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uno

El inicio del curso académico universitario siempre había sido un tanto caótico: nuevos alumnos agolpándose en el Hall del edificio, viejos amigos abrazándose después de pasar todo el verano en una punta diferente del país, organizadores gritando y levantando los brazos para que les siguieran al aula magna... Pero si había algo que le llamaba la atención al Doctor Braun era la ilusión que se reflejaba en las miradas de los de primer año. Seguramente habían trabajado muy duro para llegar hasta Harvard, dejando de lado amigos, fiestas, dedicándose día sí y día también al estudio, así que estar allí, por fin, era todo un alivio. En parte, ya habían conseguido su sueño. Entrar en una universidad tan prestigiosa y en una carrera tan exigente era un paso de gigante.

El profesor subió las escaleras del vestíbulo principal, camino del aula 201. Las clases de los alumnos de cursos más avanzados se impartían en las plantas superiores: los de primero eran la base, mientras que los de los últimos años, la cúspide de una pirámide jerárquica que llevaba años sin cambiar. Los novatos no eran más que carne de cañón. 

Lo que más gracioso le resultaba a Braun era que, conforme subía los pisos, podía notar como la ilusión y la alegría del primer año de Medicina se iban disipando. Podía sentir el cansancio, la pesadumbre, el querer tirar la toalla. Y le hacía sonreír con crueldad y vanidad a partes iguales. 

Su bata blanca ondeaba en el aire al son de sus largas zancadas. Oía, de forma algo amortiguada, cómo sus alumnos estaban charlando en el interior del aula. Borrando la sonrisa que había curvado sus labios y asegurándose de que ningún estudiante llegaba tarde, entró a la clase, un anfiteatro de paredes de madera anaranjada y enormes pizarras negras. 

El murmullo cesó en cuanto el profesor Braun dejó caer su maletín sobre el atril que presidía el aula. Sacó su ordenador portátil y lo encendió. Mientras se iniciaba el sistema operativo, echó un vistazo a la clase.

Sus ojos amielados escanearon la clase. La mayoría de los alumnos vestían con ropa cómoda -no como los estudiantes de primero, que solían ponerse sus galas más elegantes para el primer día- y ya parecían preparados para transcribir todas las palabras que salieran de la boca del Doctor. Casi todos tenían sobre la mesa un ordenador portátil, cuadernos para apuntes y botellas de agua de más de medio litro. Seguramente, su objetivo no era aprender, sino sobrevivir a las dos horas y media de clase magistral. 

—Bien. —dijo, apoyando sus manos sobre los extremos del atril. — Casi todos sabéis quién soy, pero en caso de que seáis alumnos nuevos, soy el Doctor Braun. Impartiré la asignatura de Patología médico-quirúrgica del aparato cardiovascular.

Tenía razón: salvo que hubiera estudiantes de intercambio o alumnos que acababan de aterrizar en la Tierra, todo el mundo conocía a Levi Braun. Algunos solo lo conocían porque era guapo, joven y alto, con el físico de un deportista de élite, pero el grueso de la población universitaria le conocía por ser uno de esos médicos milagro. Y por ser uno de los profesores más exigentes de toda la universidad de Harvard.

La mirada mordaz del profesor volvió a pasearse por la sala, analizando los rostros de sus estudiantes. Abrió una presentación en su ordenador que se proyectó en la enorme pantalla blanca de la sala. Era simple y podía leerse el título de la asignatura en la portada.

—Quiero que salgáis de aquí sabiendo qué hacer con un solo análisis. —anunció, serio, enseñando el índice. —No estáis aquí por diversión. No quiero ver a nadie cuchicheando, ni comiendo. Quiero que prestéis atención. No suelo repetir las cosas dos veces. Esto es Harvard, no el patio del instituto. ¿Entendido?

Hubo algunos 'sí' tímidos, algún que otro asentimiento con la cabeza. Dejando que el silencio hiciera acto de presencia un par de segundos, el doctor Braun pasó a la siguiente diapositiva: Tema I.

—Bien. Pues comenzamos. 

ººººº

Las personas extrovertidas no tenían problemas en dejarse ver, y no solían tener miedo a la hora de hablar en público. En líneas generales, sabían desenvolverse en la mayoría de contextos sociales y solían adorar, en parte, ser el centro de atención. 

Esa era la teoría. A la hora de la práctica, nadie parecía reparar en la figura femenina que se había colocado justo enfrente del atril del aula, y eso que era una persona de lo más extrovertida. Seguramente se debía a que no llevaba una bata blanca, distintivo inequívoco de los profesores de Medicina. Con aire resignado, dio la vuelta al atril para encender el micrófono que se situaba sobre este.

El sonido agudo, irritante y punzante del micrófono acoplándose hizo que todos los presentes protestaran con una mueca de disgusto. Algo avergonzada, la chica sonrió y se acercó al micro.

—Hola, buenos días, chicos, chicas. — su voz era agradable y algo cantarina, la típica voz de una locutora de radio. —Os podéis ir sentando, si queréis. —sus ojos grandes y oscuros viajaron de un estudiante a otro, esperando a que tomaran sus asientos definitivos. 

Les dedicó una última sonrisa y apagó el micrófono para volver a colocarse cerca de las primeras mesas. La clase era grande, mucho más grande de lo que esperaba. Era un anfiteatro rectangular que, en altura, equivaldría a unas dos plantas. Los alumnos de las últimas filas estaban demasiado lejos, por lo que quizá no eran capaces de oírla. 

—¿Me oís? — preguntó. Alzó los pulgares cuando vio cómo un chico sentado al final del aula asentía. —¡Guay! Soy Valerie Berkowitz. —se presentó. — Voy a ser vuestra profe de Psicología este año, y espero que el curso que viene nos veamos de nuevo en alguna de las asignaturas optativas. 

Sin previo aviso, comenzó a subir los escalones del anfiteatro. —Os daréis cuenta de que no puedo estar quieta, —continuó, mirando a cada uno de sus alumnos e intentando captar su atención — así que os pido disculpas de antemano. —llegó a la mitad de las escaleras. —Ah, y espero que no seáis muy tímidos, porque me encanta hablar y me encanta escucharos. Quiero que en estas clases aprendáis lo máximo posible sobre la psique humana, sobre la personalidad, sobre el comportamiento... pero antes quiero conoceros. —dijo al llegar a la parte más alta de la clase. —¿Qué os parece si decimos nuestro nombre, edad, por qué estamos aquí y algo que odiemos? Puedes conocer mejor a una persona sabiendo qué detesta antes que sabiendo qué le gusta.

Se giró para ver a los ciento cinco matriculados y curvó sus labios en una leve sonrisa al ver que había conseguido su cometido: había captado su atención. Satisfecha pero viendo que nadie se atrevía a comenzar con la ronda de presentaciones, volvió a paso lento hacia el atril. 

—Bueno, vale, empiezo yo. —puso la mano sobre su pecho —Soy Valerie, tengo veintiséis años y estoy aquí porque soy una apasionada de todo lo que tenga que ver con el ser humano, pero sobre todo con lo que tenga que ver con esto —se señaló la sien con el índice — y con cómo nos relacionamos con nuestro entorno. Ah, —llegó finalmente al atril, pero en vez de colocarse detrás de él, decidió sentarse sobre el escritorio que estaba al lado. —y odio con toda mi alma la cerveza. Imaginaos lo duro que fueron mis años de carrera... — Logró que algunos alumnos se rieran. Señaló al azar a una chica sentada en primera que parecía esconderse detrás de la pantalla de su ordenador portátil. —¿Te atreves a seguir con la ronda de presentaciones?

Una mano diferente a la de la joven se alzó al final de la sala. Era un chico. —Profesora Berkowitz.

—¡Oh! Creo que por el fondo alguien se anima a presentarse. ¿Si?

—¿No va a contarnos su currículum...?

La profesora frunció el ceño, extrañada. —Si os interesa, puedo contároslo. Pero es aburrido, simple y no dice nada de mí. ¿Os apetece oír la lista interminable de mis títulos, desde la guardería hasta este mismo año? 

Algún que otro estudiante volvió a reírse. —Es lo que hacen todos los profesores al inicio del curso. —explicó el chico.

Valerie se encogió de hombros. —No es por echarme flores, pero yo no soy como el resto de profes. Venga, ya que te has atrevido a hablar, ¡preséntate! ¿Cómo te llamas?

ººººº

—¡Pero si es el Doctor Braun!

—Deval, no vengas a tocarme los huevos mientras estoy comiendo, ¿quieres?

El doctor Deval Rashad señaló con el pulgar al médico rubio, que en una mano tenía unos papeles y en otra un tenedor con algo de ensalada en él. ㅡ¿Lleva así todo el día?

El resto de presentes se limitaron a sonreír cordialmente. Rashad se puso a conversar con los otros profesores mientras Levi, enfrascado en la lista de nuevos residentes, comía su ensalada haciendo oídos sordos. Normalmente no comía en la sala de descanso de los profesores, que tenía una larga mesa de madera que todos compartían, una cafetera, microondas, nevera e incluso televisión; solía almorzar solo en su despacho. Así evitaba comentarios e historietas sobre la aburrida vida familiar del resto de sus compañeros. El problema era que, con la remodelación del plan de estudios, todo estaba patas arriba, y la asignación de los despachos aún no se había llevado a cabo. Intentó ignorar las risotadas de Rashad, que siempre había estado algo resentido porque Braun le había quitado el puesto del más joven, y sacó su teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones negros para aparentar que hacía algo importante.

Estuvo unos cuantos minutos comiendo sin ser molestado hasta que escuchó algo que le llamó la atención.

ㅡSí, los de segundo han comentado que no ha dado clase.

ㅡ¿La de Psicología, dices?

ㅡSí. Les ha dicho que no hará examen, que no puede fiarse de un número.

Braun alzó la vista y dejó el tenedor vacío sobre la mesa. ㅡ¿Cómo que no va a hacer examen? Es obligatorio.

El Doctor Williams, biólogo y experto en histología, se encogió levemente de hombros. ㅡEso he oído.

Rashad resopló. ㅡImagino que a esa chica le encanta jugarse el puesto. El otro día busqué su nombre en Google Scholar. ¿Sabéis que tiene un trabajo con casi setecientas citas? Eso es más que tú, yo y el mismísimo Levi juntos.

ㅡTampoco es tan impresionante. ㅡbufó el último, tomando el último bocado de su ensalada. ㅡUn solo artículo-

ㅡLo publicó hace tres meses. ㅡaclaró el neurólogo, llamando la atención de otros presentes que estaban sumidos en sus respectivas conversaciones.

Se formó un murmullo instantáneo que se rompió cuando la voz grave del Doctor Braun rasgó el aire. ㅡSi no hace examen, ¿cómo se supone que va a evaluar a los estudiantes?

ㅡSeguro que les ha mentido. ㅡuno de los docentes más longevos de la Escuela de Medicina tomó asiento un par de sillas más allá de Levi. Era el doctor Samus, que debía haberse jubilado hace tiempo. ㅡEs nueva y tiene que ganarse el favor de sus alumnos. Salvo Braun, creo que todos aquí dijimos que nuestros exámenes serían fáciles...

ㅡMis exámenes son fáciles. ㅡaclaró el mencionado. ㅡY, aún así, todos los años siguen fallando la misma pregunta. Y se lo repito todos los putos años. ㅡrecalcó cada palabra casi con rabia. ¿Cómo podían fallar siempre en la misma pregunta, si era la única que no cambiaba?

ㅡCon el cambio de asignaturas vamos a perder calidad, estoy seguro. ㅡse quejó el Doctor Williams. ㅡHan reducido el temario de Histología, ¡y sigo sin entender por qué han fusionado farmacología! Es una de las asignaturas más importantes.

ㅡMis alumnas de cuarto acaban de decirme que darían Regsivyll a un paciente con ACV hemorrágico. ㅡcomentó Rashad, soltando una fuerte carcajada. ㅡ¡Regsivyll!

Braun también soltó una risilla. Se reclinó en su asiento y colocó su brazo drecho sobre el respaldo de la silla contigua. ㅡ¿Sabes lo que es gracioso? Que estén introduciendo asignaturas inservibles como Psicología mientras mis residentes no saben distinguir el electro de una arritmia del de una fibrilación. Y no me hagáis hablar de los doctorandos. Algunos van a terminar sacándome de quicio.

ㅡEs verdad, ¿para qué introducen Psicología a estas alturas?

ㅡPara que nuestros futuros médicos sepan mucho sobre hablar y poco sobre curar. ㅡbufó Levi, levantándose de la silla y llevando consigo el táper de su ensalada.

Volvió a ponerse su bata blanca y, con su maletín al hombro, se marchó de la sala, dejando al resto del equipo docente despotricar sobre el nuevo rumbo que estaba adquiriendo Medicina en Harvard.

Pasillo abajo, no muy lejos de la sala de descanso, Levi vio aquella figura femenina, vestida con unos vaqueros y una blusa de estampado floral, y estuvo a punto de darse la vuelta para no tener que cruzarse con ella.

La profesora Berkowitz se paró justo delante de la imponente figura de Levi Braun. Con esa sonrisa algo irritante, le preguntó: ㅡHola. Eh, ¿sabes dónde puedo calentar mi comida...?

Levi señaló con desgana el final del pasillo. ㅡAl fondo a la derecha.

Y con una sonrisa algo sádica, condujo a Valerie hcia la boca del lobo.

ㅡ¡Gracias!

°°°°°

Not gonna lie estoy emocionada con esta historia porque es mi primera historia original!!¡!!¡!!¡¡ espero que le deis amor, que si no me voy a comer a vuestras familias 👿

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