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setenta y dos

Era la primera vez que Levi se despertaba entre sábanas ajenas con la sensación de estar cómodo y descansado. La luz cálida de la mañana se colaba a través de las cortinas, vaporosas y demasiado frágiles como para estar en su propio apartamento; con los gatos, aquellas cortinas de gasa no habrían durado ni dos días. Los rayos de sol, blanquecinos en lugar de anaranjados, fueron la respuesta a la pregunta que rondaba en su cabeza: ¿qué hora era? Tarde. Quizá las once de la mañana. Puede que incluso las doce.

En su cuerpo permanecía la sensación de tener a Valerie cerca, pero al estirar los brazos se dio cuenta de que no estaba allí. Levi se incorporó despacio, dejando que las sábanas cayeran a su regazo. Se frotó la cara y se pasó las manos por el pelo. Había dormido como un auténtico tronco, sin preocuparse por oír la alarma o el buscapersonas, pero, conforme pasaba el tiempo, empezaba a sentirse algo nervioso. Ese sentimiento acogedor y entrañable de estar en una cama mullida después de haberte dormido a las seis de la mañana con la chica que te gustaba acurrucada junto a ti empezó a disiparse. El tener que enfrentarse a Valerie después de aquella noche le resultaba aterrador... pero inevitable.

Armándose de valor y aprovechando que la luz del mediodía bañaba la habitación de la psicóloga, buscó sus bóxers y su pantalón. Estaban en el desgastado parqué, tirados sin ningún tipo de cuidado. No tuvo la misma suerte con su camisa; no estaba en la habitación, así que no le quedó otra que salir con el torso desnudo.

Al empujar la puerta que Valerie había entrecerrado, le llegó un suave olor a café y vainilla. Pudo oír el chisporroteo de algo cocinándose en una sartén. Conducido por el aroma, llegó a la cocina, donde una Valerie con la melena despeinada parecía cumplir su promesa de hacer el desayuno. Llevaba un camisón de satén y encaje azul oscuro que parecía haberse guardado para la ocasión. Levi sospechaba que Valerie, en realidad, dormía con camisetas viejas.

—No hace falta que saques tus mejores galas para impresionarme. —le dijo. —Y más aún cuando estás friendo beicon.

Valerie estaba pendiente de la sartén, así que, a pesar de estar sorprendida por su voz grave y ronca, no se giró hacia Levi. Se miró el camisón y esbozó una sonrisa, avergonzada. —Lo compré en rebajas y no sabía cuándo ponérmelo. No suelo dormir con esto.

Bingo. Al final, Levi iba a conocer a la verdadera Valerie mejor de lo que había supuesto. La de cabello negro escuchó el tintineo del cinturón del médico, y no fue hasta entonces cuando se volvió hacia él. La escena era, cuanto menos, fascinante: simplemente se estaba abrochando el cinturón, pero había algo en Levi que gritaba encanto. Cualquier mujer heterosexual y seguro que más de un hombre gay coincidirían con que un tipo de uno noventa recién despierto, con los pectorales al aire, con la goma de sus bóxers rodeando su cadera y ese aura despreocupada era... atractivo, como mínimo. Valerie agachó la cabeza cuando cruzó una mirada con él, abrumada.

—¿Has dormido bien? —le preguntó, intentando desviar su propia atención de la presencia de Levi y de cómo le hizo sentir aquella noche.

El rubio paseó por la cocina sin intención de incomodar a la inquilina de la casa, pero hubo algo que le llamó la atención. En la encimera, algo escondidas bajo una de las alacenas, en una esquina oscura, vio un par de cartas. Frunció el ceño y tomó uno de los sobres. El sello institucional del dorso le hizo juntar las cejas aún más.

—¿Stanford?

Valerie tragó saliva. Se limitó a asentir. Levi solo hizo una mueca, puede que disgustado, puede que todo lo contrario, y tomó asiento en una de las sillas de madera que empequeñecían el espacio. Cuando Valerie se giró hacia él, le encontró hundido en el asiento, con la mirada clavada en los azulejos del suelo y con aire algo turbado.

—Tenemos que hablar.

No eran unas palabras agradables; su peso siempre era mayor que del que cualquier persona podía aguantar. Levi agradeció en silencio que hubiera sido ella, como de costumbre, quien diera el primer paso. Sí, debían hablar. Debían atar los cabos que habían dejado sueltos. Debían resolver las cosas como los adultos que eran, aunque el noventa por ciento de los adultos no solucionan nada con la simple comunicación. Vio cómo Valerie, apoyada en la encimera y con las manos sobre el mármol, tomaba aire por la boca. Suspiró. 

—Tenemos que hablar de muchas cosas. —repitió, como si necesitara un tiempo para ordenar sus prioridades. 

—¿Planeas irte? —se adelantó Levi, preguntando desde la más genuina curiosidad a pesar de que su tono sonara igual de monótono que siempre. 

Valerie ladeó la cabeza. Se preguntó si ese Levi, con mirada suplicante de cachorrito, era el mismo que a) había enviado una carta de recomendación a todas las universidades del planeta por puro despecho, y b) el que le había dejado con agujetas y marcas por todo el cuerpo porque había resultado tener el aguante de un corredor de maratones. 

—Aún está en el aire, —contestó Valerie al fin. —pero la oferta es buena y las condiciones son bastante mejores que las de Harvard. Durante los dos primeros años me darían un extra para pagar el alquiler, o ellos mismos me cederían un apartamento cerca del campus.

—Y no habrá médicos que estén ahí para odiarte. —comentó Levi. A pesar de sonar sarcástico, lo decía en serio. 

—Ya, ni el decano me hará firmar un contrato a mitad de curso para trabajar doce horas en lugar de ocho. La verdad es que la oferta es muy prometedora... y han insistido bastante. —confesó. —Si en Harvard la desesperación por tenerme es tanta, lanzarán una contraoferta. Solo estoy esperando a ver cuál de las dos opciones es mejor.

Levi miró a Valerie con seriedad. —No lo harán. No habrá una oferta mejor que la de Stanford. 

La psicóloga alzó una ceja. —¿Por qué lo sabes?

De todas las explicaciones posibles, Valerie no calculó la que le dio Levi: —Porque yo discutí las condiciones del contrato con recursos humanos. Les dije que, si te contrataban, debía ser de la mejor forma posible, que en Harvard te pagaban muy bien. —se encogió de hombros como si hubiera hecho la cosa más lógica del planeta— Así que, sí, dudo que Harris suplique para que te quedes. 

A Valerie le dio un pequeño vuelco el corazón. Se cruzó de brazos como si quisiera protegerse de la mirada curiosa y fija mirada de Levi, clavada en ella como si fuera una flecha. Sonrió con una pizca de tristeza. —Sí tenías ganas de que me fuera, ¿eh?

Sin pensárselo, Levi asintió. —Sí, y sigo pensando que estás mejor lejos de Harvard. 

—¿Eh?

—No te valoran, Valerie. —su voz sonó algo queda, susurrada, como si le diera miedo decir una verdad más que evidente. —Al menos no en Medicina. Sabes de sobra que la mayoría de los que están allí detesta que alguien como tú se meta en sus asuntos. Odian que te inmiscuyas en su disciplina. Sé que fue el Decanato quien elaboró el nuevo plan de estudios y que tú no tienes nada que ver, pero... Si no soy yo, habrá otro que te hará la vida imposible.

Valerie agachó la cabeza. Escuchar de la boca de Levi algo que ella sabía desde que puso un pie en Harvard le hizo ver las cosas de otra manera y comprendió, gracias al tono suave del rubio, que la estaba protegiendo. Que, en el fondo, incluso desde el más puro y desgarrador desengaño, había querido lo mejor para ella. 

—Agradezco que hagas esto por mí, —le miró con actitud algo reprensiva, echándole la bronca por su inesperado paternalismo—pero no hace falta que me salves de las garras de la malvada Facultad de Medicina.

Levi alzó ambas manos en son de paz. —Sé que eres capaz de sobrevivir en Harvard, me lo has demostrado; pero...

—Pero a qué precio, ¿no? —añadió ella con una risilla, como si hubiera podido leer la mente de Levi. Él respondió con una mueca. 

—Eres mayorcita. Tú sabes mejor que nadie qué hacer. Tu malvada cabecita —se dio con el índice en la sien— calculará los pros y los contras y armará un plan con la precisión de un mando militar.

Valerie exageró un puchero e imitó el baby talk de algunas madres. —Oh, ¿oigo rencor en tu voz...? Mi pobrecito Levi, oh...¿Todavía tienes pupa? —El médico agitó la cabeza. Valerie se fijó en cómo sonreía, así que supuso que aquel rencor que se atisbaba en su voz era más bien fingido. —Aún tengo tiempo para decidir qué hacer. De momento, solo puedo esperar la contraoferta. Y, entretanto, planeo quedarme aquí. No me he olvidado de las cervezas que nos prometimos, así que... 

La mirada del cardiólogo cambió un instante. Su rostro se ensombreció después de escuchar las palabras de Valerie y ella supo que había algo que estaba nublando su mente: alguna decisión ya tomada, un discurso de ''es que no planeo quedarme contigo'', algo que le hiciera daño y el corazón añicos. Un haz de preocupación y desconfianza iluminó a Valerie. Quizá había bajado demasiado la guardia. O quizá solo se estaba poniendo en lo peor. Lo que había presenciado la noche anterior no era una máscara, se repitió; que Levi hubiera sido capaz de actuar mientras se deshacían en caricias o mientras Valerie le devolvía el favor oral en la ducha le parecía... poco probable. Ningún hombre era capaz de fingir un orgasmo. Y puede que tampoco aquellas miradas colmadas de cariño que le dedicaba. A saber.

—Me marcho a Alemania. 

Con su franqueza casi ofensiva, sin preámbulos, Levi soltó algo que Valerie no se había temido. 

La joven psicóloga solo pudo estremecerse, abrazándose un poco más fuerte. —¿A trabajar o a... visitar a tu familia?

—Ambas. Mi madre está en crisis. Mi padre necesita un relevo en su consulta porque nadie ha querido hacerse cargo. —le confesó. —Las cosas andan un poco... patas arriba. Mi padre me llama una vez a la semana, y eso es demasiado para ser alemán. 

Valerie rio con suavidad con su último comentario. —Realmente te necesitan. 

Levi se encogió de hombros. —Ya. He pedido una excedencia, pero si vas a quedarte en Boston, puedo anularla y volar a Múnich-

—No. —la de cabello azabache le interrumpió. Alzó el índice y se acercó a él, dando un par de pasos inseguros. Aún abrazándose la cintura con un brazo, le dijo: —No, Levi. Escúchame: no soy quien para atarte a esta ciudad. Tu familia es más importante. Si ya has hecho todo el papeleo para poder ir hasta allí, ve. No te quedes aquí por mí. Te necesitan.

No supo si era el miedo al compromiso lo que estaba hablando por ella, pero le pareció lógico decir aquello. Saltaba a la legua que Levi era hijo único -lo había sabido desde hace meses-, y también era evidente que sus padres le necesitaban. Valerie sabía que era una persona familiar. Que sufriría si sus padres también lo hacían. Y puede que fuera por el miedo que tenía a que jamás volviera a confiar en ella, pero Valerie consideraba que, en realidad, no era tan importante para Levi, que en su pirámide de necesidades se encontraba lejos y en un segundo plano.

El rubio frunció el ceño, desorientado. —Sé que insinúas algo. 

—¡No insinúo nada! Simplemente estoy siendo sincera contigo, Levi. Puede que en Alemania te esté esperando un futuro mucho más esperanzador que aquí.

Frunció el ceño aún más. Seguía sentado en la silla, pero su presencia comenzaba a ser más pesada y agobiante. —¿Insinúas que no tenemos futu...?

—¡No! —casi gritó Valerie, posando su manos en los hombros del médico con afán de tranquilizarle. —Solo- solo creo que a ti te valorarán más allí, Levi. Aquí- —exhaló— después de todo lo que he hecho, no van a dejar que vuelvas a ser el profesor que eras. Por una parte siento haber manchado tu historial, pero por otra estoy orgullosa de que por fin te dieras cuenta de que no eras más que su títere.

Levi le dedicó una mirada escrutadora que, con el paso de los segundos, se fue suavizando. Se volvió más profunda y tranquila. —Ya.

—Así que, no te preocupes por mí ni por la estúpida gente de Harvard. Ve a Múnich y disfruta de una sanidad en condiciones. —le dijo Valerie, intentando quitarle hierro al asunto con una sonrisa cándida.

Pero sus palabras no parecieron sosegar a Levi. 

—¿Crees que no eres importante para mí...? Lo eres. —bufó. —No quiero que pienses que he tomado esta decisión sin tenerte en cuenta.

Valerie suspiró otra vez. Mentiría si dijera que no estaba conmovida. Solo pudo musitar el nombre del médico mientras él volvía a observarla como si se tratara de una enigmática pieza de mecánica. La de melena negra se alejó para volver cerca de los fogones. Se llevó las manos a la cara. Sabía que un buen polvo no iba a solucionar los problemas que arrastraban y que tampoco iba a evitar los nuevos. 

Aún con las manos tirando de la piel de su cara, Valerie se giró hacia Levi una vez más. —Si tú te vas y yo me quedo, ¿cómo nos veríamos? —le preguntó, con la angustia entrecortando su voz. —Si yo me voy a California, ¿cómo narices aguantaría sin ti?

—Puedo comprarme los vuelos que me dé la gana. Vendría a verte.

—Eres médico. —le recordó. —No tengo ni idea de la legislación sanitaria en Alemania, pero tendrás que hacer guardias. Tendrás que trabajar y- 

—Ven conmigo. 

La idea le pareció romántica, desesperada y, por un instante, buena: huir de la academia estadounidense, vivir con la réplica alemana y con algo más de envergadura del David de Miguel Ángel en un pequeño apartamento, cuidar de los tres gatos, tener un trabajo de profesora de inglés en alguna academia del centro de la ciudad, esperar a Levi a la puerta de la consulta para ir a cenar a algún restaurante con luces tenues, aprender alemán en los ratos muertos para poder impresionar a sus padres... Si se lo hubiera dicho horas antes, cuando estaban enredados en la cama, cuando no podía dejar de sonreír y cuando absolutamente todo le parecía bien si estaba con Levi, habría aceptado.

Pero Valerie agitó la cabeza e hizo gala de su abominable sentido común. —No, Levi. No es tan fácil. —y sentía ser ella quien se lo dijera. —No sabemos si a los tres meses nos vamos a hartar el uno del otro, si surgirá alguna oportunidad diferente...

Levi apartó la mirada de manera brusca, apoyando el codo en la mesa de la cocina y hundiendo la boca en sus nudillos. Se quedó un instante observando el paisaje urbano a través la ventana, pensativo y algo irritado. Valerie esperó pacientemente, en silencio, a que dijera las palabras que flotaban en su cabeza y que estaba intentando organizar.

Por fin, volvió su cabeza hacia Valerie. Ella notó algo de desdén, pero comprendió al instante que solo se trataba de un nerviosismo algo violento. Al igual que Valerie, a Levi le aterraba esa sensación de volver a perderla.

—Entonces, ¿qué cojones quieres?

No tuvo que pensarse la respuesta. —A ti.

El rubio cerró los ojos como si aquellas dos palabras hubieran calado en él como un inesperado jarro de agua en un día de calor asfixiante. Las digirió con calma, casi como si quisiera disfrutarlas, y se quedó en silencio de nuevo. Se había enfrentado a casos éticamente difíciles donde tenía que elegir entre la vida y la muerte de un paciente, pero nunca antes se había topado con algo así: marcharse o quedarse, renunciar a su familia o renunciar a la chica de sus sueños. Tomó aire por la nariz, lo soltó por la boca y se levantó de la silla.

Valerie pensó que se acercaba a ella para tomar su rostro o abrazarla para decirle que todo iba a salir bien. Se equivocó. Levi pasó de largo y retiró una de las sartenes de los fogones. Suspiró con aire resignado mientras le mostraba a Valerie una tira de beicon casi calcinada.

—Se estaba quemando. —soltó, encontrando sin mucho esfuerzo el cubo de basura y lanzando la carne al interior. —¿Ves? Es mejor que te alejes de la cocina. Joder, es que tiene que existir un delito para que pueda denunciarte y así te calquen una orden de alejamiento para todas las cocinas del planeta. 

—¡Pero si había apagado el fuego...!

Levi devolvió la sartén a su lugar. Fue él quien se cruzó de brazos. Estaba cerca de Valerie, a unos cuantos centímetros. Era inevitable sentirse pequeña a su lado, por mucho que la psicóloga fuera considerada una mujer alta, pero la memoria de Valerie estaba ahí para recordarle que Levi no era más que fachada por mucho que él se empeñara en ser un tipo duro. Y si no, que se lo preguntaran cuando suplicaba por un par de caricias más. O cuando intentaba esconder aquellas sonrisas tan tiernas.

—¿Cuál es tu solución para todo esto?

—Fluir. —dijo Valerie, sin más. —Sé que te costará intentar no cuadrar tu futuro inmediato, pero, a veces, dejarse llevar es lo mejor. Y, ahora que te tengo en el bote, me encantaría pasar el tiempo contigo sin tener que preocuparme por qué hacer después. Tampoco quiero que te sientas atado a mí, igual que tú no quieres que sienta una lástima eterna por lo que te hice. Si tienes que marcharte, hazlo. Ya encontraremos alguna forma de vernos. —con ''vernos'' se refería a ''tocarnos, sentirnos''. Con las videollamadas, el verse era lo de menos. Los abrazos, besos y demás contactos físicos necesarios eran el verdadero problema que las nuevas tecnologías no habían conseguido solucionar —Lo mejor es centrarse en el día a día.

—¿Eso se lo dices mucho a tus pacientes?

—Seguro que tú se lo dices también.

—Bueno, es verdad. —Levi frunció los labios mientras asentía. —Tienes razón.

Valerie no pudo evitar sonreírle. —Además, tienes que volver en noviembre para la gala de los premios de excelencia. No podré aguantar sin ti.

—Qué remedio. —resopló el rubio con un tedio de lo más teatral, poniendo los ojos en blanco.—¿Algo más, Valerie? —añadió, sin ironía. Le preguntaba en serio, preocupado, casi servicial. Quería saber si podía hacer algo por ella. Por su relación.

—Sí. Quiero que me pidas perdón.

Levi alzó las cejas, incrédulo. —¿Eh?

—Pensándolo bien, no me has pedido perdón por cómo me trataste las primeras semanas. Independientemente de tus motivos, quiero que me pidas perdón. 

De nuevo, Valerie tenía razón. Había sido un imbécil desde que se conocieron -Levi pensó que la de melena azabache había sido demasiado generosa reduciendo su comportamiento de mierda a solo las primeras semanas- y, si bien ella se había arrepentido de sus actos, él nunca lo había hecho. Al menos, no de forma explícita. Había menospreciado a la psicóloga, había esparcido rumores que no eran ciertos y había estado dispuesto a hacerlo mucho daño solo y exclusivamente por miedo. Porque tenía miedo de que alguien fuera mejor que él. Y Valerie Berkowitz, en muchos aspectos, lo era. Lo había sabido desde el principio: con ver la seguridad con la que se plantó en la Facultad, bastaba. 

La carta de recomendación que había escrito fue una especie de catarsis para él, un documento donde decidió deshacerse en halagos, pero supuso que no era suficiente para Valerie. Le pareció lícito que le pidiera que entonara el mea culpa. Al fin y al cabo, siempre habían querido estar en igualdad de condiciones.

—Lo siento.

El timbre sincero de su voz grave pero suave hizo sonreír a Valerie. Enmarcó el rostro de Levi entre sus manos y buceó unos segundos en su mirada ocre antes de decirle: —Disculpas aceptadas.

Le besó con delicadeza para sellar aquel perdón, como si pudiera perder aquel ''lo siento'' si no besaba sus labios. Para tratarse de un beso efímero y suave, Levi lo sintió con más fuerza que nunca. 

—De todas formas, deja que te demuestre que lo siento. —le pidió. Más que una súplica, parecía una promesa. 

Ella asintió aún sosteniendo el rostro del médico entre sus manos. —Por supuesto.

—De momento, siéntate y deja que lo demuestre con un desayuno en condiciones. No creo que tengas muchas ganas de tomar café aguado y beicon que parece alquitrán.

Valerie le alejó con un empujón, fingiendo estar ofendida. —¡No es café aguado, es americano!

Levi se limitó a soltar una carcajada y a buscar en el frigorífico algo que poder cocinar. Se colocó delante de los fogones -todavía sin camiseta- mientras la psicóloga tomaba asiento y le observaba con una mezcla de deleite -quién no iba a disfrutar de las vistas- y devoción. Cualquiera que la viera haciendo caso a alguien que había odiado casi de forma irracional se asustaría, pero, como decía su padre, solo obedecemos a quienes queremos

Puede que Levi Braun fuera la pieza que completaba el complejo puzle de Valerie Berkowitz, porque, por primera vez en toda su vida, el compromiso y el poder llamar con orgullo ''novio'' a un hombre no le causaban náuseas. Valerie sonrió y pataleó intentando no hacer ruido, aprovechando que Levi estaba ocupado. Se sentía feliz, como una niña el día de Navidad, y algo asombrada, como alguien que había conquistado la cima del Everest después de años preparándose para simplemente llegar al campo base.

—¿Estás bien? —le preguntó él, mirándola de reojo al escuchar cómo se agitaba.

—Mejor que nunca. 



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hola jóvenes!!!! como siempre he escrito esto a una hora a la que NO deberia estar escribiendo (son las 3 am)

Con todo el dolor de mi corazón, os informo de que A matter of heart ha terminado aquí!


gracias por leerme <33




es broma

aún queda una gran incógnita abierta porque QUÉ COJONES ES FLUIR??? VALERIE SÉ CLARA. SÉ CLARA. QUÉ VAS A HACER. TE QUEDAS? TE VAS? TE MARCHAS CON LEVI??? HUHHHHH??

aunque esto no se acaba precisamente aquí, es cierto que le quedan unos dos-tres capítulos :( me da pena soltar esta historia, pero toda historia tiene que tener un final!

aprovecho para preguntaros una cosa: no sé hasta qué punto estaríais dispuestas a leer un extra HOT CALIENTE CALIENTE EH OH caliente caliente OH AH de estos dos bombones. iba a hacer que f0llaran más pero creo que no era importante para la historia en sí, así que... qué pasa si subo un extra? :0

y en otras noticias, nunca se me ocurrió buscar la compatibilidad entre géminis (levi) y capricornio (Valerie). Resulta que según la primera página que he consultado '' sienten una atracción sexual muy potente. Es posible que riñan de vez en cuando, pero resultan intelectualmente muy interesantes; les encanta mantener debates incluso sin sentido. ¿Qué más pueden pedir? Géminis y Capricornio comparten una intensa pasión sexual y mental''

anda!!!! y yo sin pensarlo lol q coincidencia




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