajos a tus alumnos para tener que corregir menos y dormir más. No puedes ir por ahí sin dormir menos de cinco horas.

—Vale. —Levi accedió a regañadientes. —¿Puedes soltarme?

—Prométeme que te quitarás carga de trabajo de encima... 

—Vale, vale. —repitió. 

Valerie sonrió con sutileza. —De nada por el consejo. Normalmente cobro sesenta dólares por sesión, pero me conformo con que me hagas caso.

Levi se limitó a rodar los ojos y volvió a ponerse bien sus auriculares. Sin despedirse siquiera, pasó por las barras metálicas del tornó. 

¿Era Valerie Berkowitz una manipuladora? Puede. ¿Era Levi Braun demasiado ingenuo para algunas cosas? También.

Él se marchó pensando en cómo decirle al jefe de servicio que no iba a elegir la guardia del siguiente fin de semana, y ella en cómo de fácil había sido convencer al que parecía el hombre más inexorable del mundo.

**********

como diría nelly furtado: she's a maaaaaneeeeater 

será capaz levi de abrirse más con valerie y le contará lo de la discusión y sobre sus demonios o volverá a ser un imbécil de mierda??? no lo sabemos...... de momento

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