Séptimo Asalto7️⃣
Lo que menos me apetece es salir con los colegas. Yo necesito quedar con una tía que me haga olvidar las ganas que le tengo a Paola, porque no lo consigo desde que la viera ligarse al baboso ese del bar, ayer.
Pero no he podido escabullirme de estos, juega mi equipo y sería raro no verlo con ellos en el bar un sábado por la noche, tomando algo. Así que no me queda más remedio que esperar para acabar la noche acompañado, el partido solo dura noventa minutos.
—Me gusta este sitio, es muy vintage —dice Alma al llegar con Dani y sentarse en una de las sillas libres. Esto de la noche de tíos parece que pasó a la historia desde que se echaron novias.
Jota, Raúl, Martina y yo llevamos diez minutos, y una cerveza, esperándolos, solo falta Ruth, que tiene que estudiar sus oposiciones.
—Me lo recomendó Paola —comenta Jota, mientras le da un trago a su cerveza—, que por cierto, ahí llega.
Miro hacia la puerta, maldiciendo la encerrona de parejas en la que me encuentro, y a punto estoy de atragantarme.
No es más que un pantalón vaquero y la camiseta de mi equipo, de lo más normal del mundo un día de partido. Lo malo es que los lleva puestos Paola y para mi locura definitiva, el conjunto deportivo le queda de escándalo esta vez. Grande o no, me pone Paola a con esos colores, ¿o debería de empezar a decir que me pone ella y que hasta con un saco de patatas la vería ya atractiva en mi subconsciente?
Paola me mira y yo le devuelvo la mirada al sentarse. E intuyo que ese será el único intercambio visual entre nosotros el resto de la noche.
Media hora después no puedo creer que me sienta todavía inseguro e incómodo por la presencia de Paola, por esa boca del demonio que de nuevo saboreo en mi recuerdo.
Estoy enfadado, mira que trato de no sentirme atraído por ella, pero me es imposible. Desde que despierto, hasta que la veo en mis sueños al dormir, esa mujer está en mi puta cabeza. Lo único que me queda ya como esperanza para expulsarla de mis pensamientos es imaginarla follando con Christian, pero resulta que ni en mi propia imaginación la quiero cerca de ese tío.
Cuando falta todavía media hora para despedirme, sin que se note demasiado mi huida, mis ojos dan con los de una mujer pelirroja en la barra. Vaya, ojos negros, grandes y encendidos de deseo que no me dicen esta vez gran cosa, porque no son los suyos, los únicos que me gustan ya. Azules, rasgados, y que de poder echar fuego para carbonizarme, tras cada pelea que tenemos, lo harían.
Pero no voy a ponerme meticuloso, tengo libido que alimentar y cerraré yo los míos cuando la pelirroja esté en mis brazos.
Ella, con un guiño, me levanta de la silla como un resorte.
—Ya me diréis cómo termina vuestra noche, chavales. Nos vemos otro día, el deber me llama.
—Tú como siempre, pensando en mojar el churro —dice Dani riendo al ver a la pelirroja de la barra.
Le doy una palmadita en la espalda, riendo. Hasta hace pocos meses él pensaba en lo mismo.
—No es mi culpa si este magnetismo que tengo las atrae de esa manera.
—Hablando de magnetismo, un día aparecerá tu polo opuesto y te pagarás la hostia de tu vida. —El profesor de matemáticas ha hablado. Me río a carcajadas de Jota y su comparación física.
—Pero hasta que eso ocurra, colega, te prometo ir de cama en cama para que el golpe no me duela tanto.
Levanto un dedo para callar lo que fuera a decirme Raúl, la pelirroja lleva tiempo esperándome y no quiero tardar. Él me deja ver las palmas de sus manos en alto como defensa, pero no por eso se calla, puedo oírlo decir, entre el bullicio del bar:
—¿Sabes qué? Me gustará ver a la afortunada que se queda con tus pelotas en la mano.
¡Mierda! ¡y yo que de nuevo vuelvo a pensar en Paola!
Menudo desperdicio de día, lo poquito que he conseguido olvidar a Hugo, se va a la mierda en menos de noventa minutos.
Cuando he aceptado venir a ver el partido con los chicos lo he hecho con todas las consecuencias, y la posibilidad de verlo era una de ellas. No me juzgues, no me puedo resistir a él, recuerda que el cabrón sigue adueñándose de mis sentidos.
Y mira que he intentado por todos los medios de no mirarlo, no olerlo y no tocarlo. Ya lo de no oírlo ha sido imposible, sobre todo cuando ha estado bromeando con los tíos sobre la pelirroja de la barra, esa mujer que parece que quiere ir a conocer ahora.
Sin pensarlo me levanto. Bueno, no, lo he pensado en cuanto he visto que esa mujer, que acariciaba la pierna de Hugo descaradamente a la altura de su miembro, lo hizo para ir al baño.
Voy tras ella. Si le cuento una pequeña mentirijilla me alegrará el resto de la noche, hoy le hago pagar a Hugo su rechazo de ayer, no me da la gana que lo consiga esa mujer cuando yo no hago más que desear sus besos. No puedo olvidar cada caricia de su lengua, cada mordida de sus dientes, cada suspiro de sus labios.
Cada uno de los míos como respuesta.
¡Puto beso que no me dio ayer!
La pelirroja me mira al verme apoyada en el lavabo, de brazos cruzados, esperando a que ella saliera del servicio privado.
—Así que hoy te toca a ti ¿no? —Ataco sin darle tregua, ni me molesto en presentarme
—Perdona, ¿nos conocemos?
—No. Solo vengo a prevenirte. Ten cuidado con Hugo esta noche, porque yo aún espero el resultado de mis análisis. Y no son de embarazo, no sé si me entiendes.
Después de eso no tengo que seguir mintiendo, la mujer se ve inteligente y lo ha pillado al instante. De pronto parece tener mucha prisa.
Salgo tras ella y me dispongo a presenciar el show de la barra.
Al llegar a Hugo, este le sonríe mientras paga la cuenta. Yo sí que sonrío, pero con maldad, acabaré con su noche en cuestión de segundos.
Y nada más largarse la mujer, con pasos acelerados, Hugo me mira furioso.
Uy, me tenía que haber sentado y disimular. Seguro que sabe que fui yo quien le habló a su amiga de su “recién contraída” enfermedad venérea.
Viene en mi dirección y sin decirme nada me hace salir del bar. En este momento marcan un gol, así que ninguno de estos se da cuenta, como siempre.
Puedo quitármelo de encima con alguna llave de principiante y volver adentro sin despeinarme siquiera, eso no me supone mayor problema. El problema es que no quiero deshacerme de su enfurecido agarre porque sé que el beso que viene después es de lo mejor.
Ya en la calle, Hugo me grita:
—¡¡Quiero que dejes de entrometerte en mi vida!!
—¡Cuando tú dejes de hacerlo en la mía! —digo más por irritarlo que por desearlo de verdad.
—¡¡No quieres nada conmigo, pero tampoco te apartas de mí, ¿en qué quedamos?!!
—Pero tú bien que te apartas de mí. cuando dices que quieres algo conmigo, ¿no?
—¡¡Estás con Christian, joder!, ¡no me das esa oportunidad!!
—¡Es que no entiendo para qué quieres la mía si te sobran con las de otras!, ¡no voy a convertirme en una más de tus conquistas!
Ya está, ya me ha hecho decirlo. Me ha ganado. Esa es mi debilidad con él y la he dejado al descubierto como una auténtica inexperta en lucha.
Hugo me sujeta por la nuca, pegando peligrosamente su boca a la mía. Y digo peligrosamente porque el pobre no sabe lo que está haciendo, acabará por lamentarlo.
Levanto la rodilla, y ya casi toco su entrepierna cuando él habla de nuevo:
—Voy a demostrarte que solo me importas tú, Paola, que desde aquel primer beso entre nosotros te has adueñado de mí, ¿quién es el que conquista a quién ahora? —dice en un susurro que eriza mi piel, licúa mis entrañas y a continuación moja mis bragas.
Su confesión me coge desprevenida hasta el punto de hacerme pegar un salto para engancharme a su cintura con mis piernas, eso sí, mientras lo beso, desesperada. La lengua de Hugo se abre paso entre mis labios y yo la recibo absorbiendo los suyos.
Hugo camina a ciegas conmigo en brazos, él tampoco deja de besarme. Logra sentarme en el capó de un coche que da al callejón trasero del bar.
Paramos un segundo para respirar, asfixiados, y nos miramos a los ojos antes de un nuevo beso. Uno más intenso, más carnal y con un único fin: devorarnos vivos.
Nos damos incluso mordiscos que dejan claro que ninguno cederá el mando al otro.
Si yo beso, él chupa.
Si yo lo muerdo salvajemente, él me besa con ternura.
Si yo abro las piernas y le obligo a restregarme su polla, Hugo responde echándose hacia atrás. Si es él quién se lanza a tocarme los pechos, yo le aparto las manos con tremendo bofetón en ellas. Está claro que nunca nos pondremos de acuerdo.
—Paola, hay un problema en el gimnasio.
La voz de Viktor, en alemán, me sobresalta, me hace tomar consciencia de lo que estaba a punto de hacer. Dejar expuesta mi intimidad en público perjudicando al Ducado.
Aparto a Hugo asustada de mi propia imprudencia, él no se opone y se retira de mí. Tiene la boca hinchada de mis muerdos, el pelo revuelto por mis manos y la polla dura con tanto roce que me ha dado. Comprendo de inmediato lo que piensa Viktor. Yo no tendré mejor aspecto. Me pongo bien la camiseta, me abrocho el pantalón, que no sé si podrá disimular mi humedad, y me bajo del capó del coche.
—Gracias por venir a avisarme, Viktor.
—De nada. Jota me dijo dónde encontraros. ¿Quieres que te lleve en el coche?
No es una verdadera pregunta, me está ordenando que suba tan pronto como me despida de Hugo, puesto que él camina ya hacia el automóvil.
—Espero que no sea de importancia. Y si es algo legal, ya sabes que puedes contar conmigo —comenta Hugo sonriendo.
—Gracias, Casanova.
Hugo reacciona a mi guiño de ojo cogiéndome la mano para retenerme, pero no solo hace eso, pasa varias veces su dedo pulgar por el dorso de ella. Yo lo miro sonriendo, encantada con su delicada caricia.
—¿Qué harás mañana en Navidad?
—Cenar, desayunar y almorzar con mi familia. Solo espero que mi centro de gravedad no varíe demasiado en esos dos días o tendré que hacer runnig en vez de taekwondo.
—Te entiendo, para mi madre nunca es suficiente —dice riendo—. ¿Nos vemos el lunes si no sufrimos una indigestión?
—¿Es una cita, Casanova?
—¿Qué? No… es para ver que sigues viva.
—Viva y en forma, ¿no?
A mis palabras, ambos miramos el cuerpo del otro. Una sonrisa se nos escapa entre los dientes que muerden nuestros respectivos labios. ¿Estamos coqueteando después de habernos metido mano? Está claro que con Hugo todo lo hago del revés.
Y el claxon del coche de Viktor hace que me mueva.
—Estaré en el gimnasio, ven cuando quieras. —Cierro su boca con un beso rápido para despedirme.
Tras recuperar mi mano de la suya, salgo corriendo para entrar al coche de un muy molesto, enfadado y gruñón Viktor. No me importa, dejo que me grite, que me diga que no debería dejarme ver así en la calle, que se lo contará todo a mis padres y bla, bla, bla.
Tengo una extraña primera cita con Hugo y es en lo único que pensaré a partir de ahora.
HAGAN SUS APUESTAS⬇️
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