treinta y nueve
A pesar de ser una de las estampas invernales más deseadas, que todo estuviera cubierto de nieve solo dificultaba el tráfico y el acceso al campus.
No fue el mal tiempo o la nieve lo que puso de mal humor a Levi. Fue una concatenación de acontecimientos lo que le hizo sentirse irritado: en primer lugar, la vuelta al trabajo después de una semana en Austria; luego, que sus alumnos llegaran tarde por culpa de la nevada; después, que todos los pasillos y clases estuvieran sucios porque cualquier persona que entraba al edificio tenía las botas mojadas; y, por último, como si no fuera poco, un correo electrónico del Decano.
Había convocado a los autores del proyecto más puntero de la Facultad de Medicina para una reunión importante. El tiempo se iba agotando y, tras las vacaciones de Navidad, llegaba la recta final. Tenían unos escasos cuatro meses para ultimar los resultados y crear un estudio de calidad que presentar a más de un millar de profesionales de la salud. Levi temía que Valerie iba a seguir tomándose las cosas con calma, que el tiempo les iba a terminar ganando la batalla. El médico esperaba a su compañera mientras observaba caer nuevos copos de nieve a través de uno de los ventanales del pasillo. Impaciente, miró su reloj. Escuchó los pasos rápidos y ruidosos de Valerie pasados unos segundos.
—Ya era hora. —masculló.
Ella, vestida con un jersey que casi le llegaba a las rodillas y con unas enormes botas de nieve guateadas, alzó las manos al techo como diciendo ''¿y qué quieres que le haga?''. Levi se encargó de abrir la puerta del despacho del Decano mientras regañaba a Valerie con la mirada.
—Han sido dos minutos. —susurró ella antes de fingir una sonrisa radiante y de pasar al interior del despacho, que era tres veces el suyo. Saludó a la secretaria. —¡Buenos días y Feliz Año!
—Pasad, pasad. —les dijo, señalando la puerta que les llevaba al verdadero despacho. —Os están esperando.
¿Os? ¿Plural? Según el correo que ambos habían recibido, la reunión era simplemente informativa, para ponerse al día; el Decano no había mencionado nada sobre terceras personas. Psicóloga y cardiólogo cruzaron una mirada que mezclaba la preocupación con la suspicacia. Sin mediar palabra, pasaron al interior del enorme y reluciente despacho, donde, ocupando varias sillas cercanas al escritorio del Decano, se encontraban cuatro rostros que Valerie desconocía. Miró a Levi de reojo y constató que la situación no era del todo agradable. El rubio tenía una mueca que le ensombrecía el rostro.
—Buenos días. He llamado a algunos colegas —informó. Comenzó a señalar a los hombres— que seguro que os guiarán mejor que yo con el proyecto. Y bien, ¿cómo va?
Levi tomó la palabra. Su voz sonó firme, clara como el agua. —Bien. Como habíamos previsto.
Por alguna razón, se sentía evaluado. Era, desde la defensa de su tesis, la primera vez que volvía a tener esa sensación tan pesada. Tan abrumadora. Tres de los hombres presentes habían sido profesores del médico y, por alguna razón, volverlos a ver con esa actitud tan condescendiente, tan poco interesada, le hizo tener ganas de salir corriendo mientras tuviera escapatoria. Sin mucha dilación, Levi continuó explicando al reducido público los objetivos que habían conseguido durante las diversas etapas del proyecto. Cuando terminó, los hombres hablaron entre ellos con el mismo secretismo que lo hacían dos amigas en mitad de una clase. Finalmente, uno de ellos, de cabello blanquecino pero no el más mayor, habló:
—¿Por qué no hacéis un estudio sobre las diferencias entre ambos sexos? —sugirió o, más bien, exigió.
—La muestra no lo permite. —Valerie contestó con rapidez. —Pero es una línea interesante para estudios posteriores.
De nuevo, cuchicheos. Levi se inclinó ligeramente hacia Valerie aprovechando la coyuntura. —¿Crees que esa respuesta es suficiente para ellos?
—Si siguen preguntando, seguiré contestando. —susurró. Se irguió y entrelazó sus manos delante de su cuerpo cuando vio que los hombres habían dejado de comentar. Sonrió fingiendo amabilidad, cercanía y calidez. —No sabíamos que íbamos a tener tanto público... De haberlo sabido, hubiéramos preparado una presentación.
—Valoramos positivamente que sean capaces de improvisar. —dijo uno de los hombres, el que se había sentado más lejos del Decano. No tenía cara de ser una persona amigable.
Levi corroboró que, en efecto, los estaban evaluando: no eran imaginaciones suyas ni el recuerdo de una sensación un tanto angustiosa. Agachó la cabeza y miró al suelo, esperando a que los hombres terminaran de deliberar.
—Braun ya conoce los premios de excelencia científica, —habló el Decano después de unos segundos que a los dos jóvenes se les hicieron eternos— pero me imagino que usted no, ¿cierto, Berkowtiz?
Valerie decidió hacerse la tonta y negó con la cabeza, como si ella misma no hubiera presentado su artículo a un certamen que también se celebraba en Columbia y en la mayoría de universidades existentes. Dejó que Harris se lo explicara:
—Se celebran en noviembre, y premian a los proyectos más punteros del año que se han realizado en Harvard. Este año, el vuestro ha captado la atención de muchas personas. La charla en Nueva York fue un éxito, así que es posible que las presentaciones en las Jornadas Universitarias y en el Congreso Anual de Medicina sean el preámbulo para la premiación. Un premio como este abriría la puerta a un estudio más minucioso, incluso a varios. Por lo que hemos visto, ya tienen alguna idea sobre próximas líneas de investigación.
—Quiere que inscribamos el proyecto. —masculló Levi.
—Sí. —el Decano llegó a oírle. — Es muy interesante y va por buen camino. ¡No esperábamos menos de la nueva generación docente!
Valerie comenzó a sentir algo de presión sobre sus hombros. Cruzó una última mirada con Levi. Fue él quien habló antes de girarse para abandonar el despacho: —Nos lo pensaremos.
*****
La nieve había cesado y las clases, por fin, habían terminado. Levi, sentado en su silla de oficina, esperaba a su compañera mientras observaba por el gran ventanal de su despacho cómo algunos alumnos abandonaban la facultad por una de las puertas laterales.
—Adelante. —dijo, girándose hacia el escritorio de madera maciza y viendo a Valerie abrir la puerta del despacho. Llevaba consigo una carpeta bastante gruesa y, al hombro, un bolso de nailon azul. —¿Has traído todo?
—Informes, registros... —cerró la puerta con el pie. Se acercó con rapidez al escritorio de Levi, dejó la carpeta sobre la mesa y, antes de abrirla, suspiró con algo de resignación y escondió un mechón de pelo tras la oreja. Puso los brazos en jarras y miró a Levi. —¿De verdad vas a pensarte lo del premio?
El Doctor Braun alzó las cejas. —¿Acaso no debería hacerlo?
Valerie tomó asiento en una de las sillas situadas justo enfrente del escritorio y sostuvo la mirada ocre de Levi, interrogante y puede que un poco asustada. —Es raro que no hayas dicho que sí en un primer momento.
—Hay estudios más buenos que el nuestro. —se rio él, algo burlón. —Y no me pienso presentar a algo que no voy a ganar.
La psicóloga le señaló con las manos, diciendo ''¿ves? eso es lo que esperaba escuchar''. Pasándose la mano por el pelo y retirándose otro mechón de la cara, Valerie comenzó a ojear los documentos de la carpeta, dividiéndolos en dos montones.
—Entonces, ¿nuestro proyecto no es bueno? —preguntó, sin siquiera alzar la vista.
Levi tardó unos segundos en exteriorizar sus pensamientos. —Siéndote sincero, los he visto mejores. Nosotros solo estamos recopilando datos sobre algo que no va a cambiar sustancialmente la Medicina.
Fue ella quien soltó una especie de carcajada. —Eso es lo que hacen todos los estudios, ¿no?
El rubio no encontró la forma de contestar a Valerie de forma coherente. —Ya, pero...
—¿Qué? Es así, ¿no? Cualquier estudio recopila datos sobre algo, lo plasman en un papelito y, con suerte, alguien más decidirá investigar y dirá: ''anda, tenían razón. Vamos a aplicarlo de manera extendida''. ¿Quién te dice que no puede pasar eso con nuestro proyecto? Los resultados, aunque son pocos y a corto plazo, son prometedores. ¡Nos lo está diciendo todo el mundo! —giró una hoja y se la tendió a Levi, que la tomó algo vacilante y la leyó con rapidez. Era el resumen de sesiones de un paciente. —¿Ves?
—Quieres presentarte a la premiación, ¿eh? —dejó la hoja en su montón correspondiente y se cruzó de brazos. Se reclinó en la silla.
Valerie agitó la cabeza. —No. Si tú no quieres, yo tampoco. Es nuestro estudio, así que es una decisión de los dos.
—¿Desde cuándo eres tan obediente? —preguntó, receloso.
—No es obediencia, imbécil. —soltó ella, saliéndose del personaje que había creado y con miedo de que Levi sospechara de su repentina dulzura— Es primero de persona decente.
—No te he visto demasiado emocionada en la oficina del Decano, Valerie. Es más, parecías asustada. A lo mejor el tema del premio te viene un poquito grande...
La pelinegra chasqueó la lengua. Estuvo a punto de soltar cuatro improperios. Cuando parecía que Levi se ablandaba, volvía a ser el mismo soberbio de siempre. Un paso hacia delante, dos hacia atrás. Continuamente. Valerie, que había tenido también un día muy largo, no tenía la energía suficiente para modular su voz y para continuar con su plan. Se tomó unos segundos para respirar profundamente. Fingió una sonrisa agridulce y puso cara de pena, como si fuera un pobre cachorro, como hacía cada vez que su padre la castigaba sin salir justo cuando sus amigas hacían una fiesta.
—Pero no perdemos nada inscribiéndonos, ¿no?
—¿Prestigio? —contraatacó Levi, con tono sarcástico.
—¡Hay estudios que ni siquiera tienen la oportunidad de presentarse! El nuestro es lo suficientemente bueno para haber sido preseleccionado. —insistió. —¿Crees que vas a dejar de ser un buen cirujano del día a la mañana si no nos eligen? ¿Que morirás en mitad de la premiación? ¡Pues claro que no!
Levi se inclinó hacia delante y posó los antebrazos en la madera del escritorio. —Valerie, —dijo, serio, erizando la piel de la susodicha—¿para qué cojones quieres inscribirte? Si ganamos, tenemos que continuar con el estudio, —hizo una pausa algo más larga de lo normal, aprovechando para analizar el rostro pálido de Valerie —porque el dinero del premio debe invertirse en la misma investigación, y eso significa dos cosas: —alzó el índice y dedo corazón de su mano derecha— una, que no vas a perderme de vista; dos, que eres una mentirosa.
—¿Mentirosa? —repitió.
Braun asintió. —Sí, porque me prometiste que, una vez acabado el proyecto, me echarías. Y, si no recuerdo mal, quieres echarme de aquí cuanto antes. Parece que estás retrasando el momento todo lo posible.
Valerie creyó por un instante que su plan no iba a ser efectivo. El aire chulesco de Levi; su sonrisa sutil, mitad socarrona, mitad arrogante; el destello orgulloso de su mirada... eran tan solo pequeñas muestras de que, quizá, lo único que iba a conseguir haciéndole creer que estaba enamorada de él era aumentar su ego. Y, por tanto, empeorar las cosas.
Ella también se inclinó ligeramente hacia delante, posando sus manos cerca de las de Levi. —Pues tú estás dejando bien claro que eres un gallina. No eres capaz de plantarle cara a Rashad si no está borracho y tampoco tienes las agallas de inscribir tu propio proyecto a un premio que podemos ganar.
Levi volvió a reclinarse en su asiento, abrumado por la fuerte presencia de Valerie. —Ganar no es suceso seguro.
—¿No tienes los huevos de tomar el riesgo? Piensa en tus gatos: ¿qué les va a pasar si pierdes o si ganas?
Valerie sonrió al ver cómo el cardiólogo se lo pensaba dos veces. Paseó su mirada por el techo unos instantes y, con un suspiro, agarró un bolígrafo que tenía sobre la mesa y escribió algo en la agenda situada justo debajo del monitor del ordenador.
—Primero tengo que saber quiénes son nuestros rivales. Dependiendo de qué proyectos se presenten, nos inscribimos.
—¿Quieres que añada ''adivinar quienes son nuestros contrincantes'' al cronograma? —bromeó, recibiendo un gruñido y una regañina de Levi justo después.
*****
Ataviada con lo que parecía ser su accesorio favorito -una enorme bufanda a cuadros- y con las manos aún sin cubrir, Valerie guardaba las llaves de su despacho en su bolso. Escuchó el tintineo de otro juego de llaves cerca y, al alzar la vista, reconoció la figura alta y atlética de Levi. Debían ser los últimos en abandonar el edificio. La noche estaba a punto de caer y el pasillo estaba completamente desierto. Sin más remedio, se acercó a él.
—¿Te vas a casa o tienes turno de noche? —le preguntó mientras se ponía los guantes. Caminaron juntos hacia las escaleras.
—Hoy no trabajo en el hospital.
—Qué suerte. —murmuró, sabiendo que la conversación había llegado a un punto muerto. Cuando aún les quedaba un piso por bajar, recordó la noche del med ball y, en general, las Navidades. Aunque se habían visto varias veces durante el día, no habían tenido tiempo suficiente de conversar (o discutir) sobre algo que no fuera su proyecto. —¿Qué tal con tu familia?
—Bien. —respondió, escueto como de costumbre. Al notar que Valerie le miraba expectante, añadió: —Fuimos a esquiar.
—¿A Aspen?
—A los Alpes.
—Guau... Pues sí que os pagan bien a los médicos, sí.
Continuaron caminando y, con el tiempo, que a Levi se le hizo eterno, el silencio se fue volviendo incómodo. Él había estado todo el día con mil cosas en la cabeza: el trabajo en la universidad, los desastrosos exámenes de sus alumnos, las fechas que debían cumplir para entregar el proyecto a tiempo... en definitiva, había estado demasiado ocupado como para recordar que Valerie le había besado. Ella comenzó a contarle algo sobre sus Navidades en Nueva York, pero Levi ni siquiera era capaz de mirarle a la cara. Cuando por fin llegaron a una de las puertas laterales del edificio, el médico se detuvo y, cortante, soltó:
—Vuelvo en coche.
Tenía la esperanza de que Valerie se despidiera de él, le dijera un ''hasta mañana'' y se marchara. Sin embargo, sonrió y señaló la nieve del exterior. —Te acompaño.
Podría ser mucho más fácil decirle que prefería ir solo, o que era una estupidez ir hasta el aparcamiento para luego volver. Sin embargo, no fue capaz de traducir su pensamiento a palabras. Simplemente dejó que Valerie anduviera a su lado, siguiendo con su monólogo interminable, que no era más que una táctica para abrumar al cardiólogo.
—Y tú, ¿qué tal? ¿No vas a contarme nada sobre tus vacaciones en los Alpes? —le preguntó la psicóloga, curiosa. Aunque estaba intentando convencerse de que no necesitaba saber nada sobre la familia de Levi o sobre él en general, siempre terminaba queriendo conocer más, como cuando quería parar de leer un libro pero el ansia le hacía pasar al siguiente capítulo.
Resignado y haciendo un grandísimo esfuerzo por no sonar antipático, Levi suspiró. El vaho que salió de su boca se disipó con rapidez en el aire. —Estuve-
Los reflejos del médico salvaron a Valerie de una fea caída al suelo. Levi agarró con firmeza el brazo de su compañera cuando, por el rabillo del ojo, vio que se resbalaba con una placa de hielo. Ella se recuperó del susto inicial y logró erguirse con la ayuda de Levi, que no dejó de sujetar su antebrazo.
—Vale, el suelo resbala muchísimo. —se pasó las manos por la cabeza, peinándose, se zafó del agarre de Levi con sutileza y dio un paso hacia delante para asegurarse de que no iba a volver a resbalar. —¿Decías...?
—Estuve en-
Levi notó cómo sus pies se deslizaban y, en cuestión de milésimas de segundo, perdió el equilibrio. Valerie estiró las manos hacia él y consiguió agarrarse, aunque el resultado no fue el esperado: la psicóloga no tuvo la fuerza necesaria para tirar de Levi y detener su propia caída; él, mucho más corpulento, la arrastró hacia el suelo.
La nieve amortiguó el golpe de Levi. Su cuerpo, el de Valerie, que cayó prácticamente a sus brazos. El rubio emitió un quejido grave cuando la psicóloga, sin querer, por la inercia del movimiento, clavó su mano en el vientre de Levi. El bolso de Valerie también terminó sobre las baldosas congeladas.
Lejos de estar sorprendida o avergonzada, Valerie soltó una carcajada. La escena parecía sacada de una de esas películas románticas y comerciales de Navidad, en las que la protagonista volvía a su pueblo natal. —Perdón. —dijo, intentando levantarse y fallando en el intento. Parecía que, en lugar de estar en el campus, estaban en una pista de hielo. La risa le hizo perder la fuerza por la boca. —¡Siempre que estoy contigo tiene que pasarme alguna desgracia!
El cardiólogo parecía algo más molesto que ella. Se removió debajo del cuerpo de Valerie y, con un resoplido, colocó sus manos en la cintura de la joven. El agarre repentino pero firme -puede que demasiado fuerte- no hizo que Valerie dejara de reír.
—Oye, muévete. —le ordenó, intentando levantar el peso de Valerie de sus piernas.
Ella por fin vio que las manos de su compañero estaban alrededor de su cintura. Alzó las cejas y le miró. Sabía que Levi solo estaba aprovechando el momento: podía de sobra con Valerie, pero simplemente no quería retirarla tan rápido.
Levi guardó silencio. Valerie se apoyó en él para levantarse del suelo y, mientras tanto, el Doctor Braun, con la excusa de evitar que volviera a caerse, puso una de sus manos detrás de los muslos de la psicóloga. Ella, por otro lado, encontró varios apoyos en los hombros y cabeza de Levi. Terminó hincando sus manos en la cabellera rubia del médico. Una vez de pie, recuperó su bolso, se alejó un par de pasos y, desde un lugar más seguro, donde no había placas de hielo, ofreció su mano a Levi. Rechazó la ayuda.
—¿No te has tomado muchas confianzas? —le preguntó, quitándose algunos restos de nieve del pantalón.
Braun, ya de pie, también se limpió el pantalón y se colocó mejor la capucha de su abrigo color teja. —Después de lo del café, la blusa, el coche y un puñetero beso, ¿no tenemos confianza?
Valerie solo pudo soltar una risilla algo irónica. No supo qué contestar. Haciendo como que su teléfono móvil vibraba dentro de su bolso, lo buscó y lo sacó.
—Ups, mi Uber. —dijo, dedicando una última sonrisa a Levi y dándole unas palmaditas en el pecho. —Pues menos mal que no fue con lengua...
******
—¡María, el café! —gritó Levi, señalando con la mano la taza rebosante de café. Su mejor amiga había dejado de prestar atención a lo que hacía y el líquido se había desbordado por los bordes, manchando la encimera.
—¡Hala! —exclamó ella, apresurándose para limpiarlo con un trapo de cocina. Como si no hubiera pasado nada, agarró la taza, dio un sorbo, se giró y caminó con una sonrisa socarrona hacia el sofá de su salón, donde se había sentado Levi. —Entonces... ¿te gusta?
El cardiólogo se encogió de hombros, haciendo que María resoplara. Se sentó sobre su pierna, al lado de su mejor amigo, y le observó con aire interrogante.
—No sé.
Desesperada, María frustró un chillido. Estuvo a punto de derramarse el café encima. —Vale. —se calmó. —Te ha besado. Bueno, más bien, te ha dado un pico. —recapituló— Y soñaste con ella antes de ayer. Y hoy te ha dicho que menos mal que no te besó con lengua.
Levi asintió. —Sí.
—¿¡De verdad no sabes interpretar las señales!?
—Me odia. Y yo a ella. —apuntó en un intento de aclarar las cosas. Curiosamente, se confundió aún más.
—Has dejado que duerma en tu casa, Levi. ¡Yo tardé doce años en ir!
—No exageres; viniste en cuanto la alquilé.
—¡No cambies de tema! —exclamó. —Yo supe que estabas interesado en ella desde el primer momento. ¡Se te notaba!
—No. —agitó la cabeza. —No me interesa.
—¡Levi, por Dios, Alá y el mismísimo Satanás! —pataleó María, desesperada al cien por cien. Ya no había vuelta atrás. —¿La besarías? Pero nada de un besito como el que te puedo dar yo. ¡Con lengua!
El rubio no contestó... pero se humedeció los labios. María chasqueó los dedos y se puso de pie en el sofá. Levi se giró hacia ella e intentó apaciguarla. —Oye, que no.
—¡Te lo has pensado! ¡La besarías! —saltó en el sofá, emocionada. —¡Qué fuerte! ¡Y qué ilusión! ¡Ay, Levi! —se dejó caer sobre la tapicería y abrazó a su amigo—¡Nunca pensé que llegaría este día! ¡Qué lejos has llegado!
—¿Pero de qué cojones vas? María. —dijo el nombre de la pediatra con seriedad y apartó sus brazos de su cuerpo. —En serio, no me gusta-
—¿Te acostarías con ella?
—No.
—¿Seguro?
—A ver-
María gritó tanto, tan alto y tan cerca de su oído que Levi temió quedarse sordo. Dejó que su amiga brincara y bailoteara por la casa. Mientras tanto, Levi, más confuso que antes, miró al suelo y dejó que un pensamiento intrusivo se escapara por sus labios:
—Es guapa.
Su mejor amiga pausó su actividad de golpe y volvió a ahogar un grito. Se llevó las manos a la boca, como si fuera a llorar. —Lo has admitido...
—Y me la follaría. —añadió en un susurro.
—¿¡Levi!? ¿¡Levi!? —gritó, correteando hasta su mejor amigo y, preocupada, empezó a evaluar su integridad física. —¿Estás consciente? ¡Levi! ¡Mírame! ¿¡Cuántos dedos tengo!? ¿Por qué has dicho eso? ¿¡Has tomado algo!?
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sabéis que me parece gracioso? que levi braun sea alemán y valerie berkowitz tenga ascendencia judía. jaj. so funny.
he escrito esto medio dormida y el final está FATAL, pero no pasa nada. feliz año y esas cosas!! besis!!!!
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