Hoy ha hecho frío. Parece que a ti se te da bien aparecer cuando recuerdo que todo está fuera de mi alcance. He visto otras chicas y a todas he terminado comparándolas contigo, luego concluyo en que por mucho que se esfuercen por imitarte nunca van a estar a tu altura.

Nunca van a poder robarte esa sensación de insuficiencia que me inspiras cada vez que me sonríes, porque siento que estoy condenado a mirarte detrás de esa timidez propia de quienes nunca hemos sentido que pertenecemos a ningún sitio.

Lo peor de no saber adónde ir es pensar que a cualquier sitio que vayas no va a haber nadie esperándote. Ya no sé cómo decirte que te quiero. No sé qué pieza mover ahora en este ajedrez de mi vida. Sólo sé que quiero que estés ahí cuando lo haga y que formes parte de mi intento de huir para siempre de este mundo en donde sólo encuentro pretextos para seguir encerrado.

Todavía recuerdo cuando todo era fácil y las palabras tenían en don de sanar y no de abrir heridas. Fue antes de conocerte o, mejor dicho, antes de saber que también tenías la capacidad de exterminar esperanzas.

Desde entonces he venido diciéndome que a lo mucho que puedo aspirar es a verte cualquier día de éstos y que únicamente quieras despedirte, aunque nunca hayas venido del todo y aunque nunca vaya a acostumbrarme a estar sin ti toda mi vida. Cariño, de todos los golpes que alguien me ha propinado, mis favoritos son tus besos. (Precisamente los que no me diste.)

Tú sigues siendo preciosa, echando raíces en los ojos de quienes se atreven a mirarte de frente, y yo sigo sin lograr que me quieras. Te juro que no me lo voy a perdonar nunca.