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❄ 8 ❄

Empezó a pensar un millón de cosas al tiempo que llenaba el registro. Bueno, claro que Ramiro tenía todo para poder ser el chico misterioso. Al final del día, Lorenzo tan solo había sido una sospecha, pero... ¡vamos! El bastón de caramelo era demasiado. El destino no podía jugarle tan chueco, ¿cierto?

Lorenzo se fue con su aire de galantería por el pasillo, cruzándose sin querer con el botones. Aquel tan solo le sonrió amablemente, para después voltear a ver a su amiga confundido.

—¿Qué es esto que estoy viendo? —Llegó al escritorio para admirar el bastón de caramelo que tenía a un lado—. Si me dices que te lo dió, te juro que empezaré a creer que le pagaste a todos para actuar esto.

—Me lo dio otro chico, alguien de la lista —explicó ella levantando el bastón—. ¡Me dio un bastón de caramelo! Pero llega él y se registra... ¿estoy enloqueciendo?

—Quizá hicimos una lista muy larga, podríamos recortarla para que no empieces a imaginar cómo serían tus bisnietos con cada huésped del hotel.

—¡No hago eso! —soltó respondiendo la sonrisa de Brandon, antes de extenderle el bastón—. Guárdamelo también, mismo trato.

—La última vez que revisé mi contrato, no decía nada sobre ser una bodega, pero está bien. En la noche nos vemos para recortar la lista. Le diré a Gino.

—Yo me colaré a la clase de baile.

Aquello fue soltado como cualquier declaración, pero después de procesarlo, Brandon movió sus orejas para ver si estaban funcionando correctamente.

—¿Cómo dices?

—Es que si los veo y...

—¿Si sabes que todos te conocen, cierto? No podrías fingir que eres una huésped.

—No, yo sé. No entraré como participante del taller. Inventaré algo para estar —aseguró la chica con confianza.

El joven acomodó su uniforme y comenzó a caminar en dirección opuesta a la recepción.

—No me meteré... solo espero nos cuentes todo más tarde. Clara, no te metas en problemas, ¿bueno?

La rubia le sonrió y ambos se despidieron. No era una tarea fácil, pero el destino le había indicado a dos sospechosos al mismo tiempo. Necesitaba estar segura de la persona seleccionada, y para ello era absolutamente necesario observar cómo se comportaban por un tiempo más largo.

Poco a poco, la imaginación y las ganas de llevar a cabo su plan, le permitieron concretar una idea. Necesitaba a su otro amigo, así que esperó hasta que la comida buffet terminara, para pedirle que se acercara al escritorio.

—Gino, necesito que me cubras un momento en la recepción, ¿tienes tiempo? —preguntó entre susurros, mientras el chico se quitaba su gorro de duende.

—Lo que sea que me mantenga lejos de la cocina, me hace feliz —soltó mientras se asomaba al escritorio—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

—No mucho, quiero decir, las verdaderas labores las haré más tarde. Solo tiene que quedarse alguien aquí por si algún huésped viene a preguntar algo, o si un despistado quiere hospedarse.

—Bien... ¿y tú a dónde irás? —preguntó percatándose de ese detalle.

—Es algo del "equipo notas", pero tienes que esperar hasta más tarde. Brandon, tú y yo nos reuniremos después de la cena.

—¡Qué emocionante! —dijo el chico dando un saltito—. ¡Es como en tus historias, Clara!

La chica sonrió, mirando hacia el pino de Navidad. Era como si la estrella le sonriera, sabiendo su deseo, leyendo justo en el corazón.

—Sí lo es —corroboró, regalándole un gesto de pura alegría.

El sonido del piano estaba llenando el pasillo del salón. Todas las ideas de los talleres habían emocionado a Michelle, en cuanto fueron planteadas por Claudine. Ahora, era precisamente su prima, la que había llegado en la mañana, congelada hasta el último pensamiento, para poder impartir la mayoría de talleres. Por supuesto que aquellos no buscaban convertir a los huéspedes en expertos de cada materia, sino divertirlos, dándoles una excelente opción para pasar el rato.

Clara respiró profundo, al tiempo que levantó el portapapeles que había traído del escritorio. Abrió la puerta con sumo cuidado. Quería ser lo más discreta posible, porque no estaba tan segura de su coartada; sin embargo, al rechinido de aquella puerta, un montón de miradas aterrizaron en la recepcionista. El pianista también se detuvo, así que no tuvo más opción que terminar de pasar al salón, mientras la sangre se volvía a acumular en sus mejillas.

—Hola —saludó sin más remedio a todo el salón. Entre ellos, alcanzó a percibir la mirada confundida de Ramiro y el gesto suspicaz de Lorenzo.

—Hola, ¿necesita algo, señorita? ¿Vino al taller? Lo siento, es que ya marqué asistencia en todos los registros —expresó la prima de Claudine con una voz imponente.

—No, no, no... yo trabajo aquí. Soy la recepcionista —explicó ella saludando a los presentes, como si se tratara de alguna celebridad.

La profesora se quedó un momento esperando alguna otra explicación de su presencia, pero al no recibirla, observó a todos confundida y después regresó a la rubia.

—¿Puedo ayudarla en algo? ¿Estamos haciendo mucho ruido?

—Oh, oh, no, para nada —respondió al fin—. Es que yo... vine a verificar algunas cosas del árbol de Navidad. Es que tiene que ver con la fiesta de los empleados. Pero ustedes sigan, sigan.

No faltaron las miradas curiosas, pero la mayoría de los asistentes regresó su mirada hacia la profesora. El pianista volvió a lo suyo y Clara se dirigió hacia el árbol de Navidad que había acomodado Brandon.

De vez en cuando volteaba hacia el grupo, porque quería cumplir su misión inicial, admirar el comportamiento de ambos. Aquello no iba tan bien, en realidad ambos estaban demasiado concentrados en las instrucciones. Un suave vals navideño que se resumía en una coreografía dispuesta de manera que fuera fácil de recordar.

Clara contaba regalos y anotaba en las hojas la cuenta que llevaba, como si aquello fuera a tener alguna utilidad. Y sintió que su tiempo y esfuerzo de planeación había sido tirado absolutamente a la basura, hasta que una voz la alcanzó al final de la clase.

—Me parece maravilloso que les vayan a regalar cosas tan grandes —señaló Lorenzo al tiempo que admiraba el enorme regalo a su lado.

La chica se levantó de un solo movimiento y también dirigió la vista al regalo.

—Sí, la última vez yo me gané una licuadora. Espero esta vez sea una de este tamaño —bromeó tontamente al tiempo que se arrepentía de haber dicho tal cosa.

—Espero te diviertas en tu fiesta... Clara.

El chico se fue, dejando una estela de misterio. Detrás de él, Ramiro se despidió con la cabeza. Si lo pensaba bien, este último tan solo le había regalado el bastón, ¿cierto? 

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