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quince

El jueves era el día en el que aquella dulce joven de cabello oscuro y jerséis de llamativos colores pasaba consulta en el ala de cardiología. Siempre saludaba a quienes estaban en la sala de espera con una sonrisa enternecedora, amable, como si quisiera alzarles los ánimos, y llevaba consigo un enorme bolso y unos cuantos archivadores.

Valerie llamó a la puerta de la consulta 395 y, tras escuchar un grave 'adelante' y sonreír a una mujer que parecía rondar los noventa años, pasó al interior. Su sonrisa se borró de golpe en cuanto puso un pie en la sala. El Doctor Braun, vestido con uno de los pijamas quirúrgicos, estaba sentado tras el escritorio y miraba con desinterés su teléfono móvil. No dijo nada, así que Valerie hizo lo mismo: guardar silencio. La psicóloga dejó sus cosas en una silla y abrió el estrecho armario que contenía la bata blanca que Braun le había prestado. Dentro, en el bolsillo, había guardado las llaves de la sala contigua. Sin mediar palabra, volvió a coger sus cosas y se marchó a la consulta 396.

Ella no era de las que solían sentir una vergüenza extrema o de las que se acobardaban; Valerie, sobre todo por culpa de su profesión, había aprendido a mostrarse firme y segura de sí misma, pero después de aquel bochornoso momento con el Decano, Verham y Braun, no hacía más que lamentarse. Se preguntaba por qué había tenido que explotar de esa forma constantemente y, lo peor de todo, es que sentía que debía disculparse con el cardiólogo -aunque él dijera con toda la seguridad del mundo que no se había sentido ofendido-. Valerie se sentó en el escritorio de la consulta con una sensación de pesadez, como si tuviera una sombra sobre ella que la hacía sentir intimidada.

No sabía qué hacer. Siempre había criticado la falta de comunicación y había odiado la ley de hielo, pero, irónica y curiosamente, ella la estaba aplicando. Como no sabía cómo dirigirse a Levi después del incidente del email, prefería no hablar. Así, tenía claro que no metería la pata hasta el fondo.

Los momentos de reflexión le hicieron darse cuenta de que, quizá, además de su soberbia crónica, lo que le ocurría a Levi era lo mismo que a ella: enmascaraba el no saber cómo comunicarse con una frialdad extrema.

Valerie extendió algunos cuestionarios sobre la mesa de la consulta, encendió el ordenador que tenía enfrente y suspiró.

*****

La voz amortiguada de Levi se escuchaba perfectamente desde la consulta contigua. Hablaba con su típico tono serio, puede que algo más amable -solo una pizca- que el tono que utilizaba para dirigirse a sus alumnos o compañeros de profesión. Valerie no entendía nada de lo que decía, no porque su habla le resultara ininteligible, sino porque hablaba de medicaciones e intervenciones que desconocía. Valerie intentó ponerse al día con la Cardiología por culpa del proyecto, pero las técnicas, patologías y remedios eran tantos que le resultó imposible. Se esforzó por aprender lo necesario para poder entender el marco teórico que, para su sorpresa, Levi preparó.

Guardó sus cosas y los cuestionarios ya rellenos en los archivadores. Dejó la consulta tal y como la había encontrado, limpia y a oscuras, y, cuando escuchó un robótico ''adiós'' y el sonido de la puerta cerrándose, pasó a la consulta del Doctor Braun.

Se dirigió con rapidez hacia el armario para volver a guardar la bata. Una parte de Valerie se sentía molesta cuando Levi mostraba ese desinterés, esa apatía que parecía reducir a la psicóloga a un objeto más de la sala... pero la otra parte, la que aún se sentía algo avergonzada, prefería que Levi continuara sin dirigirle la mirada. Inspirando profundo por la nariz, Valerie se armó de valor para informar al coautor del proyecto sobre las sesiones que había realizado.

—Los dos pacientes de hoy tienen puntuaciones bastante altas en la escala DASS. —dijo, captando la atención de Levi, que se giró hacia ella. Miró a Valerie con el ceño ligeramente fruncido, y ella dio por hecho que no se había enterado de lo que había dicho. —DASS, la escala para depresión, ansiedad y estrés.

—Ah.

—Así que son susceptibles de pasar a la siguiente fase. ¿Los cito yo?

Su proyecto constaba de varias fases que seguían firmemente el esquema que había planteado Levi. Por el momento, continuaban en la primera fase, seleccionando aquellos pacientes que mostraban síntomas compatibles con la ansiedad, estrés o depresión y que pudieran beneficiarse de una intervención psicoterapéutica. En teoría, era un proceso que debían realizar ambos, en conjunto, pero en la práctica lo estaba haciendo Valerie: ella era quien decidía qué pacientes podían continuar en el estudio. Al menos, mientras la psicóloga se entrevistaba con los pacientes, Levi avanzó con la parte más metodológica y aburrida del proyecto. Sin quererlo, habían volcado sus personalidades en el trabajo. Valerie se encargaba de lo más personal, de la comunicación cara a cara; Levi, de todo lo que tuviera que hacer en silencio.

El rubio echó un vistazo a su agenda. —Aún es pronto.

—Pensé que tenías prisa por acabar esto. —bufó Valerie mientras colgaba la bata en la percha. Cerró el armario.

—Sí, la tengo. No te equivoques. Pero también quiero hacerlo bien. —le recordó Levi, más que serio, apagado. Su jornada había sido estremecedoramente larga, y aún le quedaban un par de horas para poder irse a casa. —La muestra aún es pequeña.

—Es lo que hay. —Valerie sonó cortante. —Solo me quedan cuatro pacientes nuevos que entrevistar y, en caso de que no pasen el cribado, eso nos dejaría con diez pacientes. Creo que está bastante bien teniendo en cuenta que es un proyecto con vistas a corto plazo.

Levi chasqueó la lengua y se reclinó en su asiento, una silla de oficina tapizada en azul oscuro. —Yo solo hago las cosas bien.

—Cantidad no es sinónimo de calidad, ¿nunca te lo han dicho? —Valerie se echó el bolso al hombro. No estaba muy dispuesta a hablar con él, y más aún cuando parecía haber recuperado su actitud altanera. Prefería que Levi estuviera en silencio y que la ignorara por completo. —Bueno, dejo las citas en tus manos. Dime cuándo pasamos a la siguiente fase con algo de antelación y listo.

El Doctor Braun se limitó a asentir. Ella musitó un ''hasta mañana'' entre dientes y se dio la vuelta, dispuesta a abandonar el hospital cuanto antes. Sin embargo, su nombre se escapó de la boca de Levi. —Valerie.

La susodicha encaró al Doctor y alzó las cejas. Vio que él le estaba entregando unos papeles. Cómo no, pensó, siempre tiene trabajo extra para mí. Valerie se acercó al escritorio y los tomó. Los guardó después de ojearlos. Parecían autorizaciones para los pacientes. —¿Algo más?—preguntó, deseando irse. Empezaba a sentirse incómoda, puede que por la casi temible presencia de Levi, por su mirada fría y su actitud distante.

El cardiólogo rebuscó algo en los bolsillos de su uniforme quirúrgico. Sacó su teléfono, enfundado en una carcasa de color verde oliva, se inclinó hacia delante y tendió el móvil a Valerie, girándolo sobre sus dedos. —Tu número.

Valerie soltó una carcajada. —Ah, vale. ¿No me invitas antes a un café? —bromeó, pasándose de irónica. Su tono sonó igual de amargo que el veneno de una serpiente.

—Visto cómo te encanta hacer el ridículo con el email institucional, será mejor que, a partir de ahora, hablemos por teléfono. Así que, agenda tu número.

Valerie tomó el teléfono móvil de Levi, desbloqueado, con un fondo predeterminado de la vía láctea y cero notificaciones. Le sorprendió la repentina confianza, como si de golpe no fueran rivales o como si la maldad hubiera abandonado el cuerpo de ambos. Valerie tenía en sus manos el teléfono personal de Levi -o al menos eso sospechaba, porque nunca le había visto con otro móvil diferente- y podría hacer de todo menos el bien. Entrar en la aplicación del banco y vaciarle la cuenta corriente, enviar algún mensaje cuestionable para que no fuera ella la única que lo había hecho, descargarse algún virus...

No hizo nada de eso. Con un suspiro, la psicóloga abrió el menú de llamadas y tecleó su número. Lo agendó como ''Valerie Berkowitz''. Devolvió el teléfono a su propietario.

—Siento lo del correo. —soltó Valerie, haciendo que Levi alzara la vista algo sorprendido.

En cuestión de segundos, el desconcierto abandonó la mirada del médico, que ahogó una risilla mientras guardaba su móvil de vuelta en el bolsillo. —Oh, no lo sientas.

Valerie dudaba que alguien como él, que había demostrado de sobra que era incapaz de mostrar empatía, de consolar incluso al paciente más enfermo y de disculparse por culpa de su gigantesco ego, estuviera diciendo aquello sin segundas intenciones, sin una coletilla... y más aún cuando sonreía de lado, con algo de crueldad.

—¿Por qué?

—Porque es recíproco. —confesó Levi. —A mi también me la suda que seas una psicóloga de maravilla, que intentes buscar respuestas a todo y que hayas estudiado yo qué sé cuánto para tener un PhD. Me da igual. —se encogió de hombros. —Pero tenemos un proyecto en conjunto, así que hay que tragar.

—Vaya, pues sí que estás comprometido con la causa. —dijo Valerie que, sorprendentemente, se sentía aliviada. Era como si le hubieran quitado un peso de encima, o como si estuviera perdiendo una carrera y hubieran declarado la salida del resto los corredores nula.

—Si quiero acabar esto cuanto antes, es por un único motivo.

—Un hombre de principios, ¿eh? —comentó ella —los más inflexibles. Y dime, ¿cuál es el motivo? ¿perderme de vista?

Levi se rio de forma más audible. —Sí.

—Bien, ya tenemos algo en común. ¡Quién lo diría!

El Doctor Braun se levantó de su asiento y paseó por la consulta con aire arrogante, mirando a su compañera por encima del hombro, como si él fuera un león en su propio territorio sitiando a su presa. Valerie no llevó el mentón hacia el pecho. Mantuvo la cabeza bien alta. Levi se acercó a la puerta, dando a entender a la psicóloga que ya era hora de irse de allí.

—En cuanto acabemos con esto, —el rubio se apoyó en el marco de la puerta. Se cruzó de brazos. Valerie supuso que, más que invitarla a salir, le estaba impidiendo el paso. —volveré a hacer lo que sea para que te vayas de aquí... aunque ya has cavado tu propia tumba.

—Vaya, ¿estás alzando la bandera blanca? —Valerie, en espejo, también se cruzó de brazos.

—No me estoy rindiendo.

—Doctor Braun, —canturreó ella— me temo que esto también es recíproco. Haré lo que pueda en el proyecto y, cuando nos digan que todo está bien, haré que te alejes de la docencia.

Levi, lejos de sentirse acorralado por Valerie, apoyó la cabeza contra la madera y sonrió. —Tus intentos no han servido de mucho.

—Hasta ahora. —añadió la de cabello oscuro.

—¿Sabes por qué han decidido no despedirte? Por mí.

—Dios santo, ¡eres mi salvador! —exclamó Valerie de forma teatral —como si el propio Decano no me hubiera escrito para decirme que mi currículum, mis clases y básicamente los alumnos han hecho que me quedara. Braun, no eres el centro del universo. Y no te debo absolutamente nada, así que no intentes hacerme creer que esto es por ti.

El rubio abrió la puerta. —El proyecto está ideado para durar unos seis meses,—le recordó con tono de regañina —tiempo durante el cual espero que te dediques solo a lo necesario.

Valerie asió su bolso y abandonó la consulta. Ya en el pasillo, se giró y soltó:—Aplícate el cuento. Más te vale dejar bien claro que entre nosotros no hay nada más que burocracia y una investigación.

Levi extendió su mano hacia Valerie. Ella la estrechó. Su piel era algo rugosa, seguramente de lavarse las manos exhaustivamente y varias veces durante sus horas de trabajo en el hospital, pero le sorprendió su calidez. A Levi, por el contrario, le sorprendió lo fría que estaba la mano de Valerie.

—Bien.

—Bien. —repitió Valerie que, por fin, pudo marcharse de allí.

******

—Ah, gracias. —Valerie escondió un par de mechones rebeldes tras su oreja y sonrió a la persona que le había esperado para poder entrar en el ascensor. —Anda, ¡hola! No te había conocido desde lejos. ¿Cómo va todo?

Ya sin un pijama quirúrgico, su pelo castaño recogido en un pequeño moño y aire bastante cansado, Zach Irvine esbozó una sonrisa amarga, algo triste. —Podría ir mejor.

—¿Voy a sonar muy indiscreta si te pregunto el por qué?

—Braun, ya sabes. —tan solo con tres palabras, Valerie fue capaz de entenderlo todo. Sonrió y miró con compasión al médico residente desde el otro lado del ascensor, amplio y bastante ancho para poder encerrar una camilla y varios sanitarios.

—¿Sigue siendo un grano en el culo?

—Sí.

El ascensor llegó a la planta baja. Valerie le preguntó a Zach por algunos detalles y, como si hubiera quitado el tapón de una bañera llena de agua, el estudiante comenzó a hablar sin pausa... y con rabia, una rabia efervescente que se reflejaba en los ojos verdes del chico. Caminaron despacio hacia la salida del hospital. Valerie escuchaba con atención, buscando más cosas que añadir a aquella hoja de Excel que contenía todas las cosas que sacaban de quicio a Levi y, sobre todo, encontrar una forma de ayudar a Zach.

—¿Por qué no tramitas ya la denuncia? Si llega antes del cambio de semestre, seguramente todo será más rápido. Braun seguirá ejerciendo, pero quizá te asignen un médico distinto. Por muy malo que sea contigo, no será peor que Braun.

—Puse una queja, pero al parecer a nadie le interesa...

—Bueno, seguro que le ha llegado. —dijo Valerie. A ella le habían llegado unas cuantas, así que supuso que a su némesis también.

—Me lo habría hecho saber. —Zach infló el pecho y puso los brazos en jarras, imitando a Levi. —'¿Quién ha sido el idiota que se ha quejado de mí? ¿Has sido tú, Irvine, jodido inservible de mierda?' o algo así habría dicho.

—Oh, claro, tienes razón. Es de los que creen que no hacen nada mal.

—Sí, pondré una denuncia. No estaba muy seguro, pero...

—Zach, es importante que estés a gusto y que aprendas a tratar con los pacientes de la mejor forma posible, no a través del abuso emocional y de las guardias sin pagar. —le dijo Valerie, seria. —La mejor solución es recurrir al OADA porque, en cuanto firmes la denuncia, tomarán medidas preventivas. Tienes derecho a disfrutar de tu residencia.

El de ojos verdes parecía convencido. Asintió, miró hacia el horizonte y, tras cruzar la salida principal del hospital, señaló con el pulgar el este. —Yo me voy por ahí. Gracias, como siempre.

—De nada. ¿Vuelves en bus?

—Sí. Mi sueldo no me permite pagarme la gasolina.

Valerie sacó de su bolso las llaves de su coche y las agitó levemente. —Puedo acercarte, si quieres. Así, mientras, podemos hablar sobre los detalles de la denuncia. Es mucho papeleo y hay que ir con cuidado.

Zach pareció reticente un par de segundos. Valerie le vio inspirar profundamente y, después, asentir de nuevo. —Vale.

La psicóloga sonrió con una mezcla de malicia y orgullo, caminó en dirección al parking para visitantes del hospital y comenzó a explicar a Zach algunos de los pasos que tenía que llevar a cabo para evitar errores como si, tres minutos antes, no hubiera acordado con el mismísimo Levi Braun una especie de tregua.

El tiempo corría y, por muy sincero que sonara Levi, Valerie no estaba dispuesta a perder la oportunidad de mover ficha para llegar al jaque mate cuanto antes.

**********

si me seguís en ig podréis ver cómo me imagino el apartamento de esta gente en mis stories jejeje

y sí, pienso que zach = eren.

y antes de irme a dormir 3h, os cuento un chiste para quienes veáis snk:

eren jeager... y se va

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