veinte
El sonido de los motores del avión cesó, al igual que lo hizo el ligero movimiento y la sensación de aún estar en el aire. Levi se quitó el antifaz y abrió los ojos al oír el ruido de los compartimentos de cabina abrirse y cerrarse. Instintivamente, miró a su alrededor y reparó en que su compañera no estaba a su lado. Fingiendo no estar un tanto desubicado, agarró su mochila, recuperó su maleta y abandonó el avión.
Mientras recorría la pasarela que conectaba el avión con la terminal, Levi solo podía pensar en una cosa: Valerie no le había despertado para el café. Y estaba algo resentido.
Caminó hacia la única salida posible. Justo detrás de una puerta automática de cristal, pudo reconocer varias figuras familiares. Entre ellas, destacaba la de Valerie, la única mujer. Levi no tuvo más remedio que acercarse y, a juzgar por los brazos cruzados y la mirada de ella, Valerie tampoco había tenido escapatoria.
—Bien, veo que ya estamos todos. —un hombre de unos cincuenta años, con barba canosa y cara de pocos amigos, como la mayoría del equipo docente de la Facultad, parecía dispuesto a irse cuanto antes del aeropuerto. Era uno de los profesores del departamento de cirugía.—¿Nos vamos?
El resto de los hombres pareció estar de acuerdo y, sin decir gran cosa, emprendieron su camino hacia la salida. Levi se quedó algo rezagado, en parte para evitar los comentarios de los que empezaba hartarse, y caminó un par de metros por detrás del resto. Contó rápidamente las cabezas del resto de asistentes al congreso y, justo cuando se dio cuenta de que faltaba una, sintió cómo alguien golpeaba su hombro de manera amistosa.
Tez luminosa y morena, ojos oscuros y pelo peinado con demasiada gomina: Rashad sonrió a Levi con su ya característica picardía, y el rubio entendió que la cara de fastidio de Valerie no se debía al simple hecho de estar en Nueva York, sino al neurólogo. —¡Levi! ¡No sabía que ibas a venir! Pensaba que tenías mucho curro en el hospital.
El susodicho se limitó a tirar de su maleta de cabina. —He conseguido un par de días libres.
—Oh, ¿quieres decir que se te han muerto unos cuantos pacientes? Menuda mierda, tío. Pero bueno, ¡menos trabajo! —Levi reprochó el comentario de Rashad con la mirada. El neurólogo alzó las manos en son de paz y soltó una risilla, avergonzado. —Entonces, ¿presentas tu proyecto con Berkowitz?
—Sí.
—Imagino que estaréis en la misma habitación de hotel, ¿no? —comentó el neurólogo con tono jocoso, esperando que Levi le siguiera el juego y esbozara una sonrisa como la suya. El rubio se mantuvo serio, casi inexpresivo. —Yo presento mi proyecto con Albern y, por desgracia, dormimos juntos. ¿No has visto el documento que adjuntó Harris?
—No.
Los monosílabos y la mirada ausente del Doctor Braun no parecían ser indicar claramente que no quería seguir con aquella charla. Rashad enseguida sacó su teléfono móvil para comprobar que, en efecto, los prometedores jóvenes estaban emparejados. Levi tuvo un flashback a sus años de instituto, cuando siempre terminaba durmiendo en la misma litera que la persona que peor le caía y, con cierta esperanza, miró a Valerie. El cardiólogo tenía la certeza de que, aunque estuviera dándole la espalda, ella escuchaba la conversación, por lo que era probable que contestara a Rashad de manera tajante.
—Me pasaré a vigilaros esta noche, ¿eh? —volvió a reír Rashad, llamando la atención de la psicóloga. —Más os vale dejarnos dormir.
Valerie se giró con una de esas sonrisas fingidas; sus labios estaban curvados de una forma algo artificial, sus mejillas demasiado tensas y sus ojos entrecerrados. Más que sonreír, parecía ocultar su rabia forzando cada músculo de su rostro. —Oh, el Doctor Braun va a dormir solo. —dijo, sin dejar de caminar hacia la salida de la terminal. —¿Por qué iba a quedarme en un hotel si puedo volver a casa una temporada?
Rashad alzó una ceja y cruzó una mirada con Levi, buscando que se pusiera de su lado y continuara la broma. Al toparse con una mirada fría y una actitud que mostraba poco interés, volvió a dirigirse a Valerie. —Ah... No... No sabía que tenías casa en Nueva York. Aun así, podrías-
—Compórtate como un adulto.
Ahí estaba la respuesta que buscaba Levi: cortante, anticlimática, puede que algo grosera. Cada vez que Valerie marcaba un límite, era demasiado rígida; cada vez que contestaba como lo haría Levi, de la forma más lógica, era una seca e insensible.
—Bueno, bueno...
—No vamos a cumplir el cliché de compartir una sola cama, así que, por favor, deja de fantasear con ello. Es asqueroso. —añadió Valerie, que hacía tiempo que había dejado de fingir una sonrisa. Dijo algo más entre dientes que solo ella llegó a entender y continuó arrastrando su maleta de color púrpura hacia la salida, acelerando el paso y dejando atrás al rubio y al neurólogo en un pestañeo.
El último miró a Levi con algo de desconcierto, como si estuviera sorprendido por las consecuencias de sus actos. El Doctor Braun, acordándose de una de las interminables charlas que le dio su mejor amiga y lejos de seguir con la broma de su compañero, soltó: —Pues eso, lo que ha dicho.
También comenzó a dar zancadas más largas para poder abandonar el aeropuerto cuanto antes. Cuando llegó a la salida y el aire frío de la gran ciudad golpeó sus mejillas, Valerie ya estaba subiéndose a un taxi.
*****
Con un largo gruñido y con los zapatos aún puestos, Levi se tiró sobre el mullido colchón de la cama que hipotéticamente compartía con Valerie. Ella seguía formulando como su compañera de habitación en documentos oficiales, pero en todo momento había dejado claro que se quedaría a dormir en casa de amigos y familiares, aprovechando su vuelta a Nueva York. Levi lo agradecía en silencio. De no ser por aquello, tendría que estar tres días en la misma habitación que Berkowitz, y no tenía demasiadas ganas. Lo más probable es que discutieran y, en caso de dormir, que lo hicieran con los ojos abiertos, vigilando que el otro no boicoteara el proyecto o que le intentara ahogar con la almohada. Bueno, y también agradecía que Valerie no se quedara en el hotel porque odiaba compartir habitación, baño y, en definitiva, intimidad. Era tan reservado que ni siquiera María había pasado más de dos noches con él -en su viaje de fin de curso terminó durmiendo solo-.
Echó un vistazo al reloj de su muñeca: quedaba media hora para el comienzo de la apertura del congreso, lo justo para ducharse y prepararse para recibir, por lo menos, medio centenar de saludos.
*****
Valerie conocía bien el lugar donde se celebraba el congreso, un edificio de ladrillo visto que habían restaurado no hace mucho, situado en pleno Upper East Side. Con su tarjeta de identificación ya colgada al cuello y unos zapatos que aún le hacían daño, entró al lugar. Se alegró al ver que no era la más joven del lugar; habían acudido estudiantes, novatos y veteranos, y algunos miembros de grupos de investigación que no superaban los veinticinco años. Aunque aquello era motivo de alivio -porque sabía que su edad pasaría más desapercibida que en el caso de estar rodeada de cincuentones y octogenarios-, Valerie se sentía intranquila. Alerta. No necesariamente nerviosa, simplemente... vigilante. Rashad, no muy lejos de ella, le aportaba de todos menos serenidad, y Levi, que parecía haberse afeitado cinco minutos antes de llegar al congreso, tampoco era de gran ayuda.
Conducidos por miembros de la organización, llegaron hasta una enorme sala de conferencias. Encontraron sus asientos reservados con rapidez: estaban en primera fila. Beneficios de ser de una de las universidades más prestigiosas del planeta, supuso Valerie, que se sentó justo al lado del Doctor Braun. Desconocía el criterio que los organizadores habían elegido para distribuir los asientos -¿por edad? ¿orden alfabético?-, pero de todas formas Valerie lo agradeció; estaba sentada justo al lado del pasillo, por si tenía que huir en medio de la presentación del congreso, y a la izquierda de Braun que, contra todo pronóstico, se había convertido en su mejor opción. ¿Sentarse al lado de Rashad y aquellos hombres que pensaban tener los derechos de absolutamente todo? Prefería a Levi mil veces antes. Además, la envergadura del rubio servía de barrera entre ella y el resto de docentes.
Valerie apenas prestó atención a las personas que, bajo la luz de unos enormes focos, daban la bienvenida a los asistentes. Su nerviosismo aumentó cuando escuchó su nombre y vio el título de su charla reflejado en una gigantesca pantalla. La psicóloga no sufría de pánico escénico, pero aquella sala y aquel escenario, dentro de poco suyo, le hicieron sentirse pequeña y asustada. Iba a ser demasiada audiencia. Demasiadas miradas.
Sin darse cuenta, empezó a mover los dedos de sus pies en la semioscuridad de la sala. Luego le siguió la rodilla y, finalmente, la pierna completa.
El movimiento cesó de repente por culpa de un golpe suave. Valerie miró con rapidez su pierna y vio la mano de Levi, firme, sobre su rodilla. Cruzó una mirada con él.
—Para. —le ordenó en un susurro justo antes de volver a cruzarse de brazos.
Valerie rodó los ojos y refunfuñó. —Qué delicado.
—Estabas molestándome.
—Shhh, presta atención. —le cortó ella, señalando con la barbilla el escenario.
Levi obedeció y guardó silencio durante el resto de la presentación, aunque se quedó con ganas de decir algo remarcablemente mordaz. En realidad, y por mucho que no quisiera admitirlo, Valerie también era su mejor opción, y prefería estar peleándose con ella sobre algo absurdo que estar rodeado de tantas personas y escuchando una charla que le interesaba más bien poco.
Cuando las luces se encendieron, el público comenzó a abandonar la sala y Levi comenzó a prepararse para la peor parte: los saludos. Allí, no era de los médicos más reconocidos -le acompañaban hombres más veteranos y más galardonados por sus hazañas- pero sí de los que más curiosidad despertaban. ¿El nuevo fichaje de Harvard ni siquiera rozaba los cuarenta? ¿Tenía un par de papers publicados a su nombre? ¿De verdad cumplía el cliché de médico cachas y buena persona?
Mientras caminaban hacia la salida de la sala, Levi se inclinó hacia Valerie. —¿Nunca has estado en un congreso y por eso estás nerviosa?
Ella notó cierta malicia en el tono de voz del Doctor Braun, alejado de parecer preocupado. —En efecto. —contestó con ironía. —Nunca he pisado un edificio como este, jamás. ¡Pues claro que he estado en congresos! —gritó en un susurro. Y seguro que más importantes que este, quiso añadir.
—Bueno, ahora llega la parte divertida. —le avisó Levi que, de repente, sonrió al aire y alzó la cabeza. Valerie supuso que saludaba a alguien.
Por fin, salieron al hall, preparado con algunas mesas altas y cáterin para los asistentes, y, tal y como había dicho el médico, llegaba la parte divertida. Y no lo decía por la comida.
Casi de la nada, varias personas rodearon a Levi. Parecía más bien una convención de alguna serie famosa y el rubio su actor principal. Valerie se quedó a su lado, sintiéndose una azafata sonriente y serena, tiesa, sin saber muy bien por qué tanta gente se agolpaba alrededor de Levi.
''¿Cómo te va? ¡He oído que estás en la lista de los mejores médicos de Boston! '' ''¡Da recuerdos a tu madre!'' ''Dios, Braun, aún recuerdo cuando estabas en mi clase. Ya sabía que ibas a ser un profesional sobresaliente...'' ''¿No has pensado en venir a Yale a dar alguna charla? Te pagaríamos mejor que en Harvard, seguro'' Valerie solo escuchaba algunas frases sueltas, descontextualizadas, e intentaba estrechar la mano de las pocas personas que reparaban en ella. Intentó ocultar su rabia. Tal y como había pensado, era imposible brillar al lado de alguien que brillaba más que tú. Sus ganas de hacer algo de networking y de presentarse ante la comunidad de la Medicina se esfumaron al mismo tiempo que Levi comenzaba a sentirse más cómodo entre hombres cincuentones.
Le adoraban; era su ojito derecho. O, más bien, su producto. En el fondo, Levi Braun no era más que un viejo alumno que se dejó influenciar por los mismos profesionales que le estaban felicitando por su corta pero admirable carrera.
Valerie estuvo a punto de irse cuando una mujer de apariencia afable y grandes gafas redondas que hablaba con el maravilloso Doctor la señaló. —¿Y tu acompañante? No nos has presentado.
—Oh, soy Val-
—Berkowitz. —respondió Levi, interrumpiendo a Valerie. —Se encarga de la parte psicológica del proyecto. Por cierto, ¿cómo va el suyo?
—¡Me alegra que preguntes! Verás...
Valerie chasqueó la lengua con desdén cuando la mujer la ignoró por completo. La mirada de Levi debía ser mucho más atrayente que sus ojos azules y que ella en general. Se sentía opacada y ninguneada. Sabía que había sido una mala idea quedarse justo junto al médico milagro, pero tampoco le quedó otra. Indignada, echó un vistazo rápido por la sala y se fijó en las copas que repartían algunos camareros. Fingió una sonrisa y llamó la atención de Levi con un par de toques en su hombro. Él se giró hacia Valerie con cara de fastidio, preguntándose por qué narices había interrumpido su charla con aquella mujer.
—Voy a por algo de beber. —dijo, más cerca de un susurro que de un volumen normal. —¿Te apetece algo?
Con tal de no perder el hilo de la conversación y de perder de vista a Valerie por unos instantes, Levi asintió e hizo un gesto con la mano, invitándole a irse. —Sí, lo que sea.
Sin añadir nada, Valerie se acercó a uno de los camareros y tomó una de las copas alargadas que llevaba sobre una brillante bandeja. De reojo, se aseguró de que Levi estaba lo suficientemente distraído y sacó de su bolso un pequeño bote transparente de gel higienizante. Tenía el alcohol suficiente como para que su olor se ocultara con el de la mimosa... y para dejarle un sabor se boca desagradable a Levi.
Con otra copa ya en la mano y bebiendo ya de ella, Valerie caminó de vuelta hasta donde estaba Levi. Él ni siquiera la miró cuando le tendió la mimosa, hecho que Valerie aprovechó para irse de allí y evitar represalias instantáneas.
Encontró un hueco sin mucha gente cerca de una mesa ya vacía. Era un lugar totalmente privilegiado: desde allí, podía ver perfectamente a Levi, vestido con una camisa azul, unos pantalones negros y luciendo una corbata del mismo color. Valerie se apoyó en la mesa y esperó a que el rubio, que escuchaba atento a aquella mujer, diera el primer sorbo a su copa.
Levi se llevó el cristal a los labios y bebió. A pesar de intentar disimular su desagrado, no pudo evitar fruncir la nariz. La mujer con la que hablaba, experta en transplantes, se extrañó.
ㅡ¿Sucede algo?
ㅡEs... la bebida. Está demasiado amarga. ㅡcomentó, pasándose la lengua por los labios con rapidez y notando aún más el sabor del alcohol.
ㅡOh, será que han añadido champán de más.
La mirada ocre de Levi se paseó por la sala hasta que encontró a la única culpable, que confesó su delito al alzar su copa y al articular un clarísimo "salud". Levi quiso dedicarle su dedo corazón, pero se contuvo. Devolvió su atención a la Doctora justo después de que Valerie, desde la esquina contraria del hall, le guiñara un ojo con picardía.
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he actualizado desde la app Y COMO W4TTPAD ME HAYA CAMBIADO LAS RAYAS POR GUIONES JURO QUE
no juro nada jeje PERO QUE NO PASE EH W4TTPAD 🤬🤬
anyways, no recuerdo si he mencionado el color de ojos de valerie en algún momento y tampoco sé si son azules o verdes. EN FIN. Espero que comentéis mucho porque este es el capítulo más largo (de momento) de esta historia lol
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