Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

setenta y cuatro

Por primera vez en años, el Doctor Braun se había perdido el inicio del curso académico. No había presenciado el caos de los nuevos alumnos agolpados en el hall, ni los abrazos de aquellos amigos que se veían después de pasar todo el verano en puntas distintas del país, ni los gritos desesperados de los organizadores intentando conducir el rebaño de alumnos hacia el aula magna... No había llegado a tiempo. Algo impropio de un alemán tan puntual como él, pensó. 

Contra todo pronóstico, su excedencia en Múnich le había hecho añorar aquellas primeras semanas del curso, aquellas que siempre pretendía odiar. Llevaba tantos años sin pasar una temporada en su país natal que toda su familia creyó que se quedaría más tiempo, arropado por el cariño de sus padres y la cercanía de una consulta que nada tenía que ver con el ajetreo de un hospital estadounidense. De hecho, él también auguró que sería así, que querría quedarse más tiempo en Múnich, rodeado de su familia, fortaleciendo viejos vínculos y estableciendo nuevos... pero se equivocaron. El corazón de Levi no demandaba tranquilidad y sosiego, sino adrenalina y una pizca de crueldad; esa crueldad tan imperante en un sistema jerárquico como Harvard, donde los fuertes devoraban a los débiles en cuestión de meses. Levi era una pieza clave de aquel sistema, le gustara o no, y, sorprendentemente, se sintió atraído por él. 

En cuanto un médico algo más veterano decidió hacerse cargo de la consulta, el rubio compró un vuelo a Boston e informó mediante correo electrónico que se reanudaban sus clases. Su excedencia apenas llegó a los dos meses, y desde la universidad celebraron por todo lo alto que nada más y nada menos que Braun volvía antes del segundo semestre.

En realidad, lo que extrañaba era aquella sensación de orgullo -puede que de placer- que le inundaba conforme subía los escalones de su querida Facultad. Echaba de menos ver cómo la ilusión se esfumaba del cuerpo de sus alumnos, cómo era sustituida por el cansancio y la desmotivación. Por mucho que hubieran intentado abrirle los ojos, Levi admitía que le resultaba gracioso; sabía de sobra que era cruel, y, quizá, era por eso por lo que no podía dejar de sonreír con vanidad. 

Su bata blanca, distintivo de quién era, ondeaba en el aire al son de sus largas zancadas. Oía, de forma algo amortiguada, el murmullo de sus alumnos charlando en el interior del aula. Borrando la sonrisa que había curvado sus labios y asegurándose de que ningún estudiante llegaba tarde, entró a la clase, un anfiteatro de paredes de madera anaranjada y enormes pizarras negras.

El ruido cesó en cuanto el profesor Braun dejó caer su maletín sobre el atril que presidía el aula. Sacó su ordenador portátil y lo encendió. Mientras se iniciaba el sistema operativo, echó un vistazo a la clase.

Sus ojos ocre escanearon la clase. La mayoría de los alumnos parecían aliviados y preocupados a partes iguales. Pudo ver alguna que otra mueca nerviosa, un par de respiraciones profundas y muchas mandíbulas tensas. Levi dejó que el aire abandonara sus pulmones en una exhalación. Se sentía más cómodo que en aquella consulta de Múnich. Aquel era su lugar, sin duda.

Se humedeció los labios con rapidez y apoyó las manos sobre el extremo del atril.

 —Casi todos sabéis quién soy, pero en caso de que seáis alumnos nuevos, soy el Doctor Braun. Impartiré la asignatura de Patología médico-quirúrgica del aparato cardiovascular.

Sí, era el Doctor Braun, y le conocían incluso los estudiantes que acababan de aterrizar en la Tierra: era ese médico guapo, rubio, joven y alto, con el físico de un deportista de élite; era el médico milagro del Hospital General, aquel que jamás vacilaba y que había encadenado casi un centenar de intervenciones exitosas; era el coautor de un estudio novedoso y, por si fuera poco, seguramente iba a ganar los premios más prestigiosos de la academia; era el profesor más odiado y codiciado a partes iguales de todo Harvard... y no se arrepentía de ello.

La mirada mordaz del profesor volvió a pasearse por la sala, analizando los rostros de sus estudiantes. Más de uno tenía miedo. Abrió una presentación en su ordenador que se proyectó en la enorme pantalla blanca de la sala. 

—Quiero que salgáis de aquí sabiendo qué hacer con un solo análisis. —anunció, como todos los años. —No estáis aquí por diversión. Quiero que prestéis atención. No suelo repetir las cosas dos veces, y menos este año. Vamos fatal de tiempo. 

Dejó que el silencio ayudara a los presentes a digerir sus palabras y abrió la presentación del primer tema. Sin más dilación, comenzó a explicar, hablando con seguridad. En el aula solo se oía su voz grave y el teclear frenético de sus alumnos.

Hacia la mitad del anfiteatro, Levi pudo ver una mano algo tímida alzándose al aire. Se quedó observando a aquella alumna con aire escéptico -puede que con algo de acritud- y se fijó en como algunos de sus compañeros se giraban asustados. ¿A quién se le ocurría hacer una pregunta a Braun, ese profesor inflexible y que repetía mil veces que no respondería a preguntas estúpidas? Encima durante los primeros minutos de su primera clase del curso. ¿Acaso aquella chica estaba loca? Algunos alumnos intentaron convencerla de que bajara la mano, pero no lo consiguieron.

—Profesor, ¿puede repetir lo que ha dicho en la diapositiva anterior?

Levi enarcó las cejas. Fue un gesto suficiente para que algunos de sus alumnos -en especial los que repetían la asignatura por segundo año consecutivo- se dieran cuenta de que algo había cambiado en él. ¿Dónde estaba su sonrisa burlona? ¿Qué había pasado con sus comentarios despectivos?

Seguramente, alguien ahogó una exclamación. Hubo miradas desconcertadas. Se pudo oír un ''¿qué cojones está pasando?''

El Doctor Braun había vuelto a la diapositiva anterior.

—La insuficiencia cardiaca se clasifica según la rapidez de la instauración de los síntomas y según su gravedad. La NYHA la clasifica en cuatro niveles.

La alumna asintió satisfecha al escuchar la explicación y musitó un breve 'gracias'. Levi continuó la lección con la impasibilidad que le caracterizaba, hablando casi con tono robótico, de la forma que sus alumnos conocían tan bien... pero, aun así, no pudo evitar que algunos cuchichearan o que otros escribieran mensajes de texto a sus compañeros. El desconcierto era más que tangible, y Levi decidió ignorarlo hasta que vio que la mayoría de los estudiantes parecían más interesados en encontrar una explicación lógica a su comportamiento antes que prestar atención a la clasificación de las cardiopatías. 

Resignado, tomó aire por la nariz y exhaló. Aquella pausa fue suficiente para que los alumnos volvieran a prestar atención. Estuvo a punto de lanzar el mando del proyector a dos chicas que aún cuchicheaban, pero se contuvo. Optó por utilizar una de las tácticas más infalibles y menos pedagógicas del universo:

—Manual. Página veintiséis. Caso clínico uno. Daros prisa.

Los casos clínicos y amenazar con un examen sorpresa siempre funcionaban. Levi suspiró con algo de alivio mientras veía como los estudiantes buscaban de forma frenética la página que había funcionado. Al menos, les mantendría distraídos por un buen tiempo antes de que volvieran a hablar sobre él. 

*****

Sus alumnos se habían callado durante las clases que impartía, pero el Doctor Braun continuaba siendo la comidilla de toda la Escuela de Medicina; su nombre se oía entre el murmullo de la cafetería, por algún pasillo, en algunas aulas. Todo el mundo se preguntaba porqué: ¿por qué había vuelto Braun si su popularidad había caído, si el Decano parecía haber roto lazos con él y si parecía añorar su país natal más que nadie? ¿Había sido su estancia en Alemania lo que le había hecho cambiar o había decidido ser más amable con el alumnado después de recibir varias quejas?

Levi, con su impoluta bata blanca y un par de carpetas bajo el brazo, se dirigió al pasillo donde se encontraba su despacho. Lo único bueno de iniciar el curso más tarde que el resto de profesores era que el reparto de despachos ya se había realizado, por lo que no tenía que ir a la sala de profesores donde, seguramente, había más de una persona hablando de él y sobre lo absurdo que era dicho reparto, ya que los profesores con plaza fija siempre iban a tener el mismo. 

Antes de subir las escaleras de mármol blanco, oyó cómo un par de compañeros, en la mitad de la escalinata, charlaban con un tono confidencial -a pesar de encontrarse en una zona de paso bastante concurrida por otros profesores-. Levi hizo oídos sordos hasta que escuchó parte de la conversación:

—Dicen que pegó una paliza a Rashad en el hospital. ¿No le deberían echar por eso? Al menos, deberían meterle una buena sanción. Hasta donde sé, sigue ejerciendo.

—Ya no es jefe de residencia, pero, aún así, debe ganar más pasta que en Alemania; por eso ha vuelto.

—¿Tú crees...?

—Anda, claro. Además, su estudio va a ganar los premios de Excelencia. ¿Sabes la cantidad de pasta e inversores que va a atraer eso? Es la gallinita de los huevos de oro de este sitio. 

—Joder, es verdad. Normal que el cabrón tenga para un Maserati.

—He oído que-

Levi se quedó enfrente de los dos hombres, en silencio, esperando con los labios fruncidos a que repararan en él. Cuando uno de los dos se giró hacia el rubio, alzó una ceja. —Es un poco osado hablar de alguien cuyo despacho está a tres escalones. 

—¡Braun...! —tartamudeó uno de los dos señores, un cincuentón que, si pudiera, escondería la cabeza en la tierra, como las avestruces. Rojo por la vergüenza, miró a su compañero para buscar algo de ayuda. —¿Qu-qué tal por Alemania? ¿Todo bi-bien?

Era inútil fingir que no habían visto a un tipo de uno noventa con la envergadura de un atleta profesional. Levi sonrió de forma artificial mientras se abría paso entre los dos hombres que, al parecer, tenían la envidia suficiente como para hablar de él a sus espaldas. 

—Sí, todo bien. ¿Y usted, Brown? —se señaló la frente con el índice— ¿Qué tal por Turquía? No soy dermatólogo, pero ese injerto de pelo no tiene muy buena pinta. Tal vez debería haber optado por un peluquín. Es más seguro.

El tal Brown solo pudo hacer una mueca, como si hubiera recibido una patada y tuviera que disimular el dolor. Levi se despidió de ellos con una ligera reverencia y continuó su camino escaleras arriba, hacia su despacho.

—Pues no ha cambiado tanto como dicen los alumnos. Sigue siendo un imbécil y un chulo. —oyó, a lo lejos, las resentidas palabras de Brown. A Levi le hicieron sofocar una carcajada. 

Mientras buscaba en el bolsillo de su bata las llaves de su enorme despacho, echó un vistazo al final del pasillo: la puerta de la sala que el curso pasado había sido un despacho, volvía a estar pintada del mismo color que las paredes y no tenía ningún cartel colgado; ya no había nadie que ocupara aquel lugar, así que supuso que la sala era, de nuevo, un almacén. 

Acercó la llave a la cerradura del despacho, pero algo le dijo que la puerta ya estaba abierta. Con las llaves tintineando en su mano, Levi giró el picaporte y se topó con el verdadero motivo de su vuelta a Harvard. Con la persona que le había hecho ser un poco menos abusivo con los alumnos. Con ella.

Sentada a contraluz en la mullida silla del escritorio, con sus converse oscuras sobre la mesa y su melena ondulada cayendo sobre sus hombros como si se tratara de olas en lugar de mechones de pelo, jugueteaba con uno de los bolígrafos que Levi guardaba en una taza de cerámica que algún paciente le había regalado. Apenas podía verla, pero Levi sabía que estaba sonriendo con algo de malicia y una pizca de entusiasmo. 

Solo unos pocos sabían que Valerie Berkowitz había sido la razón principal por la que había decidido volver a Boston: sí, el sueldo desorbitado, sus tres gatos, su mejor amiga, un estudio prometedor y el tener una vida prácticamente entera construida en suelo estadounidense eran buenos incentivos, pero que ella hubiera decidido rechazar la oferta de Stanford fue lo que realmente le hizo quedarse en Harvard.

—¿Cómo coño has entrado?

—Tengo mis trucos —se llevó el índice a los labios y guiñó un ojo— y no te los voy a desvelar, Levi.

Era la primera vez en meses que escuchaba su voz en vivo y en directo, aquella voz melodiosa y algo grave. Intentó esconder una sonrisa mientras cerraba la puerta. Se pensó un par de veces cerrarla con llave y, al final, decidió que era lo mejor. 

Valerie le observó desde su asiento, aún con los pies sobre la mesa, deseando poder deshacerse en sus brazos; anhelando, como había hecho durante meses, besar sus labios y sentir cada recoveco de su piel cálida; pero se mantuvo firme. Dio un par de golpecitos en el escritorio con el bolígrafo del que se había apoderado, esperando a que Levi terminara de colgar su bata en un perchero.

—He oído que te han desterrado a Cambrigde. —comentó Levi. —¿Ahora eres la profesora Berkowitz...?

La de cabello negro abrió los brazos con aire triunfal. —Profesora Berkowitz, departamento de Psicología Clínica. —completó.

—Suena mejor que departamento de Psiquiatría, la verdad.

Stanford le ofrecía mejores garantías, pero la esperanza le hizo elegir Harvard. Y no era precisamente la esperanza de recibir mejores condiciones laborales, sino la esperanza de poder tener algo que creía que era imposible. La esperanza que siempre llegaba con algo nuevo, honesto y entrañable. La esperanza de vivir algo junto a nada más y nada menos que Levi Braun, a quien seguía odiando por ser tan dolorosamente guapo y alemán. Valerie había conseguido dejar atrás ese miedo al compromiso y decidió que, de estar atada, debía estarlo en un lugar donde estuviera cómoda.

Y ese lugar era Boston, junto a él.

Había negociado un contrato con la Escuela de Medicina, pero, tal y como Levi auguró, no la querían allí. Era rebelde, inconformista, una pieza que no pertenecía a la complicada y vieja maquinaria de aquella Facultad y la chispa que había hecho que todo saltara por los aires... Y a pesar de aquello, tampoco podían prescindir de ella como si nada; seguía siendo coautora de un estudio puntero y, por mucho que fastidiara al núcleo duro de la Escuela, Berkowitz debía seguir allí. De hecho, fue ella quien, con su labia, convenció a varios inversores para que financiaran posteriores estudios. Braun no habría sido capaz de hacer algo así.

En resumidas cuentas, no les quedaba otra que mantener a Valerie ligada a la Escuela de Medicina, y ella supo muy bien aprovechar esa baza. Algunos lo llamarían extorsión, otros simplemente ser una chica muy lista y con buenos contactos. Después de un par de llamadas y de su estancia en Stanford, donde dio un par de charlas sobre neurociencia, Harvard preparó un contrato que Valerie decidió firmar. Las condiciones eran muy simples: continuaría con el proyecto y dando clases optativas, pero formaría parte de la Facultad de Psicología. Básicamente, su despacho estaría a veinte minutos en coche del de Levi. Le pareció más que razonable.

Levi dejó caer las carpetas que llevaba consigo en el escritorio y se quedó enfrente de Valerie, esperando a que ejecutara su primer movimiento. Ella bajó los pies de la mesa, se levantó y se deslizó hasta donde se encontraba el médico. Se apoyó en el escritorio. Ladeó la cabeza para poder mirarle a los ojos.

—¿No se supone que deberías estar en Cambrigde, Valerie? —preguntó él, acercándose a ella. El corazón le latía rápido por culpa de la expectación. Tuvo que colocar las manos sobre el escritorio para evitar ser brusco con la psicóloga. Distinguió en su mirada verde la ambición y observó con tiento su sonrisa perversa.

Los labios de Valerie se curvaron algo más cuando, por fin, pudo agarrar con aire juguetón la tela de la sudadera negra que llevaba Levi. Posó sus manos en el firme abdomen del médico, la barbilla en su pecho y le dedicó un puchero.

—¿Tan pocas ganas tienes de verme...? —le preguntó mientras bajaba sus manos hasta las caderas del rubio. —Pensé que me echabas de menos.

Levi se inclinó hacia ella. Asió el rostro de Valerie con ambas manos, colocando los pulgares detrás de sus orejas. Obligó a la psicóloga a mirarle fijamente a los ojos y acercó su cara a la de Valerie hasta que sus narices se rozaron. Se moría de ganas por besarla, pero tuvo que contenerse -una vez más-. Valerie tampoco se quedaba atrás.

—Te conozco de sobra. 

Y ella volvió a sonreír. —Este año hay elecciones a Decano. 

El cardiólogo soltó una carcajada suave, tranquila, casi tierna. Se tomó la licencia de acariciar la mandíbula de Valerie con el pulgar, sintiendo su piel cálida y algo ruborizada. —¿Qué insinúas?

Valerie colocó su mano sobre la de Levi. —No eres el candidato perfecto para el cargo, Levi. Siento machacar tu ego.

—Auch. —dramatizó él.

—Pero podríamos encargarnos de que nuestro candidato llegue lejos.

Levi volvió a reír. —¿Estás segura de que no has elegido mal tu carrera? ¿No estarías más cómoda en la política...?

—Quiero seguir cambiando este sitio. Contigo. 

—Ah, así que, ¿has vuelto solo por la adrenalina de estar a punto de ser despedida? Pensaba que habías vuelto por mí.

Valerie le golpeó en el abdomen y, o bien pilló a Levi demasiado relajado, o bien fue demasiado fuerte, porque él se retiró de golpe para cubrirse la tripa con un brazo entre carcajadas.

—¡Oye! —era una de las primeras veces que la escuchaba tan ofendida. —¡Claro que he vuelto por ti! 

—Me alegra oírlo. 

—Entonces, ¿qué opinas? Creo que Haggins sería buena opción, porque fue de los pocos que no defendió a-

—Valerie, por favor, ¡cállate!

—No, ¡escucha! Si hacemos que Haggins sea uno de los favoritos, podemos-

No le quedó otra que aceptar el beso que Levi había estado guardando para ella casi desde que la conoció. Un beso dulce, lleno de cariño, infinitamente cálido; un beso que le había aterrado durante casi un año y que, por fin, se atrevió a dar. Un beso que Valerie jamás olvidaría, un beso que disfrutó como si fuera el primero que le habían plantado.

Un beso que le hizo comprender que quedarse en Harvard había sido, en realidad, una cuestión de corazón, no de razón. 


********

A matter of heart 

febrero 2022 - noviembre 2023







Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro