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treinta y ocho

Levi aún tenía algo de jet lag cuando su prima le arrastró al pequeño mercado navideño de la plaza del pueblo. Cuando él era un adolescente y ella una niña, siempre iban al mercado con la propina que su abuela les había dado, compraban algo de chocolate caliente a escondidas y volvían a casa justo antes de la cena, donde se ganaban alguna que otra reprimenda porque ya no tenían el hambre suficiente como para acabarse su plato. 

Ahora, su prima superaba la veintena y Levi era su cartera personal o, como ella decía, su sugar. Gabrielle era poco más que una estudiante algo frustrada, sin mucho dinero y con una personalidad totalmente opuesta a la de su único primo varón que, en el fondo, la quería como si fuera su hermana pequeña. Y por si fuera poco con no parecerse en lo emocional, tampoco se parecían físicamente. Ella era menuda, con grueso cabello castaño, redondos ojos del mismo color y nariz corta y redondeada. Levi, por otra parte, respondía al canon de hombre alemán del imaginario colectivo: recio, rubio, pálido y con un carácter de lo más inflexible. 

—¡Glühwein! —exclamó la joven, agarrando el antebrazo de Levi y llevándole hasta una de las pequeñas casetas de madera. —¿Quieres?

Levi ya estaba sacando su cartera antes de responder. —Solo un vaso, que luego llegas borracha a la cena. —advirtió el más mayor. 

—Te lo prometo. Esta noche me quedaré despierta para jugar al bingo y mañana por la mañana podremos ir al concierto de Navidad. —aún con su brazo entrelazado con el de Levi, sonrió a la tendera y pidió dos vasos de vino dulce. —Ay, qué ilusión me hace que estés aquí este año. 

—¿Porque puedes costearte todo gracias a mí?

La joven alcanzó los vasos de cartón que le tendió la mujer del puesto de comida. Le dio uno a su primo. —En parte sí. —se rio— Por otra, es porque Gritte Tante no me va a preguntar qué tal las clases. Este año, toda la atención se va a centrar en ti. 

El cardiólogo resopló. —Justo lo que yo quería.

—Pero también estoy contenta porque echaba de menos estos paseos, ¿sabes? La Navidad es muy aburrida sin ti. 

Levi llevaba un par de años sin pisar Austria. Sus padres solían visitarle en Año Nuevo y en verano desde que se marchó a Estados Unidos, así que no tenía la necesidad imperante de volar hasta Europa. Sin embargo, aquel año decidió pasar las Navidades con toda su familia en el norte de Austria, en un pueblo donde sus abuelos tenían una enorme casa tradicional de nada más y nada menos que cuatro plantas, con vistas a las montañas y no muy lejos de la frontera con Alemania. Por alguna razón, Levi se sentía algo nostálgico, como si echara de menos la época donde dejaba que todas sus primas le peinaran o cuando ganaba a sus tíos al ajedrez. Echaba de menos lanzarse con un trineo por una ladera nevada, estar junto al calor de la chimenea o probar el guiso de su madre. En el fondo, lo único constante en su vida era su familia y la Medicina.

Gabrielle y su primo pasearon por el mercado navideño mientras bebían a sorbos el vino especiado. Levi compró algunos recuerdos para su mejor amiga antes de volver a la casa familiar y, durante el camino, Gabrielle le empezó a preguntar si estaba preparado para los abrazos asfixiantes de nada más y nada menos que veinticinco personas diferentes, entre ellas tíos lejanos y algún que otro vecino.

—No. —respondió el médico, cortante. 

—Pues vete mentalizándote. ¡Es lo que tiene ser el más exitoso de la familia! 

—Me tratáis como si fuera un héroe de guerra o, yo qué sé, una especie de personaje mitológico. —dijo Levi— Tampoco es para tanto. Hay más médicos en la familia.

—¿Pero cuántos graduados y doctorados en Harvard? 

—Te aseguro que la universidad de Salzburgo es  mil veces mejor. 

La joven de cabello castaño rodó los ojos. —Ya, siempre dices lo mismo. Que si los estadounidenses se morirían el primer semestre en cualquier universidad europea, blablablá. ¡Pero es que eres profesor de la mejor universidad del planeta! Y no hay ningún otro Braun que sea profesor en Harvard, ¿sabes?

—Técnicamente, la mejor es Oxford. —aclaró el cardiólogo, que solo era modesto cuando se trataba de esquivar la atención. 

Gabrielle se rindió con un largo suspiro. —Bueno, tú vete preparando los carrillos, que Gritte Tante va a comerte a besos.

*****

La joven Gabrielle no se equivocaba: en cuanto cruzó la puerta, Levi fue engullido por sus familiares. Abrazos que casi le dejaron sin respirar, besos sonoros en la mejilla, palmadas demasiado fuertes en la espalda y algún que otro apretón de manos. Sin duda, el cardiólogo era la sensación del momento. 

Se demoró un par de minutos más en saludar a sus padres. Era la mezcla perfecta entre los dos, una especie de reflejo de ambos, aunque, gracias a la combinación genética, no había heredado la miopía de su madre ni la calvicie incipiente de su padre -de momento-. Dejó que su madre lo abrazara más fuerte que nadie y sonrió con algo de tristeza cuando su padre le frotó la espalda.

—¿Qué tal la escala en Londres? —preguntó su padre.

—Aburrida. —contestó, quitándose por fin el abrigo y las botas. Extrañado, miró hacia el enorme salón de la casa, situado al fondo del pasillo. —¿Gritte? 

—Oh. —su madre agitó la cabeza, como si quitara importancia al asunto. —Está sentada en la mesa. He dicho a todo el mundo que te deje sentarte en la otra esquina... por si acaso. 

—Bueno, voy a saludar. —dijo Levi, alisándose el jersey. 

—¿Seguro?

—Sí. 

Gritte era la suma de dos tópicos: el de la mujer tirolesa con mejillas sonrosadas, corpulenta, carcajadas melódicas y cabello corto y rubio; y el de la tía cotilla, la de los comentarios algo hirientes y preguntas incómodas. Al ser su único sobrino, Levi era su obsesión, su favorito -él no podía decir lo mismo de su tía-. Cuando era pequeño, el Doctor Braun siempre huía de ella porque sabía que su rostro iba a acabar lleno de pellizcos. 

Levi se acercó a la mujer y, en cuanto le vio, gritó. 

—¡Levi! —chilló, levantándose de la silla como si tuviera un resorte debajo, abriendo los brazos y lanzándose hacia él. —¡Levi, Levi, mi niño!

Tante, por Dios, que es un treinteañero... —comentó Gabrielle, que aprovechó la emoción del momento para robar algo de queso de los entrantes sin que su tía se diera cuenta.

—¿Cómo estás? ¡Ay, cielo santo! ¡Qué guapo! ¡Has estado yendo al gimnasio, se nota! ¿Cómo te va en Estados Unidos? ¡Cómo me alegro de verte!

—Se nota que no te odia como a mí. —bufó Gabrielle.

—¡Siéntate conmigo!

Levi supo que saludar a su tía había sido un error cuando la mujer le agarró tan fuerte que no tuvo más remedio que sentarse justo a su lado. La mirada llena de terror del cardiólogo hizo que Gabrielle también se cambiara de sitio.

Gracias al alcohol y a la copiosa cena, Gritte tuvo que irse a la cama pronto, hecho que salvó a Levi de responder preguntas de lo más incómodas. La partida de bingo ya había terminado y los niños más pequeños -hijos de algunas primas de Levi- se habían acostado hace tiempo. Tan solo quedaban en pie aquellos que solían trasnochar: los médicos y Gabrielle, un alma vespertina que dedicaba sus noches al estudio.

Levi encontró a su prima sentada en el suelo, disfrutando del calor de la leña y mirando con una sonrisa su teléfono. El rubio se sentó a su lado, dando la espalda a la chimenea.


—¿Con quién hablas?

Gabrielle escondió con rapidez el móvil y lo dejó en el suelo boca abajo, con la cámara trasera apuntando al techo. —Qué, ¿eres mi madre?

Levi se inclinó hacia ella y golpeó su hombro con aire juguetón. —¿Es un chico?

—¡Oye! —protestó la chica, empujando a su primo con fuerza, apartándole con ambas manos. Estaba lo suficientemente sonrojada como para que Levi se diera cuenta. Él se rio y la miró como diciendo "te has delatado tú solita". Con un tono de voz suave, casi susurrando, Gabrielle admitió lo evidente: —Sí. Pero vamos, que soy una adulta. Da igual con quién hable y con quién deje de hablar.

—Bromeaba, Gabi. Estaba imitando a Gritte. —aclaró. —¿Es de tu clase?

—¿Qué más da?

Levi se encogió de hombros. —Tengo curiosidad.

—No. Es un amigo de una amiga. —masculló, algo tímida. Enseguida volvió a ponerse a la defensiva y fue ella quien golpeó a Levi. —Y tú qué, ¿eh? ¿Para cuándo la novia?

—¿Estás imitando a la tía también? Creo que a mí me sale mejor.

—En serio. De prima a primo, ¿de verdad no tienes... nada?

Levi negó con la cabeza. —No.

Gabrielle se acercó a él. —Oye, si eres gay... —susurró, tapándose la boca para que solo la viera Levi— puedo ir allanando el camino para que el abuelo...

—No soy gay.

—Oh. ¿Entonces eres homófobo?

—¿¡Pero- no se puede ser una persona normal!?

—¿Ves? Eso es homofobia. ¿Los gays no son normales o qué?

Levi estuvo a punto de levantarse e irse. No entendía qué hacía mal para que todo el mundo tresgiversara sus palabras.

Gabrielle soltó una risilla y le hizo una seña para que continuara sentado a su lado. —No me refiero a que tengas pareja. Solo si tienes algún... rollo. Lío esporádico. Follamigos. Amores platónicos. Alguien que te guste, aunque sea un poco. Llevas años en Boston, ¡es raro que no hayas caído en los encantos de alguien en todo este tiempo!

El médico se perdió un poco con la terminología, pero no le pidió a su prima que se lo explicara. Ella le miraba con expectación. Levi se sabía toda su vida y secretos, conocía a todos sus amigos -a excepción de ese chico con el que estaba hablando- y más de una vez la había cubierto para que no se llevara un castigo. Supuso que Gabrielle haría lo mismo por él, independientemente del tipo de información.

—Puede que haya alguien.

Su prima abrió la boca, ahogando un grito, agarró la tela del jersey de Levi y le agitó. —¿¡Y cómo no me has llamado para decírmelo!? ㅡexclamó en un susurro. —¡Qué fuerte!

*****

—¿Qué haces aquí?

Valerie dejó el libro que estaba leyendo sobre su regazo y estiró el cuello para poder ver a su hermano, que bajaba las escaleras de su casa en Nueva York con un par de paquetes de regalo entre los brazos.

—Hacer guardia, por si los niños se despiertan y tengo que decirles que no eres Santa. —comentó al ver que su hermano dejaba los regalos bajo el árbol de Navidad decorado en tonos rosas, probablemente elección de su cuñada.

—¿No puedes dormir?

Valerie se acurrucó en el sofá e hizo hueco a su hermano mayor, que se dejó caer en em asiento con un suspiro. La psicóloga sonrió con algo de amargura.

—La cena me ha sentado mal. —mintió.

Había pasado la Nochebuena junto a su hermano, cuñada, sobrinos y padres. Su hermana, como de costumbre, prefirió pasar las fiestas en Europa, aunque había prometido visitar Nueva York la víspera de Año Nuevo. Todos estaban durmiendo a excepción del mayor y la más joven de los Berkowitz.

—¿Ya has dejado tus regalos bajo el árbol?

—Mi presencia es suficiente. —soltó, retirándose el pelo de los hombros con aire teatral.

—Cómo se nota que eres la pequeña. —rio su hermano. Se giró hacia ella. Cruzaron una mirada algo seria. — No he tenido tiempo de preguntarte: ¿estás contenta en Boston?

La pregunta le pilló por sorpresa. —Sí. A ver, —añadió luego, pensándoselo mejor— contenta son palabras mayores. Estoy bien, sí, pero tampoco rezumo alegría.

—Se nota. No te veo en Harvard, la verdad. Aunque, con tu currículum, puedes estar donde sea. —le animó Thomas.

Valerie alzó las cejas. —¿Es tan evidente?

—Para mí sí, porque te conozco. Mamá también me ha dicho que estaba preocupada por ti.

—Otra vez lo del marido y los hijos, ¿no? A Maggie también se le está pasando el arroz y no le dice nada. —gruñó.

—Esta vez no ha dicho nada de tener nietos. Tiene suficiente con los niños. —su hermano dejó que se le escapara una carcajada suave pero algo triste. —Solo que estaba preocupada por si no encajabas bien.

Valerie suspiró. —Sigue preocupada porque piensa que lo de Columbia me perseguirá allá donde vaya. Y porque cree que nunca voy a formar una familia idílica como la tuya.

Thomas volvió a reírse. —Jamás vas a tener una vida como la mía; lo tengo claro desde el día que me casé, incluso desde antes. A ti no te gusta estar atada.

—¿Insinúas que tengo miedo al compromiso?

—Sí. Necesitas estar de aquí para allá, en movimiento y, además,  eres tú la que siempre se echa atrás en las relaciones.

Valerie le golpeó con el pie. —¡Oye!

—Shhh, vas a despertar a los niños.

En cierta manera, la pequeña Berkowitz era la más rebelde de los tres hermanos. Aunque Margaret podía parecer la más disidente, siempre lo había sido Valerie. Era la única que no pretendía casarse, comprarse una casa o siquiera tener un canario. Y, en pate, era por lo que decía Thomas: su miedo a comprometerse con cualquier cosa a largo plazo, ya fuera una pareja o algún animal. De hecho, sus últimas relaciones -ninguna duradera- habían acabado por su culpa, porque no era capaz de comprometerse a dar un paso más, a pasar de ser la chica de Tinder a alguien con quien salir.

—Bueno, pues, para tu información, ya llevo medio semestre en Harvard y tengo un proyecto que va a durar hasta marzo. ¿Qué te parece?

—Un récord.

Valerie se rio. —¿Ves? Y mejor dicho, tengo dos proyectos.

—Pero si solo tenías uno con ese médico, ¿no?

—El otro es un proyecto personal. —sonrió de nuevo con la misma amargura de antes. Terminó haciendo la mueca. —Aunque los medios no son los más adecuados.

—Siempre y cuando no acabes en un juicio... A papá le daría un infarto.

—De momento, va bien. Saldrá bien. —dijo, casi para sí misma. Se llevó el pulgar a los labios y mordisqueó su uña.

—Seguro que sí. Eres muy inteligente.

Pero Levi también lo es. Valerie tenía miedo de que se diera cuenta de que se estaba ganando su favor de la forma más cruel y primitiva posible: haciéndole creer que podía haber algo entre ellos. No había mayor motivación para un hombre de a pie que la posibilidad de tener algo más que una amistad con una chica joven y guapa. Levi no parecía ser la excepción y, cuando Valerie notó que podía estar en ventaja, no dudó en aprovecharlo. Sabía que estaba haciendo algo que no debería. Le había enviado un par de señales para hacerle creer que tenía un interés romántico en él, y sabía que lo estaba manipulando. Y tenía miedo de que él la cazara como había hecho en ocasiones anteriores.

—El karma me lo devolverá de alguna forma, seguro. —comentó Valerie, agitando la cabeza para dispersar sus pensamientos.

—¿Tan malos son los medios? ¿Dónde te has metido?

—No te asustes, que tampoco es para tanto. —se carcajeó, poniendo una mano sobre el hombro de su hermano para tranquilizarlo.

Thomas suspiró con cierto alivio y se quedó en silencio unos instantes antes de fruncir el ceño y coger aire para decir algo, como si se acabara de acordar de algo.

—¿Sabes? Maggie me dijo que el médico con el que tienes el proyecto es guapo. Le envié la foto que os hicieron después de la charla y es lo primero que dijo.

Valerie enarcó las cejas. —¿Maggie? ¿Nuestra Maggie?

Su hermano asintió. —Sí. Yo también aluciné.

—Guau. Está bueno, sí. —en cuanto se dio cuenta de lo que acababa de decir, se apresuró en aclararlo:— A ver, es que es canónicamente guapo. Incluso a ti te parecería atractivo.

—No, no.

Valerie arrugó la nariz. —Y tú eres canónicamente cishetero. —agarró el libro que descansaba sobre su regazo y se levantó del sofá. —Me voy a dormir ya. ¡Buenas noches!

Subió las escaleras con cuidado después de despedirse de su hermano y caminó en silencio hasta la puerta de la segunda habitación de invitados. La abrió, dejó el libro sobre una cómoda, encendió la luz de la mesilla de noche y se lanzó a la cama.

Agarró su teléfono móvil cuando ya estaba entre las sábanas. Buscó en su galería la foto que había mencionado Thomas y la amplió.

Levi, con pantalón y camisa de traje, media sonrisa, aire orgulloso y saludando a la tribuna con una mano mientras la otra descansaba en la espalda media de Valerie.

A Valerie, molesta, se le escapó una especie de sonido gutural, un gruñido.

Sí, estaba bueno. Sí, era guapo. Sí, cumplía algunos cánones, pero no todos.

Lo que más le molestaba a la psicóloga era saber que la belleza era subjetiva, que, aunque pudieran darse generalidades, a cada persona le atraían características diferentes. Por ende, su concepto de atractivo se acercaba a Levi más que a nadie.

*********

sí, la prima de levi está basada en mi queridísima gabi de snk (la defenderé por siempre jamás. no quiero a gabi haters en este espacio o habrá alguna tragedia) 

sí, Levi es alemán. de ahí que sobreviva al frío en mangas de camisa y de ahí que sea asquerosamente puntual y blablablabla. ya podéis ir uniendo los puntos jejej

y sí, valerie no ha besado a levi porque le ame precisamente

juajuajuajuajuajua

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