trece
Valerie suspiró con algo de hastío al ver el nuevo correo electrónico en su bandeja de entrada. Si había algo que empezaba a odiar con esmero de su nueva vida en Boston, casi más que el hecho de estar a cinco horas de sus amigos, eran las reuniones del profesorado. Siempre eran, en teoría, juntas informales donde ni siquiera se tomaba constancia del orden del día -algo que a Valerie le resultaba extraño teniendo en cuenta lo rígidos que eran en Harvard-, pero en las que siempre se intercambiaba información vital sobre el transcurso del cuatrimestre o posibles cambios. Resignada, sabiendo que si no acudía a la reunión iban a tacharla de irresponsable, Valerie cerró su portátil, lo guardó y salió de su despacho con las llaves tintineando en el fondo de su bolso.
Después de cerrar la puerta se dirigió a la sala de descanso. La verdad es que no estaba teniendo un buen día, y tenía la certeza de que la reunión lo iba a empeorar. Se fijó en la puerta entreabierta del despacho del Doctor Braun, todavía atendiendo a algún alumno. Valerie esperó que el prodigio de la Medicina se quedara allí, sentado en su gigantesca silla de oficina, haciendo gala de su carácter huraño y seco, evitando tener que cruzar palabras de más con el resto de profesores.
La psicóloga bajó las escaleras de mármol a toda prisa al ver que el reloj de su teléfono marcaba la una y cinco. Llegar míseros cinco minutos tarde condenaba a Valerie a quedarse de pie en una esquina, lejos de la mesa central donde se sentaban aquellos profesores con más estatus. Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que todo en Harvard era institucionalmente hostil, rancio; las actitudes, los escalafones, todo estaba construido para que los más nuevos soportaran el peso de los de mayor antigüedad... y a los que estaban allí porque tenían seis ceros en su cuenta bancaria o padrinos que, mágicamente, ya tenían algún puesto en Harvard.
Empujó la puerta de la sala de descanso e inspiró profundamente. Evitó suspirar para llamar aún más la atención de algunos de los presentes, la mayoría con sus batas blancas. Tal y como sospechaba, la sala estaba llena. Se abrió paso entre ligeros perdones y consiguió llegar hacia la encimera donde se situaba la cafetera. Se apoyó contra el conglomerado. Apenas podía escuchar las voces de aquellos que estaban hablando, así que se limitó a escudriñar la sala.
La mirada de Valerie viajó hasta la puerta al ver cómo varias personas se apartaban para dejar pasar a alguien que llegaba bastante más tarde que ella. No parecía muy dispuesto a adentrarse en la sala -se quedó justo delante de la puerta- pero, en cuanto sus ojos áureos se clavaron en los de ella, Levi se abrió paso a pesar de su envergadura y se acercó a Valerie. Ella apartó la mirada con aire molesto. El rubio se quedó a su lado, casi hombro con hombro, y también se apoyó en la encimera. Se cruzó de brazos.
Valerie no dijo nada. Ni siquiera comentó que se sentía algo intranquila, como si la presencia de Levi fuera un peso que intentaba hacer que sus rodillas vencieran, como si fuera una especie de energía oscura de la que intentaba deshacerse.
—¿No estás en contra de estas cosas, Berkowitz? —preguntó él, en bajo, intentando no llamar la atención del resto de asistentes. El timbre de su voz era más que reconocible y, si hablaba en un volumen normal, todo el mundo se giraría hacia él.
La psicóloga dio un sorbo a su café. —¿Por qué lo crees?
—Porque te encanta llevar la contraria. —soltó él.
Valerie ahogó una risilla. —Le dijo la sartén al cazo. —masculló. No dijo nada más. No tenía planeado sonsacar más información, cruzar más palabras con él. Bastante tenían con verse más a menudo por culpa de las consultas a los pacientes en el hospital.
Sin embargo, Levi parecía tener en mente otro plan. Descruzó sus brazos y colocó sus manos sobre la encimera, adoptando una actitud corporal que Valerie catalogó como más chulesca, más vanidosa.
—¿Te lo pasaste bien anoche?
La psicóloga se pensó más de dos veces su respuesta. Tenía que encontrar la forma de darle la vuelta al asunto, tenía que responder con algo que hiciera que los profesores cotillas de su alrededor dejaran de pensar que Levi se refería a algo que había pasado entre ambos porque estaba claro que esa era su intención: continuar con los rumores. Rebajar la figura de Valerie hasta el punto de ser relegada de su papel de profesora e incluso psicóloga para ser el ligue del Doctor Braun, nada más. Lo único que quería era herir su orgullo como si lo hiciera con la daga más afilada. Y, por desgracia, Levi tenía ventaja. Valerie quiso gritar que odiaba el patriarcado, pero no era el momento.
—Oh, ¿viendo cómo te sonrojabas porque te avergüenza nunca haber tenido novia? Sí.
Si había algo más hiriente que nunca haber tenido pareja con casi treinta años, era que tu personalidad fuera tímida y pudorosa. No había nada más humillante para un grupo de señores criados en los 80 que un hombre ruborizado e incapaz de hacer algo que mostrara su fuertísima virilidad. En el fondo no era más que misoginia pura y dura; todo lo que estuviera unido o asociado a la mujer, como la timidez, era deleznable en un hombre.
Aquel comentario y la cabeza bien alta de Valerie frente a la mirada algo perdida de Levi fueron capaces de hacer que los docentes no se dejaran llevar por las conclusiones incorrectas. Levi frunció el ceño. Se dio la vuelta para servirse un vaso de café.
—Muy bonito lo de dejarme dando vueltas. —masculló, vertiendo el líquido en uno de los vasos de cartón que estaban sobre la encimera. —Gracias por hacerme perder el tiempo.
Valerie se encogió de hombros. —Estoy segura de que no tenías nada mejor que hacer.
—Claro que tenía-
La psicóloga se llevó el índice a los labios para mandar callar a Levi, que poco a poco iba aumentando el volumen de su voz. Al menos había conseguido molestarle. —Estoy intentando escuchar. ¿Puedes callarte y tener algo de respeto?
Levi, frustrado, chasqueó la lengua y volvió a mirar hacia el techo mientras daba un buen sorbo a su café. En poco tiempo, Valerie ya había visto al médico hacer varias veces eso de alzar la cabeza; supuso que era algo que hacía desde niño, como poco desde adolescente, y que era uno de esos movimientos reguladores con los que evitaba pegar un puñetazo a la pared.
Se quedaron juntos, sin decir nada, apoyados en la encimera y observando la reunión mientras bebían sus respectivos cafés. En realidad, Valerie no veía a quienes hablaban -el tumulto de gente con batas blancas alrededor de la mesa central se lo impedía- y Levi no estaba del todo atento al orden del día: seguía pensando en cómo los labios de Valerie, pintados de un color rosa algo apagado, se habían curvado en una sonrisa que no supo muy bien cómo adjetivar. ¿Sarcástica? ¿Cruel?
A veces, Levi se arrepentía de haber creído que Valerie, perdida por los pasillos de Harvard, estaba rodeada de depredadores. Sus ojos redondos y grandes, su vestimenta juvenil, su melena algo despeinada y su voz dulce le hicieron pensar, nada más verla, que era Caperucita... cuando, en realidad, era el lobo.
Levi se inclinó ligeramente hacia ella con el vaso de café aún en la mano.
—Ven luego a mi despacho. —le ordenó, con tono imperativo pero voz confidencial, casi en un susurro.
No añadió nada más. Agitó su muñeca para que la manga de su bata blanca desvelara aquel carísimo reloj que siempre llevaba y echó un vistazo a la hora antes de marcharse de la reunión sin siquiera despedirse. Nadie dijo nada, pero todo el mundo que estaba cerca de ella miró a Valerie. Ella se quedó en su sitio y, aunque no lo parecía, estaba ardiendo por dentro.
Ardiendo de vergüenza, ira, rabia. Ella sabía de sobra que Levi no era encantador, pero el grueso de la población estaba convencido de que sí lo era. Era atractivo -algo que odiaba admitir- y eso también sumaba puntos a la hora de tener un trato más favorable. La más mínima acción ejecutada por el brillantísimo Doctor Braun era interpretada como un acto de amabilidad, aunque en realidad fuera un desagradecido y un mandamás; era asertivo en lugar de frío, un líder enfocado en sus metas en lugar de un obsesivo del orden, un genio con carácter en lugar de un loco. Y Valerie era, por ende, una mentirosa, antipática y egocéntrica porque su versión de los hechos no coincidía con la de él, no aceptaba las ''bromas'' -insultos- de sus compañeros y porque no había cambiado su estilo de enseñanza.
Hiciera lo que hiciera, con la intención que fuera... Levi siempre iba a salir ganando. Si Valerie salía de la reunión, la gente intuiría que iba al despacho de Braun aunque fuera mentira. Todos los presentes asumirían que no eran más que dos jóvenes profesores con un calentón y, como se trataba de Levi, pasarían por alto una supuesta relación que, en semejante institución como Harvard, sería imperdonable.
Ventajas de ser un hombre en un lugar tan tradicionalmente patriarcal.
*****
A pesar de ser su día de descanso en el hospital, Levi no había dejado de trabajar. Las prioridades clínicas y académicas le habían hecho dejar de lado el proyecto que compartía con Valerie. Los efectos de la práctica psicoterapéutica en pacientes con cardiopatías crónicas iba tomando forma, aunque Levi dudaba bastante sobre la posibilidad de presentarlo durante las Jornadas interuniversitarias. Aún no habían presentado un borrador al Decano y las manecillas del reloj se movían demasiado rápido, así que no le quedaba otra que invertir el noventa por ciento de su tiempo de descanso en avanzar el estudio.
Había citado a Valerie en su despacho para discutir los tiempos de entrega. Levi prefería hacerlo por correo electrónico, pero su mejor amiga le dijo que temas como aquellos era mejor hablarlos en persona. Sin embargo, la psicóloga no había aparecido aún. ¿Tanto estaba durando la reunión?
Levi había empezado a reorganizar su agenda cuando escuchó que la puerta de su despacho se abría. Echó un vistazo a la esquina inferior de la pantalla del ordenador: casi eran las tres. Sin levantar la vista de su agenda encuadernada en negro, soltó:
—Llegas tarde.
Sabía de sobra que era Valerie porque era la única persona que entraba sin llamar. Siempre lo hacía con urgencia y, dependiendo de la fuerza del portazo que proseguía a la profesora, Levi podía saber si estaba más o menos cabreada. Aquel día estaba bastante enfadada. Muy enfadada. Mucho.
Aun así, dio un par de pasos y se quedó alejada del escritorio, como si evitara acercarse más de lo necesario a Levi. —Si no hubieras dicho que me esperabas en tu despacho casi al oído, —espetó — a lo mejor nadie se habría puesto a comentar lo seca que soy contigo y quizá —recalcaba cada palabra con inquina— hubiera llegado antes. Ah, claro, y si nadie me hubiera seguido hasta tu puto despacho para espiarnos y corroborar que estoy a tus pies, y si no hubiera tenido que dar vueltas por este dichoso edificio como una tonta, a lo mejor habría llegado antes, sí. Yo pensaba que en una institución como esta los dramas de adolescentes estaban más que superados. Y, por cierto, todos aquí seréis científicos excepcionales, pero sois unos indiscretos y unos maleducados.
El rubio alzó una ceja mientras escribía en el papel de su agenda. —¿No tienes una excusa mejor?
—Venga ya. —Valerie por fin se acercó al escritorio, algo que obligó a Levi a, por fin, retirar la vista de la mesa. —¿Crees que no me doy cuenta?
La expresión escéptica del Doctor Braun estaba sacando de quicio a Valerie, cuyas habilidades como psicóloga empezaban a fallar. En realidad, detrás de sus cejas enarcadas y su media sonrisa, Levi no tenía ni idea. No sabía de qué narices hablaba Valerie. No entendía a qué se refería.
Haciendo caso omiso a la joven, sacó unos papeles que guardaba en uno de los cajones del escritorio y los puso sobre la madera. —Estas son las historias de los nuevos pacientes.
—¿Estás vacilándome? ¿Estás haciendo esto adrede?
—Estoy dándote los historiales clínicos de los pacientes que tienes que entrevistar; claro que lo estoy haciendo adrede. Tienes que revisarlas.
—¿¡Qué!? —exclamó ella. Comenzó a reírse, desesperada, atónita.
En el fondo, todo estaba siendo un malentendido. Valerie estaba tan cegada por la idea de que Levi intentaba hacer creer al cuerpo docente que ella era su amante que no se dio cuenta de un pequeño detalle: el Doctor Braun no había dicho nada con segundas. No tenía ninguna intención más allá de acabar con el proyecto cuanto antes. Echar a Valerie de Harvard había pasado a un segundo plano; simplemente quería dejar de tener que comunicarse con ella.
—Lo que estás haciendo es denunciable, Braun. Pienso rellenar una denuncia y acogerme al Título IX porque estás haciendo que mi papel sea el de ser tu jodido juguete sexual cuando en realidad es todo mentira.
Levi tendió los papeles a Valerie. —Vale, pero hazlo después de revisar las historias. No la cagues con las entrevistas. Te veré el jueves en el hospital. Más te vale llevar bata.
Valerie soltó una última risa y clavó su mirada en los ojos color miel de Levi. Lo decía totalmente en serio. Se mordió el interior de los carrillos para evitar gritar lo mucho que lo odiaba y, con rabia, arrebató las hojas a Levi.
—Imbécil.
—Impuntual.
—¡Ni siquiera me dijiste una hora! —se defendió Valerie mientras se daba la vuelta para salir de aquel enorme despacho que, poco a poco, le iba pareciendo cada vez más angosto.
En cuanto Valerie abandonó el despacho, Levi se hundió en su asiento. Juntó las cejas, extrañado. ¿Por qué decía Valerie lo del Título IX si él no había hecho nada? Suspiró y cerró la sesión de su ordenador. Revisaría el proyecto en su apartamento, lejos de los ventanales de su despacho, en la tranquilidad de su salón.
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si esto fuera una conversación de whatsapp valerie sería la que envía una parrafada con 65468465 datos, capturas de pantalla y hasta puntos finales
y levi sería el que solo contesta: ???
vuelvo a repetir la pregunta que hice el capítulo anterior (creo): aunque es muuuuy pronto para saberlo, cómo creéis que puede acabar esto??? o qué creéis que puede pasar de aquí en adelante???
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