Segundo Asalto2️⃣
Christian no puede esquivar mi patada. El mejor entrenador de la plantilla no está concentrado y eso es algo que no nos podemos permitir a menos de cuatro meses del campeonato internacional. El gimnasio está en sus horas más bajas y el título nos daría un respiro con el premio en metálico de cien mil euros y la publicidad en redes. Christian no puede fallarnos ahora, él es quien competirá por todos nosotros.
Lo vuelvo a acorralar y de nuevo le golpeo, esta vez en el hombro.
—Vamos, Chris —le digo al quitarme las protecciones para arrojarlas a la colchoneta—, ¿qué coño te pasa hoy?
Él también tira su casco y sus guantes.
Veo venir una nueva discusión entre nosotros, demasiado frecuentes en los últimos días. Me froto la cara desesperada, pero ¿qué es lo quiero, si yo soy la culpable?
Eso me pasa por no saber mantener las bragas en su lugar y acostame con él. Porque que yo lo vea como un desahogo no significa que para Christian lo sea. Él se está ilusionando conmigo.
Sin darle lugar a réplica me mantengo firme.
—Mientras estemos entrenando para el combate de primavera tendrás que pensar solo en eso, ¿te queda claro que pueden matarte? —le digo al oído.
No quiero hacerle pasar vergüenza, ya bastante tiene con aguantar las burlas del resto de instructores, y parte de los alumnos, por tirarse a la jefa, como para que lo vean ahora aguantando una de mis broncas de entrenadora.
—No es tan fácil concentrarme en la lucha contigo al lado.
—Soy tu entrenadora, Chris, y tendrás que acostumbrarte. Pero si sigues en ese plan, tendré que sustituirte. En la lista de convocados, y en mi cama —respondo cuando ya me marcho a los vestuarios.
Puedo necesitar a Christian para el campeonato, pero mi vida sexual o de abstinencia solo me pertenece a mí. No me dejaré influenciar por sus quejas.
Al salir de la ducha, él me espera en la puerta para seguir hablando de algo que yo no quiero. No hay relación alguna entre nosotros. Christian tiene veintiún años y ansias de explicaciones, yo treinta y dos y ni pizca de ganas de dárselas a nadie.
Necesito un plan B.
Sin vergüenza alguna me apunto a ver el partido de Champions con Jota, Dani y Raúl. Les pido que me esperen un segundo, solo tengo que coger mi camiseta talismán y cerrar el gimnasio después de echar a Christian, el que se va asumiendo que hoy no habrá nada entre nosotros.
Pero cuando llegamos al bar donde veremos el partido de fútbol, me espera la peor de las sorpresas. Mi camiseta talismán se convierte de pronto en mi camiseta gafe.
Nada más entrar veo a Hugo sentado a una mesa. Estupendo para mi mal humor, huyo de Christian y su lascivia para toparme de lleno con la mía propia.
Me siento a su lado, sí, pero porque no hay otro lugar libre que me hayan dejado los demás.
No hemos vuelto a vernos desde aquel sábado en el club, más de una semana ya, cuando me dejó claro que no quería que lo viesen conmigo y prefirió irse con la tal Bárbara. Y yo no sé si esta vez podré resistirme, y no golpearlo. En aquella ocasión Heller y el nombre de mi padre en el club me lo impidieron, hoy, de entrarme la locura, nada ni nadie lo hará.
Así que me concentro en la televisión. En el partido y los goles. El balón y las jugadas. Tarea que me resulta difícil cuando el olfato se me colapsa de su perfume hasta el punto de hacerme cerrar los ojos para captar el recuerdo de ese aroma.
Estupendo, un nuevo sentido con el que fantasear por las noches con Hugo, como si la vista de su impresionante cuerpo, desnudo o vestido, y el gusto de tan sabroso inconveniente que tuvimos no fueran suficientes. ¿Cuál será el próximo? Por la cercanía extrema de su pierna derecha apuesto por el tacto caliente. Calor que traspasa mi piel con ese inocente roce.
Oh. Oh. Oh… el oído. El cabrón se me está acercando a la oreja. Ya tengo puestos en él mis cinco sentidos.
—Me estás poniendo nervioso, Paola, estate quietecita con la pierna —me dice en un susurro sin que nadie de estos se dé cuenta.
¿Qué más quisiera yo? Pero si dejo de moverla absorberá más energía, y de ahí de la rodilla pasará luego a partes más íntimas, y no, eso sí que no lo permitiré.
Y con él delante, mucho menos. Eso solo ocurre en mis sueños.
Regla número uno de mi gimnasio: que tu rival no vea tu debilidad.
Pues bien, estoy descubriendo que el propio Hugo es la mía. Enterito. Con ese cuerpo, esa cara y esa boca del demonio, él me hace débil. Por eso a partir de ahora lo compensaré, lo voy a hacer mi rival sin tregua en la lucha.
—Pues apártate y deja de atosigarme, que hay más sitio en el bar —le digo con el mismo secretismo.
—¿Perdona?
—¡Qué me estás agobiando, joder! —Y con mi grito se va al carajo la discreción que intenta mantener Hugo.
Me pareció buena idea quedar con mis amigos para ver el partido de Champions League. Un plan de tíos, en un bar de tíos, bebiendo como solo beben los tíos. Nada podía fallar. Eso evitaría que estuviera pendiente de alguna mujer que llevarme a la cama. Porque de ahí a volverme loco solo había un paso, el que últimamente daba para poder follar y que luego acababa con mis ganas: llamado Paola.
Me he adelantado en la hora convenida y llego al bar diez minutos antes. No quería tardar demasiado en salir del bufete, Marta lleva unos días muy insistente en volver a repetir una cena con mis amigos y cada vez me es más difícil inventar excusas. Si se me escapaba por un casual que los vería esta noche ella hubiera querido acompañarme. Vaya, recordé las palabras de Laura, ¿Marta se ha encaprichado de mí?
—¿Qué tal, tío?, no llegamos tarde, ¿verdad? —Jota es el primero en aparecer, seguido de Raúl, que ríe pendiente de su móvil, y Dani que habla entusiasmado con Paola.
Pero ¿esta no era una noche de tíos?
Los asientos se van ocupando según el orden de llegada y afinidad de equipos, ¡joder! y ella lleva puesta la camiseta del mío. Parece que estos cabrones lo hayan hecho queriendo para dejar un solo hueco a mi derecha.
Media hora después aún no he conseguido meterme en el juego, no alcazo a concentrarme en la pelota. ¿Y por qué coño no estoy pendiente de las jugadas? A lo mejor Paola, junto a mí, tiene algo que ver.
Su pierna roza la mía en un movimiento rítmico que me está molestando, con un calor que recorre mi cuerpo hasta hacerme endurecer.
—Me estás poniendo nervioso, Paola, estate quietecita con la pierna.
La miro de reojo y se me va la vista a sus piernas, a su ropa. Otro chándal enorme que acaba por volverme loco de pensar que mis manos caben en él.
Repito que hasta hace solo unos días jamás me hubiera fijado en una mujer con esas prendas deportivas y me asusta que sea Paola la que empieza a gustarme.
—Pues apártate y deja de atosigarme, que hay más sitio en el bar —contesta ella de mal humor.
El resto sigue a lo suyo sin prestarnos atención, con discusiones por jugadas tontas. ¡A mí sí que se me está quedando cara de tonto por lo que me ha dicho Paola!
—¿Perdona?
—¡Qué me estás agobiando, joder! —suelta con un grito acojonante.
Nadie repara en nosotros porque en este momento se marca un gol.
Al darse cuenta de su salida de tono, Paola se marcha al baño dejándome planchado por su reacción. Yo de manera automática la sigo.
—¿Se puede saber a qué ha venido ese grito de ahí fuera?
He tenido que esperar a que saliese del baño, pero al oírme junto a ella, se gira me manera brusca.
—Piérdete de mi vista, Casanova.
—¿Qué te pasa?, ¿estás enfadada conmigo por lo del club?
—¿A ti qué te parece?
Que sí, y que me equivoqué con ella. Tardará en olvidar que la rechacé.
—Ha pasado más de una semana, Paola, ¿no hablarás en serio?
—Todo lo serio que fuiste tú conmigo ese día.
—No te lo tomes tan personal. Los dos estábamos jugando.
—Intención o juego, salí perdiendo, Casanova, y no sabes la rabia que me da perder.
—Estás confundida.
—¿Ah sí? Pues acláramelo. ¿Vamos a seguir jugando tú y yo, o prefieres jugar con otras?
No puedo decirle nada, joder, de verdad que no puedo sin aclararle antes por que jamás perderé el tiempo con ella. Así no deje de pensar en nuestro beso, Paola no me conviene.
—Con otras.
—Me lo imaginaba —acaba diciendo, sonrisita pedante incluida.
Y yo me la tengo que tragar porque no puedo delatar mi hobbie con las mujeres.
Paola se acerca a mí de manera divertida, incluso con burla, mientras quiere parecerme sexi con ese meneo de caderas y su boca húmeda. No puedo decir que me deje inmune, espero impaciente su próximo movimiento, el que ya me veo incapaz de esquivar.
Estampa su boca contra la mía como supuse. Posesiva, con muchas ganas a juzgar por cómo sostiene mi cara entre sus manos.
Y lejos de considerar su beso insípido, me resulta excitante, cuyo morbo comienza a hacer estragos en mi polla.
—He tenido un mal día, Casanova, de verdad, no me lo empeores más y deja que me vaya, porque hoy soy yo la que se avergüenza de ti.
Ha sido decirlo y mirar mi entrepierna, sonríe la muy cabrona por lo que está viendo duro en mí. ¡Mierda! No me atrevo a seguirla esta vez cuando abandona el bar sonriendo. No es que pueda.
—¿Dónde coño estabas, tío?, ¿ha ocurrido algo con Paola? —quieren saber todos cuando llego a la mesa un buen rato después de entrar al baño.
A solas. Conmigo mismo. Y es que todavía me duelen los huevos.
—Me dijo que tenía un mal día —respondo mientras cojo mi chaqueta para largarme también.
—Pues tú has tenido el tuyo de suerte, chaval —asegura Jota riendo—. Estaba a punto de estallarle la vena de la frente cuando se ha ido.
—¿De verdad?
De inmediato sonrío, Paola no se ha ido tan contenta como me ha dejado ver con su sonrisa. Esa reacción en ella es algo así como un detector de rabia, de coraje entripado. Siempre me hizo gracia ver esa venita, y hoy más que yo soy el causante.
—Si eres capaz de hacer que se le hinche de esa manera, yo que tú la dejaba en paz —me propone Raúl.
—O comenzaba a hacer testamento. —Dani sigue las risas de los otros dos capullos.
Está claro que no tengo nociones de lucha para enfrentarme a Paola, como pueda ocurrir con ellos que sí van a su gimnasio. Pero que no se les olvide lo que realmente me hace bueno; las palabras.
Con ellas me bastará para demostrarle a Paola quien ganará.
HAGAN SUS APUESTAS⬇️
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