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cuarenta

La clase de Neuropscología estaba a punto de comenzar. Los alumnos ya habían ocupado sus lugares en la sala, una clase rectangular de varias alturas, y la profesora Berkowitz acababa de conectar el mando del proyector para poder pasar las diapositivas de su presentación. Valerie se apoyó en el escritorio y echó un vistazo al reloj de su móvil para saber si debía esperar cinco minutos más. Frunció el ceño. Una notificación le llamó la atención. Se disculpó con sus alumnos, esbozó una sonrisa, se llevó su teléfono consigo y salió del aula por una de las puertas laterales, tal y como el mensaje que había recibido le ordenaba.

Levi Braun

Sal. Tengo algo que decirte.

8:57

Valerie no tuvo que poner mucho ahínco en buscar a Levi; él ya estaba esperando en el pasillo, pegado a la pared y con las manos guardadas en los bolsillos de su bata blanca. 

—Pensaba que ibas a ignorarme en un acto de rebeldía. —comentó, acercándose a Valerie. Ella le mostró la pantalla de su teléfono, interrogante, y ni siquiera le tuvo que preguntar qué narices quería para que Levi continuara: —El departamento de Neurología se ha inscrito en los premios de excelencia.

La de cabellera negra, recogida en una trenza, alzó las cejas. —¿En serio?

Levi asintió. —Rashad lidera el proyecto.

—Oh, típico de alguien como él. —masculló Valerie, riendo con incredulidad. —¿Y de qué supone que es?

—Accidentes cerebrovasculares y la importancia del apoyo psicológico durante la recuperación. 

—Increíble. —volvió a reír la psicóloga, agitando la cabeza. Comenzó a sospechar que el neurólogo lo había hecho adrede, que estaba buscando una especie de venganza por varios motivos, entre ellos que los dos, tanto ella como Levi, rechazaran su petición de colaborar en su estudio. Eran proyectos, en un principio, similares.—¿Hay alguien más?

—Digestivo y nutrición, pero no me preocupa demasiado. —soltó Levi, recuperando su aire altivo de golpe. Cruzó una mirada con Valerie. —Entonces, ¿envío la hoja de inscripción?

Ella sonrió. —¿Te lo has pensado dos veces y ya estás convencido de que vamos a ganar?

—Tenemos ventaja. Harris está detrás de todo esto. —dijo, refiriéndose al Decano. Levi tenía toda la razón: de no ser por aquel hombre, el proyecto no existiría y, teniendo el beneplácito de la cabeza de la Facultad de Medicina, contaban ya con una buena parte de los votos.—Además, hay más estudios sobre rehabilitación psicológica post-ictus. 

De nuevo, Valerie tuvo que dar la razón a Braun. Su proyecto era más novedoso; aunaba dos disciplinas que no solían aplicarse juntas. —Si ya no te da miedo perder, adelante. 

Levi sacó su teléfono móvil del bolsillo superior de la bata. Antes de desbloquearlo y abrir el correo electrónico, se detuvo y llamó la atención de Valerie. —Hey. Si envío la documentación, hay que ponerse muy en serio con esto. Hay que tener listo un borrador completo antes de abril. 

Valerie hizo un gesto con la mano y le restó importancia. —¿Acaso antes no nos lo estábamos tomando en serio?

El médico le dedicó una última mirada suspicaz, como si no confiara plenamente en ella. El grueso del trabajo había recaído en Valerie, que era la encargada de llevar a cabo las sesiones, resumir puntuaciones y plasmar resultados. Quería creer que era capaz de hacer todo aquello sola, pero había una parte de él que aún tenía algunas sospechas. Suspiró y se marchó pasillo abajo, escribiendo en el teclado del teléfono con una sola mano. Valerie entró de nuevo a la clase, pidió perdón a sus alumnos e inició la lección. 

*****

Toc, toc, toc.

Los tres golpes que utilizó Levi para llamar a la puerta de la consulta continua fueron ridículamente rítmicos. Espero unos instantes antes de entrar y, sin escuchar la voz de Valerie dándole permiso para pasar, abrió la puerta.

En el interior, la psicóloga conversaba con un hombre algo mayor, de unos setenta años y piel bastante arrugada. El hombre miró a Levi algo sorprendido, pero su mirada se suavizó enseguida. El Doctor le saludó alzando la mano. Valerie, por el contrario, se giró en la silla, entrelazó las manos y sonrió de forma exagerada, claramente molesta.

—Estamos en sesión aún, Doctor. —le informó, con un tono agudo pero demasiado áspero. —¿Le importa...?

—¿Cómo va todo? —le preguntó Levi al hombre, ignorando a Valerie y acercándose a su escritorio para dejar sobre él una nueva carpeta con más historiales. Dio unos golpecitos con la mano sobre los papeles, ordenando de forma sutil a Valerie que los leyera. —¿Mejorando poco a poco?

—Sí, sí. Justo de eso estábamos hablando... —comentó el  hombre, señalando a Valerie.

—En una sesión individual y privada. —añadió ella.  

—Me alegro. Siento interrumpir, pero quería hablar con Berkowitz de un par de cosas.

Valerie suspiró. —Hablaremos después de la sesión. —dijo, cortante, retirando la carpeta que había dejado Levi y dejándola en la otra esquina del escritorio. Se giró hacia él y le miró con seriedad. Al notar que él parecía algo impaciente y molesto, añadió: —Por favor.

Dio un par de toques más sobre la mesa, inspiró por la nariz, esbozó una sonrisa -o más bien una mueca- para despedirse de su paciente y abandonó la sala, cerrando la puerta. Se dejó caer en su silla de oficina y se quedó mirando su teléfono con desinterés, esperando matar el tiempo. 

Pasados unos veinte minutos, escuchó cómo Valerie se despedía del hombre. Oyó cómo cerraba la puerta principal de la consulta, cómo movía la silla con ruedas por la sala y cómo ordenaba algunos papeles. Al rato, el picaporte de la puerta que conectaba ambas consultas giró. 

—No vuelvas a interrumpir una sesión, por favor. —dijo Valerie, deshaciendo la trenza que había llevado durante todo el día. —Cuesta mucho que un paciente se centre en lo que está contando y, si hay distracciones, cuesta volver al punto a donde habíamos llegado. ¿Qué querías decirme?

Levi echó un vistazo al reloj de su muñeca. Su turno había terminado hace más demedia hora. —Faltan dos pacientes por citar. Los he llamado y están dispuestos a participar. Te he dejado las historias en el escritorio. —soltó, de carrerilla— Estamos inscritos en los premios de excelencia. Envié la solicitud esta mañana. El único requisito importante es tener el estudio acabado antes de mayo, por eso te decía lo del borrador. Si no llegamos a esa fecha, nos quedamos fuera. —y siguió:— Tenemos que cambiar unos objetivos porque, a este paso, no los cumpliremos. También tienes que actualizar las bases de datos con los registros de las sesiones. 

—No pasa nada si los registros no están. Lo que cuentan son las evalua-

—Haz una lista de todos los pacientes que ya hayan tenido la primera valoración para que pueda buscar un hueco para sus revisiones. —continuó, cortando a Valerie, que resopló. —Y los registros tienen que estar, Valerie. Por eso mismo se llaman registros. Haz lo que sea, pero súbelos. Quiero verlos.

Ella cerró los ojos unos instantes para guardar la calma. —Vale. 

—Y no te olvides de-

—Levi. —puso las manos delante de su torso, deteniendo a su compañero. —Es Enero. Vamos bien de tiempo. —le tranquilizó, o más bien se tranquilizó a ella misma. 

El rubio chasqueó la lengua varias veces y negó con la cabeza. —No. Si fuéramos bien de tiempo, ya tendríamos varios pacientes en lista de espera para la revisión. 

Valerie no supo cómo explicarle que muchos de los pacientes tenían más cosas que hacer, que no podían acudir al hospital todas las semanas. Cogió aire e intentó mantener la calma. —Poco a poco, ¿vale? Sin prisa pero sin pausa. 

Las palabras de Valerie sirvieron de poco. Justo cuando pensaba que ya podía controlar a Levi, que lo tenía a su merced, que podía convencerle de lo que quisiera, se equivocaba. Hacía tiempo -meses, en concreto- que el cardiólogo no la bombardeaba con miles de tareas, como si fuera una alumna más, obligando a la pobre Valerie a quedarse despierta hasta la madrugada. Justo cuando pensaba que iba a dejar de ser tan abusivo, se encontraba con lo contrario. Justo cuando pensaba que con cara de pena y un puchero iba a ser capaz de detenerlo... 

A Valerie no le quedó otra que alzar la voz. —¡Hay tiempo de sobra! 

—Quiero la lista para el martes.

—¡No! —exclamó la psicóloga. —¡No pienso hacerte una puñetera lista nueva, Levi! ¡Aprende a respetar los horarios del resto, joder! ¡No estoy trabajando para ti!

Levi enarcó una ceja. —En parte, sí que trabajas para mí. 

—¡Somos coautores! —soltó un gruñido justo después, desesperada. —Pensaba que habías mejorado... —musitó. 

—Bueno, lo añado al cronograma y te lo mando por correo. —sentenció, girándose hacia el ordenador para teclear algo e ignorando por completo a Valerie.

—Es enfermizo. No es normal que estés tan ansioso cuando aún tenemos cuatro meses por delante. 

—Tres, en realidad. —corrigió. 

—Estás- Es patológico, lo juro. Tu... afán por controlarlo todo, por-

—¿Quieres dejar de encontrarme mierdas, Valerie? Si acabo internado, será por tu culpa. —bufó él, empezando a molestarse. —Todo el puto día diciéndome que si soy alcohólico, que si no sé qué, que si mi mente... ¿Todos los psicólogos sois así? 

—¡Lo hago por ayudarte!

—¡Lo que quieres es hacerme creer que estoy loco! 

—¡Tener ansiedad no es estar loco, gilipollas! 

Y de la nada, la consulta se llenó de gritos y aspavientos. Gracias al cielo, las consultas ya habían terminado y el pasillo se encontraba vacío; de lo contrario, los pacientes podrían escuchar, desde la sala de espera, la absurda discusión de Levi y Valerie. Él empezó a echarle en cara a la psicóloga que vivía con demasiada calma, que nada le importaba una mierda. Ella, que él se preocupaba demasiado. Después, el tema derivó en el proyecto. Valerie soltó que, desde un principio, Levi no había estado interesado, y que eso se notaba en la calidad del texto que había escrito. Braun se defendió diciendo que ella también estaba ahí por la misma razón que él, por la presión del Decano. Una cosa llevó a la otra y, de repente, Levi, con sus ojos ocre bañados en rabia, soltó:

—Además, sé que estás jugando sucio. 

Valerie se quedó con la palabra en la boca. Frunció los labios y decidió contraatacar: —Ah, ¿y tú no? ¿No has ido por ahí diciendo que mi supuesto prometido era un viejo y que yo era una buscafortunas? ¿No has intentado hundir mi carrera?

—Yo solo hice lo que me pediste. —se defendió. —Yo no me he unido al OADA ni he instado a mis alumnos a que vayan a por ti, para que te presionen y cambies el puto examen.

—Oh, ¿te duele que las personas reclamen y defiendan sus derechos? ¡Pobrecito! —dijo, irónica pero aliviada porque había logrado reconducir la discusión. Levi ya estaba a la defensiva y ella volvía a estar atacando, dirigiendo mejor la situación. —¡Eres abusivo y controlador con todo el mundo! 

—¡Y tú una maldita víbora! —gritó, señalando a Valerie con el índice.

Ella abrió la boca para decir algo, pero enmudeció. Mostró su índice a Levi, como si quisiera mandarle callar. Al instante, el médico vio cómo el rostro de Valerie empalidecía, y llegó a la conclusión de que no le estaba pidiendo silencio: estaba dándose cuenta de que algo iba mal. Tragó saliva con algo de dificultad antes de hablar.

—Creo que voy a desmayarme. —musitó.

Y así fue. Levi intentó detener su caída, pero no fue lo suficientemente rápido. Lo que si consiguió fue amortiguar el golpe y evitar que la cabeza de Valerie chocar contra el suelo, sujetando con firmeza su cuello. Rápidamente, la colocó de lado. 

—Valerie. —la llamó. Estaba acostumbrado a ver escenas mucho peores, a tener que ponerse los guantes y el gorro de quirófano en situaciones mucho más críticas, pero el corazón le iba igualmente a cien. —Valerie, responde. 

Sacando el fonendoscopio rojo que guardaba en el bolsillo de su bata, Levi observó con detenimiento el cuerpo inconsciente de Valerie. Respiraba. Mientras se colocaba las olivas del fonendo en los oídos con una mano, aflojó el cuello del jersey de Valerie. Volvió a mover su cuerpo y lo colocó boca arriba. Justo antes de utilizar su propio regazo para elevar los pies de su compañera, ella emitió una especie de quejido. 

—¿Estás ahí? —le preguntó. Obtuvo otro sonido gutural como respuesta. —Bien. Te has desmayado. —le explicó. Ella hizo ademán de reincorporarse, pero Levi la detuvo colocando su mano en el pecho de Valerie. —Quieta.

—Quiero... —señaló con una mano temblorosa las patas de la silla, indicando que quería sentarse. 

Levi agitó la cabeza. —No, es mejor que te quedes tumbada. Voy a quitarte el jersey. 

Valerie aún estaba demasiado letárgica y confundida para protestar. Dejó que Levi se deshiciera de su jersey azul. Lo arrugó y lo colocó justo debajo de sus pies para elevarlos, como si fuera una almohada. Levantó levemente la camiseta de Valerie para poder colocar el fonendo sobre su pecho. Ella volvió a quejarse por el tacto gélido del metal. 

Levi resopló. —Odio darte la razón, pero... Estás en lo cierto. —comentó, quitándose el fonendoscopio y estirando la camiseta de Valerie. Se levantó del suelo y la dejó tumbada. —Debo ser gafe, porque no haces más que tener accidentes cuando estás conmigo. 

La psicóloga cerró los ojos porque aún se sentía algo mareada. Si hubiera tenido fuerzas, se habría reído. Escuchó a Levi rebuscar algo. Oía su voz de fondo. Había perdido su tono agresivo. Era más suave y melodiosa, como cuando tuvo que curar la herida de su dedo. Valerie, que nunca le había visto en acción con pacientes reales, supuso que no era tan frío, directo y pesimista como aparentaba ser. 

—Voy a subirte a la camilla. 

Sin mucha más dilación, Levi se inclinó sobre ella y tomó sus brazos para rodear su cuello con ellos. Agarró con firmeza a Valerie por la cintura y la levantó del suelo con cierta facilidad, asegurándose de que ella se agarraba lo mejor que podía a él. La psicóloga no supo si llegó a ponerse de pie o si Levi fue capaz de llevarla en brazos hasta la camilla, situada en una de las esquinas de la consulta. Fuera como fuese, notó cómo su cuerpo volvía a estar en horizontal.

Levi dejó a Valerie sobre la camilla con suavidad, intentando no golpear su cuerpo. Los brazos de la joven cayeron lentamente a sus costados, débiles, rozando la espalda de Levi. Él se quedó unos instantes cerca de su compañera. Tan solo unos escasos centímetros separaban sus rostros. Levi observó a Valerie, que continuaba con los ojos cerrados. 

—¿Te encuentras bien?

—Mareada. —respondió, pudiendo, por fin, articular con claridad alguna palabra. Aunque no veía a Levi, sabía que estaba muy cerca por la sombra que proyectaba. Sentía su calidez sobre ella, su respiración casi contra su cara. Soltó una risilla. —¿Eres así con todos tus pacientes o solo conmigo?

De repente, notó que el cardiólogo se retiraba. —Sí, ya estás mejor. Me alegro. 

**********

capitulo expres donde la pava se desamaya. cliche pero efectivo oleeee adioooooos








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