Vigesimotercer Asalto 2️⃣3️⃣
Hugo se encamina a la mesa de Rudolf, y hasta que no veo que le hace sentar junto a él no respiro tranquila. Jürgen cumplió su parte del trato y habló con su padre. Él escuchará la propuesta del bufete Quirós sin parecer que yo estoy por detrás.
—Sí que tiene que estar desesperado, no ha perdido el tiempo, ¿eh?
Y a continuación es Jürgen el que se sienta frente a mí en la silla de Hugo.
De las personas que más odio en la vida, él ostenta el honor de ser el primero. No es ningún mérito puesto que solo detesto a dos personas. Rivaliza en igualdad de fatiga, picores y puñales por la espalda con Marta Quirós.
De esto no hablamos nada. No debió haber venido a incordiarme.
—Cuando consiga lo que necesita de tu padre, nos vamos. Cuanto menos tiempo estemos juntos, tú y yo, mejor.
—¿Y esto acaba aquí, o es el principio de tu chantaje?
Al parecer en ambas mesas se hablará en alemán y se propondrán negocios. Con la diferencia de que en la mía yo soy la que manda, la que no se dejará intimidar ya, y la que, si Jürgen me enfada mucho, hablaré con su padre para dejarlo en evidencia.
—Termina aquí… por ahora. Ya estaremos en contacto cuando te necesite de nuevo.
Disfruto dándole dramatismo a mis palabras, más por la cara que pone Jürgen que por el mensaje en sí. Ojalá y nunca tenga que volver a llamarle. Ni muerta lo hago más.
—No dejará de ser humillante para mí cada vez que me pidas algo —se queja con la mandíbula apretada.
Uy, ese gesto es nuevo para mí, como siempre fue tan falso conmigo nunca le vi una mala cara parecida, ¡y yo qué pensaba que era porque me amaba!
No puedo hacer nada que deje a Hugo, o a mi padre, en evidencia con Rudolf. Nada de golpes, nada de arrojarle este maravilloso tempranillo de reserva que prefiero beber. Siempre odié la educación del Ducado.
—Te equivocas, capullo —digo al levantarme de la mesa—. Humillante es que te persiga la prensa cuando te dejan a menos de un mes de la boda, mientras especulan con el porqué del abandono. Es encender la televisión y que en todos los programas se hable de tu familia, tu herencia o el título que heredarás, mediante burlas y cotilleos. Es, que todos se sientan con derecho a hacer bromas sobre ti sin que nadie lo pueda parar. Pero sobre todo, es denigrante tener que abandonar tu país y ocultarte para dejar de oír o ver todo eso. No, Jürgen, no. Y por más que te haga chantaje, jamás pasarás por la misma ofensa que pasé yo.
—No vas a poder olvidarlo nunca, ¿verdad?
—Pues mira, no creo. Sobre todo cada vez que abráis un nuevo hotel con el que fue parte de mi dinero. Porque encima te las apañaste para robarme.
—No voy a consentir que digas…
—Tú me vas a dejar decir lo yo que quiera —digo sin levantar demasiado la voz como estoy deseando hacer—. O esa misma prensa que me avergonzó va a enterarse de la verdad, diez años después. Creo que ya te lo dije esta mañana.
Me voy del restaurante sin esperar a Hugo, si no me marcho, puedo llegar a tirar la mesa sin consideración alguna y darle una patada en toda la boca a Jürgen. Pero con mi suerte, habrá periodistas alemanes cubriendo la inauguración de su reciente hotel, y no estaría bonito que la heredera del ducado de Baverburgo saliese en una foto cargándose al multimillonario Jürgen Wegener, con el pasado que arrastramos juntos.
Ya en la calle no tengo que esperar demasiado. Hugo está conmigo en menos de veinte minutos.
—¿Qué tal ha ido todo? —Su escasa sonrisa no es muy alentadora.
—¿No te lo imaginas?
Sonrío, quiero que me lo diga él.
—Tienes la firma.
—Sí, y quiero irme de aquí cuanto antes —me dice al dirigirse hacia el aparcamiento, no ha permitido ni que le abrace para felicitarlo.
Paso por alto su escasez de palabras, sus modos ariscos. Los nervios habrán acabado con él y aún estará pensando en su conversación con Rudolf. Yo puedo esperar para que me lo cuente.
Subo al coche cuando él saca un paquete del maletero para ponerlo en el asiento trasero. Envuelto con ese papel y ese enorme lazo no puede ser otra cosa que su regalo de reyes. Sonrío, no me imaginé que a solo unos días de estar juntos Hugo pensase en mí de esa manera.
El camino lo hacemos en el más absoluto silencio por su poca disposición a mirarme siquiera. ¿Dónde quedaron sus ganas de hablar “luego”?, no entiendo qué le ocurre.
Creía que al llegar al barrio Hugo aparcaría para irnos a comer, después de todo no hemos podido hacerlo. Pero me equivoco, no lo haremos porque él ni se baja del coche.
—¿No vienes?, aún no hemos comido.
—No, lo siento. Tengo que irme a casa. Wegener quiere una propuesta más detallada y tengo que llevársela mañana antes del mediodía —dice al tiempo que yo me agacho para verlo por la ventanilla. En cambio él no deja de mirar hacia delante.
Me quedo un poco tirada. Comprendo que su prioridad ahora mismo sea la firma de Rudolf, por la que tanto ha luchado, pero al menos pudo decírmelo cuando aún estaba dentro del coche y darme un beso de despedida, ¿no?
—Lo entiendo, ¿te llegas esta noche?
—Estaré con mis padres, les dije lo del despido y quiero darles la noticia de Wegener.
—¿Entonces mañana?
¿Qué está pasando? Tenemos que hablar, no puedo demorarlo por más tiempo.
—No te prometo nada. Y toma, se me olvidaba darte esto —dice dándome el regalo por la ventanilla—. Quizás te parezca poca cosa, pero feliz día de Reyes.
Y es cuando arranca y mete primera, quemando llantas, para irse sin dejar que le dijera antes que lo llamaré por teléfono.
Idiota. Idiota. Idiota. Golpeo el volante con rabia cuando Paola ya no puede verme. ¿Por qué a mí? ¿Es que tengo un imán para este tipo de mujeres? Dos veces que he bajado la guardia, que me he enamorado, en la vida, y dos veces que me he pegado la hostia madre de todas las hostias.
Con Ana me justificaba la inexperiencia, la inmadurez y la polla siempre cachonda de los veinte años, con Paola no tengo excusa, son ya treinta y cuatro tacos y una larga trayectoria con ese tipo de mujeres que me dejan la polla satisfecha, ¿cómo no la vi venir antes? ¿Jugó conmigo desde el principio, desde que me vio aquel día en el club con Bárbara?
Eso es, la fama que siempre quise entre las mujeres me ha alcanzado en el momento menos oportuno, cuando yo he bajado mis defensas con una de ellas.
Ana al menos tuvo la delicadeza de dejarme antes de convertirme en un títere de su dinero, pero Paola no, ella se atreve a solucionarme la vida a su antojo, ahí está, por sus cojones, como si yo fuera un inútil solo capaz de follar de puta madre. ¿Que yo no puedo ir a la montaña?, no importa ella me la trae y me pone a disposición un maldito ascensor para que no la tenga que escalar tampoco.
Sí, esa palabra me definirá perfectamente si me quedo a su lado. Un títere, un pelele, un monigote al que traer y llevar del brazo sin que se me permita hablar siquiera, porque ¿cómo va a contar con mi opinión toda una gran Duquesa de Alemania, si ha de tener todo un séquito de consejeros y asesores, e incluso de jodidos guía espirituales, a los que escuchar antes que a mí?
Será suficiente con que le cumpla en una cama, después de todo eso es lo que querrá de mí, como todas las de su clase.
Con Ana era un crío y tomé la peor de las decisiones. Como no era uno de “ellos” por la vía personal, por nombre de cuna, escogí la vía profesional, por nombre de fama. Y tuve que mentir, fingir o incluso venderme con alguna que otra mujer influyente para conseguirlo. Pero hoy que he descubierto que no volveré a ser ese hombre nunca más, no voy a caer en lo mismo con Paola. Ella podrá tener en propiedad medio país de Alemania, pero jamás me tendrá a mí.
No había terminado mi conversación con Wegener todavía, cuando estaba deseando correr a contarle a Paola que había conseguido su firma. Eso, y llevármela muy lejos, al barrio, para decirle cuánto la quiero de verdad.
El hombre me contaba lo que esperaba de nosotros en el bufete si nos íbamos a hacer cargo de sus bienes, cuando la vi a ella, en la otra punta del restaurante, alterada con el hombre que se había sentado a nuestra mesa.
En cuanto la vi levantarse, yo también me puse de pie.
Si ese estúpido la estaba molestando no esperaría a que ella le partiese la cara de una patada, yo la defendería. Pero entonces Wegener se volvió a ver lo que yo estaba mirando y sonrió.
—¿Sera cierto? No me puedo creer que esa chica sea mi niña Paola, está muy mayor y muy cambiada con ese pelo negro —dijo con el gesto sorprendido.
—¿Conoces a Paola? —pregunté yo siguiendo el consejo de ella hablándole de tú. Consejo que de seguro era una advertencia por conocerlo, precisamente.
—¿Y quién no sabe de Paola Neumann von Baverburg en mi país? Es la heredera del ducado de Johan II. Pero, míralos, se ven tan bien. —Y a lo que parecía su orden, volví a mirar a la pareja que discutía en la que era mi mesa—. Siempre hicieron muy buena pareja, lo que nunca entenderé es por qué mi hijo la dejó antes de la boda. Jürgen no hace más que darme disgustos.
Y fue cuando me di cuenta que el multimillonario Rudolf Wegener nombró un jodido lander alemán. ¿Por qué?
—¿Disculpe, ha dicho Baverburgo?
—Pues claro, ¿no le digo que es la heredera del Ducado de Johan von Baverburg?, aunque hace años que no vaya por allí y se empeñe en negarlo. ¿Habrá estado aquí todo este tiempo?
Miré mis manos, temblaban, de tener algo en ellas lo hubiera tirado al suelo. Estoy seguro que fue el temor de corroborar que esa nueva Paola podría hacer conmigo lo que quisiera desde su posición privilegiada.
—Pero dejemos eso. Siéntate de nuevo, y termina de contarme tu proyecto, muchacho, me interesa mucho —me pidió un comprensivo Wegener con lástima, como si supiera que acababa de matar mis sentimientos.
Ni veinte minutos tardé.
Al reunirme con ella en la calle ya había visto en internet su historia con Jürgen Wegener. Una Paola más joven y rubia, casi adolescente, de cara inocente y semblante serio aparecía en las portadas de la prensa alemana de hace doce años mientras estudiaba en Suiza. Esa mujer no hubiera despertado ni una sola hormona de mi cuerpo, pero no podía decir lo mismo de la mujer que creí que es ahora.
Yo me había entregado sin reparo alguno a la Paola que trabajaba, que defendía su causa con un gimnasio en la ruina o con los chicos de un barrio obrero, a la Paola con sentido del humor y sonrisa pícara que se defendía de los ataques de Marta o de los míos propios sin emplear nunca un golpe por mucho que amenazara con hacerlo, y a la Paola excitada y ardiente que defendía su pasión por mis besos y caricias temblando en mis brazos.
Y estaba por ver si yo me podría defender de ella una vez que termináramos con este inicio de farsa.
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