treinta y dos
Sin duda, aquel día de Acción de Gracias había sido el más tranquilo y menos accidentado de los últimos años. Salvo el aparatoso incendio que sucedió de madrugada y que dejó a un par de octogenarios hospitalizados -y a Valerie durmiendo en el sofá de Levi-, no hubo grandes catástrofes. De hecho, el Doctor Braun tuvo una de las guardias más serenas de toda su carrera: apenas un par de infartos que se solucionaron rápido y muchos paseos por el ala de Urgencias, casi vacío. Incluso tuvo tiempo charlar con María y unos cuantos radiólogos.
Su mejor amiga, sentada sobre la mesa mecanizada de un TAC y moviendo los pies de atrás hacia delante, le dedicaba una mirada -casi- angelical. Levi, cruzado de brazos, rodó los ojos para apartar la vista.
—Levincín, —canturreó María, bajándose de la máquina y acercándose a Levi, que vestía con un pijama azul— cómo ha ido tu noche, ¿eh?
Uno de los radiólogos, antiguo compañero de clase de ambos y de aire lánguido, captó el tono juguetón de voz de María y se inmiscuyó en la conversación con la rapidez de un guepardo. —Uy, Braun, ¿qué has hecho ahora?
El susodicho chasqueó la lengua. —No ha pasado nada.
El radiólogo enarcó las cejas. —Pero si tienes las orejas rojas como un tomate...
Levi se llevó las manos a los oídos casi al instante, desatando las carcajadas de sus compañeros. Él, enfadado, soltó unos cuantos improperios hasta que notó la mano de María agarrando su antebrazo. Se giró hacia ella dispuesto a continuar con los insultos, pero la sonrisa débil de su amiga consiguió apaciguarle. Con un suspiro, Levi también se apoyó en la mesa del TAC.
—Estaba bromeando con él. —aclaró María. — Solo quería que rabiara un poco. ¡Estamos teniendo un día de lo más tranquilo!
—Ya, bueno, yo también bromeaba, pero, al parecer, el fundador del Club del Diez —apodo que Levi tenía en su etapa como estudiante porque era el único que consiguió la máxima calificación en un mismo semestre— tiene algo que esconder... Por cierto, colega, ¿sigues soltero?
ㅡ¿Por qué a la gente le interesa tanto mi estado civil? ¿Qué más da?
ㅡBueno, es que si yo tuviera tu cara, tu cuerpo, tu sueldo y tu estatus, pues lo mínimo que tendría sería una novia buenorra. Dios, tendría que haber elegido otra especialidad... No sé, neuro o algo así.
ㅡOh, Gerard, ¡si tú eres monísimo! Lo que pasa que no te sacas partido. A lo mejor, si te dejaras mostacho...
Gerard, de rostro lampiño, facciones angulosas y complexión delgada, agachó la cabeza y la agitó en sinónimo de desacuerdo. —Bueno, si tú lo dices...
—Ah, es que María es demasiado simpática. Lo dice porque sí. —masculló Levi, airado. Estaba claro que le había molestado el comentario sobre su soltería. Solo llegaba hasta ahí, a entender que había algo que le cabreaba. ¿El qué? Tendría que descubrirlo, pero estaba tan ocupado que ni siquiera tenía tiempo de bucear en sus propios sentimientos y reflexionar sobre ellos. Si Valerie estuviera allí, habría soltado algo como ''ahí está el problema, Doctor Braun''. Quizá el trabajo era más que dinero; quizá era también una distracción, una forma de ignorar y reprimir todos los sentimientos abrumadores que tenía en su interior.
—¡Es mentira! ¡Lo digo en serio, Gerard! ¡Eres... del montón bueno!
—¿Hay un montón malo? —preguntó el radiólogo, girándose en su silla. Era un poco más alto que Levi, unos escasos centímetros, pero, gracias a su cuerpo fino y algo lánguido, parecía llegar a los dos metros de altura.
—¿Puedes explicarme por qué te interesa tanto si tengo novia? —inquirió el rubio.
—Ah, sí. Es que, si tú no tienes novia, para mí ya no hay esperanza.
María soltó una carcajada. —¿De verdad te preocupa tanto?
—¡Dios, sí! —exclamó. Gerard no era muy fan de las divinidades, pero al parecer solo sabía decir la misma interjección. Señaló con ambas manos a Levi, aún apoyado en la máquina de TAC y con los brazos cruzados sobre su pecho. —¿Has visto a tu amigo? ¡Si es que parece que lo ha tallado el mismísimo Bernini!
La única mujer de la sala arrugó la nariz y Levi enarcó las cejas. Los dos sofocaron una carcajada.
—Creo que voy a por un café. —anunció María, bajándose de la mesa de un salto y hundiendo sus manos en los bolsillos de su bata blanca, llena de parches y pines de llamativos colores. No le hizo falta mirar atrás para saber que Levi ya estaba detrás de ella. —¿Vienes, Bernie?
El de cabello corto y negro agitó la cabeza. —No, me quedo por si entra alguna urgencia. Además, ir con Braun no me gusta... me eclipsa demasiado.
Levi terminó lanzándole uno de los bolígrafos que tenía guardados en el bolsillo del pantalón. Tuvo la puntería suficiente como para golpear a su compañero en el brazo. Musitó un ''imbécil'' antes de salir de la sala junto a su amiga, que le esperaba pasillo abajo. La alcanzó con un par de zancadas largas y caminaron a la par hasta llegar a las escaleras que les llevaban al sótano, donde se encontraba la cafetería de personal. Fue entonces cuando María esbozó una sonrisa pícara, algo malvada.
—Ahora en serio, ¿qué tal la noche?
El cardiólogo cruzó una mirada algo torva con su amiga, cuya sonrisa se ensanchó. —¿Quieres que te cuente la verdad o prefieres que alimente tus fantasías?
María se paró en la mitad de las escaleras. Levi se giró hacia ella y miró hacia arriba, interrogante. La chica puso los brazos en jarras e inclinó la cabeza hacia un lado, mitad extrañada y mitad dolorida. —¿Te molesta que te pregunte?
—Sí. —soltó, sincero, sin rodeos.
La de gafas asintió. —Mmh, bien. No te preguntaré nada más, entonces. Podrías habérmelo dicho antes.
—¿No he sido suficientemente claro?
—¡No! —exclamó ella. — Ese es tu problema, que crees que eres la persona más transparente del planeta, ¡y no lo eres! No puedo ver dentro de tu coco, ¿sabes? —se señaló la sien con el índice. Era raro ver a María Eckford así, molesta, con la voz tensa y lejos de ser la neuropediatra jovial y animada de siempre.
Levi se encogió de hombros. —Ya. ¿Vas a bajar a por café?
Los almendrados ojos marrones de María perdieron su brillo. Su rostro se quedó sin expresión por un instante. Agachó la cabeza unos segundos, volvió a meter las manos en los bolsillos de su bata y suspiró, cansada.
—No. —murmuró. —Me he olvidado la cartera en la consulta.
—Yo invi-
Levi vio cómo su mejor amiga se daba la vuelta y deshacía sus pasos. Chasqueó la lengua y salió tras ella, subiendo los escalones de dos en dos y bramando su nombre varias veces. María ni siquiera se giró; continuó caminando rápidamente hacia los pasillos principales del ala este. En lugar de reflexionar sobre lo que había pasado, lo único que se le ocurrió a Levi fue soltar un bufido. Y, cómo no, bajar a por el segundo café del día.
*****
Con su mochila colgada de un solo hombro y las llaves tintineando en su mano, Levi consiguió abrir aparatosamente la puerta de su apartamento. No había despegado la vista de la pantalla desde que se dio cuenta de que algo iba mal con María. Mientras sorbía su café en el Hospital, las neuronas del archifamoso cardiólogo lograron hacer sinapsis y comprendió que su mejor amiga estaba molesta por algo que él había hecho o dicho, aunque no sabía el qué. Se marchó corriendo a la consulta de pediatría de la doctora Eckford, pero estaba cerrada. La buscó por Urgencias, quirófanos, por las salas de neurointervención. Nada. La esperó justo a la salida del aparcamiento con la esperanza de poder ofrecerle llevarla a casa. Tampoco. Le envió un par de mensajes y hasta llamó a su amiga por teléfono. Nada de nada.
Su preocupación se disipó de golpe cuando, al guardar el teléfono en el bolsillo de su pantalón, alzó la vista y vio su apartamento. Había olvidado que Valerie había estado allí, a saber cuánto tiempo. Tampoco había sabido nada de ella durante toda la mañana. Tiró su mochila al suelo e hizo un barrido rápido de la cocina y la sala de estar, de todo lo que podía ver. Cerró la puerta con el pie.
Todo parecía estar en su sitio. Las luces estaban apagadas y el apartamento en silencio. A simple vista, captó que Valerie había dejado las sábanas y mantas con las que había dormido sobre el sofá, perfectamente dobladas y apiladas en una esquina. Los mandos de la televisión estaban donde él los había dejado, el tocadiscos continuaba con la tapa abierta, los vinilos en el orden que él había escogido. Levi inspiró y expulsó el aire por la nariz, liberando toda la tensión que había acumulado en el cuerpo al pensar que Valerie podría haberle destrozado la casa. ¿Por qué no había pensado en ese pequeño detalle antes de decirle que podía quedarse allí el tiempo que necesitara?
Levi arrastró los pies hasta la cocina. No había platos sucios, así que supuso que Valerie no había desayunado. Escuchó el maullido agudo y suave de Ginger a sus pies. Se agachó para acariciarlo y se dio cuenta de que el gato estaba pidiéndole algo. Levi esbozó una sonrisa.
—Solo me quieres para esto, ¿no? —dijo, agarrando al gato y ayudándole a subir a la isla de cocina. Fue entonces cuando reparó en dos bolsas de papel que Valerie había dejado ahí, junto a un bol que Levi siempre tenía lleno de manzanas. Ginger solo intentaba mostrárselo.
Antes de ver el contenido de la bolsa, vio, sobre el mármol negro de la encimera, una nota escrita en un post-it amarillo que Valerie, seguramente, había arrancado del bloc de notas que Levi había pegado al frigorífico.
Espero que no seas diabético, celiaco, intolerante a la lactosa o alérgico. El postre está en el frigo. Gracias por dejarme pasar la noche aqui :)
Levi se asomó a una de las bolsas para ver su contenido. Era comida que Valerie había pedido para él: algo de ensalada, pasta y un plato de carne con patatas. Se giró para abrir el frigorífico y encontró un trozo de tarta con nata guardado en una caja de plástico transparente. Soltó una risilla y supuso que, en el fondo, él no era el único que estaba aprendiendo cosas de ella. Valerie le había imitado con éxito, y a Levi le pareció gracioso. Y un buen detalle.
*****
Incluso el timbre del apartamento del Doctor Braun sonaba diferente al del viejo piso de Valerie, que se asemejaba más a un pato con ronquera más que al típico din-don. La psicóloga empezaba a arrepentirse de haber elegido aquella carrera y no la Medicina, aunque, en cuanto pensaba en cómo eran la mayoría de médicos que se había encontrado a lo largo de su vida, se le quitaban las ganas de cambiar de disciplina.
No contó los segundos que habían pasado después de llamar al timbre, pero estaba segura de que fueron demasiados. Dio un par de pasos hacia atrás para asegurarse de que el número del apartamento era el correcto. Estuvo a punto de insistir, pero no lo hizo. Le pareció lícito que Levi no quisiera volver a abrirle la puerta, aunque no había sido una molestia durante la noche anterior. Además, era la noche de Acción de Gracias, por lo que era más que probable que el Doctor Braun estuviera fuera.
Valerie pudo escuchar algo de ruido proveniente del apartamento, como el sonido continuo de un extractor. Justo antes de que se diera la vuelta, oyó cómo abrían la puerta.
—¿Qué haces aquí?
—¿No has leído mis mensajes?
Levi se quedó mirando a Valerie como si se tratara de una extraña. Vestía unos vaqueros, una enorme bufanda a cuadros de colores y un abrigo acolchado de color blanco. Seguía llevando la bolsa de deporte de la noche anterior, su bolso y, para más colmo, una bolsa de papel de la mano. Y a juzgar por sus mejillas sonrojadas y su nariz roja, estaba pasando frío. Levi, algo escéptico, colocó sus manos a los lados del marco de la puerta, como si quisiera impedirle el paso.
—He estado ocupado. —jugando a ese juego de mundo abierto que me descargué ayer, pudo añadir.
Valerie hizo un esfuerzo enorme por no rodar los ojos. —Bueno, mea culpa. Tendría que haberte llamado. La cuestión es que no puedo volver a casa en un par de días. Ningún arquitecto de Massachussets trabaja esta semana, al parecer.
—Ah.
—Si no quieres que me vuelva a quedar, está bien. —aclaró ella. —Puedo buscarme la vida. Además, sé que es un día especial y-
Levi se retiró de la puerta. —Pasa y cierra.
La de melena azabache estaba sorprendida. Gratamente sorprendida. Tardó un par de segundos en reaccionar. Entró al apartamento e hizo lo que le había ordenado Levi. Dejó todos sus bultos en el suelo, se quitó las botas, las dejó pegadas a la pared, junto a un zapatero de metal, y se desabrochó el abrigo. Su olfato despertó después de quitarse la bufanda. No pudo evitar abrir la boca, sorprendida, cuando el olor a especias llegó hasta su nariz. Descubrió en ese mismo instante la fuente de aquel sonido que había oído: Levi estaba cocinando, con los fogones a pleno rendimiento, con varios ingredientes esparcidos por la encimera y con los acordes de alguna canción de Beastie Boys sonando desde el tocadiscos. Una estampa que Valerie nunca había barajado. Una estampa que le hizo odiarle un poco más porque cada vez era más diferente a lo que imaginaba.
Levi se giró con su característico aire altivo y miró a la psicóloga por encima del hombro, de reojo. —Si quieres comer, no te quedes ahí parada.
Valerie se acercó a él titubeante. Se secó las palmas de las manos, sudorosas, en la pernera de su pantalón, y se quedó justo al lado de Levi. Él volvió a mirar a la joven.
—¡Vamos! —le gritó, señalando con la cabeza un delantal colgado de la pared.—¡Muévete! ¡Y lávate las manos primero!
Valerie se sintió un residente en mitad de una operación. Sintió la misma presión y comprendió que no cualquiera podía gritarle de vuelta a Levi. Alargó el brazo para alcanzar el delantal y se lo puso, protegiendo su jersey de lana blanco de un posible desastre. Con la goma que tenía en la muñeca, se recogió el pelo. Obedeció a Levi y se lavó las manos en el fregadero.
—Joder, ¡primero el pelo, luego las manos y luego el delantal!
—¡El orden de los factores no altera el producto! —pudo replicar Valerie, que se fijó en dos cosas: Levi estaba haciendo caramelo y dos de sus gatos miraban atentos a su dueño y a su compañera. Quizá se estaban preguntando qué volvía a hacer esa humana allí. —Vale, ¿qué hago?
Levi señaló con el índice varias verduras que había dejado sobre la encimera. —Córtalas en brunoise.
Valerie asintió y tomó su lugar frente a la tabla de cortar que había preparado Levi, justo al lado de la tacoma de cuchillos más reluciente y cuidada que había visto jamás. Tuvo que sacar su teléfono móvil cuando Levi se puso a hablar con sus gatos para buscar qué narices era brunoise, y maldijo a toda Francia por crear una técnica especial para cortar verdura en dados.
El Doctor Braun se había librado de un desastre inminente al alejar a Valerie de los fogones. No pudo dejar de mirarla de reojo. Los golpes del metal del cuchillo contra la madera de la tabla eran demasiado suaves y lentos. Chasqueó la lengua.
—Hazlo más rápido o nos darán las doce.
Valerie se giró hacia él con el ceño fruncido y el cuchillo en la mano. —Oye, lo estoy intentando. ¿Quieres ayuda o no?
—Tienes que esconder los dedos.
—Déjame. —Valerie era una autodidacta nata, pero más que nada porque no se dejaba ayudar nunca. Decidió cambiar de tema. —¿Qué tal en el trabajo?
ㅡBien. Tranquilo.
—¿Si? ¿No ha habido muchos abuelos infartados por saber que su nieta es lesbiana?
—Solo uno.
—La aceptación de la homosexualidad está en aumento, entonces. Me alegra.
Levi esbozó una sonrisa mientras alejaba el caramelo del fuego. Volvió a echar un vistazo a Valerie y fue entonces cuando la sonrisa se esfumó de su rostro. —No has cocinado en tu vida, ¿no?
Había elegido el cuchillo equivocado, cortaba con demasiada tensión en la muñeca y tenía los dedos extendidos, cerca del filo. Un desastre, pero, aún así, estaba concentrada en hacer los cubos lo más pequeños posible. Levi se acercó a ella dispuesto a quitarle el cuchillo, pero Valerie alzó la mano y le detuvo.
—Déjame. —repitió. —Deja que te ayude.
El rubio, ataviado con una camiseta negra y los pantalones grises de un chándal, inspiró profundamente para mantener la calma y se volvió para comprobar la cocción del pescado que había metido en el horno. Después de echarle un último vistazo a Valerie, que había terminado por fin de cortar un pimiento, se alejó de la cocina para poner un nuevo vinilo en el tocadiscos. Desde la otra punta de la sala pudo escuchar la risilla incrédula de Valerie.
—Qué momento más íntimo estamos viviendo de repente, ¿no?
Levi quiso echar de su apartamento a la psicóloga. Se limitó a resoplar con desdén y a buscar un vinilo con música lo suficientemente potente como para olvidarse de que Valerie estaba allí.
En cuanto agarró el cartón de una de sus grabaciones favoritas, el suave "oh-oh" de Valerie le hizo girarse de forma dramática hacia ella. Quizá había sido su instinto para emergencias médicas el que le hizo darse la vuelta tan rápido.
Valerie le mostró su dedo índice, rojo, ensangrentado.
Levi chasqueó la lengua y lanzó el vinilo al suelo. No tardó ni dos segundos en agarrar la muñeca de Valerie, en alzar su mano hacia el techo y en valorar la gravedad de la herida.
—¡Torpe! —exclamó. —¡Casi te rebanas el dedo!
—¡No hace falta recalcarlo! —gritó ella, que empalidecía por segundos. La herida sangraba abundantemente y era más profunda que un corte por un despiste.
Sin mediar palabra y manteniendo la mano de Valerie en alto, Levi la empujó hacia el fregadero, donde, bajo el grifo, lavó la herida. Ninguno de los dos se dio cuenta de su proximidad, de cómo Levi sujetaba con fuerza la mano de Valerie y cómo ella, preocupada, había pegado su espalda al pecho del médico.
—Tiene mala pinta.
Valerie alzó la vista. —¿Le dices eso a todos tus pacientes? —preguntó, sarcástica. Devolvió la vista al corte, justo en la cutícula de su dedo índice. Le escocía tanto que estaba viendo las estrellas. Cerró los ojos con fuerza y evitó soltar un alarido cuando el agua volvió a tocar la herida.
Levi abrió un cajón cercano con el pie y se estiró para alcanzar una caja metálica con la mano. Hizo hueco en la encimera, apartando algunos platos de un manotazo, y dejó la caja sobre el mármol. Era un botiquín. Sacó un par de gasas y envolvió con ellas el dedo de Valerie. Hizo presión para detener el sangrado. Ella sopló despacio por la boca.
—¿Te escuece?
—Un montón. —Valerie apenas se fijó en el tono de voz más amable de Levi. Simplemente cerró los ojos un instante. —Pero tampoco es para tanto.
Levi cerró la caja, se la llevó consigo y dio unos cuantos pasos hacia atrás, hasta llegar a los taburetes de la isla de cocina. Se sentó en uno de ellos y le pidió a Valerie que hiciera lo mismo mientras continuaba apretando su dedo. —A lo mejor necesitas puntos.
—¿¡Eh!?
—Solo uno, al menos para que no quede una cicatriz gigante. —abrió el botiquín sobre la isla y encontró aguja e hilo. Con cuidado, retiró las gasas del dedo de Valerie y examinó bien la herida. ㅡ Sí, con uno bastará. ㅡsus ojos ocre también examinaron el rostro de Valerie, sin color. —O puedo llevarte a urgencias.
—¿Y pagar por una sutura? No, no. —Valerie agitó la cabeza y volvió a cerrar los ojos. —Hazlo tú.
Levi soltó una carcajada suave y se puso manos a la obra. —Vale.
Valerie se quedó observando todo el proceso, cómo el Doctor Braun preparaba una pequeña mesa de quirófano improvisada, cómo tomaba con firmeza su mano para dejarla sobre el frío mármol, cómo se movía deprisa pero con certeza y precisión. También se fijó en cómo su cuerpo había quedado prácticamente engullido por el de él, con las rodillas de Levi por fuera de las suyas. Valerie frunció los labios al notar algún líquido en la herida, pero no se fijó mucho en el dolor punzante de la aguja clavándose en su piel.
Más que nada porque se quedó ensimismada con Levi.
Lo entendía. Entendía que cualquier alumna estuviera prendada. Que cualquier mujer u hombre se quedara encandilado con el Doctor Braun, que parecía más bien alguien que veías en los plácidos sueños inducidos por la anestesia que una persona real.
—Aguantas bien el dolor. —comentó Levi, irguiéndose, dejando de estar inclinado sobre la improvisada mesa y sacando a Valerie de sus pensamientos. —Listo.
—Soy mujer, no me queda otra. —dijo ella, moviendo un poco los dedos de su mano herida. El Doctor le vendó el corte con rapidez.
—En un par de días estará cerrada. —le informó Levi, que arrugaba las gasas llenas de sangre que había dejado en la encimera para lanzarlas a la basura. —De todas formas, no muevas mucho el dedo. Y, como consejo general, aléjate de la cocina.
El pitido del horno fue la señal perfecta para que Levi se levantara. Sin embargo, Valerie logró detenerle al agarrar la tela de su camiseta con la mano que aún tenía sana. Asió la tela y obligó al rubio a mirarla.
—Gracias.
Sus ojos redondos, verdes, con largas pestañas y aire inocente y sincero; su sonrisa sutil pero evidente, el lunar en su mejilla sonrosada, su tono de voz casi susurrado... Todas las estrategias que Valerie había puesto en juego hicieron que Levi le devolviera la sonrisa y se encogiera de hombros.
—Es mi trabajo.
Valerie le soltó y se quedó sentada en el taburete el resto de la noche, viendo cómo Levi cocinaba y diciéndole que su postre no iba a ser tan bueno como la tarta con nata que le había dejado ella en el frigorífico.
**********
He tenido que editar este capítulo y resubirlo porque lo publiqué a las 4am... ya tenía los ojos más secos que el sahara, no veía un pijo y todo estaba fatal escrito :D
en fin, comentad mucho si queréis que se besen y f0llen en el siguiente capítulo o de lo contrario tendré que matar a uno de los gatitos de Levi :(
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