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treinta y uno

Valerie notó cómo el sofá se hundía cerca de ella. Notó algo cálido y pesado, como si alguien se hubiera sentado a sus pies. En un primer momento, aún adormecida, pensó que Levi se había apoyado en el sofá. Valerie se llevó las manos a la cara para frotarse los ojos antes de abrirlos, y justo entonces notó cómo aquella masa cálida se colocaba sobre su abdomen. 

Asustada, se reincorporó de golpe, tirando una de las mantas con las que había dormido al suelo, y miró a su alrededor. ¿Qué narices había sido eso? No había nadie y, de repente, la calidez y el peso que había sentido sobre su torso habían desaparecido. 

—Eh, ven aquí. —escuchó, lejos, casi en un susurro. Miró hacia la cocina, buscando la fuente del sonido, y sintió algo de alivio al ver que Levi se encontraba allí, a una distancia considerable de ella. El rubio estiraba la mano hacia el suelo. —Chsst, ven. —volvió a susurrar.

La psicóloga siguió la dirección del brazo de Levi con la mirada y descubrió, a los pies del sofá, al culpable de aquella sensación de calidez: un gato persa, de lustroso pelaje blanco, la observaba con sus enormes ojos felinos con el mismo aire altivo que tenía su dueño en determinadas ocasiones. El gato pareció perder el interés en ella con rapidez. Dando pequeños pasos, se acercó a su dueño, sentado en uno de los taburetes de la barra que separaba el salón de la cocina. Fue entonces cuando Valerie comenzó a creer que seguía soñando. O que estaba teniendo alucinaciones. 

Sobre la encimera, un gato atigrado comía algo de la mano del mismísimo Doctor Braun mientras él bebía café de una taza, y, en su regazo, dormido y muy cómodo, se encontraba un gato negro. Y por si fuera poco, el gato de pelaje blanco llegó a los pies de su dueño, demandando algo de comida. Levi le lanzó un trozo de su desayuno. 

Era una escena tan inesperada que Valerie tuvo que agitar la cabeza y pestañear con fuerza para asegurarse de que lo que estaba viendo era real. ¿Levi con gatos? ¿Acariciándolos? ¿Cuidando de animales tan delicados? ¿No solo uno, sino tres felinos? ¿Y les dejaba merodear por la casa a sus anchas? ¿Y los gatos se acercaban a él sin miedo, incluso buscaban el contacto? Imposible. De nuevo, el esquema que Valerie había guardado en su memoria sobre Braun comenzaba a reestructurarse. Por mucho que quisiera creer que era una mala persona, un peligro para la sociedad y un grandísimo idiota, cada día descubría algo de él que le hacía cambiar de parecer. Aunque ser bueno con los gatos no significaba que también lo fuera con sus alumnos, eso estaba claro.

Después de estirar la espalda y de bostezar, Valerie soltó una risilla. —Pensaba que no te gustaban los animales.

Levi, masticando un buen trozo de lo que fuera que estaba comiendo, se giró hacia ella y la miró por encima del hombro. —Siempre hay excepciones. 

—¿Cómo se llaman?

—¿Quién?

Valerie puso los ojos en blanco. Se mordió la lengua para no soltar algo tremendamente sarcástico. —Tus gatos. Bueno, si quieres decirme sus nombres, claro.

El médico se lo pensó un par de veces. Chasqueó la lengua antes de señalar al gato blanco, que se había tumbado a sus pies con aire regio. Parecía el típico gato de anuncio. —Este es Snow, —comenzó a enumerar Levi. Señaló al pequeño minino que se había subido a la encimera— este Ginger, —finalmente, tomó en sus manos al gato negro que tenía sobre el regazo. Lo levantó, sujetándolo por debajo de sus patas, y se lo mostró a Valerie— y este es Salem. 

—Snow, Ginger y Salem. —repitió Valerie, sonriendo enternecida. Cuando dijo en su coche que Levi llegaba a ser incluso mono no lo creía, pero aquel día comenzó a cambiar de opinión. Agachó la cabeza y mandó callar a esa vocecita que resonaba en su cabeza cuando se dio cuenta de que Levi había pasado de parecerle un ogro a ser más semejante a un príncipe encantador. Los pensamientos intrusivos, a aquel paso, le iban a jugar una mala pasada. 

—Snow tiene mucho carácter, así que es probable que te bufe. —advirtió Levi. 

Valerie se levantó del sofá. —Ah, entonces es como tú. 

—Qué graciosa. 

Los ojos color miel del rubio observaron con ahínco a Valerie, que abandonó la sala de estar y arrastró los pies hasta la cocina. Su melena negra estaba algo revuelta, enmarañada, como si no hubiera dejado de moverse durante la noche, y, por primera vez, Levi se fijó bien en su rostro, salpicado por algunas pecas y lunares. Se dio cuenta de que estaba cansada, algo más pálida de lo normal, con ojeras y las mejillas menos sonrosadas. Quizá era la falta de maquillaje, o quizá era que ella también necesitaba un buen descanso. Levi estaba acostumbrado a verla tan radiante -incluso en el gimnasio- que verla así, tan real, con un pijama holgado de franela, le hizo sentirse... extraño. Era como si Valerie se hubiera quitado una armadura, como si él tuviera por fin acceso a darle una estocada.

—¿Te importa si me hidrato? —preguntó ella, señalando una jarra de cristal llena de agua. Levi señaló una bandeja con vasos que estaba al lado, dando a entender que podía servirse. —Gracias.

Su voz sonaba algo más seca que de costumbre y Levi, que odiaba con toda su alma el tono agudo que Valerie utilizaba cuando quería conseguir algo, decidió que le gustaba más aquella voz más ronca. 

—Puedes tomar café. Este no lleva nada raro.

Valerie sonrió y se apoyó contra los fogones, sujetando el vaso de agua con sus dos manos. —Gracias. —volvió a decir. —Entre los gatos, el café y que me dejaras quedarme aquí, me estás sorprendiendo gratamente. 

—No cantes victoria. —le advirtió Levi. 

En realidad, de no ser porque acababa de hablar con María, Levi no habría leído el mensaje de Valerie. Cuando se lo envió, de madrugada, el cardiólogo estaba a punto de irse a dormir, pero su mejor amiga había insistido en contarle una serie entera, así que no le quedó otra que quedarse despierto. Y cuando le contó que Valerie le había pedido pasar la noche en su casa, María estuvo a punto de volverse loca. ''¿¡Cómo vas a decirle que no!? ¡La pobre casi pierde su casa!'' le chilló a través del teléfono. Como de costumbre, gracias a su amiga Levi fue capaz de haber salido de su zona de confort. Y de entrar en razón. 

Valerie siguió con la mirada a Levi, que dejó su taza y plato en el fregadero y se inclinó para acariciar a Snow. Se dio cuenta de que estaba vestido con unos pantalones negros y una sudadera sin capucha, con su reloj inteligente alrededor de su muñeca y con los zapatos puestos. —¿Te vas? Tengo que preguntarte muchas cosas sobre los gatos, sobre el apartamento...

—No tenemos tanta confianza. —masculló Levi. Dio la vuelta a la isla de cocina y abrió una alacena. Sacó un saco de pienso para gatos y se acuclilló para dejarlo en tres platos metálicos que estaban en el suelo, cerca de la pared. 

—¿No? —la psicóloga enarcó las cejas. Soltó una carcajada. —He dormido una noche en tu sofá, te he llevado en coche, te recuerdo que hemos tenido un accidente... 

—Ya, bueno. —se sacudió las manos y volvió a guardar el saco. Señaló con el índice y aire amenazador a Valerie. —Ni se te ocurra tocar el tocadiscos.

Ella dejó el vaso sobre la encimera. —Oh, si te vas, yo también me voy-

—No. Puedes quedarte.

A Valerie le pareció algo extraño. Ni siquiera sus conquistas de Tinder le habían dejado quedarse sola en sus respectivos apartamentos. Valerie insistió. —No te preocupes. Me marcho ya. Gracias por-

—Llego tarde. —le interrumpió. Miró el reloj de su muñeca y resopló. Se acercó a la puerta principal. Allí, a la derecha, se encontraba un perchero del que colgaban un par de abrigos. Levi se puso uno con rapidez. —No hace falta que guardes las mantas ni que cierres con llave. Puedes ducharte si quieres, pero no utilices mi gel. Las toallas están limpias.

Valerie no podía procesar tanta información auditiva y visual -los movimientos acelerados de Levi- en tan poco tiempo. —Pero- Qué- ¿Eh? —musitó. Logró organizar sus pensamientos justo cuando el rubio se estaba abrochando la cremallera del abrigo. Correteó hacia él e intentó detenerle. —Dame dos minutos y me voy, en serio. No hace falta que-

—Llego tarde. —repitió, serio. 

—¿¡A dónde!? —exclamó Valerie, desesperada por no tener una respuesta clara.

—Al trabajo. 

La de ojos verdes hizo unas doscientas expresiones faciales en unas únicas milésimas de segundo. —Pero si es Acción de Gracias... ¡Es festivo!

Levi ya había abierto la puerta y tenía un pie fuera de su apartamento cuando Valerie le dijo aquello. Se dio la vuelta, esbozó una sonrisa ladeada, algo chulesca, y miró a su compañera como diciendo ''ay, pobre, no sabe nada de la vida de un médico''.

—Alguien tiene que encargarse de la gente, Valerie. No sabes la cantidad de abuelos que llegan a urgencias porque ven a su nieta con el pelo teñido de azul. 

Y sin añadir más advertencias, salió de su casa y dejó a Valerie dentro. Ella se quedó un buen momento frente a la puerta, preguntándose si eran reales todas las cosas que habían sucedido en cuestión de un minuto. Todo había ido a cámara rápida. 

El suave maullido de Ginger sacó a Valerie de sus pensamientos. Miró al gato y el gato la miró a ella, demandante. Volvió a maullar y a ella no le quedó más remedio que moverse de allí. El felino de pelaje atigrado se puso a caminar al lado de Valerie, pero pronto le tomó la delantera.

Miau

—¿Qué quieres? —le preguntó Valerie. Vio como el gato correteaba pasillo abajo, hacia las habitaciones. La psicóloga chasqueó la lengua y siguió al minino. —No me puedo creer que esté haciendo caso a un gato...

Ginger se había quedado mirando fijamente la puerta de la habitación de Levi. Luego, miró a Valerie, la única humana capaz de girar el picaporte. Ella ahogó una carcajada. ¿En serio? ¿Voy a tener que abrir la puerta al puñetero gato?

Una parte de Valerie, esa vocecita que siempre arruinaba su discurso contra Braun, estaba deseando asomarse a su habitación. Lo más probable es que fuera un reflejo de lo más profundo de Levi, como todas las habitaciones. Quizá tenía fotos de su familia y amigos, o quizá estaba repleta de libros. Puede que el resto de la casa estuviera impoluta, pero su habitación a lo mejor era todo lo contrario: desordenada, sucia, con ropa por el suelo, reflejando que en realidad no era como aparentaba ser. Pero, por otra parte, tampoco quería indagar. Si Levi le había dicho que no entrara, sería por algo. Había establecido un límite claro y debía respetarlo, ¿no?

El gato maulló de nuevo. Valerie suspiró y entreabrió la puerta. ㅡBueno, si Levi se cabrea, al menos le puedo echar la culpa al gato.

Ginger maulló una última vez, como si diera las gracias a la humana, y se coló por el hueco de la puerta. Valerie terminó de abrirla para ver qué hacía el gato. Vio cómo se subía a una cama enorme de sábanas a cuadros, y ya no pudo evitar observar minuciosamente el resto de la habitación.

Si Valerie dijera que no se sentía algo decepcionada, mentiría. La habitación de Levi continuaba la línea del resto del apartamento: minimalista, con los muebles suficientes, decoración escasa, paredes grises y grandes ventanales. Lo único que le sorprendió fue la gran luminosidad de la sala y el vestidor situado en una esquina. La habitación parecía de catálogo, y a Valerie no le resultó nada raro pensar que Levi, al ver una revista, había elegido decorar su habitación tal cual, como en la imagen. De hecho, podía imaginarse al médico diciendo algo así como "no voy a perder tiempo decorando mi casa cuando ya hay gente que lo hace por mí". Tampoco había rastro de fotografías o cuadros. No le sorprendió; cada vez estaba más convencida de que Levi no guardaba una relación del todo buena con su familia.

Dejó a Ginger revolviéndose en la cama de su dueño y entrecerró la puerta, dejando el espacio necesario para que el gato volviera al salir. Valerie, de nuevo en el pasillo, se fijó en la puerta de su derecha, cerrada a cal y canto.

ㅡDe perdidos al río. ㅡse dijo a si misma, abalanzándose contra la madera y abriendo la puerta de par en par.

Estanterías metálicas, vitrinas, cientos de libros y un enorme escritorio con un ordenador de mesa junto al único ventanal. Podría tratarse de un despacho cualquiera si no fuera por los pósters que decoraban la pared contigua.

Valerie se atrevió a dar un par de pasos y entró a la habitación. Su mandíbula casi cayó al suelo.

ㅡDios, esto es peor que tener una habitación erótica...

Cajas de videojuegos, cómics nacionales, cientos de tomos de manga; pósters de películas, series y algún grupo de música; figuras de coleccionista contenidas en las vitrinas y algún preciado ítem de merchandising que había decidido guardar como oro en paño. Valerie no pudo evitar acercarse a las vitrinas para ver las figuras que estaban dentro -sospechó que, por su llamativo color de pelo, eran personajes de animación japonesa- y no pudo evitar llevarse una mano a la boca, sorprendida. No se lo podía creer. Ella era la adolescente extrovertida y loca por un ídolo adolescente, y Levi era de esos chicos que criticaban a las fans de Justin Bieber en un foro de rol.

Valerie se sentó en la silla de oficina que estaba junto al escritorio. Se quedó admirando las estanterías.

Levi Braun, Doctor en Cardiología, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, investigador, especialista en cirugía coronaria, obseso de la anatomía, loco por los gatos y friki. Muy, muy friki.

Valerie sonrió, emocionada. Llegó a agitar las piernas, a patalear.

ㅡ¡Esto es impresionante!

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Levi es fan de vocaloid y es canon porque lo digo yo

Y aquí os dejo las fotos que me han servido de referencia para describir el apartamento de levi 💋💋

es que imagínate ir por este pasillo a las tantas de la mañana... es una backroom


ginger 💞 mi bebé

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