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diez

La doctora Eckford posó dos tazas de café sobre una de las mesas de la cafetería para empleados del hospital. Sentado justo al lado de un enorme ventanal, Levi apartó la mirada de su teléfono móvil y agradeció el café a María con una mueca. Ella tomó asiento enfrente de él, dejándose caer en la silla con un largo suspiro. 

—Llevo seis cafés hoy. —comentó la de gafas, mirando melancólicamente por la ventana cómo varias ambulancias llegaban al servicio de urgencias. —Seguramente me subirá la tensión, aumentará mi presión intracraneal y terminará explotándome alguna arteria. Con suerte, perderé la vista de un ojo. ¿O crees que antes de eso me petará el corazón?

El Doctor Braun alzó las cejas mientras daba un primer sorbo a su café con leche, bastante blanquecino en comparación con el de su amiga. —¿Por qué me lo preguntas?

—Joder, porque eres eres cardiólogo. 

—Quiero decir, ¿por qué me preguntas algo tan absurdo? No te va a pasar nada. —dijo el rubio, siguiendo la mirada de María y viendo cómo llegaban más coches y ambulancias. —Aunque seguro que te sube la tensión. 

María soltó una risilla. —¿Ves? Sabía que con seis cafés encima no podía estar muy tranquila. 

—Pues claro que no. Es café. No vas a echarte una siesta. —replicó Levi, que no había captado demasiado bien la ironía camuflada en la voz de la neuropediatra, que volvió a reírse. —Por cierto, ¿qué te pareció mi charla?

El rostro de la chica empalideció; se volvió blanco, casi más que la leche del café de Levi. Incluso dejó de respirar por unos segundos. Levi empezó a temerse una excusa poco creíble. —Oh, genial. Maravillosa. Nunca pensé que... que los microscopios de Waldden pudieran... ya sabes, hacer lo que hacen. ¡Hay muchísimas posibilidades! —María habló con aire teatral. Alzó las manos hacia el techo y esbozó una sonrisa bastante falsa y rectangular, como si tuviera dos hilos que tiraran de sus mejillas. —¿¡Podremos utilizarlos en neurointervención!? ¡Sería un avance muy avanzado! 

Levi chasqueó la lengua. —Sirve con que me digas que no fuiste. Deja de hacer el tonto. 

María suspiró con una extraña mezcla de angustia -porque no sabía cómo decirle a Levi la amarga verdad- y alivio -porque al menos no había entrado en cólera-. La doctora bebió de su café negro antes de hablar. —Es que, en realidad, tu campo no se corresponde mucho al mío y estaba lleno, así que no entré a la sala. Además, eres una de las personas más seguras de sí mismas que conozco. ¿Por qué te importa lo que opine de tu charla?

—Bueno, tienes razón. No me importa mucho. Tampoco es que sepas del tema, así que no puedes aportarme nada. 

—¿Ves? Lo que yo decía. Sé lo mismo de cardiología que tú de trastornos del neurodesarrollo: nada. Aunque, si lo que querías era un poco de apoyo, habría ido encantada. ¡Y con una pancarta para animarte! 

—Entonces, ¿no fuiste a ninguna de las charlas? Dijiste que pasarías por la Facultad. 

Fue entonces cuando María se replanteó fingir que estaba sonando el buscapersonas. Soltó una carcajada nerviosa y, sintiéndose coaccionada por la mirada fija de Levi, confesó: —Fui a la de Berkowitz.

Era una de las primeras veces que María escuchaba a su mejor amigo ahogar un grito. —¿En serio?

—Sí... Oh, venga, Levi. ¡'Cómo comunicar malas noticias y no morir en el intento' tenía mucho gancho! ¡Y además yo soy malísima comunicando malas noticias! —se defendió María, con un puchero curvando sus labios. —¿Me perdonas si te invito a una barrita energética?

El buscapersonas que el Doctor Braun llevaba en uno de los bolsillos de su pijama azul sonó, aunque no salvó a María de recibir una mirada reprochadora y bastante herida. —Cardiología. Sí, ahora voy. —Levi pulsó un botón del pequeño aparato negro, terminó su café de un sorbo y se levantó. 

—¿Un código? —preguntó María, con sus grandísimos ojos marrones chispeando por la emoción. —¡Te acompaño!

Levi tuvo que poner una mano sobre el hombro de su amiga para detenerla. —No. No acepto traidoras a mi lado.

Fingiendo estar ofendida, María se cruzó de brazos y se quedó sentada en la silla. —Iba a desearte suerte, ¡pero ya no!

*****

Por si no fuera poco con un código de infarto agudo de miocardio y una reperfusión bastante complicada, Levi tenía casi cien mensajes en el grupo de docentes de la Facultad. Bueno, no en el grupo principal, sino en el grupo B, en aquel lleno de viejos y señoras que enviaban chistes con cierto tinte añejo y algo... fascista. Levi simplemente estaba ahí porque le añadieron. Y porque le dio pereza salir. 

Los mensajes hablaban sobre un documento que el Doctor tardó en encontrar. Era un resumen de las jornadas del día anterior. Aparecía una lista de los profesores con una calificación a su derecha, y era la primera vez en toda su vida académica que Levi veía un seis. Una nota mediocre, simple, mejorable, lejos de la excelencia. Esperaba estar al frente de la lista, el primero, pero un punto y medio y unas pocas centésimas le habían relegado al tercer lugar. No lo consideraría una auténtica derrota si dos profesores de la vieja escuela estuvieran en el primer y segundo puesto, pero, es que, justo encima de su nombre, se encontraba uno detestable.

BERKOWITZ, V R.  .................................................... 6.03

BRAUN, L. ................................................................. 6.00

Quizá, Valerie tenía más puntuación gracias a los alumnos. Normal, pensó Levi, si su método educativo se basaba en no hacer exámenes y en dar la materia mascada a los alumnos para que no tuvieran que ni siquiera memorizarla. Con un resoplido, el cardiólogo dejó el móvil encima del escritorio de su consulta y se hundió en la silla, cerrando los ojos y elevando la cabeza al techo. 

*****

Era una tarde tranquila en el gimnasio. Valerie, que prefería pasar los sábados entre amigos, decidió que lo mejor era aprovechar la membresía que pagaba cada mes y hacer uso de las cintas de correr. Al fin y al cabo, no tenía con quién salir por Boston; sus pretendientes en Tinder no le inspiraban demasiada confianza para ir a tomar una copa y, además, corría el riesgo de que alguno de sus match fuera su alumno. Así que supuso que lo mejor era apuntarse a la clase de pilates del sábado y quedarse en el gimnasio hasta que apareciera el hijo de algún ricachón de la zona.

Valerie se olvidó por unos minutos de que las probabilidades de coincidir en el gimnasio con Braun, persona que evitaba a toda costa -incluso por email- desde que hirió su orgullo de ponente, eran bastante altas. Estaba tan concentrada en sudar y respirar a la vez que no vio el reflejo del rubio en el cristal que tenía justo delante.

Levi dejó caer las pesadas mancuernas que estaba utilizando al suelo en cuanto vio la figura de la joven profesora. Volvía a vestir con el conjunto azul apagado de otros días y su melena negra estaba recogida en una coleta que se movía de lado a lado, al son de sus zancadas. El médico se acercó a ella porque algo, a saber el qué, le susurró al oído que era un buen momento para molestarla. Recorrió el espacio que los separaba dando pasos largos, seguro de sí mismo, rebosando altanería. 

—Imagino que mi charla te encantaría. —comentó Levi, cruzándose de brazos y apoyándose sobre el lateral de la cinta de correr. Valerie se limitó a dedicarle una mirada bastante fría y continuó corriendo. —Dejar tu charla para venir a la mía...

Las palabras satíricas de Levi fueron la chispa que Valerie necesitó para encenderse. Molesta, pulsó con fuerza el botón para disminuir la velocidad de la cinta hasta poder caminar rápidamente sobre ella. Sus mejillas estaban rojas por el esfuerzo, pero Levi quiso imaginar que entre tanta rojez había algo de bochorno. 

—¿De qué vas? —preguntó, ofendida y jadeando. —No me molestes. 

Miró hacia el frente y subió el volumen de la música que escuchaba a través de sus auriculares inalámbricos. Estaba dispuesta a seguir corriendo, pero cierta persona tenía una idea diferente. Levi estiró su brazo para pulsar el botón de 'stop', y la cinta dejó de moverse de forma brusca. Valerie tuvo que agarrarse a las barras de seguridad para no caerse. 

Esa sonrisa ladina y sádica de Levi iba a sacar a la pobre Valerie de quicio. Su lista de cosas que Braun odiaba no iba a servir de nada porque, en realidad, no había nada que superara esa sonrisa. Y esa mirada de color miel llena de orgullo y algo de indiferencia, esa mirada que gritaba 'no me importa nada ni nadie porque soy el mejor'. Valerie se repitió varias veces que no había mayor desprecio que no hacer aprecio, pero en aquel momento los refranes no le servían de nada. Se quitó los auriculares y aprovechó la diferencia de altura -ella ganaba unos cuantos centímetros gracias a la cinta de correr- para mirar a Levi de la misma forma: altiva, desinteresada. 

—¿Y? ¿Te gustó la charla o estuviste muy perdida? Como iba todo de cosas de cardiología, imagino que no te enterarías de nada.

Valerie se rio. —Sé que lo hiciste para que me sintiera pequeñita y herida, para que los evaluadores pensaran 'qué hace esta tipa aquí si le tiembla la voz'. Cada día estoy más convencida de que eres un gilipollas disfrazado del hijo prodigio de la Facultad, pero no vas a conseguir echarme. Y que sepas que estos rifirrafes de venir a molestarme, de cambiar la hora de tu charla, de jugar con los rumores y esas idioteces son los mismos que hacen los niños de secundaria. —la psicóloga agarró de mala gana su toalla y su teléfono móvil. —A lo mejor no eres tan inteligente como pensaba. 

La sonrisa de Levi se fue borrando poco a poco de su rostro. Se inclinó ligeramente hacia delante, hacia ella. —Así que te molestó, ¿eh?

—Ese era el objetivo, ¿no? —dio unas palmaditas en el hombro de Levi y se bajó de la cinta, dispuesta a irse. —¡Enhorabuena! ¿Cómo no iba a funcionar un plan tan sencillo como ese? 

—¿Insinúas-

—Mira, Levi. Eres un adulto. Levantas, yo qué sé, veinte kilos con cada mano y tienes pelos en los huevos. Creo que eres lo suficientemente mayorcito como para darte cuenta de que tus artimañas no van a servir conmigo, al menos no a largo plazo. Ahórrate tu discursito aprendido del villano que desvela su plan y sigue haciendo peso muerto, ¿vale? 

Valerie hizo uso de su arma más poderosa, aquella sonrisa perfectamente ejecutada -era difícil saber si era fingida o no- y se marchó hacia los vestuarios. Bueno, lo intentó. Tan solo dio dos pasos cuando notó un fuerte agarre en su antebrazo. Su primer impulso fue volverse, aunque sabía de sobra que era Levi, y el segundo impulso, zafarse. No lo consiguió. Sin decirle nada, tan solo con una mirada fría, el rubio le devolvió su botella de plástico rosa de forma algo agresiva, dándole un golpe en el pecho.

—Te la olvidabas. —dijo Levi, poniéndose sus cascos negros y dejando a Valerie con el esternón y el brazo doloridos.

—Auch. —se quejó ella, lanzando miles de maldiciones a Levi con la mirada. —Imbécil. 

*****

—No entiendo lo que me quieres decir, Dwight. 

Un día más, una nueva aventura desagradable en la universidad de Harvard. Valerie sonreía con algo de desconcierto a uno de sus alumnos, un chico robusto que parecía estar muy interesado en obtener la excelencia académica... y en hacer la vida imposible a la pobre profesora Berkowitz. Como si no tuviera suficiente con los comentarios de algunos profesores. 

Poco a poco, su alumno había ido abandonando la cordialidad y se iba mostrando más agresivo. Era, por lo menos, dos veces más que Valerie en volumen, y unos cuantos centímetros más en altura.  Sus hombros estaban cada vez más tensos, sus manos más cerca del cuerpo de Valerie y haciendo movimientos más y más amplios, el volumen de su voz iba en aumento... Y todo porque no había obtenido la nota necesaria en un ensayo libre. 

—Este trabajo sigue las directrices de los esquemas generales de los ensayos, tiene una bibliografía extensa y de calidad... ¿Qué más quiere?

—Dwight, ya te lo he explicado. Es un trabajo de organización libre y quiero que seáis capaces de argumentar-

—Está favoreciendo más a unos alumnos que a otros. A Johnson, Wilson, Kennedy y al resto de personas que tenemos un pensamiento diferente al suyo nos está jodiendo. —dijo el chico, acercándose demasiado al escritorio de madera de Valerie, que alzó las manos en son de paz y se mantuvo serena. —Está adoctrinando a su clase, y los únicos que somos capaces de tener razonamiento crítico somos los que tenemos aprobados raspados.

—Dwight. —era la enésima vez que decía el nombre de su alumno con una sonrisa, aunque aquella vez utilizó un tono menos amable y más firme. —¿Por qué no te sientas y vamos repasando el trabajo punto por punto? Así, en los siguientes-

—¡Voy a emitir una queja al rectorado! 

Levi buscó las llaves de su despacho en los bolsillos de su bata blanca. Ya era algo tarde, así que los cálidos rayos de sol bañaban el pasillo, vacío y usualmente silencioso. Un murmullo lejano, agitado, llamó su atención. Alzó la vista, retirándola de la cerradura de la puerta de su despacho, y vio a alguien hacer exagerados aspavientos en el despacho cochambroso de Valerie, que tenía la puerta abierta de par en par. La silueta del chico alterado le resultó familiar, así que se acercó después de ver a Valerie levantarse de su asiento.

—Por favor, si no vas a querer revisar el trabajo, vete. —ordenó Valerie señalando la puerta con la mano extendida. —No puedo atenderte si estás tan intranquilo. 

Hacía tiempo, casi desde sus prácticas universitarias, que Valerie no se sentía en peligro. En un peligro real, porque todas las veces que había sentido que se le caía el cielo encima o que le iba a dar un ataque al corazón no eran más que imaginaciones suyas. Aquella vez estaba delante de un alumno claramente agresivo, que amenazaba con agotar todos los recursos para poder hacer que Valerie se marchara y que incluso le había dicho algo de tirarla por las escaleras. Señalar la puerta y mantener un tono artificialmente suave no iba a servir de mucho.

Valerie vio cómo empujaban a Dwight hacia atrás, agarrando sus hombros. Fue un tirón brusco pero eficiente, que logró ampliar la distancia entre alumno y profesora. Los dos parecían igual de sorprendidos al ver a nada más y nada menos que al Doctor Braun en la escena.

—Miller. —la voz de Levi, grave y perfecta para hacer que se estremeciera hasta el mismísimo diablo, resonó por el despacho. —¿Qué pasa?

El chico señaló a Valerie. —Ha dicho que uno de mis trabajos estaba mal y quería revisarlo. Tengo derecho a ello. 

Levi vio una oportunidad de oro para molestar a su archienemiga, pero la mirada algo asustada de Valerie le hizo recular. Soltó a su alumno estrella. —¿Por qué está mal?

—Dice que-

—Lo revisaremos otro día. —anunció la psicóloga. Se cruzó de brazos, pero lejos de hacerlo por chulería, lo hizo para protegerse a sí misma. —Cuando estés más tranquilo y dispuesto a escucharme, claro. Aquí estaré. 

—¡Estoy escuchando perfect-

—Vete. —repitió Valerie. 

—Tengo derecho a- —desesperado y frustrado, Dwight buscó la mirada aprobatoria de su profesor, Levi. Él señaló la puerta con la cabeza. Chasqueando la lengua, el alumno recogió sus cosas y se marchó, refunfuñando. 

Cerró la puerta con un estrepitoso portazo, dejando a Valerie y Levi solos. Ella suspiró y, acto seguido, se dejó caer en su silla, mucho más vieja que la del despacho de Levi. 

—No hacía falta que vinieras. —Valerie comenzó a despejar su escritorio. Habló con un tono que extrañó a Levi. Era menos melodioso que otras veces, más apagado, como si estuviera cansada.—Puedo con un alumno más.

—No con él. —Levi escondió sus manos en los bolsillos de su bata y observó el despacho de Valerie, pequeño y desordenado, lleno de libros y papeles. Parecía una buena representación de cómo él la veía a ella: más caótica, menos disciplinada. 

—Oh, qué heteropatriarcal suenas. 

—Lo digo porque es un cabezota, no porque sea el doble que tú. —masculló Levi. 

—Aún así, qué heteropatriarcal. Venir a salvar a la pobre damisela subestimada. 

—Estabas cagada de miedo, — y no andaba muy desencaminado — así que si no llego a pasar por aquí a lo mejor hubieras terminado llorando y llamando a seguridad. 

Valerie sospechaba tres cosas: una, que Levi tenía un trastorno de la personalidad y que era lo suficientemente inteligente como para enmascararlo y hacer que Valerie confiara en él para luego apuñalarla por la espalda; dos, que en realidad no era tan listo y solo quería afianzar su ego en cada oportunidad que veía; y tres, que lo había hecho porque tenía un mínimo de decencia. A Valerie le desconcertaba esa ambivalencia asquerosa de Levi, que a veces parecía la peor persona del planeta y, otras veces, un joven que simplemente quería dar lo mejor de sí. Era raro, y la psicóloga sospechaba que, en algún lugar de aquel amplio espectro, debía situarse el verdadero Doctor Braun. No conseguiría abrir una brecha en él hasta que confirmara hacia qué lado de la balanza se inclinaba, si hacia el mal o hacia el bien. Por desgracia, Valerie sabía que era mucho más fácil romper a una buena persona y, en el fondo, deseaba que Levi lo fuera. 

—Quizá se te daría mejor ser portero que profesor. 

Levi alzó una ceja y Valerie aguantó las ganas de soltar una risilla. Se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta, pasando por la izquierda de Levi. Él era tan grande y el espacio tan pequeño que Valerie, al abrir la puerta, rozó su brazo con el torso del médico. 

Oh, guay. Más material para alimentar los rumores fue lo primero que pensó Valerie al ver en el pasillo a varios alumnos girar la cabeza hacia el despacho. Seguramente estaban esperando a Levi, que nunca se retrasaba, y verle justo al lado de la única profesora que rondaba su edad era algo... sospechoso. Y su proximidad, la sonrisa que curvaba los labios de Valerie -aún le resultaba graciosa la reacción de Levi ante su último comentario-, el escritorio del despacho recién despejado y la coleta deshecha de la profesora también eran sospechosos. 

Sin decir nada, Levi colocó su mano en la cintura de Valerie y la apartó hacia un lado. Fue un tacto momentáneo pero gentil, suave, puede que algo más que un gesto educado. 

—Pasad. —ordenó a sus alumnos el Doctor Braun, con tono imperativo y sin parecer muy molesto por la escena. 

Todo lo contrario que Valerie. 

*****

he tenido que resubir el capítulo porque me avisasteis por ig de que no os aparecía... espero que ahora sí porque si no W*TTPAD VA A PROBAR ESTOS PUÑOS

sé que es pronto para hacer apuestas sobre cómo va a terminar la historia pero... ¿cómo creéis que va a acabar? JAJAJ

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