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catorce

Las endorfinas liberadas con el ejercicio, la meditación y el té con leche de avena no habían sido suficientes para bajar el nivel de estrés que estaba sintiendo Valerie. Tenía habilidades de sobra para saber cómo gestionar su ansiedad, pero en casa de herrero casi siempre hay cuchillos de palo. Sabía que parte de ese estrés se estaba intensificando por estar lejos de Nueva York, de sus amigos, de su familia. Pensó que sería capaz de adaptarse fácilmente al ambiente de Boston,  en teoría mucho más acogedor y amigable que el de la gran ciudad, pero las mentiras y las estratagemas -más típicas de una campaña electoral sucia que del ambiente académico- estaban empezando a desquiciar a la psicóloga. 

Por si fuera poco con tener un tumulto de profesores viejos contra ella y a favor del Doctor Braun, Valerie se estaba encontrando con la cruda realidad y se dio cuenta de que varios alumnos seguían la tónica del resto de profesores. Valerie sospechaba que Braun tenía algo que ver; al fin y al cabo, los cuatro alumnos que odiaban a su profesora de Psicología y a sus métodos de enseñanza eran el ojito derecho del núcleo duro de la Facultad. Serían médicos brillantes con cero empatía y un título de Harvard bajo el brazo. 

Valerie había recibido, en su despacho, un par de cartas certificadas que no le dieron muy buena espina. Dejó de teclear en su portátil y abrió uno de los sobres, esperando que su intuición fallara. 

Soltó una risotada amarga cuando vio que se trataba de una queja. Hablaba sobre las 'constantes humillaciones' a las que los alumnos estaban sometidos y de cómo 'las evaluaciones no eran objetivas'. A juzgar por el estilo del documento, había sido ese tal Dwight Miller, demasiado resentido por sus calificaciones como para pensar con claridad. Valerie dejó el papel sobre el escritorio y suspiró llevándose las manos detrás de la nuca, entre desconcertada e indignada. La queja no era más que un toque de atención, pero fue lo suficiente para que Valerie llegara a un punto de no retorno.

Durante sus sesiones en gabinetes privados, Valerie animaba a sus pacientes a escribir sobre sus emociones. Soltarlo todo en palabras, escribir una carta sin destinatario, agarrar un folio y hacerlo trizas... Lo que fuera para desquitarse y poder continuar con sus vidas.

Decidió hacer lo mismo. Por primera vez en mucho tiempo, aplicó uno de sus consejos a su propia vida. Volvió a controlar el ratón de su ordenador, abrió su correo electrónico y clicó en 'nuevo mensaje'. Posó las manos sobre el teclado mientras e inspiró profundamente. Comenzó a escribir en el espacio en blanco. 

Tecleó, tecleó y tecleó, casi en frenesí, encontrando en algunos resquicios de su mente palabras que ni siquiera creía recordar. En tan poco tiempo había embotellado tantos sentimientos que ni siquiera parecía ella, normalmente serena y dulce; Valerie era un cúmulo de enfado, frustración y rabia, y casi se asemejaba más al Doctor Braun en un mal día que a ella misma. 

Escribió, escribió y escribió, llenando el cuerpo del correo electrónico con más caracteres de los esperados. Cuando terminó, después de unos largos minutos, volvió a suspirar -aquella vez con algo de alivio- y clicó el botón de enviar.

Ahogó un grito cuando se dio cuenta. Su cerebro se había puesto en modo automático después de estar toda la mañana respondiendo emails. La rutina y la poca toma de consciencia durante sus horas de trabajo traicionó a la pobre psicóloga.

No, no, ¡mierda! pensó, casi en voz alta, viendo cómo la pantalla había cambiado y cómo un 1 se situaba al lado de 'bandeja de salida'. Valerie intentó ser igual de rápida que cuando pulsó 'enviar', pero el veloz internet de la Facultad, que parecía ser lo único que funcionaba bien, ganó la carrera. Buscó rápidamente en Google si era posible detener el envío de un correo electrónico, pero Valerie, que nunca había sido del todo buena con las nuevas tecnologías, no encontró la forma de solucionarlo. 

Se le pasó por la cabeza colarse en el despacho de Braun, encender su ordenador e inmiscuirse en su bandeja de entrada para borrar el mensaje. No tuvo en cuenta que el dispositivo tenía una clave, el correo electrónico una contraseña y que Levi, lo más cercano a un psicópata controlador que Valerie había conocido en su vida, también podía revisar su correo desde su móvil. La psicóloga comenzó a juguetear con un bolígrafo entre los dedos y se repitió varias veces que no iba a pasar nada, que Braun pasaría del tema...

En un momento de lucidez se acordó de un pequeño detalle: no había puesto remitente. En un principio le hizo sentirse mejor. Revisó lo que había escrito.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: SIN ASUNTO

Eres LA PEOR PERSONA DEL PLANETA. Deberías buscar un profesional ya porque todo lo que haces roza lo patológico. NO ENTIENDO NADA DE LO QUE HACES, NI POR QUÉ, NI QUÉ NARICES PRETENDES SIENDO TAN SERIO. NO ERES INTERESANTE. ME LA SUDA QUE SEAS UN MÉDICO MILAGRO, ME LA SUDAAAAA!!! ERES UNA MALISIMA PERSONA, SIN EMPATIA, MAL PROFESOR, NO SABES ESCUCHAR, NO SABES TRABAJAR EN EQUIPO, NO SABES NI SIQUIERA COMO DIRIGIRTE A LAS PERSONAS PORQUE ERES UN INSENSIBLE SIN TACTO. ME DA IGUAL LO QUE HAYAS PASADO. ME DA IGUAL QUE TE HAYAS TIRADO 65 AÑOS ESTUDIANDO EN ESTA PUTA UNIVERSIDAD O QUE SE TE HAYA MUERTO TU PERRO CUANDO TENÍAS 7 AÑOS, ESO NO JUSTIFICA TU ACTITUD DE MIERDA! 

Intento trabajar contigo lo mejor que puedo para sacar adelante el proyecto pero te cierras en banda. POR QUÉ?? NO TE ENTIENDO Y ME GUSTARÍA ENTENDERTE!! necesito que SEAS CAPAZ DE COMUNICARTE porque solo soy psicóloga, no adivina. odio cuando te quedas mirándome sin decir nada y esperas a que yo lo diga todo. ES QUE ACASO ERES MUDO?? NECESITAS AYUDA?? PÍDELA! Y ENCIMA LUEGO TIENES LOS HUEVOS DE ACERO Y TE CABREAS SI HABLO? QUÉ TE PASA???? ERES IMBÉCIL O QUÉ

CREES QUE NO TE OIGO EN EL GIMNASIO CUANDO LITERALMENTE AÚLLAS CADA VEZ QUE LEVANTAS LAS PESAS? ODIO QUE HAGAS ESOOOOO!!!!! LO ODIOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

y crees que no me doy cuenta de lo que haces? SÉ PERFECTAMENTE que no has hablado con quien tienes que hablar para hacerme daño.  Lo único que te interesa es verme sufrir, igual que te pirra ver a tus alumnos llorar. Y lo has admitido! Con tus acciones solo te retratas. sé que te importa todo una mierda y que lo único que quieres es ser el mejor, el único y el puto inigualable, pero no pienso dejar que te salgas con la tuya. SEA COMO SEA HARÉ QUE TE ECHEN DE AQUÍ.

PUTO MÉDICO DE MIERDA

La joven estuvo a punto de llorar cuando vio el remitente: no era Braun, eso estaba claro. Era otro miembro del equipo docente, un hombre de apariencia entrañable pero terriblemente malhumorado que era parte de ese núcleo anti-Valerie.

Ella agarró su teléfono y dejó un mensaje a su mejor amigo.

Creo que he firmado mi carta de despido. 

Y, acto seguido, redactó una disculpa para el profesor Verham. Sabía que no iba a servir de nada, pero al menos intentó remendar su error. Se quedó esperando en su despacho la llamada del Decano.

*****

El pitido rápido de la máquina de constantes y las luces rojas que emitían los monitores hicieron que un grupo de sanitarios corriera hacia una de las camas de la sala de urgencias. Levi ya estaba allí, de pie, callado y concentrado en contar los segundos restantes para que aquel hombre de mediana edad entrara en parada cardiorrespiratoria. Varias voces sugirieron un traslado a otra sala. Levi agitó la cabeza y, con tono grave, ordenó:

—Hay que reanimarlo aquí. 

Todo el proceso debía ser rápido y encadenado. El pitido continuo de las máquinas indicó a Levi que ya podía iniciar las maniobras de reanimación, así que comenzó a comprimir el pecho del paciente mientras varias personas trabajaban también para aumentar las posibilidades de supervivencia del paciente. Al rato, pasados unos minutos, alguien que Levi ni siquiera vio llegó con el desfibrilador automático. Otra figura, seguramente la de una enfermera, había colocado ya los electrodos. Levi se apartó y observó cómo las gráficas que indicaban el ritmo cardiaco del paciente seguían siendo irregulares. Agitó la cabeza. 

Y, como si le hubieran leído la mente, tenía ya en sus manos las palas del desfibrilador. Aplicó varias descargas y volvió la cabeza hacia el lector. Alguien le indicó que aún se manifestaba la fibrilación ventricular en el cardiograma, así que continuó. Con un par de descargas más, todo pareció volver a la normalidad.

—Yo aviso a quirófano para el baipás. 

Mientras el resto de personal corría para llevarse al paciente hacia otra sala, Levi sacó el buscapersonas del bolsillo de su chaqueta y marcó un par de números. Caminó dando largas zancadas detrás del resto del equipo, que corría con la camilla y varios carros de instrumental por el pasillo, directos a quirófano. Tras hablar con el personal de cirugía, Levi guardó el pequeño aparato de vuelta en el bolsillo y aprovechó para echar un vistazo a su teléfono personal.

Tenía quince llamadas perdidas.

—El equipo de soporte vital ya está listo. —le informó una voz a su lado.

Levi asintió e ignoró las llamadas, guardando su teléfono en el bolsillo del pantalón. —Bien. 

*****

Con la cabeza gacha y la mirada fija en un punto lejano del brillante suelo de madera del decanato, Valerie escuchaba cómo el profesor Verham, tan enfurecido que su fino flequillo blanco parecía que iba a salir volando, soltaba improperios. Era totalmente inaceptable, estaba fuera de lugar e incluso había sido vulgar. ¿Cómo había osado Berkowitz a enviar semejante correo electrónico?

En el fondo, aquel viejo alterado tenía algo de razón. Si Valerie ni hubiera llegado a escribir aquel fatídico email, no estaría en aquella terrible situación. Si la despedían,  al menos sabía que se superaba el récord del profesor que menos tiempo había estado trabajando en la prestigiosa universidad. 

Ella se limitó a mostrar arrepentimiento. Sus ojos estaban algo enrojecidos por una mezcla de cansancio, rabia y frustración, pero no iba a llorar enfrente de aquellos dos hombres. La Valerie más obstinada se negaba a dar algo de pena, pero la más cuerda llegó a la conclusión de que lo mejor era poner ojitos de cordero, entonar el mea culpa y recibir menos consecuencias: lo mejor que podía suceder, visto lo visto, era salir de allí con el finiquito. 

—¿Por qué ha hecho algo así, Berkowitz?—preguntó el señor Harris. Era la primera vez que Valerie le veía tan serio. 

La susodicha alzó la cabeza dispuesta a entonar el mea culpa. —Lo siento. Es cierto que-

Dieron un par de golpes enérgicos en la puerta. Valerie se giró hacia atrás, preguntándose qué había hecho en su vida anterior para que la actual pareciera una especie de telenovela o un spin-off de Anatomía de Grey. 

El enorme portón de madera labrada se abrió, dejando paso a un Levi claramente molesto, con mirada oscura y una bolsa de deporte al hombro. Siguió las indicaciones del Decano, que le ordenó pasar a la sala, y sin mediar palabra se sentó en el butacón vacío que estaba al lado de Valerie. Ella le observó extrañada: más que enfadado, parecía cansado. Sus ojos ocre estaban apagados y su piel más pálida de lo normal. Además, a juzgar por el tono apremiante de su voz, no tenía muchas ganas de estar allí. Seguramente llegaba desde el hospital. 

—¿Qué ha pasado? —bufó.

El decano extendió el brazo para entregarle un papel que Levi agarró reticente. El señor Verham comenzó a hablar de nuevo, exasperado, haciendo movimientos amplios con los brazos y poniéndose rojo a cada segundo. Levi le miró de reojo, y eso bastó para que el hombre se callara. 

—La señorita Berkowitz ha enviado este correo al Doctor Verham hoy, a las cinco. —informó el Decano mientras Levi leía dicho documento. —Ella dice que está dirigido a Usted, pero, por error, lo ha recibido el profesor. 

Incluso Valerie se sorprendió al ver a nada más y nada menos que el Doctor Braun ahogar una carcajada. Las comisuras de sus labios se habían curvado en una sonrisa que llegaba a mostrar sus dientes, una imagen que nadie en Harvard había visto en años. El rubio dejó el folio sobre el escritorio del Decano y se tapó la boca con el índice en un intento fallido de ocultar su risa. 

Valerie enarcó las cejas, pero no comentó nada. Levi agitó la cabeza. —¿En serio? ¿De verdad Val- Berkowitz ha escrito esto?

Le parecía divertido. Y algo ridículo. Volvió a soltar una carcajada suave al ver cómo el Decano asentía y cómo Valerie agachaba la cabeza de nuevo.

—¡Deberías denunciar a esta impresentable, Braun! —exclamó Verham, tan enfurecido que Levi temió por la salud de sus arterias y venas, totalmente marcadas en su cuello y frente. —¡Nunca se ha visto un comportamiento así en Harvard! ¡Y no deberíamos consentirlo!

—Señor Verham, cálmese. 

—¡No pienso hacerlo! ¡Debe echar a esta... mujer! —gritó, haciendo que Valerie estuviera a punto de levantarse de la butaca para lanzársela a Verham. —¡Yo me he sentido violentado con su correo! ¿¡No es suficiente para despedirla!?

Entre los cientos de leyes, reglamentos y estatutos de la antiquísima universidad, no había nada referido a correos electrónicos amenazantes. Valerie había conseguido posicionarse en una situación para nada cómoda, pero aquel vacío legal iba a darle algo de tiempo para buscar una solución. Algún comité -Valerie había perdido la cuenta de todos los que había- tendría que abrir una investigación y considerar si la profesora nueva debía marcharse... 

Pero el Decano no estaba por la labor de perder una mente brillante como la de Valerie. Por eso, se dirigió a Levi y le explicó:

—Si le he citado, Braun, es porque considero que es usted el verdadero damnificado. Me gustaría saber qué planea hacer, si tramitar una denuncia o...

Sin previo aviso, Levi se levantó de su asiento. —Verá, señor Harris, no tengo tiempo para estas idioteces. —dijo, agarrando la correa de su bolsa. —Ese email es una rabieta de Berkowitz, que imagino que seguirá pataleando como una cría, y, sinceramente, me da igual. Yo solo necesito que siga trabajando en el proyecto. Si decide meter la pata de la manera más absurda posible, que lo haga. No me importa. Será su culpa. 

—Braun, ¡le ha llamado 'médico de mierda'! ¡A usted! ¿¡No se siente herido!?

Levi se giró hacia Valerie. Ella le miraba con el ceño fruncido y los ojos algo cristalinos, y la escena le recordó a ese cuadro del ángel caído, que lloraba con rabia. Él sonrió, orgulloso. —No.

La psicóloga también se levantó del butacón. Se llevó la mano derecha al pecho. —De verdad, siento haber causado tantas molestias. Me atendré a las consecuencias-

—¿No tienen la sensación de que esto parece la oficina del director del instituto? —refunfuñó Levi, que miró unos instantes al techo mientras suspiraba. Volvió a dirigirse al Decano. —Si lo que buscan es un castigo ejemplar para Berkowitz, lo mejor que pueden hacer es dejar que siga trabajando conmigo. —sugirió. —A mis órdenes.

Valerie chasqueó la lengua. Prefería firmar la carta de despido. —Señor Harris, yo-

—Es cierto. Su proyecto va por muy buen camino y, si la acogida es buena, quizá podamos publicar los resultados. —el Decano se quedó mirando la madera oscura del escritorio, pensativo. —No podemos sacrificar todo el trabajo ahora. Bastará con una amonestación.

—Igual que en el instituto. —se rio Levi.

—Señorita Berkowitz, tómese esto como un ultimátum. 

Ella asintió. —Sí. Y, de veras, siento mucho las molestias-

—Y trabaje duro junto a Braun. Tengo muchas expectativas y esperanzas volcadas en su proyecto de investigación.

Valerie fingió una sonrisa. —Claro. —murmuró. —Cómo no.

El Decano les despidió con un frío 'pueden irse'. Psicóloga y médico salieron de la sala antes de que el profesor Verham volviera a estallar. Levi se encargó de cerrar la puerta. Vio cómo Valerie salía disparada hacia las escaleras, seguramente reacia a hablar.

—Eh, Berkowitz. — bramó el rubio. Ella se paró en seco. —Si no te denuncio, es porque quiero acabar cuanto antes con el proyecto. 

—Me alegra saberlo. —soltó Valerie desde el otro lado del pasillo. Su figura se veía mucho más pequeña por la lejanía. 

—Y porque, si llegaran a despedirte, sería un gol en propia puerta. Y no es lo mismo.

Escuchó a Valerie reírse con amargura. —¿Hasta dónde llegará tu egoísmo? ¿Ni siquiera vas a dejar que yo misma dimita?

—No. 

Valerie se rio por última vez y, mientras subía las escaleras, añadió: —Allá tú. 

**********

este fic tiene etiquetas random puestas pero ESTÁ EN EL #76 DE 'HOSPITAL'???? DE 4.6K DE HISTORIAS???? QUÉ LOCURA ES ESTA??? JAJAJA GRACIAS!! <3<3<3<3<3<3<3

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