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sesenta y ocho

—Haz la maleta. —Bennett cerró de golpe su ordenador portátil y se levantó de su asiento. 

Valerie le miró por encima de la pantalla de su respectivo ordenador con las cejas enarcadas. —¿Por qué? 

—¡Odio verte así! Nos vamos a Nueva York.

La psicóloga se limitó a ocultar una leve sonrisa. —¿Verme cómo? 

—Deprimida, triste y apagada. ¿Dónde está la Valerie que se ponía a jugar al Tinder, eh?

Bennett había decidido volver a Boston para pasar varios días con su mejor amiga, al menos para apoyarla en todo lo posible y cocinarle platos para evitar que se muriera de inanición. Lo que podría haberse resuelto en un par de días terminó siendo una crisis de más de medio verano; una crisis que había hecho que Valerie destrozara su lustrosa melena negra cortándosela con unas tijeras de cocina y que la había obligado a comprarse pastillas de melatonina y a envolverse entre almohadas para poder dormir. Sí, estaba apagada, seguramente pensando en aquel puñetero médico y en cómo ni siquiera se despidió después de empotrarla contra un escritorio de lo más endeble. Bennett estaba que trinaba. Podría recorrerse todas las consultas del Hospital General de Boston solo para encontrar al maldito Doctor Braun y dedicarle unas cuantas palabras amistosas. 

Se fijó en cómo los ojos verdes de su amiga leían algo en la pantalla de su ordenador. Más que concentrada, parecía preocupada. Algo confusa. Sin avisar, Bennett se inclinó hacia ella, giró el portátil y leyó el correo electrónico que tanto había turbado a Valerie.

—¿Oxford...?

—Supongo que sí me quiere lejos. —comentó Valerie entre risillas amargas. Se hundió en la silla y cerró los ojos con un largo suspiro. —No han dejado de llegarme correos de universidades de todo el planeta, Benny. El otro día me llamó un número belga: era la Agencia Espacial Europea.

Bennett miró a Valerie con la boca entreabierta y la sorpresa reflejada en sus profundos ojos oscuros. —¿Qué? ¿Me quieres decir que este tío está entreteniéndose en enviar tu puto currículum a cualquier sitio? ¿Y qué narices quiere hacer la Agencia Espacial Europea contigo?

—Tienen un programa de selección de astronautas y necesitan una psicóloga. —le explicó. 

—Creo que está cometiendo un delito. —Bennet alzó el índice y señaló a Valerie con seriedad. —Está compartiendo tu información personal sin tu permiso. Deja que se lo comente a algún abogado...

La pelinegra, que vestía una camiseta de tirantes ajustada a su cuerpo y unos pantalones viejos, sonrió una vez más con la amargura que llevaba acompañándola meses. Estiró el brazo para alcanzar su ordenador portátil. Clicó un par de veces en algún lugar de la pantalla y se la mostró a Bennet. —¿Has leído la carta de recomendación que ha enviado?

El de tez morena negó con la cabeza y, algo reticente, comenzó a leer el documento. Su expresión cambió según leía cada línea: del más puro rechazo a la sorpresa, de la sorpresa a la pena, y de la pena a un leve atisbo de ternura. Sí, ni siquiera él era tan bueno ensalzando las virtudes académicas de su mejor amiga, pero optó por morderse la lengua y no comentar nada sobre el cariño que desprendía aquel texto; llevaba días intentando que Valerie se deshiciera de la culpa que la estaba hundiendo, y decir que, en efecto, aquella carta le hacía un favor más que una putada, era el camino más corto para que Valerie terminara sumida en lo más profundo de su tristeza.

—Está claro que el tipo está intentando echarte desesperadamente de la universidad...

—Está intentando evitarme a toda costa. —le corrigió. —Me lo dijo. 

—¿Pero este tío no tiene vacaciones? Tu correo está lleno de ofertas de trabajo. 

Valerie se encogió de hombros. —Odiar a alguien requiere dedicación. Enviar a alguien a la otra punta del país, también.

Bennett estuvo a punto de soltarle un ''no creo que te odie'', pero las palabras jamás abandonaron su boca. Frunció los labios un instante, justo antes de sentarse al lado de su amiga y de colocar sus manos a los lados del rostro pálido y ojeroso de Valerie. Sujetó la cara de Valerie con fuerza y miró a sus ojos verdes.

—Mírame. —le pidió, con un tono que era cómicamente imperativo —Sé que estás pensando todo el rato en él, así que, ¡deja de hacerlo! ¡Vuelve en ti! ¡Sé la Valerie fuerte, la Valerie devora-hombres que siempre has sido!

—Pero-

—Has hecho cosas mal, ya lo sé, ¡pero mírate! ¡que estés así es culpa suya! No te mereces esto. Te mereces un ricachón con un buen culo que te compre un Range Rover con el que puedas ir a la clase de pilates más sobrevalorada y cara del Soho, Val. No te mereces un tío como él, sin responsabilidad afectiva e incapaz de procesar la información. 

—Tiene un Maserati. —le recordó Valerie. —Y un buen culo.

—Valerie, ¡no! ¡Deja de pensar en él! —agitó a su amiga— ¡Ha pasado un mes desde que tuviste una oportunidad para hablarlo, pero decidisteis follar como animales! ¡Y te dejó tirada! Lo más probable es que haya bloqueado tu número, puede que hasta tu correo institucional, y seguro que está por ahí abusando emocionalmente de algún alumno. ¡Olvídate y pasa página, Val! 

La susodicha tomó aire por la nariz y suspiró. Despacio, tomó las manos de su amigo y liberó su rostro. Agachó la cabeza. —Me estoy pensando lo de Stanford.

La repentina confesión de Valerie hizo que Bennett se quedara unos instantes en silencio. Su mejor amiga parecía decirlo en serio a pesar de la notable pesadumbre que se cerraba sobre ella como si fuera una nube tormentosa. Podía ver la determinación en sus ojos. Bennett tradujo las palabras de su amiga en su mente; el ''me estoy pensando...'' era un ''está decidido''.  —Oh, Palo Alto va a encantarte. La costa oeste es otro rollo, Val. Te pondrás morena, podrás comprarte smoothies caros, ligarte a algún socorrista de la playa...

Valerie hizo una mueca. —Necesito un cambio de aires. Necesito conocer a otro rubio buenorro, preferiblemente que no sea médico, que cocine bien y que, al menos, no me trate como si fuera una mierda.

—Nunca te han gustado los rubios.

—Ahora sí. 

Bennett soltó una carcajada y observó a su amiga con una pizca de compasión. —Ay, Valerie. Quién lo diría. 

—¿El qué?

—Que te marches de un sitio por la puerta de atrás porque un hombre te ha robado el corazón... 

Valerie solo pudo sonreír. —Ya. 

******

La sala de TAC se había convertido en el refugio favorito de Levi durante sus guardias estivales. Cuando no tenía nada que hacer, iba hasta allí, se sentaba en una de las sillas giratorias libres y, si entraba alguna urgencia, se limitaba a hacer el estudio del caso y se quedaba escuchando al resto de adjuntos. De vez en cuando, alguien le pedía consejo porque Gerard, el radiólogo, soltaba un ''¡tenemos un cardiólogo en la sala!''.  De no haber unas doce personas en la pequeño habitáculo con los ordenadores, se dedicaba a juguetear con los cubos de Rubik de su colega  mientras le escuchaba quejarse de fondo. 

De vez en cuando, María llegaba con tres tazas humeantes de café y se unía a la conversación -en la que, normalmente, Levi no participaba-. Las voces de sus amigos eran una especie de ruido blanco que le ayudaba a despejar la mente, una forma bastante útil de evitar sus propios pensamientos y de no estar en la consulta, solo, sin Berkowitz en la sala contigua.

—A ver, Gerard: no puedes odiar a los adultos Disney cuando tú eres un friki de Star Wars. Técnicamente, Star Wars pertenece a Disney, así que te estás metiendo con gente de tu gremio. —decía María, gesticulando de forma exagerada con su taza en la mano y el pelo recogido en una diminuta coleta— Si te da vergüenza ajena ver a gente que lleva orejitas de Mickey Mouse de edición limitada de forma no irónica, deberías avergonzarte también de la gente que se ha comprado un sable de luz por quinientos dólares.

—No es lo mismo. —se defendió el de apariencia lánguida. 

—Ah, claro, seguro que tú tienes una de esas espaditas.

—Son sables. 

María golpeó a Levi en el costado. —¡Dile que es un friki!

El rubio hizo una especie de mueca. —Tú también lo eres, María.

—De verdad, los hombres sois insoportables. —bufó, bromeando, dando un largo sorbo a su café.

—¿Tanto cuesta encontrar a una tía que le guste Star Wars? Si hay chicas a las que les encanta, yo qué sé, Harry Potter, alguna habrá interesada tanto como yo, ¿no? —se lamentó Gerard, hundiéndose en su silla y girando levemente su cuerpo de un lado a otro. —Levi, ¿tú cómo lo haces? ¿Qué consejos me das para ligarme a Sammy, la residente de urología?

—Dile que necesitas un tacto rectal. —se adelantó María. Recibió un gruñido y un golpe con un bolígrafo que Gerard le lanzó al pecho. —¡Piensa en el lado bueno! Ve muchos penes fláccidos de señores mayores, así que, en comparación, cualquiera le parecerá estupendo. Puede que hasta tengas suerte.

—¿Cómo puedes ser tan insoportable y tener tanta razón a la vez...?

—Le viene de fábrica. —murmuró Levi con una sonrisa algo triste. Dejó el cubo de Rubik que acababa de resolver en el larguísimo escritorio de la sala. 

—¿Cómo te ligaste tú a la psicóloga? ¿La que tiene apellido de asesino en serie...? Hace mucho que no la veo. ¿Está de vacaciones o es que ya no seguís con el proyecto?

El silencio sepulcral llegó a la sala. María estuvo a punto de escupir el sorbo que acababa de dar a su café. Miró rápidamente a Levi para asegurarse de que no iba a tener una especie de arrebato de ira contra su colega. Tragó saliva con algo de dificultad.

—Em, es que... Es un tema delicado, Gerard. —dijo la joven, intentando quitarle hierro al asunto con una especie de risilla de lo más artificial. 

El radiólogo puso los ojos como platos, entre sorprendido y avergonzado. —¿Ya no estáis juntos? Yo pensaba que... —ante la mirada con tinte de reproche que le dedicó María, Gerard decidió callar. —Joder, perdón. No quería ser indiscreto. 

—Da igual.

No había indiferencia en su voz, ni odio, ni rencor. En la voz de Levi solo se podía notar algo de amargura, algo que no era propio de él pero que, a la vez, estaba en congruencia con su conducta de los últimos días. No estaba apagado, ni débil, ni deprimido. Simplemente estaba ahí, muchas veces en silencio, de vez en cuando con la mirada perdida, con su característico semblante serio y el cuello tenso. Era como si alguien se hubiera llevado un pedacito de Levi, dejándole incompleto, sin su sarcasmo hiriente y sus sonrisas crueles. Puede que estuviera algo aburrido, como un niño al que le han apagado la televisión y no sabe con qué entretenerse. Puede que simplemente no supiera cómo echar de menos a alguien. 

Presa de la vergüenza, Gerard tomó su busca personas y señaló la puerta del habitáculo. —Voy al baño. Eh... avisadme al busca si alguien llama al teléfono.

María asintió con una sonrisa amable. Luego, tras oír como el radiólogo cerraba la puerta y les dejaba allí, frente a un monstruoso escáner, suspiró. —Qué fuerte. Un cardiólogo intensivista y una neuróloga pediátrica que no tienen ni idea de cómo hacer un TAC se quedan... en la sala de TAC. Espero que no llegue un ictus. 

Levi volvió a coger uno de los cubos de Rubik que estaban dispuestos en fila sobre el escritorio. Empezó a mover las piezas con algo de desgana y, al rato, frunció el ceño y se giró hacia su mejor amiga, mitad incómodo y mitad enfadado. 

—Deja de mirarme así.

—¿Cómo?

—Como si hubiera muerto uno de mis gatos. Con... compasión. Parece que vas a darme el pésame.

María alzó las manos en son de paz y se dio cuenta de que, efectivamente, miraba al rubio con lástima, con pena, con una pizca de ternura, como si estuviera viendo a un huérfano con una historia de vida de lo más complicada. —Lo siento, pero es que no me trago que de verdad el tema de Val- Berkowitz te dé lo mismo.

El cardiólogo se encogió de hombros. —Tengo cosas mejores por las que preocuparme. 

—¿Como mi adicción a las galletas de avena con aceite de palma? 

—Sí. Deberías revisarte el colesterol. Eres joven para tener arterioesclerosis.—y volvió a sonreír con cierta tristeza. Continuó resolviendo el cubo de Rubik entre sus manos. 

—Vale, eso es una cosa. ¿Y el resto?

Levi frunció los labios un instante, pensando en cómo decirle a su amiga lo que había pasado en cuestión de días y en cómo evitar que se preocupara. María era una persona que se intranquilizaba de forma atosigante: Levi no quería tener mil mensajes diarios de su amiga por mucho que la quisiera.

—Mis padres se jubilan el mes que viene. —le contó. —La consulta de mi padre en Múnich se quedará desatendida un buen tiempo. 

La de gafas supo por dónde iban los tiros. —Oh.

—Necesitará cubrir su puesto. 

—Y quién mejor que su hijo... —musitó María, asintiendo. 

—Sí. —confirmó Levi. —Sería solo durante unos meses, hasta que encuentren a alguien que hable alemán mejor que yo. 

María se cruzó de brazos y analizó con detalle el rostro y el lenguaje corporal de su mejor amigo. —¿En serio estás pensando en volver a Múnich?

—Sí. —exhaló por la nariz, cansado. —Este año ha sido agotador, y prefiero irme de aquí por mi propia voluntad, antes de que el hijo de puta del Decano me eche a los perros y me abran un expediente en el hospital por haber pegado un puñetazo a Rashad y por haber follado con Val- con ella en las consultas. Si me echan, mancharía mi currículum y tendría que irme igualmente. Si no lo hacen y me quedo, no podré soportarlo. 

Con algo de miedo, la pediatra le preguntó: —¿El... qué?

—Que Valerie esté aquí. Que vaya a los mismos congresos que yo, o vernos en algún aeropuerto. Yo qué sé, cruzarme con ella y no saber qué cojones hacer. Verla y volver a sentir lo que siento por ella. No lo soportaría.

—Qué dramático te has vuelto, Levi. —rio su amiga, con dulzura y un atisbo de la compasión que tanto odiaba el rubio. Se sentó en la silla que Gerard había dejado libre y se quedó a su lado, con la taza de café entre las manos. —Es la primera vez que sientes algo así, ¿verdad? Es normal que te duela tanto.

—¿Vas a reírte de mí porque mi desarrollo psicosocial es el mismo que el de un adolescente?

—No. La idea del desarrollo normotípico cada vez se desdibuja más, así que no te preocupes; no pasa nada por sentir lo que sientes con treinta y pico.— soltó, agitando la mano para quitarle importancia. —¿Piensas mucho en ella?

Levi sofocó una carcajada. —Intento no hacerlo. ¿Por qué crees que no me quedo en mi consulta haciendo mi trabajo?

—Oh, es verdad, eres una persona que no procrastina... 

—Es- —movió la cabeza de lado a lado y cerró los ojos, como si quisiera despejar su mente. —Es como si una parte de mí quisiera buscarla para poder ver cómo se cabrea, para ver cómo es la Valerie de verdad, pero, por otro lado, estoy acojonado. No sé, me da miedo que vuelva a... utilizarme. 

María se sujetó el puente de la nariz por debajo de la montura de sus gafas, con el índice y el pulgar. Resopló. —Puf, esto es más complicado de lo que me imaginaba. Ya sé por qué te estás empeñando en evitarlo: es más fácil que enfrentarlo. 

—No sé qué hacer. 

—Confía en tu instinto, Levi. 

—Ya, María, como si fuera fácil saber si es mi instinto o mi autosabotaje.

—Tú... confía. Habla con ella. A lo mejor está en la misma situación que tú.

Levi inspiró profundamente por la nariz y devolvió su vista al frente, a aquel escáner de tamaño  gigantesco. Puede que María tuviera razón.

Se arrepentía de no haber hecho caso de su intuición en un primer momento, cuando aquella vocecita que no abandonaba su cabeza le repetía que había algo extraño en la forma de actuar de Valerie. Quizá, hablar con la psicóloga era una buena excusa para darle una segunda oportunidad a su instinto, para saber si podía marcharse a Múnich, para saber si debía quedarse en Boston...

Para saber si merecía la pena conocer a la verdadera Valerie. 


*********

acabo de darme cuenta de que a esta historia le pega muchísimo fiebre de bad gyal... Pensadlo... 

yo solo te bailo a ti...

por cierto,

tengo una mala noticia:

matter of heart tiene los días contados...

no llegará a los 80 capítulos!!

así que abro un espacio para que discutáis vuestras teorías y para que resolváis la pregunta que inició esta historia:

quién se irá antes de Harvard?

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