veintiocho
La lluvia aún no había cesado cuando la grúa llegó para, por fin, llevarse el coche de Levi al taller. Aunque la espera no fue demasiado larga, para ellos duró una eternidad; estuvieron en silencio todo el rato, escuchando cómo los coches pasaban a su lado a toda velocidad y cómo las gotas de lluvia impactaban contra la luna, intacta. Lo único que cortó ese silencio fueron las llamadas de Levi con la compañía aseguradora, con el taller y con la secretaria principal de la Facultad, a quien avisó que llegaría tarde a su primera clase del día.
Y por si el silencio dentro del coche siniestrado no hubiera sido lo suficientemente incómodo, la conversación con el conductor de la grúa, un hombre de mediana edad, fue aún peor.
—¡Habéis tenido mucha suerte! —exclamó—Si en vez de ese cochazo fuera uno más barato, ahora mismo estaríais de camino al hospital. ¡Incluso muertos!
Valerie, sentada entre los dos, con el hombro de Levi demasiado cerca de su rostro y con el brazo del conductor casi encima, fingió una risilla. —Ja, ja. Qué tranquilizador...
—Imagino que la avería será cara, claro. Las piezas vendrán importadas de Italia, ¿no? ¿Cuántos caballos tiene el motor? ¿Cuánto consume? ¿Es manual?
La psicóloga miró a Levi para asegurarse de que al menos estaba ahí. Había apoyado el codo en el canto de la ventanilla y miraba la espesa lluvia a través de ella. —No sé. Yo me compré el coche porque me gustó el color. —dijo, con una voz sorprendentemente suave pero tono demasiado irónico. A Valerie le hizo sonreír.
—¿¡Cómo te compras semejante coche sin saber qué motor lleva, chaval!? —preguntó el hombre, ofendido. Estaba claro que no había pillado el chiste. —Bueno, pareja-
—No somos parej- —Levi fue rápido en interrumpir al hombre, pero Valerie lo fue aún más y le mandó callar dándole un golpe en el antebrazo. El rubio inspiró y, tras cruzar una mirada con su compañera, comprendió que tenían que acabar aquel viaje cuanto antes.
—¿Puede dejarnos por la avenida Hutington? —pidió Valerie con aquella voz tan aguda y empalagosa que utilizaba de vez en cuando, sobre todo con desconocidos. A Levi le resultaba molesto, pero se mordió la lengua para no decir nada. —Incluso por aquí nos viene bien.
—¿Seguro? No me importa llevaros hasta la misma puerta de vuestro trabajo.
—Oh, no se preocupe. ¡Trabajamos en esas oficinas de allí! —Valerie señaló con el índice un edificio cercano al azar, utilizando sus viejas tácticas. Sonó tan convincente que el conductor tomó un desvío para llevarles hasta allí. —¡Muchas gracias!
Levi se preguntó por qué Valerie era psicóloga en lugar de actriz. Él sabía perfectamente que su personalidad dulce y su sonrisa angelical eran parte de una de sus mil caras, y que, en realidad, Valerie era mucho más seria y menos risueña de lo que fingía ser. Tenía una facilidad inmensa para adoptar una personalidad nueva y para ganarse el favor de otros de una forma que a Levi le resultaba envidiable. Mientras la observaba de reojo hablar con el conductor sobre temas de lo más banal, supuso que esa capacidad de fingir ser otra persona no era más que una destreza aprendida. En el fondo, Valerie siempre se había movido en un ambiente desfavorable, donde las mujeres no destacaban precisamente por su presencia, donde necesitaba ser amable e incluso zalamera para hacerse un pequeñísimo hueco. Levi se dio cuenta de que tampoco eran tan diferentes: ella tuvo que aprender a ser así, y a él, el tiempo le enseñó a ser frío y distante.
El hombre de la grúa la detuvo justo delante del edificio que Valerie había señalado. Los dos profesores de bajaron del vehículo dando un pequeño salto, se despidieron y fueron a refugiarse de la lluvia bajo el cobijo de los edificios.
Con la carpeta roja que contenía las autorizaciones bajo el brazo y expresión interrogante, Levi miró a Valerie.
ㅡVale. ¿Y ahora qué?
Ella le devolvió la mirada y giró las palmas hacia el cielo, algo ofendida, como si la respuesta a la pregunta de Levi fuera de lo más lógica. ㅡPues nos vamos andando.
Braun enarcó las cejas. Aunque la lluvia era menos intensa, el camino hasta la Facultad era largo; iban a llegar empapados. Valerie abrazó su mochila, agachó la cabeza y comenzó a caminar sin mediar palabra.
ㅡComo quieras. ㅡsuspiró Levi, escondiendo las manos en los bolsillos de su pantalón deportivo y siguiendo a Valerie de cerca. No tardó en adelantarla; al fin y al cabo, una zancada de Levi eran dos pasos de cualquier humano de estatura media.
*****
Valerie murmuró algo que Levi no entendió cuando por fin llegaron a los pies de la larga escalinata de la Escuela de Medicina de Harvard. Seguramente fue un "gracias a Dios", o un "por fin" cargado de alivio. El cielo no les había dado tregua en ningún momento y, tal y como era de esperar, habían llegado con el pelo mojado y la ropa húmeda. Levi no tenía fuerzas suficientes como para quejarse, aunque lo único que pasaba por su mente eran improperios e insultos. Sí, Valerie era inteligente, pero otras veces no hacía tanta gala de ello.
La psicóloga comenzó a subir las escaleras ignorando a las personas con bata blanca que se refugiaban de la lluvia. Escuchó una voz familiar cerca, pero también hizo oídos sordos.
Fue Levi quien agarró el brazo de Valerie y le hizo voltearse. Sorprendida, le preguntó qué sucedía. Levi señaló con la cabeza el lateral del edificio. ㅡVamos por ahí.
No tuvo que escanear toda la escena para saber que Rashad estaba ahí, con otro grupo de médicos y quizá algunos alumnos, riendo, pero con la mirada clavada en ellos. Los había visto. Y, a pesar de estar carcajeándose aparentemente feliz, Valerie notó cierto desdén en sus ojos oscuros. Puede que rencor. Algo que sabía que llevaba ahí tiempo, latente, y que iba a explotar en un momento u otro. La cuestión era si el objeto de esa envidia era ella... o si era Braun. Cualquiera de las dos opciones parecía factible.
Sin decir nada, Valerie dejó que Levi la condujera hacia una de las entradas laterales del edificio, evitando así al neurólogo.
En cuanto se alejaron de la escalinata, el rubio dejó de agarrar el brazo de la psicóloga. Por fin, pisaron el interior de la Facultad.
Cuando se dirigían hacia uno de los ascensores, Valerie, tras observar con detenimiento a Levi y creer que no iba a soltar alguno de sus comentarios hirientes, le preguntó: —¿Por qué no le has saludado?
—Porque tú no querías. —contestó.
—Oh, qué agradable eres a veces. —dijo ella, irónica, con una sonrisa de lo más teatral, exagerada. —Evitando que una pobre mujer indefensa se bata en duelo con un desleal caballero.
Levi chasqueó la lengua y rodó los ojos. —La próxima vez te empujaré directamente hacia Rashad.
Pensándolo bien, si realmente había sido como Levi decía, era un buen gesto. Valerie quiso, como siempre, quedarse con lo bueno y pensar que aquel contacto había sido puro altruismo, mera empatía y cierta protección, pero sabía que el motivo subyacente no era ella. —¿Por qué nunca te enfrentas a él?
La de melena azabache llamó al ascensor. Escuchó un largo suspiro y se giró hacia Levi, expectante. Parecía estar buscando las palabras idóneas para elaborar una respuesta que no era del todo fácil.
—No entiendes la jerarquía.
Valerie soltó una carcajada mientras entraban al ascensor. Los dos se apoyaron contra la pared. —Ah, ¿eso crees?
—Te la suda. Da igual que sea el Decano, Rashad o un alumno. Vas a tratarles igual, como si nada. —explicó Levi. Sus ojos ocre se fijaron en las luces del techo. —Y las cosas no funcionan así.
''Las cosas no funcionan así'' parecía ser la frase favorita de Levi, las palabras mágicas que lo solucionaban todo. Con un suave ding, las puertas del ascensor se abrieron, dejando a la vista el ancho y largo pasillo donde se encontraban los despachos. Valerie dejó que el Doctor saliera primero. Le siguió de cerca.
—Entonces, ¿no te enfrentas a Rashad por la jerarquía?
Levi se detuvo un par de puertas antes de su despacho y se giró. Su pelo seguía húmedo y el flequillo le caía sobre la frente, casi al ras de los ojos, pero, aun así, Valerie sintió su mirada iracunda sobre ella.
—¿Qué te importa?
—Proyecto aparte, después de lo del mensaje, el accidente y el paseo bajo la lluvia, creo que somos más que cercanos. —Valerie se encogió de hombros. —Y tengo la sensación de que ninguno de los dos caemos bien a ese idiota. Y me temo que es recíproco.
Braun echó un vistazo rápido a sus alrededores, sabiendo que por aquellos pasillos siempre había un par de oídos ajenos. Miró el reloj de su muñeca y, apretando la mandíbula, buscó las llaves de su despacho y se dirigió a él.
—Tengo que dar clase. —anunció, dejando atrás a Valerie y abriendo la cerradura de la puerta. —Acuérdate de entregar las autorizaciones.
Entró al despacho. Se volteó para cerrar la enorme puerta de madera, pero tuvo que detenerse al ver el pie de Valerie. En cualquier otro momento de su vida, probablemente en uno en el que estuviera más irritado, hubiera cerrado con un portazo sin importarle la cantidad de dedos rotos del pie de la pobre Valerie, que se coló al interior. Cerró la puerta apoyándose contra ella. Valerie tenía cierto aire pícaro, mirada astuta, intenciones maliciosas.
—Eres el doble que él, Levi.
El susodicho lanzó las llaves al escritorio y se rio con amargura. Se quitó la sudadera y se puso la bata blanca que había dejado colgada en un perchero cercano. —¿Quieres que le pegue un puñetazo o...?
Valerie se dio cuenta de que sus ambiciones iban mucho más allá, y que quizá el plan de echar a Levi de la universidad se le había quedado corto. Prefería cambiar el sistema. Destruirlo desde dentro. Y no había mejor persona para hacerlo que el mismísimo ojito derecho de toda la Facultad. Valerie había elegido mal a su caballo de Troya; no era Irvine... era Braun.
Sinuosa, como una serpiente acercándose a su próxima víctima, se quedó a un par de pasos de Levi. —No, aunque no te voy a impedir que lo hagas. —le sonrió— lo de ser el doble que Rashad era una metáfora —a pesar de ser cierto, ya que Levi era bastante más alto y corpulento que el neurólogo— de lo importante que eres aquí. Tú tienes más méritos que él. Eres más joven y más talentoso. Tienes más peso en Harvard, y me atrevería a decir que dentro del mundo de la Medicina.
Por un momento, Levi se perdió en la intensa mirada verde de Valerie. —¿Qué quieres decir? —murmuró.
La psicóloga -e intérprete- salió de su personaje un instante. Hizo una mueca y negó ligeramente con la cabeza. —Qué cortito eres a veces. —protestó y, sin previo aviso, agarró el cuello de la bata de Levi. Acercó su rostro al suyo. —Eres más importante que ese imbécil. Puedes aplastar a Rashad sin apenas mover un dedo.
No sabía si eran sus palabras, el tono de su voz dulce y firme o la cercanía, pero Levi empezó a sentirse algo intimidado por Valerie. Cortó toda clase de contacto con ella, evitando su mirada y tomando sus manos para que dejara de tirar de la tela de la bata.
—Vete a dar clase.
—¿Cuántas veces te ha dicho algo que te molesta y no le has llamado la atención? —preguntó Valerie, que no tenía intención de marcharse de allí sin asegurarse de que Levi iba a convertirse en su nuevo as bajo la manga. —No te cae bien, ¿cierto?
—Tú tampoco. —soltó. —Valerie, tengo que irme.
Ella le cortó el paso. —Aunque yo no te caiga bien, sé sincero conmigo. Por favor.
Levi inspiró y resopló. Después de un buen rato sopesando si ser directo o no, contestó: —Es un gilipollas.
—Ya tenemos algo más en común, entonces.
—¿Ahora vas a dejarme ir a dar clase o no?
La psicóloga le abrió la puerta y le dejó paso haciendo un exagerado gesto con la mano. —Por supuesto. Ah, —señaló con la cabeza el interior del despacho— te olvidas las llaves. ¿Tanta prisa tienes por escapar?
—Voy a volver a ser sincero: sí.
Valerie soltó una carcajada melodiosa mientras observaba cómo el Doctor recuperaba las llaves y algunos documentos que estaban sobre el escritorio. —Te veo luego.
—¡No! —bramó él desde el final de la sala. —¡Ya he tenido suficiente Berkowitz por hoy!
Y ella volvió a reírse. Había necesitado vivir junto a él una experiencia cercana a la muerte, una borrachera, una charla frente a cientos de personas, horas interminables frente a un ordenador, discusiones y la bronca de un Decano para que comenzara a mostrarse más accesible.
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menuda girlboss esta valerie <3 la amo <3 go off girl!!! manipula a ese hombre por nosotras!! <33
algo que siempre me ha resultado gracioso es que en muchas comedias romanticas la prota siempre tira a tonta (y me temo que he caido muchas veces en ese estereotipo), pero cuando cambia y hace algo mínimamente ''malo'' (ej: ley de hielo con el prota) no está justificado y enseguida dicen que es un personaje horrible..... like wtf....... luego el prota masculino hace lo mismo y cosas peores y UY ahi sí ignoramos las red flags
pues aquí el tonto es levi y la lista es valerie. punto.
otra cosa que quería destacar es ✨la importancia de los detalles✨ en esta historia........ seguro que ya os habéis dado cuenta, pero al principio levi enseguida perdía los nervios y atacaba a valerie (ya no lo hace) y antes ni siquiera se despedían (ahora ya sí, y con previsión de verse en un futuro no muy lejano......)
un besito
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