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Capítulo 2. La Tierra de los condenados

Dos horas después de la aparición del rostro de aquel hombre en la superficie de la Luna, al menos cinco cuadras de la calle Ermou Street en Atenas se llenaron de cientos de personas portadoras de pancartas que rezaban: "Te adoramos Zeus", y gritaban el nombre del dios mitológico. Muchas de ellas llevaban antorchas rudimentarias para alumbrarse en la noche. El camino de gente llegaba hasta la plaza Syntagma donde las personas desbordaron el lugar. Todos gritaban, bebían licor, se pintaban la cara con alegorías a Zeus. Algunos vestían con túnicas y hojas de laureles en sus cabezas.

—¿Papá, pero, Zeus existe? Tengo miedo, parecen locos —le preguntó un niño a su padre, ambos en el auto atascado en el tránsito automotor, incapaz de cruzar al otro lado de Ermou Street debido a la circulación de aquellos manifestantes.

—No, hijo, esas personas están confundidas —le respondió con algo de vergüenza ajena, impotente al no poder evitar que su hijo viera aquel espectáculo que consideraba bochornoso.

—¡Locos, ya déjennos pasar! —les gritó un hombre en su vehículo, sin dejar de tocar la bocina. Todos los conductores tocaron las cornetas de sus autos y volvieron el lugar un caos auditivo.

—¡Soy Hefesto!, mortal insolente —le respondió a gritos un obeso ataviado con una sábana blanca que descansaba sobre su hombro y se envolvía en su torso, a manera de túnica. En su mano izquierda portaba una botella de licor, y en la otra, una especie de antorcha, que en realidad era una vara de madera, con un estropajo engrasado en aceite que el fuego consumía, y él llevaba en alto. El hombre gordo en túnica arrojó la botella de licor sobre el capó del auto. El licor se vertió sobre la carrocería al romperse el frasco en pedazos, y, acto seguido, el hombre arrojó la antorcha sobre el capó. El incendio del vehículo fue inmediato.

El conductor salió del auto y se fue a golpes contra el rechoncho incendiario. Los acompañantes del imitador de Hefesto se fueron contra su atacante, lo golpearon y patearon. La policía de Atenas intervino, arrojó gases lacrimógenos, pero los manifestantes no se dispersaron, continuaron avanzando. A su paso, rayaron con pintura en aerosol las paredes y vitrinas de locales comerciales, y dejaban textos escritos. Algunos de estos rezaban: Zeus ha regresado, llévame.

Eventos similares tuvieron lugar al mismo tiempo en otros países como Noruega, donde fanáticos religiosos llevaron a cabo manifestaciones violentas invocando a Odín, muchos de ellos disfrazados de éste dios nórdico. Asimismo, en la india la gente salió a la calle; eran muchos los que se disfrazaron del dios Brahma, usando máscaras con cuatro caras. En Egipto, los manifestantes subieron a las pirámides, en sus cúspides enarbolaron banderas con dibujos del dios Ra. Las pirámides se vieron desbordadas de fanáticos y muchos de ellos cayeron por las piedras; el saldo fue de cientos de personas entre muertas y heridas.

*******

La plaza San Pedro frente al vaticano se convirtió en un mar picado de cientos de cuerpos y caras que la abarrotaban; se apretujaban e intentaban entrar por la fuerza al recinto papal. Los guardias suizos, de casi dos metros de altura, no pudieron evitar que la muchedumbre los arrastrara y ahora estuviesen contra las cinco puertas de bronce del pórtico que custodiaban y que se hallaban cerradas, siendo aprisionados. La sensación de asfixia, por respirar el dióxido de carbono de otros tan cerca, era por igual para todos. Las personas que se encontraban en primera línea frente a la fachada del edificio fueron empujadas por el resto de la muchedumbre sin control, hasta chocar con las puertas. Los altorrelieves de los paneles recibían la sangre que emanaba de las personas. El bronce emitía golpes secos, como golpeados por el martillo de un herrero. Los gritos se confundían con llanto, y las lágrimas con sudor del sofoco. Los cuerpos por inercia, ya se sin fuerzas, se dejaban arrastrar y llevar.

Los empleados de la basílica de San Pedro se reunieron en el vestíbulo del vaticano, frente a las cinco puertas.

—Por nada del mundo abra las puertas, la estampida nos matará —le ordenó el cardenal Giuseppe Lajolo, presidente de la gobernación del vaticano, a los oficiales de la guardia suiza frente a él—. Su Santidad les hablará desde el balcón, intentará calmarlos.

El Papa Francisco III era un alto y encorvado hombre de unos setenta años, de ceño permanentemente fruncido. Se sobrecogió al asomar su cara por la puerta del balcón de las bendiciones, ante la escena abajo en la plaza, que consideró dantesca; era un enjambre de hormigas saliendo alborotadas de su hormiguero al ser perturbadas por algún intruso. En la distancia vio a los oficiales del Cuerpo de Gendarmería de la Ciudad del Vaticano ser aplastados por la turba, literalmente caminaban sobre ellos. El Santo Padre dio un paso al frente y se aferró al micrófono.

—Hermanos y hermanas, escúchenme —rogó, pero sus palabras eran consumidos por los gritos y lamentos de la turba, los cuales se intensificaron cuando lo vieron en el balcón.

—No queremos morir —gritaban unos.

—Haga algo, padre, hable con Dios, interceda, los buenos no debemos ser castigados con los malos —imploraba otra mujer.

—No teman a la voluntad de Dios, es misteriosa sí, pero si tienen miedo, entonces no confían en él —declaró Francisco III, notando que sus dedos temblaban alrededor del micrófono—. ¿Creen que un buen padre querría el mal para sus hijos?

Pero la gente no escuchaba y se amontonaba más en la entrada, caminaban unos sobre otros y le extendían las manos al Papa desde la plaza.

—Paren esta barbarie, se lo suplico, cálmense y vayan a sus hogares a orar, se los pido —suplicó ya con un nudo amargo en su garganta.

*******

Al mismo tiempo, la ciudad de la Meca experimentaba una situación similar a la de la ciudad del Vaticano. Miles de personas vistiendo túnicas blancas corrían dentro del patio de la Gran Mezquita Másyid al-Haram de tres niveles, el cual estaba rodeado de claustros y pórticos. Las personas corrían alrededor de la Kaaba, la sagrada construcción rectangular de 15 metros de altura, edificada con capas de piedra azulada y grisácea sacada de las montañas que rodean la ciudad. Las personas circunvalaban a la gran estructura una y otra vez, descalzas sobre el piso de mármol, ahora frío pero horas antes ardía por el inclemente sol. No llevaban la cuenta, hacía tiempo que cientos de ellas habían dado siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj en torno a la Kaaba. Cada vez que completaban una vuelta más, intentaban besar y tocar la Piedra Negra, la cual medía unos 30 cm​de diámetro y se situada a 1,5 metros por encima del suelo, incrustada en un bloque de plata en la esquina oriental de la Kaaba. Pero la multitud se agolpaba con desespero, se empujaban unos a otros para poder alcanzarla, y así se impedían mutuamente lograr su cometido.

Muchos de ellos, al no poder acceder a la piedra, se conformaban con tocar el borde de la kiswa, una enorme tela de seda negra que cubría toda la Kaaba. El tejido portaba caligrafías bordadas a mano con hilo de oro, referentes a la profesión de fe musulmana y versículos del Corán que hacen referencia a la unicidad de Dios.

Aunque corrían enloquecidos, mientras hacían el ritual la mayoría de los sujetos tenían muy claro en su mente el significado de aquel ritual . Zair Haitán, quien corría junto a su esposa e hijo adolescente, trajo a su memoria lo que sus padres le habían enseñado desde niño: Que la Kaaba había sido edificada por Adán, destruida por el diluvio y reconstruida por el profeta Abraham y su hijo Ismael. Ambos colocaron también la Piedra Negra, que habría sido traída por un ángel desde los confines del universo, en el ángulo nordeste de la Kaaba para indicar a los peregrinos el punto de partida y el punto de llegada de las siete vueltas rituales que habrían de dar alrededor del templo, así como los ángeles lo hacían alrededor del Trono de Alá. Desde que tenía memoria, Zair siempre oyó que el origen de la piedra fue muy discutido, pues se le había descrito como una roca de basalto, ágata, o de origen volcánico. Pero siempre había estado negado a creer la explicación científica que aseguraba se trataba de un meteorito. En su adolescencia les preguntó a sus padres ¿Por qué debían correr en sentido contrario a las agujas del reloj? Le respondieron de forma tan natural, entre otras cosas, porque ese es el sentido de la rotación de los electrones en sus siete órbitas alrededor del protón; la rotación de la Tierra sobre sí misma; la rotación de la Tierra alrededor del Sol; la rotación de todos los planetas del sistema solar alrededor del Sol; la rotación del Sol sobre sí mismo; la rotación del Sol entorno a toda la Galaxia; la rotación de la galaxia sobre sí misma; la rotación del tornado; el movimiento de la sangre en el cuerpo humano; el movimiento de los espermatozoides alrededor del óvulo. Llegó a creer que la piedra tenía poderes mágicos y que al tocarla le otorgaría poderes milagrosos; mayúscula sorpresa se llevó a los diez años al tocarla y ver que de sus dedos no salían rayos mágicos.

Sus padres siempre le dejaron claro que se debía besar o tocar la piedra solo por veneración, pero nunca como forma de adoración.

—¡En nombre de Dios y Dios es más grande!—gritan algunos peregrinos levantando la mano como un saludo, cuando pasan por las puertas doradas de la Kaaba, justo al lado de la Piedra Negra. Algunos serpentean con fuerza para intentar besar la roca. Sollozos, esperanzas y suspiros fluían como los pasos.

Cada vez más gente entraba al patio y el remolino de personas que giraban en torno a la Kaaba, cual partículas cósmicas alrededor de un agujero negro, se hacía más denso, multitudes drenaban al interior como si fueran granos de arena arremolinándose. Ya con ochocientas mil personas dentro, los movimientos se hicieron menos agiles, y el tornado humano se atascó. Quedaron atrapados, no podía moverse. Empezaron a caminar sobre otros. Se asfixiaban. Los pies sobre caras, cabezas y torsos buscaban la salida con desespero.

*******

En Jerusalén, el muro de las lamentaciones no se daba abasto para contener los sollozos de miles de personas que acudieron esa noche, apenas el rostro en la Luna se hubo esfumado.

Se trataba de un tramo de 57 metros de longitud y 19 metros de altura, de ladrillos de piedras. Solo este segmento era visible, dado que el resto del muro occidental, cuya longitud total era de 488 metros, se encontraba oculto por edificios residenciales aledaños al mismo. Cada piedra del muro medía en promedio un metro de altura, y pesaba unos 100 kilos. No quedaba ningún tramo sin ser ocupado. Las personas se apiñaban unas con otras para recostarse a la muralla y poder colocar sus peticiones escritas en papel en las rendijas entre las piedras. Ya no había ánimos de cortesías para pedir el paso; cada individuo pensaba que si se apuraba en poner sus peticiones, solicitando clemencia a Dios, más rápido sería escuchado. Los apretujones conllevaron a los empujones, los empujones, a los golpes, y pronto el lugar se volvió el escenario de una trifulca multitudinaria de todos contra todos.

Los turistas allí presentes tomaban fotografías y las publicaban en sus redes sociales, con titulares como: "lo que hace el llamado pueblo de Dios".

—Soy cristiano, pero nunca llegaría a tal fanatismo religioso —le dijo un turista a su acompañante, mientras que con la videocámara de su celular grababa la riña.

Pasando el muro de las lamentaciones, a unos setenta metros al Este, se ubicaba un edificio de grandes dimensiones. De lados octogonales, tenía 54 metros de diámetro. Su cúspide era coronada por una enorme cúpula a los 36 metros de altura, recubierta por chapas de cobre dorado. El exterior octogonal lucía revestido de mármol hasta la altura de las ventanas, y más arriba de ellas, el revestimiento era de cerámica turca.

El interior constaba de espacios anulares bordeados de pórticos concéntricos: el más grande era octogonal y corría paralelo a los muros del edificio.

Una cascada de luz dorada inundaba la sala principal del Domo de la Roca, proveniente de más de dos millones de teselas de cristal de colores con oro, plata y madreperla, pertenecientes a los paneles verticales superiores, colocados con una inclinación de 30 grados para que reflejaran el haz de luz hacia quien lo contemplara desde abajo.

Enmarcada en una especie de pozo redondo poco profundo, en torno al cual se podía pasear, descansaba una larga roca, mayormente plana y de superficie muy accidentada. Medía 17,5 x 13,5 metros. Era de composición caliza. Sobre el pozo, muy arriba de él, se erigía la lujosa cúpula dorada.

Bordeando la circunferencia del pozo se hallaban de pie seis hombres de edades que pasaban los cincuenta años. Coronados con sombreros negros de ala ancha, y ataviados en sacos negros, conservaban una postura cabizbaja. El que aparentaba mayor de edad extrajo de su saco una especie de chal de algodón con cinco franjas azules en sus extremos, de los que colgaban cordeles. Se quitó su sombrero que dio al hombre a su lado, y se colocó el chal sobre su cabeza, a manera de velo; todo en forma lenta y solemne. Extendió sus manos hacía delante, los demás entrecruzaron los dedos de una mano con los de la otra, miraron a la roca y luego hacia arriba.

—Henos aquí, señor. Hemos recuperado con tu gracia el que fue el Templo de Salomón. Una vez más tu pueblo ha visto el triunfo. Ni egipcios, ni cananeos, ni filisteos, ni babilonios, ni romanos, ni nazis... ni palestinos doblegaron a tu pueblo. Delante de esta piedra, en la que probaste la fe de Abraham, manifestamos hoy nuestra fe en ti, oh señor. Recuerda a tu pueblo elegido cuando mañana dejes caer la nube de tu castigo. Déjanos saber si hemos de marcar de nuevo nuestras casas con sangre de cordero, para que el ángel de la muerte pase de largo por sobre nuestros hogares.

La voz grave de un inesperado asistente al recinto los sacó de su éxtasis religioso al proferir una amenaza:

—No dejaremos un solo judío, vivo o muerto, en nuestra tierra —sentenció un hombre de unos sesenta años, vestido con túnica blanca, barba gris, y una kufiyya cubriendo su cabeza. Se hacía acompañar de una docena de hombres de igual indumentaria, y además, portaban afiladas dagas en sus manos, que resplandecían por las teselas. Sus miradas eran de lobos sobre presas acorraladas.

Los rabinos retrocedieron al advertir la amenazadora presencia.

—Esta sigue siendo nuestra tierra, y yo sigo siendo el presidente de toda Palestina —añadió el intruso.

—Perdió la guerra, ex presidente. Aunque nos maten hoy, usted ya no regenta ningún territorio. Esta tierra es israelí, es la tierra prometida de Dios para su pueblo. No tiene aliados, no tiene ejército, la única orden que podrá ejecutar será la de asesinarnos, solo eso. Pero en menos de veinticuatro horas rendirá cuentas a Yavé.

El presidente del rabinato estaba seguro que Dios lo veía y escuchaba, por ello no tuvo temor de desafiar a la muerte, pues creía que ocurriría alguna de dos cosas: o Dios enviaría un ángel a salvarlo, o ese mismo día estaría junto a Dios.

—Alá está con nosotros —replicó—. La sangre de Mahmud Haniya hizo ebullición. Con un movimiento de su cabeza dio una orden a los hombres, y estos se abalanzaron sobre los rabinos. Asestaron puñaladas certeras en los pechos de los judíos. Cayeron sobre la piedra, y la sangre la bañó. La piedra que nunca tuvo la sangre del patriarca Isaac, por fin vio sangre sobre ella.

—Este templo es nuestro... y no tienen derecho a contaminarlo. Vamos a hacer todo lo que esté en nuestro poder para proteger Jerusalén —exclamó Mahmud Haniya, soltando gruesas gotas de saliva al hablar—. Bendecimos cada gota de sangre que se ha derramado por Jerusalén, que es la sangre limpia y pura, la sangre derramada por Alá. Cada mártir alcanzará el Paraíso, y los heridos serán recompensados por Alá.

*******

Dentro del Boeing 747-200B Air Force One, estacionado en la base aérea de la sede de Fuerza Aérea de Irán en Teherán, Thomas Kirk llevaba a cabo una reunión de emergencia con su gabinete. En la sala de reuniones, una gran pantalla de plasma mostraba a los catorce miembros del gabinete presidencial que no viajaron a Irán con el presidente. Lo veían a través de una videollamada vía Internet.

Mike Carter llevaba en su mano una pipa sin encender, echado en el asiento, casi acostado

—Creo en Dios, así como creo en mi padre que me abandonó de niño —señaló tajante—, y luego reapareció años más tarde para reclamar derechos, después de que sufrí por su abandono. Claro, él necesitaba un lugar donde pasar su bancarrota. Un padre no abandona a sus hijos ante el sufrimiento. Lo mandé por una tubería, y estoy dispuesto a mandar a nuestro padre celestial también por una tubería —sentenció, dibujando comillas en el aire con los dedos de sus manos al pronunciar la frase "padre celestial"—. Si de verdad es quien dice ser, ha dejado sufrir a sus hijos inocentes, niños, sobre todo. Mi abuelo comandó el asalto a Auschwitz y halló niños judíos muertos, desnutridos. ¿Dónde estuvo el padre allí?

—No creo que sea quien dice ser —añadió Charl Bower, secretario de defensa—. ¿Dios? ¿El todopoderoso Dios viajando en una nave espacial? Y el general Carter tiene razón: ¿Dónde estaba cuando inocentes morían por su nombre a través de la historia de toda la humanidad, gritando su misericordia sin ser escuchado? ¡Dios mis cayos! Se trata de una declaración de guerra, clara y expresa. No hay nada qué dialogar. Lancemos los misiles Titán y volémoslo en pedazos. Esa cosa es un extraterrestre humanoide. En algún momento haríamos contacto. Está usando nuestras creencias contra nosotros para infundir temor.

—Y lo ha logrado —confirmó Nancy luego de retirar la vista de su teléfono celular—. Me llegan reportes de varios países; hay histeria colectiva. Se desató una ola de suicidios en masa. Se ha despertado el fanatismo religioso. Vean el link de la transmisión online de noticias NCN. Lo envié el grupo de WhatsApp.

Thomas y los demás revisaron sus celulares. Vieron las imágenes de manifestaciones de calle de parte de fanáticos religiosos en varias partes del mundo: Grecia, Italia, Israel, Arabia Saudita. Le sorprendió y defraudó ver que en varios estados de Estados Unidos la gente había salido a la calle con pancartas, pidiendo clemencia a Dios. A las puertas de la Casa Blanca ahora mismo estaban congregadas centenares de personas. Solicitaban que el presidente intercediera ante Dios para obtener misericordia. También había gente desbordando las templos de las diferentes religiones a todo lo largo y ancho del país: cristianas católicas, cristianas protestantes, mezquitas, sinagogas, mormonas, hindú, entre otras, donde pedían perdón a Dios y le suplicaban detener el castigó que sentenció.

—¿La situación en las calles de nuestro país es tal cual como se ve en las calles, Vicepresidente? —le preguntó Thomas a John Banks, al otro lado de la red por videollamada.

—En realidad es peor —respondió Banks—. No sabía que nuestro país estuviese plagado de gente tan sugestionable. En las últimas tres horas han ocurrido suicidios en masa por todo el país, más de dos mil, fue la última cifra.

Charl atendió una llamada de su teléfono celular, mientras el vicepresidente seguía poniendo al presidente al tanto de la situación en Estados Unidos.

—Me acaban de informar que hace veinte minutos los miembros del gran rabinato de Israel fueron asesinados por el ex presidente palestino y sus agentes. Ya están bajo arresto. Tenían planes para un atentado contra el Presidente y el primer ministro israelí.

—Bien, por fin lo atrapamos, una preocupación menos —señaló Mike Carter—. ¿Dará la orden de disparar los misiles Titán contra... nuestro padre celestial?

—La nave está demasiado cerca de la Luna —respondió Thomas—. No sabemos de qué está construida, qué tipo de combustible o energía la hace funcionar. ¿Qué ocurriría si nuestros misiles la hacen estallar? ¿Hasta dónde llegaría la onda de la explosión? ¿Podría destruir a la Luna? ¿Se imagina el cataclismo que ello representaría para la tierra todos los trozos de la luna cayendo sobre nuestro planeta?

—¿Entonces qué sugiere? —bufó Mike.

—Defcon 3. Necesitamos a toda nuestras fuerza militar activa y lista, que se llame hasta el último miembro en reserva —respondió—. Y... decreto adelantar, para este instante, la activación de la Fuerza Espacial, desde ya entra en funcionamiento.

—Pero, señor, aún faltaba un año para su entrada en vigencia —replicó Charla—. La mayoría del personal ni siquiera ha volado en un transbordador espacial, se han entrenado en simuladores.

—No todo el personal tiene que saber volar al espacio, ¿o sí?

—No, señor.

—Todos los miembros del Comando Espacial de la Fuerza Aérea serán reasignados a la Fuerza Espacial de inmediato; de igual forma también lo serán, parte de los miembros del Ejército, la Armada y del cuerpo de marines ya contemplados en la estructura elaborada. Charl, encárguese de inmediato de los cambios en la estructura organizativa. Los cambios son meramente estructurales.

—Sí, presidente.

Una mujer de pie junto al presidente, que no había parado de teclear en total silencio su celular, por fin habló:

—Señor, Presidente, su videoconferencia con el G7 en 5 minutos,

—Gracias, Loise.

Un hombre de saco negro parado en la puerta, que tenía unos auriculares intraurales dentro de sus oídos, y un micrófono asido a su solapa, con cables que salían de su saco, tomó la palabra luego de la mujer.

—Señor Presidente, del portaaviones me informan que el helicóptero ya viene a recogerlo, y el caza supersónico está listo para despegar del portaaviones y llevarlo a Estados Unidos.

—Gracias, John

—Llegarás con tu familia para el almuerzo. Te ahorrarás 12 horas de vuelo en el avión presidencial.

El presidente respiró profundo. Aquello que dijo Mike sonó a reclamo. Recordó que de niño su padre nunca le ordenó hacer algo que él no hiciera, como ayudar a lavar los platos. Siempre lo educó con el ejemplo. Si él estaba cómodo, toda la familia debía estarlo. No era justo que él sí fuera a llegar con su familia en solo seis horas, en un caza supersónico que cruzaría el atlántico, mientras el resto de su comitiva debía ir en el avión presidencial, en un vuelo de 16 horas. Por muchas ganas que tuviese de estar con su familia para protegerla en ese momento de pánico, su comitiva también tenía el mismo derecho de llegar con sus seres queridos en el menor tiempo posible. Thomas tenía claro que su motivo principal era personal, no quería estar en Washington para ejercer sus funciones de presidente, sino para llegar con su esposa e hijas. Razonó: o conseguía la forma de enviar a toda su comitiva a Washington en cazas supersónicos, o él se quedaría con ellos para irse en el avión presidencial. Como la primera opción no era posible, tomó la decisión:

—John, informe que el viaje en supersónico queda cancelado. Iré en el avión presidencial con mi comitiva.

El asistente no respondió de inmediato. Le tomó tres segundos procesarlo.

—Sí, señor. —Y se fue a transmitir la orden.

Los demás en la sala de reuniones no dijeron nada más. Se preguntaron, dentro de ellos, en qué momento el presidente cambió de planes y decidió actuar con empatía. Cada uno en silencio sintió algo de admiración y respeto hacia él.

—¿Estás seguro, Thomas? —le preguntó Mike, tuteándolo.

—Así es —respondió con aire ligero y despreocupado—. Me marean los supersónicos, además, estiran mucho la piel, y tarda en volver a su estado original. Mi familia no me reconocería al llegar.

Mike se preguntó si debía expresarle respeto y admiración por su decisión, pero pensó que se vería muy adulador.

—Loise, dígale al piloto que despeguemos de inmediato.

—Sí, señor presidente. —Y le mujer fue a transmitir la orden

—Charl, necesitamos saber qué ocurriría si hiciéramos volar en esa nave, encárgate.

—Avisaré a la NASA.

El presidente dio por terminada la reunión del gabinete, finalizó la videoconferencia online con el resto de los miembros que estaban en Washington. En seguida inició una videoconferencia con los presidentes y primeros ministros de los 7 países más desarrollados del planeta: Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, además, el presidente del Consejo Europeo y el presidente de Rusia. La reunión continuó luego de que el avión presidencial despegara. Las autoridades concluyeron en lo necesario de coordinar esfuerzos para obtener toda la información posible sobre la nave extraterrestre y sus ocupantes. De esa manera esperaban conocer mejor a su enemigo para hacerle frente.

Además del Hubbel, existían en órbita16 telescopios espaciales de Estados Unidos y de la Agencia Espacial Europea. En esa reunión las autoridades decidieron coordinar el funcionamiento de los telescopios en la observación minuciosa de la nave.

Por otro lado, la visualización con los telescopios no era suficiente, así que era imperativo acercarse a la nave para obtener muestras de cualquier tipo que fuese posible recabar. No imaginaban qué tipo de muestras podrían obtener. Las agencias espaciales deberían planificar en pocas horas el análisis, pero desde ya pensaron la importante que sería determinar el tipo de radiación que la nave emitía. El único transbordador espacial que estaba cerca de la Luna, para el momento, y que podría llevar a cabo la misión, era el transbordador Amanecer.

Por último, se acordó unir esfuerzos para intentar establecer un canal de comunicación, en aras de entablar conversaciones con la tripulación de la nave, en un ambiente de paz y evitar la guerra, pues era muy probable que los ocupantes tuviesen a su disposición una tecnología de guerra más avanzada, considerando su desarrollo en tecnología de viaje. Autoridades de la NASA ya le habían informado a Thomas la imposibilidad de detectar la frecuencia radial que los presuntos extraterrestres usaron para enviar el mensaje desde la Luna, que fue oído en cada rincón del planeta; era como si hubiesen usado un megáfono gigante. Por esa razón se les hacía imposible responder el mensaje usando el mismo canal. Pensaron entonces, en usar la Luna como herramienta de comunicación. No podrían amplificar un audio para ser oído hasta la nave, pero sí podrían proyectar textos en la superficie del satélite natural, que indicaran las intenciones pacíficas de las autoridades terrestres. La NASA puso mano a la obra de inmediato en ello.

Unos minutos luego de terminada la videoconferencia, Thomas recibió la llamada online de Francisco III. Su Santidad quería conocer la actitud que tomaría el presidente con respecto a la sentencia de Dios. Thomas sintió placer al revelarle la existencia de la nave espacial, pues eso echaba por tierra la tesis de que Dios era un ser espiritual, y estaría más cerca de ser un extraterrestre. Le pidió al Papa discreción y no revelar la existencia de la nave espacial para no aumentar el pánico mundial, por lo menos por ahora. Asimismo, detallo el plan de acción al respecto. Al conocer la información dada por Thomas, el Papa le pidió no considerar a Dios como un enemigo al que hay que estudiar para detectar debilidades y enfrentarlo. Había que respetar su voluntad y suplicarle misericordia; había que humillarse ante Dios. El presidente le expresó sus dudas de que se tratara de Dios, y el Papa se refirió la falta de fe, como una de los causantes de la ira de Dios.

Apenas el Papa colgó la llamada sobrevino una fuerte turbulencia que sacudió a los pasajeros y tripulantes. Charl tomó en el acto una bolsa desechable para vomitar y allí, luego de una fuerte arcada, depositó el desayuno de ese día.

*******

—Acabo de recibir un memorando online de la Secretaría de la Armada —anunció el capitán Ford de pie, con sus manos sobre el pasamano de la terraza de mando. Abajo, en el puente de control, el equipo de monitoreo dirigió momentáneamente la atención hacia él—. Hace una hora el Presidente de la república decretó el adelanto de la activación de la Fuerza Espacial, que estaba pautada para el próximo año. Y ya saben lo que eso significa.

—¿Este portaaviones y su tripulación forma parte de la Fuerza Espacial desde ya? —preguntó Janice.

—Así es, todos los miembros del Comando Espacial de la Fuerza Aérea han sido asignados a la Fuerza Espacial, así como todas aquellas unidades que hasta ahora han prestado servicios en el área espacial, lo cual, ya lo sabían, nos incluye.

—Incluye a muchos miembros de otros componentes de la Fuerza Armada —comentó Valery— ¿Qué no tiene el congreso que validar la decisión presidencial?

—Con el 80% de los congresistas, miembros del partido republicano, eso sería mero formalismo.

—Está de lujo —comentó el oficial Víctor Reed—. Eventualmente, ¿algún día podríamos ir al espacio?

—No coma ansias, oficial Reed —respondió el capitán—. Esto no significa que mañana subirán a un transbordador espacial a pasear por toda la galaxia o hacer la guerra a la nave en la Luna. Apenas contamos con la tecnología para vuelos tripulados hasta la Luna.

Harry Dikinson respiró aliviado, pues sufría de miedo a volar. Su preparación en el pilotaje de transbordadores hasta ahora se había limitado a cámaras de simulación.

—Entonces, somos como una reserva —dilucidó el oficial Kim Chang.

—Una reserva bastante activa. La fuerza espacial es más que ir al espacio —comentó el capitán—. Oficial Walsh, comunique la decisión presidencial a toda la tripulación.

—Sí, capitán, de inmediato —respondió. En el acto, redactó la nota informativa para transmitirla a través del sistema interno de comunicaciones; sin embargo, se percató de la ausencia del nombre del Jefe de Operaciones Espaciales, nombre de la máxima autoridad de la Fuerza Espacial. Aunque supuso que sería el Jefe del Comando Espacial de la Fuerza Aérea, que ahora pasaba a ser parte del nuevo componente de la Fuerza Armada, quiso confirmarlo—. Señor, ¿Le corresponde al comandante Jackson ser el Jefe de Operaciones Espaciales?

—No, el comandante Jackson fue designado a otras funciones que requerían de su vasta experiencia. No tengo el nombre de quien será la máxima autoridad directa de la fuerza espacial, pero comunique la información así, por lo pronto. En las próximas horas lo sabremos.

La radio de comunicaciones en el puesto de Valery sonó y titiló una luz verde en su tablero, que indicaba la entrada de una llamada. La primera oficial se colocó los audífonos con micrófono incorporado para responder. Lo hizo con la idea en mente de que se trataba de una mala noticia de su padre, a bordo del transbordador espacial Libertad.

—Oficial Taylor —saludo el comandante Lois Taylor con formalidad a su hija, como a cualquier otro subordinado—, buenos días, desde el transbordador Amanecer.

—Comandante Taylor —respondió la oficial, forzando la voz para que sonara más grave.

—Me comunico al portaaviones Libertad para informar que el presidente Thomas decretó el adelanto de la activación de la Fuerza Espacial que estaba prevista para el próximo año —dijo Lois—. El portaaviones y su tripulación, así como varios escuadrones del cuerpo de marines van a pasar a integrar la fuerza espacial. Sé que la Secretaría de la Armada ya pasó un memorándum, pero supongo que no decía quién sería el Jefe de operaciones espaciales... —Y la voz en suspenso dio paso a un silencio de unos segundos, que hizo suponer a Valery lo que eso significa, pues ya lo conocía.

—¿Tú..? ¿Usted, Comandante? —corrigió con rapidez luego de aclararse la garganta.

—Sí. Fue designado el nuevo Jefe de operaciones especiales. Ni el comandante Jackson, ni el general Dalton, quien seguía en Jerarquía, pudieron asumir el cargo, dado que por la contingencia fueron requeridos sus servicios en otras áreas.

—Lo felicito comandante en jefe. —Valery contuvo en su estómago esas ganas que le nacían de gritar y saltar por el éxito profesional de su padre.

—Oficial Taylor, en este momento tengo en mi mano algo que era suyo, en su niñez. Es de felpa, rosado, con un lazo en la cabeza de oso.

Alex, el copiloto del transbordador Amanecer, a lado de Lois, lo miró con el oso de peluche, y deseó que sus padres alguna vez hubiesen tenido un gesto así con él. En ese momento quiso que Lois fuese su padre.

A Valery se le movió el piso. El estremecimiento fue de una magnitud tal que su cabeza experimento una leve sacudida involuntaria.

—La señora Rosa —susurró con un hilo de voz—, pero...

—Cuando tenías ocho años lo echaste a la basura, yo lo descubrí y lo recogí. Creí que lo habías hecho en un arranque de rabia y luego te arrepentirías, pero no fue así.

—En realidad, sí fue así, pero nunca lo dije a nadie.

—La semana pasada, cuando regresábamos del paseo campestre, tú venías dormida en el auto. Mientras yo manejaba te oí hablar dormida... ¿De dónde sacas la equivocada idea de que me decepcionó tener una hija y que preferiría haber tenido un hijo varón, antes de tener el accidente que me dejó estéril.

Valery se mordió el labio inferior y tomó aire para insuflarse fuerzas.

—Cuando tenía ocho años, el tío Teddy fue a la casa... los escuché hablando. Dijiste que lamentabas no haber tenido un hijo varón antes del accidente. Te gustaba que los hijos de tío fueran a la casa, pasabas más tiempo con ellos, jugando juegos de niño, y ellos me aislaban...

—Lamenté no haber tenido un hijo varón antes de mi accidente, claro que lo sostengo; pero nunca me oíste lamentar haber tenido una niña. ¿O sí recuerdas que lo lamente?

—No escuché que lo lamentaras...

—Y no lo escuchaste porque nunca lo lamenté. Hija, sabes lo orgulloso que estoy de ti. Me has honrado a mí y a tu madre que en paz descanse. ¿Fingiste todo ese tiempo que te gustaba el futbol, solo para pasar tiempo conmigo? Hija, la vocación y pasión por un oficio no es algo que se decreta. Me gusta el ballet.

—Siempre tuve la idea de que ibas a verme al ballet por obligación, pues en el futbol te veías más alegre.

—En el estadio podía gritar, hija; en el teatro no podía hacerlo, contenía en mi estómago esas ganas de querer subirme a la silla, a gritar para celebrar cada giro y salto acrobático que hacías, y cuando te parabas de punta... ¡Por favor! Ningún futbolista puede hacer eso. No necesitas fingir masculinidad para que te admire, hija.

Ambos rieron. Valery quiso abrazar a su padre, deseaba con desespero hacerlo. De pronto, tuvo la sensación de haber perdido muchos años de su vida. Pero una idea que le sobrevino le dejó el estómago frío.

—¿Por qué quieres aclarar esto ahora? Pareciera que te estuvieses despidiendo, papá...

Lois guardó silencio unos segundos.

—Yo... quería dejar las cosas en claro, por si acaso. A mí y a mi tripulación nos encomendaron una misión, que no tengo idea de cómo terminará. Tengo la misión de acercar el transbordador lo más cercano posible a la nave extraterrestre, para determinar y medir su tipo de radiación y obtener cualquier información que se pueda, útil para enfrentarla. —El comandante contempló el oso rosado—. Espero esto me traiga suerte.

—Está obligado a regresar con vida, comandante en jefe, es una orden —dijo Valery.

—Sus órdenes serán cumplidas, oficial, Taylor.

Hubo un silencio de varios segundos. En la mente de ambos se arremolinaron imágenes de la infancia de Valery, así como escenas del sepelio de la madre de la familia, momento en que padre e hija nunca dejaron de abrazarse.

—Cambio y fuera. —sentenció el comandante en jefe el fin de la comunicación, y Valery atisbó lágrimas contenidas en la voz de su padre.

—Cambio y fuera, comandante en jefe —respondió la oficial, y su padre sabía que ella tenía un cúmulo de lágrimas asomadas en sus ojos.

—Bien, a nuestra misión —comentó el capitán a su copiloto, y éste, pese a observar los ojos acuosos de su superior, tuvo la sensación de un optimismo contagiante—. Quiero que estemos en casa para la cena. —El copiloto lo miró extrañado—. Es un decir, es... para tener un motivo por el cual volver.

*******

En el portaaviones Libertad, Valery parpadeaba con rapidez, para que sus pestañas abanicaran y secaran las lágrimas, y no se desbordaran por sus párpados inferiores. Intentaba que nadie notara su llanto reprimido, aunque ya era un secreto a voces, todos en el puente de mando se habían percatado. Aunque no habían escuchado la voz del comandante Taylor, el diálogo de Valery los hizo suponer de una conversación emotiva.

—¿Estas bien? —le preguntó Janice, dejando por un instante su puesto de trabajo para ir al de Valery.

—¿Eh? Sí. Estoy emocionada, mi padre me informó que el será el Jefe de operaciones de la Fuerza Espacial. Uno de nuestros jefes.

—Es genial —exclamó Víctor Reed.

Todo el grupo recibió con beneplácito la noticia, pues consideraban al oficial Taylor como un líder afable, modesto, sin ínfulas de superioridad, igual que el capitán Ford. Admirado y respetado.

Valery concluyó que aquel malentendido de tantos años se debió a que ella no le dijo a su padre lo que le molestaba, se lo cayó y solo supuso creer lo que ocurría. Si hubiese sido sincera y hablar, se hubiese evitado el malentendido. Quedó claro que en su vida adulta seguía siendo así, y debía cambiarlo; en realidad, debía hacer muchos cambios a partir de ahora.

—Dios, si traes a mi padre de vuelta seré menos amargada y orgullosa —rogó con la voz de su mente, pero de inmediato se percató de que ahora ya no tenía en quien depositar sus esperanzas, para aquellas cosas que no dependían de ella, en las que no puede intervenir—. ¿A quién le estoy pidiendo por la vida de mi padre?

*******

Janice, haciendo uso de la radio, dio a Roger la noticia de la activación de la Fuerza Espacial, y todos los procesos de transferencia de personal que ello significada. Roger y su escuadrón se regocijaron ante el hecho.

El portaaviones Libertad ya había quedado muy atrás. La flota de F-22 raptores surcaba el cielo a una altitud de cincuenta mil pies y velocidad de crucero de 1.960 km/h. La misión era patrullar hasta la plataforma continental estadounidense, incluyendo la zona económica exclusiva, que abarcaba una extensión del océano pacífico de unas 200 millas marinas desde la costa del Pacífico. El patrullaje no incluía la zona insular; es decir, las islas que, aunque se ubicaban dentro de su territorio, no era reconocidas como parte de los 50 estados del país. Al llegar a la zona limítrofe deberían regresar a la zona costera y luego hacer el mismo recorrido durante el resto del día.

—Si nos asignaron los F-22, en lugar de los cazas navales, es porque esperan que esa cosa incursione en cualquier momento en el planeta, ¿no creen? —preguntó Rick Parker a través de la radio de su avión, en transmisión grupal para los miembros del escuadrón.

—Eso y la declaratoria de Defcon 3 —añadió Jessica—. Solo han trascurrido cuatro horas desde que todo comenzó y siento que han sido cuatro días.

—Hace unos minutos, mentalmente le pedí a Dios que cuidara a mi familia en la tierra —comentó Henry Jones—. Fue algo instintivo. De inmediato me di cuenta que ya no tengo en quien depositar mis deseos, ruegos y esperanzas.

—Deposítalos en ti mismo —respondió Rawi—. Esto de las religiones siempre me parecieron cuentos de fantasía y no me equivoqué.

—Eso suena a budismo —comentó Jessica.

—Mi vecino en Philadelphia lo era. Me lo topaba cada mañana en el ascensor del edificio, y digamos que, cada mañana, mientras esperábamos el ascensor, me enseñaba un poco de budismo, un curso por partes —contó a risas—. Es como buscar a tu Dios interno. De esa forma, cada persona haría bien por su prójimo, únicamente para el bienestar de ese prójimo, y no para buscar recompensa de Dios, pues esto último es un acto egoísta y así actúan muchos religiosos.

—Eso sí tiene más sentido. Las religiones no funcionan para mí —añadió Rick.

—No hay novedad en ninguno de los cuadrantes —indicó Roger con la vista en su radar poniendo fin a la conversación sobre religión. Los otros miembros del escuadrón señalaron lo mismo: total normalidad—. La oficial Taylor debe estar por llamar para pedir el reporte.

—Ahora que somos parte de la reserva de la fuerza espacial, ¿creen que algún día podamos ir al espacio? —preguntó Rick—. Ese es mi sueño. Como nunca logré aprobar las convocatorias de la NASA para ser astronauta, creí que por esta vía podría hacerlo.

—No lo sé, Rick. La selección la hace la NASA, sino la apruebas, no vas —respondió Roger—. Además, la Fuerza Espacial no solo es ir al espacio: abarca desde los astronautas, hasta los empleados que hacen la limpieza en la oficina del Jefe de Operaciones Espaciales. Pero síguelo intentando amigo, aún eres muy joven.

Un poderoso sonido sibilante, que pasó sobre ellos, los interrumpió. Cuatro F-22 volaron a casi 2.410 km/h, tan cerca de ellos, que los hizo vibrar.

—A un lado, parecen unos globos flotando en la nada —les gritó Marcos a través de la radio—. Con ese dinamismo, si ocurre una guerra, ustedes serían el mejor aliado del enemigo.

—¡Estás loco! —exclamó Roger—. Si te quieres matar, hazlo pero sin llevarte contigo a ninguno de los de mi escuadrón.

—¡Qué cobarde! —exclamó Marcos—. Porque no le ponemos algo de diversión a este aburrido patrullaje. Qué tal si apostamos algo, subamos y subamos, y el primero que se detenga... o se desmaye por falta de oxígeno, pierde. La apuesta es de mil dólares.

—Esto no es el torneo anual, es una misión importante. Sigue haciendo méritos y te reportaré.

—Eres más chismoso que mi abuela

El caza de Marcos y los de sus secuaces hicieron un giro, regresaron y guardaron la velocidad de crucero.

—Marcos, eres líder de escuadrón y te dejas intimidar de ese... —señaló Ralf por la radio.

—No puedo dejar que vuelvan a amonestarme. Sería mi fin en el cuerpo de marines.

*******

La mente de Juliet podía hacer varias cosas al mismo tiempo, y mantener altos niveles de concentración en cada una. Para el momento en que su hermana, la reconocida periodista de NCN, Amanda Spencer, la llamó a su celular, estaba viendo la noticia de la declaración de Defcon 3 parte del presidente Kirk; también planificando una estrategia de paz negociada con Dios, para evitar la extinción de la humanidad (que haría llegar a la ONU) y, además, preparaba el desayuno.

—Quería saber si estabas bien —le dijo Amanda.

—Lo estoy, en este momento estoy haciendo lo que me gusta más, aunque ya nadie me pague por eso. —Mientras tecleaba, leí un pasaje de la biblia en su laptop. El texto era un insumo importante para su negociación. Mantenía la laptop sobre la mesa de picar de la cocina, justo al lado de la estufa, sobre la que un sartén a fuego medio freía unos huevos y unos tocinos. Frente a ella, el televisor sintonizado en las noticias, del que no despegaba la vista.

—No debiste llamar asesino al secretario de defensa ni al presidente, podrías estar ahora recibiendo el gran salario por tu trabajo soñado. Puedo hablar con Nancy para que interceda por ti ante el presidente, es muy buena amiga mía, y él la escucha a ella. Podrían reengancharte.

—Otra vez con lo mismo. La opción era viable, le armé todo un plan para lograr la paz sin guerra. Pero claro, la paz con guerra lo haría ver un héroe. La paz con disuasión, sin explosiones ni efectos especiales, es más aburrida. Necesitaba la guerra para sentirse héroe, buscar la reelección y asegurar abastecimiento de petróleo para las petroleras que lo financian. ¿Sabes? Pareces más la directora de prensa del presidente que una periodista independiente. Yo no necesito que le rueguen en mi nombre, no hice nada inmoral ni antiético. Es el presidente quien debe disculparse conmigo.

—Sueñas que lo hará. Tal vez parezca directora de prensa de un presidente, pero tengo los pies en la tierra, y sí tengo empleo. —Amanda colgó la llamada.

—¡Huele a quemado! —exclamó Jefferson, el esposo de Juliet, que entraba a la cocina mientras se anudaba la corbata—. Desperté con mucha hambre. —Entró y halló el sartén humeando, los huevos y los tocinos ennegrecidos, y a sus esposa con la mirada perdida hacia una pared en blanco, con su teléfono celular en la mano—. ¡Dejaste quemar el desayuno! ¿Qué te ocurre?

—¡No soy tu maldita sirvienta! ¡Ve y desayuna afuera!

—No tengo la culpa que ahora debas pasar el día aquí y te amargues. No descargues conmigo tu frustración porque te echaron como un perro de la casa blanca.

Jefferson tomó su saco y se marchó. Juliet, con mano temblorosa, sacó de su bolso un pequeño frasco de pastillas, en cuya etiqueta se leía: Modafilino. Lo abrió y se tomó una píldora.

Volvió al texto bíblico en su laptop y lo leyó una vez más, esta vez en voz alta. Se trataba del capítulo 18 del libro del Génesis. Del versículo 23 al 26:

—Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos.

Su teléfono celular sonó. Un mensaje llegó a su aplicación de mensajería instantánea. Uno de sus muchos contactos le enviaba el link de una cuenta de tuiter, de alguien llamado Anonymus, un hacker que suele jactarse de burla los sistemas de seguridad del gobierno para filtrar información secreta. Luego de cliquearlo, la pantalla de su móvil le mostró un tuit, el cual leyó en silencio: Lo que ven en mi tuit son fotos de la Luna, que revelan la existencia de una gigantesca nave extraterrestre orbitando el satélite natural. Además, aquí coloco un video filtrado de la NASA, grabado desde una cámara oculta, que muestra la sala de Control de misiones de la NASA y su pantalla gigante que enseña la nave extraterrestre orbitando la luna.

Juliet cliqueó en el link del video adjunto en el tuit. En éste se mostraba a Paul Hill, director de Operaciones de las misiones en la NASA, hablando por su celular con alguien y sus palabras eran muy claras:

—La imagen del hombre en la Luna es proyectada desde una ciudad flotante en el espacio, cubierta por una enorme cúpula de cristal, orbitando la Luna. No hay duda, es una nave extraterrestre. Señor, la nave... sencillamente apareció ahí. En un momento no estaba y luego... estaba. Nuestros radares la detectaron cuando ya orbitaba la Luna.

En la siguiente media hora, en todos los países, la noticia ocupó los primeros lugares de tendencia en las redes sociales y fue difundida a través de los noticieros del mundo. La filtración del video estuvo a punto de costarle su puesto a Paul Hill. Aunque la NASA fuese una agencia federal independiente, el director de la NASA, el senador republicano Jim Peterson, se comunicó vía telefónica con Thomas Kirk para notificarle su decisión de despedir a Hill.

—¡Ni se le ocurra hacerlo! ¡Se necesita alguien de la experiencia de Hill en este momento! —exclamó Thomas—. Le recuerdo que usted está en ese cargo porque yo lo nominé, para saldar compromisos políticos. Usted es el primer director de la NASA que carece de calificaciones formales en ciencia o ingeniería. Yo hubiese preferido nominar a un profesional del espacio, pero así es la política. Usted ni siquiera tuvo la capacidad técnica de comunicarle al Pentágono lo que ocurría, era su función, y tuvo que delegar esa función a Hill. Deje a Hill donde está. Si quiere hacer algo productivo, investigue quién filtró el video y evite nuevas filtraciones. No toque a Hill o haré que el partido tome medidas disciplinarias en su contra. Además, creo que fue mejor que más temprano que tarde se supiese la existencia de esa nave, y que el pánico mundial se haya desatado ahora. Así irá drenándose y mermándose. Sería peor si el pánico de esta revelación se uniese con el pánico que habrá mañana, cuando llegue la hora en que supuestamente se materializará la sentencia de aniquilación.

Ante tal advertencia, Paul Hill continuó en sus funciones.

*******

A través de la televisión Italiana se mostró un video publicado por Francisco III en sus redes sociales, en el que rechazó la posibilidad de que Dios fuese un extraterrestre. Aseguró que aceptar esa idea sería renegar de Dios y renegar su carácter de ser supremo omnipotente, omnipresente, omnisciente, lo cual lo haría estar limitado a una mera forma de vida orgánica. Llamó a los cristianos a no perder la fe, a creer en Dios por sobre todas las cosas. Insistió en que dejar que el miedo venza es no tener fe y confianza en Dios. El Gran Imán de Al-Azhar, también conocido como el Gran Jeque de Al-Azhar,​ considerado por los musulmanes sunitas, como la máxima autoridad islámica, hizo igual llamamiento por la fe a Alá. Los dos nuevos rabinos jefes que integraban el Gran Rabinato de Israel (uno de la etnia ashkenazi y otro sefardí), que asumieron sus funciones a solo una hora del asesinato de los anteriores miembros, también hicieron igual llamado.

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El camarógrafo Jack Davinson estaba tan cubierto de polvo, de la cabeza a los pies, que se vio en la necesidad de escupir varias veces para arrojar de su boca restos de arena y cal. Sus oídos tamborileaban. La cabeza la dolía, le pesaba y el peso lo hacía perder el equilibro, hasta hacerlo caminar trastabillando. Pero en ningún momento soltó de sus manos la videocámara, pese a que sus brazos sangraban y le ardían por haberlos usado para protegerse contra los vidrios que volaron por los aires tras la explosión.

Una escuadrilla de cazas norteamericanos surcó el cielo. La ráfaga lo previno de otro bombardeo. Personas heridas, ensangrentadas, que aún podían correr, salían de entre los escombros de edificios ahora en ruinas, y huían en todas direcciones. El sonido de gritos, llantos, y el fuego crepitando por doquier se entremezclaban. Gracias a la luz de las llamas era posible tener alguna visibilidad entre la nube de polvo. Las altas temperaturas de los incendios sofocaban a Jack, o tal vez tenía fiebre.

Experimentó una fuerte sacudida cuando a su paso fue encontrando cadáveres quemados tirados en la calle, entre los escombros junto a autos estacionados quemándose. Muchos de los cuerpos eran de niños, algunos estaban solos, otros, abrazados a sus madres muertas, y a otros eran abrazados por su madre y padre.

La intensidad del calor era tal que derretía los cuerpos sobre el pavimento. Las llamas devoraron toda la materia orgánica a su paso: todo lo que era combustible ardió.

Con su mano temblorosa videograbó los cuerpos y los aviones norteamericanos que surcaban los cielos. La parecía tan injusto que se castigara a inocentes y culpables por igual.

—Jack, Jack —le susurró Amanda Spencer en algún lugar. Apretó las piernas como si levantara una enorme piedra sobre sus hombros. Cerró los ojos cuando el polvo entro en ellos, al abrirlos de nuevo se halló sobre una cama con sábanas limpias, cortinas de terciopelo, y sus brazos ya con cicatrices sanadas desde hacía meses.

—¡El avión sale en cuarenta minutos! Ya todo el equipo se está yendo a la pista, vamos.

Jack se puso de pie de un salto, se estrujó la cara y tomó la maleta de ruedas junto a la cama.

—Estaba soñando con el último bombardeo, del que me hicieron borrar la grabación —comentó, ya cruzando la puerta de la habitación y adentrándose junto a Amanda en el largo pasillo del hotel—. Es lo más antiético que hecho, o que me han hecho hacer.

—De no haberlo hecho, ahora no estarías trabajando para NCN seguramente, aunque tengas la trayectoria que tengas. Quizá estarías trabajando para algún canal local de poca audiencia y pocos patrocinantes. Agradece que te cambiaran de funciones para cubrir al presidente y no te despidieron. ¿Qué tan recurrentes son esas pesadillas? Creí que ya no las tenías.

—Hacía un mes que no soñaba con ellos, anoche volvieron.

—Irás a terapia y no quiero quejas —advirtió al ver que Jack abría la boca, justo para decir que no necesitaba un psicólogo. Lo conocía tan bien que ya adivinaba sus intenciones­—. Hasta yo iré a ver uno al llegar a Estados Unidos. Estas cosas afectan.

Mientras caminaban por el corredor, ambos sorteaban a otras personas que también atravesaban el pasillo llevando maletas, videocámaras y otros equipos de grabación, los cuales portaban estampados los logos de diferentes programas de noticias.

—De nada sirve entonces la trayectoria, el buen trabajo y la reputación, lo que importa es que la imparcialidad periodística esté medida por los intereses políticos —comentó de forma retórica, no esperaba la respuesta dada por Amanda que lo exasperó:

—Es lo que me ha llevado a ser la jefa. —Con una media sonrisa le dio una leve palmada en la espalda—. No sé quién es peor, si tu o mi hermana.

—¿Cómo está Juliet?

—Sigue despedida, mírate en ese espejo. La ética no da de comer ni paga cuentas.

Llegaron al final del pasillo donde se ubicaba el elevador, a cuyas puertas un tumulto de gente esperaba por él.

—No todo fue malo, recibimos entrenamiento militar, defensa personal. De cada cosa se aprende. —A la mente de Jack vinieron los momentos en que disparaba tiro al blanco—. ¿Cuál será nuestro trabajo al llegar? Ojalá pudieran enviarnos en un transbordador a filmar la nave.

—Tengo el presentimiento de que esa nave no estará en la Luna por mucho tiempo, tendremos trabajo aquí en breve.

*******

—¡No lo haga, señora Sara! —le gritaba el padre Leonard a la mujer al borde de la cornisa del campanario de la torre este de la catedral de San Patricio en Nueva York.

La mujer, de unos cincuenta años de edad, pegó la espalda al muro neogótico. Su pie izquierdo resbaló, su zapato fue a dar al pavimento desde donde cientos de personas la miraban. Lloraba tanto que ya le daba placer que el llanto le refrescara la cara.

—No existe el cielo, no volveré a ver a mi esposo y a mis hijos. Dios es un extraterrestre, no existe. Todo fue una mentira.

—No es verdad. No pierdas la fe por una mentira que inventaron en las redes sociales. Esto es una prueba de Dios para probar nuestra fe.

En el edificio diagonal a la catedral, alguien abrió la ventaba del sexto piso y un hombre saltó por ella. La gente gritó al verlo caer, y algunas mujeres se desmayaron cuando el impacto de su cuerpo contra el pavimento hizo que la sangre las salpicara.

La mujer vio revitalizadas sus fuerzas para saltar. Cuando colocó su pie izquierdo en el aire para dar un paso al frente, un hombre detrás del padre Leonard le habló,.

—Tienes que ser tu propio Dios; debes hacer el bien solo por el bien de su prójimo, y no para evitar castigos o buscar recompensa de Dios. Es el mejor momento para ser uno mismo. Nuestro sistema de recompensa y castigo, de control, debe venir de uno mismo. No necesitas un Dios para hacer el bien y ser un ser humano.

La mujer paró de llorar y miró con desconcierto al hombre joven de rasgos asiáticos.

—¿Qué? —gimoteó.

—Si tú hubieses muerto, ¿qué te gustaría que tu esposo e hijo hicieran por ti después de tu muerte?

Lo mujer exhaló fuerte por la boca y una sensación de bienestar la sobrevino. Sus lágrimas refrescaron su cara.

—Que hicieran lo posible por ser felices —respondió—. Eso me haría sentir feliz, si en verdad pudiera verlos desde otro plano, o desde otro mundo. Pero ya sé que eso no es posible.

—Haz por tu prójimo lo que te gustaría que hicieran por ti; eso incluye la memoria de tu prójimo. —El hombre le extendió la mano, ella la tomó y la rescató. La mujer lloró en brazo del joven—. Señora, desde hoy considéreme un hijo.

Los paramédicos la socorrieron y la ayudaron a bajar las escaleras de la torre.

—Iré con ella —le dijo el salvador al padre Leonard.

—Gracias por su ayuda. ¿Es usted... psiquiatra?

—Soy budista —respondió. Sacó una tarjeta de su saco y se la extendió al padre Leonard—. Llámeme si necesita de nuevo ayuda de este tipo. Creo que esto apenas comienza.

El hombre corrió para alcanzar a la señora con los paramédicos, que ya bajaban las escaleras, poco a poco. El padre Leonard leyó el texto en la tarjeta: James Owens, especialista en medicina de la nueva era.

El grito de una mujer lo hizo girarse hacia el vano del campanario. Corrió, se asomó, miró hacia arriba, y vio a una joven mujer de pie en la cornisa de la ventana del piso diez, del edificio ubicando frente a la catedral.

La mujer gritó: "No", y lo hizo de forma sostenida hasta casi desgarrarse la garganta. Quedó estrellada contra el pavimento.

El padre Leonard se sintió inútil al haberse visto incapaz de evitar un suicidio usando la palabra de Dios. Trató de lavar con lágrimas su frustración.

*******

El hombre de setenta años despertó atado a su cama, boca arriba, de pies y manos. Vestía sotana por sobre la cual se asomaba la blancura de un alzacuello. Sus parpados se desplegaron con la pesadez de sacos de cemento. Llevaba en sus labios un sabor dulce y etílico a la vez. Tenía la sensación de ir en un barco navegando con fuerte oleaje. Vestía de Ya cuando su vista turbia se aclaró, descubrió frente a él a una mujer vestida como religiosa, y hombre a su lado usando un overol. Los conocía: La hermana Angélica, una mujer de unos cincuenta años, de rasgos asiáticos, y su hermano, el portero de la iglesia, de edad contemporánea a la religiosa.

—¿En verdad nunca nos reconociste? —le preguntó la monja, enarbolando una sonrisa sardónica, con la que esperaba intranquilizar al sacerdote cautivo—. Hemos trabajado con usted tantos años. Somos los hermanos de quienes abusaste sexualmente. Ya se descubrió que Dios no existe, y esperé en vano que él hiciera justicia y te castigara. Dado que él resultó ser una farsa y nunca lo hará, te castigaremos nosotros.

—¿No nos identifica? Tal vez porque no estamos vestidos de monaguillos —añadió Jaime, el hermano de Angélica, con su cara contraída por una mueca de furia.

—Quizá porque no somos niños y estamos vestidos.

—O tal vez la lista de niños que cayeron en tus pesuñas era muy larga. No sabe cuál de todos somos.

—Tal vez me identifique por esto que le decía: "la biblia dice que solo los esposos pueden hacer esto, a Dios no le va a gustar lo que nos hace".

En ese instante el sacerdote abrió sus ojos a toda su capacidad, y dejó soltar un gemido de sorpresa, como si su alma hubiese quedado al descubierto.

—¿Ya nos recuerda? —preguntó Jaime. El sacerdote no respondió y solo cerró los ojos—. Le pregunte si nos recuerda. Sabe qué niños éramos. —Jaime se acercó, lo tomó del cuello y apretó. La disminución de la capacidad respiratoria en el hombre lo hizo ser más complaciente en sus palabras.

—Sí. —El hombre rompió en llanto—. Suéltenme. Yo estaba enfermo. Eso es una enfermedad.

—Pero su voluntad estaba intacta —replicó la hermana Angélica—. Usted era consciente que era una enfermedad, sabía que obraba mal, lo entendía. Su deber era buscar ayuda psiquiátrica, pero se dejó llevar por su instinto enfermo.

—Me daba vergüenza contárselo a alguien, incluso a un psiquiatra.

—¡Basura! —Jaime lo escupió, y la saliva dio justo en su ojo derecho.

—Oh Dios —exclamó el sacerdote, sin pensar lo que decía.

—Hoy se comprobó que Dios no existe, ni lo va a salvar, ni lo va a castigar —replicó Jaime.

—Quiero que me diga lo que nos hizo, reconozca lo que nos hizo, padre Lancaster, confiese sus pecados —exigió Sor Angélica—. Pídanos perdón.

—Abuse de ustedes cuando eran niños, estaba enfermo, me arrepiento, me arrepiento. Les pido perdón —lloró el hombre, hecho y un charco de lágrimas.

—Su arrepentimiento no es sincero, lo dice por la situación en la que está.

La monja extrajo un cuchillo de carnicero de entre sus hábitos, caminó hacia el sacerdote, quien soltó alaridos. Colocó el cuchillo por sobre la sotana, justo en su zona genital.

—Con esto no volverá a abusar de nadie.

El hombre suplicó y se contorsionó para intentar en vano soltarse.

—A los once años, quedé embarazada de usted —señaló la mujer, con el cuchillo pendiendo de su mano cual espada de Damocles—. Nunca lo supo. Mi familia me llevó fuera del país para evitar el escándalo. Nunca lo delaté, porque usted ya me había lavado el cerebro, y en verdad creí que Dios me castigaría si lo delataba. El embarazo casi me mata, pero llegó a término porque mi familia no aprueba el aborto. Nació por cesárea y lo dieron a un orfelinato; pasó por malos procesos de adopción. No supe de él hasta hace un año que pudo encontrarlo. Le conté todo, menos quien es el padre. Todo este desastre lo provocó usted.

La mujer levantó el cuchillo, tomaba impulso para asestar la puñalada, pero se quedó su mano en el aire, como si otra mano, una invisible, la detuviese.

—¿Lo hago yo? —preguntó Jaime, muy decidido.

—No —respondió gimoteando. Tomó aire y se sosegó. Logró devolver a su interior el asomo de lágrimas que estuvo a punto de desbordar por sus párpados inferiores—. Aunque no seamos castigados por Dios, seríamos castigados por la ley. Esto no es defensa propia. No quiero estar en la cárcel, quiero seguir recuperando el tiempo perdido con mi hijo. Se llama James. Hace unos días mi hijo me dijo que me quiere. "Haz por tu prójimo lo que te gustaría que hicieran por ti". Eso me lo dijo mi hijo. Significa, entre otras cosas, evitar el sufrimiento al prójimo. No quisiera que mi hijo sufriera de nuevo al perderme en una cárcel. Creció sin padres. No quiero que él sufra, quiero evitarle ese sufrimiento.

—Como quieras.

—Además, ya tengo algo que nos va a servir. —La mujer sacó una grabadora de bolsillo de su hábito y lo enseñó al padre Lancaster—. Aquí está su confesión. Lo voy a hundir en la cárcel. Vámonos. Las cuerdas no están muy apretadas. En algún momento podrá liberarse solo.

El hombre suplicó, pero los dos hermanos hicieron oídos sordos y se marcharon. El sacerdote lloró y se retorció. Media hora después logró liberarse de sus nudos, pero se hizo otro nudo en su cuello con las sábanas de la cama y se colgó de la lámpara de techo. Soltó el último aliento de vida viendo un crucifijo colgado en la pared.

********

La señora Clark se mordía las uñas en la cocina de su casa; sus hijas comían un emparedado a la mesa. Las tres veían en la televisión una entrevista online que NCN hizo a su esposo, el doctor Spencer y al doctor Clark. Ambos venían de regreso en el Jet privado del doctor Spencer. La conductora de la entrevista disparó una pregunta que ambos arqueólogos esperaban con ansias:

—Ustedes dos son conductores del famoso programa de The History Channel, Dioses alienígenas, en el que argumentan cada semana que los dioses de las diferentes culturas de pueblos antiguos eran en realidad extraterrestres que se hacían pasar por dioses, gracias a que con su avanzada tecnología podían hacer proezas que parecían milagros. Dicen eso de los dioses egipcios, los griegos, los dioses mayas. Esto que ha ocurrido en la últimas horas, ¿ustedes piensan que comprueba que el cristianismo también es producto de la visita de estos alienígenas que se hicieron pasar por Dios, por Jesús, por el Ángel Gabriel?

—Efectivamente —respondió Clark—. Con un sonrisa de oreja a oreja. En nuestro programa semana a semana presentábamos evidencia clara de lo que argumentábamos. La comunidad científica, las universidades, todos nos llamaban charlatanes, que mentíamos solo para ganar dinero con nuestro programa. Deberían pedirnos disculpas, deberíamos demandar por difamación e injuria ahora que hay pruebas de que decíamos la verdad.

—Este evento de los extraterrestres haciéndose pasar por dioses, lo llamo el efecto "Mago de Oz" —tomó la palabra Spencer—. Para quienes vieron la famosa película, recordarán que el Mago de Oz era un humano con avanzados conocimientos científicos que llegaba a la tierra de Oz, habitada por gente culturalmente atrasada, y usando su conocimientos tecnológicos, se hizo pasar por un mago todopoderoso, creando efectos especiales, efectos sonoros. Todo aquello le parecía magia poderosa y sobrenatural a los habitantes de Oz. Gracias a ello, infundía miedo, y los habitantes de Oz se comportaban según sus dictámenes.

—En ese sentido, la figura del mago y la figura de Dios se comportan como elementos de control social, para aquellos que interpretan la realidad a través de la religión —continuó Clark—. Así, la gente evita hacer el mal para evitar un castigo de Dios, y hacen el bien para lograr una recompensa de Dios.

—Papá es muy famoso e importante —comentó la nena de diez años, apoyada en sus rodillas y con los codos sobre la mesa.

—Judit, por favor, siéntate bien —ordenó la señora Clark, temerosa de que pudiera caerse. Aun así, no le importó que la niña hiciera caso omiso.

La entrevista concluyó y madre e hijas continuaron sentadas frente a la televisión. Seguidamente, el teléfono celular de la señora Clark recibió una videollamada de su esposo. Conversaron alegremente, lo felicitaron y mostraron su admiración por la entrevista. Ya deseaba que estuviera con ellas en casa, para sentirse protegidas y seguras, pero aún le quedaban al jet por lo menos 13 horas de vuelo. El señor Clark le preguntó a su esposa por los resultados de los exámenes médicos que se hizo hacer dos días antes, debido a constantes mareos que venía padeciendo. La mujer aseguró que solo le detectaron una leve anemia, controlable con medicamentos.

Luego de hablar por largo rato, el doctor Clark puso fin a la llamada para tomar un descanso y dormir, pues los cambios en el horario le estaban pasando factura. Madres e hijas continuaron viendo la televisión. Las clases se habían suspendido por seguridad, y la señora Clark debió quedarse en casa a cuidar a sus hijas. No tenían nada más qué hacer, y la televisión las distraía y calmaba la ansiedad por la espera del padre de familia.

Seguidamente, el secretario general de la ONU, Bryan Johnson, acompañado del Comité Científico Consultivo de las Naciones Unidas, dio una rueda de prensa, para notificar la posición oficial del organismo ante los recientes eventos extraordinarios en el mundo. Aseguró que los gobiernos representados en la ONU estaban expectantes ante el evento, y estaban unidos para intentar hacer contacto con los ocupantes de la nave. Aprovechó la oportunidad para enviar un mensaje que esperaba fuera captado por la tecnología de ellos.

—Ocupantes de la nave que circunvala la Luna, somos pacíficos, queremos paz con ustedes. Seguramente tenemos muchas cosas que aprender los unos de los otros. La amenaza que nos han hecho no tiene razón de ser, no somos agresivos. Queremos las relaciones más cordiales que puedan darse. Estamos dispuestos a hacer todos los esfuerzos posibles para entendernos. Hablemos en paz. Les ruego, en nombre de todas las personas de este noble planeta, que hablemos y nos entendamos, por el bien de nuestras civilizaciones. No hay necesidad de agresión.

Luego de que el secretario de la ONU terminó su alocución, Boris Parker, el director del Comité Científico Consultivo de las Naciones Unidas, tomó la palabra. Destacó la tesis de que pudiera tratarse de extraterrestre valiéndose de la mitología religiosa humana para manipular, infundir miedo, y abonar el terreno para la invasión y conquista, muy similar a la estrategia seguida por la conquista española en los pueblos de Sur América en la época colonial. Señaló que incluso la mitología religiosa pudo haber tenido orígenes en la visita de extraterrestres haciéndose pasar por dioses en épocas milenarias. Cuando el doctor Clark oyó en la televisión de su teléfono móvil lo que dijo, lo tachó de plagiario, aunque también se enorgulleció por ser objeto de plagio de una de sus teorías. Parker señaló que a tres horas de haberse filtrado la existencia de la nave en la Luna, se había desatado una ola delitos de venganza y suicidios. Respaldo la tesis de que la existencia de Dios era un locus de control externo: la gente evitaba cometer delitos muchas veces por miedo a un castigo de Dios, y veían en Dios una esperanza, un sentido de vida, al desaparecer eso, desaparecía el medio de control social para las personas religiosas. Pidió a las personas mantener la calma mental y no desequilibrarse, a seguir respetando la ley. Finalmente informó que los científicos de diferentes países estaban haciendo los esfuerzos necesarios para usar la Luna como herramienta para comunicarse con la nave. En las próximas horas proyectarían un mensaje de paz en nombre de los habitantes del planeta Tierra.

La señora Clark sacó de su cartera el resultado de sus exámenes médicos, el papel rezaba: cáncer terminal. La voz de su mente hablaba para que sus hijas no la oyeran:

—¿Ahora a quien me aferro? ¿En qué deposito mis esperanzas? No hay nada después de la muerte. No volveré a ver a mis hijos, a mis padres, a mi esposo. La vida no puede terminar en la muerte. Debe haber algo más, por Di... os.

—¡Blasfemo, pecador! ¡Mundano! —Fueron las frases a gritos que madre e hijas oyeron a lo lejos, a través de la ventana.

—El señor Josías otra vez reprendido a David —comentó la joven Lisa—. No quisiera nunca visitar esa familia.

*******

En la casa de al lado, David lloraba a cantaros en un rincón, como gato acorralado por un perro feroz.

—¡Yavéh está iracundo por ti y por todos los judíos que no han respetado la Toráh, que la han mancillado! Su castigo es tu culpa y culpa de los mundanos que han traicionado nuestra condición de pueblo de Dios!

—¿Cuál Yavéh? ¿Acaso no viste el video? ¿El Dios todopoderoso viaja en una nave espacial? ¿No que es un Dios hecho espíritu? Esa nave luce muy real...

La pesada mano de Josías en la frágil mejilla del muchacho interrumpió su respuesta. La fuerza fue tal que lo arrojó contra el muro. De no haber puesto sus manos sobre la pared, su cara se hubiese estrellado contra ésta.

—¡¿Quién eres tú para cuestionar la forma de traslado de Dios?!

—Josías, ¡No! ¡Por Dios! Para esta barbarie.

—No voy a permitir que te ensañes contra mi nieto, anciano y todo, pero me debes obedecer —dijo el señor Joshua, el padre de Josías.

—Aún te puedo dar nalgadas —le espetó la señora Raquel, la padre del agresor.

—¡No se metan! David tiene que arrepentirse por renegar de su raza. Malagradecido. Dios nos concedió la gracia de elegirnos como pueblo, y tienes la arrogancia de rechazar tal privilegio. Irrespetas y traicionas a Dios.

—Los judíos ortodoxos fueron quienes irrespetaron a Dios, por haber crucificado a su hijo. Y aún tienen el descaro de no reconocer a Jesús como el mesías.

En Josías ardieron sus entrañas, y de ella se encendieron las ganas de poner las manos sobre el cuello de su hijo y apretar con todas sus fuerzas; pero en vez de eso, se quitó el cinturón, con mucha rapidez, y asestó un latigazo en el pecho del muchacho. David sintió su torso arder en llamas y se fue de rodillas

—Estos latigazos son como los que recibió Cristo por causa de fanáticos, locos como tú —jadeó en el piso, apoyado sobre sus manos.

—¡Te maldigo! —le gritó. Levantó la mano por todo lo alto, con el cinturón en ella. El cinturón iría con todas sus fuerzas, y a mitad de camino, su esposa y sus padres se lanzaron sobre el brazo y lo contuvieron. David aprovechó el momento para correr hasta la ventana, saltó por ella y huyó. Su padre corrió hasta la puerta, dispuesto a darle cacería.

David corrió unos metros por la acera, cuando iba frente a la casa de los Clark, alguien lo llamó.

—David, ven rápido —le susurró Lisa desde la puerta entreabierta de su hogar.

David no lo pensó dos veces y corrió hacia su salvadora. El muchacho entró a su refugio justo en el momento en que Josías salía cual fiera hambrienta fuera de su jaula. Dentro de la casa, el tembloroso muchacho lo vio pasar de largo, a través de la cortina del ventanal.

—Disculpa que te lo diga, pero tu papá es un loco.

—¡Lisa! —exclamó la señora Clark—. Ahórrate los juicios y opiniones en asuntos privados.

—¿Asuntos privados? Los gritos de ese loco los hizo público. Hasta los extraterrestres de la nave se enteraron. Desde aquí se oyó la bofetada.

La señora Clark notó la camiseta del chico rasgada por el latigazo, y a través de la rasgadura vio la piel enrojecida con asomos de sangre; además, en la mejilla tenía estampada las cinco marcas de la barbarie.

—Traeré hielo y una pomada para el ardor —dijo la señora Clark—, toma asiento en el sofá. La mujer fue a su habitación, mientras Lisa lo condujo a la cocina para darle agua.

—Quiero llamar a mis tíos, para avisarles, quiero ver si puedo quedarme con ellos hasta que se calme papá —comentó el joven—. Pero no recuerdo bien su número de celular, y dejé mi teléfono en casa.

—Aquí puedes quedarte mientras tanto —dijo Lisa.

Al darse cuenta que se quedaría en la casa de su amor platónico, ya no tuvo deseos de recordar el número de sus tíos.

*******

Para el capitán Taylor y Alex Thompson, su copiloto, el viaje se les hacía eterno, ansiosos, pero a la vez temerosos de llegar a su objetivo. Secretamente ambos deseaban que la enorme nave se fuera de allí antes de ellos llegar. Ya llevaban una hora de viaje, y el colosal aparato lucía un poco más grande ahora.

—NASA, aquí el transbordador Amanecer reportándose, seguimos en curso directo hacía el objetivo —habló Taylor por la radio—, tiempo de llegada, 4 horas. Cambio.

—Entendido, Amanecer, manténganos informados —le dijo una voz al otro lado de la señal radial, cambio y fuera.

Loise Taylor se reclinó en su asiento para relajarse hasta la próxima hora en que debía dar el siguiente reporte al Control de misiones de la NASA. Con el rabillo del ojo notó que Alex veía embelesado hacia el espacio infinito.

—¿Y qué te ha parecido tu primer vuelo al espacio? —le preguntó para iniciar una conversación "casual".

—Esto es por lo que he esperado toda mi vida —le respondió con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Ya le conté que cuando era niño jugaba a los astronautas? Le cortaba un rectángulo a la latas de avena y los usaba como casco, y el cohete era...un auto viejo y destartalado que había en un depósito de autos detrás de mi casa.

Taylor lamentó haber iniciado la conversación, ahora le contaría la misma historia que ya le había narrado muchas veces: lo pobre que era, que con esfuerzo logró sus sueño de ser astronauta, que de niño sus compañeros se burlaban de él y le decían que no lo lograría, y que se conformara con que su cabeza estuviese siempre en la Luna. Pero no quería interrumpirlo y cortar su emoción. En el fondo, el capitán sentía admiración por el muchacho. Y Taylor agradeció que por fin ocurriera algo que interrumpiera el repetido relato.

—¡Diablos! ¡¿Qué es eso?! —exclamó al ver un punto luminoso y parpadeante desprenderse de la nave—. Aumenta la visión del Hubbel.

Alex oprimió una tecla del tablero de control. Lo hizo repetidas veces hasta que en una pantalla, ubicada en el mismo tablero, la nave extraterrestre aumentaba de tamaño, así como también ese punto luminoso azul, el cual, vieron con claridad, se trataba de una llamarada que salía de la turbina de una especie de nave más pequeña, del tamaño de un autobús, metálica plateada con forma cilíndrica. Su superficie era irregular, bañada con protuberancias plateada, de formas cuadradas. El objeto se dirigía a la Tierra.

—¡NASA! ¿Ven lo que vemos? —preguntó Taylor.

—Afirmativo. No es un proyectil, parece... —ahora le hablaba Paul Hill, director de operaciones de las misiones en la NASA, desde la sala de control de misiones. Allí, junto con los empleados a cargo, veía en la gran pantalla del recinto todo lo que el telescopio Hubbel les transmitía.

—No lo es, parece una nave, una especie de módulo. Está viajando a 2 Match. A esa velocidad estará entrando a la atmosfera terrestre en poca más de una hora.

—¡Quiero el lugar dónde caerá, la proyección ya! —gritó Hill. La sala de control de misiones se volvió un caldero de adrenalina en ebullición, de personal yendo de un lado a otro, voces hablando al mismo tiempo y alarmas sonando.

A los dos segundos saltó de su asiento frente al radar un joven de anteojos y cabello relamido, a darle a Hill lo que pedía:

—¡Señor! Lo tengo. Si el objeto mantiene esa velocidad y la trayectoria, se estrellará en las coordenadas 32 grados, 33 minutos de latitud norte y 118 grados, 3 minutos de longitud este... dentro de una hora exactamente. No sabemos de qué metal está hecho, pero su impacto podría generar olas de gran tamaño, podrían llegar a la costa.

—Es la zona del cuadrante 3 —señaló Hill, casi sin aliento, la impresión del peligro lo había dejado sin aire—. Alerten al portaaviones Libertad y al submarino Asheville. Corren peligro. Avisen al gobernador de California.

Paul Hill había dejado abierta la comunicación con el transbordador Amanecer. A través del micrófono que llevaba en sus audífonos sobre su cabeza, el capitán Lois Taylor escuchó el lugar del impacto del objeto. Su corazón desbocado se alojó en su garganta. A su mente solo vino una imagen, y su voz interna la pronunció:

—"Valery".

Cuando usó la radio para llamar al portaaviones Libertad, solo escuchó estática, algo interfería con la señal.

*******

—¡Demonios! —exclamó el oficial Samuel Walsh luego de recibir un comunicado de la NASA. Se quitó los audífonos. La tripulación en el puente de mando del portaaviones Libertad se giró a verlo. Tenía los ojos casi desorbitados. Su piel morena ahora era pálida como el papel, y sus labios se habían resecado de un momento a otro.

—¿Qué ocurre, oficial Walsh? ¿La NASA ya le dio las coordenadas de impacto? —preguntó el capitán Ford.

Samuel Walsh se dispuso a responder con la boca completamente seca, sin una gota de saliva en su interior.

—32 grados, 33 minutos de latitud norte y 118 grados, 3 minutos de longitud este... dentro de una hora, señor. Viene a 2 match.

Los característicos ojos entrecerrados del capitán Ford se desbordaron.

—¡Maldición! —exclamó Ford—. Avise de la situación a toda la tripulación del portaaviones, destructores escoltas y submarinos de defensa. Que se preparen para el protocolo de impacto. Oficial Chang, ordene dar vuelta al portaaviones, a babor, a toda máquina, tal vez eso nos dé una oportunidad. Oficial Taylor, avise a los cazas, que estén listos para intentar derribar el objeto. Dependemos de ellos, la costa de California depende de ellos. Oficial Turner, la misma orden para los destructores escoltas.

Janice, Valery, Samuel, Harry, Víctor y Kim se vieron entre ellos durante apenas un segundo y luego se concentraron en cumplir las órdenes dadas por el capitán. Fue apenas una fugaz vista panorámica de rostros incrédulos sobre las probabilidades de salir con vida de aquel peligro. En una hora, con el objeto llegando más allá de la velocidad del sonido, y el portaaviones a toda máquina, era seguro que la onda del impacto los alcanzaría. Aunque pudieran alejarse de la zona de colisión directa, el choque del objeto con el agua levantaría un oleaje que podría volcar el portaaviones, de eso estaban claros. Valery no podía creer que no podría siquiera despedirse de su padre. Perdió años de felicidad con él, por su orgullo. Janice fue consciente de la posibilidad de no volver a sentir los besos y abrazos de Roger. Cuando Valery le comunicó la situación a los cazas, Roger, en solo un segundo, tuvo la sensación de soledad, de ser el único habitante del planeta; entonces, le informó por radio una decisión a Janice:

—A la mierda el cumplimiento del deber, llegaré en mi caza a sacarte de allí, vete ahora mismo a la cubierta. Espérame allí.

*******

Apenas la pequeña Amy entró por la puerta saltó a los brazos de Billy, quien venía de salir de una de las habitaciones. La acompañaba su tío Orson, un sesentón regordete de cabello y barba corta gris.

—¡Papá! —exclamó ya colgada del cuello del hombre de anteojos—. ¿Qué es lo que va a pasar ahora? ¿Dios nos va a matar a todos? Tú has sido un buen padre, el abuelo ha sido un buen abuelo, tío ha sido buen tío, y mamá ha sido buena mamá. Y yo soy obediente con ustedes. ¿Cómo puede castigar a todos por igual?

—No, nena, eso no ocurrirá. —El padre la levantó en brazos y besó, pero eso no calmó a la niña.

—El tráfico está hecho un infierno —comentó Orson con voz muy ronca, a la vez que colgaba su abrigo en el perchero—. Estuvimos una hora atascados, la ciudad está hecha un caos. Hay accidentes de vehículos por todos lados.

—Nena, en la cocina hay pastel de manzana, ¿qué tal si vas y comes un poco?

—Está bien.

Luego que la niña dejó la sala, el ceño de Billy se arrugó, y se mordió el labio inferior.

—Papá tiene un ataque depresivo más fuerte, nunca lo había visto así.

—¿Está en la habitación? —preguntó Orson, señalando a la puerta por la que Billy había salido antes.

—Sí, lleva horas llorando, desde que vio el video filtrado de la nave. Dijo que se siente engañado, y por fin reconoce que... lo que hizo a mamá estuvo mal. Lamentablemente lo reconoce por el hecho de que Dios no existe, y no porque reconozca que... ella merecía esa transfusión de sangre.

—Ya comenzó a pagar, el Karma siempre llega. No me alegro —aclaró, cuando vio que Billy abrió su boca para reclamarle el comentario—, pero, es necesario sentir que los errores se pagan, para que uno sienta que hay un poco de justicia en el mundo. Dale a beber licor y que se quede dormido.

—No tío, el psiquiatra dice que el alcohol puede empeorar su cuadro depresivo.

—Eso depende de qué licor le des, a mí la cerveza me hace llorar, pero el vinotinto me pone eufórico. Dale de probar varios, a ver cuál le funciona.

—No, tío, nadie le dará licor.

El tío Orson entró a la cocina. El teléfono sonó y Billy respondió. Se trataba de Nancy Spencer, llamando desde el avión presidencial para hablar con su hija. Luego de saludarlo de forma seca, el hombre llamó a la niña y la dejó conversando con su madre, y él se dispuso a desplegar un enorme papel sobre la mesa del comedor; un mapa astral. La niña se distrajo viendo a su papá trazando una carta astral. Al notarla dispersa, Nancy le preguntó lo que hacía, y ella le contó que veía a Billy haciendo una carta astral. A Nancy no le gustó saberlo. Luego de conversar un poco más con su hija, de asegurarle que Dios no castigaría a los buenos, y de que estaría con ella muy pronto, se despidió con ternura y le pidió que la pusiera al teléfono con Billy.

—Te pedí que no hicieras tus loqueras frente a la niña.

—A ver, ¿de qué loqueras hablas? —Él sabía a lo que se refería, pero quería escuchar que lo dijera de forma explícita, y así tener una clara excusa para discutir con ella.

—¡La carta astral! No creo que eso sea apto para niños. Le estás enseñando prácticamente brujería, y no es que crea que esas cosas funcionan, pero es charlatanería de gente sin educación.

—No puedo creer que tengamos de nuevo está discusión. Ya no estamos casados, no me puedes reclamar nada, respeta mi trabajo.

—Sí tu trabajo afecta a mí hija, claro que te lo reprocharé. No entiendo cómo es que, de ser un astrónomo reconocido, especialista en la NASA, graduado con honores de Harvard, pasaste a ser un astrólogo anónimo. Eras alguien.

—Yo entiendo que ese fue el motivo del divorcio. Bien, tengo que colgar, señora secretaria de comunicaciones del Presidente de EE.UU, Adiós.

Colgó la llamada y en el acto tuvo la sensación de una presencia detrás de él. Al girarse, tuvo de frente una cabeza de porcelana, a escala natural, de un hombre con cuatro caras de barbas blancas, cuatro brazos y una piel roja. Las manos sostenían un recipiente de agua. Billy se sobresaltó en un primer instante, pero de inmediato cayó en cuenta de lo que se trataba.

—Lo traje para protección e inspiración —dijo Orson con la estatuilla en sus manos.

—Pero no la dejes por ahí, no respondo por su seguridad y se rompe. ¿En verdad te iniciaste en el hinduismo?

—¿Por qué no? Tiene un sistema de creencias altamente moral y práctico.

—Me aterra la idea de que un mutante de cuatro cabezas pueda ser nuestro Dios, aunque ya vimos que no.

—Oye, respeta mis creencias, así como yo respeto tus... mapas, estrellas, constelaciones y desdoblamientos astrales.

Orson se retiró a una de las habitaciones.

Un hombre de unos sesenta años, en bata, despeinado y con barba de varios días, salió de otra habitación. Billy lo vio y le pareció tan deprimente y desaliñado. Sus ojos estaban llorosos. Se fue a sentar en el sofá frente a Billy. En sus manos llevaba un portarretrato que conservaba la fotografía de una mujer de cincuenta años, sonriente, de cabello lacio muy bien cuidado.

—Quiero ver a Lucy —gimoteó el hombre en bata y empezó a llorar—, le quiero pedir perdón.

Billy se desesperó, una soga de angustia le apretaba el cuello.

*******

La doctora Lucy veía en Internet un artículo sobre la mortaja de Turín, aquel sudario con la imagen difuminada de un hombre, que según la tradición cristiana, habría sido la mortaja que cubrió a Jesús luego de su crucifixión. Leyó un extracto del texto en voz alta para tener mejor concentración:

—Por décadas la sociedad científica ha querido obtener muestras de sangre del santo sudario, para un mejor estudio, pero la iglesia católica se ha negado, pues ello significaría cortar trozos de la tela, algo que se considera un sacrilegio. La Santa Sede solo dio permiso de cortar extremos de la tela que no toquen la imagen, para ser sometida en el pasado a la prueba del carbono 14. El hematólogo italiano Carlo Goldoni intentará de nuevo conversaciones con Francisco III para lograrlo.

–Esto debe servir de algo. Necesitamos ciencia –se dijo.

El teléfono sonó:

—Vi tú mensaje en mi teléfono, perdona, he estado muy ocupada —respondió la llamada.

—Solo quería saber si estabas bien, con todo esto que está pasando. ¿Por qué no vienes a quedarte a la casa?

—No creo que sea buena idea.

—Yo sí, me sentiría mejor si está la familia junta. Además, papá tiene una crisis muy fuerte de depresión —susurró la última frase—, le haría bien verte. Ahora es consciente que cometió un error con nuestra madre.

—¿Un error? Prácticamente la mató —la voz a gritos de Lucy eran perfectamente audible a través del auricular. Su padre los oía, detuvo sus gimoteos para oír mejor—. Él se la llevó para que no pudiéramos hacerle la transfusión de sangre que necesitaba, por esa maldita religión. Dice estar arrepentido porque ahora piensa que Dios no existe, y que por lo tanto, ese asesinato no tuvo sentido. No puedo perdonarlo, que se conforme con tu perdón. Si llego a verlo de nuevo, voy a decir la verdad a las autoridades, la verdad de lo que ocurrió, solo me detiene el maldito vínculo de sangre con él, pero si vuelvo a verlo....

La doctora colgó el auricular. Billy se giró para ver a su padre, pero ya no estaba en el sofá. Una corriente de aire helado lo abrazó y sacudió. Se filtraba a través de las ondulantes cortinas de la ventana abierta. Con el peor presentimiento estrujándole el pecho, corrió hacia ella. Apenas se asomó sintió el vértigo por la altura del piso veinte. Abajo, al fondo, las calles, autos y personas del tamaño de hormigas, y a su derecha, a diez metros de distancia, su padre, de pie sobre la cornisa.

—Lo lamento, creí que hacía la correcto —lloriqueó el padre, para entonces con su vista totalmente nublada por las lágrimas.

—Papá, no te muevas... por favor.

—Creí que era voluntad de Dios si moría o no, que la transfusión era falta de fe, creí más en Dios, en un milagro, que en la medicina...

Billy giró a su izquierda al oír un grito, un hombre se lanzó desde el piso quince del edificio del frente, luego de gritar: ¡Dios!

—Papá, no lo hagas, yo te quiero, te necesito —suplicó Billy, con los nervios desechos.

El hombre alzó sus manos, como queriendo tocar las nubes. Levantó su cara y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Dio un paso al frente, justo en el momento en que Amy se asomaba a la ventana para ver lo que ocurría. Padre e hija vieron a su padre y abuelo precipitarse al vacío. Luego de ver al hombre estrellarse contra el pavimento, la niña lanzó un grito que le congeló la sangre a Billy. La pequeña se desmayó.

*******

Ignorante de lo que había ocurrido a su padre, hacía apenas unos segundos, Lucy lloró por la discusión con su hermano que le hizo revivir la muerte de su madre. Dejó su teléfono celular sobre la mesa y corrió fuera del laboratorio, pero su tristeza corrió con ella, montada en su espalda y hombros. Camino a paso acelerado por los pasillos, con la cabeza gacha para que sus colegas del laboratorio no notaran su llanto contenido y ojos llorosos. Abrió la puerta del final del pasillo, la oficina del doctor Azkul, y se detuvo al escuchar una conversación comprometedora:

—Fuiste cómplice en los ataques terroristas de Parque Central, colaboraste con la Alianza Oriental. Tuve que callar porque eres mi hermano, pero maldigo ese vínculo de sangre, por ese vínculo me hice tu cómplice —susurraba, y aun así Lucy le entendió muy bien.

—Alá está iracundo por traidores como tú, pero pronto nos hará justicia en solo pocas horas —le gritó Abdel por telefono—, escupiendo mientras hablaba, con espasmos—. ¡Blasfemo! El hombre no viene del mono como los científicos dicen, son creados por Alá. Le lames la suela a Occidente, vendiste la lealtad por Alá por dinero sucio de Occidente.

Azkul colgó la llamada, se giró y descubrió a Lucy en la puerta entreabierta.

—Lucy... yo... —dijo, avergonzado—, me puedes entregar a las autoridades si quieres, pero es mi hermano.

—¡Qué irónica es la vida! Yo también mentí a la justicia para que alguien de mi familia no fuese a prisión.

—Tengo un hermano terrorista, y otro hermano que está en prisión por ladrón, mi padre muerto, ¿cómo se vive así? —dijo el doctor, ya con la voz quebrada.

Lucy caminó al encuentro del doctor y se abrazaron, intentaron darse las fuerzas que ninguno de los dos tenía.

*******

El portón de La Prisión Estatal de San Quintín, ubicada al noroeste de la bahía de San Francisco en California, se abría esa mañana para permitir la salida de otro reo que alcanzaba su libertad. Un hombre moreno de unos veinticinco años salió por ella. Un oficial de la policía lo acompañaba.

—Trata de portarte bien, Benjamín —le recomendó el oficial Richard—. Ahórranos el malestar de verte de nuevo.

—Aún no entiendo qué pasó, ¿por qué me liberan antes? —se preguntó, con una mueca en la cara y rascándose la cabeza—. ¿No será un truco para dispararme por la espalda y decir que escapé? Lo he visto en las películas.

—¡Qué te importa el motivo! Lárgate.

—Dímelo, es una anécdota que quisiera contar algún día a mis nietos —Benjamín le dio una palmada en la parte media de la espalda.

—Estás libre porque en las últimas horas se ha desatado una ola de crímenes, principalmente asesinatos, por toda la ciudad. Las celdas de las estaciones de policía se han abarrotado, y están enviando delincuentes a las correccionales, directamente. A aquellos reos que les falte menos de un año para cumplir su sentencia, y ya hayan cumplido el 90% del tiempo de la misma, serán liberados para que hagan espacio a los nuevos delincuentes. Y ya vete, no me quites el tiempo.

—Eres mejor maestro explicando las cosas que ese celador. Mira, no fue justo lo que me hicieron. Soy cleptómano, no robo porque quiero hacerlo, es una necesidad como beber agua o respirar, pero eso a nadie le importó porque soy árabe. Les era más fácil enviarme a la cárcel que con un psiquiatra.

El oficial se dio la vuelta y entró por el portón.

—Viejo, ya que fuiste muy bueno conmigo, te la devuelvo. —Y Benjamín le mostró al oficial la billetera que segundos antes había tenido en su bolsillo trasero. El oficial se tocó los glúteos y luego observó alelado a Richard—. Para que veas que no soy un ladrón de verdad, solo me produce adrenalina hacerlo, y ya.

—Eres un payaso. Cuídate y suerte —El oficial tomó su billetera y cerró el portón. Afuera quedó Benjamín, se dio la vuelta y caminó algunos pasos hasta llegar a la avenida frente a la penitenciaria. Allí se detuvo para pensar.

—¿Y ahora? ¿A cuál de mis dos hermanos mayores iré a ver, Azkul el malo o Abdel el bueno?

Respiró la frescura del aire. Tuvo muchas ganas de ir a la costa para ver el océano, aprovechando la cercanía de la prisión con la costa del pacífico. Cuando dio un paso, sobre su hombro derecho cayó una carga de excremento de paloma.

—Solo falta que me caiga encima la nave extraterrestre —comentó, tratando de limpiarse con una hoja de árbol que había recogido.

Algo retumbó en el cielo, como cientos de truenos y explosiones de pólvora al mismo tiempo. Benjamín levantó la cara en el mismo momento que el resto de personas lo hizo en la calle. Una bola de fuego azul del tamaño de un autobús surcaba el cielo, dejando una estela de humo del mismo color. La idea de un ataque extraterrestre fue el primer pensamiento de todos los que vieron el fenómeno en ese instante. La bola de fuego iba en trayectoria directa al océano Pacífico, cerca la costa Oeste de EE.UU.

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