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Tardes de verano

La señora Baciocco, dueña de una de las mas antiguas panaderías del lugar, se encontraba terminando de entrar a su local una buena provisión de harina para seguir trabajando en la tarde. Era la hora del mediodía, y sus habitantes se disponían a pausar sus actividades para almorzar. Sus pequeñas y escurridizas calles iban quedando vacías, escuchándose solo el ruido del mar chocando contra las rocas y el chillar de las gaviotas.

El sol rajaba las calles del pequeño pueblo a orillas del mar. Un viento cálido contoneaba las embarcaciones que se encontraban amarradas a los muelles rodeados de gaviotas. En el fondo pueden divisarse las casas y los locales del lugar, pintadas de distintos y llamativos colores, parecen colgar de las rocosas paredes que se alzan detrás.

El sonar de una campanilla que siguió una explosión repentina termino con el silencio de aquellas calles.

-¡Luca! ¿Cuántas veces tengo que decirte lo mismo? ¿Otra vez voy a tener que hablar con tu madre?- harta la señora comienza a sacudirse la harina de encima. Lo único que alcanza ver es la rueda trasera de la bicicleta doblando la esquina y una corta cabellera color café. Resignada, se dispone a limpiar el desastre.

-¡Perdóneme señora Baciocco! ¡Ando apurado!- grita el niño mientras intenta contener la risa.

Luca era el típico niño del pueblo al que le gustaba jugarle bromas a sus vecinos. Vive en ese pueblo pesquero junto a su familia, sus padres y sus dos hermanos mas pequeños. Va a la escuela, anda en bicicleta con sus amigos y hace travesuras, esa era su rutina diaria. Nada anormal para un niño de diez años.

Deja su bicicleta en el frente y entra a la casa. A penas abrió la puerta lo inundó el aroma a salsa, la salsa que hacia su madre para él era la mejor de todas y no había ninguna en toda Italia que la igualara. La casa era pequeña pero acogedora, abre su puerta y ve la típica escena. Su madre se encontraba con su delantal en la cocina preparando el almuerzo mientras que su padre se disponía a sacar del mueble los platos y los vasos para preparar la mesa. Su hermanita se encontraba dibujando en la mesa, y su hermano mirando el televisor.

-¿Otra vez se alquila la casa?¿Se fue la mujer?-pregunto Luca mientras pasa por la puerta haciendo referencia al cartel que había visto antes de entrar.

-Sí, pero ya tenemos otra persona interesada en alquilar- le comenta su padre a la par que pone los cubiertos en la mesa- hoy a la tarde viene a recorrer la casa.

La casa de un naranja opaco, estaba dividida. Se alquilaba como dos casas diferentes, cada una con su frente, exactamente iguales, y patios separados con una medianera. Sus padres alquilaban la casa de al lado a varios inquilinos, por lo general extranjeros y turistas, algunos duraban unos años otros solo unos meses.

Habían sido tantos los inquilinos que no podía recordarlos. Hace un año, antes de que alquilara la casa una señora australiana, le habían alquilado a una familia que venia desde Rusia, eran una pareja con su hija. El nombre de su hija era Natasha, con la cual Luca y sus amigos habían formado una extraña y corta amistad. Se pasaron todo el verano juntos hasta que un día tuvieron que irse.

-Vamos a comer ya está todo listo- su madre se da vuelta con la fuente que pone en el medio de la mesa, llama a sus otros dos hijos a la mesa y se disponen todos a comer.

Ya a las cinco de la tarde Luca se disponía a pasar a buscar a los chicos del barrio. Bajo corriendo las escaleras, saludo a su madre y salió por la puerta de enfrente a buscar su vehículo.

Antes de subirse a la bicicleta escucho la voz de su padre y el sonido de una llave encajando en la cerradura. En la puerta de la casa de al lado estaba su padre cerrando la puerta, al parecer terminaba de mostrarle la casa al nuevo inquilino.

-Bueno Señor Kitamura- decía su padre- Es pequeña pero agradable, así que ¿este fin de semana viene su familia?

-Sí, mi hijo mayor con su familia. Pero solo unos días, yo estaré aquí con mi nieto si Dios quiere hasta que se termine el contrato.

Era un hombre mayor por sus arrugas, pálido y tenía poco pelo de un negro un poco canoso y barba de igual color, pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, Luca concluyo que el señor vendría de muy lejos, tal vez de China o algún otro país oriental.

El hombre lo pillo mirándolo, le sonríe y lo saluda. Luca le devuelve el saludo con un gesto vago con la mano.

Se abre la puerta de un auto estacionado y baja un niño probablemente de su edad, aunque un poco alto. Tenia el cabello color azabache y lucia unos grandes anteojos de color azul.

-Así que ¿este es su hijo? Él es mi nieto Shion- presenta a su nieto.

-Hola Shion bienvenido- contesta su padre

- Y yo soy Hiroshi Kitamura, un placer conocerlo.- dice el hombre dirigiéndose hacia Luca.

-Yo soy Luca Garibaldi, mucho gusto -y aunque dudo unos instantes luego le extendió la mano para saludarlo.

Un sentimiento fugaz atravesó al italiano, un presentimiento extraño, que no podía describir, sabia que de estos inquilinos no iba a poder olvidarse.

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