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cincuenta y cuatro

Lo más probable es que las imágenes del corto y casi inocente beso entre dos profesores de Harvard hubieran cruzado el charco. Algunos viejos amigos del instituto de Levi -con los que apenas se hablaba- le enviaron un mensaje para preguntarle si el chico rubio del vídeo era realmente él. Los alumnos, el profesorado, el personal de limpieza, los pacientes del hospital, los presentadores del telediario de las siete e incluso los mayores de una residencia de ancianos; todo el mundo había visto el clip, pero a Levi no parecía importarle mucho.

Para cualquiera, algo de semejante magnitud merecía, como mínimo, una especie de comunicado especial. O algún comentario. O alguna sonrisilla. La mayoría de los alumnos de quinto curso, por no decir todos, esperaban que el profesor Braun dijera algo al respecto al inicio de la clase del lunes, aunque fuera una excusa algo pasivo-agresiva. La expectación se notaba en el aire, como si fuera una especie de gas que hacía contener la respiración a aquellos jóvenes, y el silencio de habitual de la sala fue sustituido por un par de cuchicheos. 

Levi caminó hasta el atril del hemiciclo, dejó dos pesados manuales sobre el escritorio, inspiró y metió las manos en los bolsillos de su bata. Observó con rapidez a los casi doscientos alumnos del aula: muchos ocultaban una sonrisa, otros le observaban con una atención distinta a la del resto de días. Suspiró. 

—Vamos a empezar. —anunció, agarrando uno de los manuales y mostrándoselo a la clase. —Página doscientos treinta y dos. Caso clínico. 

El Doctor Braun no pudo captar ni entender nada de lo que algunos alumnos dijeron. Parecían decepcionados, algunos hasta tristes. Levi encendió el proyector y se cruzó de brazos. 

—¿Cómo sois tan lentos para abrir un puñetero libro? —se quejó. Chasqueó la lengua y se colocó detrás del atril. —En grupos de cinco, como siempre. Quiero respuestas funcionales y sencillas, que el manual me lo sé de sobra. ¿Entendido? 

Y de nuevo, cuchicheos. Era la primera vez que Levi no conseguía hacer que sus alumnos le obedecieran. 

*****

Ignorando a algunos profesores y a un par de alumnos que charlaban en mitad del pasillo, Levi se dirigió, sin timidez y con la cabeza bien alta, hasta el final del larguísimo corredor. Llamó a la puerta del despacho de la profesora Berkowitz y, sin aún escuchar el suave ''adelante'' que dijo la psicóloga, abrió la puerta y entró, sabiendo con la más absoluta certeza que había llamado la atención de los alumnos y profesores del pasillo. 

Valerie estaba sentada detrás de su escritorio, tan lleno de papeles, libros y documentos que parecía infinitamente más pequeño que el de cualquier profesor. Su melena negra estaba alborotada y su mirada, cansada, se paseaba con rapidez entre las letras de un larguísimo texto. Alzó la vista y dejó el papel sobre la mesa. Al ver a Levi, suspiró. 

—Hola. —le saludó. —Veo que sigues vivo después de todo este revuelo. Me alegro.

Levi solo pudo esbozar una especie de sonrisa amarga. Hurgó en los bolsillos de su bata y sacó una barra de labios oscura. La dejó en el escritorio mientras se dejaba caer en una de las sillas que Valerie tenía justo enfrente. —Es tuya, ¿no?

—No creo que sea de otra de tus conquistas. —bromeó ella, alargando el brazo y tomando el pintalabios que Levi había encontrado entre el asiento del copiloto y la consola de su coche. Lo guardó en su bolso. —Gracias. —tras unos instantes de silencio, Valerie volvió a suspirar. —¿Has venido solo para devolverme esto?

—No. —respondió con rapidez. Tardó unos segundos en colocar las palabras que rondaban por su cabeza en el orden correcto: —Quería ver cómo estás. 

Valerie fue quien sonrió, algo enternecida pero también un poco triste. —Bueno, —estiró los brazos para mostrarle a Levi su despacho, desordenado y algo oscuro—aquí estoy... viva. Superando una oleada de llamadas, mensajes, correos electrónicos y cuchicheos. ¿Y tú? 

Saltaba a la vista que Levi seguía siendo el de siempre: algo cansado, puede que apático, semblante serio y ni una pizca de emoción en su mirada ocre. Valerie observó un pequeño atisbo de duda en él, como si no estuviera seguro sobre qué contestar o como si no supiera si lanzar una nueva pregunta. Finalmente, se encogió de hombros. —Bien. —respondió. —¿Qué narices se te pasó por la cabeza? —preguntó casi de inmediato. 

La psicóloga agachó la cabeza y sofocó una carcajada. Sabía que la pregunta completa era ''¿qué narices se te pasó por la cabeza para besarme en mitad de un partido multitudinario?'' y, por desgracia, ni ella misma sabía la respuesta. ¿Fue la euforia? ¿Fue un pensamiento intrusivo que ganó la batalla a la racionalidad? ¿Fue el karma? Lo único que tenía claro es que había sido real, que aquel vídeo no era un sórdido montaje colgado en las redes por alguien que quería hacerles daño. Y lo peor de todo es que no había pensado en las consecuencias. Llevaba meses urdiendo un plan que estaba siguiendo al dedillo, un plan que tenía en cuenta cualquier percance... y había sido ella misma quien lo había saboteado.

—No lo sé. —dijo, al fin.

Levi frunció el ceño y entornó los ojos, mitad extrañado y mitad suspicaz. —No te creo. —soltó. —Con lo cuidadosa y quisquillosa que has sido con que no nos vieran- Y de repente me plantas un beso en una Kiss Cam. 

Valerie volvió a reír, incrédula; la situación comenzaba a tornarse surrealista y notaba que estaba perdiendo el control. En una medida desesperada, se encogió de hombros y se sinceró. —No sé, sería la presión social y... que realmente quería besarte. —porque, en el fondo, aunque solo llevara una sudadera gris, aquel día Levi le resultó más guapo que nunca, y eso desató en Valerie una especie de cariño que hacía que solo quisiera tomarle el rostro para manchárselo a base de besos.

—Ya, seguro. —aunque el tono de voz y sus palabras eran sinónimo de no creer a Valerie, su cuerpo decía lo contrario. Levi miraba al suelo, evitando cruzar su mirada con la de ella, y las comisuras de sus labios estaban ligeramente curvadas. 

—El tema es que sé que la he cagado. —admitió la psicóloga. —Lo siento.

Levi alzó la vista. —¿Por qué?

—Porque te he puesto en un compromiso. Ahora todo el mundo se está preguntando qué narices hay entre nosotros, y los rumores que tanto queríamos evitar ahora van a ser peores. Bueno, van a ser una certeza, más bien. Está claro que entre nosotros hay algo, y lo sabe toda la universidad. Y me temo que la gente no se callará hasta que des una explicación. 

—Lo rumores que tú querías evitar. —corrigió Levi. 

—Independientemente de eso, lo siento. De verdad. 

—¿Sientes haberme besado?

—No. —Valerie agitó la cabeza y se rio al ver de nuevo el pequeño reflejo de duda e inseguridad en el rostro de Levi. —Siento haberlo hecho delante de tantos ojos, eso sí.

El rubio inspiró despacio, llenando al máximo sus pulmones, y soltó el aire por la boca en una cortísima exhalación. No sabía qué decir. Ni siquiera sabía qué pensar. Su mente estaba en blanco -aunque de vez en cuando pasaban por ella imágenes fugaces de los besos que Valerie le dio tras el partido, en su coche-, y temía que algo tan estúpido como aquel vídeo les trajera represalias aún más estúpidas. 

No le quedó otra que dirigirse a Valerie. —¿Qué hacemos ahora?

Sabía que ella tendría alguna clase de solución. Había demostrado ser de lo más resolutiva -aunque jamás lo admitiría delante de ella-, y había conseguido, hasta el momento, librarse de todo castigo con una sonrisa y cara de niña buena. 

Pensativa, frunciendo los labios, Valerie miró al techo. —Hmm... ¿Qué otra cosa podría ser más grande que esto?

—¿Qué dos profesores jóvenes se den un pico en televisión nacional? Yo qué sé. —Levi hizo memoria. Le vinieron a la cabeza las palabras de María. —Una sextape, supongo.

—No, no. —Valerie fue rápida en desechar la idea. —Tiene que ser algo más escandaloso.

—Joder, Valerie... Si nuestro beso está siendo la comidilla de todo el mundo, ¿qué sería un vídeo íntimo? 

—Tiene que ser algo que merme mucho el prestigio de la Facultad, ¡una sextape la tiene cualquiera! ¡Mira Kim Kardashian! Además, ¡que filtren algo así puede salir muy caro! ¡Es delito! 

Valerie tamborileó con los dedos en la madera del  escritorio. Levi paseó su mirada por todo el despacho. 

—Un escándalo que llegue a la televisión nacional, ¿no? —preguntó, en voz baja, casi para el cuello de su bata. —Hace un par de años hubo un caso de plagio bastante importante en la Escuela de Diseño. Televisaron el juicio y los alumnos protestaron durante meses.

Los ojos verdes de Valerie destellearon con ilusión. —Un caso de plagio, ¿eh...? De momento, tú y yo no vamos a dar explicaciones a nadie.  

—¿Y si te preguntan sobre tu marido...? O prometido, o no sé qué. 

—Es una relación abierta. —soltó. 

—Demasiado moderno. No se lo iban a tragar y, además, te iban a tildar de rara. Piensa otra cosa.

—Mmh... ¿Me ha dejado por otra y yo me estoy intentado olvidar? 

—Implica admitir que tú y yo estamos empezando a tener algo, y visto lo visto, no estás dispuesta a hacerlo. 

Valerie volvió a reírse. —Ah, ¿acaso tú sí? —dijo, con voz cantarina, juguetona, esperando a que Levi diera una respuesta afirmativa. 

A él solo le dio tiempo a encogerse de hombros justo antes de que llamaran a la puerta con fuerza e insistencia. Lo que faltaba, pensó Valerie, que estuvo a punto de esconder a Levi debajo de su escritorio o detrás de las enormes pilas de libros que aún no había colocado en las estanterías. Tras un miedoso ''adelante'', la puerta se abrió. Levi se giró para ver de quien se trataba y reconoció a la secretaria del Decano, una mujer rubia de cabello cuidadosamente moldeado y que siempre olía a laca. 

—Oh, perfecto. No esperaba encontraros a los dos aquí. El señor Harris les ha citado en su despacho.

Levi alzó las cejas y miró la esfera de su reloj. —¿Ahora?

—Sí. ¿Me acompañan?

Tras cruzar una mirada rápida, los dos profesores se pusieron de pie cargados de resignación. Valerie agarró su bolso y cerró el despacho con llave mientras la secretaria y Levi la esperaban un par de metros más allá. La de melena azabache podía sentir la vergüenza ruborizando sus mejillas. Alcanzó al médico y los dos, caminando juntos ante la atenta mirada de los alumnos y profesores que se cruzaban, siguieron a la secretaria. 

—Dios. —murmuró Valerie. El camino se le estaba haciendo eterno. —Esto parece como volver al instituto. 

La humillación pública de ir a la oficina del director en mitad del cambio de clase porque te habían pillado besuqueándote con un compañero de clase en los vestuarios del gimnasio en una escuela católica: eso era lo que sentía Valerie en aquellos momentos. 

—¿A qué clase de instituto has ido...?

Y por fin, tras andar por pasillos interminables, subir escalones y tomar ascensores, llegaron al Decanato. El señor Harris les esperaba sentado en un butacón demasiado grande para él, cerca de una chimenea de piedra y de un estandarte con el escudo de la universidad. Les invitó a tomar asiento en el sofá que tenía enfrente, tras una mesa de café, y Valerie, que iba a declinar la oferta, se sentó al ver que el hombre parecía bastante molesto. ¿Dónde estaba el aire afable que le caracterizaba? Levi, por el contrario, se quedó de pie. 

—He visto el vídeo. —reveló.

Y quién no, quiso decir Valerie. Decidió jugar la carta de la inocencia: —¿Eh?

—El vídeo de vuestro beso en el partido del sábado. 

Levi hizo una mueca. Comenzaba a pensar que el famoso beso era alguno de los que se dieron en el coche, bastante más eróticos y que más tarde les llevaron a algo más; si no, ¿por qué trataban aquellas imágenes como si fueran una especie de delito? Mordiéndose la lengua, el cardiólogo urgió al Decano: —¿Y bien?

—No busco una explicación, solo quiero advertiros de que es demasiado gordo. Es un asunto que está mancillando nuestra Facultad. Todo el mundo está hablando de ello. Es inaceptable que nuestra Facultad sea conocida porque dos profesores se han dado un beso que ha hecho aplaudir a medio mundo. Nuestra Facultad ha de reconocerse por nuestro trabajo. 

—Y seguirá siendo así. —aseguró Levi. A Valerie le sorprendió su aire desafiante y soberbio, y sospechó que se había quedado de pie solo para provocar a un señor Harris que parecía más serio que nunca. —¿Acaso nosotros estamos haciendo mal nuestro trabajo?

—Sí, Braun. Vuestra vida privada ha eclipsado vuestra vida profesional, y no podemos permitirlo.

—¿Acaso hay algo mal en nuestro proyecto, Doctor Harris? —Levi alzó la voz y exageró la entonación de la pregunta. 

Silencio. El Decano apretó los labios. —No. —contestó, amargo. —Pero no puedo dejar que-

—El proyecto es bueno y le aseguro que hablarán de él, y eso es lo que importa. Más voces son más números, ¿no? Y eso es lo que le importa, ¿me equivoco?

Valerie pudo ver cómo la mirada del señor Harris se ensombrecía. Parecía odiar el hecho de que Levi tuviera razón. Si pudiera, si tuviera a Levi más cerca, Valerie le habría dado un codazo para que cerrara el pico. Había momentos en los que era mejor dejar atrás la soberbia. 

—Centraos en el proyecto y, hagáis lo que hagáis, no volváis a salir en ningún telediario o programa matutino si no es para hablar sobre vuestro trabajo. —les advirtió el Decano. —Me da igual lo que tengáis entre vosotros, pero como vuelva a ver algo que no sea sobre Medicina, me temo que tendremos que tomar medidas. No hagáis de esto un asunto aún más sensacionalista. Marchaos. Y que no os vuelvan a ver juntos.

Levi se despidió con desgana. Valerie asintió, agachó la cabeza y se levantó sin decir nada. Sin embargo, oyó su apellido. Se giró. 

—¿Si?

—Braun, puedes marcharte. —fue la forma sutil del Decano de decirle a Levi que se fuera. —Berkowitz, tú quédate un minuto. Tengo que hablar contigo.

Reticente, cruzando una última mirada con Valerie, Levi cerró la puerta doble del despacho del Señor Harris y dejó a su compañera allí, sola. 

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