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Vigesimocuarto Asalto 2️⃣4️⃣

Al día siguiente, y tras dormir en un hotel porque no quise que Paola, o su corte de empleados, me encontrara, no tengo ganas de aparecer por la oficina. Si en pocos días me iré de ella, ¿qué importa ya mi ausencia? Cruzo los dedos para que además Rafael me despida y pueda llevarme una buena indemnización, algo que me vendrá muy bien para empezar en solitario. Decirle adiós al bufete será el comienzo de mi proyecto personal.

     Mi madre se alegra de verme en esta mañana que me he cogido libre. Hacía mucho tiempo que no pisaba el bar a esta hora del almuerzo, creo que desde mis días de universidad, por eso se emociona tanto que deja las comandas de los clientes para darme a mí de comer. Sí, yo y mi estupidez de ir a restaurantes de más de tres tenedores en los últimos años.

     Me decido por la paella, y justo cuando mi padre me pone un vaso de tinto con limón, mi hermana, que dejaba su turno para comer también, se sienta frente a mí.

     —¿Por qué no llevas traje, Hugo? -
—Sin esperar mi respuesta, da una palmada como si hubiese tenido una iluminación divina al ver mis vaqueros y la sudadera—. ¿No me dirás que ya te han echado del trabajo?, ¿qué vas a hacer ahora?

     —Tendré que buscar local para mi propio bufete —digo mientras me llevo un trozo de pan a la boca.

     —No puedes hacer eso. Perdona si no estoy de acuerdo con tu novia. Eso es caro y...

     —No es mi novia —comento distraído para verme otra vez repitiendo algo de lo que ya estoy cansado, solo que mi hermana se refiere a Paola y no a Marta.

     —¿Ya la has cagado con ella? —Y al decirlo me suelta tremendo golpe en la cabeza que está a punto de hacerme rebotar el cerebro con el cráneo.

     Me llevo la mano a la cabeza para calmar el escozor. Enfadado. Otra vez parece que sea yo el gran hijo de puta que no quiere una relación porque ya ha exprimido todos los contactos que me pueda haber facilitado mi conquista, o porque ya busco a otra que me haga prosperar más rápido. Río por semejante ironía, en la vida se me acabará ese chollo con Paola, ¡si con solo decir su nombre, medio mundo, el petrolero incluido, se querrá hacer una foto con ella, y en compensación conmigo!

     —Pues no, tía lista —le digo al tiempo que saco mi móvil y busco Baverburgo en Google—. ¿Te acuerdas de Ana y su maldito dinero?, ¿de su papi forrado y todo lo que ese hombre pensaba de mí solo por ser becado? Pues la que la ha cagado esta vez ha sido Paola y no yo.

     Mi hermana se queda con la boca abierta cuando le pongo la pantalla del teléfono en la cara, y así sé que Paola despierta en ella el mismo temor que en mí, porque se le cae el tenedor de la mano.

     —Y ahora quiero comer en paz. Quiero seguir con mi vida en paz.


Hugo no vino al gimnasio anoche como ya era costumbre en nosotros, y le eché la culpa a Rudolf.

     A alguien se la tengo que echar, porque a punto de hacer veinticuatro horas sin verlo, y sin que él me haya llamado o contestado mis llamadas y mensajes, cruzo los dedos para que la firma del contrato lo tenga trabajando en la documentación de sol a sol y que su ausencia no sea por mí.

     Cuando ayer entré al gimnasio, después de que se fuera en el coche, lo primero que hice tras cerrar la puerta, a toda prisa, fue abrir su regalo. Al ver lo que contenía la caja me llevé las manos a la boca. No supe si reír o llorar. Reír, porque me gustó mucho, porque era un chándal nuevo, de hombre, junto a la reserva de una habitación de hotel, de cama doble, para cinco noches en Bangkok, el quince de marzo. O llorar, porque Hugo no estuvo conmigo para dármelos y decirme él en persona que quería acompañarme, porque eso significaba que al menos durante dos meses más querría seguir nuestra relación.

     Pero ahora ya no sé qué pensar.

     Porque mi verdadero presentimiento, firma de Rudolf aparte, es bien distinto. Hugo no quiere verme y yo no entiendo por qué tiene esa actitud tan fría y lejana conmigo desde que salimos del restaurante.

     Sin otra alternativa, quedarme en el gimnasio a esperar a que a él se le antoje verme no es una opción, he venido al bufete. Sola, Viktor me arrancaría la cabeza por haberle impedido darme un informe de Hugo, y yo aún no sé si la que quiere arrancar una cabeza soy yo.

Ramón me sonríe, me deja pasar.

     —Lo siento, Paola, pero Hugo no está aquí, tenía una reunión en el hotel Wegener esta tarde y no vendrá.

     —¿Qué haces tú aquí? Vete y no me obligues a echarte.

     Abro los ojos al oírla. Ramón asiente sin palabras frente a mí. Está claro que detrás tengo a Marta.

     Me giro para decírselo.

     —Vengo a ver a Hugo.

     —Así que ya ha desaparecido —dice riendo—, mucho ha tardado. Se habrá cansado de hacer una obra de caridad contigo.

     Miro a Ramón que, al igual que yo, no entiende de qué habla Marta.

     Ella se acerca a mí olvidando el asco que me tiene y me dice al oído:

     —¿No me digas que no lo sabes?

     —No. —Y me da rabia admitirlo. Porque eso significa que ella conoce a Hugo más que yo.

     —Si no tienes dinero para comprar su tiempo, no hay polvos, encanto.

     Y se aleja riendo para meterse en un despacho.

     Ramón me empuja para que vaya tras ella y le pregunte por lo que me ha querido decir. Por cosas como esta adoraré a Ramón siempre. En cuanto pueda lo contrato en casa de mi padre, no lo dejo aquí para que esa malcriada lo explote.

     Corro tras ella. Marta todavía no ha cerrado la puerta de su despacho cuando me escabullo dentro también.

     —Explícame eso.

     —¿Y yo soy la tonta de las dos? —pregunta dándome la cara

      —¡¡Que me expliques eso, joder!! —grito para hacerme entender yo.

     —Ilusa. Hugo se prostituye. Lo que no entiendo es lo que ha despertado su interés por ti porque el sexo ya se lo damos las demás, contigo no será muy diferente. En cambio... —Me mira de arriba abajo—... no te veo yo a ti con mucho dinero ni nada de valor que pueda llamar su atención.

     Una firma multimillonaria, eso es lo que le he dado a cambio. Favor por favor, y un te quiero que me costó la firma de Rudolf Wegener.

     Un dolor agudo me come las entrañas y hace aflorar mi rabia. No por lo que él pudiera haber hecho con las demás mujeres, yo no soy nadie para cuestionar su pasado, sino por lo que me ha hecho a mí en concreto, en el presente.

     Me ha utilizado como Jürgen hiciera una vez.

     Respiro con calma, nada de partir cosas para consolarme, ni nada de llorar. Nada de nada, como el vacío que me deja en el estómago mi nuevo descubrimiento de Hugo.

     Él supo quién era yo desde el principio y apuesto que fue por verme en el club aquel día. Claro, seguro que averiguó quien me dejó pasar.

     —Mira —dice Marta mientras escribe en un papel, sin respetar mi silencio—, con otras no he tenido esta consideración, ellas sí eran rivales para mí. Pero haré mi obra de caridad hoy yo también.

     Me acerca el papel como si me estuviese haciendo un favor, y si no fuera porque me muero de ganas por leerlo, se lo hacía tragar.

     —La dirección de sus padres. Allí descubrirás lo que quieras saber de él. Sé que de mí no lo creerías nunca.

     Que no esté tan segura. De no tener dinero, tal vez no lo hiciera. Pero como algún día heredaré hasta un castillo, sí, sí que la creo. Hugo nunca se enamoró de mí.

     Ramón me ve salir corriendo y me sigue para detenerme. Ya en la calle, a punto de parar un taxi para que me lleve a descubrir la verdad de Hugo, Ramón me abraza. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que le empapo la camisa.

     A su pregunta por lo ocurrido con Marta, yo solo puedo pedirle que me lleve a la dirección que le enseño. No se lo piensa dos veces y va a por el coche del bufete. Creo que de esta lo despiden.

     —Debes hablar con Hugo, Paola, no creas nada de lo que te haya dicho Marta, es un lianta. Y se ha encaprichado de él, todos lo saben—insistie Ramón aún sin tener ni idea de nuestra conversación en el despacho. "Lo siento, Ramón, tu lealtad hacia Hugo esta vez no está probada".

     Lo miro por el espejo retrovisor, yo viajo en el asiento trasero.

     Tengo claro que no es mi chófer, pero si hoy vuelvo a ser Paola de Baverburgo a la fuerza, no me merezco menos. Levanto la barbilla, el llanto ya me hace bastante ridícula.

     —Dime una cosa, Ramón. —Me da miedo comprobar mi último presentimiento, pero aun así pregunto—. ¿Desde cuándo el bufete está en bancarrota?

     —Hace cuatro meses aproximadamente que se oyen rumores de cierre, por los pasillos.

     Ramón me mira achicando los ojos, intentando averiguar qué imagino.

     —¿Cuándo viste por primera vez el interés de Hugo por Marta?

     —Bueno... siempre han tenido algo, pero hace cuatro meses que no se despegan, desde el regreso de vacaciones. —Ramón se extraña de la coincidencia de fechas, yo no. Favor por favor que se paga en una cama. Marta tiene razón.

     —Gracias, es todo cuanto necesitaba saber —digo ya sin llanto que me corra por el rostro.

     La dirección de sus padres resulta ser la del bar, pero sin ánimo de irme, entro a preguntar por él. A Ramón le falta empujarme otra vez al interior, entra conmigo para que no lo haga sola.

     En el bar comienzan a servir los cafés de la sobremesa y encuentro un lugar tranquilo junto al almacén del fondo donde poder pedir uno. El olor es agradable, todavía se adivina la comida casera que me recuerda a la que Gretel hace en casa. Alguien pasa a mi lado con un café y estoy a punto de llorar otra vez al recordar los que hemos tomado Hugo y yo en las estúpidas terapias de desahogo. Hubiese estado bien comer aquí algún día con él, claro, que a lo mejor y cuando me vaya luego no querré volver a pisar este lugar en la vida.

      Y de nuevo tengo ganas de llorar. El hombre que cenó hace unos días conmigo, en el gimnasio, ya me estaba utilizando.

     Ramón dice de esperarme junto a la puerta, no quiere averiguar nada de cotilla que yo no le vaya a contar después. Me duele la cara de pena con la que me mira cuando deja que me siente sola, es la misma expresión que puso todo aquel que me conoció con Jürgen cuando decía quererme.

     No sé qué hacer, si esperar a que vengan a atenderme o ir hasta la barra a preguntar.

     —¿Qué va a tomar? —dice una mujer joven de pie, junto a mí. Su cara es bonita, y maldita sea, sus ojos marrones son demasiado parecidos a unos de color caramelo que tanto me gustan a mí—, ¿le ocurre algo?

     —¿Puedo hablar con Hugo Serra?

     —¿Por qué preguntas por mi hermano aquí?, ¿cómo sabes tú que este bar...? ¡Coño, eres la rubia, la alemana! La de Baver...

     Muchos años de levantar la cabeza, la barbilla y los hombros, ante tanta gente desconocida, dan sus frutos. Mamá, gracias por tu perseverancia de hacerme valorar.

     Sí, soy la duquesa heredera de...

     —Baverburgo —acabo yo misma por ella.

     Esta mujer sabe quién soy y solo hay una persona que haya podido decírselo. Hugo. Así me confirma que él lo supo siempre.

     —¿Y aún te atreves a venir por aquí, pedazo de puta?

     —¿Perdona?

     Me levanto de la silla, ¿qué se ha pensado?

     Nunca he querido un trato especial por ser duquesa, a las pruebas de mi elección de vida me remito, pero quiero que me traten al menos con educación y sin insultos, solo por ser Paola. Solo Paola.

     Ni hermana de Hugo ni nada, esta  mujer me pide perdón.

     —Dile al cerdo de tu hermano que no se le ocurra acercarse a mí o se las tendrá que ver con mi padre. Quedáis advertidos todos, tú y tu maldita familia de mediocres.

Bien, como diría Marta, polvo por firma. Se acabó. Estamos en paz. O yo quiero al menos estarlo, aunque que ya sé que no será de inmediato.

🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊

     Por la tarde suspendo todas las clases, necesito un entrenamiento a solas de los que te dejan agotada y dolorida a punto del llanto. Así no tendré otros motivos por los que llorar.

     El único que me acompaña es Bimbo, le gusta tumbarse en la colchoneta para verme golpear el saco, incluso a Viktor le he dado la tarde libre para que no me diera la lata con sus sermones por haber ido sola con Ramón a ver a Hugo.

     Del gimnasio no voy a salir ahora, así que le pedí que fuera a casa de mi padre a darle el parte de seguridad del día y me dejase tranquila. Fue algo más como: "deja que me machaque sola por imbécil, confiada e ilusa", y claro, él, obediente y leal, me dejó.

     Ya de noche, cuando apago las luces del gimnasio y pongo la alarma para irme a dormir, Hugo aparece.

     Golpea la puerta de cristales, a pique está de echarla abajo. Me encabrona. Encima lo que me falta ya es tener que pagar una puerta nueva por su culpa.

     —Vete o llamo a la policía —grito desde el interior.

     —Bien, llámala y le contamos que has amenazado a mi hermana. Porque de aquí no me muevo hasta decirte un par de cosas.

     Levanto una ceja y me cruzo de brazos. Mierda de gen educado en Baverburgo que no me deja ser violenta fuera de un ring.

     Hugo vuelve a gritar que abra la puerta, y solo por evitar el bochorno con los vecinos, que puedan llamar a la policía de verdad, lo hago, total, no me puede agredir sin salir mal parado. Con él jamás tiraré de nuevo la toalla.

     Abro la puerta y entro, Hugo la cierra y me sigue a la recepción sin mirar a Bimbo siquiera, que ya salta para saludarlo. Yo lo cojo en brazos, no va a sufrir su desprecio, conmigo bastará.

     Me paro junto al mostrador de Viktor, de aquí no pasa, así que puede empezar a explicar su visita.

     —No vuelvas a amenazar a mi familia. —Es todo cuanto dice.

     Me siento ofendida, y yo qué esperaba una disculpa por lo que me ha hecho.

     —Que no me insulte tu hermana a mí —contesto de igual modo, sin pedir perdón, acariciando la cabecita de Bimbo para que mis manos se controlen.

     —Pues no vengas a buscarme a mi casa.

     No saldremos de esta espiral absurda. Suelto a mi perro y le obligo a que se vaya al despacho, ahora necesito las manos libres.

     Así que Hugo quiere los puntos claros ¿no? Pues yo se los pondré sobre las íes.

     No te preocupes que no volveré hacerlo más.

     —Eso espero, porque ni siquiera tu padre con todo su ejército impedirá que te denuncie la siguiente vez. Estamos en España, y la ley me ampara aquí.

     —Deja a mi padre tranquilo.

     —Es que pensé que te defendías tú solita y no lo meterías en esto.

     —Y lo hago, imbécil, que no te quepa duda.

     —Claro, se me olvidaba que con dinero todo es más fácil, ¡duquesa!

     —¡Cállate!, no lo digas de esa manera. —Su grito de odio me llega tan profundo que alcanza en dimensiones al amor que le tengo

     —¿Y por qué no? ¿Acaso no lo eres? —dice con asco—. Mírate, dándome pena con un gimnasio arruinado y te sale el dinero por las orejas. Lo pedías en limosna para los niños del barrio y seguro que evades impuestos como todos los cabrones de tu puta clase.

     —Eso es mentira.

     —Por supuesto que eres una mentira, y yo me la he tragado enterita ¿no? Porque, ¿qué he sido yo para ti, una diversión?, ¿es eso lo que soy? —pregunta ahora riendo—. Seguro que te levantaste un día en tu enorme palacio y dijiste: voy a joder al imbécil de Hugo porque nuestras peleas ya me aburren. Pues te felicito, te ha salido muy bien, eso de joderme se te da de maravilla, en una cama sobre todo, te lo garantizo.

     Bien, verdades fuera, mierdas a la cara. Ahora me toca a mí. Su humillación, por mi golpe bajo.

     —Cualquiera diría que estás molesto por mi título cuando eres tú el que folla por dinero con mujeres como yo.

     A Hugo se le cambia el rostro, colores incluidos. Primero es el blanco sorpresa y pasa luego por el rosa vergüenza para acabar con el rojo ira. No puedo decir que lo sienta, se lo merece, porque yo estoy roja de mi propia ira desde que dejé el bar de sus padres.

     —¿Qué estás diciendo?

     —Lo que oyes. Que me he enterado por Marta de lo que haces con las mujeres influyentes, ¿cuál era mi valor, Hugo?, ¿la firma de Wegener?

     —No, eso no es verdad.

     —Claro, otra mentira más de las tuyas. ¿Y ese te quiero del restaurante fue igual de sincero que tú? —digo con burla.

     —Lo fue. Yo no sabía quién eras hasta que Wegener me lo contó en su mesa —dice muy sereno, y para ser sincera, eso mismo hace que a mí me coman los nervios—. Créeme. Porque de haberlo sabido no pierdo el tiempo contigo. Te garantizo que me hubieras dado la firma mucho antes.

     —No lo dudo, tú también eres muy bueno en la cama. Se nota tu experiencia.

     —Vaya, ya tardábamos en quitarnos las máscaras, duquesa.

     —Con la clase se nace, Casanova, no te equivoques. No necesito máscaras. Es imposible ocultar quiénes somos tras un traje de mil pavos.

      No tengo freno, con cada golpe me sobrepongo de los suyos, y con cada uno de ellos mi pena se evapora un poquito más. En cuanto le dé el ridículo regalo de Reyes que tengo para él, estaré recuperada.

     —Eso es todo lo que venía a decirte. Olvídate de mí porque no vas a mangonearme más —dice para marcharse.

     —¿A dónde vas? Creí que se termina cuando se acaba el dinero. No olvides que ya puedo pagarte lo que quieras.

     Lo siento pero no voy a dejar que se vaya sin lastimarlo más, y estoy lejos de él para levantar la pierna y dejarlo sin hombría.

     Hugo se detiene a tiempo de poder salir a la calle, me da la espalda. Por su silencio sé que medita la respuesta, una que me duela a mí mucho más de lo que yo le pueda seguir diciendo.

     —Pues Jürgen Wegener también te dejó, ¿no serás tú la del problema y no tu dinero? —dice mientras se gira para que le vea la cara de cabrón.

     Su frase me hiere, lo sabe, pero menos que su mirada que se me clava en el estómago matando lo que siento por él.

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