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cuarenta y nueve

Con las piernas algo doloridas y la vista cansada, Levi pulsó el botón que abría la puerta del quirófano. Había realizado dos intervenciones seguidas y atendido otras urgencias que no pudo resolver por el teléfono. Arrastró los pies por un largo pasillo y se dejó caer en uno de los asientos situados justo enfrente de un gran ventanal. Los primeros rayos de sol de la mañana comenzaban a asomarse tímidamente, señal de que la noche había pasado volando. Se quitó el gorro quirúrgico, lo dejó en su regazo y se pasó la mano por el pelo un par de veces en un intento de peinarlo. Sacó el teléfono móvil del bolsillo de su pantalón. Eran las seis de la mañana. 

Marcó el número de su mejor amiga. Conocía a María de sobra y sabía que iba a estar despierta; de hecho, no le extrañaría que llevara despierta toda la noche. Su voz cantarina sonó al otro lado de la línea telefónica. 

—¿Qué tal te ha ido? —preguntó a la pediatra, recostándose sobre el respaldo del asiento, estirando las piernas. Estaba tan cansado que ni siquiera su voz parecía suya; fue suave, apagada. 

—¡Genial! ¡Hamilton es una pasada! —exclamó ella, llena de energía, todo lo contrario a Levi. —Después hemos estado tomando algo por el puerto, hemos visto unas gaviotas gigantes, hemos...

Levi solo pudo escuchar el relato de su amiga e imaginar cómo estaba gesticulando y caminando por toda su casa, incluso subiéndose al sofá y caminando encima de él. Le destripó la historia completa del musical -supuso que ya no iría a verlo- y le dijo que necesitaba muchísimo más tiempo para contarle todo lo que Valerie había hecho y dicho. María hablaba de la psicóloga con cierta admiración, algo evidente que Levi había notado con anterioridad, y parecía más emocionada por el hecho de haber compartido unas copas con ella que por el hecho de haber acudido a un musical completamente gratis. Levi jugueteó con la tela de su gorro mientras continuaba escuchando a su mejor amiga.

—¿A qué hora volviste a casa? —la voz tenue de Levi no le hizo sonar como un padre estricto, aunque las palabras fueran típicas de uno. 

—Oh, a las tres. —soltó. —Me acompañó a casa. Volvimos en Uber.

—¿Y la dejaste sola? —preguntó el rubio, dejando de tocar la tela del gorro e inclinándose hacia delante. 

—No, no. Conocía al conductor. Majísimo, por cierto. Y me envió un mensaje y una foto cuando llegó a casa, así que... —María hizo una larga pausa. —¡Eh! —exclamó después, dándose cuenta de un pequeño detalle— ¿¡Te preocupas por ella y no por mí!?

Levi sofocó una carcajada. Se sentía algo más aliviado, aunque no pudo evitar tener envidia de su amiga: podría haber sido él en lugar de ella, podría haber vuelto a las tres de la madrugada a su casa después de pasar toda la noche con Valerie. —No, no. También me preocupo por ti, pero es que tú llegaste antes que ella... 

—La verdad es que es simpatiquísima y muy, muy inteligente. Y le debo una ronda. —soltó María. —Ah, y tienes razón. 

—¿En qué?

—Es guapa. —dijo. 

Levi esbozó una sonrisa. —Está bien saberlo. 

******

Normalmente, los alumnos de las asignaturas optativas que impartía la profesora Berkowitz no cuchicheaban entre ellos. La joven psicóloga se miró un par de veces la ropa al pensar que quizá la tenía sucia: sus vaqueros, camiseta blanca y americana gris estaban impolutos, por lo que debían estar hablando de otro asunto que no fuera su ropa. La clase de Neuropsicología era bastante más pequeña que el resto ya que el número de alumnos que la habían escogido también era menor, algo que le permitía a Valerie darse cuenta de detalles como aquel, darse cuenta de que sucedía algo. Terminó de recoger el material que había extendido por el escritorio y lo guardó en su bolso. Bajó el par de escalones de la tarima donde estaba situada la pizarra y sonrió a los alumnos que aún charlaban.

Eran los mismos a los que saludó el sábado. 

—Nos vemos pasado mañana. —se despidió, recibiendo unos cuantos ''hasta el miércoles''. 

Salió del aula y chasqueó la lengua. El Doctor Braun tenía razón: salir con él un sábado noche había sido un movimiento demasiado arriesgado que, a lo mejor, dejaba a Valerie en jaque. 

Mientras caminaba por los pasillos del edificio principal, donde se impartían las clases y se situaban la mayoría de anfiteatros y auditorios, se fijó en varios carteles -nada llamativos, de colores oscuros y tipografía seria- repartidos en diversos tablones informativos. 

Jornadas Interuniversitarias - del 26 de febrero al 5 de marzo - Boston

Valerie estuvo a punto de suspirar, pero se contuvo. De nuevo, Braun tenía razón, y se había cumplido lo que había vaticinado: se les había echado el tiempo encima. La de melena azabache había estado más ocupada pensando en cómo hacer caer a Levi que en el proyecto en sí, y, aunque habían conseguido avanzar más de lo esperado, quedaban datos por recoger y un borrador completo que poder presentar en menos de quince días. Seguramente, Levi ya estaba en su despacho escribiendo un agresivo mensaje para recordarle a Valerie que tenían que continuar con el estudio.

La psicóloga escuchó el chirrido de una puerta cercana abriéndose. La suela de unos zapatos chocando contra el suelo fue lo siguiente que oyó. El sonido era acompañado por nada más y nada menos que Rashad, que parecía haber estado acechando a Valerie desde una clase cercana. Con el típico aire altivo de los Doctores de la Facultad, corbata a rayas y flamante bata blanca, se acercó a Valerie. Ella estuvo a punto de soltarle un "oh, ¿ya no me ignoras?".

—Hombre, Berkowitz. ¡Cuánto tiempo!

Valerie fingió una sonrisa. —Cierto, no nos habíamos visto antes por los pasillos... —dijo, irónica. —¿Hay algo con lo que pueda ayudarte?

Rashad rio. —Sí, la verdad. Quería preguntarte una cosa. —ante las cejas enarcadas de Valerie, que más que expectante estaba deseando terminar la interacción, continuó: —¿Qué te parece si te hago un hueco en mi estudio? Estamos realizando una investigación, como seguramente ya sabes, que creo que es mucho más compatible contigo que... bueno, que tu proyecto actual. —las palabras del médico se perdieron en el pasillo. Valerie guardó silencio, obligándole a tomar aire y apresurarse a añadir algo más: —Estamos trabajando junto con la unidad intensiva de neurología y algunos estudiantes del posgrado de psicología clínica, pero necesitamos a alguien como tú que los guíe. Yo no puedo hacerlo. —admitió. —Y creo que tú eres la persona idónea.

—Oh... —murmuró Valerie, que solo pudo sonreír con socarronería. Se cruzó de brazos. —¿En serio?

Al igual que Braun, Rashad no captó del todo el evidente sarcasmo de Valerie. Asintió, convencido al cien por cien de que la joven estaba interesada. —Además, es un estudio a gradísima escala. Vuestro proyecto está bien, pero no es tan ambicioso como el nuestro. Contamos con pacientes de varios hospitales y otras universidades están dispuestas a colaborar con nosotros. Un estudio como este está hecho a tu medida. ¡Lleva tu nombre! 

—Estamos hablando de muchos autores, ¿no? Cuanta más gente, peor. En nuestro proyecto somos dos, y eso me garantiza visibilidad. —dijo Valerie, que sabía de sobra que en el mundo académico los supuestos ''autores'' de grandes estudios no eran más que cuatro señores que firmaban un documento. El resto de los implicados, siempre se quedaban fuera, siendo ellos los que habían hecho todo el trabajo. 

—No te preocupes; serías la coordinadora de los estudiantes de Psicología. Es algo muy importante y, como es evidente, tu nombre aparecería de los primeros. —le aseguró. 

Escéptica, Valerie lanzó otra pregunta: —¿Y por qué ahora, Rashad? Seguro que encuentras a alguien mejor que yo. Total, mis méritos son comprados por mis padres, ¿no? ¿Qué credibilidad tengo? 

El neurólogo de tez olivácea soltó una carcajada sonora y fingida. —¡Eso es agua pasada! Lo siento, de verdad. No pretendía ofenderte aquel día. Tu currículum es impecable. Si no, no estarías aquí. Te ofrezco este proyecto ahora porque me he dado cuenta de que metí la pata, nada más. Una gran profesional como tú merece un estudio que realmente sea afín a sus intereses. Tienes un PhD en neurociencia, ¿por qué estás realizando un proyecto con un cardiólogo?

La sonrisa amplia de Rashad resultó insultante a Valerie, que forzó una especie de risotada. La situación le resultaba tan surrealista que lo único que pudo hacer fue agitar la cabeza. —No lo sé, la verdad. ¿Quizá porque me obligaron?

—Siempre tendrás un hueco en mi estudio. —le dijo Rashad, acercándose a ella con una mano en el pecho y aire apologético. — Además, creo que estarás mucho más cómoda que con Braun.

La nueva carcajada de Valerie fue lo más real de toda aquella conversación. Miró a Rashad de reojo, incrédula, sin creerse la audacia del médico, sin entender cómo podía haber dicha aquellas palabras con toda la confianza del universo. Riendo, Valerie asintió. 

—Claro, ¿qué más da? Ambos me habéis dejado ya en ridículo. Además, ya me he comprometido demasiado con mi proyecto. Es tarde para echarse atrás.

—Con el proyecto... sí, seguro. —se carcajeó, jocoso. 

Valerie enarcó ambas cejas. —¿Insinúas algo?

Rashad hizo un movimiento apaciguador con las manos. —¡No! ¡Bromeaba! Pero, en serio, Valerie: tienes un puesto como coordinadora más que asegurado. —insistió, cambiando rápidamente de tema e intentando hacer que la chica no se molestara aún más. —Piénsatelo... Braun es de los que prefieren trabajar solos y no se molestará si abandonas el proyecto, créeme. Incluso te lo agradecerá.

La psicóloga esbozó una última sonrisa forzada. —Bueno, deja que me lo piense.

—Por supuesto.

Al fin y al cabo, nunca se trababa de ella. Valerie sabía de sobra que alguien como Rashad no se arrepentía de sus palabras y que seguía creyendo que todos los méritos de Berkowitz eran fruto del dinero y las influencias; aquel puesto que le ofrecía no era más que una ilusión porque, en realidad, el importante era Levi. Rashad pretendía aislar al Doctor Braun, su principal competidor. Quizá, Valerie podría sacar provecho de ello. O quizá no.

*****

Los minutos pasaban lentamente, a un ritmo tan parsimonioso que casi resultaba una tortura. Valerie, sentada en el cómodo sofá del despacho de Braun y concentrada en la pantalla de su ordenador, sobre su regazo, decidió descansar la vista y estirar la vista unos instantes. Dejó el portátil en la mesa de café y estiró la espalda con un quejido. Paseó por el despacho de Levi, ojeando los libros y atlas de anatomía que exhibía en unas altas estanterías de madera maciza. Se acercó al escritorio y esperó a que Levi despegara la vista de su propio ordenador.

—¿Quieres café?

Levi también estiró el cuello, inclinando la cabeza hacia los lados. —Hemos tenido un descanso-

—Hace tres horas. —le interrumpió Valerie. 

Y no exageraba: llevaban encerrados en el despacho desde primera hora de la tarde. Levi, en un arrebato de inquietud, le dijo a Valerie que debían acabar ya el borrador del proyecto. Y con ''ya'' se refería a aquel mismo día, ni más ni menos. Valerie intentó negociar con él, pero el único resultado fueron unos cuantos gritos y una discusión que claramente perdió. Resignada, obedeció a Levi y terminó trabajando con él, aunque intentó que fuera lo más lejos posible. 

El rubio echó un vistazo al reloj de su muñeca y miró a Valerie. Estaba cansada, irritada, indignada. Por un momento, su corazón se compadeció de ella. Levi hizo una mueca, indeciso. Miró la pantalla de su ordenador y el documento que nunca parecía que iba a acabar. —Ve tú sola. Tengo que terminar esto.

Levi tampoco parecía mucho más cómodo que Valerie: sus ojos estaban enrojecidos y secos, sin una sola lágrima que los humedeciera, su espalda siempre recta e imponente comenzaba a encorvarse y cada vez movilizaba más el cuello, señal de que le dolía por estar durante horas y horas delante de una pantalla. Valerie inspiró, miró al techo y cruzó una mirada seria con Levi.

—Estás cansado. Vamos a por un café al Starbucks de la esquina, aunque sea. 

—Tengo que terminar-

—¿Qué tengo que hacer para convencerte? —preguntó la psicóloga, que estaba a punto de rogarle que dejara de teclear. Levi alzó la vista y las cejas, dando a entender que la respuesta era más que obvia. Valerie no quiso ceder y, con un bufido, se dio la vuelta y caminó hacia el sofá. Se dejó caer en él. —Avísame cuando quieras tomarte un dichoso descanso. 

—Qué obediente. —comentó Levi, volviendo a concentrarse en el borrador que estaba editando. Oyó cómo Valerie resoplaba de nuevo. Le hizo reír con suavidad.

Al rato, pasados unos cuantos minutos en los que Valerie decidió jugar al Tetris en su teléfono móvil, Levi se levantó de la silla. La psicóloga siguió con la mirada su silueta, iluminada por la luz tenue del flexo del escritorio y de la lámpara que estaba cerca del sofá, y fingió no estar sorprendida cuando le vio sentarse junto a ella. Le enseñó las palmas de las manos.

—¿Qué?

—Déjame ver lo que has escrito.

—No eres mi profesor. —le recordó ella, que igualmente le tendió su ordenador portátil. Estaba tan cansada que ni siquiera quería discutir. Aprovechando que Levi leía en silencio la discusión de los resultados de la que se había encargado, Valerie cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá de tapicería brillante. 

Disfrutó unos instantes del silencio, hasta que le pareció sospechoso que Levi no comentara algo hiriente sobre su forma de escribir. Abrió los ojos y le sorprendió ver a Levi leyendo con interés, despacio, sin tener una actitud altiva, alejándose del Doctor Braun crítico y quisquilloso. A Valerie le resultó fascinante: era como si todos los astros y dioses se hubieran puesto de acuerdo para que Levi no encontrara ni un solo error. 

Girándose despacio hacia ella, comenzó a decir: —Creo que deberías- —y a él le sorprendió ver a una Valerie apagada, sin fuerzas. Su mirada esmeralda estaba perdida y sus labios curvados hacia abajo en un sutil puchero. Levi se rio. —Eh, —clamó, con voz grave, para que Valerie volviera a la Tierra— ve a por café. —sacó del bolsillo de su bata su cartera y justo después un par de billetes que tendió a su compañera. —Y toma un poco el aire. Despéjate.

Ella tomó el dinero sin dudarlo, pero se quedó sentada. Valerie, que sabía que Levi no iba a dejarla irse de allí, calculaba que no iban a terminar antes de las once de la noche, por lo que no le iba a quedar otra que cenar en el despacho. —También deberíamos pedir algo de comida. Es tarde, pero si quieres acabar el borrador... tendremos que quedarnos aquí.

El rubio negó enérgicamente con la cabeza. —No, no puedo dejar solos a los gatos.

—Entonces... podemos ir a tu apartamento. —sugirió.

Levi la miró con las cejas enarcadas y cierta expectación; su mirada se había iluminado de golpe. Tenía una nueva oportunidad para estar con ella, lejos de la Facultad, sin levantar sospechas. Y qué mejor sitio que su propia casa, el lugar más seguro de todos. Tragó saliva. —Bueno...

Valerie le señaló con el índice y aire acusador. —Pero para terminar el puñetero borrador, ¿eh? 

—No pensaba en otra cosa. 

**********

estoy un poco como valerie (cayéndome del sueño) así que aquí lo dejo jijiji capítulo con detallitos para desarrollarlos más tarde

publiqué en mi Instagram una encuesta justo cuando iba mal, así que la pongo aquí. Elegid uno, sin pensarlo y sin hacer trampa:

1. coche

2. ajedrez

3. muelle/puerto

4. terraza/rooftop

el futuro de esta historia está en vuestras manos........ ojo, que hay opciones mejores que otras...... ;) 

por cierto, creéis que Valerie dejará solo a Levi??? que le dirá que siga él con el proyecto porque le interesa más el de neurología????  os recuerdo que ella está intentando echarle... pero a la vez sabe que puede ser su mejor carta... chanchanchaaaan...

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