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Sexto Asalto6️⃣

Al fin una noche de chicas. No es que sean de mis preferidas, pero me da la oportunidad de esquivar a Christian una vez más y terminar de enfriar nuestra relación este fin de semana. No mentí a Hugo ayer, solo pretendo hacerlo sin que Christian salga herido. Y me está costando, no creas, porque cuanto más enamoramiento hay por su parte, también hay a más rechazo por la mía.

     Ruth,  que no ha querido quedarse sola en casa, un viernes por la tarde, mientras Jota está dando clases en la universidad, lo ha organizado todo para ir a tomar algo con la novia de Raúl. 

     —Mi chico saca un número nuevo, hoy —dice Martina cuando el camarero se va con el pedido.

     Raúl era diseñador gráfico en la agencia de publicidad de su padre, pero dejó ese gran puesto de trabajo para perseguir su sueño. Ser dibujante de cómics. Que además sean X lo hace más excitante y divertido, o eso nos cuenta él a dos meses de haber empezado su aventura laboral. 

     —Es increíble que tantos adultos lean cómic —comenta Ruth sonrojada.

     —Cariño, precisamente por eso, porque son para adultos. —Y Martina comienza a reír.

     —Yo aún no he visto el primero —confieso curiosa. 

     —¿Estás de coña? Salgo yo. Te lo enseño.

     No me da tiempo a reaccionar, cuando Martina saca su móvil. 

     Nos traen las bebidas, pero ella sigue buscando en la App el anterior número de la revista digital.

     Está claro que Ruth ya lo ha visto porque ni se inmuta, le da un trago a su cerveza, perdida en sus pensamientos. Como yo no aguanto sin verlo, le quito el teléfono a Martina de las manos. Y efectivamente. La heroína del cómic de Raúl, es su novia. 

     —Estoy pensando en su propuesta de ser yo la próxima —dice Ruth sin pestañear. 

     —Pues claro que sí,  cariño, no será como posar desnuda para él, no te preocupes. Raúl tiene la mente muy sucia, ya te ve así con Jota —intercede Martina por su novio, como si su respuesta fuera a convencer a Ruth. 

     —No me dejas más tranquila con eso, ¿sabes?

     —¿Y vas a decirle que sí? —le pregunto yo cuando asimilo las viñetas. Yo no sé si podría, y eso contando con que mi padre no se enterase antes.

     Por eso lo llaman cómic, es fantasía, esas posturas son imposibles de realizar. Giro el móvil mientras sigo riendo, a ver si desde otro ángulo averiguo si yo podría practicar semejantes posturas.

     Ruth nos sigue contando que además Jota está entusiasmado de verla así. Otro pervertido  —pienso sonriendo.

     Le devuelvo el móvil a Martina, que entonces dce:

     —Me parece que Raúl nos va a dibujar a todos, con o sin consentimiento, Ruth. Porque este del número de hoy se parece mucho a Hugo. 

      Ruth y yo no tiramos sobre ella, como buitres, para cogerle de nuevo el móvil. No sé los motivos que pueda tener mi amiga, pero sí los míos. Quiero verlo desnudo aunque sea de coña, porque no puedo olvidarme de él desde que lo viese en la piscina del club, hace ya semanas. Me estoy volviendo una obsesa de esos abdominales, y más desde que los toqué ayer en su despacho. Ruth seguro que lo hace solo para joderme, porque lo acaba cogiendo antes. 

     —No puede ser. 

     —¿El qué? 

     —Debe de estar exagerado. 

     —¿El qué? —repito a la nada. 

     Menudas amigas tengo que no me lo enseñan. Quiero verlo también. Y las dos se ríen sin hacerme partícipe. 

     —Pues yo digo que es él —asegura Martina—. Mira ese pelo castaño, engominado, y ese traje impecable. ¿A quién crees que conocemos así?

     —¿Y todo eso es suyo? —pregunta Ruth, haciendo reír más a Martina. 

     —¿El qué? —estoy a punto de gritar. 

     —Anda que vas a hablar de las gafas de sol, que siempre lleva, o del traje, como he hecho yo. Cochina. 

     —No será para tanto, es un cómic, ¿verdad?

     Ruth se ríe a carcajadas, Martina se tapa la boca de asombro y yo me doy al fin cuenta. 

     ¡Se trata del tamaño  de su pene! 

      Y ahí que me lo plantan en la cara. Para que no me queje más. 

     —Pero ¡cuánta hermosura sentada a una mesa! 

     ¡Coño, el Casanova! Nos ha pillado infraganti, y a mí precisamente con el móvil en los ojos. 

     Mira que hay bares en el centro, pues nada, nosotras a un bar de moda que está frente a los juzgados un viernes por la tarde, para que además pudiese venir Hugo a tomarse algo también,  ¡que trabaja aquí cerca, coño! De hecho, se sienta junto a mí sin haber sido invitado. 

     —¡Hugo! 

     Martina se pone demasiado nerviosa. Se va a delatar si no deja de toquetear el móvil para salir de la aplicación. 

     —Sí, el mismo. ¿Estáis bien? Porque tenéis a todo el bar pendiente vuestra. 

     —Solo nos reíamos de algo que ha dicho Paola. 

     Abro los ojos cuando Ruth me lanza la pelota llena de mierda. ¿Qué? No, yo no voy a cogerla, me pringaré. 

     Pero mi amiga me da una patada por debajo de la mesa para que lo haga. Y rápido. 

     Él me mira directamente a los ojos, interrogándome con los suyos. Me parecen preciosos. Pienso que en realidad son de color caramelo, sí, de esos que a la luz del sol se vuelven verdes. Mierda, otro detalle que añadir a mis sueños por las noches que ya de por sí son completitos. 

     Hugo apoya el mentón en su mano, y el codo en la mesa, para hacerme entender que me escuchará. Y yo, que  solo puedo pensar en hacer todas esas piruetas imposibles del cómic con él, sonrió como una boba.

     En cuanto pille a ese desgraciado de Raúl le parto uno a uno sus lápices y rotuladores. 

     Noto que Hugo mueve la mano delante de mi cara para llamar mi atención. 

     —Les decía a las chicas que me repelen los tíos con traje de chaqueta, que es ver a uno y comenzar a picarme el cuerpo de manera irracional. 

     Las caras de asombro de mis amigas dan paso a las sonrisas inocentes por salir airosas de la pillada. Yo suspiro, no puedo decir que sea de alivio también, sigo tan acalorada por la mala jugada de mi imaginación con Hugo que me estoy quemando del deseo por él. 

     Pero el trajeado en cuestión, no contento con mi respuesta, se acerca para hablarme al oído. 

     —Si eso es cierto,  ¿por qué yo sigo aquí a tu lado sin que te dé urticaria? ¿No será que empiezo a gustarte, un poquito?

     Un mucho, diría yo. 

     Este hombre es un buen contrincante y si me descuido  pronto me haré débil a su lado.   

     —No seas payaso —susurro para que las chicas no me oigan. 

     —Sí, payaso, pero más que hacerte reír, me gustaría hacerte gemir —dice Hugo sonriendo y destruyendo mis defensas por completo. 

     —Eso no pasará nunca. 

     —¿Estás segura? Ya ha pasado varias veces, y el último día casi lo terminamos si no es por tu maldito escrúpulo de la fidelidad. ¿Qué es lo que temes? 

     Hombre, pues tengo varias opciones que darle, la verdad. 

     No quiero que su sonrisa me impida ver su verdadera cara, o que su mirada me haga necesitarlo. Temo que tanta inteligencia anule mi propia razón coherente o que tanta simpatía acabe por perjudicarme. Que escoja él, porque yo no puedo.   

     Hugo no deja que le conteste, se acerca tanto a mi oído que noto el calor de sus labios mientras dice:

     —¿Temes que te bese de nuevo y que no podamos parar hoy? 

     El corazón se me va a salir del pecho.  También temo eso, se me olvidaba. Añade a su lista de encantos los besos que da y que tanto me gustan.

     —¿Qué hacéis?, ¿de qué habláis, con tanto secreto? —pregunta Ruth. 

     Y menos mal que Hugo la mira y se retira de mi oído, porque además de sus palabras, su aliento ha sido puro carbón para mis llamas internas. 

     —Le decía a Paola que hoy está especialmente guapa con ese chándal enorme de tío. 

     Mis amigas abren de nuevo los ojos, sorprendidas por el comentario. Yo no lo puedo llamar piropo cuando sé que pretende reírse de mí.

     —Gracias, Casanova. 

     —Así que no me extraña que desde la barra no dejen de mirarte —dice más molesto de lo que aparenta. 

    Martina y Ruth giran la cabeza hacia la barra, yo no. Mejor lo miro a él con cara de “hacérmelas pagar". 

     —Es cierto, Paola. Hay un hombre que no te quita ojo —dice Martina. 

     —No será a mí —le respondo sin dejar de mirar a Hugo. 

     —Yo creo que sí —concluye Ruth. 

     —Seguro que a él no le importa, no parece que tu chándal provoque urticaria. 

     No contento con su comentario, Hugo me guiña un ojo. El payaso se supera en cada frase. 

     —Tienes razón, Casanova. —Me bebo de un trago mi vaso y tomo prestado el de Martina—. Voy a comprobarlo. 

     Hugo ha querido ponerme en ridículo, bien, pues yo le demostraré que no me hace falta meterle el puño en la boca  para dejarlo callado. 

     Nunca necesité ninguna prenda en concreto para ligar con nadie, puedo con un chándal y todo. 

     Llego hasta la barra y sin medir mis actos le derramo la cerveza encima a mi presa en cuestión. 

     —Lo siento, que torpe soy. Lo siento mucho. —Y finjo sentirme apenada. 

     —No es nada, no te preocupes, encanto —dice el otro sonriendo. 

     Contengo las ganas de darle una hostia por llamarme encanto. La idea es que el tipo salga del bar conmigo, mansito, a mis pies, para que Hugo se trague las palabras sobre mi ropa. 

     —Te he puesto perdido. Dámela para que te la limpie, es lo menos que puedo hacer. 

     Y es cuando le saco la camisa de los pantalones, eso sí, rozando cada milímetro de piel que puedo a mi paso. 

     —Para,  no es necesario, no tengo nada que ponerme —contesta sorprendido de mi arrojo.  

     No me puede hacer esto, no parecía tan tímido cuando me miraba. 

     —Ten, ponte mi chándal. 

     Me quito la chaqueta, quedándome solo con la camiseta de tirantas. Mis pechos se ven ceñidos por el sujetador deportivo, pero aun así marco buena talla. El tío no tarda en mirarlos. Bingo. Después de eso tampoco tardará en seguirme. 

    —No importa, de verdad. 

    —Insisto. Hay una lavandería aquí cerca. Podemos esperar hasta que esté lista. 

     —¿Podemos? —pregunta con una sonrisa pícara. Bueno, al menos es guapo, no me costará encontrar el resto de su atractivo si no vuelve a llamarme encanto. 

     —Aunque si quieres, podríamos ir a cenar antes —propongo desesperada.

     No me hace falta mirar el reloj cuando el hombre llama al camarero para pagar, sé que no han pasado ni cinco minutos. Entonces, ¿por qué no estoy todo lo satisfecha que debería? Me voy con él y Hugo lo está viendo, ¿qué me pasa con tanto remilgo ahora? 

     —¿Vamos, encanto? —Y la caga guiñando un ojo como hizo Hugo antes. ¡Se le parece tanto! 

     Claro, que para una copia, me quedo mejor con el chulo original, que me gusta mucho más. 

     Le digo que salga del bar y me espere fuera, que voy a despedirme de mis amigas.

                                                           

Cuando he entrado al bar, después del trabajo, lo que menos esperaba era ver a mis amigas, y a Paola mucho menos tras haber pasado el día esperando como un niñato quejica  su llamada, esa que me anuncia que ha terminado con Christian.

     Sin acercarme a saludarlas, me he sentado a una mesa con mis compañeros del bufete, luego, ya no he podido seguir ninguna conversación. 

     Entre las risas de ellas, que tienen a todos pendientes en el bar, y las miradas cachondas que descubro en alguno de los tíos, alrededor mío, me encabrono. Por Martina y Ruth no es, más bien por Paola, solo por ella es que me hierve la sangre. 

     La hora feliz de hoy se me atraganta antes de empezar. 

     Me excuso con mis compañeros y me siento junto a ellas, acallando de repente sus risas. Algo no va bien, demasiado silencio extraño. Y encima Paola no puede disimular su cara roja de rabia. ¿Por qué eso me gusta tanto?, ¿por qué quiero sacarle todavía más los colores, y no precisamente por pelear? Lo próximo que quiero es ver esa venita de su frente que tan cachondo me pone. 

     He querido ponerla en un apuro con el tío que no dejaba de mirarla desde la barra, pero de nuevo  me vacila como hiciese el día del concierto. Con este tampoco me hace ni puta gracia verla cuando a mí me dejó tirado en el despacho diciendo que respetaba a Christian.

     Pego un bote en la silla cuando Paola se queda casi desnuda frente a él. Es tan impresionante como imaginaba, como mis sueños me revelan cada noche. 

     Su ropa enorme no debería esconder tanta belleza natural. 

     En menos de cinco minutos ella ya lo tiene comiendo de su mano, ¡valiente gilipollas!, dos tetas en la cara y así les va a algunos, que no necesitan de la carreta para que tiren de ellos a la hora de salir de un bar. 

     —Casanova, tenemos que hablar —me dice para que la siga a la salida.

     Yo, que todavía me recupero de la impresión por haberla visto ligarse así al tío ese, miro a Ruth y a Martina que tampoco salen de su asombro. 

     Paola me hace un gesto para que me levante deprisa y yo lo hago sin pararme a pensar que me lo ha ordenado, que no me lo ha pedido con educación y que la carreta ahora tira de mí.

     —¿Qué le has dicho? —quiero saber cuanto antes. Estoy a un paso de excitarme si le miro otra vez los pechos. 

     —Tú tienes la culpa de lo que ha pasado, así que tú tienes que quitármelo de encima, payaso. 

     —¿Qué? —Vuelvo a la realidad de sus insultos. 

     —Que ahora tienes que… 

      —Ya te he oído, sabes que eso requiere otro favor de tu parte, ¿verdad? 

     La tarde mejora por momentos. No solo he tenido ese acercamiento con Paola en la mesa, sino que ahora ella me pide que la rescate del baboso de su ligue. ¡Cómo lo voy a disfrutar! 

     Paola se muerde la lengua, —tal como suena—, y la nariz se le ensancha de manera que solo me falta oír su bufido. ¡Está tan guapa con esa venita de su frente! 

     Y yo como una puta regadera si la veo mona con ella, ¿es que no recuerdo lo que esa vena provoca? 

     —Lo que quieras. 

     —Un beso.

     Ella, más cabreada, si cabe aún, mira la puerta por la que puede aparecer ese tío. 

     —Está bien. ¿Puedes ayudarme o no? —me interrumpe, nerviosa.

      —Te ayudo solo porque te ves desesperada, no porque quiera besarte, que conste.

     Paola me mira con los ojos abiertos. 

     —Saborea el momento, Casanova, porque cuando esto termine volveré a ser la misma contigo. Te despellejaré vivo. 

     —Y yo que lo estoy deseando —le digo abriendo las puertas abatibles. Tengo que empujarla para que salga del bar, la pobre se resiste—. Finge que te vas con él.

     —Pero… 

     —Hazlo. 

     No muy convencida, acaba por hacer lo que le pido, confiando en mí.

     —¡Paola, no puedes irte! —grito a unos pasos de la pareja. 

     —¿Ah, no?, ¿y eso por qué? 

     Ella se  ha girado al oírme. Todo es parte de mi plan y lo hace sonriendo. 

     —Porque tienes que tomarte la medicación. 

     No sé cómo ha salido eso por mi boca, pero surte efecto. Paola viene hacia mí enfadada. 

     —Pero ¿qué coño estás diciendo? ¿Ese es tu maravilloso plan?, ¿hacerme pasar por loca? —pregunta  muerta de vergüenza porque el otro se pueda enterar. 

     —¿Qué pensabas, que iba a decir que estás conmigo? Ni en tus mejores sueños. 

     —¿Pasa algo? —dice el tío acercándose a nosotros. 

     —Sí, sí que pasa. Este capullo me está molestando.

    Tengo la impresión de que Paola ya no quiere mi ayuda y que se irá con el tipo este. 

     Y una mierda.

     —¿Ya estás con tus confusiones? Paola, debes tomar tu medicina para la cabeza y regresar conmigo. 

     —Casanova..., que te estás… pasando. 

     —¿Ves como no estás bien? Soy, yo, Hugo, tu doctor. No sé quién es Casanova. 

     Paola se tapa la cara con rabia. 

     —¿Por qué no la dejas en paz? 

     El tío, que nos mira alternativamente, aún no sabe a quién de los dos creer. Yo le daré el alegato final que lo decante por mí, es mi especialidad. 

     —¿Acaso piensas que se va contigo en su sano juicio? ¿No te dice nada su chándal?, es su ropa del centro psiquiátrico, joder. ¿O piensas que es muy normal vestir así para salir de copas un viernes por la noche? Sus amigas me llamaron.

    —Yo te mato, Casanova —amenaza ella con su famosa vena palpitando ya en la frente. ¡Tan bonita que es!

     “Vamos, Hugo, deja la puta vena y a lo que ibas, remátalo” 

     —Ya, y ahora me dirás que es normal ese instinto asesino que tiene ¿no? —hago ver al tío que ya da un paso atrás, con la cara blanca. 

     —¿A dónde vas tú? 

     Perfecto, ella lo coge del brazo y eso lo acojona del todo. 

    —Tú  estate tranquilita, encanto. Escucha a tu doctor que él sabe lo que hace —dice, quitándose su mano de encima—. Yo ya me voy, he recordado que tengo algo importante que hacer. 

     Y así es cómo veo el récord Guinness de cien metros lisos. 

      Estoy todavía riéndome de ver al tío corriendo, cuando Paola me agarra de la camisa a la altura del pecho. 

     —Tú eres el que está como una puta cabra. 

     —Pues tu amigo no piensa igual. Y creo que después de todo no le ha gustado tu chándal —digo levantando las cejas varias veces, riendo. 

     —No era mi amigo. Y deja de meterte conmigo o con mi ropa.

     Me pega un empujón para volver a entrar al bar. 

     —Paola… —la llamo para retenerla. 

     —Olvida que vaya a besarte, Casanova. 

     —No lo dije en serio. Y por cierto, cuando Christian no te satisfaga y necesites un polvo en condiciones, no te aventures en un bar, es peligroso. Llámame a mí, puedo presentarte a alguien de confianza. 

     Paola entra al bar sin decirme más nada, cuando yo me quedo pensando en lo que le he dicho. Y una mierda le presento yo a nadie. Paola no folla si de mi depende, así tenga que quitarles a los tíos de encima como acaba de ocurrir. 

     Lástima que todavía me quede por eliminar a Christian.

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