sesenta y uno
Preocupada, intranquila, moviéndose de un lado a otro y jugueteando con su teléfono entre las manos, Valerie recorría el despacho del Doctor Braun. Ni siquiera había encendido las luces; la única fuente de luz era el tenue resplandor que se colaba por el ventanal, y la única fuente de ruido eran sus tacones y sus propios pensamientos. Hacía tiempo que no se sentía tan ansiosa. Su mente funcionaba de una forma caótica, saltando de un pensamiento a otro, y no era capaz de buscar una solución a todos los ''y si...'' que se agolpaban en su cabeza.
Se le llegó a cortar la respiración cuando oyó cómo alguien giraba el picaporte de la puerta. No caminó hacia ella. Expectante, sujetando su teléfono con fuerza, se giró para ver de quién se trataba.
Suspiró con cierto alivio al ver que era Levi, solo, con aspecto cansado y la chaqueta del traje en la mano. Cerró la puerta y lanzó, casi sin mirar y sin cuidado, la americana al sofá del despacho.
Valerie dio un par de largas zancadas para acercarse a él, rápido. Observó su rostro y manos en búsqueda de alguna señal de pelea, pero estaba limpio. Impoluto. Tragó saliva y, por fin, fue capaz de hablar: —¿Qué le has dicho?
Era la primera vez que Levi veía a una Valerie tan... asustada. Sus ojos verdes habían perdido esa chispa de malicia, ese brillo de determinación; por primera vez, Berkowitz sí parecía Caperucita. Al fin y al cabo, le había visto las orejas al lobo.
Levi se limitó a encogerse de hombros. —Nada.
La psicóloga se quedó un instante en silencio. Levi, que nunca había hecho gala de ser observador, notó la tensión de sus hombros, la de su mandíbula y la de sus labios. Además de temerosa, estaba preocupada. Su respiración era superficial, rápida, y su mirada intentaba descifrar el rostro del médico casi de forma desesperada. En términos científicos, se podría decir que las variables fisiológicas denotaban un estado de ansiedad bastante alarmante.
La cantidad de pensamientos erráticos estaban nublando la mente a Valerie. Inspiró por la nariz despacio, acortó la distancia entre ella y el Doctor y volvió a insistir. Era incapaz de leer la expresión del rubio, neutra, impasible. —Levi, ¿qué le has dicho?
Él agitó la cabeza e hizo una mueca. —Nada. —repitió.
Sin previo aviso, Valerie agarró a Levi por el cuello de la camisa. Arrugó la tela blanca entre sus puños. Sus ojos grandes y redondos, lejos de reflejar la ira o la rebeldía que la caracterizaban, imploraban una respuesta más elaborada. —Por favor, —rogó, siendo la primera vez que lo hacía, al menos, de forma cien por cien sincera— dime qué ha pasado.
Levi no pareció sorprenderse por el notorio cambio de Valerie. Él la miró con minuciosidad, tal y como había hecho ella. —¿Por qué quieres saberlo?
Las palabras del cayeron sobre Valerie como un jarro de agua fría. ¿Ya sospechaba? ¿Ya no confiaba en ella? ¿Rashad le había convencido? Volvió a tragar saliva y tomó aire para decir algo que nunca llegó. Se bloqueó. Agarró con más fuerza el cuello de la camisa de Levi, y solo pudo decir su nombre en un susurro.
Fue entonces cuando Levi se dio cuenta de la seriedad del asunto, cuando supuso que no debía bromear. Se rio con suavidad -y puede que algo de vergüenza- mientras tomaba las manos de Valerie para que ella dejara de agarrar su camisa.
—Tranquila. —dijo y, también por primera vez, consiguió calmar a Valerie. —Solo le he preguntado un par de cosas. Y no le he pegado. Creo que he controlado mis impulsos para lo que queda de año.
Valerie agachó la cabeza y asintió. Levi aún sostenía sus manos, y la calidez del contacto, que ya le resultaba más que familiar, le hizo sentir que quizá seguía confiando en ella. Algo más aliviada pero aún sin poder hablar con un tono firme, Valerie suspiró. —Bien.
Poco a poco, en cuestión de segundos, Valerie fue volviendo en sí. Recordó su objetivo. Y supuso que iba a necesitar mucho tiempo para sonsacar la verdad a Levi. Volvió a analizarle, empezando por sus manos y terminando por su rostro. Cruzó una mirada con él.
Había una pizca de suspicacia y un destello de crueldad que Valerie llevaba meses sin ver. No era momento para echarse atrás.
—¿No vas a contarme lo que te ha dicho?
Levi sonrió. —¿Para que lo utilices en mi contra? Ya sé que quieres echarme justo después de él.
Valerie soltó una risilla suave, algo irónica. No pudo descifrar con claridad si lo que decía Levi era una broma o se trataba de una certeza. A lo mejor siempre lo había tenido claro. A lo mejor también estaba jugando con ella, dejándose llevar para ver hasta dónde era capaz de llegar la psicóloga. A lo mejor era él quien realmente se estaba aprovechando de ella.
—Me tomaré tu silencio como un sí.
La de melena azabache inclinó suavemente la cabeza. Decidió, por su bien, seguirle el juego a Levi. Porque era una broma, ¿no? —Puede que lo sea.
Él alzó la vista al cielo y también se rio. Dio la espalda a Valerie y caminó despacio hacia el sofá de cuero. —¿Vas a irte a casa? —preguntó, lo suficientemente alto para que Valerie le oyera. Se dejó caer en el asiento, al lado de su chaqueta, se hundió en él y apoyó la cabeza en el respaldo. Se tapó los ojos con la mano, cansado.
—¿Y tú? ¿Planeas quedarte aquí?
Levi sintió el peso de Valerie en el sofá. —No es la primera vez que paso la noche en mi despacho.
Ella esbozó una sonrisa mientras miraba la pantalla de su teléfono. Era de madrugada y no tenía ganas de conducir a esas horas, sola, con los peligros que aquello entrañaba. Con un suspiro, dejó su teléfono en la mesa baja que tenía delante, se quitó los tacones y subió los pies al sofá, acurrucándose. —No tengo ánimo para explicarte lo perjudicial que es eso. —dijo, apoyando el codo en el respaldo y hundiendo la mejilla en el puño de su mano.
—Mejor. No quiero que me sermonees.
De nuevo, una sonrisa. El subidón de adrenalina y cortisol que había tenido antes había dejado a Valerie algo adormecida. El silenció se instauró en el despacho. Levi cerró los ojos. Valerie aprovechó para observarle.
Sus hombros anchos, las arrugas del cuello de su camisa desabrochada, los suaves destellos dorados de su cabello, el rastro de una barba recién afeitada, sus facciones angulosas, alguna que otra peca salpicando el puente de su nariz, sus manos robustas, sus largas piernas estiradas... Valerie se preguntó cómo alguien como él, tan grande, tan fornido, tenía la delicadeza y precisión milimétrica de un colibrí. Si no le conociera, Valerie apostaría medio sueldo a que el Doctor Braun no era médico. Pero como sí lo hacía, no podía evitar sentirse fascinada por esa dualidad.
Él abrió los ojos y giró la cara de golpe. —¿Qué miras?
Valerie enarcó las cejas. —Oh, ¿te pongo nerviosa, Bella Durmiente? —Levi volvió a mirar hacia el techo. Prefirió no responder. Valerie decidió que era un buen momento para molestarle. —Me lo tomaré como un sí... —le imitó. —Aunque no sé de qué te quejas. Has sido tú el que no me ha quitado ojo de encima en toda la noche.
—Nadie te ha quitado el ojo de encima.
—¿Tienes envidia? Quizá debas ponerte falda para la próxima cena.
Levi puso los ojos en blanco. Se cruzó de brazos, signo inconfundible de incomodidad. O de autorestricción. —Quizá tú debas buscarte vestidos menos arriesgados.
La de melena azabache ahogó un grito. —¿Lo dices porque crees que como mujer debo lucir escote para que me hagan el caso que me hacen a ti?
A Valerie le sorprendió oír la risilla que emitió Levi, suave y relajada. Giró la cabeza hacia ella una vez más. —Sabes perfectamente por qué te lo digo.
—Si crees que lo dices por mi bien, para que todos esos viejos verdes no me miren, te equivocas. El problema es suyo, no mío. —masculló Valerie, que fue la que retiró la mirada hacia el ventanal.
El cierre de su collar de plata, los tres lunares en vertical que más que marcas de nacimiento parecían un tatuaje minimalista en su escápula, su melena echada hacia un lado, su cintura marcada por los pliegues del vestido... Levi estaba a dos segundos de lanzarse. A uno y medio, mejor dicho.
La vibración del teléfono de Valerie, sobre la mesa, sorprendió a ambos. Ella se inclinó para ver de qué se trataba. Se levantó del sofá y agarró su móvil. —¿Tienes un cargador...? —preguntó, buscando alguno que estuviera a la vista. —Mi teléfono va a morir...
Con desgana, Levi señaló el escritorio. —En el primer cajón.
Valerie canturreó un ''gracias'' y, descalza, siguió las indicaciones de Levi. Se acercó al escritorio y abrió el cajón. Encontró lo que necesitaba. Se agachó para conectar el cargador en los enchufes que había bajo la mesa. Aunque era sigiloso, no era silencioso del todo, así que pudo escuchar los pasos de Levi acercándose. Cuando se irguió, el rubio estaba apoyado en el escritorio, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Su mirada recorrió todos los centímetros del cuerpo de Valerie, que ladeó la cabeza.
—Aunque no me mires a los ojos, puedes mirarme a la cara. —le recordó, señalándose el rostro.
—No puedo. —confesó Levi.
—¿Por el escot-
Sin previo aviso, Levi colocó sus manos en la cadera de Valerie y rotó su cuerpo. Estaba claro que buscaba algo entre las arrugas de la tela. La psicóloga, extrañada a la par que algo ruborizada, encaró a Levi. Una mirada bastó para obtener una explicación.
—¿Dónde está la cremallera del vestido?
—¿Eh?
—La cremallera. Llevo más de media tarde pensando en la cena, y media cena pensando en quitarte el vestido.
Valerie solo pudo reír, incrédula. A veces, pensaba que Levi había visto demasiadas películas románticas -puede que por influencia de su mejor amiga- y eso, sumado a su atractivo, le hacía irresistible. Se giró para verle. Guio las manos del médico hasta el cierre del vestido, justo al final de su espalda.
—Podrías habérmelo dicho antes. —dijo Valerie, acortando la distancia entre los dos. Apoyó sus brazos en los hombros de Levi. —Estaba deseando marcharme de allí.
Aprovechó que los primeros botones de la camisa de Levi estaban desabrochados para poder sentir su piel cálida. Valerie sonrió al ver en la mirada ocre del médico una chispa de lujuria.
—Entonces, ¿te quedas? —le preguntó, como si no fuera indicio suficiente tener a Valerie prácticamente encima.
—Al menos hasta que me quites el vestido.
Manos a la obra, supuso Levi. Los dos se lanzaron encima del otro sin meditarlo más. Se besaron con fervor, con ansia, como si los dos hubieran estado esperando el momento durante meses. Las manos de Valerie se hundieron rápidamente entre los mechones rubios de Levi; las manos de él asieron con fuerza la cadera de ella, acercándola aún más. El deseo era innegable. Se anhelaban. Y lo más probable es que llevara siendo así desde hace un buen tiempo.
Levi pareció aburrirse pronto de besar los labios de Valerie. Valiéndose de estar casi a la misma altura que ella, retiró su melena oscura y comenzó a besar su cuello. Valerie, con la respiración y el pulso acelerados, llevó la mirada al techo y se rio. Los besos eran casi frenéticos, pero aún así eran bastante diferentes a los de las primeras veces.
—Qué rápido has aprendido. —murmuró.
Sintió el roce y las cosquillas de la sonrisa de Levi en su escote. —Siempre he sido muy buen alumno.
O puede que más atento de lo que Valerie pensaba. Ella no pudo resistirse y volvió a lanzarse a los labios de Levi. Los besó entre jadeos, con vehemencia, desesperada por sentirlos más. Se abrazó al cuerpo del Doctor, que rodeó la cintura de Valerie con un brazo, y dejó que la sostuviera mientras se apresuraba a quitarle la corbata y la camisa, botón a botón. Levi colocó su otra mano en la mandíbula de Valerie, de forma estratégica, pudiendo controlar el ritmo de los besos que le daba su compañera y que, poco a poco, se iban volviendo más húmedos y más caóticos.
Levi, con el torso descubierto, soltó una carcajada cuando Valerie empezó a acariciar su piel. Y a besarla. Lo poco que quedaba de su pintalabios marcó las clavículas del rubio. —Ahora eres tú la impaciente, ¿eh?
Al principio, era él quien necesitaba hacer las cosas rápido; terminó acostumbrándose y aprendió a limitar sus impulsos. Por aquel entonces, era ella. Era como si se hubiera estado cohibiendo durante meses hasta que hubo algo que colmó el vaso. A Levi no le importaba, por supuesto, pero le resultaba gracioso que las tornas hubieran cambiado.
Valerie acabó su particular recorrido por el pecho y cuello de Levi, que se levantó del escritorio. La psicóloga apoyó su barbilla en el pectoral del médico, terminó de quitarle la camisa -la dejó caer al suelo- y buscó las manos del rubio para conducirlas una vez más hacia su cadera, despacio pero con firmeza, como si quisiera que Levi sintiera cada curva de su cuerpo.
—Ya no tienes camisa. —susurró mientras ayudaba a Levi a encontrar la cremallera. Comenzó a bajarla con una lentitud lastimosa. —Creo que deberíamos estar en igualdad de condiciones.
—Tus deseos son órdenes, Valerie. —respondió él con voz grave.
Obligó a la psicóloga a darse la vuelta de forma algo brusca. Valerie tuvo que apoyarse en la mesa por culpa del ímpetu. No le dio tiempo a protestar: en cuestión de segundos, Levi volvía a repartir besos ligeros como caricias por su cuello... y de golpe, abandonando el ritmo largo con el que estaba bajando la cremallera, le quitó el vestido.
No notó el frío de la noche. De hecho, Valerie sentía más calor que nunca. Pegó su espalda al torso de Levi, que ya se había encargado de cubrir el pecho desnudo de Valerie con sus manos. Ella giró la cabeza para buscar sus labios, y después de hacerlo de forma profunda, tomó una de sus manos.
Valerie tenía el cerebro hecho papilla. Todos sus pensamientos racionales ya la habían abandonado, ya no era ella quien tenía el control de la situación, pero era lo suficientemente consciente para darse cuenta de que el tacto de Levi volvía a ser algo inexperto. No lo clasificaría como tímido, pero sí... perdido, sin rumbo. Valerie le estaba dando señales suficientes para saber que quería pasar al siguiente nivel. Quizá debía verbalizarlo. Pegándose bien a su cuerpo y sintiendo cada recoveco de Levi, en especial su creciente erección, dijo:
—Tócame.
Levi se detuvo un instante. Valerie volvió a girar el rostro. No le quedó otra que conducir la mano del rubio por su vientre, despacio, como si quisiera que notara la electricidad que liberaban cada una de sus terminaciones nerviosas, rogando más. Él se dejó guiar. Su tacto no era tan delicado como al principio; estaba deseando sentirla, pero simplemente no sabía cómo. Supuso que llegó su momento de demostrar que, en efecto, era un buen alumno. Valerie le ayudó a inmiscuirse en su ropa interior oscura. Levi deslizó sus dedos por el sexo de su compañera de la forma y con la presión que ella misma le estaba indicando: lento pero seguro.
Valerie colocó la mano que tenía libre en el cuello de Levi y tiró de él hacia delante, permitiendo que sus labios volvieran a chocarse. Fue un beso más intenso, si es que acaso era posible, que hizo a Levi sentir demasiada adrenalina. Tanta, que no aguantó mucho más.
Llevaba tanto tiempo esperando un momento como aquel que tuvo que acelerar el ritmo. Sus conocimientos en anatomía femenina parecían seguir ahí; no le costó demasiado introducir un primer dedo en Valerie. Las bocanadas para recuperar aire se fueron haciendo más cortas conforme Levi arqueaba un poco más su dedo, y los jadeos de Valerie se convirtieron en suaves gemidos cuando introdujo el segundo dígito. Valerie murmuró algo que no entendió. La vio cerrar los ojos y echarse hacia atrás.
—¿No te gusta?—susurró, regocijándose, orgulloso, sabiendo que Valerie ni siquiera iba a poder responder.
Ella fue rápida en llevarse la mano a la entrepierna, colocándola justo encima de la de Levi. Estaba claro que tenía que seguir. Él soltó una carcajada suave.
Sus dedos parecían tener la largura deseada y la curvatura perfectas. La presión que la palma de la mano de Levi ejercía sobre el sensitivo clítoris de Valerie era inimaginable. Ella apoyó la cabeza en el hombro de Levi, que prácticamente la sostenía. Por un momento, se arrepintió de haber llegado a esa situación. No la había calculado, pero la estaba disfrutando. Demasiado. Tanto, que sus gemidos llenaron el despacho.
Levi necesitaba oírlos más. Quería a Valerie gritando, suplicando, necesitándole. Por eso, mientras continuaba ensanchando las paredes de la joven con sus dedos, comenzó a besar su cuello, otra vez, y a acariciar todos los centímetros cuadrados de su piel.
En un movimiento algo torpe, Valerie buscó la hebilla del pantalón de Levi. Finalmente, no la encontró, y tampoco tuvo fuerzas para volverlo a intentar. El nudo que se había formado en su vientre bajo estaba a punto de explotar. Sus gemidos se convirtieron en lamentos. Ya no era incapaz de aguantar el ritmo. Se inclinó hacia delante, buscando apoyo en el escritorio. Sintió aún más cómo el médico curvaba los dedos en su interior.
—Levi, —le llamó con voz entrecortada— voy-
Un nuevo beso la interrumpió. Levi bebió su último gemido, acallándolo, y sintió cómo todos los músculos del cuerpo de Valerie liberaban la tensión acumulada con varios espasmos. Tuvo que sujetar el cuerpo de la joven para que no cayera sobre la mesa.
Laxa, pero sintiéndose mejor que nunca, Valerie recuperó la respiración. Poco a poco, aún sintiendo el agarre de Levi en su cuerpo, retirándose un par de mechones de pelo de la cara, se irguió. Se dio la vuelta para encarar a Levi. Quizá era la tenue luz del despacho, puede que fuera el hecho de haber descubierto que sus manos eran también las mejores en conseguir un orgasmo... o a lo mejor fue verle recoger el vestido del suelo. Fuera lo que fuese, Valerie solo pudo sonreírle.
Aunque la sonrisa se le borró pronto del rostro. Levi la obligó a darse la vuelta otra vez. Y no precisamente para una segunda ronda.
Vistió a Valerie. Sin más. Subió la cremallera del vestido, se aseguró de que el cierre del collar de la psicóloga no estuviera dañado y echó su melena azabache hacia atrás. Sin dar crédito, Valerie se quedó unos segundos procesando lo ocurrido.
Oyó cómo el rubio se dejaba caer en la silla de oficina que presidía su escritorio. Valerie se giró y, al verle, sospechó que el problema era que no era que no supiera qué hacer antes o durante el sexo, sino después.
—No me digas que vas a trabajar ahora.
Levi cruzó una mirada seria con ella, pero luego se suavizó. —¿Entonces...?
Puede que algo enternecida, Valerie se rio. Agitó la cabeza y, al mirar hacia el suelo, hubo algo que le sorprendió. Se humedeció los labios, recogió la falda de su vestido para no pisársela y se arrodilló en el suelo, a los pies de Levi. Colocó sus manos en las rodillas del rubio, alejando un poco más sus piernas.
—¿Pretendes trabajar así? —preguntó, palmeando el interior de los muslos de Levi y luego sus ingles. —¿No es un poco incómodo...?
Con rapidez, desabrochó el cinto de Levi y luego su pantalón. Él no se lo creía: tenía a Valerie, a la chica de sus sueños -literalmente-, de rodillas frente a él, con un deslumbrante vestido negro palabra de honor, con sus ojos verdes enmarcados con grandes pestañas observándole con deseo, con su rostro pálido algo sonrojado... Era la primera vez que la tenía a su merced. Tragó saliva y aguantó la respiración mientras ella, sin evitar su mirada, le bajaba los bóxers.
Aunque ya lo había visto y sentido, Valerie no pudo evitar sentirse algo nerviosa al ver tan cerca de su rostro el pene de Levi. Era algo grueso y definitivamente superior a la media de las parejas y encuentros anteriores de Valerie. Colocó las yemas de sus dedos en la base.
—¿Qué haces...?
—Un favor, ¿no? —contestó Valerie.
Bastaron un par de caricias lánguidas para que Levi apretara los labios, conteniéndose. Su excitación era más que evidente. Valerie continuó los movimientos unos segundos más, y viendo que el rubio no aguantaría mucho tiempo, paseó su lengua por la punta del miembro de Levi, que se estremeció ante el tacto húmedo. A ese paso, iba a batir otro récord.
Levi echó la cabeza hacia atrás cuando sintió los labios de Valerie rozar toda su longitud, como si la tanteara. Volvió a mirar a la psicóloga y se encargó de recoger su melena azabache con una mano, evitando que el pelo les molestara. Miró al techo una vez más. Valerie continuó realizando movimientos lentos con sus manos, casi caricias. Levi seguía sintiendo el roce de los esponjosos labios de Valerie. Cerró los ojos. Podría correrse tan solo con pensar en las posibilidades de aquello.
Sin embargo, Valerie se detuvo de golpe. Apoyó su mejilla contra la pierna derecha de Levi y volvió a mirarle a los ojos. Le sonrió. Despacio, volvió a recorrer la longitud de su miembro con la mano.
—Pero yo necesito algo a cambio. —murmuró con voz angelical. Su sonrisa empezó a tornarse algo cruel.
Levi tragó saliva una vez más y asintió con impaciencia. Aún sujetaba la melena de Valerie tras su nuca. —Lo que quieras.
—¿Seguro?
Y asintió de nuevo. —Sí, sí. Lo que necesites.
—Hmm... ¿si?
—Valerie, joder, —la lentitud de sus movimientos le estaba volviendo loco. Tuvo que cerrar los ojos con fuerza. —Te daré todo lo que quieras.
—¿Me lo prometes?
—Sí, sí, sí. —soltó, sin dudarlo. Su voz ya tenía el tinte de desesperación que Valerie quería escuchar. —Joder, por favor-
—Necesito que hagas una cosa por mí. —le cortó. Dejó de apoyarse en el muslo de Levi. Detuvo por completo sus movimientos, pero acercó su boca al pene del rubio, que la observaba casi con lágrimas en los ojos. —Vota a favor de la expulsión de Rashad. ¿Lo harás?
Levi solo pudo asentir enérgicamente. —Te lo prometo, Valerie.
Valerie sonrió y comenzó el particular refuerzo positivo de Levi.
***********
este es (uno de los) capítulo(s) que estabais esperando. supongo. hay palabras que me dan risa porque no puedo tomarme nada en serio.
yo: pene 🤨 sexo 😐 clítoris 🙄
yo al segundo: JIJSISJSISJSISKSSJSISJSK 🤭
Por cierto, es el capítulo más largo hasta la fecha!!
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