He intentado odiarte, cariño;
a ti, a tu sonrisa,
y a tu maldita forma de moverme el piso
cada vez que me miras y siento
que no existen más que tus ojos.

He intentado sacarte de aquí,
de estos textos que escribo
con faltas de ortografía
y en los que siempre apareces
aun cuando no te menciono.

He querido encontrarte
cualquier día de éstos
en el mismo sitio en el que te despediste:
aquel parque,
cuando ya no nos alcanzaba el combustible
para ese sentimiento que terminó a medio camino
entre “te quiero” y “nos vamos”.

Lo peor fue que,
al soltar tu mano,
se terminó cayendo
mi vida.

Me parece demasiado doloroso
cargar con una parte del amor
que antes le pertenecía a otra persona.

No me he mirado al espejo últimamente;
no quiero encontrar a un extraño
burlándose de mí.
“La realidad es bonita
siempre y cuando
no la mires a los ojos”,
me digo,
y me alejo.

Mi vida es un poema
que no sé si estoy escribiendo mal
o lo estoy mal recitando.
No sé si me entiendes.

Que intenté engañarme, huir, olvidarte
y en mi interior he descubierto
que a mi pesar tengo la vida
plagada de “ojalás”
que llevan tu nombre.

Es un tanto peligroso
intentar guardar silencio
cuando se llevan demasiadas voces
en la cabeza.
Por eso en lugar de pensar en ti,
le subo el volumen a la música,
a ver si se disipa el mundo,
a ver si por fin te largas.

He intentado odiarte,
pero me faltan fuerzas
para admitir
que quiero prenderle fuego a tu mundo,
pero arder contigo.

¿Sabes?
Supongo que voy a rendirme.
Creo que voy a odiarte
de la manera más bonita que existe:
queriéndote el doble. 

D.S.N