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sesenta y cinco (ii)

A Valerie, el trayecto de veinte minutos a casa de Levi se le hizo más eterno que un crucero por el Atlántico. Que sus labios no estuvieran chocándose contra los del rubio le parecía delito, y no poder sentir su piel caliente contra la suya le resultaba una tortura medieval. El nudo de su vientre y sus pensamientos, que rozaban lo más puramente obsceno, amenazaban con hacerle cometer alguna locura; pero Levi estaba conduciendo, y el único resquicio que quedaba de racionalidad en Valerie le repetía, una y otra vez, que no podían volver a tener un accidente. 

Y Levi, pisando el acelerador de forma casi inconsciente, tampoco se quedaba muy lejos. Podía ver por el rabillo del ojo a Valerie, con las piernas juntas y su bolso sobre el regazo, y aquello era suficiente para querer parar el coche en cualquier arcén. Decidió conformarse con una pequeña muestra de la piel de la psicóloga y estiró la mano derecha, la que tenía sobre la palanca de cambios, para poder llegar a la rodilla de Valerie. Inmiscuyó su mano por debajo de la tela del vestido negro. Apretó con suavidad la pierna de Valerie y siguió el camino hacia la parte interior de su muslo, despacio, a una velocidad que a Valerie le pareció demasiado lenta. 

Las caricias tanteadoras de Levi hicieron que aquel nudo que sentía Valerie se apretara aún más, como si estuvieran estirándolo de dos extremos. El rubio amenazó con dejar su mano peligrosamente cerca de la entrepierna de Valerie. Pudo notar como se tensaba bajo su tacto. Y aquello le hizo sentir demasiado bien. Orgulloso. Importante. Cruzó una mirada con ella y una sonrisa algo burlona. 

—¿Impaciente por llegar a casa?

Debía ser que su cuerpo anhelaba oxitocina; de lo contrario, Valerie no podía explicar por qué aquella media sonrisa y ese tono sardónico le habían parecido tan atractivos. Ella alargó el brazo, agarró la mandíbula de Levi y giró su rostro hacia el frente. 

—La vista en la carretera. —le dijo, igual de socarrona. 

—¿Y la mano en tu pierna...? —replicó él, sintiendo los dedos de Valerie cerrándose sobre su muñeca, aceptando que la tocara y demandando que siguiera haciéndolo. 

—Tú conduce.

—Puedo hacer dos cosas a la vez. —le recordó, volviendo a mirarla de forma fugaz.

Valerie soltó una carcajada. —Conducir y hablar no es una de ellas. ¿Necesitas que te refresque la memoria...?

Levi también se dio el lujo de reír, con suavidad, mordiéndose el labio inferior mientras negaba con la cabeza, como si quisiera ocultar su sonrisa. Valerie comenzó a reconocer las calles y los altísimos edificios, así que supo que aquel eterno viaje llegaba a su fin. Disfrutó de las caricias que Levi repartía por su pierna y miró un instante por la ventana con la intención de frenar el ritmo frenético de su corazón. A aquel paso, iba a ser ella la que no iba a llegar a salir del coche. 

Entraron al garaje del rascacielos donde vivía Levi en silencio, simplemente con el ruido ralentizado del motor de fondo. El médico aparcó en la plaza que tenía asignada con una rapidez y destreza que Valerie jamás había visto en otro conductor -y menos en uno tan impaciente como Levi-. Sin mediar palabra, tras poner el freno de mano, salió del coche. Dio la vuelta al auto y abrió la puerta del copiloto. Tendió su mano a Valerie para ayudarla a salir. 

Valerie aceptó su mano y, casi al instante, se vio engullida por el atlético cuerpo del rubio, que cerró la puerta con un empujón. Tomó las caderas de Valerie sin miedo, sin dudarlo, y besó sus labios con grandes cantidades de anhelo. Ella colocó sus manos sobre el cuello del Doctor, sintiendo su piel ardiente, intentando profundizar el beso en lugar de alejarlo como hacía las primeras veces. El peso de Levi hizo que Valerie tuviera que apoyarse contra la carrocería del Maserati, y el contraste entre el calor abrumante de él con el metal frío le hicieron soltar una especie de suspiro. Levi aprovechó la coyuntura para dejar que su lengua se deslizara entre los labios entreabiertos de Valerie.

Y, como otras tantas veces, el silencio que reinaba entre ellos se fue llenando con los sonidos húmedos de sus besos y con las cortas pausas para recuperar algunas respiraciones. 

Uno de los tirantes del vestido de Valerie amenazaba con resbalarse de su hombro, los mechones de su cabello ya empezaban a soltarse y su espalda ya estaba lo suficientemente arqueada como para que Levi pudiera sentir su pecho contra el suyo. La psicóloga, mientras disfrutaba del beso lento pero voraz, notó cómo el muslo robusto de Levi se apretaba contra ella, separando sus piernas.

En una de esas pausas para tomar aire, Levi vio, en los ojos verdes de Valerie, chispas de determinación. Y fue el fuego de su mirada lo que le hizo a Levi tomar sus manos, como si no fuera suficiente con su respiración agitada, sus mejillas sonrojadas, su vestido a un segundo más de deslizarse al suelo o con cómo su entrepierna buscaba el roce.

 —Vamos arriba.

—No. —murmuró Valerie. —Por favor-

Levi tiró rápidamente de ella. El coche se cerró automáticamente tras ellos. —Hay cámaras de seguridad por aquí. —no era la primera vez que tenían un incidente con alguna cámara, así que el médico decidió optar por la privacidad de su apartamento, aunque eso conllevara una larga espera de unos escasos dos minutos.

Valerie le siguió dando pasos cortos y rápidos, intentando seguir sus largas zancadas. Llegaron al ascensor, que se abrió con un 'ding' de lo más cliché. Entraron. Y volvieron a besarse, ignorando la cámara de seguridad situada en el techo. Sus cuerpos chocaron contra la pared del ascensor. Valerie manoseó sin vergüenza la espalda y torso de Levi; él hizo lo mismo con los muslos y nalgas de ella, arrugando el satén de su vestido. 

La psicóloga cada vez lo tenía más claro: le encantaba aquella sensación casi agónica de estar sin respiración; cada vez que notaba el tacto de Levi, su lengua danzando con la suya o la presión de su erección contra su pierna se sentía más viva que nunca. Le gustaba que Levi fuera la única persona capaz de dejarla sin aliento, de hacerle sentir de aquella forma. Y, en el fondo, le daba algo de rabia que pudiera hacerlo tan bien. Y odiaba tener que darle la razón: era muy buen alumno.

Un nuevo 'ding' les indicó que habían llegado a la planta donde residía Levi. Él se aclaró la garganta y salió del ascensor sin soltar la mano de Valerie, que tuvo que volver a -casi- corretear tras él para poder alcanzarle. Levi sacó las llaves de su apartamento del bolsillo de su chaqueta y abrió la puerta con un suave empujón. Encendió la luz del recibidor y se giró para decirle a Valerie que se pusiera cómoda, aunque apenas iba a tener tiempo para hacerlo. 

—Oye. —Valerie llamó la atención del rubio tirando de la tela de su camisa. Señaló con la barbilla el suelo.

Levi siguió su mirada y se quedó de hielo al ver cómo Snow le miraba con sus ojos felinos. Era como si le estuviera reprochando por llegar tarde... o por llegar con una mujer colgada del brazo. El gato maulló con desdén a Valerie y pasó por delante de ella antes de pasar por la pierna de Levi, llenando su pantalón negro de pelos blancos. 

—¿Se te había olvidado que tienes tres gatos? —rio Valerie, que vio cómo los otros dos mininos se acercaban a la escena. 

—Siendo sincero, sí. —admitió, inclinándose para llevar al gato blanco en brazos. Saludó a Ginger y Salem con voz suave y les pidió que le siguieran.

Valerie se cruzó de brazos y se apoyó en la pared con aire divertido. —¿No te da vergüenza que tus gatos puedan oírnos?

Él ya se había ido pasillo abajo. Volvió sin los gatos y sin chaqueta. Se acercó al sofá y se sentó, hundiéndose en la tapicería gris y separando las piernas para que la atenta mirada de Valerie viera que él seguía igual de excitado que ella. —No. ¿A ti no te da vergüenza que vayan a oírte los vecinos del primero?

Vivía en las últimas plantas del edificio. —¡Qué ambicioso! —se carcajeó Valerie mientras caminaba hacia él.

La luz cálida de una lámpara de mesa era lo único que iluminaba la sala de estar, así que el ambiente era más que íntimo, cómodo, casi idílico. Valerie se recogió la falda del vestido y aceptó la invitación de Levi: se sentó a horcajadas sobre él, clavando sus rodillas en el mullido sofá. Rodeó con sus manos el cuello del médico, aunque apenas tardó en hundir las yemas de sus dedos entre los mechones rubios de Levi. Tiró levemente de su cabello, obligándole a alzar la barbilla. 

—Podrías mirarme a la cara. —sugirió. 

—Tengo tus tetas a menos de dos centímetros. —se defendió él, sonsacando una carcajada a Valerie. 

Ella besó la comisura de los labios de Levi, despacio, mientras él se abría paso bajo el vestido una vez más. Colocó sus manos en la cadera de Valerie y, con sus pulgares, empezó a acariciar la pálida y suave piel de la psicóloga.

Cruzaron una mirada profunda, lenta.

Fue entonces cuando a Valerie Berkowitz, tan dispuesta a hacer daño al Doctor Braun, se le rompió el corazón en mil pedazos.

El tacto de Levi se alejaba mil pasos de la lujuria; era delicado, tierno, como la sonrisa que había curvado sus labios durante la serie de besos cortos que Valerie había distribuido por su cara y cuello. Y sus ojos ocre rezumaban algo que a Valerie le aterraba: cariño.

—¿Pasa algo?

Sí, demasiadas cosas. Decirle la verdad o no decírsela. Acostarse con él e irse a la mañana siguiente como si nada o hablar las cosas. Disminuir la probabilidad de perderle o arriesgarse a joderlo todo. Continuar con la mentira durante meses, puede que años, o admitir que lo que había hecho estaba muy, muy mal.

—Eh. —puede que algo asustado, Levi puso una de sus manos en el esternón de Valerie, como si quisiera comprobar que su corazón seguía latiendo. —Valerie, ¿qué pasa? ¿Estás teniendo una ausencia...?

Ella tragó saliva. —Tengo que decirte algo.

De todas formas, no entraba en sus planes quedarse con él. 

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bienvenidas a la recta FINAL finalísima LAST SEASON última PARTE de esta historia

abróchense los cinturones y asegúrense de que el airbag está activado que nos vamosssss

yujuuuuuuuuuu

aaaanda marranas que estáis deseando leer con una sola mano... NOT ON MY WATCH que sabéis que amo el drama jejeje 


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