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diecinueve

Levi supuso que Valerie se había tomado en serio sus palabras. Horas más tarde, justo después de las clases y de muchas tazas de café, el Doctor Braun, en su despacho, vio cómo se abría la puerta. Inspiró profundo por la nariz, cerró la ventana del navegador que tenía abierta y se reclinó en la silla.

—Al final sí que has venido a molestarme. —dijo él. Su voz grave resonó mucho más que antes, cuando solo fue capaz de emitir una frase algo descontextualizada con un hilillo de voz. La cafeína había surtido efecto y Levi ya volvía a ser el de siempre: mirada desafiante, cabeza alta y labios ligeramente fruncidos. 

La profesora Berkowitz fingió una sonrisa y se quedó de pie justo delante del escritorio de Levi. —Lo prometido es deuda. Voy al grano: ¿no vas a hablar con el Decano sobre lo del congreso?

Levi alzó ambas cejas. —¿Por qué no lo haces tú? 

—Porque no tengo el privilegio de ser un hombre blanco. —Valerie se encogió de hombros. —Tú eres su ojito derecho; te responderá mucho mejor que a mí. 

El rubio no quiso darle la razón explícitamente a la psicóloga, así que, en silencio y con mucho pesar, se levantó de su asiento y agarró las llaves del despacho. 

—Ven conmigo.

Valerie no tuvo tiempo de protestar. Cuando quiso darse cuenta, ya estaba caminando al lado del médico por los pasillos del edificio. Aunque no quería admitirlo, la psicóloga supo que el tono imperativo de Levi fue lo que le hizo moverse; hacía que todo sonara como una firme amenaza en lugar de una propuesta, así que no quedaba otro remedio que obedecer. Valerie comenzó a crear nuevas hipótesis en su cabeza: ¿era así por un estilo de crianza rígido? ¿sería la genética? 

Tras bajar la escaleras y doblar un par de esquinas, llegaron a un espacioso pasillo en cuyo final se situaba una ostentosa puerta de madera, similar a la de los grandes palacios barrocos. En la parte superior del marco se podía leer, en latín, una inscripción que Valerie supuso que se correspondía al lema de Harvard. Levi utilizó sus nudillos para llamar y, casi al instante, abrió la puerta, como si fuera totalmente familiar con el lugar. 

En comparación con el despacho del mismísimo Doctor Braun, el Decanato era mucho más grande; el doble, quizá el triple que el de Levi. Valerie ni siquiera estableció la comparación. Sabía de sobra que su triste despacho no era más que un cuarto medio abandonado. 

—Buenas tardes, Doctor.  —una mujer con gruesas gafas de pasta y que se ajustaba al cliché de secretaria, llamó la atención de Levi. Valerie no se sorprendió al ver que ni siquiera reparaba en ella. —¿A qué se debe su visita?

La mujer se levantó de su asiento, una silla de oficina situada detrás del mostrador que se encontraba justo antes de otra enorme puerta de madera, intentando detener el paso de los dos profesores. Levi señaló con algo de desdén dicha puerta, cerrada a cal y canto.

—¿Está el señor Harris? Quiero hablar con él. —hizo que su petición sonara más urgente de lo que realmente era. —Será breve.

—El señor Harris está ocupado ahora, me temo que no-

Valerie observó cómo Levi ignoraba por completo las señales de la secretaria, que dejaba claro que no era un buen momento para molestar al Decano. El rubio abrió la puerta del despacho e hizo una seña a Valerie, invitándola -o más bien obligándola- a abandonar la antesala. Ella se lo pensó dos veces. Si aquella mujer insistía tanto, era por algo. Dedicando una sonrisa a la secretaria, Valerie decidió seguir los pasos de Levi y entró al despacho... esperando presenciar cómo el famoso Doctor Braun cavaba su propia tumba ante el Decano.

—¡Anna, he dicho que no...! —el hombre de apariencia afable y pelo canoso puso el grito en el cielo cuando escuchó la puerta cerrarse. Miraba con el ceño fruncido la pantalla de su ordenador y realmente parecía ocupado. Cuando los dos profesores se acercaron, Valerie pudo distinguir la imagen de un conocido juego de caramelos reflejada en las gafas del señor Harris, que alzó la vista. —Oh, Braun... y Berkowitz. ¿Sucede algo?

—Es sobre el congreso. —dijo con rapidez Levi, como si tuviera prisa por acabar la conversación cuanto antes. —¿Qué se supone que tenemos que hacer? 

—Ah, sí. —el hombre se giró levemente y rebuscó un folio entre una pila de papeles. —Presentaréis un borrador de vuestro proyecto ante el resto de las universidades asistentes el 13 de noviembre, en una charla que debe durar de veinte a treinta minutos, con una posterior ronda de preguntas de unos quince. El formato de la presentación lo elegís vosotros y-

—¿Qué pasa si no puedo ir? —interrumpió Levi. Claramente no entendía el tema de los turnos conversacionales. —Trabajo en el hospital. 

El Decano miró a Valerie por encima de la montura de sus gafas. —Bueno, Berkowitz puede presentarlo sola, ¿no?

—Sí, claro. 

—No. —Levi volvió a ser rápido en contestar. Negó con la cabeza. —Ni de coña. Además, tú has dicho que no querías ir. —soltó, señalando a Valerie. 

Ella agitó la cabeza y frunció el ceño y los labios en una especie de puchero. —No, yo no he dicho eso en ningún momento. 

Levi apretó los puños una milésima de segundo. Quiso llamar mentirosa a Valerie, pero se contuvo. Volvió a dirigirse al Decano. —El proyecto es de ambos, así que deberíamos ir los dos. 

—Yo puedo ir sola. —reiteró Valerie que, en el fondo, empezaba a disfrutar de la escena. Estaba viendo cómo a Levi, poco a poco, se le escapaba la situación de las manos. Ya no tenía el control. 

—No. No, no. Yo debería presentar al menos la primera fase. 

—Oh, pues escríbeme un guion y listo. —Valerie se encogió de hombros. —Tú preocúpate de los pacientes del hospital; es lo verdaderamente importante. Presentaré nuestro proyecto dando lo mejor de mí. 

—Berkowitz, —el señor Harris se dirigió a ella, que sonrió con una dulzura fingida. Intentó mostrarse lo más receptiva posible, evitando que su evidente enfado saliera a la luz. —eres de Nueva York, ¿me equivoco?

—Sí, de Brooklyn. De hecho, pensaba ir a ver a mi familia la semana del congreso, así que ya tengo el vuelo reservado. No me importa presentar el proyecto sola, pero si el Doctor insiste tanto...

La actuación de Valerie podría convencer al Decano, pero no a Levi. Ni los ojos chispeantes de la chica, ni su sonrisa, ni su tono de voz más agudo y suave, nada iba a convencer a Levi. Él sabía de sobra que Valerie no era una niña buena, así que no pudo evitar soltar una carcajada ante la escena. 

—Qué mentirosa. —bufó, tras morderse la lengua el tiempo suficiente y necesario. —Eres una hipócrita. Hace unas horas has dicho que no querías ir al congreso y que seguramente era ilegal. ¿No vas a decírselo a Harris? ¿No tienes narices a soltarle lo mismo que a mí?

Valerie ni siquiera se giró para ver a Levi que, por cómo empezaba a acercarse a ella y a gesticular, ya estaba bastante cabreado. La psicóloga mantuvo la cabeza alta y la mirada firme en el Decano. —Sea como sea, haré que los asistentes a la presentación se vayan con ganas de saber más sobre el proyecto.

—Estupendo. —masculló Levi con sorna. 

—Entonces, de momento, Berkowitz será quien haga la presentación, ¿no?

Levi evitó la mirada del hombre. Valerie asintió. —Sí.

—Aun así, tendríais que preparar la charla los dos. —el Decano volvió a sonreír. —Queda claro que no os hace mucha gracia pasar tiempo juntos, pero viendo el último borrador disponible... sois un equipo... eficiente. —admitió. 

Académicamente hablando, Levi y Valerie eran dos eminencias. El proyecto avanzaba gracias a sus conocimientos, no a su trabajo en equipo. No habían sido capaces de establecer una sinergia entre ellos que facilitara las cosas; de hecho, su relación estaba cambiando, y puede que yendo a peor. Ambos querían ver cómo el otro perdía los nervios y la única forma de hacerlo era sacándose de quicio mutuamente. Pasar tiempo preparando la charla, en el hospital o simplemente revisando las entrevistas iba a ser contraproducente. 

Valerie asintió por última vez. —Claro. Aunque no soy médico, ahora soy parte de esta Facultad, así que haré todo lo que esté en mi mano por dar una buena charla. Y siento la escena de instituto. El Doctor Braun debe estar muy cansado.

—Perfecto. Gracias, Berkowitz. 

La psicóloga se despidió del Decano, ignorando a Levi y dejándolo solo ante la adversidad. Él esperó a que se cerrara la puerta para añadir: —Es mentira. No tiene el billete a Nueva York.

Oyó la risa ahogada del Decano. —Me importa un bledo que haya mentido. Me da igual que os llevéis mal, siempre y cuando seáis capaces de mostrar una imagen profesional y adecuada a esta Facultad, Braun. 

Era una de las primeras veces que el señor Harris estaba tan serio. Levi también soltó una risilla. —Lo de siempre, ¿no? Más apariencia, más alumnos, más dinero.

—No me gusta la palabra dinero, Braun. Es financiación para mejoras y para proyectos de investigación como el tuyo.

Fue una de las primeras veces que Levi fingió una sonrisa. —Financiación. —repitió— Bien. Gracias por atendernos. 

Se dio la vuelta, caminó hacia la puerta y se marchó. Ni siquiera se despidió de la secretaria al ver a Valerie esperando fuera del Decanato. Se acercó a ella y caminaron juntos de vuelta al despacho de Levi, no sin antes soltarle otro ''mentirosa'' cargado de rencor.

*****

Arrastrando su maleta de cabina y con el billete en mano, Valerie buscaba su asiento en el vuelo Boston-Nueva York, un recorrido de apenas una hora y media. Una tripulante se acercó a ella y le ayudó a encontrar su plaza, un amplio asiento en la clase bussiness. A Valerie, emocionada por volver a casa un par de días y por ser su primer vuelo lejos de la clase turista, se le borró la sonrisa de golpe al ver que el asiento contiguo estaba ocupado.

Grandes auriculares blancos, brazos cruzados, camisa azul, una almohada cervical y un antifaz oscuro que cubría sus ojos: Levi parecía el típico ejecutivo en un viaje transatlántico en lugar de una persona normal en un vuelo de una hora. Valerie escaneó el resto del avión con la esperanza de que algún buen samaritano le cediera su lugar, pero las pocas personas que hicieron contacto visual con ella enseguida agacharon la cabeza. Resignada, Valerie se sentó en el sitio que le correspondía.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Valerie.

Levi estuvo a punto de ignorar la voz que había oído a su izquierda, pero le resultó tan familiar que tuvo que levantarse el antifaz para ver de quién se trataba. —Ah, eres tú. —y volvió a colocarse el antifaz.

—¿Perdón? —la psicóloga, entre sorprendida y ofendida, también se cruzó de brazos al ver la tarjeta identificativa colgada de un cordón verde que rodeaba el cuello de Levi. Dr. Braun, L. Harvard. —¡Se supone que no venías a Nueva York!

—Encontré un vuelo más barato. 

Valerie solo pudo reírse, incrédula. —Viajas en bussiness.

—Pero era más barato. —recalcó. 

La joven psicóloga no tenía palabras para expresar las ganas que tenía de secuestrar el avión y de estamparlo contra algún terreno desierto. Se calló, se abrochó el cinturón de seguridad y maldijo su suerte un par de veces. Valerie tenía la esperanza de que el congreso fuera su pequeño retiro, su momento de brillar sin ser opacada por el grande e ilustre Doctor, con el que había pasado horas y horas preparando una charla que tenía pensado modificar para darle su toque. Valerie quería alejarse de Levi un tiempo, especialmente después de estar varias semanas pegada a él como si fuera una lapa revisando cada punto del proyecto, cada palabra del discurso y cada coma del guion... pero, al parecer, el destino era caprichoso, y estaba haciendo todo lo posible para que los dos volvieran a estar juntos.

Levi levantó su antifaz una vez más. —Despiértame cuando repartan el café. —dijo a Valerie.

Ella rodó los ojos y llamó a una de las azafatas. —¿Puede traerme una copa de vodka?

—En cuanto pueda, claro. ¿Con qué le gustaría mezclarlo?

—Con nada. Bueno, con una rodajita de limón. ¡Gracias! 

El trayecto iba a ser de una hora, pero Valerie estaba segura de que iba a ser más largo que un año lunar completo. 



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