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sesenta y siete

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Asunto: DISCUSIÓN SOBRE LA CARGA LECTIVA

   Buenos días, Dr. Braun. Me pongo en contacto con Ud. en nombre del Decano de la Escuela de Medicina. 

     En el último mes hemos recibido preocupantes quejas sobre su actitud durante las horas lectivas y, en especial, durante su labor como jefe de residentes del servicio de cardiología. 

     Sospechamos que esto se debe a la alta carga lectiva que soporta; por tanto, nos gustaría discutir este aspecto en una breve reunión el martes 15 a las 10 a.m en la oficina del decanato. Esperamos poder solucionar este problema lo mejor posible.

      Un cordial saludo,

           Anna Gobbler

           Oficina del decanato de la Escuela de Medicina 

*****

Estaba cabreado y no iba a esconderlo. ¿Carga lectiva? Llevaba años con el mismo horario, la misma rutina y prácticamente el mismo número de alumnos. Aquel correo que había recibido la semana anterior le parecía una excusa bastante barata para cantarle las cuarenta. Haberse acercado demasiado a aquella psicóloga y aceptar sus estratagemas le había hecho bastante mella; Berkowitz era ardiente en todos los sentidos, y había conseguido que Levi saliera escaldado. Conforme pasaba el tiempo, más se arrepentía de no haberla echado de Harvard desde el día uno. 

Con unos pantalones de lino y una camisa holgada de manga corta, Levi esperó a que las puertas del decanato se abrieran de par en par, mostrando a la afable secretaria que siempre parecía estar allí. Era verano, los alumnos y profesorado tenían vacaciones y él estaba allí, un martes a las diez menos cinco de la mañana, con dos cafés en el estómago y muchas ganas de lanzar una silla por los ventanales de aquel emblemático edificio. 

Por fin, las gigantescas y ornamentadas puertas de madera se abrieron. Levi pasó al interior de la oficina, sin dar los buenos días, buscando con la mirada al señor Harris. Le encontró detrás de su escritorio. Había extendido sobre la mesa varios papeles.

—Oh, Braun. Qué puntual. —comentó el hombre de cabellera canosa. —¿Qué tal tus vacaciones?

Era una pregunta inofensiva, pero Levi se la tomó a pecho. Fingió una sonrisa tensa mientras se dejaba caer en uno de los butacones que estaban frente al escritorio. Entrelazó los dedos de las manos y las dejó sobre su regazo. Tenía cierto aire vanidoso y su envergadura, casi el doble que la del señor delgado y sin masa muscular que tenía enfrente, le hacía ver imponente. Si su aura fuera un animal, se trataría de una orca asesina y despiadada. Y la de Harris, un pobre pececito ahogándose en el mar. 

—Estaría mucho mejor si no tuviera que venir aquí, la verdad. —espetó, serio. —¿Qué es lo que hay que discutir?

Sabía que Harris no iría al grano. El hombre empujó la montura de sus gafas hacia atrás con los nudillos y tomó uno de los papeles que estaban sobre la mesa. —¿Cuánto tiempo llevas siendo profesor de nuestra universidad, Braun? ¿Unos... tres años?

—Sí. ¿Es ese el problema?

—No. —rio con suavidad Harris. —El problema es este. —y extendió un fino taco de papeles a Levi que, reticente, los tomó. —En tres años, es la primera vez que has recibido quejas formales y la primera vez que nuestros alumnos han decidido cancelar la matrícula de asignaturas optativas que tú impartes. De hecho, tu ratio de alumnos ha caído un veinte por ciento. 

La mirada ocre de Levi se clavó en los ojos algo inexpresivos del decano. —¿Y?

—¿No lo consideras preocupante, Braun?

Odiaba cómo decía su apellido, con cierto retintín y una especie de rencor intrínseco oculto por su tono de voz algo débil y tembloroso. El rubio apretó los dientes. —No. —contestó, sincero. Al fin y al cabo, a pesar de tener menos alumnos a mitad de curso, sus clases seguían batiendo récords de asistencia. —Lo que me resulta extraño es que ustedes, que idearon la maravillosa remodelación del plan de estudios, —dijo, con sorna— no calcularan este efecto. Es algo que iba a pasar sí o sí porque hay más optativas que en años anteriores. 

—Oh, claro. Pero aún así...

—Vaya al grano, Harris. —demandó Levi, imperante. Su rostro era la definición de cara de pocos amigos, de ''no quiero estar aquí''. —En el correo que su secretaria me envió mencionaba que iba a ser una reunión breve, y ya llevo aquí tres minutos sentado. 

—Concuerdo. El tiempo es muy valioso. —suspiró el hombre, que invitó a Levi a leer los folios que tenía en la mano. —Como ya hemos dicho, creemos que la carga lectiva que has soportado este curso ha sido la causante de que llegara esta denuncia. 

Levi alzó las cejas. ¿Había oído bien? —¿Denuncia?

—Una denuncia al Organismo Ayuda a la Defensa del Alumnado. Digamos que las quejas son tarjetas amarillas, y las denuncias...

—Una tarjeta roja. 

—¡Sí, eso es! Lo has pillado muy rápido. —rio el decano cuando, en realidad, no había nada que a Levi le hiciera una pizca de gracia. —Como ves, han hecho un trabajo bastante meticuloso recopilando pruebas que te ponen en una situación un poco... peliaguda.

Levi comenzó a escuchar la voz de Harris en off, de fondo. Comenzó a leer el sumario de la denuncia, de unas quince páginas, y no pudo evitar sentirse cada vez más irritado conforme pasaba las líneas. El denunciante sufrió constantes vejaciones durante su primer año de residencia, leyó. Confiesa haber tenido cambios bruscos de humor, sentimientos de culpabilidad e impotencia, pensamientos pesimistas, ansiedad y estrés persistentes durante el último curso académico, coincidiendo con el tiempo que estuvo tutorizado por el Dr. Braun. 

—¿Quién ha sido? —preguntó, a pesar de que la descripción del caso le sonaba familiar. Su voz sonó demasiado tensa. 

—Las denuncias son anónimas. —contestó con rapidez el decano, que no parecía disfrutar demasiado de la escena, pero que, por otra parte, se alegraba de haber arrebatado a Levi su permanente estoicidad. —Lo que está claro, Braun es que solo nos queda una opción.

Levi continuó leyendo. Continuó pasando las páginas con avidez, saltándose algunas líneas del texto, buscando algo que delatara al denunciante, algo que le pudiera ayudar a recurrir la denuncia. 

Y por fin, lo encontró:

Firma del representante del profesorado: 

Valerie R. Berkowitz.

Aquellas denuncias no podían tramitarse sin la firma de todas las partes que conformaban el OADA. Si la psicóloga se hubiera negado a firmar aquel documento, Levi no estaría sentado en el decanato, un quince de julio, a casi treinta grados, con ganas de dar la vuelta al escritorio de un empujón.

—Me temo que debemos prescindir de tu servicio como jefe de residentes, Braun. Y tendremos que discutir las nuevas cláusulas de tu contrato antes del inicio del curso.

*****

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Asunto: Carta de recomendación 

   Muy buenos días, profesora Berkowitz.

   Soy Laura Simmons, cabeza del departamento de Psicología de la Universidad de California. Hemos recibido su carta de recomendación el pasado lunes. Desde la UCLA, estamos más que encantados de que una profesora de su calibre quiera formar parte de nuestra plantilla. Actualmente, el proceso de admisión de profesorado está cerrado, pero tendremos en cuenta su interés. 

     Un saludo cordial.

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Asunto: vacante en el departamento de Psicología Clínica

    Buenos días, prof. Berkowitz:

    Es de nuestro agrado y satisfacción informarle de que ha sido seleccionada para la vacante que el departamento de Psicología Clínica de la Universidad de Berkeley oferta este curso.

   Su carta de presentación y currículum son impecables.

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Asunto: CARTA DE RECOMENDACIÓN

      Estimada profesora Berkowitz:

       Tras recibir su carta de recomendación, avalada por un gran profesional del sector de la salud, hemos decidido ofertarle un puesto en nuestro cuerpo docente.

Valerie no se creía lo que veía. Su bandeja de entrada tenía más de siete correos diferentes de universidades del todo el país informándole de que, de alguna forma u otra, había conseguido impresionar a quien fuera responsable de ofertar las plazas para el profesorado. No se sentía tan abrumada desde que tenía diecisiete años y llegaron todas las cartas de admisión de la Ivy League. 

Ella no había enviado su currículum a nadie ni había solicitado que le escribieran una carta de recomendación. Su mente estaba tan nublada por las direcciones de los correos electrónicos (Standford, la Universidad de California, Berkeley, grandes potencias en Psicología y en todo lo referido a investigación) que no fue capaz de atar cabos. Lo único que tenía claro es que ella no había movido ni un dedo. Antes de dejarse llevar por su primer impulso -que era contestar un ''¿qué cojones es esto?'' a todos los mensajes-, decidió que lo mejor era buscar aquella dichosa carta. Tras un par de minutos revisando los correos, comprobando si alguno tenía adjunto el documento, dio con ello.

La profesora Berkowitz es brillante, dinámica y tenaz, pudo leer, en una tipografía serif de lo más sobria. Es una de las mejores investigadoras de la década.

—¿Qué...?

Sin duda, era una de las mejores cartas de recomendación que había leído. Más que presentarla o recomendarla a un equipo de recursos humanos la estaba elogiando. Admirando. Puede que envidiando un poco. Ni siquiera su profesora de inglés de bachillerato se esmeró tanto en laurear a Valerie que, atónita, era incapaz de seguir leyendo. Sus ojos verdes viajaron de golpe a la esquina inferior del documento, donde una marca de agua y una firma que parecía un intrincado garabato manchaban el fondo blanco.

Dr. Levi Braun, Universidad de Harvard. 

—No me lo puedo creer.

*****

Atardecía, por fin, aunque el calor veraniego y húmedo de Boston no parecía amainar. Al menos, la sala de urgencias estaba tranquila y no parecía haber ninguna emergencia que requiriera la actuación del Doctor Braun, cosa que le permitía volver hasta su silenciosa consulta. Buscó las llaves en el bolsillo de su pantalón azul, rompiendo el silencio del largo pasillo con el tintineo del metal, pero se detuvo al ver cómo la luz se escapaba por la puerta entreabierta de la consulta contigua. En teoría, nadie debía estar ahí. 

Se acercó dando largas zancadas, sin miedo a que algún paciente con una crisis disociativa o a que algún ladrón se abalanzara sobre él. Levi terminó de abrir la puerta de golpe, sin previo aviso. Y se le entrecortó la respiración.

Ni rastro de su melena ondulada; llevaba el pelo corto, por encima de sus hombros, con una largura perfecta que no tapaba por completo su cuello. Vestía con un vestido de tirante fino que le llegaba un poco más allá de las rodillas, negro, como siempre; y sus ojos verdes le escudriñaban con sorpresa. Volvía a tener esa apariencia dulce y jovial, pero Levi sabía que estaba lejos de ser Caperucita.

Valerie tragó saliva e intentó señalar el escritorio, donde había varios documentos que estaba guardando en una bolsa de tela, adelantándose a un seco: 

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Me llevo algunas de las cosas que... dejé. —contestó ella, dándose la vuelta para recoger con más prisa. —No tardo nada.

—Déjalas. —soltó Levi, arisco, frío e autoritario. —Te las mandaré por correo. Vete.

La psicóloga se giró con incredulidad. Levi se había quedado en el marco de la puerta, tan alto e imponente como las primeras veces que Valerie le vio por los pasillos de la facultad. Esta ahí, con su cabello rubio algo más largo y despeinado, con su mirada ocre clavándose como puñales en el cuerpo de Valerie. El pijama quirúrgico, ceñido a su cadera y hombros, le hacía ver más grande de lo habitual. Parecía una persona esculpida a conciencia con martillo y cincel, alguien con un cuerpo digno de estar en una de las galerías de los Borghese. Era ofensivamente atractivo; tanto, que hería los sentimientos de Valerie tan solo con estar ahí plantado.

—¿Cómo...? —¿cómo vas a mandármelas por correo si ni siquiera sabes dónde vivo?, quiso preguntarle, pero las palabras se atascaron en su garganta. 

Si Valerie supiera que Levi se encontraba en la misma situación que ella, se compadecería. El rubio tampoco sabía que decir. De hecho, lo más rápido y eficaz le parecía huir acobardado, pero la impresión de ver a Valerie hizo que se le bloquearan las rodillas.

Ella reaccionó antes. —Está bien. —cedió. —Te escribiré un email con mi dirección.

—No. —dijo Levi. —Le pediré a alguien que te lo envíe. 

Así que esa era su forma de pedir cero contacto. Valerie tomó aire y asintió con la cabeza gacha. Fingiría que no le importaba, se iría de allí con la bolsa al hombro y dejaría que Levi la mirara con todo el odio del planeta. 

Pero antes de hacerlo, sin poder mirarle a la cara, repitió: —Lo siento mucho, Levi. 

Él odió cómo su nombre se escapó de los labios de Valerie: suave, con cierta amargura y tono quebradizo. Levi apretó los dientes (tendría que buscar un buen fisioterapeuta que le aliviara a relajar la tensión de su mordida) y su frecuencia respiratoria aumentó.

—Sí, ya. —bufó, tan sarcástico que dolía, tensando aún más su mandíbula y sus hombros. 

—No hace falta que aceptes mis disculpas. Solo quiero que sepas que-

—Que sí, Valerie. Estás muy arrepentida. Me ha quedado claro. —interrumpió él, apartándose de la puerta y señalando el pasillo exterior con la mano, invitando a Valerie a abandonar la consulta. —Vete.

La psicóloga suspiró. Estuvo a una milésima de segundo de obedecer, de irse de allí sin añadir nada más, pero decidió jugar sus cartas, como si su inconsciente estuviera rogando por el perdón. —No pretendía-

Y estalló. Todas las emociones que Levi había estado embotellando por semanas se dispararon como si fueran el corcho de una botella de champán recién agitada. Se desbordó por todos sus costados porque odiaba que Valerie estuviera allí, con su melena corta, su piel llena de lunares y sus grandísimos ojos verdes. Odiaba lo que le había hecho, pero odiaba aún más el sentimiento de añoranza. Odiaba echar de menos aquellas sonrisas divertidas, su voz melodiosa y su suave olor floral. 

—¿Estás arrepentida, Valerie? —dijo su nombre con rencor y despecho. Se inclinó hacia delante con aire hostil, algo provocador. —¿Me sueltas que lo que has vivido los últimos meses es de lo máaaaas real, —arrastró la vocal con sorna— pero tienes los ovarios de firmar una denuncia contra mí? Mientras yo estaba llevando a cabo tu puto plan, ¡tú estabas dictando mi sentencia! 

Valerie se sintió algo cohibida, pequeña, angustiada. —Yo-

Levi se acercó a ella después de cerrar la puerta con un portazo, señalando a Valerie con el índice de forma acusadora. —¿Ahora vas a venir con eso de ''ay, no sé de qué me hablas''? Llevas haciéndote la tonta meses, —la yema de su índice ya estaba a menos de diez centímetros del rostro de Valerie— y no pienso volver a caer. ¡Felicidades, has conseguido justo lo que querías! ¿Estás contenta, eh? Has echado a ese gilipollas y dentro de nada me echarán a mí. —Levi asintió mientras hacía una exagerada mueca y ponía los brazos en jarras. —Eres buena. Deberías ser actriz.

Se refería a las lágrimas que se habían acumulado en los ojos de Valerie. —Lo repetiré todas las veces que haga falta: lo siento. 

—Ay, pobrecita... —fingió un puchero y algo de compasión para soltar una carcajada al instante siguiente. —Valerie, no me jodas. ¿Vas a llorar?

Estaba a punto, pero el coraje y las ganas de decirle lo que realmente sentía le ayudaron a mantener las lágrimas a raya. —Tienes todo el derecho a estar enfadado conmigo, —gesticuló, acercándose a Levi, intentando apaciguarle— pero deja que me explique, ¿vale? Cuando firmé estaba enamorada de ti, pero no quería admitirlo porque-

Levi sonrió de la forma más dolorosa posible, pasándose la lengua por los dientes, mostrándole sus colmillos y echando la cabeza hacia atrás con incredulidad. —Ya, ya, ya, Valerie. ¿Qué quieres que haga? ¿Te doy una palmadita en la espalda y te digo ''ay, pobre, te perdono por el poder del amor y la amistad''? 

—No te estoy mintiendo. Por favor, ¡escúchame! —rogó ella, cerrando los ojos un instante y juntando las manos cerca de su pecho. 

—¿Esas son tus lagrimitas de manipuladora?

—Levi, por favor. Te estoy diciendo la verdad.

—Y una mierda. —soltó él, con un volumen cercano al de un grito. Parecía alterado. Aun con los ojos cerrados y lágrimas recorriendo sus pómulos, Valerie notó que se inclinaba hacia ella. —No me has contestado. ¿Estás contenta, Valerie?

—No. —logró musitar tras unos segundos en silencio.

—Tienes la nariz más gorda que Pinocho, guapa. —susurró él, viperino. —Has conseguido que ya no sea jefe de residentes y lo más probable es que reduzcan mis horas de clase. Sabes que es lo siguiente, ¿no? Irme a la puta calle. ¡Enhorabuena, Berkowitz! ¡Has cumplido tu súper objetivo del curso!

Su aire chulesco, cómo soltaba cada palabra, su ácido rencor, su sonrisa algo ladina y el aparente disfrute hicieron que Valerie tomara aire por la nariz. Contó hasta tres. Sintió que había vuelto a septiembre del año pasado, cuando Levi tenía esa mirada sádica empañando su verdadero ser... Y fue esa misma mirada lo que llevó a Valerie a ser igual de soberbia que él.

—¿Te duele que te hayan retirado de ser jefe de residentes? —rio ella, irónica, aún con lágrimas en los ojos. —Me deberías dar las gracias, porque, si no, no tendrías tiempo para enviar cartas de recomendación a todas las putas universidades de la costa oeste. 

—No sé de qué me estás hablando... —se burló él. 

—Eres un mal profesor: eres abusivo, no tienes ni puta idea de pedagogía, tus exámenes están anticuados y el noventa por ciento de tus alumnos está deseando dejar tus clases. —enumeró Valerie, contando con los dedos de sus manos. —Eres un orgulloso de mierda porque durante años has sido el ojito derecho de todos tus putos profesores, y déjame decirte que no tienes ni una sola pizca de picardía porque no has sido capaz de enfrentarte a tu vida social. —soltó de carrerilla. —Y, encima, eres una mala persona. 

—Ah, ¿yo soy mala persona? ¿Y tú eres la buena de la película? —se ofendió, señalándose a sí mismo. —¡Eres una puta víbora, y lo supe desde el principio! ¡Eres tan, tan soberbia que ni te das cuenta de que tú también tienes un problema enorme con tu superioridad! ¡Desde el minuto uno has venido dando lecciones morales, creyéndote la número uno, intentando darle la vuelta a todo para salirte con la tuya!

—Si lo supiste desde el principio, ¿¡por qué dejaste que me acercara a ti!?

—¡Ves, otra vez estás haciendo lo mismo! —se quejó Levi, alzando las manos al techo— Me acerqué a ti porque me gustabas y porque tú no hacías más que acercarte. Me gustas, de hecho, —se corrigió— pero decidiste cagarla, mentirme y utilizarme.

—¡Me arrepiento muchísimo de haberte hecho esto! —exclamó Valerie, con tanta impotencia en el cuerpo que su voz volvió a quebrarse. —¡Pero también me arrepiento de haberme enamorado tanto de ti! 

—Oh, ahora no me vengas con esas...

—¡Me arrepiento de haberme enamorado porque eres bueno y malo a la vez! —se lamentó. —¡Eres... —gesticuló con las manos, agitándolas justo delante del torso de Levi, buscando las palabras correctas que describieran al rubio— tan...!

—Podría haber sido mucho peor. —dijo él, brusco. —Podría haberte puteado desde el primer día, y no lo hice porque había algo que me decía que no lo hiciera. Podría haberte echado de Harvard desde el día que te lo dije. Y no lo hice porque tenía un mínimo de esperanza.

Valerie se encogió de hombros. —Con tantas ofertas de trabajo no me va a quedar otra que irme, aunque no pienso darte el lujo de marcharme porque tú lo quieras.

Levi sofocó una carcajada. —Vaya, ¿acaso vas a volver a Columbia? ¿Vas a tragarte tu orgullo solo para alimentar tu fantasía? 

—Sí. Vuelvo a Nueva York.

—No es lo suficientemente lejos. —espetó Levi.

El sarcasmo y la arrogancia habían abandonado su cuerpo de golpe. Lo dijo serio, sin una pizca de fanfarronería. Valerie cruzó una mirada larga con él. La psicóloga enarcó las cejas, expectante. —Ah, ¿no? ¿Crees que California me sentará peor que Nueva York? ¿Por eso estás mandando allí las cartas...?

Estaba despechado; esa era la respuesta fácil. Quería a Valerie muy lejos porque se sentía engañado y quería vengarse de ella. Simple. Pero, por primera vez, decidió soltar la respuesta larga y compleja, aquella que siempre se dejaba en el tintero. 

—¡Te quiero lejos porque no voy a soportar saber que estás a dos horas en coche! —exclamó. —Si te quedas y te veo voy a odiar cada segundo que pase en esta puta ciudad, —acortó la distancia entre ellos mientras señalaba a Valerie de nuevo con aire amenazante— porque cualquier persona normal sería capaz de cruzarse con la persona que le gusta y fingir que no pasa nada, ¡pero yo no puedo! ¿Y sabes qué es lo peor de todo, Valerie? Que he sido incapaz de escribir a la puta Universidad Católica de Michigan o a la Estatal de Ohio porque te quiero demasiado y sé que alguien como tú no merece malgastar su potencial allí. Te mereces estar en Stanford, Berkeley, yo qué sé; ¡en cualquier lugar donde sepan que tienen a una persona como tú! 

—¿¡Por qué eres así!? 

—¡Y yo qué sé, joder! —se defendió él. —¿¡Crees que tengo tu capacidad de sobreanalizarlo todo!? 

Lo mejor que se le ocurrió a Valerie fue actuar como una niña enrabietada: cerró sus puños y se puso a pegar a Levi, lanzando algún que otro golpe al aire, creyendo que podría hacer daño físico a alguien que era el doble en envergadura. El rubio agarró las muñecas de la pelinegra con demasiada fuerza, tirando de ella hacia él. Valerie se agitó mientras le gritaba. 

—¡Te odio! ¡Te odio porque me sueltas estas cosas cuando en realidad quieres hacerme daño! 

—Mentirosa. 

—¡Tú mismo lo has dicho! ¡Podrías haberme echado desde el minuto uno, pero no lo hiciste porque eres un imbécil con demasiado orgullo! —pegó su pecho contra el torso de Levi y le miró con una mezcla de rabia y osadía— Yo me arrepiento muchísimo de haberte hecho daño, pero tú ni siquiera te has disculpado por cómo me trataste los primeros meses. 

—Tú ya estabas decidida a herirme. 

—No. —fue rápida en contestar.

Levi continuaba con la respiración agitada. Apretó aún más fuerte las muñecas de Valerie y juntó más sus cuerpos. Le devolvió una mirada vehemente y chispeante. —No voy a tragármelo.

—¡Pues no lo hagas, joder! ¡Estoy siendo cien por cien sincera contigo! ¡Fuiste tú el que me hizo cambiar de idea dos veces! —primero porque era demasiado chulo, después porque era demasiado bueno. Quizá, si no hubiera sido tan desagradable con ella los primeros meses, no hubiera urdido todo su plan de la forma en que lo había hecho. Y, quizá, si no se hubiera mostrado tal y como era al natural, Valerie no se habría enamorado de él. —¡Y suéltame, imbécil! ¡He dicho que me suel-

Acortó la distancia de golpe. No pudo resistirse a aquellos ojos verdes ni a aquellos labios sedosos, y a juzgar por cómo Valerie aceptaba el beso, ella tampoco se resistía a Levi. Ella emitió un quejido, más bien una protesta, y se removió bajo el cuerpo de Levi cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Consiguió deshacerse de su agarre y se separó de él, casi sin aliento, sorprendida y ofendida a partes iguales.

Levi alzó la cabeza y la miró por encima del hombro. No parecía incómodo. De hecho, estaba provocando a Valerie.

—¡Te odio tantísimo...! 

Y fue ella quien se abalanzó sobre él. Levi parecía estar esperando para recibirla entre sus musculosos brazos, para rodear su cintura y pegar el cuerpo de la psicóloga al suyo. Aquel segundo beso fue tan voraz que casi se podía tachar de torpe, de apresurado, puede que de algo violento, pero era un buen sinónimo del anhelo que sentían el uno por el otro. 

—Pienso echarte de Harvard, —murmuró él entre besos cortos y húmedos, chocando sus labios contra los de Valerie— sea como sea.

—Ya. —suspiró ella, deslizando sus manos por los hombros del médico. Condujo sus manos desde el cuello de Levi hasta su nuca, donde hundió las yemas de sus dedos, agarrando un par de mechones rubios.

—Necesito que estés lejos. —le dijo, algo desafiante, con voz grave y ronca. Paseó sus manos por los costados de Valerie, sintiendo la tela de su vestido. Cuando llegó a sus muslos, clavó sus dedos en la carne, casi esponjosa, y pegó su entrepierna con la de la psicóloga.

—Mmh. —fue lo único que pudo soltar ella, asintiendo, aceptando el manoseo de Levi, sintiendo cómo el nudo de su garganta se trasladaba a su vientre.

Lo odiaba. Lo odiaba tanto que tuvo que tirar de su cabello rubio mientras él besaba su cuello sin mucho cuidado, repartiendo besos rápidos pero profundos. Podía sentir el roce ligero de los dientes de Levi en su piel. Y conforme hundía los dedos en el cuero cabelludo del médico, más sentía ese roce. Pronto, los besos se convirtieron en suaves succiones, y después en ligeros mordiscos. Valerie supo que le iba a dejar alguna que otra marca, pero no pudo protestar. Soltó un suave gemido.

Y eso era lo que también odiaba de Levi: que consiguiera dejarla sin aliento. Utilizó casi toda su fuerza en obligarle a que dejara de maltratar su cuello, tirando bruscamente de su pelo y besando sus labios con un deseo ardiente. Levi desprendía calidez y aquel suave aroma a perfume. Sus besos sabían café y a una pizca de menta. Valerie agarró con más fuerza los mechones rubios, permitiéndose profundizar el beso aún más, sintiendo el suave picor de la menta en su lengua.

A juzgar por cómo él buscaba el contacto, el ardor algo punzante producido por los tirones del pelo le había resultado agradable. Pasó su mano por la espalda baja de Valerie, arrugó la tela del vestido en su puño y utilizó la otra mano para sentir la piel y carne de la psicóloga por debajo de la tela. 

Valerie poco pudo hacer contra la fuerza inmensa de Levi que, poco a poco, mientras manoseaba peligrosamente sus nalgas, fue empujándola con vehemencia hacia el escritorio de la consulta. La pelinegra notó el brusco golpe en su cadera. Se apoyó en la madera y agarró el cordón del pantalón de Levi. Él tomó el rostro de la psicóloga con su mano y le obligó a que le mirara a los ojos. 

—Vas a echarme mucho de menos. —le dijo ella con una sonrisa desafiante que no se le borró del rostro ni cuando Levi volvió a besarla.

Todo era apresurado y feroz. Descuidado. Sucio. Como si tuvieran prisa por acabar algo que llevaban arrastrando meses. Casi irrespetuoso. Valerie apenas jugueteó con el cordón que ceñía el pantalón a la cadera de Levi. Lo desató con rapidez para poder inmiscuir su mano por debajo de la tela, recorriendo la silueta de su erección. E incluso tardó menos en rodearla con su mano. El rubio, mientras tanto, se encargó de arrugar el vestido de Valerie, subiéndoselo hasta casi la cintura. Pasó sus manos por detrás de los muslos de la psicóloga para poder hacer gala de las horas que pasaba en el gimnasio y la sentó en el escritorio. Se hizo un hueco entre sus piernas separándolas, ayudándose de sus manos para despegarlas aún más. 

Levi decidió no decir nada. Valerie había pegado las caderas contra las suyas; supuso que le daba luz verde. Con la rapidez que estaba caracterizando el momento y con la respiración agitada, Valerie le recibió con un gemido agudo, ahogado. Era cálido y enorme, pero llevaba tanto tiempo deseando aquel momento que ni siquiera le hizo falta adaptarse a su tamaño como la primera vez. 

Sus embestidas eran erráticas, sin ritmo, pero fuertes y profundas. El escritorio de madera clara se movía bajo sus cuerpos. Los casi sollozos de Valerie, cortos, eran música para los oídos de Levi. —Intenta hablar ahora. —le soltó, contra su oído, burlón, disfrutando de cómo ella apenas tenía aliento para gemir.

Valerie odió tanto ese tono socarrón que, en lugar de buscar apoyo, colocó sus manos sobre el cuello de Levi, perlado por el sudor. Sin previo aviso, cerró sus manos alrededor del cuello del rubio, apretándolo, ejerciendo la presión justa sobre su nuez. Si ella no podía hablar, él tampoco.

Y resultó efectivo. Tanto, que Levi se atrevió a soltar un gutural gruñido. Se sentía algo mareado por la falta de aire, por la excitación y puede que por la placentera sensación de estar sin aliento, del leve dolor que sentía en su garganta.

—Te odio. —le recordó Valerie, acercando sus rostros plantándole un beso y sintiendo la vibración de las cuerdas vocales del rubio bajo su mano. 

La sensación de control le duró poco: en cuestión de instantes, Levi había hecho gala de su fuerza -de nuevo- y Valerie se encontraba con el pecho pegado al escritorio y con una robusta mano entre sus escápulas, asegurándose de que no se movía. Sintió el cuerpo de Levi sobre ella, abrumándola con su presencia, y no tardó ni dos milésimas en sentir cómo volvía a entrar en ella. Valerie se agarró a la madera.

—Eres una mentirosa. —Levi se había inclinado hacia delante. Sus labios rozaban el lóbulo de la oreja de Valerie, que se estremeció por el cosquilleo placentero que sintió. —Eres una puta mentirosa, porque tu cuerpo no dice lo mismo.

Levi se había deslizado dentro de ella como si fuera seda. Sin problemas. Y él no era el que estaba haciendo todo el trabajo: las caderas de Valerie también chocaban contra las suyas, llenando la habitación de sonidos húmedos y obscenos.

Ella no pudo rebatir nada. Colocó las manos sobre la madera del escritorio y logró erguirse, pegando su espalda arqueada contra el pecho de Levi, que pasó una de sus manos por la cintura de la joven para disminuir la separación -si es que aún había- entre ellos.

Podrían ofrecerle vivir en un hotel de cinco estrellas para toda la vida y lo rechazaría. En aquel momento, Valerie solo pensaba en una cosa: en lo mucho que odiaba que Levi pudiera hacerle sentir así, tan sucia pero a la vez tan deseada, tan... bien. Por eso, si le ofrecieran quedarse con Levi cinco minutos más en aquella consulta, lo elegiría sin dudar.

—Levi. —suspiró, urgente, al notar cómo él perdía el control de su cuerpo. Le conocía lo suficiente como para saber que estaba llegando a su clímax. Buscó su rostro con la mano y agarró su barbilla. —Levi, solo un poco más... por favor.

En otro momento, habría aguantado. Habría hecho un esfuerzo inimaginable por no correrse tan solo por obedecer a la chica de sus sueños, pero aquel día no estaba dispuesto a hacerlo. Odiaba a Valerie, por eso la quería lejos. Y por eso no iba a complacerla más de la cuenta.

Obligó a la psicóloga a darse la vuelta de nuevo. Fue tan repentino y rápido que ella se quedó ahí, sentada en el escritorio, mientras oía los últimos quejidos de Levi y sentía cómo su vientre era manchado por aquel líquido pegajoso y cálido.

Y de repente, toda la burbuja de deseo, hormonas y lujuria explotó. El ambiente se enfrió de golpe. Levi se alejó de Valerie, despacio, como si estuviera pensando qué hacer. Ella intentó cruzar una mirada con él. Levi la evitó.

El rubio alcanzó el rollo de papel absorbente que estaba en todas las consultas. Tiró de él para cortar un trozo, lo arrugó ligeramente y se lo tendió a Valerie para que se limpiara.

Sin decir nada, después de atarse el pantalón, Levi se dirigió a la salida principal de la consulta y la abandonó, cerrando la puerta tras él y dejando a Valerie sola, en el escritorio, con un orgasmo a medio camino y demasiadas preguntas en la cabeza.

No entendía nada pero lo entendía todo: los dos necesitaban ese momento para poder olvidarse más fácilmente del otro.

Valerie, después de acicalarse, también se marchó de la sala. Apagó las luces antes de irse.

No volvió a cruzarse con Levi. Lo último que vio antes de irse del hospital fue su flamante Maserati negro, aunque aquel coche no sería su único recuerdo sobre él.

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No tengo mucho que decir... buscad el meme de hayao miyazaki estresado porque es así cómo me he sentido escribiendo la segunda mitad del capítulo. Solo espero que no se os haya hecho tan largo como a mí

arreglarán valerie y levi sus asuntillos??? Acordarán ser amigos con derechos??? Dormirá Elsa tranquila sabiendo que es una pecadora y que no entrará en el mundo de los cielos......?

Lo descubriréis en el próximo capítulo!



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