siete
Contra todo pronóstico y a pesar de los malentendidos, el proyecto sobre los efectos de la psicoterapia en pacientes con enfermedades cardiovasculares crónicas había avanzado notablemente. Valerie y Levi no habían vuelto a cruzar ni una sola frase, tan solo algún 'buenos días' cordial para no levantar sospechas cada vez que coincidían por los pasillos abarrotados de alumnos y profesores. Si necesitaban comunicarse, lo hacían por correo electrónico, sin indirectas, sin rodeos. Habían establecido una relación pura y estrictamente profesional, nada más. De hecho, el Doctor estaba deseando que llegara la primera presentación del proyecto para no volver a tener que trabajar con la joven psicóloga.
Pese a las fuertes amenazas, ninguno de los dos había movido ficha: Levi no había rellenado ninguna queja como había dicho, y Valerie parecía demasiado ocupada en atender a los estudiantes. Por el momento, existía una extraña calma, tal y como sucedía justo antes de una gran tormenta -silencio, una brisa suave, las calles vacías...-
Estuvieron quince días trabajando en el proyecto sin verse las caras. Algún día Valerie vio el coche de Braun aparcado en la puerta del gimnasio, pero no llegaron a cruzarse. Tampoco se vieron en la Facultad. Levi hizo todo lo posible para comer en su despacho y para marcharse de la universidad lo antes posible; de hecho, había adelantado su turno en el hospital con tal de no tener que ver a Berkowitz.
Pero la evitación no iba a durarles mucho: tras crear un marco teórico -citando a los autores en formato Vancouver, por supuesto-, había llegado la hora de empezar con el trabajo de campo. Levi había seleccionado a unos cuantos pacientes, aproximadamente unos diez, una muestra bastante prudente, y, tras una rápida revisión médica, era el momento de iniciar una evaluación psicológica. Y por mucho que le pesara, la única que podía hacerlo era Valerie.
Para: [email protected]
Asunto: VALORACIONES HOSPITALARIAS
He citado al primer paciente a las 3. El siguiente está citado a las 4. Han reservado una consulta para ti. Es la 396. Prepara lo que sea necesario.
Y no la cagues. Necesitamos datos objetivos.
Así que a Valerie no le quedó otra que ir hasta el Hospital Universitario nada más terminar las clases. Era un edificio enorme, altísimo, con varias alas y miles de camas disponibles -para aquellos que podían pagarla, claro-. Era uno de los hospitales más prestigiosos del país y, aunque no tenía por qué, Valerie se sintió un poco abrumada entre tanta bata blanca y puertas que no dejaban de abrirse o cerrarse. Tardó unos cuantos minutos en encontrar la consulta 396. Justo al lado, en la 395, se podía leer un cartel azul:
Dr. Braun - cardiología
cirugía coronaria
No parecía haber nadie esperando -el pasillo estaba vacío-, así que Valerie decidió llamar a la puerta. Le parecía lógico avisar a su compañero y coautor del proyecto que ya estaba allí. No respondió nadie. Intentó entrar a la consulta que le habían asignado, pero estaba cerrada. Con un suspiro, retrocedió unos cuantos pasos y se sentó en las sillas donde esperaban los pacientes, dejando el bolso que contenía su ordenador portátil en su regazo. No tuvo que esperar demasiado. Escuchó el chirrido de las suelas de unas zapatillas al rozar el suelo de linóleo y, al girarse hacia el sonido, vio la alta figura del Doctor Braun, vestido con uno de los pijamas quirúrgicos, azul, y una larga bata blanca.
—Llegas pronto. —dijo, dando la espalda a Valerie para abrir la puerta de la consulta 395.
—Todo lo que hago parece ser un problema. —contestó entre dientes ella.
Levi soltó una risa ahogada. —Sí, lo es. —se giró levemente para, como de costumbre, mirar a la joven profesora de reojo y por encima del hombro. —¿No has traído bata?
—¿Por qué debería?
—Porque esto es un hospital, no un circo.
—Mmh, se parecen bastante. —y más aún teniendo a payasos como tú.
El médico hizo una seña para que Valerie se levantara de su asiento. Ella obedeció y, sin decir nada, acompañó a Levi al interior de su consulta. Estaba oscura, con las luces apagadas; la única fuente de luz era la pantalla del ordenador y el parpadeo de algún monitor que Valerie supuso que era parte de una máquina específica de cardiología. El Doctor encendió las luces, se quitó el fonendo que llevaba al cuello, lo dejó en el escritorio y acto seguido abrió un estrecho armario. Sacó una bata blanca y se la lanzó a Valerie, que la cazó al vuelo. Levi señaló una puerta contigua.
—Pasa por ahí a la 396. El primer paciente estará al caer.
Valerie volvió a acatar las órdenes de Levi, que se sentó en la silla con ruedas situada detrás del escritorio.
—Deja la puerta abierta. —demandó.
—¿Crees que no soy capaz de hacer mi trabajo? —preguntó ella, girándose hacia Levi. Acompañó sus palabras con una sonrisa algo irónica. —Guau, Braun, no sabía que también eras experto en Psicología.
Levi se encogió de hombros. —Si de verdad estuvieras segura de cómo haces tu trabajo, no te importaría tener la puerta abierta.
—Créeme, no lo hago por mí. Hay una cosa que se llama relación de confianza entre el paciente y el profesional, no sé si lo has escuchado alguna vez. Quizá, el paciente no quiere que un médico escuche lo que va a decir, pero sí una persona que muestra un mínimo de empatía. —contraatacó. Valerie señaló el interior de la consulta que le habían asignado. —Así que, si me permites, voy a cerrar la puerta.
—A lo mejor es que te pongo nerviosa.
Valerie soltó una carcajada. Agarró el picaporte. —¡Ja! A lo mejor es que no puedes soportar perderme de vista, Doctor. —dijo justo antes de cerrar la puerta, tal y como había prometido.
ººººº
Después de casi dos horas, Valerie había recopilado suficiente información para el proyecto. Con un suspiro, guardó un par de documentos en una memoria externa y apagó su ordenador portátil. Se levantó del asiento y, después de guardar sus cosas en el bolso, agarró la bata que Braun le había prestado. A Valerie nunca le había gustado trabajar con bata; le daba la sensación de que era una forma de aumentar brecha paciente-terapeuta. Las batas blancas eran un elemento distintivo, para algunos sinónimo de poder -como era el caso de la mayoría de médicos de Harvard-, pero para Valerie no eran más que un estorbo. Para colmo, algunos de sus pacientes mostraban signos del famoso signo de la bata blanca... y eso falseaba muchos resultados.
Apagó las luces de la consulta y se dispuso a abandonarla por la puerta lateral, pero se detuvo. Podía escuchar gritos procedentes del pasillo. Y la única voz cantante era familiar. Valerie resopló.
—Otra vez ese imbécil...
Con aire inocente, como si no supiera que estaba pasando, Valerie salió al pasillo, bata en mano. Esperaba que su presencia llamara la atención del Doctor Braun, claramente enfadado, señalando con el índice a otro joven de cabello oscuro y barba de unos cuantos días, vestido con otro de los pijamas quirúrgicos. Fue el de menor estatura quien se giró hacia Valerie, que alzó la bata.
—Quería... devolvértela. —dijo, con voz suave.
El rubio chasqueó la lengua. Se acercó a Valerie y le arrebató de mala gana la bata. Antes de volver a la consulta 395, Levi se giró hacia el otro joven, bastante cabizbajo, y le lanzó una última advertencia: —Vuelve a cagarla y no vuelves a pisar un hospital.
—Eh, Braun, sobre el proyec-
Un portazo calló a Valerie, que se quedó, literalmente, con la palabra en la boca. Resignada, se dio la vuelta, dispuesta a marcharse por fin del hospital, pero el chico de pelo oscuro llamó su atención. No parecía del todo contento. Valerie se acercó a él, despacio, tanteando el terreno. Se fijó en el cordón verde del portatarjetas del joven; en letras blancas, se leía 'médico residente'. No llegó a leer el nombre y apellidos plasmados en la identificación.
—¿Todo bien? —preguntó Valerie. Cruzó una mirada con el chico. En sus ojos verdes distinguió una chispa de rabia. —No sé qué te ha dicho el Doctor, pero no merece la pena molestarse por ello. —extendió su mano hacia el chico al ver que estaba algo extrañado, preguntándose quién narices le estaba hablando y por qué. —Valerie Berkowitz. Soy profesora de Psicología en Harvard... y compañera del Doctor.
Algo reticente, el chico estrechó la mano de la psicóloga. —Zach. Irvine. —se presentó.
—Imagino que eres su residente, ¿no?
—Uno de ellos.
Valerie hizo una mueca. —Mmh, tiene que ser duro. ¿Es tu primer año?
—Sí. —respondió el joven con un suspiro hastiado. —Por desgracia.
—Más bien por gracia; los residentes de tercer año están mucho peor. —comentó Valerie, en un intento de quitarle algo de hierro al asunto. El tal Zach sonrió levemente. —Oh, por cierto. No conozco muy bien el hospital, así que... no sé si te importaría mostrarme la salida.
El residente asintió y, con un leve gesto, dio a entender que acompañaría a Valerie hasta el hall principal del hospital. Objetivo cumplido, pensó ella. Solo necesitaba un par de minutos para convencer a aquel pobre chico de que tener al profesor Braun como referencia en el hospital era la peor idea del universo y que, si lo deseaba, podía incluso interponer una denuncia. Valerie había distinguido la frustración en los ojos de Zach, pero también había visto algunos destellos de rabia. De ira. Y eso era suficiente para tomar decisiones arriesgadas.
Valerie comenzó a hablar mientras seguía al chico por los pasillos vacíos del hospital, vagamente iluminados. —A pesar de todo, ¿cómo está yendo tu primer año de residencia?
—Apenas llevo un mes y ya quiero dejarlo. —confesó Zach, un par de pasos por delante de Valerie, que se fijó por primera vez en el pequeño moño que recogía el cabello del chico. —No sé si esto es para mí.
—¡Claro que lo es! —el problema es ese gilipollas de Braun, quiso añadir. —Todos los inicios son difíciles. Aunque parezca que no tienes vocación, créeme, sigue ahí. Llegará algún paciente o vivirás alguna situación que te haga decir 'esto es por lo que quiero ser médico'. ¡Estoy segura!
Zach soltó una risilla amarga. —Sí, bueno, ese momento llegará el día que el Doctor me deje hacer algo que no sea mirar.
—Oh. —Valerie sonrió al ver que el residente empezaba a soltarse. La ira, muchas veces, hacía que bajaras la guardia. Y eso era lo que le estaba pasando a Zach: estaba tan furioso que necesitaba desahogarse, fuera con quien fuese, lo antes posible. Valerie solo había aprovechado la oportunidad. —Tiene que ser frustrante. Imagino que es como volver a las prácticas de los primeros años de carrera, ¿no?
—Sí. Y es un asco. Además, no deja de gritarme. Lo hago todo mal, al parecer. Si respiro, mal. Si no respiro, también mal.
—Sé lo que se siente. —comentó la psicóloga. —Pero no te preocupes, seguro que dentro de poco dejará que vayas haciendo más cosas.
Valerie sabía que era mentira; el Doctor Braun prefería acaparar todas las tareas antes de que las realizara un residente -todo lo contrario al resto de médicos, que estaban deseando tener a estudiantes cerca para poder aligerar su carga de trabajo-. Zach, aparentemente, también sabía que no era del todo verdad: —Ya, bueno. Mis compañeros de tercer año siguen sin poder entrar a quirófano. ¿Crees que voy a poder decirle hola a los pacientes? ¿En serio?
—No conozco muy bien al Doctor fuera de la universidad... No sabía que era tan estricto aquí también. ¿Por qué elegiste su servicio?
—Porque todo el mundo dice que el Doctor Braun forma a los mejores cardiólogos. —respondió, tajante. —Aunque no sé cómo.
Mediante el abuso emocional. —Cuando lo descubras, dímelo. La verdad es que yo tampoco tengo ni idea.
Los pasillos fueron poco a poco llenándose de gente. Valerie supuso que estaban cerca de la salida cuando Zach se paró en seco y señaló un corredor bastante amplio. —Por allí.
Valerie le agradeció la ayuda con una sonrisa. —Gracias. —y le detuvo antes de que se diera la vuelta para volver por el camino que habían recorrido. —Ah, Zach. Como residente, tienes una serie de derechos que el hospital debe cumplir.
El chico juntó las cejas, intrigado por las palabras de la psicóloga. —¿Cómo?
—Existe una carta de derechos de los médicos residentes, donde figura que puedes cambiar de referente o servicio bajo ciertas circunstancias... Incluso tienes derecho a denunciar a quien creas que es necesario.
—No lo sabía.
—Claro, porque a ningún médico le conviene contároslo, y más aún cuando se piensan que son dioses. Siendo sincera, el Doctor Braun me parece la persona más antipedagógica que existe. Si te sientes ninguneado por él, tienes derecho a tomar medidas. —Valerie buscó una tarjeta de contacto en su bolso. Encontró una en un bolsillo interior. Se la tendió a Zach, que la leyó. —Si necesitas resolver alguna duda, no dudes en contactarme. Nadie tiene por qué tratarte mal. Y mucho menos un sanitario.
Zach asintió levemente, dando la razón a Valerie. Guardó la tarjeta en el bolsillo superior de la chaqueta de su pijama. —Lo tendré en cuenta. Gracias.
—¡De nada!
Valerie decidió, al ver cómo volvía hacia los pasillos oscuros, que Zach Irvine sería su caballo de Troya.
ººººº
Dos alumnos se encontraban de pie ante la penetrante mirada de Levi. Más que penetrante, desgarradora, como si se tratara de una de las sierras que utilizaban en los quirófanos de traumatología. El doctor llevaba unos cuantos segundos en silencio, mirando a los dos estudiantes, con el codo sobre el escritorio y la barbilla hundida en el hueco entre su pulgar e índice. El silencio era más que incómodo; era insoportable, angustioso.
Levi tomó aire antes de hablar. Se inclinó ligeramente hacia delante para apoyar ambos codos en la mesa. —Hoy casi la cagáis, ¿eh? Habéis metido la pata hasta el fondo. ¿Algo que decir?
Una de las estudiantes intentó defenderse. —No estaba segura de- no sabía cómo proceder, y-
—¿¡Entonces por qué no lo dices y dejas que lo haga otra persona!? —gritó Levi. —Ah, vale, ¡vamos a seguir para ver si me choco con la pared de la arteria para reventarla!
La pobre chica estaba al borde de las lágrimas. —Pero era una evaluación y, si no lo hacía, me suspendería...
Braun soltó una carcajada. —Pues enhorabuena, ahora sí que has suspendido. —y sin pensárselo, dibujó un cero en una de las hojas de los protocolos quirúrgicos de los estudiantes y se lo tendió a la joven, arrugándolo en el proceso. — ¿Y tú, Miller? ¿Algo que añadir?
El otro estudiante, un chico de unos veintidós años y de envergadura considerable, casi igual de alto que el Doctor, negó enérgicamente con la cabeza. —Que debería suspender también. Me lo merezco.
Levi enarcó una ceja. —¿Porque he suspendido también a McAddams o porque sabes que la has cagado?
Dwihgt Miller era uno de los pocos alumnos que se habían apuntado a todas las clases del Doctor Braun, desde las más básicas hasta las más específicas, y eso que aún era un alumno de tercero. Más que estar convencido de especializarse en cardiología, parecía idolatrar a Levi. Siempre se sentaba en primera fila, siempre entregaba los trabajos rápido y siempre se ofrecía voluntario para las prácticas y talleres de suturas. Él siempre estaba ahí. Levi admiraba su dedicación... por el simple hecho de que no sabía que Miller le veneraba como si fuera un dios.
—Porque lo importante es salvar vidas, señor, y yo no lo he hecho.
El cardiólogo ahogó una nueva carcajada y agachó la cabeza para rellenar rápidamente la hoja que tenía sobre el escritorio. Plantó un cero y se la tendió a Miller. —Bien. Marchaos.
La estudiante murmuró un tembloroso 'adiós' y el chico, a pesar de la orden, continuó delante de Levi. —Señor.
—Es la hora de comer, Miller. Márchate. —insistió el médico, levantándose de su asiento.
—Trabajaré más duro a partir de ahora.
Braun no supo qué decir. —Tengo que cerrar el despacho.
Y al fin, el estudiante se marchó de allí, no sin antes dar las gracias a Levi por 'suspender su práctica para escarmentarle'. Mientras el rubio guardaba su teléfono móvil en uno de los bolsillos de su bata, la puerta del despacho volvió a abrirse, dejando paso a un hombre de figura delgada, tez olivácea y un brillante peinado cargado de gomina. Vestía con una camisa rosa, pantalones negros y, cómo no, con una bata blanca.
—Dios, qué raro es ese chaval. —comentó el Doctor Rashad. —¿No te lo parece?
Levi se encogió de hombros. —Al menos estudia. ¿Qué quieres?
—Bueno, bueno, esos humos, Leviatán. Lo único que quiero es comer con mi amigo. ¿Hoy también muerdes? ¿Has tenido uno de esos días de mierda?
Comparado con los anteriores, aquel día no estaba siendo tan malo, así que Levi supuso que no iba a pasar nada si iba a comer a la sala de profesores. Su idea inicial era comprar algo en la máquina expendedora de la planta baja y volver al despacho, pero Rashad parecía tener mejores planes. Levi cogió las llaves del despacho y se marchó con el neurólogo después de cerrar la puerta.
Como de costumbre, Levi guardó silencio mientras su compañero le contaba sus pericias en el hospital y sus anécdotas con sus alumnos que, a pesar de ser los mismos que los de Levi, parecían mucho más estudiosos y simpáticos.
Caminaron hacia los ascensores. El Doctor Rashad siempre se quejaba de una vieja lesión en la rodilla; era excusa suficiente para nunca utilizar las escaleras. Levi pulsó el botón y se tensó al ver a la persona que estaba dentro.
—¡Berkowitz! —exclamó Rashad, abriendo los brazos y entrando al ascensor con una sonrisa reluciente. —¡Hacía tiempo que no nos veíamos!
Valerie cerró de golpe el cartapacio que contenía los documentos que estaba leyendo. Dejó de apoyarse sobre la pared del ascensor y se irguió al ver a Levi. —¿Bajan?
—Sí, vamos a comer. Venga, Levi, ¡no te quedes ahí parado! —le urgió Rashad, haciendo un gesto bastante exagerado con la mano.
No le quedó otra que entrar al ascensor. Le pareció minúsculo. Se quedó dando la espalda a Valerie, pero tuvo que retroceder un paso para que las puertas pudieran cerrarse del todo. Incómoda, Valerie pegó el cartapacio a su pecho, como si quisiera interponer una barrera entre ella y Levi. Rashad era el único con actitud relajada.
—Oye, ¿cómo va vuestro proyecto? Parece que está bajo secreto de sumario. ¡No nos contáis nada!
—Bien. —respondió Levi, tajante.
—Viento en popa, la verdad. —aseguró Valerie, sonriendo.
—La verdad es que todo el mundo está que no caga con vosotros. Ay, Berkowitz, ¿sabes que en mi clase de neurología ya hay alumnas que se mueren de envidia porque adoran a Levi? Dicen que ojalá poder trabajar con él en un proyecto de investigación...
La única mujer del ascensor se rio. —Eso es porque no le conocen bien.
—Oh, le adoran. ¡Ya sé por qué el ratio de suspensos es tan alto en tus clases, Levi! ¡Distraes a la gente con esos bíceps!
—Cállate. —dijo entre dientes el susodicho.
Las del ascensor puertas se abrieron mientras Rashad se carcajeaba. —Un año, creo que el primero que Levi dio clase, varias alumnas intentaron ganarse un aprobado con técnicas un poco... bueno, ya me entiendes. Y también hubo algún alumno, ¿no, Levi? La cosa es que siempre ha levantado pasiones. Yo también tengo un poco de envidia, porque antes yo era el joven y guapo de la facultad, ¿sabes?
Valerie se dedicó a escuchar al neurólogo con una sonrisa algo incómoda mientras caminaban rumbo a la sala de profesores. El Doctor Braun se adelantó, como si no quisiera oír la voz de su compañero.
—Bueno, Berkowitz, no te creas que todo es así en Harvard. En realidad somos aburridos y unos carcas.
—Ja, ja. —Valerie soltó una carcajada suave y fingida. No hace falta que lo jures...
—Pero, ahora que lo pienso, no vendría mal un poco de drama, ¿no? Algún cotilleo, algún ligue... Seguro que Levi ha sacado buen provecho de los sofás de su despacho contigo.
Valerie fue capaz de mantener su sonrisa porque llevaba muchos años fingiendo amabilidad y cortesía, incluso cuando alguien como el Doctor Rashad insinuaba algo bastante grave. Fingió no haberse enterado. —Solo he estado en el despacho del Doctor dos veces, no entiendo qué quiere decir...
La inocencia, a veces, era una de las mejores bazas. —Oh, venga ya, Berkowitz. No me digas que Braun ha aceptado estar en un proyecto contigo así, sin más. ¡No pasa nada por admitir que-
—Sí, Braun ha aceptado el proyecto porque lo han propuesto desde el decanato. No hay más. —cortó Valerie, abandonando el tono amable. —Es asqueroso y bastante rastrero que insinúe que he tenido que hacer algún tipo de favor sexual para estar aquí. Y sí, estoy en Harvard por mi currículum, no porque le haya dejado las bragas en la mesa al de recursos humanos. Ahórrese el resto de insinuaciones.
Rashad alzó las manos en son de paz.—Uy, perdón, perdón. No era mi intención. Solo bromeaba.
—Su tono dice lo contrario.
Levi se había limitado a observar la situación. No se dio cuenta de lo que ocurría hasta que el Doctor Rashad dijo: —Entonces, ¿no estáis liados?
—¿¡Esto es una cámara oculta!?
—¿Por qué deberíamos estarlo? —preguntó el rubio, extrañado y empezando a enfadarse cada vez más. Estaba teniendo un día relativamente bueno, pero Rashad había sido el dardo envenenado que lo arruinó.
—¿Porque dos más dos son cuatro? —replicó el de cabello negro. —Sois jóvenes, guapos, en la flor de la vida y seguramente habéis hecho match en Tinder durante el verano. ¿Qué más explicaciones queréis?
Valerie miró al techo un instante antes de marcharse pasillo abajo dando largas zancadas. No quiso discutir y ganarse un despido; el neurólogo también era un Doctor de renombre... a pesar de ser un auténtico idiota.
Levi estaba dispuesto a pegar un buen puñetazo a Rashad. No sabía qué le había ofendido más: que le emparejara con Valerie en un tono de lo más jocoso o que ella se enfadara más que él. Chasqueó la lengua y decidió que golpear a su compañero era una forma bastante absurda de ser sancionado.
Por primera vez, la profesora Berkowitz y el Doctor Braun se pusieron de acuerdo en algo: no merecía la pena seguir discutiendo. Levi se marchó de la escena segundos después de que lo hiciera Valerie.
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no he revisado el capitulo, asique siento erratas y todas esas cosas jiji
no me cansaré de agradeceros el feedback que estáis dando a esta historia <333 osqm
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