ocho
El reloj marcaba las doce de la noche cuando un cansado Levi apareció en la planta de pediatría. No tenía nada que ver con los pasillos fríos y grisáceos del resto del hospital; las paredes estaban pintadas de diferentes colores, incluso con murales, pero aún así daba algo de respeto. Como en todo hospital pasada la medianoche, el ambiente era algo tenebroso, puede que lúgubre. Todo estaba en absoluto silencio. El Doctor Braun llegó hasta una puerta llena de pegatinas y dibujos. Más que la puerta de una consulta, parecía el frigorífico de unos padres demasiado orgullosos. Dio un par de golpes en la madera con sus nudillos antes de pasar al interior.
Levi ignoró a la mujer que estaba sentada en la silla tras el escritorio de la consulta y se dejó caer en la única camilla de la sala. Se sentó, apoyó la espalda contra la pared y miró al techo con un suspiro.
—¿Algo interesante? —preguntó la chica de media melena caoba.
—Un shock hipovolémico. —respondió Levi, girándose en la dirección de la voz. —¿Y tus gafas rojas?
María empujó la montura de sus -nuevas- gafas jaspeadas con el índice. —He querido cambiar de look. —sin avisar, se agachó para abrir uno de los cajones del escritorio. Sacó una caja de plástico llena de galletas y chocolatinas y la dejó sobre la mesa, invitando a Levi a coger algo. —Estás pálido. Debes estar bajo de azúcar... Come algo antes de que pierdas el conocimiento. Apenas puedo con los niños de doce años, menos voy a poder con un maromo de uno noventa. ¡Ni se te ocurra desmayarte!
Algo resignado, Levi se levantó de la camilla y arrastró los pies hasta una de las sillas reservadas para los pacientes. Volvió a dejarse caer. No era muy fan del dulce, pero agarró una de las galletas y se la llevó a la boca. —Los pediatras sois los más raros del hospital. —comentó, echando un vistazo a la sala y viendo algunos juguetes guardados en una estantería, los posters de super héroes y princesas de la pared y las pegatinas de '¡lo he hecho genial!' que María tenía cerca del teclado. —No sé si estoy en una guardería o en una consulta...
—Levi, los niños tienen que jugar, y más aún cuando tenemos que colocarles electrodos en la cabeza. No tenemos juguetes porque nos gusten los Hot Wheels y las Barbie. —le explicó su compañera. También agarró una galleta. —Por cierto, ¿por qué no me has dicho nada?
El Doctor frunció el ceño, extrañado. —No sé a qué te refieres. —dijo con la boca llena.
María posó los antebrazos sobre el escritorio y fijó sus ojos marrones en los de Levi. —Que el Doctor Rashad ha vuelto a demostrar que es gilipollas.
—Ah...—Levi no pudo evitar rodar los ojos. —Ya, bueno, nada nuevo.
—Sé que libras tu guardia dentro de siete horas y que no quieres escuchar nada sobre esto, pero tengo que contarte lo que sé. —La neuropediatra dio los últimos mordiscos a su galleta y enseguida se puso a gesticular de manera algo exagerada. Siempre lo hacía cuando hablaba deprisa, o bien porque estaba emocionada o cabreada. Levi supuso que aquella vez se trataba de una mezcla entre ambas. —Lleva días diciendo que estás saliendo- bueno, ni siquiera saliendo, que tienes algo con la chica que está haciendo el proyecto contigo. Se lo ha soltado a todo su servicio. Una de las enfermeras no estaba muy convencida, porque saben que Rashad es un mentiroso patológico, así que ha venido aquí, ¡a mi consulta! Me ha preguntado que si era verdad eso de que estabas saliendo con otra profesora de la Universidad. Evidentemente, le he dicho que no. No le he contado mis sospechas sobre tu sexualidad ni lo antipático que eres en realidad, claro. ¿¡Pero por qué tiene que meterse ese gilipollas donde no le llaman!?
Levi estaba tan cansado que ni siquiera pudo sentir rabia. —De todas formas, ¿por qué te han preguntado a ti y no a mi? ¿Y por qué tendrías que decir algo sobre tus sospechas?
—Porque saben que soy tu amiga y que, al contrario que tú, les voy a contestar amablemente. —atacó la chica. —Y ya, ya sé que no eres asexual ni nada de eso. Pero dime, ¿tú no sospecharías de alguien que lleva casi diez años sin sentirse atraído por alguien?
El Doctor Braun bufó. —Estoy derrotado. ㅡse reclinó en su asiento, cerró los ojos y dejó que la voz chillona de su amiga martilleara sus tímpanos. —No tengo energía para escucharte.
—¡Ugh! Es que ese imbécil de Rashad me pone de los nervios. Encima, ha dicho que ha sido ella la que se ha lanzado. ¡No me lo creo!
Levi abrió un ojo. ㅡ¿Berkowitz?
ㅡSí, como se llame. Encima de gilipollas, ¡misógino!
ㅡBerkowitz no parece muy contenta con el asunto. ㅡcomentó el rubio, volviendo a cerrar los ojos para disfrutar de unos instantes de oscuridad. ㅡSe cabreó bastante.
ㅡOye, deberías disculparte con ella. ㅡsugirió María.
Levi abrió los ojos de golpe y despegó la espalda de la silla como si tuviera un resorte debajo. —¿Eh?
—Al menos deberías decirle ''oye, lo siento, mi amigo es un idiota''. —la neuropediatra agarró una galleta y le dio un par de mordiscos furiosos. Señaló a su compañero de profesión con la galleta en la mano y aire intimidante. —Aunque lo que sí que tendrías que hacer es dejar claro que no estáis juntos, porque si no, va a ser todo un infierno para ella.
—Rashad nunca ha sido mi amigo.
María dejó caer el brazo sobre el escritorio. Enarcó las cejas, escéptica. —¿En serio? ¿Es la única persona de la Facultad con la que hablas a menudo y no es tu amigo? Levi, hace una semana estabas con él tomando cerveza mientras veíais algún deporte de machos. ¡No puedes decirme que no es tu amigo! ¡Hasta le llamas por su nombre de pila!
—Nunca me ha caído del todo bien. —confesó el rubio. Y así era: el Doctor Deval Rashad nunca había sido santo de la devoción de Levi, pero era el segundo -ya tercero- más joven de la plantilla docente y el único que parecía estar dispuesto a entablar conversaciones que no fueran puramente médicas... pero eso no era suficiente como para considerarle su amigo. Era un compañero de trabajo que hacía algunas bromas fuera de contexto. Y que parecía tener una obsesión con no ser el más joven y guapo. Y con que Levi tuviera tres artículos publicados más que él. Y más alumnos en sus clases a pesar de que él era el profesor millenial que plantaba memes entre diapositivas.
La chica de cabello castaño resopló. —Pues yo diría lo contrario. Supongo que tu cara permanente de 'no quiero que me hablen' te convierte en buen actor. Algo así como Nicholas Cage, que siempre tiene la misma expresión...
El cardiólogo se hundió un poco más en la silla. Estaba tan cansado que aún estaba procesando las palabras de su amiga. Frunció el ceño y giró levemente la cabeza cuando se acordó de lo último que había sugerido María: —¿Cómo que 'dejar claro que no estáis juntos'? Berkowitz y yo no estamos saliendo. Creo que ya es bastante claro.
—¡Ja! ¡Está claro para ti! —exclamó María. —Un rumor, por muy falso que sea, hace que se levanten las sospechas. Tú sabes que no estás con ella, pero ¿crees que el resto de los profesores no mirarán a la pobre chica con recelo?
—No.
María se levantó unos palmos de la silla, se inclinó hacia delante y consiguió alcanzar la frente de Levi. Le dio un golpe suave pero sonoro. —¡Sí! Hasta que tú no confirmes que no estáis juntos y que solo hacéis un proyecto, la opinión del gilipollas de Rashad seguirá pesando más que la suya.
—¿Por qué?
—¡Porque a los hombres os han educado para ser unos estúpidos, por eso! —molesta, la neuropediatra se llevó las manos a la cara y gruñó. Tras calmarse, señaló con la barbilla la camilla de la sala. —Anda, Levi. Échate una siesta. Estás tan cansado que ya ni te llega el riego a la cabeza.
El Doctor Braun no solía obedecer las órdenes de nadie, pero, aquella vez, conducido por el sueño, hizo caso a la doctora Eckford y se levantó de la silla. Rebuscó el pequeño aparato negro que le avisaba de las urgencias en los bolsillos de su pantalón y se lo tendió a María, que lo guardó en su bata. Con un largo bostezo, Levi se tumbó en la camilla como le había ordenado su mejor -y única- amiga. Cerró los ojos. Consiguió quedarse dormido con María viendo vídeos de perros en su teléfono móvil de fondo y sin entender muy bien por qué debía disculparse con Valerie si él no había hecho nada malo.
ºººººº
Valerie sintió una presencia a sus espaldas, y no era precisamente una mujer de cincuenta años que iba a preguntarle si podía utilizar las mancuernas. Se giró y se topó con una figura alta, atlética, muy diferente a las de los usuarios habituales del gimnasio. Dejó las pesas en el suelo y se quitó los auriculares.
—¿Pasa algo?
No era la primera vez que veía al Doctor Braun con una camiseta técnica y unos pantalones grises, pero sí era la primera vez que le veía algo... desorientado, como si no supiera muy bien qué hacía ahí. La intención original de Valerie era ignorar al rubio. Al ver su rostro, sus labios ligeramente fruncidos y su mirada algo perdida, cambió de opinión. Tuvo la sensación de que Braun estaba pensando algo. ¿El qué? No tenía ni la más mínima idea; solo tenía claro que estaba concentrado en no meter la pata.
Levi señaló con desgana las mancuernas. —Estás haciendo mal los remos.
La psicóloga tuvo que luchar contra el impulso de poner los ojos en blanco. —Bueno, es mi problema, no el tuyo. —dijo, dando la espalda al de cabello claro y dispuesta a recuperar las pesas. —¿Eso es todo?
No. Por primera vez en su vida, Levi quería hablar sobre algo. Quería sacar el tema del Doctor Rashad y preguntarle a Valerie si de verdad le había molestado, quería hacer caso a su amiga y disculparse con la nueva profesora. Sin embargo, el yo más perverso y tenaz de Levi vio aquello como una oportunidad de oro para deshacerse de Valerie. Si no decía nada, si no aclaraba los rumores, la gente iría poco a poco creyendo que Valerie no tenía validez, que era una profesora que había ido escalando puestos a base de embaucar a profesores más veteranos. Y eso era justo lo que buscaba Braun: herir el orgullo de Valerie de la forma más vil posible.
Levi señaló la barra que Valerie tenía cerca. —Tampoco haces bien las sentadillas. Deberían vetarte la entrada a la sala de musculación.
La psicóloga puso los brazos en jarras. —Supongo que esto es lo que haces con tus alumnos, ¿no? Decirles lo que está mal para humillarlos delante de toda la clase y no decirles cómo corregirlo. Típico de un profesor pésimo.
Braun sonrió. —¿No eres tú la que propones en tus clases no-sé-qué-mierda de aprendizaje por descubrimiento? Pues exactamente lo que hago yo. Decirles que está mal para que ellos descubran el porqué.
Valerie se hizo a un lado, dejando espacio a su derecha. —Un buen profesor entrega feedback a sus alumnos y les muestra cómo se hacen las cosas. ¿Serías tan amable de decirme cómo se hacen los remos y las sentadillas?
—No. —antes de retroceder e irse, Levi se detuvo. —Y necesito las entrevistas del otro día. Ya. —añadió con su característico tono imperativo.
La chica no protestó. Simplemente ignoró a Levi, tomó aire por la nariz y lo soltó por la boca, despacio. Si supiera que el Doctor Braun se marchaba de allí con una sensación algo amarga, quizá Valerie no habría pensado en lanzarle su botella de agua a la cabeza.
ººººº
Las juntas docentes solían celebrarse una vez cada dos meses, pero existían sesiones extraoficiales: los jueves, a la hora de la comida, la mayoría de los profesores coincidían en la sala donde se reunían, y era casi inevitable no hablar sobre el transcurso de las clases y realizar una especie de sesión de control.
Valerie se sorprendió al encontrarse a la gran parte del equipo docente en la sala de profesores, charlando. Normalmente solo había unas seis personas. Más que un descanso parecía la recepción de una boda. Con una sonrisa, la psicóloga entró a la sala y se dirigió hacia la cafetera. Dos mujeres de mediana edad, vestidas -cómo no- con bata blanca, saludaron a Valerie e hicieron algo de hueco.
El decano parecía ser el centro de atención de todos. Valerie supuso que estaba hablando de algo importante a pesar del aire desenfadado de la sesión.
—¿Qué sucede? —preguntó a las mujeres que tenía a su derecha mientras se servía algo de café en su taza, una vieja pieza de cerámica que había traído desde su despacho.
—Oh, está hablando sobre los exámenes parciales. —contestó una de las mujeres. Valerie solo se había cruzado una vez con ella, así que no recordaba cuál era exactamente su departamento. ¿Dermatología? ¿Neumología?
Valerie estaba en una fina línea que dividía la mera curiosidad del puro cotilleo. Llevándose la taza a los labios y dando un largo sorbo del café, prestó atención a cada palabra y a cada docente. Reconoció, además de al Decano, a unos cuantos profesores -ya veteranos- que estaban algo molestos.
—¡Nunca hemos tenido un número de suspensos tan alto!
—Lo mejor sería volver a bajar el ratio de aceptación de la Universidad. Al aumentar las plazas, han subido las matrículas de alumnos que no deberían estar en Harvard.
—¡Lo que pasa es que es una generación de cristal! ¡Estallan con cualquier cosa! ¡Se sienten superados por estupideces!
La vista de Valerie pasaba de un lado a otro de la mesa, donde todas las sillas estaban ocupadas por hombres de cabello canoso y alguna mujer de espalda sospechosamente recta. Sentía que estaba siguiendo la pelota en un partido de tenis. Escaneó bien la sala antes de hablar: no había ni rastro del Doctor Braun. Se aclaró la garganta y alzó levemente la mano, esperando a que alguien reparara en ella.
—Si el porcentaje de alumnos que suspenden supera el ochenta por ciento, —dijo, con su típica voz melódica —seguramente el problema no sea de los chicos, sino de los docentes. Quizá deberían hacer una revisión de sus métodos de enseñanza.
Se armó un buen escándalo. Algunos profesores cuchichearon, otros comenzaron a pedir a Valerie explicaciones. Ella se limitó a sonreír, forzando sus labios en una curva, y a beber pequeños sorbos del café, demasiado amargo. Ignoró algunos comentarios fuera de contexto, dejó de apoyarse en la encimera donde estaba la cafetera y se despidió de las dos mujeres que le habían dejado algo de espacio. Se marchó de la sala de profesores con un molesto murmullo de fondo.
Valerie caminó por los pasillos casi vacíos de la Facultad. Los rayos de sol de la tarde se colaban por los enormes ventanales y hacían de los corredores lugares algo menos fríos, aunque no del todo acogedores. Como no se cruzó con nadie, Valerie no esperaba que a la puerta de su despacho se encontraran seis personas. ¿Tanto revuelo había causado en la sala de profesores? ¿Iban a despedirla ya por decir algo que era lógico?
Conforme se acercó, distinguió un par de figuras conocidas, y respiró más aliviada cuando se dio cuenta de que no eran parte de recursos humanos o del órgano disciplinario de la Universidad; eran alumnos.
—¿Reparten algo gratis y por eso hay cola? —bromeó Valerie antes de plantarse frente a la puerta. Buscó las llaves del despacho en los bolsillos de su pantalón mientras los seis alumnos se giraron hacia ella. Eran cuatro chicos y dos chicas, una de ellas extrañamente familiar: era la chica que socorrió semanas atrás. —¿Necesitáis algo?
Sin la vestimenta de quirófano y con el pelo semirecogido, Zach Irvine, el residente del Doctor Braun, no parecía el mismo. Saludó a Valerie con una especie de mueca. —Hemos venido a hablar.
—¿Todos? —Valerie abrió la puerta del despacho y se quedó mirando el interior, aún lleno de cajas, papeles y libros que no tenían nada que ver con la Psicología. Contando la silla de oficina y las del escritorio, solo había sitio para dos personas. —Bueno, si no os importa quedaros de pie...
Valerie confirmó que su despacho era el más minúsculo cuando se vio rodeada de estudiantes. Solo dos de ellos pudieron tomar asiento.
—Soy Laurie Kim. —se presentó una de las dos chicas, la única que había conseguido sentarse. A Valerie no le pareció mucho más joven que ella, quizá dos o tres años. —Soy la representante general del Organismo de Ayuda a la Defensa del Alumnado.
—Oh. —fue lo único que pudo articular Valerie. Ya sé por dónde van los tiros.
—Somos un organismo de la universidad que vela por, como bien dice el nombre, los derechos de los alumnos. Contamos con una división del Título IX y con una división especial para alumnos de Medicina. —se explicó. —Como esta Facultad es tan grande y cuenta con tantos estudiantes en prácticas... —Valerie escuchó con atención cada palabra. La joven Laurie le contó cómo funcionaba el Organismo de Ayuda a la Defensa del Alumnado, el OADA, e incluso cómo había sido fundado. Valerie retiró la vista de la chica cuando esta señaló a Zach, situado al costado de la psicóloga. —Estamos buscando a un profesor dispuesto a ser el portavoz del profesorado dentro del organismo. Zach la recomendó a usted, así que...
La de cabello azabache esbozó una sonrisa y se inclinó hacia delante. —Has dicho que podéis tramitar denuncias, ¿no?
—Sí.
—Y que podéis cesar a profesores, conserjes...
—Si hay pruebas suficientes, sí.
—Interesante. —Valerie asintió y leyó rápidamente el papel que Laurie había dejado en la mesa. —La verdad es que, al menos en esta facultad, los alumnos sufrís abusos emocionales día sí y día también. Creo que es conveniente que el OADA actúe. Y me encantaría ser portavoz. ¿Dónde firmo?
Se oyeron unos cuantos suspiros de alivio. Con una sonrisa, Laurie señaló la esquina inferior del folio. —Aquí. ¡Muchísimas gracias por aceptar nuestra propuesta, profesora Berkowitz!
—Todos sois estudiantes brillantes, y los profesores no somos quienes para decir lo contrario. ㅡdijo, garabateando el papel. ㅡY, si exigen respeto, debe ser bidireccional. Tienes que dar lo que quieres recibir, ¿no? ㅡtendió el papel a la joven. ㅡGracias por recurrir a mí. Estoy encantada de ayudaros.
Era cierto. En parte. A Valerie no le importaba ayudar a sus alumnos, pero esa no era la auténtica razón por la que había aceptado tan rápido: el OADA era el catalizador que aceleraría todos los procesos para echar al Doctor Braun de Harvard. Si el OADA empujaba a Zach Irvine a tramitar una denuncia, Levi estaría mucho más cerca de abandonar la docencia. Y Valerie se sentiría la mujer más feliz del planeta.
Cada uno ya tenía su propia arma.
Valerie había optado por lo institucional, quizá algo salpicado de rabia. Levi, por lo personal. En sus manos estaba confirmar -o no- los rumores que volaban de oído en oído, e incluso hacer de una mentira una auténtica y gigantesca bola de nieve. Podía decir que Valerie era una buscona y todo el mundo le creería. Era sucio y rastrero, sí, pero en el juego, o más bien en la guerra, todo vale.
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chanchanchaaaaaaaan qué pasará qué misterio habrá
Me da la sensación de que estos capítulos se hacen algo más pesados pero no seeee:( dentro de poco valerie y levi se pelearán más así q dont worry que será todo más entretenido jeje
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