Vigésimo Asalto 2️⃣0️⃣
Viktor se acerca a mí, me toca el hombro. Estaba tan concentrada en mis preocupaciones que no oí que me llamaba. Y no se trata del campeonato y los entrenamientos, o las deudas y la gestión de mi prestamista, esos problemas por ahora están controlados y no requieren ni uno solo de mis pensamientos.
Todavía le doy vueltas a la noche que he pasado con Hugo y a su problema personal en el trabajo, ese que le absorbe a todas horas y que estuvo a punto de destruir lo que comenzamos.
Vale que al hablar de dinero, esta vez, no fuimos agresivos con el otro, pero tampoco logramos salir victoriosos de la conversación.
Porque yo no me atreví a decirle la verdad a Hugo de un pasado que todavía me duele, sabiendo ahora lo que él piensa de la gente con dinero, y él está dolido por alguna verdad del suyo que tampoco yo conozco, pero que intuyo es demoledora por su manera despectiva de hablar.
Viktor me pasa el teléfono.
—Hola —digo retirándome a mi despacho, no quiero que nadie me vea la cara de gilipollas que me deja una llamada de Hugo.
—No puedo verte hoy. Cuando he llegado al despacho todo era un caos. Mi jefe me manda a Frankfurt a por la dichosa firma en persona. Estaré fuera un par de días.
—Bueno, mira el lado positivo, se la vas a traer a ese cabrón. —Trato de animarlo.
Y sonrío, porque en medio de todo ese enredo en el que se ha convertido su vida laboral, Hugo tiene tiempo para pensar en mí, para llamarme y no dejarme tirada.
—Eso espero. Me apetecía mucho ir contigo a comprar los juguetes de los niños.
—Lo haremos cuando vuelvas, no te vas a librar de pagar los tres mil pavos.
—¿No eran dos mil novecientos?
—Tomaré los otros cien como disculpa por dejarme sola dos días.
Hugo se ríe a carcajadas, poniendo en funcionamiento lo que tengo en el estómago para darme esos jodidos sobresaltos desde ayer. Hoy podrían pasar por una plaga de langostas.
—Te llamo cuando llegue a Frankfurt.
—Espera, no cuelgues. ¿A qué hora te vas?
—En una hora salgo para el aeropuerto, ¿por qué?
—Quería decirte algo, pero no creo que me dé tiempo de llegar en el metro.
—Dímelo ahora.
—¿Y no verte la cara después? No importa, puedo esperar dos días.
—Te mando una foto, dímelo ya.
—Hoy no me valen fotos —digo riendo.
—Si algo tienes que saber de mí es que no se juega con mi curiosidad, Paola.
—¡Uy! Pobrecito… —finjo pena, riendo—. ¡Si lo hago por ti! Así estarás dos días comiéndote el coco y esa firma pasará a segundo lugar.
—Le pediré a Ramón que vaya a recogerte, no creo que le importe, parece que le caes bien. Te veo ahora.
—No hace falta…
La impaciencia de Hugo es mayor que mi velocidad de reacción y no puedo terminar de decirle que Viktor puede llevarme.
🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊
Voy camino del bufete en el asiento trasero del coche de Ramón. Me recojo el pelo húmedo, el hombre llegó a los veinte minutos de colgar el teléfono a Hugo y me pilló recién duchada.
A contrarreloj atravesamos la ciudad, seguidos de cerca por Viktor, al que veo por el cristal trasero. Ramón parece que se divierte, veo su sonrisa en el espejo retrovisor.
—Es la primera vez que hago esto —le digo yo—, no pienses que salgo corriendo siempre que me llama Hugo.
—Por supuesto que no—. Y de nuevo se ríe, y yo tengo la impresión de que no lo hace con burla sino porque le gusta la idea de ayudarme con Hugo.
Miro la hora, ya estamos cerca. Y agradezco que Ramón esté concentrado en el tráfico para que yo pueda calmar mis nervios.
En cuanto llegamos veo que Hugo espera en la acera junto al edificio de su oficina. Caminando de un lado a otro en menos de cinco metros, esquivando a todo aquel que se le cruza. Me da la impresión de no ser la única nerviosa de los dos.
No lleva uno de sus trajes, lo cual ya me sorprende. Y con esta versión deportiva de Hugo también me saltan cosas en el estómago, en las venas y hasta en la cabeza. Pantalón vaquero y sudadera Burberry de gorro, roja, bajo un abrigo negro de lana. Zapatillas Adidas, blancas, y paraguas en vez de sus inseparables gafas de sol.
Al verme bajar del coche, Hugo sonríe de modo que ilumina el día gris sobre mi cabeza. Mis piernas experimentan un temblor que me excita más allá de su unión.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—El suficiente. ¿Qué es eso que me tenías que decir? —pregunta sin poder ocultar esa curiosidad que desperté en él. Sonrío abiertamente.
—Nada, solo quería darte un beso de despedida que te haga regresar conmigo.
Pero más bien parece que fuera él quien quería un beso mío. Cierro los ojos al sentir la mano de Hugo en mi cuello. Y si no deja de meterme la lengua así, lamiendo con maestría mis labios, no tardaré en buscar un callejón.
Cuando me suelta, solo puedo sonreír. ¿Qué coño?, estoy súper feliz. Hugo me ha besado hasta dejarme sin sentido. Deseando estoy de que regrese ya conmigo. Los dos días se me harán interminables.
La veo salir del coche de Ramón y he de reconocer que me estremezco. Con el pelo mojado y recogido en un moño alto está más guapa todavía que con sus características trenzas de entrenamiento.
Y ha venido por mí, para besarme una última vez hasta mi vuelta. Eso es lo más excitante de esta despedida, que la veré a mi regreso.
Me gusta esta nueva sensación que no solo despierta el interior de mis pantalones, sino el de mi pecho. Hace tiempo que no la tenía, o más bien que yo no me permitía tenerla desde la ruptura con Ana.
Con Paola no tengo nada que temer, que ella no tenga dinero lo hace todo más real, más sincero. Ambos remaremos en la misma dirección sin ponerle trabas o metas al otro, todo será a medias, dejando que cada uno se supere solo en sus trabajos y sus aspiraciones, sin condicionarnos el ritmo de llegada al éxito.
Y ya es tarde para negarlo, soy suyo.
Tener a Paola en mis brazos mientras la beso, cuando estoy a punto de irme, hace que quiera quedarme a su lado y mandar el trabajo a la mierda. Pero no soy así de despiadado con mis compañeros. Necesitamos esa firma, y así tenga que presentarme en el domicilio de Wegener, en cuanto aterrice en Frankfurt, yo la traeré de vuelta.
—¿En serio tienes que irte? Hoy recogíamos a Bimbo.
—Lo sé, pero no puedo eludir mi responsabilidad, lo siento. Dale una galleta de mi parte. —Y así la hago sonreír, aunque finja no querer hacerlo con ese puchero de lástima.
Paola me mira muy seria, agarra el cuello de mi abrigo y me acerca a ella.
—No acepto esa disculpa, Casanova. Quédate conmigo.
Sonrío por su petición y aprieto su cuerpo contra el mío. Podría quedarme, por supuesto, pero resulta que me siento responsable, sin serlo, del bufete y de los puestos de trabajo que están a punto de perderse.
—No puedo, y créeme que me jode tener que irme. Pero mis compañeros me necesitan.
—¿Por qué eres tan bueno? Tendrías que ser el cabrón engreído y repelente que aparentas, al que todo le importa un carajo. Así te quedarías aquí.
Paola mueve sus caderas, se roza contra lo que ya es inevitable que siga creciendo en mí.
—Y tú no deberías ser tan jodidamente tentadora, excitante y caliente —le contesto acomodándola en mi pene—, porque así no hay quién se vaya.
—¿Y si te acompaño?, ¿no necesitas traductora de alemán?
Río a carcajadas.
—¡Qué más quisiera yo!
—Está bien. Veo que es inútil —dice resignada mientras se muerde el labio—, ¿echarás de menos mis besos?
Paola no me deja contestar, me besa de nuevo para que me incline por la respuesta afirmativa. Y no tiene por qué convencerme, desde que me he enterado que estaré dos días sin verla, he sabido que la echaré de menos. Sus besos incluidos.
Veo que Ramón sale del coche para avisarme. Tengo que darme prisa, si empieza a llover el tráfico se duplicará y eso sí que será jodido para llegar a tiempo al aeropuerto.
Paola se ha colgado de mi cuello, y yo, haciendo un esfuerzo sobrehumano, porque sigo duro, logro que me deje de besar.
Debo marcharme ya, tengo que coger a tiempo el condenado avión que me llevará a ver a Rudolf Wegener. ¿Qué más da ya que en menos de cinco minutos Marta baje del bufete para reunirse conmigo? Su compañía ya no es ningún problema.
Saco el móvil y le mando un mensaje a Paola, que ya se marcha en dirección a la estación de metro.
➡️ECHARÉ DE MENOS TUS BESOS PORQUE TE ECHARÉ DE MENOS A TI
El móvil suena. Me doy media vuelta, estaba dormida y pretendo continuar así. Ayer tuve un largo día de entrenamiento y necesito de este sueño reparador, me duelen músculos que al parecer tenía oxidados. Si además le sumamos la tarde de clases, porque faltó el entrenador de juveniles, pues imagínate. Para el arrastre.
Pero ¡el móvil sigue sonando a las seis de la mañana!
Y si no fuera porque se trata de Hugo le gritaba por teléfono hasta romperle el tímpano, ¡que hemos estado hablando hasta las dos de la madrugada, ¿qué querrá decirme ahora?!
—Me cago en la leche, Hugo ¿pero es que tú no duermes nunca? Voy a plantearme en serio bloquearte de madrugada.
—Por lo menos te pillo de buen humor —dice riendo. Quiero decirle que de buen humor me pone él, sea la hora que sea, cansada o no, pero su ego de Casanova ya es demasiado grande como para que yo se lo infle todavía más—. Es que no puedo dormir, pensando en ti.
—Vale, buena respuesta. Por ahora no te mataré.
Él también está presente en mis pensamientos, a todas horas, en cualquier lugar, haciéndome parecer una quinceañera soñando despierta. Pero es cierto que el entrenamiento me deja tan cansada que mis noches solo son para Morfeo, no admito a nadie más en mi cama.
—Y claro, como no puedes dormir por mi culpa, has dicho: despierto a Paola también y así me vengo de ella.
—No soy tan malo, mujer, es para darte una buena noticia.
Pego un bote de la cama. Mi cuello da un crujido y mis piernas tiemblan de cansancio. Mi cuerpo entero se ha quejado. Casi que lloro y todo por el dolor. Pero nada me impedirá disfrutar este momento con él. De su triunfo.
—¡¡Dios mío, Hugo, la tienes!! Tienes esa cita hoy por fin. —Bimbo ladra haciéndose partícipe de mi alegría.
—Qué más quisiera yo, luego te cuento. La buena noticia es que nos veremos hoy. Cojo el avión de las diez, no aguanto un minuto más aquí.
—Está bien, y quieres que vaya a buscarte al bufete, ¿no?
La sonrisita sigue en mi boca, por un segundo se había esfumado cuando Hugo me ha dicho que no había conseguido quedar con el hombre ese del contrato, pero está de vuelta en mis labios, haciéndome parecer tonta por no poder borrarla.
—¿Por qué no? Podríamos comer juntos antes de comprar los reyes para los niños. Hacen hamburguesas en el centro comercial, creo que se llama Mc Donald's o algo parecido.
—Para no comer comida basura te estás acostumbrando muy pronto, paladar de tres tenedores.
—Tú tienes la culpa con tus sándwiches. Mi madre va a matarme, tantos años de comida casera perdidos conmigo.
—Si no te mato yo antes. Recuerda que sigo despierta por tu culpa —le digo riendo como él.
Hugo cuelga, tiene que llegar al aeropuerto y quiere estar pronto. Yo meto a Bimbo en la cama para seguir durmiendo, sí, cuando pueda dejar de pensar que en unas horas lo veré otra vez.
🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊
Cuando dejo todo listo para que den mis clases de la tarde —no sé si estaré de vuelta para entonces—, le digo a Viktor que me lleve a reunirme con él.
—Creo que se me han adelantado —me dice levantando las cejas y señalando la puerta con los ojos. Me giro, extrañada por su actitud.
—Hola, Paola, ¿estás lista? te llevo al aeropuerto.
Arrugo el entrecejo mientras miro a Viktor.
—Te seguiré de cerca, no puedes decirle que no al pobre hombre, mira cómo sonríe.
Ramón me abre la puerta del gimnasio, riendo, y yo, que me encanta ver su sonrisa, le correspondo. Le doy un beso a Viktor en la mejilla y otro a Ramón, con el que después me subo al coche, delante, a su lado, esta vez atrás no me parece apropiado puesto que no es mi chófer.
—¿Por qué lo haces, Ramón? Hoy no era necesario, tenía quien me llevase.
—Sé que el señor Serra está interesado en usted.
—¿Y entre tus tareas del bufete está la de casamentero con Hugo?
—No. Pero si puedo hacer algo para separarlo de Marta Quirós, lo haré.
—No te entiendo. —De veras que no lo hago.
—Le debo mucho a ese hombre. Ha evitado en más de una ocasión que ella me despidiese. Esa niña malcriada cree que por mi edad no doy la imagen para su bufete. Él me arregló los papeles que me hacen fijo con sesenta años, y con un finiquito que ríete tú de la cláusula de un futbolista. Mi familia y yo le estaremos eternamente agradecidos.
El corazón me da un vuelco. La firma que necesita Hugo no solo lo dejará a él en el bufete, sino al resto de empleados, aparte del equipo de abogados, en los que no pensé hasta ahora. Ramón me habla de la señora de la limpieza o del muchacho de los repartos, a los que Hugo ayuda también desinteresadamente, a una con su exmarido y la pensión, al otro con sus papeles de extranjería. Empleos sin titulación alguna difíciles de conseguir en otro lugar con los tiempos que corren de crisis. Hugo me sorprende por su enorme corazón una vez más.
—Espera a que detenga el coche hoy —dice riendo—, no tenéis prisa en regresar, yo me llevo a la niñata de vuelta. Tenéis toda la tarde para vosotros, yo me encargo —me ofrece con un guiño de ojo cuando ya bajo del coche en el mismo aeropuerto.
¿Eso de la niñata a qué viene ahora?
No se lo puedo preguntar cuando ya se va para buscar aparcamiento. Me dirijo a llegadas y es cuando veo por mí misma la respuesta que Ramón no pudo darme.
Hugo sale por la puerta arrastrando su pequeña maleta con ruedas, y justo al lado, Marta, con un equipaje digno de Paris Hilton.
Hace días me hubiera sentido traicionada por el hombre que hoy me mira sonriendo, pero también hoy, lejos de querer liarme a patadas con todo a mi alrededor y hacer rodar cabezas huecas teñidas de rubio, precisamente, es la sonrisa de Hugo la que difumina cualquier resquicio de celos, paranoia y agresividad, que además alimenta con su resplandor a los saltamontes de mi estómago. El beso que me da nada más soltar la maleta en el suelo, para poder agarrarme del cuello y la cintura, también ayuda bastante, la verdad.
Un beso de dos días, con las ganas de dos días. De una vida entera que no sabía que necesitaba de él.
—Hola a ti también, Casanova —digo al despegarme de su cuerpo, aunque me sujete todavía la cintura.
No puedo decirle más, miro sus ojos, sonriendo, refugiada en su calor que tanto he echado de menos.
—¿Y todo era por esta mujer tan vulgar? —quiere saber Marta que, como siempre, me jode los acercamientos con Hugo—, ¡no has podido caer más bajo!
Supongo que se refiere a mí, mi aspecto es el de siempre. Chándal debajo de un abrigo y el pelo recogido en mis trenzas. Sin maquillaje.
Hugo pone los ojos en blanco y compruebo definitivamente lo mal que el pobre mío lo ha tenido que pasar en Frankfurt con ella.
—No pensé que viajaras con la inútil. —Hugo abre los ojos sorprendido, y no en concreto por dirigirme así a Marta delante de ella misma, sino por hacerlo en alemán.
—Lo siento, solo iba a trabajar, sabes que puedes confiar en mí —me contesta también evitando hacerlo en español.
Hemos descubierto que así podemos hablar sin que Marta meta su nariz operada en nuestra conversación.
—Lo sé —digo mientras le doy un beso fugaz—. Con semejante lapa a tu espalda no vas a prosperar nunca en ese bufete. Deberías pensar en dejarlo, en serio, y establecerte por tu cuenta.
—No me tientes que lo hago ahora mismo. Y de inútil nada, he caído en su trampa sin darme cuenta. Todo ha sido una mentira de su padre y de ella, la farsa de la firma y el viaje.
—¿Podemos hablarlo a solas? No deja de mirarnos y no tengo nada que echarle encima.
Su risa escandalosa y su nuevo beso hacen las delicias de todo aquel que pasa por nuestro lado, hasta nos aplauden. A mí me hace otra cosa, una mucho más líquida y caliente.
Nos alejamos de Marta sin que se haya enterado de nuestra conversación cuando Hugo coge su maleta con una mano y a mí, por la cintura, con la otra. Si llego a saber que besando a Hugo delante de ella me libro de tanta estupidez, lo hubiera hecho mucho antes. Creo que la misma noche de la celebración de Raúl, cuando ya no pude dejar de pensar en él.
Una hamburguesa doble y dos horas de risas después, seguimos en el centro comercial. Por nada del mundo me pierdo la tarde de compras que me espera con Paola.
La miro embobado mientras calcula la cantidad de chocolates que compraremos, al parecer no todo serán juguetes.
Me recuerda a mis propios regalos de reyes siendo yo un crío de siete años y de cómo deseaba aquel scalextric tan caro que mis padres no me pudieron comprar jamás. Sonrío. Me alegro de que esos niños tengan a Paola y su enorme corazón.
Me alegro de tenerla yo ahora.
Porque mi estancia en Frankfurt no ha hecho más que acrecentar mis ganas de estar con ella. La vergüenza por no alcanzar poder económico esta vez no podrá alejarme de la mujer que me trae loco. Paola tiene razón, el dinero no compra estos momentos especiales a su lado, y yo, sin que me sobre demasiado ese dinero, ya no tengo nada que temer si pierdo el curro.
Ella no me dejará como hizo Ana, que prefirió hacer caso a su padre.
Mi novia, la que tanto decía quererme, no esperó a ver en lo que yo podría haberme convertido por mi trabajo, por mi esfuerzo y dedicación. Se asustó y no quiso confiar en mí.
—Papá me ha dado un ultimátum. O tú o él, y yo no puedo esperar a que termines la carrera y tengas suerte en algún bufete de mala muerte, ¿qué será de mí?, ¿de qué viviríamos?—Fueron sus últimas palabras, agobiada por imaginarse viviendo en un piso de alquiler o encima del bar de mis padres como ocurre con mi hermana.
Yo seguí estudiando y ella optó por volver a casa de sus padres, donde nunca le faltaría de nada. Aquel día crucé los dedos para que le faltase el amor, pero supe que acabó comprándolo, como todo lo que quiso siempre, hace tres años ya. Se ha casado con un tío en Londres que podría ser su abuelo. La suerte del que tiene pasta, que no tiene edad, solo cuenta corriente.
Y una vez más la gran diferencia con Paola. Ella me anima a emprender mi andadura en solitario, solo confiando en mi trabajo y mis ganas, Ana se hubiera muerto del susto al saber que no tenía trabajo, por si no estrenaba nada de ropa para ir a tomar el brunch al club el mes siguiente.
—Mierda, no cabrán los balones en el carro —dice Paola, que pone otra muñeca en él—. Tendremos que ir a por otro, porque ahora llegan los libros y la ropa.
—¿No crees que te estás pasando un poco? Son tres mil pavos, no un cheque en blanco —recalco muerto de risa.
—Guárdame un secreto —susurra en mi oído— mi sueldo de este mes lo gastaré también en ellos.
Agarro su cintura para que no se aparte mucho y la beso como solo ella se merece, con mi total entrega. Paola abre sus labios para permitirme entrar en su boca, al tiempo que me abraza.
Y yo solo puedo pensar que ojalá me abra así de fácil su enorme corazón.
HAGAN SUS APUESTAS; ¿QUIÉN DARÁ EL GOLPE DEFINITIVO?⬇️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro