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Bienvenidos a la cama

El estudio de televisión se encontraba en silencio, solo interrumpido por el barullo  de los técnicos ajustando los últimos detalles.

El plató estaba vestido con cortinas moradas de terciopelo, que caían desde lo alto del techo hasta rozar el suelo negro brillante, la atmósfera desprendía un aire de seducción.

La cama redonda, con su acolchado y sus almohadones turquesa perfectamente ubicados, ocupaban el centro de la escena. Todo estaba listo. Las luces cálidas, las cámaras discretamente colocadas en varios ángulos y la gente del público estaba ansiosa, era una audiencia hambrienta de verdades reveladas, de momentos incómodos y risas exageradas.

A la cama con Sonia no era un talk show común. Quienes conocían el programa sabían que las entrevistas que allí se realizaban, no seguían las reglas convencionales de la televisión. Nada de preguntas prefabricadas ni respuestas ensayadas. No había un guión y era todo improvisación.

En ese espacio, Sonia Signorelli, la conductora y figura central del show, se había ganado la reputación de sacar los secretos más ocultos de sus invitados. Y lo hacía con una habilidad sutil, casi como si fuera un juego peligroso.

Esa noche, como todas las noches a las diez en punto, Sonia se sentaría en la cama, con su negligé de encaje blanco resaltando su figura y sus zapatos de tacón. Su bata era ligera y un poco transparente, apenas cubriría su escote, atrayendo las miradas y atrayendo el deseo.

El público, siempre al borde de sus asientos, esperaban con ansias el momento en que las luces se encendieran y el primer invitado apareciera bajo los focos.

En el backstage, Sonia observaba como los asistentes de producción preparaban al invitado. Era parte de la rutina: traerlos en avión el día anterior, hospedarlos en el hotel de al lado del estudio de televisión y asegurarse de que estuvieran maquillados y vestidos impecablemente antes de que las cámaras comenzaran a rodar.

Algunos llegarían nerviosos, otros con confianza para que Sonia comience a hacerles preguntas. Todos sabían que el show podía ser su trampolín a la fama o su ruina, dependiendo de como manejaran la presión y los nervios.

Mientras terminaban los últimos ajustes, Sonia se miró en el espejo de camerino, una última vez. Su rostro, perfectamente maquillado, no mostraba señales de nerviosismo.

Ya había hecho esto decenas de veces, pero cada noche era diferente. Cada invitado traía consigo una historia, un secreto, un aspecto oculto de su personalidad que tarde o temprano acabaría saliendo a la luz.

Cuando todo estuvo listo, Sonia se dirigió al plató, caminando con sus tacones de plumas con la confianza de quien sabe que tiene el control absoluto de lo que está a punto de suceder.

Ella tomó su lugar en el centro de la cama, cruzando una pierna sobre la otra, mientras sus manos jugueteaban suavemente con los pliegues de las sábanas. La cama era su territorio, y los invitados, aunque no lo supieran todavía, eran simples jugadores en su terreno.

El público comenzó a llenar las gradas, un murmullo lleno de expectativas flotaba en el aire. Algunos sostenían los micrófonos que les habían sido entregados al entrar.

En este show, el público no era un espectador pasivo. Podían levantar la mano en cualquier momento y lanzar una pregunta, a menudo más provocativa y directa de lo que los invitados esperaban. Las reglas no existían aquí; era un espacio de libertad total.

El técnico de sonido hizo una señal desde detrás de las cámaras y en ese momento las luces se encendieron con un brillo suave pero envolvente. Sonia, sentada sonriendo con sus labios rojos brillantes y con mucha elegancia, esperaba el centro de la cama redonda, esperó unos segundos antes de empezar, dejando que la expectación se acumulara. Entonces, con su sonrisa felina ella prometía, tanto confort como peligro y finalmente la luz roja que indicaba que estaban en el aire se encendió.

—Bienvenidos a la cama con Sonia y yo soy anfitriona, Sonia Signorelli.

Su voz era como terciopelo, suave pero firme, con un tono que capturaba la atención de inmediato.

—Esta noche tenemos una invitación especial. Ustedes ya lo conocen o creen conocerlo, pero aquí en la cama, todo se revela.

El público respondió con murmullos emocionados. Sonia los tenía en la palma de su mano.

El primer invitado de la noche caminó lentamente hacia la cama, intentando proyectar seguridad, pero sus movimientos lo traicionaban. Los nervios eran innegables. Se sentó en el borde de la cama, al principio con rigidez, intentando evitar el contacto visual directo con Sonia. Pero no duraría mucho. En el plató de A la cama con Sonia no había escapatoria.

—Relájate —le dijo la productora a su oído, inclinándose ligeramente hacia él. Su voz era tranquilizadora, pero su mirada penetrante lo mantenía alerta. Esto es una charla entre amigos, ¿verdad?

El invitado sorpresa asintió, aunque estaba claro que no se sentía del todo cómodo.

Sonia, como una depredadora sigilosa, lo dejó respirar unos momentos antes de presentarlo.

—¡Bienvenido al set, Elmer Mamani!

—Gracias —dijo el invitado con timidez.

—Hola Elmer —saludó Sonia.

—Hola querida Sonia —respondió casi titubeando—. ¡Gracias por invitarme!

—¿Cómo estuvo tu primer vuelo?

—Yo traté de dormir todo el tiempo para no sentirme mal y llegar a este grandioso país.

—Te doy la bienvenida —dijo Sonia, mientras todos aplaudían en el plató.

—¡Muchas gracias! —dijo el boliviano y luego suspiró profundamente.

—Entonces, cuéntanos… ¿cuál es el mayor secreto que has guardado hasta ahora?

El invitado sonrió nerviosamente, pero antes de que pudiera responder, una mano se levantó desde el público. Una mujer joven con una sonrisa astuta tenía la palabra.

—La chica de rosa, puedes preguntar —dijo Sonia.

—Sí, mi pregunta es un poco más directa. ¿Alguna vez has mentido sobre lo que realmente haces para vivir?

El invitado rió incómodamente, pero Sonia lo miraba con interés.

—Buena pregunta —añadió ella. ¿Vas a responder?

Este era el juego. Las preguntas podían ser suaves al principio, pero cada una abría una grieta, una oportunidad para que algo más profundo se revelara. El invitado se removió en la cama, acercándose al extremo, como buscando un refugio. Ese era un gesto común. Aquellos que se sentían demasiado expuestos a menudo buscaban un lugar lejos de la anfitriona en  la cama, como si eso pudiera protegerlos de las preguntas incómodas.

La música suave de fondo seguía tocando, pero Mamani no respondía.

Sonia mantuvo su atención en el invitado, sin perder la sonrisa. Sabía que estaba a punto de romperse.

—Si, mentí algunas veces, pero fueron mentiras blancas.

—En mi opinión fueron promesas incumplidas —dijo la rubia siniestramente.

—Sí, sí, pero no tuve los medios necesarios para hacer algunas cosas que quería —dijo Elmer casi sin voz.

—Cuéntame que pasó con Lolita —dijo Sonia con los ojos bien abiertos.

—Nada...—aseguró Elmer.

—Aquí tengo el libro: Los secretos de Elmer —dijo la rubia—, leeré algunas líneas: ¿Qué clase de revistas coleccionas? te preguntó Lolita y vos respondiste: Revistas viejas y algunas para adultos.

—Bueno yo... —dijo Elmer y se desabotonó el primer botón de su camisa blanca y se quitó el saco de su traje y lo apretó con las manos, hasta que un asistente de la producción se lo llevó, mientras la cámara 1 ponchaba a Sonia

—¿Por qué razón coleccionabas revistas triple x? —preguntó un espectador.

—Yo, yo, no lo sé, simplemente las encontraba en las bolsas de basura y mi objetivo eran venderlas como papel —respondió Elmer con la frente brillante de sudor.

—Elmer —dijo Sonia y lanzó una risotada— eso es falso.

—¿Tú dices que yo soy falso? —exclamó el hombre con cara de asombro.

—No, no dije eso. En la novela dice que tenías pilas y pilas de revistas porno —afirmó Sonia, con el libro en sus manos.

—Bueno, o yo miento o Lolita mintió o la autora mintió —dijo temblando como una hoja.

—Pero si vos vendiste esa tonelada de revistas. Lo dice aquí —. Sonia le muestra con el dedo el capítulo donde Elmer lo revela.

—Ustedes lo toman como algo grotesco y no saben nada —chilló Elmer con un enfado visiblemente evidente.

El show alcanzaría su punto de mayor rating. Aunque la dinámica era la misma, Sonia con su agudeza, construía lentamente una relación con su invitado hasta que, inevitablemente, este cedía. Pero, los secretos de Elmer no se deslizaban entre sus palabras y cuando lo hacía, el público se deleitaba con cada revelación.

La noche continuaba con esa energía en el aire. Sonia jugaba con su cabello rubio, permitiendo que un mechón cayera sobre su hombro mientras formulaba la siguiente pregunta. Pero era necesario que ella presionara demasiado.

El público estaba activado. Las preguntas llovían desde las gradas, algunas triviales, otras muy provocativas y cada una empujaba al invitado un poco más hacia la verdad que intentaba evitar.

Los focos apuntaban directamente a él y aunque intentaba mantener la compostura, sus ojos pardos delataban su incomodidad. El plató, con su cama redonda y sus luces brillantes, se habían convertido en una trampa de la que no podía escapar.

Como el talk show es en vivo tienen 10 minutos para comer. La producción les trae  sopa de maní a Elmer y a Sonia un plato con 5 piezas de sushi.

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