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Nuevo programa - Balada de oboe

La anfitriona del talk Show, Sonia está en el camerino mientras su equipo la ayuda a prepararse para esta noche. Lleva puesta un camisolin de tirantes, color fucsia que hace juego con unos tacones del mismo tono.

Mientras le retocan el maquillaje, Sonia termina de leer el libro de la noche: Balada de oboe. Lo lee con curiosidad y sonríe pensando en el intrigante personaje que conocerá en breve.

Al entrar Sonia en el plató, las luces se encienden y el público aplaude con entusiasmo. Sonia levanta el libro y lo muestra al público.

—¡Bienvenidos a una nueva noche en «A la cama con Sonia»! Esta vez vamos a adentrarnos en la novela «Balada de oboe», una historia de amistad, romance y un toque de nostalgia. Y para empezar, quiero que le den un fuerte aplauso a nuestro primer invitado... ¡Vladimir!

Los camarógrafos se preparan.

Un hombre delgado, de ojos claros y cabello castaño oscuro, entra en el set. Lleva una remera gastada de los Rolling stones, pantalones de jeans y unas zapatillas Topper. Avanza con una ligera timidez hasta la cama y toma asiento en el borde.

—Bienvenido, Vladimir. ¡Qué gusto tenerte aquí!

—Gracias a tu producción por la invitación. —dice, esbozando una sonrisa nerviosa—. ¡Nunca imaginé estar en televisión!

—Para eso estamos aquí, ¡para sorprender! Ahora, cuéntame, ¿qué ha pasado con tus amigos?

—Bueno, con Elmer, Leopoldo, Epifanio y Raquel... —mira al público— éramos amigos y colegas de trabajo. Nos veíamos todos los días en una oficina grande llena de computadoras; cada uno tenía su negocio vendiendo cosas en línea... excepto Leopoldo, claro.

—¿Leopoldo? —pregunta con una sonrisa intrigante—. A ver, ¿es verdad que es un jugador compulsivo?

—¡Oh, no! No, no, para nada. Leopoldo es un maestro en el póker en línea. Siempre ganaba, así fue como logró comprar una casa con piscina. No ha trabajado en otra cosa desde entonces.

—Bueno, ¿pero no crees que debería conseguir un trabajo formal?

—Supongo que sí... pero cada uno sobrevive a su manera, ¿no?

El público se ríe. Un hombre levanta la mano.

—¿Y qué hay de Raquel? Tengo entendido que ella vende... productos interesantes.

El hombre terminó la frase y guiñó un ojo.

—¡Sí! —sonríe el castaño—. Raquel vende productos de sex shop en línea y ahora tiene su tienda física en la avenida La Plata y la verdad, le va re bien.

—¡Vaya, parece que el negocio del erotismo está en auge! ¿Y qué productos vende? —exclamó curiosa.

—Bueno, tiene látigos, lencería erótica y... otras cosas que... bueno, el público puede imaginarse.

Sonia se ríe mientras el público murmura con curiosidad.

—Me alegra saber que tus amigos están bien —dijo Sonia.

—Sí, todos son progresistas.

—Bueno, Vladimir, tenemos una sorpresa para ti. ¡Recibamos a la primera invitada de la noche...!

Vladimir contiene el aliento. Por un segundo, piensa en una persona que dejó huella en su pasado. Pero quien aparece es Raquel, una mujer de cabello pelirrojo, flequillo, un vestido rojo ajustado y tacones del mismo tono. Entra con mucha seguridad y le lanza una sonrisa a su amigo.

—¡Bienvenida al set, Raquel!

—Muchas gracias por haberme invitado a este programa de televisión —dijo Raquel.

Sonia ve a Vladimir temblando y dice:

—¿Te encuentras bien Vladimir?

—¡No te asustes! —dice la pelirroja, saludando a Vladimir.

—¡Uf! Te juro que casi tengo un ataque de pánico. Por un segundo pensé que era... Eclipsa.

Raquel se ríe mientras el público murmura.

—Eclipsa era una chica que tocaba el oboe en la discoteca Anagrama. Íbamos a verla después del trabajo. Había dos espectáculos: El del oboe y otro de tango. Era fascinante.

—¿Siguen yendo a Anagrama? —pregunta Sonia.

—De vez en cuando. Ahora ya no están los mismos bailarines filipinos que bailaban tango, pero el espectáculo sigue. Eclipsa sigue tocando y nos saluda desde el escenario, pero hace mucho que no hablamos en serio —dijo tranquilo.

Un joven del público levanta la mano y pregunta:

—Vladimir, ¿sigues enamorado de Eclipsa?

El muchacho sonríe y se encoge de hombros.

—No lo sé. Creo que más bien era una admiración. Yo también tocaba el oboe cuando era chico y eso nos conectaba un montón... Aunque, sí, siempre me pareció muy linda y muy especial.

Raquel levanta una ceja.

—¡¡Oh, por favor, Vladimir!! Siempre estuviste enamorado de ella, pero nunca tuviste el valor para decirnos que quieres volver a esos años dorados —dijo Raquel.

Vladimir abrió los ojos como si le hubiesen tirado un balde de agua fría y respondió:

—Amiga, no es el mejor lugar para hablar de estas cosas. ¿Por qué tienes que mandarme al frente en televisión?

—¿Qué me estás diciendo, Vladimir? No...

—Entonces cállate, Raquel.

Vladimir parecía enojado y aturdido.

—Y vos dijiste que yo vendía penes antes que yo entrara al plató —demandó la pelirroja.

—Dale, hacete la víctima. Es tu trabajo, ¿qué tiene de malo tener un sex shop? —se apuró a decir Vladimir.

—Vladimir, yo estaba detrás de bambalinas escuchándote... —Raquel se río con ganas.

—¿Por qué no me dijiste que ibas a venir al talk show? —preguntó el muchacho frunciendo el ceño.

—No podía decírtelo, porque yo era la invitada sorpresa y era un secreto de la producción. Yo firmé un contrato de confidencialidad —respondió Raquel y lo fulminó con la mirada.

—Ustedes dos parecen perro y gato —dice un adolescente del público.

Vladimir respiró hondo juntando coraje y decidió quedarse callado, ante el comentario del chico del público.

—Bueno, Raquel, ¿y tú? Cuéntanos, ¿hay algún romance en tu vida? —preguntó la anfitriona del tal show.

Raquel se encoge de hombros y ladea su cabeza.

—No, la verdad es que no. Prefiero concentrarme en mi tienda y en mis amigos. Aún sigo en contacto con Epifanio, Leopoldo y Elmer. Nuestra amistad sigue intacta y eso es lo más importante para mí, aunque Vladimir esté enfadado ahora...

Sonia asiente, mientras el público aplaude.

—Eso es lo hermoso de la amistad. A pesar de los años y de todas las locuras de la vida, los buenos amigos siempre están allí. ¡Bravo por ustedes! —aplaude Sonia.

—Si no hay lealtad, no hay amistad que sea verdadera —aclaró Raquel.

Sonia la saludó a Raquel con un gesto cómplice y dirigió su mirada hacia la cámara número 2, informando a los televidentes que iban a una pausa comercial.

Se bajaron las luces del plató y los asistentes le preguntaron que querían cenar. Sonia como de costumbre pidió cinco piezas de Sushi y una copa de champagne. Vladimir y Raquel se miraron y no sabían qué decir.

—Díganme más o menos lo que le gusta y yo se los traigo en dos minutos, pero tienen que comer rápido o luego pueden seguir comiendo en el Backstage —dijo un asistente de producción.

—Bueno, traiganos unas empanadas de carne picante —dijo Vladimir en voz baja.

—Yo quiero sushi —dijo la pelirroja.

—Las invitadas siempre quieren comer lo mismo que comes Sonia, sushi —dice el asistente riéndose.

—Usted ha ido demasiado lejos, señor —dijo Raquel, levantándose de la cama tempestuosamente.

—¡Juaa!

—¿De qué te reís, gil? —dijo la pelirroja acomodándose el vestido.

Vladimir arqueó sus cejas.

—Estaba muy nervioso, perdón.

—Perdón, las pelotas —le dijo Raquel.

—Acá está los refrigerios, tienen 4 minutos para comer y luego van corriendo al baño para lavarse los dientes, ¿entendido? —dijo el muchacho, asistente de producción.

Raquel no pudo disimular su malicia. Se inclinó y le dijo a Vladimir:

—Ojalá que esas empanadas picantes te ardan a la salida...

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