sesenta y seis
Era la primera vez que se encontraba ante una emergencia de aquella magnitud.
Valerie siempre había sido una chica independiente, resiliente, con las herramientas cognitivas suficientes para salirse con la suya incluso en las situaciones más rocambolescas o para olvidarse rápidamente de quien le había hecho daño... pero una llamada hizo que Bennett, el mejor amigo de la psicóloga, cambiara de opinión. Quizá Valerie no era tan fuerte como parecía.
No tardó ni un solo día en comprar el vuelo Nueva York-Boston. Pidió un día libre en su trabajo por asuntos propios y voló hasta la capital de Massachussets con la maleta llena de la crema de cacahuete favorita de Valerie y el DVD de Never say never. Nada más aterrizar, puso rumbo al pequeño apartamento que había alquilado su mejor amiga en un barrio residencial ya gentrificado con edificios de cuatro plantas de ladrillo visto y aire industrial. Era como estar en Tribeca, pero en Boston en lugar de Manhattan. Bennett supuso que Valerie era incapaz de deshacerse de su esencia neoyorkina.
Cuando entró en su apartamento, supo que la emergencia era descomunal. El mayor desastre que había presenciado nunca. Un huracán de categoría cinco. Era algo más que un ''la he cagado'', era...
—Te has cortado el pelo.
Era una crisis en toda regla.
Su melena negra llegaba un poco más allá de su barbilla en lugar de descansar sobre sus hombros y ya no tenía la largura suficiente para hacerse uno de sus moños desenfadados. Su nuevo corte de pelo era claramente casero porque era algo asimétrico, y el desfilado de su nuevo flequillo estaba desigual. Bennett la observó con cuidado y una pizca de pena: su piel parecía más pálida que nunca y sus ojos estaban algo enrojecidos, cansados; llevaba una camiseta deslavada con lo que parecían manchas de helado de fresa, unos pantalones cortos holgados y unas chanclas viejas; pero lo peor de todo era la sonrisa triste que curvaba sus labios.
—Pelo mal cortado, en dos días igualado. —murmuró ella, dejando pasar a su mejor amigo al interior del apartamento.
—Oh, Valerie.
Y con tan solo ver cómo Benny abría ligeramente los brazos, Valerie hizo un puchero y se echó a llorar en su hombro, abrazándole con fuerza. El joven de tez morena frotó la espalda de su amiga. Jamás, ni siquiera en los años más duros de su carrera, ni siquiera cuando la vio enfrentarse a la cruda realidad de ser psicóloga clínica, la había visto llorar. Nunca. En la vida. Por mucho que quisiera mostrar empatía con ella, lo único que podía era maldecir a aquel médico. Valerie estaba rota en mil millones de pedazos y todo era culpa de aquel rubio insensible, sádico, ruin...
—La he cagado hasta el fondo. —dijo Valerie, entre sollozos.
Bennett agarró a Valerie por los antebrazos y se separó de ella de forma brusca para mirarla a sus cristalinos ojos verdes. Tenía ganas de decirle un ''te lo dije'', pero prefirió morderse la lengua. —No, Val. Te prohíbo terminantemente que te sientas culpable por esto.
Ella suspiró, agotada. —Es que la culpa ha sido mía por ponerme a jugar a las parejitas. —dijo, dejando que Bennet secara sus lágrimas con la palma de sus manos. Cerró los ojos un instante para aliviar el escozor que llevaba días sintiendo por llorar. —Tendría que haberte hecho caso desde el principio, Benny. No tendría que haber venido a Boston.
—Ay, deja de decir gilipolleces.
—O al menos no tendría que haberle hecho esto a Levi. —concluyó ella misma.
Benny enarcó las cejas. Se le escapó una risilla. —Te dije que no lo estabas haciendo porque estabas ovulando... y no me hiciste caso.
Valerie volvió a exhalar por la boca. Arrastró los pies hasta el sofá de su pequeño salón, hizo un pequeño gesto para que su amigo la acompañara y alcanzó la tarrina de helado que había dejado en la mesa de café. Se sentó en el sofá haciéndose un ovillo, pegando las rodillas a su pecho. Bennett no tardó mucho en llegar y tomar asiento a su lado.
—No sé qué narices hacer ahora. —confesó.
Su hoja de ruta se había hecho pedazos. Por primera vez en décadas, Valerie Berkowitz no sabía cuál iba a ser su próximo movimiento; no había calculado nada, y lo peor de todo es que aquellos sentimientos que siempre había tenido bajo control la estaban abrumando. Tenía la mente nublada por el arrepentimiento y la añoranza. Y lo peor de todo es que ni siquiera había pasado un mes desde que había confesado todo a Levi. En concreto, habían pasado veinticinco días. Y sí, Valerie odiaba llevar la cuenta, pero lo hacía.
—Seguís teniendo un proyecto juntos. —le recordó Bennett. —Vais a tener que estar en contacto sí o sí.
—Lo más probable es que lo abandone. —dijo Valerie refiriéndose al Doctor Braun. —Hará algo para librarse, luego hará que el proyecto fracase en los premios de noviembre y a mí me echarán de la universidad.
—Lo dices como si fuera una certeza más que una probabilidad.
Valerie se encogió de hombros y se llevó una cucharada de helado a la boca. —No sé. En mi cabeza suena fenomenal.
Bennett frunció los labios en una mueca que podría calificarse como sonrisa piadosa. —¿Puedo... decirte algo? —Valerie asintió con algo de desgana, así que supuso que sí podía— Nunca te he visto tan mal. Ni cuando aquel tío que era guitarrista te dejó por esa chica que le vendió tres gramos de marihuana, ni cuando ese mismo tío intentó volver contigo escribiéndote una canción. No te juzgo, pero tu gusto en hombres es... cuestionable. Y este tal Levi debe gustarte demasiado.
—Tú fuiste una de las personas que dijo, y cito, que ''está buenísimo''.
—Canónicamente, sí, aunque creo que solo te gusta porque es alto. —Benny agitó la cabeza y las manos en un intento de despejar su cabeza y volver al inicio de la conversación— ¡Da igual! Lo que quiero decirte es que mucho tiene que gustarte para que estés... así.
Rota. Con un corte de pelo desastroso. Valerie se limitó a carcajearse sin muchas ganas.
—Si supieras cómo cocina, a lo mejor me entenderías.
—Vale, puede que ese sea un buen punto teniendo en cuenta que tú ni siquiera sabes freír un huevo.
—Y si supieras lo atento que es, Benny, quizá cambiabas de opinión.
El joven puso cara de asco. —¿Estás idealizando a un hombre...?
—¡Es lo que he visto! ¡No estoy idealizando a... ese imbécil! ¡Solo te estoy contando como es en realidad!—se defendió ella, llevándose la mano con la que sostenía la cuchara al pecho. —Y no solo lo digo porque me llevara café al despacho con la cantidad de azúcar perfecta sin que yo se lo dijera, o porque de la nada me ayudara a bajar las escaleras cuando llevaba tacones-
—Val, eso lo puede hacer cualquier tío decente.
—¡Hace dos meses besaba como un chaval de secundaria, y tan solo con estar atento a mis señales dejó de hacerlo! —exclamó Valerie. —¡Es el único tío hetero que ha escuchado mi cuerpo! ¡Es el único que...!
—Quería echarte de Harvard e infravaloró tus logros.
—No le importó quienes son mis padres. —dijo la psicóloga con rapidez. —No le costó cambiar de opinión cuando le expliqué las cosas. Tiene tres gatos adorables y su única amiga es una mujer feminista. Sé que no lo vas a entender, pero Levi es... no sé, la persona con la que más he disfrutado en mucho, mucho tiempo. Y lo peor de todo es que apenas nos hemos acostado.
Bennett fue quien suspiró, hastiado, rindiéndose ante la defensa feroz de su mejor amiga. —Te recuerdo que fue muy malo contigo.
—Y yo lo he sido con él.
—Val, no te culpes tanto. Odio verte así.
La de -corta- melena azabache volvió a tomar una cucharada de helado. —Esta vez tengo que darte la razón. No sé hasta qué punto he hecho esto porque quería conocer a Levi. No sé dónde empezó la ambición y dónde la curiosidad... Al principio era como un puzle sin resolver y me frustraba no saber cómo resolverlo. Se me metió entre ceja y ceja que tenía que cambiar el sistema, y ahora... le echo de menos. —se le escapó una risa de lo más irónica— ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que me dejé mi cargador ultrarápido en su apartamento y no me atrevo a pedírselo. Ah, y mi cepillo de dientes está allí también. Y tengo cosas en su consulta...
Bennett se acercó a su amiga para volver a darle un abrazo. —Ese cabrón ha sido tu enemigo, luego tu aliado y, finalmente, tu karma.
Valerie aceptó el abrazo de Benny con una leve sonrisa. —Qué poético.
—Además de comer todo ese helado, ¿qué vas a hacer ahora? ¿comprarte un nuevo cargador?
—No sé. Estoy un poco perdida.
Mentía: estaba completamente perdida... por Levi. Bennett frotó la espalda de la psicóloga otra vez y se alejó de ella para comprobar si volvía a llorar. No lo hacía, puede que porque ya había llorado todas las lágrimas de su cuerpo. —Todo depende de lo que consideres bueno para ti.
—Él tiene todo el derecho a estar enfadado conmigo. Yo también lo estaría... —dijo Valerie, refiriéndose a Levi. Dejó el helado de vuelta en la mesa. —por eso creo que es mejor dejarle espacio. Por mucho que me duela, tendré que dejar que se tome su tiempo.
Bennett notó el tono lastimoso de la voz de Valerie. Notó su dolor, su nostalgia. Su mirada, triste y apagada, era sinónimo de que no tenía demasiada esperanza... pero también sabía que, en el fondo, no estaba preparada para renunciar a Levi. Una parte de Valerie se negaba a dejar atrás a aquella persona con la que había pasado meses y meses trabajando en algo que quedó en segundo plano; sentía que aún tenía que probar muchos de los platos que Levi cocinaba con sus gatos merodeando por la cocina, que aún tenía que probar muchos de sus besos, que aún tenía que tener citas asquerosamente clichés con él, que aún debía pasar más mañanas engullida por sus musculosos brazos...
—¿Vas a perderle? ¿Vas a dejar que desaparezca de tu vida?
Valerie se lo pensó dos, tres y hasta cuatro veces. Tragó saliva.
—Creo que será al revés. Será mejor que yo me vaya.
*****
—¿Qué? —María, a través del cristal de sus gafas, observaba a Levi totalmente atónita. Después de procesar la información, se sintió decepcionada. Agachó la cabeza, jugueteó con el bolígrafo que tenía entre los dedos e inhaló para intentar contener algo similar a la rabia. Luego, soltó el aire por la boca en un suspiro rápido. De reojo, sin atreverse a analizar el rostro de su amigo, le dijo: —Lo siento.
Levi estaba sentado justo enfrente de ella, en una de las sillas destinadas para los padres de sus pacientes pediátricos. Se había hundido en el asiento, había estirado las piernas y había cruzado los brazos sobre su pecho, signo indicativo de cómo había estado durante los últimos días: cerrado en sí mismo, justo lo que ella había augurado. Su mirada era indiferente, como si el asunto no le doliera; su mandíbula volvía a estar tensa y su ceño, fruncido; su barba estaba algo más tupida de lo normal, seguramente porque llevaba sin afeitarse toda una semana; y, en general, volvía a tener ese aspecto inaccesible y serio que tenía antes de conocer a aquella maldita psicóloga.
La cronología de los hechos era bastante clara: Valerie confesó todo a Levi, él sintió el mayor desengaño de su vida y decidió, cual ermitaño, encerrarse en su gélida e inexpugnable burbuja de acero. Tardó veinticinco días en contarle la historia completa a su mejor amiga, aunque ella ya se olía que algo había sucedido. Levi había estado más de medio mes evitándola a ella y a cualquier otro contacto con el que no fuera estrictamente necesario hablar y, en caso de cruzarse con la pediatra, contestaba de mala gana o soltaba alguna excusa poco creíble. Había vuelto a construir la enorme pared acorazada que a María le había costado tanto tiempo y esfuerzo derribar. Volvía a ser aquel rubio de naturaleza desconfiada. Y a la de gafas le entristecía y enfadaba a partes iguales.
—Esperaba que fuera diferente. —musitó ella, dando golpes suaves y rítmicos en su escritorio con el bolígrafo. —Se os veía-
—No quiero saber nada del asunto. —la voz grave y algo ronca de Levi interrumpió con brusquedad a María. —No quiero que menciones nada. —y su mirada punzante le hizo tragar en seco con algo de nerviosismo. —Ni ahora, ni en doce años. Cierra el puto pico.
—Perdón.
Pero era cierto: se les veía felices, relajados, enamorados, y no solo de cara al público en congresos o cenas de gala. María les había visto solos mientras salían de la Facultad de Medicina y había reiterado, varias veces, que aquellas sonrisas que Valerie le dedicaba eran dulces y, sobre todo, reales. Una parte de la pediatra se negaba a creer que Valerie fuera tan malvada y sabía que había algo de verdad en aquellas actitudes de la psicóloga, pero otra parte de ella estaba muy cabreada. ¿Cómo se había atrevido a hacer tanto daño a su mejor amigo?
Dio un par de golpecitos más en la mesa y tomó una gran bocanada de aire antes de hablar. —Creo que deberíais hablar las cosas.
Levi se limitó a soltar una carcajada de lo más sonora... y de lo más sarcástica. Incluso en su risa se podía notar su dolor. —Y una mierda, María.
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he fell first but she fell harder :(
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